*1*

—El campo ha permanecido estable —dijo Líder Cinco al entrar en la nacarada sala de conferencias de la Casa del Equilibrio. Esperó a que los dos centinelas en estado de semivida que había a la entrada le escaneasen, y cuando estos le dejaron paso franco separando las manos caminó hasta la mesa donde le esperaban los otros tres—. Al menos, dentro de la capacidad de detección de mis instrumentos a esta distancia.

—No es un gran consuelo —dijo impaciente Líder Tres—. Líder Dos lleva varios días desaparecido. ¿Debemos asumir que el Siervo y él siguen todavía dentro del campo o qué?

—Eso creo —dijo Cinco. Se sentó e insertó cuidadosamente el cubo que había traído consigo en la ranura del brazo de su silla de color negro nacarado—. Ésta es la información que se ha procesado a partir de los monitores de Dos —les comunicó a los otros tres Líderes—. No es que revele mucho, pero no consta registro alguno de que ni Dos ni el Siervo hayan salido del campo del Bannus. Eso sí, se muestran un par de cosillas que creo que debéis ver. ¿Listos?

Los tres asintieron, y Cinco activó el cubo. La vítrea superficie de la mesa reflejaba cuatro rostros, tres jóvenes y uno anciano, todos rebosantes de salud gracias a los tratamientos antiedad, pero en cuanto Cinco activó los controles estos reflejos se desvanecieron y en su lugar cobró existencia con una serie de parpadeos el microcampo theta del cubo.

Una escena diminuta y perfecta cobró vida sobre la mesa. Líder Dos, enfundado en un abrigo verde de tweed que era una talla demasiado pequeño para sus rechonchas carnes y con una larga bufanda de rayas al cuello, avanzaba apurado e irritado por un pasillo nacarado. Los otros Líderes reconocieron que estaba justo al lado del portal de larga distancia de la Casa del Equilibrio. Resultaba evidente que en aquel momento Dos todavía se encontraba en Mundonatal, a punto de comenzar su viaje. La imagen parecía tan sólida que casi se le podía tocar, desde su petulante rostro rosado hasta sus grandes botas negras. Las cifras y los signos que se desplazaban a lo largo de los bordes exteriores de la imagen mostraban que Líder Dos gozaba de perfecta salud en aquel momento, aunque experimentaba una ligera subida de adrenalina. Líder Cuatro rió:

—¡Dos está impaciente, como siempre! ¿A que está hecho un adefesio con ese disfraz?

—Supongo que se lo asignaría un robot —dijo Tres—. Creo que deberíamos tener a una persona a cargo de los disfraces.

—Y la tenemos… se trata de una joven llamada Vierran, de la Casa de la Garantía —apuntó Cinco.

Las sombras oscilaron sobre la mesa y se extendieron por las paredes nacaradas; una de ellas avanzaba mientras el resto se apartaba de su camino a toda prisa. El Siervo entró en cuadro precedido por su sombra, con unas ropas tan extrañas como las de Líder Dos. Líder Cuatro soltó una carcajada:

—¡Mordion parece un espantajo! ¿Qué es esa cosa amarilla de los botones?

—Me parece —apuntó Líder Tres— que esa jovencita que está a cargo de los disfraces tiene un sentido del humor bastante poco sensato.

Sobre la mesa, el minúsculo Líder Dos dio la vuelta y su voz surgió de los altavoces ocultos, reproducida a la perfección con sonido real, incluso con su forma habitual de alzar un poco la voz en la última palabra:

—¡Ya era hora!

El Siervo inclinó la cabeza con gesto contrito:

—Disculpadme, mi señor…

—¡Y no me llames «mi señor»! —añadió Líder Dos—. Viajo como tu sirviente por razones de seguridad, se supone que nadie debe saber quién soy. En marcha. —Chasqueó los dedos hacia alguien que se encontraba fuera del alcance de los monitores. Los encargados de los portales, como todo el mundo en la Casa del Equilibrio, se mantenían bien apartados del camino del Siervo—. ¡Vosotros, abrid!

El portal, apenas una línea en la pared nacarada, se agrandó hasta convertirse en un arco redondeado. Líder Dos lo atravesó, y el Siervo le siguió respetuosamente. Una luz blanca inundó la mesa durante el segundo en que ambos estuvieron en tránsito.

La imagen volvió a aparecer con un parpadeo. Podía verse la recepción del portal de una de las oficinas principales de uno de los mundos más próximos. Se trataba de un gran espacio abierto, lo habitual en todas las oficinas de la Organización de los Líderes. Líder Dos y el Siervo entraron en un espacio sobreiluminado de blancos, verdes y rosas: aquel mundo intentaba imitar el esplendor de la Casa del Equilibrio. En los límites de la imagen, un hombre que llevaba al cuello la cadena de Gobernador de Sector abandonó su oficina con cara de hambre, miró de soslayo cuando se abrió el portal y se detuvo súbitamente con sobrecogimiento y consternación en el rostro. Dio la vuelta y se dirigió hacia el Siervo sin perder un segundo:

—¡El Siervo de los Líderes! ¡Qué inesperado placer! Veo por vuestro extraño atuendo que os han asignado otra misión. ¡No cabe duda de que os mantienen ocupado, ja, ja ja! —No reconoció a Líder Dos y lo ignoró por completo. En la minúscula imagen quedaba patente que Líder Dos no tenía claro si sentirse complacido porque su disfraz fuese tan bueno o enfadado por no ser tan conocido como su Siervo—. ¿En qué puedo ayudar al Siervo de los Líderes? —dijo con efusividad el Gobernador de Sector.

Mordion Agenos esbozó aquella sonrisa suya tan especial:

—Me sorprende que me haya reconocido —dijo el Siervo—. Ambos nos sentimos bastante raros con estas ropas —Líder Dos parecía más tranquilo.

—¡Reconocería al Siervo de los Líderes en cualquier situación! —dijo el Gobernador con entusiasmo. Líder Dos frunció el ceño.

—Será que el Siervo tiene un rostro muy reconocible —comentó Líder Cuatro—. Parece una calavera.

—Le viene al pelo para su trabajo —añadió Cinco.

Líder Tres estaba de acuerdo:

—Creo que nunca hemos tenido un Siervo que encajase tan bien en su papel.

Mientras los Líderes hablaban, Mordion había estado explicando dónde tenían que ir.

—La Tierra… el Sector de Albión… está en el brazo de la espiral, ¿no? —dijo el Gobernador distraído. Era evidente que estaba calculando el trabajo que le iba a llevar al tiempo que intentaba parecer educado—. Claro, claro, por supuesto. Lo dispondré en seguida, aunque como sabréis hay una gran distancia. Creo que podréis atravesar tres corredores largos, pero me temo que la mayor parte del viaje será a base de saltos individuales. Aunque todo esto lo estoy calculando de memoria, no solemos tener que preparar este viaje concreto salvo para mercancías. Lo comprobaré. ¿Deseáis que envíe aviso de vuestra llegada? No querría que tuvieseis que esperar más de lo estrictamente necesario… —Mordion inclinó la cabeza como gesto de aprobación, a lo que el Gobernador añadió—: Disculpadme, me encargaré de ello personalmente. —El Gobernador hizo una seña a un grupo de administradores, cónsules y ejecutivos de menor rango que se estaban curioseando sin ningún reparo en aquel espacio sobreiluminado. Casi todos se acercaron al Gobernador en cuanto hizo la seña—. Atended al Siervo de los Líderes —ordenó el Gobernador— encargaos de que tenga todo lo que necesite. Vosotros cuatro, venid conmigo. —Salió de cuadro con presteza, con sus cuatro subordinados trotando tras él.

El resto de empleados se reunieron entusiasmados alrededor del Siervo, salvo el último, que no fue capaz de introducirse en el corrillo y tuvo que entablar conversación con Líder Dos. Ninguno de los dos parecía estar pasándolo bien. El Siervo, desde el centro del corrillo, hablaba educadamente y de buena gana, les relataba a los empleados los últimos cotilleos de Mundonatal, rechazaba ofrecimientos de comida y bebida y hacía chistes sobre su extraña indumentaria.

—¡Se le ve tan suelto! —comentó Tres—. Nunca habla así con nosotros. Me dijeron que nunca hablaba con nadie. ¿Quién me ha pasado esa información falsa?

—Nadie, cálmate —dijo Cinco—. Nunca habla con nadie aquí, en la Casa del Equilibrio. Todos se apartan de él.

—¡Y con razón! —añadió Cuatro—. Pero te equivocas, me han dicho que le habla a la mala pécora que les consiguió esa ropa.

—¡Anda! —dijo Tres ya con más calma, y añadió con envenenado interés—: ¿Así que es una mala pécora? ¿Es que no le gustas, Cuatro?

—Pues no —dijo Cuatro— se ve que no soy su tipo. Gracias al cielo…

Todos los Líderes rieron.

Mientras ellos conversaban, el Gobernador de Sector había preparado el viaje a una velocidad de vértigo. Volvió a todo correr, haciendo reverencias y gestos para indicar a sus invitados que pasasen. El Siervo y Líder Dos, aún rodeados por multitud de respetuosos subordinados, fueron conducidos con premura hacia otro portal de larga distancia, en el cual tuvieron que agacharse un poco para entrar. La imagen de la mesa volvió a pasar al blanco, para a continuación mostrar una nueva oficina de la Organización de los Líderes, esta vez una de piedra y metal de diseño minimalista. En ella otro Gobernador de Sector, mejor preparado que el anterior, se aproximó educadamente al Siervo:

—¡Estimado Siervo! Tened la bondad de disculpamos, acabamos de enteramos de que veníais.

Después pasaron por otra oficina con obras de arte nativo colgadas dé las paredes, y a continuación por otra que parecía estar construida con bronce batido. En cada una de ellas un nuevo Gobernador corrió a adular al Siervo. Tras cinco escenas similares, Líder Tres exclamó:

—¡Qué espléndido avance! ¡Nadie se ha percatado de que el pobre Dos está ahí!

—Sí, sabía que eso te iba a interesar —murmuró Cinco.

—Supongo que Mordion es nuestro representante directo —dijo Líder Cuatro, aunque no parecía muy contento por ello—. Cuando él aparece, todo el mundo sabe que es con nosotros con quien están tratando.

—Sí, pero… ¿lo recuerda también nuestro Siervo? —preguntó Líder Tres.

Líder Uno, en su línea, había mantenido hasta el momento un plácido silencio, pero entonces se mesó la blanca barba y sonrió con amabilidad a Tres:

—Por supuesto que lo recuerda. Me encargué de esa parte de su entrenamiento con sumo cuidado Te aseguro que es tan humilde como leal.

—Aún así, opino que es un error enviarle sin vigilancia —dijo Tres—. Si no fuese por este accidente, jamás sabríamos cómo le tratan los dirigentes de sector.

—Yo sí que lo sabría. Y lo sé —afirmó Líder Uno.

—Pero piensa en el poder que tiene el Siervo… —comenzó de nuevo Tres.

—Cállate, Tres —dijo Líder Cinco agitando la mano irritado— lo que viene ahora es importante.

Líder Dos y el Siervo habían entrado en uno de los largos corredores mediante los cuales varios sectores podían secuenciar sus portales para que juntos formasen una avenida que se extendía de un mundo a otro a lo largo de varios años luz a través de la galaxia. La escena de la mesa fue saltando secuencialmente del blanco a la imagen definida a medida que ambos atravesaban los puntos de enlace entre portales. El parpadeo era tan rápido que no interfería con la imagen del alto Siervo caminando junto al pequeño Dos, aunque cansaba un poco la vista. El corredor asemejaba un túnel bien iluminado que estuviese hecho de una variante más pálida del material nacarado de la estancia en que se encontraban los Líderes. De hecho, ambas sustancias provenían de la misma fuente: irónicamente, el sílex importado de la Tierra. Sólo el sílex terrestre era lo bastante fuerte como para resistir la tensión de un portal. Aquella imagen les recordó a los cuatro Líderes que la observaban lo importante que era la Tierra.

Estaba claro que Líder Dos pensaba lo mismo que Líder Tres:

—Eres muy educado con todos esos estúpidos lameculos —le dijo su pequeña imagen a la del Siervo con una voz muy real y desagradable—. ¿De verdad tienes que serlo?

—Considero que sí —respondió el Siervo, reflexionando sobre ello—. Tienen un miedo cerval a ofender a los Líderes si me ofenden a mí. Durante mi entrenamiento se me inculcó que sólo soy la imagen pública que los Líderes muestran a su Organización, y eso implica que debo mostrarles que no estoy ofendido en lo más mínimo.

Líder Uno le lanzó una mirada divertida a Líder Tres, como queriendo decirle «¿Ves?».

—Puede que tengas razón —le dijo malhumorado Líder Dos al Siervo mientras miraba a un lado y a otro con nerviosismo. Parecía que el túnel le agobiaba: las cifras que discurrían por los bordes de la imagen indicaban que su ritmo cardíaco se había acelerado y que su presión sanguínea había aumentado. Aunque quizá estuviese nervioso por algún otro motivo…—. Mira, Mordion —prosiguió de repente— hasta hoy sólo he tenido que vérmelas con un Bannus una vez, y Líder Uno hizo casi todo el trabajo. ¿Te importaría ayudarme a aclarar algunos puntos sobre el tema?

Un gesto de advertencia apareció en el estrecho y rubicundo rostro de Líder Cinco, que alzó un dedo para indicar a los otros que ésa era la parte que les había comentado.

—Si deseáis que lo haga… —dijo el Siervo cortésmente, aunque resultaba obvio que no quería hacerlo. Después de todo, había sido entrenado para no meter la nariz en las cosas que los Líderes deseaban mantener en secreto—. Pero debéis recordar, señor, que puede que no haya que vérselas con ningún Bannus. Los informes eran confusos, y aquella carta de la Tierra a Albión bien podía ser falsa.

—¡Ya lo sé, idiota! —dijo Líder Dos irritado—. Pero estarás conmigo en que debo estar preparado por si no fuese falsa, ¿verdad? —El Siervo asintió—. Bien —prosiguió Líder Dos— entonces te ordeno que pienses en el Bannus.

Los Líderes que observaban la escena no pudieron contener una exclamación de asombro, y Líder Cinco sonrió con sarcasmo. El Siervo estaba obligado a hacer cualquier cosa que le ordenase un Líder.

—¿Qué crees que es el Bannus? —le preguntó Líder Dos al Siervo—. ¿Cómo lo describirías con tus propias palabras?

—Es una máquina para hacer realidad los sueños —respondió el Siervo— o al menos eso fue lo que me pasó por la cabeza cuando me hablaron de él por primera vez.

—Hmmm… —Líder Dos avanzó despacio por el túnel nacarado, reflexionando—. Sí… en cierto modo… es una forma bastante buena de describir el uso que el Bannus hace del thetaespacio. Una de sus funciones era la de mostrar a la gente de una manera muy gráfica… demasiado gráfica… si estaban tomando las decisiones adecuadas o no.

Líder Tres asintió como gesto de aprobación:

—Una media verdad muy prudente.

—Espera —dijo Cinco.

—Así pues —Líder Dos caminó más despacio, lo que obligó al Siervo a ralentizar sus zancadas— tenemos una máquina que ha sido diseñada para ejecutar una serie de escenas que muestren lo que ocurriría si se tomase la decisión A en cierta situación, y luego la decisión B, y así sucesivamente hasta mostrar todos los resultados posibles; entonces, si se le han suministrado los datos como debe ser, debería detenerse, ¿no? Si esto no se trata de una broma, las pruebas indican que esa cosa todavía está en funcionamiento. ¿Por qué?

El Siervo continuó dando lentas zancadas, con las manos en los bolsillos de su estrafalario abrigo beige y mostrando interés de forma educada y obediente.

—Supongo que puede ser por dos razones —respondió el Siervo—: que el empleado de la biblioteca le suministrarse gran cantidad de información, o que no lo hiciese de forma adecuada e introdujese un elemento abierto que haga que la máquina no tenga motivos para detenerse.

—Bien —dijo Líder Dos—. ¿Qué crees que ha hecho?

—Bueno, dado que parece que han desaparecido el Controlador Borasus y seis trabajadores de Mantenimiento, por no hablar del propio bibliotecario, supongo que se trata de la segunda opción —dijo el Siervo—. Tengo entendido que el Bannus incluye a personas reales en sus escenas siempre que puede, ¿no es así?

—Sí —dijo Líder Dos con desánimo—. Yo creo que no se trata de un engaño y que el empleado de mantenimiento le suministró un elemento abierto. Ahora añadamos lo siguiente: con cada persona que incluye, el Bannus adquiere un nuevo conjunto de posibilidades con las que trabajar, lo que le permite extender su campo y seguir funcionando. ¿A dónde nos lleva esto?

El Siervo negó con la cabeza:

—No parece haber ninguna razón por la que debiera detenerse nunca, al menos hasta haber controlado todo el planeta.

—¡Y podría hacerlo! —gruñó Líder Dos—. ¡Y tengo que detenerlo! ¿Cómo se supone que voy a hacerlo?

El Siervo le dedicó una mirada cortés:

—No hay razón para que vuestro Siervo os lo tenga que decir, señor. Disponéis de habilidades a cuyo lado las mías no son nada.

—Bueno… —comenzó a decir con franqueza Líder Dos. Los cuatro Líderes contuvieron el aliento. Eran muy conscientes de que si a Líder Dos le quitasen su camiseta repleta de artilugios se quedaría en nada, mientras que las habilidades del Siervo eran innatas—. Sí, se podría decir que puedo confiar en mis poderes de Líder —concluyó Líder Dos con voz lastimera.

Los demás Líderes volvieron a respirar. El Siervo, que parecía sentirse muy incómodo, dijo:

—Ya hemos llegado al final del corredor. La siguiente oficina es la de Iony.

El jefe de sector de Iony era el más complaciente de todos. Los Líderes rieron a mandíbula batiente al ver la cara que puso Líder Dos cuando el Gobernador le ofreció al Siervo unas bailarinas.

—Para hacer más amena la espera mientras conectamos el corredor a Plessy —le imploró al Siervo—. No querría que Su Excelencia se aburriese.

El Siervo miró de soslayo el rostro de Dos y rechazó las bailarinas con la mayor de las cortesías. Líder Cuatro se preguntó en voz alta qué habría respondido el Siervo si hubiese estado solo.

—¡Lo que hay que ver! —susurró Dos indignado cuando el Gobernador de Iony ya se había marchado.

Líder Dos no dijo palabra hasta que volvieron a entrar en otro túnel nacarado y parpadeante, y entonces prosiguió:

—Si el Bannus está en marcha, rezo por que el empleado no haya configurado nada relacionado con bailarinas. ¡A mis años no estoy para bailarinas!

Era evidente que el Siervo no sabía qué decir al respecto:

—Hay mucha gente a la que le gustan las bailarinas, señor.

—¡Que no me llames señor! —dijo Líder Dos a punto de gritar.

—Ajá —murmuró Líder Cuatro—. Nuestro Siervo habría dicho que sí.

Mientras tanto, los números que recorrían los bordes de la escena revelaban que Líder Dos estaba cada vez menos contento.

—Ojalá pudieras comprenderlo —le dijo al Siervo—. Han pasado siglos desde que utilizamos el Bannus, pero recuerdo muy bien la peor parte. La única forma de lograr que la máquina se detenga es que yo entre en la espantosa fantasía que ha ejecutado el empleado de mantenimiento.

El Siervo parecía asustado:

—¿Estáis seguro? ¿Entrar físicamente, se…? Esto… ¿Entrar?

—¡Claro que estoy seguro! Mira —Líder Dos se sacó con irritación del bolsillo una hoja de datos doblada, esperó a que se desdoblase por sí misma y se la tendió al Siervo—. Échale una ojeada a esto.

El Siervo leyó el encabezamiento y pareció confuso:

—Es sólo para los ojos de los Líderes, se… esto, Excelencia.

—Léelo —ordenó Líder Dos.

Los Líderes que contemplaban la escena estaban tan aturdidos como el Siervo.

—¡Dos está siendo extremadamente indiscreto! —exclamó Tres.

—Lo sé. No debería haberse llevado esa hoja consigo —afirmó Cinco.

—Y el Siervo puede memoriz… —comenzó a decir Cuatro.

—Puede que el Siervo tenga una memoria rayana en la perfección —apostilló Líder Uno— pero si se le ordena que olvide algo lo hará. El peligro estriba en que alguna otra persona, por ejemplo un terrícola, se haga con esa hoja. Puede que ya haya ocurrido a estas alturas.

Líder Dos siguió hablando mientras el Siervo caminaba leyendo obedientemente la hoja:

—Ahí, en el tercer párrafo. ¿No queda bastante claro que tengo que entrar en el campo y tomar el control de la situación?

—Sí, eso parece sugerir —admitió el Siervo, y leyó en voz alta—: «El Bannus está programado de forma que siempre se incluirá a sí mismo en el campo de acción. Suele asumir la forma de una copa, un arma, un trofeo o un objeto similar. Una vez que el operador tiene dicho objeto en sus manos, el Bannus suele volverse lo bastante dócil como para doblegarse ante la voluntad del operador». Supongo que se trata de un mecanismo de seguridad. Al parecer sólo tenéis que entrar en el campo el tiempo suficiente para reconocer el Bannus y haceros con él, y a continuación ordenarle que pare.

—Sólo tengo que abrirme paso a través de una horda de bailarinas y arrebatarle el laúd a la damisela solista —dijo Líder Dos morboso—. Ya me estoy viendo. A los idiotas que inventaron esta cosa podía habérseles ocurrido un método más sencillo de detenerla. ¿Qué tiene de malo un botón rojo?

—Es cierto, ¿por qué lo harían de esa forma? —se preguntó el Siervo.

—¡Uy uy uy…! —exclamó Líder Cuatro.

—No puedo decírtelo —dijo con sobriedad Líder Dos recuperando la hoja de datos, para alivio de todos los Líderes. El Siervo parecía querer dejar de pensar en ello de inmediato—. ¿Pero cómo voy a reconocer esa maldita cosa —protestó Líder Dos— cuando por fin me haya infiltrado en ese horrible parque de atracciones? Y luego tengo que imponerle mi voluntad. ¿Qué pasa si no me obedece?

—Es algo que no le supondrá ningún problema a un Líder —intentó tranquilizarle el Siervo.

Estaba claro que Líder Dos no tenía tanta confianza en sí mismo como el Siervo. Atravesaron el siguiente portal y encontraron que les estaban esperando otro jefe de sector, ataviado con el uniforme de ceremonia completo, y todos sus subordinados, también engalanados y preparados para recibir al Siervo. Líder Dos se las arregló para mostrarse tan taciturno como puede estarlo alguien que gobierna más de la mitad de la galaxia.

—Me alegra ver —dijo Líder Tres— que Dos por lo menos es capaz de callarse algunas cosas. ¿Más gobernadores babosos, Cinco? ¿Cuánto va a durar esto?

—Atravesaron unos doce sectores principales después de éste a base de saltos individuales —dijo Líder Cinco—. Tenemos gobernadores, cónsules, controladores y toda clase de altos ejecutivos prosternándose por doquier durante un buen rato.

—¿Acaban aquí las indiscreciones de Dos o sigue en su línea? —preguntó Tres.

—Aún hay más, en Yurov, justo antes del salto a Albión —respondió Cinco—. Si queréis puedo hacer un avance rápido hasta allí.

—Sólo si nos puedes garantizar —dijo Líder Uno— que antes de ese momento ninguno de los dos dijo o hizo nada que debamos saber.

—Nada en absoluto —aseguró Cinco. Líder Uno hizo uso de sus poderes de Líder, miró dentro de Cinco y se aseguró de que no mentía. Luego asintió.

Así pues, los cuatro Líderes convocaron unos robots para que les trajeran comida y bebida, reclinaron sus sillas de color negro nacarado en posición de descanso y tomaron un refrigerio. Cinco hizo avanzar la imagen del cubo a alta velocidad. Podían verse unas pequeñas figuras correteando por la mesa de un lado a otro, y se escuchaba el parloteo de unas voces agudas aún con el volumen bajado. Finalmente, Cinco reconoció la decoración carmesí y oro de la oficina de Yurov y detuvo la imagen. Luego la hizo retroceder un poco, con lo que las pequeñas figuras corretearon hacia atrás prosiguiendo con su incomprensible cháchara, y los Líderes se dispusieron a seguir observando.

El Sector de Yurov estaba situado a una distancia notable, en el brazo de la espiral de la galaxia, en dirección a la Tierra. El dominio de los Líderes se extendía hasta allí, por supuesto, pero se consideraba que aquellas regiones eran bastante poco civilizadas. En vez de un Gobernador, Yurov tenía un Controlador para mantener sometidos a los nativos. La imagen no se veía tan nítida como antes, pero era lo bastante clara como para mostrar que aquella oficina era decididamente opulenta. Estaba decorada con cortinas de seda y dividida en ricas estancias por medio de biombos de oro labrado. La imagen era un poco borrosa, por lo que Líder Cuatro comentó:

—Está muy lejos. Debe costar lo suyo conseguir que los envíos de sílex lleguen desde la Tierra hasta donde queremos que vayan.

—Cuesta una barbaridad —dijo Líder Cinco—. Tanto de esfuerzo como de dinero.

—Pero merece la pena —añadió Líder Tres—. Produce unos enormes beneficios, Cuatro, como bien sabrías si pensases en algo más que en tus propios deseos.

—También algunos de esos controladores le sacan un buen partido —comentó Cinco con acritud al ver aparecer al orondo jefe de sector de Yurov en la imagen. Avanzaba pesadamente entre los biombos dorados y los asientos carmesí llevado por un subordinado frenético—. Este parece que sabe aprovechar bien su puesto.

—¿Y por qué no iba a hacerlo? —preguntó alegre Líder Uno—. Mientras sea eficiente en su trabajo…

—¡Válgame el Equilibrio, Excelencia! —le dijo entrecortadamente el Controlador de Yurov al Siervo—. ¡No tenía ni idea de que llegaríais tan pronto! Hemos recibido el mensaje hace apenas un minuto. Llevará un tiempo programar el salto a Albión, me temo que… se ha producido una disyunción de cierta importancia allá en el brazo.

El Siervo sonrió al Controlador:

—Lo siento —dijo Mordion— es probable que hayamos viajado tan rápido como el mensaje. Quizá sepa que hay una pequeña emergencia en el Sector de Albión.

El Controlador de Yurov fijó la vista en la sonrisa del Siervo. Simplemente, no estaba seguro de si se trataba de una sonrisa amable de verdad o de si era la forma que tenía el Siervo de mirar a alguien que estaba a punto de ejecutar. Consiguió corresponderle con una sonrisa vacilante y forzada.

—Sí, he oído que el Controlador local… bueno, dicen que le ha pasado algo. Estoy absolutamente consternado. Y el que nos hayáis sorprendido tan poco preparados también me causa una honda consternación. Me temo que tendréis que esperar al menos un cuarto de hora.

—Tómese el tiempo que precise —dijo el Siervo.

El Controlador de Yurov pareció decidir que la sonrisa era amistosa, y con menos angustia pero más preocupación dijo:

—¡Y apenas puedo ofreceros nada como entretenimiento mientras esperáis! Creíamos contar con una hora antes de vuestra llegada y planeábamos tener preparado el salto para entonces.

—No piense más en ello —dijo el Siervo. Se fijó en que Líder Dos iba arrastrando los pies y aparentaba el doble de la edad que solía aparentar. Los símbolos y las cifras que circulaban por los bordes de la imagen confirmaban que Líder Dos estaba cansado y que tenía un nivel bajo de azúcar en sangre—. Lo único que necesitamos es un sitio tranquilo para sentarnos.

—Tened pues la bondad de tomar asiento —dijo el Controlador de Yurov haciendo un gesto a un subordinado, el cual acercó de inmediato un asiento rojo—. Os pido mis más sinceras disculpas.

—Soy consciente —dijo el Siervo— de lo inconveniente…

—¿Vino? —preguntó el Controlador—. ¿Puedo ofreceros vino? Sólo tengo un poco de sangro de Yurov, aunque es de mi finca de…

El Siervo observó la figura rendida de Líder Dos e interrumpió agradecido:

—Gracias, un vino será perfecto.

—Me alegra ver que lo has entrenado para que muestre consideración —le comentó Líder Tres a Líder Uno mientras Líder Dos se dejaba caer en el blando asiento. Un rápido intercambio de susurros entre los Líderes Cuatro y Cinco les sirvió para calcular que Dos era sólo unos ocho años más joven que Uno, y todos sabían que éste se aproximaba a su dosmilésimo cumpleaños. En toda la Organización ya se estaban planificando los festejos.

—Al pobre Dos le van pesando. Pero a mí no —murmuró Líder Uno. Sonrió al ver cómo el Controlador de Yurov iba de un lado para otro entre los biombos que se apreciaban al fondo de la imagen, dando órdenes frenéticas sobre el vino:

—Y traédmelo antes a mí —se le oyó decir con una voz muy penetrante—. ¡Me moriría de vergüenza si alguien le diese al Siervo de los Líderes un vino que se haya dejado respirar como es debido!

Líder Uno rió al oírlo:

—¡Qué personaje tan fantástico! —exclamó Uno.

—¡Me encuentro perfectamente bien! —le espetó Líder Dos al Siervo en primer plano de la imagen—. Sólo necesito descansar un poco —concluyó mientras se recostaba en el asiento. Parecía exhausto.

Al poco, un Controlador Adjunto apareció con una curiosa bandeja de madera taraceada con oro en la que llevaba dos copas que sin lugar a dudas eran de oro macizo. Otro trajo una mesa chapada en oro, y un Administrador Consular los siguió tímidamente con otra bandeja cargada de platitos enjoyados en los que había pasteles. Por último apareció el propio Controlador de Yurov con una jarra de oro labrado, la cual empleó para llenar las dos copas con un generoso vino tinto. A continuación se quedó allí de pie sosteniendo la jarra, expectante como quien aguarda la respuesta a sus plegarias. El Siervo le dio las gracias con cordialidad y tomó un sorbo de vino, mientras Líder Dos se lanzaba encantado a por los pasteles.

Cuando probó el vino el Siervo alzó su ceja, que se movió como un ave al aletear:

—¡Este vino es fantástico! —dijo con una sonrisa.

Esta vez, la carnosa boca del Controlador formó una sonrisa tan cálida como la del Siervo, aunque no tan encantadora. Dejó la jarra y se marchó visiblemente halagado.

—Sin duda sabe cómo sacarle partido a esa sonrisa de calavera que tiene —comentó Líder Tres—. ¿Era en eso en lo que nos teníamos que fijar?

—No. Espera —dijo Cinco.

Líder Dos apuró su copa, comió más pasteles, se sirvió más vino, se recostó dejando escapar un suspiro de satisfacción y volvió a sacar la hoja de datos de su bolsillo.

—Menudo idiota —murmuró Líder Cuatro.

—Como bien sabes, existe otro peligro en este asunto del Bannus —le dijo Líder Dos al Siervo—. Habrás estudiado que utilizamos la Tierra como colonia penal antes de descubrir lo abundante que era el sílex en ella…

—¡En una oficina de sector no, imbécil! —dijeron los Líderes Tres y Cuatro al unísono.

A pesar de todo, la imagen de Líder Dos siguió hablando:

—El caso es que no sólo enviamos allí a quienes ponían trabas a la Organización, también fueron exiliados algunos Líderes rebeldes.

El Siervo dejó de admirar el diseño de la copa y le miró:

—¿Deseáis que conozca este dato? —preguntó el Siervo.

—¡No, no! ¡Dos, cállate de una vez, estúpido! —exclamó Cuatro.

—Sí —sentenció Líder Dos—. Puede ser un factor importante. Puede que llegue a ordenarte que te encargues de algunas de esas personas.

—Ya basta, no sigas —dijo Líder Tres.

—Claro que… —dijo el Siervo frunciendo el ceño— después de tanto tiempo, y sin tratamientos antiedad, ¿no deberían estar muertos esos Líderes rebeldes?

—No le respondas… —murmuró Cuatro.

—La verdad es que se nos presenta dos problemas en ese sentido —dijo Líder Dos—. A los Líderes exiliados en la Tierra se les impuso una prohibición tan severa como… como tu entrenamiento, supongo. Se les prohibió abandonar la Tierra y alzarse contra los verdaderos Líderes, que somos nosotros, claro. Uno de los métodos más comunes a los que recurrieron para eludir la prohibición fue tener hijos. Su progenie tenía la sangre de los Líderes, con los poderes y todo lo demás, y no estaba sujeta a la prohibición, lo que les permitía rebelarse en nombre de ellos. Así que enviamos al Siervo, bueno, de hecho a varios Siervos, para que se encargasen de los niños. Pero se les escaparon algunos.

—¿Se les escaparon? —El Siervo se había quedado lívido. Su rostro brillaba como una calavera en contraste con el asiento de color carmesí—. ¿Fracasaron?

Líder Dos estaba demasiado absorto en sus propias preocupaciones como para importarle el estado anímico del Siervo.

—Sí —respondió Líder Dos—. El entrenamiento no era tan bueno en aquellos tiempos. Una de las cosas que me preocupan es que por la Tierra hay gente con sangre de los Líderes con toda seguridad. La situación ya sería bastante mala si alguno se hubiese acercado al Bannus, y podemos suponer que el empleado de mantenimiento es uno de ellos, pero lo que más me preocupa son los propios Líderes rebeldes. Me consta que al menos uno no fue ejecutado por los Siervos.

El Siervo se estremeció. Los Líderes apreciaron que miraba a su alrededor como esperando que alguien se aproximase y les interrumpiese. Pero no había nadie cerca, todo el mundo mantenía una distancia respetuosa.

—Un vino excepcional, ¿verdad? —dijo el Siervo.

Líder Dos no se percató de aquel comentario. Tenía el rostro surcado de arrugas de preocupación.

—Los dos Siervos que teníamos entonces dieron lo mejor de sí —prosiguió Dos—. Se vieron superados, pero consiguieron encerrar bajo sueño estat en algún lugar de la Tierra a uno de los rebeldes… puede que a más, ojalá me acordase.

—Ya es algo —murmuró el Siervo.

—Sí, pero no sé dónde —dijo Líder Dos—. Y aquí no lo pone —agitó la hoja de datos irritado—. Tenía que haberme informado antes de partir. Me he olvidado.

—Pero ya se han encargado de él… o ellos —dijo el Siervo, que más bien parecía intentar consolarse a sí mismo que a Líder Dos.

—¡En absoluto! —dijo Líder Dos alzando la voz—. ¿Es que no lo entiendes? Si alguno de ellos estuviese lo suficientemente cerca para que el campo del Bannus le alcanzase, el propio Bannus lo despertaría del sueño estat. ¡Tiemblo sólo de pensar en lo que podría ocurrir entonces!

—Pobre Dos —musitó Líder Uno—. No deberías haber dicho eso.

El Siervo cambió de postura incómodo en el asiento. Su serenidad habitual le había abandonado, y se estaba poniendo malo. Finalmente, con clara intención de detener a Líder Dos, reunió una buena cantidad de valor y dijo:

—Señor, estoy seguro de que no deberíais decirme ciertas cosas que ni siquiera constan en la hoja de datos.

—Eso lo decidiré yo mismo —dijo Líder Dos con mezquindad—. Hay otras cuestiones sobre el Bannus que…

—¿No creéis que estas copas están espléndidamente talladas? —le interrumpió el Siervo con un punto de desesperación. Le brillaba la cara por la transpiración, y estaba más pálido que nunca.

—Son más bien vulgares —comentó Líder Dos—. Lo que creo es que los jefes de los sectores exteriores utilizan su cargo sólo para sacar dinero. Como iba diciendo, el Bannus…

Para alivio del Siervo, el Controlador de Yurov volvió a toda prisa, bamboleando los michelines y con la cara salpicada de sudor.

—¡Ya está preparado el salto! —dijo el Controlador—. ¡Y lo hemos hecho en un tiempo récord! Si vuestro criado y vos fueseis tan amables de seguirme, Excelencia…

El Siervo se alzó del asiento como si fuera a lanzarse a la carrera; Líder Dos le siguió arrastrando los pies, y ambos desaparecieron a través de un nuevo portal.

*2*

La imagen volvió a aparecer sobre la mesa y pudo verse la oficina del Sector de Albión.

—¡Qué horror de decoración! —dijo Líder Tres—. Es de un gusto espantoso, muy provinciano.

—Es que están en provincias —añadió Cinco.

—¡Sí que se nota! —dijo Cuatro—. Esta oficina parece un filete de ternera a la mostaza.

—Creía que era tu plato favorito, Cuatro —musitó Líder Uno.

La oficina de Albión estaba decorada con un panelado bastante basto de madera amarilla brillante y con detalles de color rosa carne o amarillo limón. Todo el mobiliario de la oficina (y es que aquel lugar se parecía mucho más a una oficina que cualquiera de los anteriores) lucía los mismos colores rosa y amarillo. El efecto resultaba aún más estridente por el contraste que hacía con los uniformes oficiales de color verde esmeralda del Controlador Adjunto y sus ayudantes, que se acercaron para recibir a los dos viajeros.

—¿Cómo puede ser que sólo dos controladores hayan tenido tiempo para ponerse el traje de gala? —se preguntó Líder Cuatro.

—Éste lo lleva puesto todo el tiempo… es posible que hasta duerma con él —respondió Cinco.

A pesar de todo, el uniforme verde parecía recién planchado, y sus pliegues fluyeron con gracilidad cuando el grupo de empleados hizo al unísono una reverencia bien ensayada.

—Mi nombre es Giraldus, Excelencia —le dijo el Controlador Adjunto al Siervo—. Me he visto obligado a tomar el mando, dada la desafortunada ausencia del Controlador Borasus. No obstante, podréis comprobar que Albión está preparada para recibiros a pesar de esta desgraciada contingencia.

—¿Aún no hay noticias del Controlador Borasus? —preguntó el Siervo.

El Controlador Adjunto Giraldus negó con la cabeza, y aunque puso cara de pena se notaba que no estaba nada apenado.

—Siento tener que comunicaros que no sabemos nada de él desde que cruzó el portal a la Tierra. No llegó a coger su vuelo en Londres, ni tampoco hizo acto de presencia en la conferencia que daba en los Estados Unidos. Pero aquí está todo bajo control, tenemos…

—A los Líderes les gustará saberlo —le interrumpió el Siervo educadamente. Las comisuras de los labios de Giraldus se curvaron para formar una sonrisilla petulante, pero el Siervo no sonrió y prosiguió—. Ahora es más importante que lleguemos a la Tierra en seguida.

—¡Y así será! —dijo Giraldus presuntuosamente. Dio media vuelta haciendo ondear sus ropajes y encabezó la marcha a través de la sala rosa y amarilla. A medida que la imagen seguía a Líder Dos, los Líderes espectadores pudieron comprobar que aquel lugar estaba lleno de oficinistas pulcramente ataviados con el uniforme de la Organización de los Líderes que se esforzaban por parecer eficientes y ocupados. Varios cientos de pares de ojos seguían al Siervo y a Líder Dos con curiosidad y sobrecogimiento.

—Debe de haber convocado a toda la plantilla del Sector de Albión —comentó Líder Cinco—. Y si no es así, es que esa oficina tiene demasiado personal.

—Tenía la corazonada de que los Líderes enviarían a su Siervo —dijo Giraldus mientras se acercaba a la nacarada silueta gris de un portal local—. Cuando envié mi informe también me tomé la libertad de solicitar informes horarios al Sector de Iony. Debo admitir que resultó caro, pero ahora se demuestra que ha merecido la pena, ya que supimos de vuestra llegada con un margen muy amplio, Excelencia. También he decidido obviar nuestra oficina central en la Tierra, los de Runcorn han demostrado que no saben lo que hacen y esto es demasiado importante como para dejarlo en manos de los ineptos locales. He calibrado el portal directamente a Londres, como hizo nuestro por desgracia desaparecido Controlador, y lo he dispuesto todo para que un coche os espere y os lleve directamente al complejo bibliotecario.

—Muy eficiente —dijo el Siervo—. ¿Dispone de documentación y dinero terrestre o debo solicitarlos en Runcorn?

—¡Líbreme el Equilibrio, no! Es mejor mantener a Runcorn estrictamente al margen —insistió Giraldus mientras los conducía hacia una mesita de color carne sobre la que había una serie de carpetas planas de cuero—. Hemos preparado material para un gran número de personas. No sabíamos cuántos colaboradores traeríais, Excelencia. —Tomó la carpeta de cuero más grande y se la ofreció al Siervo con una reverencia.

El Siervo, pensativo, le dio la vuelta al portafolios y lo abrió. Dentro había un grueso fajo de billetes y una cierta cantidad de tarjetas que sobresalían de los bolsillitos de la carpeta. Sacó una de ellas con sus largos y hábiles dedos, la examinó y se quedó totalmente perplejo.

—Esto —dijo encarando su cadavérico rostro hacia Giraldus— es una tarjeta de crédito a mi nombre… a mi nombre real.

—Efectivamente —respondió Giraldus con suficiencia, al tiempo que le entregaba a Líder Dos una carpeta al azar—. Deseaba que todo fuese completamente correcto y exacto. Y ahora, si me disculpáis un momento, debo abrir el portal.

—Los nombres de los Siervos —dijo Líder Tres— son uno de los secretos de la Casa del Equilibrio.

—Sólo por motivos psicológicos —apuntó Líder Uno.

—Tanto da —respondió Líder Tres—. Ese tal Giraldus se ha valido de su autoridad de emergencia para husmear.

—Quiere impresionar a Mordion con su eficiencia —dijo Líder Cuatro—. Aspira a ascender a Controlador.

Fue un alivio para ellos comprobar que, en cuanto Giraldus se dio la vuelta para abrir el portal, Líder Dos le hizo al Siervo la Señal, a la cual añadió un gesto de demora que le indicaba al Siervo que tendría que ejecutar a Giraldus a la vuelta. El Siervo respondió asintiendo con gran sutileza.

—Me alegra ver que Dos no ha perdido la cabeza del todo —dijo Líder Tres.

Cuando se abrió el portal, Giraldus se dio la vuelta e hizo una última reverencia.

—Os deseo un viaje seguro y fructífero —exclamó con alegría—. Y, como dicen en la Tierra… ¡Auf Wiedersehen!

—Gracias —dijo el Siervo con gravedad—. Nos veremos cuando volvamos de la Tierra. —Y siguió a Líder Dos hacia el portal.

La mesa emitió un destello blanco mientras los dos viajeros se encontraban en tránsito, y Líder Cuatro exclamó:

—¡El Siervo parecía sentir lástima de él! ¿Está perdiendo facultades o qué?

Líder Uno esbozó la más leve de las sonrisas:

—No, siempre pone esa cara cuando recibe la Señal. ¿Creías que disfruta con su trabajo?

—Bueno… —Líder Cuatro, con el desconcierto reflejado en su hermoso rostro, reflexionó sobre ello—. Yo sí que disfrutaría. Siempre he envidiado a los Siervos.

—Dudo que les envidiases si supieses… —dijo Líder Uno.

En ese momento la mesa volvió a parpadear y los dos viajeros emergieron de la oscuridad. En aquella parte de la Tierra era de noche y llovía, y los monitores intensificaron la luz para que los espectadores pudieran ver a los dos personajes y los altos edificios que los rodeaban. Dos se quejó y se arrebujó en la bufanda, y el Siervo se subió el cuello del abrigo beige mientras miraba a un lado y a otro en busca del vehículo que se suponía que iba a recogerlos. Un coche cuyos faros proyectaban brillantes haces de luz amarilla que la lluvia atravesaba se deslizó hasta allí y se detuvo junto a ellos.

—No me haría ni pizca de gracia tener que subirme a esa… —dijo Líder Cuatro entre dientes— esa tortuga metálica.

Un hombre fuerte y vestido con una elegante gabardina clara bajó del vehículo y se puso frente a los faros.

—¿El Siervo de los Líderes? —preguntó con enfado y brusquedad.

Líder Cinco detuvo el cubo un segundo para activar un traductor. Líder Cuatro estiró sus musculosos brazos y bostezó.

—¿Tenemos que seguir viendo esto, Cinco? —preguntó Cuatro.

—Algunas cosas resultan ser diferentes a lo que se podía esperar —afirmó Cinco.

—Ten a bien guiarnos, Cinco —dijo Líder Uno con placidez.

La imagen volvió a ponerse en movimiento. El Siervo y Dos avanzaron hacia la luz de los faros para reunirse con terrícola, que no pudo evitar que el asombro se reflejase en su saludable rostro. Los monitores captaron su comentario subvocalizado, aunque seguramente pretendía que nadie escuchase:

—¡Por Dios! ¿De dónde habrán sacado esa ropa? ¿Del Ejército de Salvación?

Pero el Siervo lo oyó, y es que su oído era tan fino como el mejor de los monitores. Una sonrisa amplia y divertida iluminó su rostro. Como muchos otros antes que él, el terrícola observó aquella sonrisa con inseguridad.

—Un placer conocerle —dijo el terrícola con el mismo tono de enfado—. Soy John Bedford, Director del Área de la Tierra. —Y dicho esto le tendió su ancha mano.

El Siervo le dio la suya. Debía ser un ritual terrestre, obviamente.

—El placer es mío, caballero. No sabíamos que el Director de Área fuese a presentarse aquí en persona.

—¡Claro que no! —dijo John Bedford con enérgica dureza—. He superado todos los límites de velocidad para llegar hasta aquí desde Runcorn. ¡Que iba a dejar que Albión me dejase al margen! Esa máquina prohibida la ha encendido mi empleado en mi territorio, y es mi responsabilidad solucionarlo. Puede que la Tierra sea un agujero remoto en los límites de la galaxia, ¡pero tenemos nuestro orgullo!

—¿Es que los responsables de la Organización en la Tierra no saben hasta qué punto dependemos de su sílex? —preguntó Líder Cuatro con cierta sorpresa.

—Cuatro, va siendo hora de que empieces a fijarte en algo más aparte de ti mismo —le dijo Líder Cinco—. ¡Por supuesto que no tienen ni idea!

—Si lo supiesen —explicó Líder Tres— subirían los precios, nuestros beneficios se reducirían hasta desaparecer y luego tendríamos que eliminarles. Así que les contamos que el sílex se usa como gravilla para carreteras, mantenemos a los terráqueos ocupados peleando entre ellos, y todos contentos.

—Ya puedes volver a dormirte, Cuatro —dijo Líder Cinco.

Mientras los Líderes hablaban, el Siervo le había dicho al Director de Área algo que había calmado su enfado. En aquel momento John Bedford abrió una de las puertas traseras del coche y dijo con bastante alegría:

—No, de verdad que no es problema, me gusta conducir de noche cuando las carreteras están vacías. Entrad y poneos cómodos. Quiero atravesar Londres antes de que empiece el tráfico de primera hora de la mañana.

Líder Dos entró por la puerta, y el monitor cambió de plano para mostrar el interior del coche y sus asientos forrados de una sustancia gris aterciopelada. Cuando se cerraron las puertas los monitores volvieron a incrementar la intensidad luminosa. John Bedford se había sentado al volante, y miró hacia atrás para decirles a sus pasajeros que se pusiesen el cinturón de seguridad. El Siervo ayudó a Líder Dos y luego se abrochó el suyo. Las cifras y los símbolos que circulaban por la imagen revelaron que Líder Dos se quedó dormido casi al instante, incluso antes de que el coche comenzase a moverse. En cuanto se pusieron en marcha Líder Tres tuvo que mirar hacia otro lado, la sensación de moverse sin moverse en realidad que sentía al mirar a la mesa era suficiente para marear a cualquiera.

—He estado haciendo averiguaciones sobre ese trabajador de la biblioteca —dijo John Bedford con su habitual brusquedad, mirando hacia atrás mientras conducía—. ¿Os interesa el tema?

—Claro que sí —el Siervo se inclinó hacia adelante, peleándose con el cinturón de seguridad, para quedar sentado en una postura de cazador acechante—. Todo lo que me puedas contar me será muy útil.

—Su nombre real es Henry Stott —dijo John Bedford—. Dio el nombre de Harrison Scudamore cuando se unió a nosotros, y ésa fue sólo la primera de sus mentiras. Lo más importante que se ha descubierto es que es un mentiroso consumado.

—Vaya —dijo el Siervo.

—Sí, vaya —respondió John Bedford—. No hace falta que me recuerdes que metimos la pata. He venido en persona precisamente para decirte que estoy preparado para cargar con las consecuencias. Stott mintió sobre su nombre y sobre su familia. En la Tierra aplicamos una norma a rajatabla, y es que cualquiera que se una a Leader Hexwood no debe tener familiares, así no podrán hacerle preguntas comprometedoras. Incluso insistimos en que nuestra gente no se case hasta haber demostrado que saben guardar un secreto. Yo tengo esposa e hijos ahora, pero tuve que esperar diez años y no pude decirle a Fran ni una palabra sobre el por qué de la demora.

—¿Es necesario todo eso? —preguntó el Siervo.

—Lo es —respondió John Bedford—. Los cuadros superiores llegan a tener que viajar hasta Yurov, y aún más lejos, pero el resto de los habitantes de la Tierra apenas han comenzado a familiarizarse con conceptos como el de las naves espaciales. Sabemos que este mundo aún no está preparado para unirse a la comunidad galáctica, así que lo mantenemos en la ignorancia. No le haría ningún bien a nadie que descubriesen que en realidad comerciamos con otros mundos —se echó a reír—. De hecho, en los tiempos en que utilizábamos transportes antigravitatorios, la gente los veía constantemente y pensaba que eran platillos volantes llenos de marcianos. Tuvimos que trabajar muy duro para desacreditar esos rumores. Para nosotros es un gran alivio contar con los portales comerciales que hay ahora.

El Siervo reflexionó, y los monitores le captaron de lado. Mostraban una ceja arqueada sobre un ojo brillante y profundo, lo que le daba la apariencia de un búho al acecho.

—Sigue hablando de Stott —dijo el Siervo tras un momento.

—Mintió —prosiguió John Bedford—. Dijo que era huérfano, pero resulta que sus dos padres están vivos. El padre cría palomas. También mintió sobre su edad, dijo que tenía veintiuno y sólo tiene dieciocho. Afirmó haber ocupado un puesto de trabajo anteriormente en una empresa de electrónica, y ésa fue otra de sus mentiras, ya que ha estado en el paro desde que dejó los estudios. Es más, ha comparecido ante los tribunales por robar en la tienda en la que decía haber trabajado. Las referencias, el certificado de enseñanza secundaria, la partida de nacimiento que entregó, todo eran falsificaciones, y creemos que las hizo él mismo. Debía estar desesperado por conseguir un trabajo. No debimos haberle contratado bajo ningún concepto.

—¿No tenéis personal de recursos humanos que pueda verificar si esa información es cierta? —preguntó el Siervo.

—Se supone que lo tenemos —dijo John Bedford disgustado—. Y no te quepa duda de que me planté en la Oficina de Contratación en menos que canta un gallo. De hecho, largué a la mitad de ellos a Mantenimiento. Todos juran y perjuran que Stott dio los mismos resultados en todas las pruebas que le hicieron. Al parecer, ese crío descarado ha ido abriéndose camino a base de faroles.

—¿Y no es eso lo que se podía esperar que dijesen? —preguntó el Siervo, provocando la carcajada de John Bedford con su pregunta.

—¡Claro, para salvar el pellejo! Ése es el problema. El caso es que alguien de Contratación tuvo sus dudas y a Stott sólo se le dio el nivel de información más bajo y se le envió a Granja Hexwood… aunque parezca increíble, se supone que es un sitio en el que nadie puede causar mal alguno. Ojalá hubiese sabido que allí se almacenaba maquinaria peligrosa. Pero no había ninguna referencia sobre esa cuestión, ni siquiera en los expedientes de máxima confidencialidad, lo averigüé cuando Albión empezó a hacer preguntas.

—Muy pocos lo sabían. La oficina de Albión tampoco estaba informada —dijo el Siervo—. Así pues, tenemos un empleado de mantenimiento que además es un mentiroso consumado, un ladrón y un falsificador. ¿Cuáles son sus hobbies? ¿Se dedica a las palomas como su padre?

—No, Stott y su padre se odian, dudo mucho que coincidan en nada —respondió John Bedford—. Me dejé caer por casa de sus padres, y el papá también es canela fina… Al principio creyó que yo era de la policía y estaba muerto de miedo, señal de que tampoco es trigo limpio. Cuando vio que no era un poli se metió en el papel de padre ofendido y me dijo que se había lavado las manos con respecto a su hijo hacía dos años. Fue una escena bastante embarazosa, con la mamá de fondo sollozando y diciendo que su Henry siempre había sido un incomprendido. Pero fue la propia madre quien salió con algo auténticamente digno de mención: entre lágrimas, dijo que su Henry era un genio con los ordenadores. Y esto sí que es cierto. Runcorn me lo confirmó, pero sólo cuando volví para preguntárselo. Parece ser que consiguió ganar a todos los juegos de ordenador del curso introductorio, y luego comenzó a enseñar a los demás alumnos cómo hackear el ordenador de mi oficina. Han rodado unas cuantas cabezas por eso.

—Así que Stott tenía las habilidades necesarias para poner en marcha el Bannus —concluyó el Siervo. Su perfil seguía siendo igual, el de un búho triste e inmóvil en la oscuridad, como cuando se despidió de Giraldus. Sabía que tendría que ejecutar a Stott—. Parece que le gustaba hacer realidad sus sueños —afirmó con tono reflexivo.

—Como a la mayoría de los delincuentes —apuntó John Bedford—. Claro que le pasa lo mismo a muchos que no delinquen. ¿Acaso uno no hace realidad sus sueños cuando consigue lo que ambiciona? Simplemente, los delincuentes lo hacen por el camino fácil.

El Siervo y Bedford siguieron hablando sobre los criminales y la mente criminal. Parecía que se llevaban bien. Líder Tres cambió de postura con un bostezo, y Líder Cuatro se estiró y se rascó la cabeza. Líder Uno se echó a dormir tan plácidamente como Líder Dos en la imagen de la mesa. El coche avanzaba por la verde campiña y se veía cómo aumentaba la intensidad de la luz del día. Líder Cinco era el único que observaba y escuchaba con atención, con su rubia cabeza inclinada en un gesto de sarcasmo y sin apenas parpadear con sus ojos de color verde pálido.

—Ya casi han llegado —dijo Cinco al fin.

Líder uno se despertó con tanta suavidad que nadie diría que se había quedado dormido. Tres y Cuatro volvieron a centrar su atención en la mesa. Para entonces la imagen ya era bastante luminosa. Las casas iban pasando despacio al otro lado de la ventanilla, y a éste se veía el rostro adormilado de Líder Dos. Los cuatro Líderes observaron con atención cómo el coche se detenía y los tres hombres salían bajo el sol de la mañana y echaban a andar despacio por una calle vacía hasta un viejo portalón de madera.

*3*

—Y esto es lo que hay —dijo Líder Cinco—. Parece que algo haya cortocircuitado los monitores de Dos cuando se aproximó a esa puerta. Haría falta un campo inusualmente potente para conseguirlo.

—¿Crees entonces que el Bannus está activo? —preguntó Líder Tres.

—Creo que algo está activo, y que podría ser el Bannus —respondió Cinco con cautela.

—Cualquier otro hubiera dicho que sí —afirmó Cuatro—. El Siervo puede ocuparse de casi todo, salvo de un Bannus. Al fin y al cabo, para eso se lo llevó consigo Dos.

—Dos debería haber sido capaz de controlar el Bannus —dijo Cinco irritado—. Para eso me molesté en cubrirle de equipamiento de pies a cabeza.

—Sí, pero ni todo el equipamiento de la Organización podría ayudar a alguien que no tiene suficiente fuerza de voluntad —objetó Líder Tres—. Y hemos comprobado que Dos no la tiene. ¡Mira que ir a llorarle así al Siervo!

—Siempre pensé que era un blando —dijo Líder Cuatro—. En fin.

Se produjo un breve silencio mientras los tres Líderes más jóvenes reflexionaban sobre Líder Dos. Ninguno de ellos se tomó la molestia de mostrarse un poco apesadumbrado por él… ni siquiera lo poco que Giraldus fingió estarlo por el Controlador Borasus. Finalmente, Cinco dejó escapar una risa y extrajo el cubo de la ranura de la silla. La mesa cristalina reflejó las arrugas de preocupación que había en el rostro de Líder Cuatro.

—¿Y no podría el Siervo controlar el Bannus? —preguntó Cuatro—. Fuerza de voluntad no le falta. De hecho, este Siervo en concreto nunca ha parecido demasiado humano en ese aspecto.

—Olvidas —le dijo Líder Tres— que el entrenamiento ha bloqueado su voluntad precisamente en esas áreas que…

En ese momento Líder Uno decidió interrumpir de forma tranquila pero decidida:

—Me temo que no. Cuatro ha puesto el dedo en la llaga. Espero con toda mi alma que no sea así, pero no cuento con ello. —Todos le observaron, y él les miró con un brillo benévolo en los ojos—. Corremos un peligro considerable —prosiguió sin más— aunque no me cabe duda de que sobreviviremos, como siempre. Todos conocéis la naturaleza del Bannus, ¿no? Bien, ahora tened en cuenta que Líder Dos no sólo ha debatido la cuestión muy abiertamente con Mordion Agenos, sino que además, por lo que hemos podido ver, no se ha acordado de ordenarle que olvidase todo. —Volvió sus ancianos ojos con picardía hacia Líder Cinco—. Porque Dos se ha olvidado, ¿verdad?

—Aparte de la Señal —dijo Líder Cinco, con el ceño fruncido y mostrándose cauteloso— las únicas ordenes que le ha dado a lo largo de la secuencia del cubo han sido primero la de reflexionar sobre el Bannus y luego la de leer sobre él en la hoja de datos clasificada. ¿A dónde quieres llegar, Uno?

—Está claro —respondió Líder Uno— que hasta cierto punto depende de las estúpidas ficciones en que ese empleado haya puesto a trabajar al Bannus. Dado que ahora sabemos que ese hombre es un mentiroso, no sé si creerme lo que decía la carta. Qué era… ¿hacer equipos de balonmano? Aunque fuese verdad, se me ocurre una docena de métodos que el Bannus podría utilizar para superar los bloqueos de la mente del Siervo. Y los probará todos, porque, aunque siento tener que decíroslo, nuestro Siervo es un Líder de pura raza.

—¿¡Qué!? —exclamaron los otros tres.

—¿Por qué no nos lo habías dicho? ¿Por qué siempre tramas a nuestras espaldas? —clamó Líder Tres.

—¡Nos aseguraste que no quedaba ningún otro Líder aparte de ti! —bramó Líder Cuatro al mismo tiempo.

—¿Y eso lo sabe el Siervo? —exigió saber Líder Cinco, elevando su cortante voz sobre las de los otros dos.

—Un poco de calma, por favor —pidió Líder Uno mientras jugueteaba con su canoso bigote, casi se diría que inquieto. Dirigió la mirada más de una vez hacia las dos estatuas guardianas de la entrada, que mostraban indicios de estar inusualmente alteradas, sacudiéndose, retorciéndose y debatiéndose sobre sus pilares—. No, Cinco —prosiguió— el Siervo no tiene ni idea, ¡faltaría más! Y yo sólo soy medio Líder, Cuatro. Y por cierto, Tres, no os dije nada porque cuando surgió la cuestión llevabais poco tiempo siendo Líderes y era algo que os sobrepasaba. Ocurrió cuando exilié al último de los que en su día fueron mis compañeros Líderes. Me quedé con algunos de sus hijos y los crié para que se convirtiesen en nuestros Siervos. La idea me sedujo desde un principio, y tenéis que admitir que ha sido muy práctico tener a nuestra entera disposición a alguien con los poderes de los Líderes. Pero siempre llega un momento en que tenemos que ejecutarlos. —Hizo un gesto hacia las agitadas estatuas de la puerta—. O darles otros usos.

Cinco hizo girar su silla y miró las estatuas con atención.

—Disculpadme un minuto —dijo Cinco, para a continuación levantarse y avanzar a zancadas hacia la entrada. Los movimientos de las estatuas se volvieron casi frenéticos a medida que se aproximaba. Cinco las observó durante un momento, evaluándolas con frialdad, y con un destello y un golpe sordo puso fin a la semivida de aquellas cosas—. Lo siento mucho —dijo mientras volvía a la mesa.

Líder Uno se despidió de las estatuas con un alegre gesto de la mano cuando éstas cayeron de sus pedestales.

—Después de esto ya no nos iban a servir —comentó Uno—. Podemos poner a Mordion en su lugar en cuanto alguien lo traiga de vuelta. Y en lo que respecta al pobre Dos… bueno, está claro que uno de nosotros va a tener que ir a la Tierra —concluyó mientras sus ojos, al igual que los de Tres y Cinco, se volvían hacia Líder Cuatro.

Cuatro era consciente de que apenas estaba por encima de Dos en la jerarquía real de los Líderes, y sabía que era importante que uno de ellos fuese a la Tierra. Procuró aceptarlo con deportividad:

—Entonces me encargo del Bannus, ¿no? —dijo intentando sonar lo más voluntarioso y competente posible.

—Si no lo consigues —sentenció Líder Uno— dejarás de ser un Líder. Por cierto, como ya no podemos seguir confiando en el Siervo, será mejor que ejecutes a Dos en cuanto le veas…

—¿Pero quién va a gestionar nuestras finanzas si ejecutamos a Dos? —protestó Líder Tres—. Uno, no olvides que nos hemos convertido en un enorme grupo comercial.

—No lo he olvidado —dijo Líder Uno con su tono más neutro—. Todos habéis podido comprobar que Dos ha dejado de ser útil. El joven Ilirion de la Casa del Interés está demostrando ser mucho mejor de lo que fue Dos en su día, y podemos nombrarle Líder Dos en cuanto vuelva Cuatro. Eso sí, Cuatro, quiero que tu prioridad, por encima de detener el Bannus y ejecutar a Dos, sea meter a Mordion Agenos en estat por cualquier medio a tu alcance. Tráelo de vuelta, y hazlo pronto. Si descubre lo suficiente sobre el Bannus puede regresar aquí y aniquilarnos a todos en cosa de una semana.

—Sí —dijo Cuatro, voluntarioso pero confuso—. ¿Pero por qué meterle en estat? Sería mucho más fácil matarle.

—Aún no ha engendrado descendencia —explicó Líder Uno— y tengo a dos chicas estupendas listas para comenzar el proceso de cría. Lo más inconveniente de todo este asunto es que está poniendo en peligro a nuestros futuros Siervos.

—Muy bien —Líder Cuatro se levantó y se fue con paso vivo—. Voy para allá —dijo al pasar junto a las estatuas muertas.

—¡Qué bien se lo ha tomado! —exclamó Líder Tres al verle marcharse—. ¿Será que mi hermanito está aprendiendo a ser responsable después de tantos siglos?

Cinco rió con cinismo y concluyó:

—¿Y no será que ofrecen bailarinas en Iony?

*4*

Líder Cuatro no se molestó en bajar al sótano para elegir ropa terrestre. No le gustaba nada aquella chica, esa tal Vierran. En vez de bajar envió un robot con órdenes mientras él se hacía un curso de idiomas de la Tierra. El robot acabó volviendo con un paquete cuidadosamente envuelto.

—Desenvuélvelo —ordenó Líder Cuatro. Todavía llevaba puesto el casco de idiomas, y permanecía tumbado en un diván mientras otros robots le ponían el cuerpo a punto. El robot obedeció y se marchó. Cuando acabó con los tratamientos y con el casco, atravesó la suite desnudo y radiante. Encontró dispuestos sobre una mesa nacarada un par de bombachos de tartán rojo y un abrigo también rojo. Vierran pretendía que además llevase botines verdes, calcetines naranja y una camisa blanca con chorreras. Líder Cuatro jugueteó con sus rizos mientras miraba aquellas cosas:

—Hmmmmm… —Suponía que le gustaba tan poco a esa tal Vierran como ella a él—. Mejor me aseguro.

Así que, mientras otro robot le ajustaba la camiseta que contenía sus monitores y el resto de los artefactos miniaturizados que hacían de él todo un Líder, Cuatro solicitó imágenes de una escena de la calle en la Tierra. Le llevó un rato. El ordenador tuvo que ponerse en contacto con una archivista humana, y tras una búsqueda frenética ésta sólo consiguió encontrar una filmación de una multitud que salía de un partido de fútbol en 1948. Líder Cuatro vio pasar a cientos de hombres con cientos de impermeables largos y anodinos y cientos de gorras planas.

—¡Ya le enseñaré a esa niña a dejarme en ridículo! —exclamó. Le dieron ganas de bajar al sótano y matar a Vierran lentamente, con sus propias manos. Y lo habría hecho si no fuese porque Vierran, al igual que todos los que trabajaban en la Casa del Equilibrio, pertenecía a una importante familia de Mundonatal. La Casa del Equilibrio lo hacía como una forma de controlar al resto de las grandes Casas mercantiles de Mundonatal. Se les permitía comerciar mientras no intentasen competir con la Organización de los Líderes, y para asegurarse de que tenían claro cuál era su lugar los Líderes exigían que al menos un miembro de cada Casa entrase al servicio de la Casa del Equilibrio. La Casa de la Garantía, a la que pertenecía Vierran, era de las que podía ponerle las cosas muy difíciles a Líder Cuatro, y bien seguro que lo haría llegado el caso. Claro que ni siquiera la propia Casa de la Garantía podría quejarse si a Vierran le ocurriese un desafortunado accidente. ¿Qué pasaría si sufriese una caída fatal mientras montaba ese caballo al que tanto quería?

Era una buena idea, y tenía la ventaja añadida de que después Líder Cuatro podría acercarse a aquella prima tan hermosa que Vierran protegía de él. Cuatro se prometió a sí mismo que prepararía ese accidente en cuanto volviese de la Tierra. Mientras tanto, se vistió con el traje metálico completo que solía llevar cuando cazaba y luego se puso una capa larga de color verde porque le quedaba bien. Ya podía pontificar Líder Tres sobre la necesidad de mantener el secreto… ¡que le mirasen los terrestres! Líder Cuatro seguía sin entender por qué había que mantener la Tierra en la ignorancia. Al fin y al cabo la Tierra les pertenecía, ya iba siendo hora de que los terrícolas conociesen a sus amos.

Ataviado de verde y plata se dirigió al portal y comenzó su viaje. Tardó bastante más de lo que les llevó a Líder Dos y el Siervo, ya que se detuvo en cada sector para disfrutar de la agitación que iba causando. Cuando llegó a Iony apagó sus monitores y aceptó la oferta del Gobernador de las bailarinas, que por cierto eran muy buenas. De hecho eran tan buenas que se olvidó de volver a conectar los monitores cuando siguió su camino. Sin poder quitarse las bailarinas de la cabeza llegó por fin al sector de Albión, donde el Controlador Adjunto Giraldus le recibió con todo respeto y ninguna sorpresa:

—Excelencia, me temo que hay malas noticias de la Tierra. Runcorn es un caos, al parecer han perdido a su Director de Área. Al saber que veníais en persona, Excelencia, conjeturé que desearíais llegar allí con toda la celeridad posible para rescatar a vuestro Siervo, y decidí no importunar a Runcorn solicitando un coche. Me he tomado la libertad de recalibrar el portal para dirigirlo a un punto más próximo, puedo enviaros directamente al exterior del complejo bibliotecario de Granja Hexwood.

—Muy bien —dijo Líder Cuatro con cordialidad. No le cabía duda de que aquel individuo era demasiado eficiente y de que era hora de ejecutarlo. Lo habría hecho él mismo, ya que el Siervo no estaba disponible, pero las bailarinas le habían dejado en un estado de absoluta pereza. Decidió que lo haría a la vuelta y se limitó a indicarle con un gesto que activase el portal.

Apareció en mitad de la calle, a plena luz del día. Apenas había nadie, y parecía haber llegado durante la tarde de un gélido día en el que muchas nubes blancas surcaban el cielo azul. Había viviendas alrededor, pero Líder Cuatro las ignoró tras un breve vistazo. El lugar que buscaba se encontraba claramente tras el gran portal de madera que se veía al otro lado de la calle. Gracias a su percepción aumentada por los artefactos que portaba detectó los circuitos integrados en la madera, y para su inconveniencia descubrió que empleaban un tipo de cierres anticuados para los cuales sus llaves corporales no estaban equipadas.

No había otra solución. Tomó carrerilla, se agarró a la parte superior de la puerta, saltó por encima de ella y se dejó caer ágilmente al otro lado sin mayor complicación. Un vehículo terrestre vacío bloqueaba el camino a la puerta del edificio que había más allá. El hecho de que aquel vehículo estuviera cubierto de ramitas y excrementos de pájaro le indicó que llevaba allí bastante tiempo. Hizo una mueca de disgusto al pasar junto a aquella cosa pestilente. ¡Permitir que la casa y el jardín tuviesen semejante aspecto de abandono era excederse un poco a la hora de guardar el secreto! Se inclinó ante la puerta entreabierta de la casa.

—¿Hay alguien ahí? —gritó con su voz potente y juvenil.

Nadie respondió. A juzgar por las telarañas y el polvo, aquella habitación llevaba abandonada aún más tiempo que la furgoneta de afuera. Líder Cuatro la atravesó a zancadas para pasar a una zona menos descuidada. En la siguiente habitación no había nada más que dos cámaras estat de un modelo que creía que se había dejado de fabricar hacía varios siglos. Probablemente saldría más barato endosárselas a los terrícolas que desguazarlas. Ambas estaban en funcionamiento, y una de ellas emitía un gemido senil verdaderamente irritante, tanto como para hacer que Líder Cuatro la golpease, primero en el lado de metaleación y luego, al ver que el ruido simplemente se había convertido en un zumbido, en el frontal de vidrio. Aquella cosa tenía una placa en hamítico que ponía «Dlicias matutinas» pero alguien la había medio tapado con una etiqueta que tenía escrita en letras de color púrpura del alfabeto terrestre la palabra «Desayunos». La segunda cámara estat lucía una placa similar que decía «Alimentos contundentes» en hamítico y «Comidas y cenas» en terrestre. Líder Cuatro echó un vistazo a la segunda según pasaba y se estremeció al ver que una tercera parte de la cámara estaba llena de bandejas de plasit que contenían pegotes de pienso de diferentes colores.

Al fondo del cuarto encontró unas escaleras que llevaban hacia las profundidades de la casa. Como estaban alfombradas y en buen estado de conservación, Líder Cuatro las bajó sin dudar, pero la habitación de abajo casi le hizo vomitar del asco. Se trataba de una mezcla de dormitorio y sala de estar, y quienquiera que hubiese estado viviendo en ella debía tener los hábitos de un mono. «El empleado de mantenimiento», conjeturó Líder Cuatro. El olor de la cama sin cambiar era tremendo. Cuatro avanzó con mucho cuidado entre latas de cerveza vacías, periódicos viejos, ropa tirada, mondas de naranja y colillas. Incluso tuvo que apartar de una patada una pila de bandejas estat usadas para abrirse paso hacia la moderna puerta dilatable que había en el extremo opuesto de la sala.

—¡Ah! —exclamó al atravesarla.

Había entrado en la zona de operaciones, que estaba limpia y cuidada aunque no disfrutase de la tecnología más puntera. Encontró varias máquinas para computar y recuperar información, todas de la misma época que las cámaras estat pero en mucho mejor estado. Hacia adelante y a los lados se extendían hasta perderse en la distancia infinidad de grandes cavernas oscuras en cuyas paredes se almacenaban libros, máquinas, cubos y cintas que apenas se podían distinguir. Incluso había una estantería con pergaminos en la esquina más próxima. «El Bannus debe de estar por aquí, en algún lugar», pensó Líder Cuatro. «Si pudiera dar con la forma de encender las luces de estas cavernas…».

Cuando se dio la vuelta para examinar la zona de operaciones en busca de los interruptores, una luz roja que destellaba junto a una de las unidades de visualización atrajo su atención. Líder Cuatro se tomó su tiempo para averiguar qué botón la detenía y lo pulsó.

Pero debió equivocarse, ya que la unidad se iluminó y un severo rostro de ojos rasgados le escrutó desde la pantalla:

—¡Por fin! Soy Suzuki, de Leader Hexwood Japón. Llevo dos días que quiero contactar urgente con ustedes para libro sobre Atlantis. Mi paciencia recibe su recompensa.

—Estas instalaciones se encuentran clausuradas por reparaciones de urgencia —dijo Líder Cuatro, y pulsó el botón de nuevo. Pero aquel rostro no desapareció.

—Usted no es empleado que siempre está aquí —afirmó Suzuki.

—No, he venido a encargarme del problema —respondió Líder Cuatro—. Finalice la comunicación.

—Pero tengo mensaje urgente sobre Bannus —insistió el japonés—. De Runcorn.

—¿Qué? —exclamó Líder Cuatro—. ¿Qué mensaje?

—Bannus está al final de estante de grabaciones, justo detrás de usted —dijo la imagen.

Líder Cuatro dio la vuelta expectante y vio que la caverna central refulgía con una suave y tenue luminiscencia que apenas le permitía apreciar unos pocos estantes que se perdían en la distancia. Se encaminó hacia ellos con pasos largos y rápidos.

Y durante un momento sintió un poco de vértigo.

*5*

Líder Cuatro se dio cuenta de que lo que en realidad estaba haciendo era montar a caballo entre el verdor de un gran claro del bosque.

Volvió a sentir algo de vértigo durante un momento en que pensó que se estaba volviendo loco, pero en seguida se le despejó la cabeza. A veces los tratamientos antiedad tenían unos curiosos efectos secundarios. Se sentó derecho y miró complacido a su alrededor.

Su montura era un caballo de guerra zaino, grande y fuerte, de pelo brillante y bien cuidado. Lucía bridas de cuero teñido de verde y una pieza de armadura rematada por una punta de metal que le protegía cabeza y crin. Su yelmo, de acero bruñido y adornado con una grácil pluma verde, colgaba junto a su rodilla y destacaba contra el airoso sudadero verde del alazán. Sus rodilleras también eran de acero bruñido. De hecho, al fijarse comprobó que estaba ataviado con una armadura completa de espléndidas junturas. Echado sobre el hombro izquierdo llevaba un escudo verde, con la figura heráldica de la balanza que simbolizaba el Equilibrio pintada en oro sobre campo sinople. Al cinto portaba una robusta espada que le resultaba muy satisfactoria, y con el brazo derecho sostenía una soberbia lanza pintada de verde.

«¡Esto es fantástico!». Líder Cuatro rió en alto mientras su caballo galopaba pesadamente a través del verde claro. Era primavera y el sol brillaba entre las delicadas hojas. ¿Qué más podía desear un hombre? «Bueno, tal vez un castillo y una damisela al caer la noche», supuso. Y nada más pensarlo llegó a la orilla de un lago y vio un castillo situado en una pradera al otro lado de las ondulantes aguas. Un puente de madera cruzaba el lago, pero su sección central estaba levantada y constituía el puente levadizo del castillo. Líder Cuatro hizo atronar su montura sobre los toscos maderos del puente y la detuvo cerca del borde.

—¡Ah de la plaza! —bramó, haciendo que su voz resonase sobre las aguas.

Al cabo de aproximadamente un minuto un hombre con atuendo de heraldo salió del castillo por una poterna y avanzó por la verde pradera hasta el otro extremo del puente.

—¿Quién sois y qué deseáis? —proclamó con voz potente.

—¿Quién es el señor de esta fortaleza? —respondió Líder Cuatro.

—Éste es el castillo del rey Ambitas —anunció el heraldo— y por orden de Su Majestad os hago saber que ningún hombre puede entrar en él portando armas sin antes derrotar a los Campeones del Rey en justa liza.

—¡Me parece justo! —gritó Líder Cuatro, que como cazaba a diario y se había entrenado durante años en todas las artes de la guerra no albergaba duda alguna respecto a sus propias capacidades—. Bajad el puente y llevadme ante vuestros Campeones.

No bajaron el puente de inmediato. Primero se abrió el gran portón del castillo con un tremendo clamor de trompetas, y unos guerreros con lanzas y unos jóvenes escuderos con estandartes salieron aprisa y se dispusieron en un amplio semicírculo frente a los blancos muros del castillo. A continuación salieron las damas, un hermoso torbellino de vestidos de gala. Líder Cuatro sonrió para sí. «Esto se pone cada vez mejor». Otra solemnísima fanfarria anunció al Rey, que salió a hombros de cuatro fuertes servidores que lo portaban en una especie de cama; cruzaron el portón y lo llevaron a un lugar elevado cerca de la barbacana donde podía gozar de una buena vista de la cuesta de la pradera. Debía de estar inválido. Líder Cuatro se dio cuenta de que el rey probablemente sería el último integrante del público en llegar, así que con premura se ajustó el yelmo, afianzó el escudo al brazo y comprobó el equilibrio de la lanza.

La sección elevada del puente bajó con seguridad entre crujidos y se posó en su sitio con estruendo, abriendo el camino hacia el prado. Tan pronto lo hizo, los cascos del caballo resonaron en el arco de la entrada. El heraldo, que se había situado en pie cerca del centro del campo para ejercer de juez, proclamó:

—El primer Campeón del muy noble rey Ambitas, Sir Harrisoun.

Líder Cuatro se complació en echar un último vistazo a su alrededor: el colorido gentío en la verde pradera, los estandartes ondeando al viento, el blanco castillo y los recargados bordados de la cama del rey. También estudió atentamente al Campeón que se abría paso hacia el prado. Montaba un escuálido caballo pardo y portaba un escudo de gules con una curiosa figura en oro que dibujaba muchos ángulos rectos. La palabra «circuito» cruzó la mente de Líder Cuatro al ver la figura, pero descartó aquel extraño término y siguió analizando a Sir Harrisoun. Su armadura estaba ennegrecida pero resultaba adecuada, y al propio Campeón se le veía envarado y confiado (cuando menos todo lo envarado que se puede estar sobre una silla de montar), aunque se notaba que no estaba bien afianzado sobre el caballo. Líder Cuatro no dejó de sonreír tras la rejilla del yelmo mientras hacía avanzar a su caballo con calma sobre el resto del puente y lo hacía girar para enfrentarse al Campeón. Estaba claro que Sir Harrisoun no era bueno.

Cuando el heraldo dio la señal, Líder Cuatro hincó los talones en su montura, echó todo su peso sobre la silla y, firme como una roca, cargó contra el Campeón que galopaba hacia él. Su lanza impactó con firmeza en el pecho de Sir Harrisoun, lo levantó de su flaca montura y lo lanzó por los aires. Sir Harrisoun cayó con un chirrido metálico y quedó tendido en el suelo. Líder Cuatro regresó al otro lado del prado, mientras la multitud hervía en conversaciones y la gente corría a detener al caballo espantado y llevarse a Sir Harrisoun.

—¡El segundo Campeón del rey Ambitas, el ilustrísimo Sir Bors! —anunció el heraldo.

—Espero que sea algo mejor que el primero —comentó Cuatro para sí.

El escudo heráldico de Sir Bors era una Llave azur en campo de plata, y su caballo era blanco. Líder Cuatro podía sentir en Sir Bors una sombría determinación que se superponía a una extraña falta de confianza en sí mismo. Era como si Sir Bors quisiera gritar «¡Socorro! ¿Qué estoy haciendo aquí?» pero estuviese decidido a intentarlo de todas formas. Se lanzó a un potente galope, oscilando de un lado a otro al avanzar.

Líder Cuatro esperó, picó espuelas en el momento adecuado y barrió a Sir Bors de la silla con tanta facilidad como hiciera con Sir Harrisoun. La multitud dejó escapar un largo «¡Ohhhhhhhhhhh!», y Sir Bors quedó tendido en el suelo. Líder Cuatro saludó alegremente a las damas con la lanza (en pie junto a la reina había una dama rubia y hermosa en la que se había fijado especialmente) mientras cabalgaba de vuelta en espera del tercer Campeón.

—¡El tercer Campeón del rey, Sir Bedefer! —bramó el heraldo.

Líder Cuatro se dio cuenta en seguida de que Sir Bedefer era harina de otro costal. Era de complexión fuerte y cabalgaba con tanta seguridad como el propio Líder Cuatro. Cuatro observó su escudo, que lucía una cruz de gules en campo de plata, a medida que se aproximaba a la punta de su lanza, y supo que aquel caballero era duro.

¡Y vaya si lo era! Los dos se encontraron y rompieron sus respectivas lanzas al impactar en el centro del escudo del oponente. Y para su asombro, Líder Cuatro fue desmontado; cayó de pie, pero su armadura era tan pesada que se le doblaron las piernas y acabó de hinojos. Consiguió evitar desplomarse enterrando la punta del escudo en la hierba, y se puso en pie rápidamente con la certeza de que iba encontrarse al Campeón cabalgando hacia él al momento. Pero ambos caballos se encontraban en la orilla, y unos metros más allá Sir Bedefer también luchaba por mantenerse en pie.

Líder Cuatro sonrió con malevolencia y desenvainó la espada con un fuerte silbido metálico. Sir Bedefer lo oyó y se dio la vuelta, alzando su propia espada al girar. Ambos corrieron uno contra el otro, y durante un minuto se propinaron golpes y mandobles con empeño. Líder Cuatro apenas podía percibir los vítores de los espectadores a causa del entrechocar del acero, que a su vez no tardó en quedar ahogado por el áspero sonido de su propia respiración. Era tan difícil derrotar a aquel Campeón a pie como a caballo. El sudor le resbalaba hasta los ojos a Cuatro, y el vaho de su respiración hacía que la rejilla del yelmo estuviese incómodamente húmeda. El brazo de la espada y las piernas empezaron a dolerle y le costaba trabajo moverlos. Hacía años que no se sentía así, y comenzó a temer de verdad la posibilidad de perder el combate. ¡Inaudito! El orgullo y el pánico le dieron alas, y volvió a lanzar golpes con contundencia. El Campeón pareció recomponerse y respondió con una acometida similar, pero un golpe afortunado de la espada de Cuatro conectó con los nudillos protegidos por mallas metálicas de Sir Bedefer y le arrebató la espada del puño al Campeón.

—¡Rendíos! —bramó Cuatro mientras la espada aún estaba en el aire. Se apresuró a plantar su pesado pie sobre el arma en cuanto ésta cayó en la hierba—. Podéis daros por vencido —gritó erguido sobre la espada y cargando todo su peso en ella—. ¡Estáis desarmado!

El Campeón alzó la visera de su yelmo y mostró su rostro congestionado e irritado:

—¡Está bien, me rindo, maldición! Pero ha sido por pura suerte.

Líder Cuatro podía permitirse ser generoso. Alzó su húmeda visera y sonrió:

—Lo admito, ha sido suerte. ¿Sin rencor?

—Algo de rencor sí que siento, pero podré superarlo.

En aquel momento Líder Cuatro se percató de los vítores de la multitud y de la presencia a su lado del heraldo, que aguardaba para presentarle ante el rey. Ahora que lo veía de cerca resultaba ser un hombre curtido y de aspecto perspicaz, aunque a juicio de Líder Cuatro parecía poco educado para ser un heraldo. Permitió que le llevase colina arriba entre gritos de «¡El nuevo Campeón! ¡El nuevo Campeón!». Al llegar hincó una rodilla en tierra con dignidad frente al lecho del rey.

—Majestad —dijo Cuatro— suplico me admitáis en vuestro castillo.

—A fe que lo haremos —respondió el rey—. Os admitimos en nuestro castillo, y también a nuestro servicio. ¿Estáis dispuesto a juramos fidelidad como vuestro señor?

Algo en la forma que tenía el rey de elevar su cascada voz en la última palabra le resultaba familiar a Líder Cuatro. Alzó la cabeza y vio al rey por primera vez. Una elegante corona de oro ceñía los ralos cabellos de Ambitas, cuyo arrugado rostro se veía regordete y rosado a pesar de la enfermedad que le aquejaba. Líder Cuatro tenía la impresión de haber visto antes esa cara, y un nombre, o más bien un título, le rondaba la cabeza… Líder Dos. Pero cuando más pensaba en ello menos le decía aquel nombre. Puede que Ambitas simplemente le recordase a alguien.

—Estoy más que dispuesto, mi señor —dijo Cuatro— pero me encuentro embarcado en una misión y no tengo la certeza de poder permanecer aquí durante mucho tiempo.

—¿Y cuál es tal misión? —preguntó el rey Ambitas.

—La búsqueda del Bannus —dijo Líder Cuatro, que aún recordaba el motivo por el que estaba allí.

—Ya lo habéis encontrado —afirmó Ambitas—. Está en este castillo, y nosotros somos sus guardianes. Decidme, ¿cuál es vuestro nombre?

—Me llaman Sir Cualahad —dijo Líder Cuatro, puesto que tenía claro que aquél era su nombre.

—Alzaos pues, Sir Cualahad —ordenó el rey Ambitas con voz débil y una sonrisa en los labios—. Entrad al castillo como nuevo Campeón del Bannus.

Líder Cuatro fue conducido al interior del castillo con grandes honores, y allí vivió días de placer, trovas, festejos y cacerías. Pocas veces había disfrutado tanto. Lo único que ensombrecía su gozo era que la hermosa rubia en la que se había fijado siempre parecía estar fuera de su alcance. En las fiestas siempre estaba al otro extremo de la mesa de honor, y si entraba en una estancia en su busca siempre acababa de marcharse por otra puerta.