16
Mediados de enero.
Después de fin de año, Edel le pidió a Seb que la llevara de vuelta. Necesitaba volver a su hogar. Estaba nerviosa. Desesperada. No sabía nada de Julien desde el mensaje. No le contestó, ni siquiera una llamada, nada. Al principio pensó que sería por el viaje, luego navidades, la familia… y luego se quedó sin excusas. Los días pasaban aumentando la duda. Ni se atrevía a llamarlo por miedo a descubrir que había llegado demasiado tarde. Pero algo en su interior la animaba a tener esperanzas y a esperarle, porque no iba a hacer nada más que eso, esperar como él había hecho todos esos años. Era lo mínimo que merecía. Era el todo que estaba dispuesta a darle. Pero ahora que por fin sabía lo que quería la ansiedad la podía.
Los perros empezaron a ladrar y Sam tiró de la correa para abrir la puerta y salir. Su corazón empezó a latir con fuerza solo de imaginar qué podía ocurrir fuera. No se atrevía ni a mirar por la ventana. Se levantó del sofá sin mirar donde dejaba el libro y se acercó a la puerta corriendo.
Un punto azul eléctrico sobre el manto blanco. Estaba allí. Salió disparada y sus piernas se hundieron en la nieve, maldiciendo, volvió dentro y se calzó las raquetas de nieve lo más rápido posible y salió en su busca.
Se tiró a sus brazos y él la cogió alzándola. Lo besó en los labios fríos que pronto se enardecieron con el contacto. Julien se apartó para coger aire, el camino hasta allí había resultado bastante duro, pero se olvidó del todo cuando la vio correr hacia él. La miró embelesado, le acarició el pelo, las mejillas, sonrió y volvió a besarla. Los perros saltaban a su alrededor levantando la nieve fresca que había caído la pasada noche.
Con dificultad avanzó poco a poco hacia el interior del refugio. Se besaban, reían y se desnudaban a cada paso que daban hasta llegar a la cama donde se rindieron al placer.
Edel que aún descansaba a horcajadas sobre él, se incorporó un poco y besó su pecho, subiendo despacio por la barbilla hasta sus labios. Se quedó embobada mirándolo, incapaz de asimilar que era real. Julien la miraba igual de ensimismado. Él había venido, ese era el primer paso, ahora era el turno de ella.
—Tengo mucho miedo a arrastrarte hasta aquí para vivir mi sueño y que, aunque estemos rodeados de esta inmensidad, te sientas encarcelado —murmuró ella de tirón sin ni siquiera respirar.
—Los días que pasé solo aquí arriba fueron como una reafirmación de que no es sólo tu sueño —dijo apartándole un mechón de pelo y colocándoselo detrás de la oreja—. No sentí ni un momento la soledad que muchas veces me engullía viviendo en una ciudad de diez millones de habitantes. He conocido demasiados lugares, demasiada gente para saber qué quiero y, sobre todo, qué no quiero.
—Tendrás que sacarte como mínimo el título de guardés y si tuvieras el de guía ya sería perfecto.
—Eso significa meses estudiando y lejos de aquí ¿estás segura de que me quieres a tu lado? —inquirió jocoso.
Julien no sabía muy bien qué esperar al ir al refugio, pero ni en sus mejores sueños esperaba encontrar tal recibimiento. Se estaba arrepintiendo de haber alargado tanto el momento.
—Es obligatorio, así tendremos que aprovechar más y mejor el tiempo.
—Lo sé, ya estoy apuntado en Foix[7] para el próximo curso —ella sonrió al conocer ese detalle porque le confirmaba que aquella era su intención antes que ella se lo pidiese—. Además la soledad de este lugar me permite hacer realidad siempre que quiera mi sueño de hacerte el amor al aire libre.
—¿Eso es todo lo que se te ocurre? —verlo tan relajado la estaba poniendo aún más nerviosa. Las palabras que nunca había pronunciado le quemaban en la garganta deseosas de salir, pero parecía que él no sentía lo mismo.
—¿Lo dice la que solo de verme se me ha tirado a los brazos y me ha llevado a la cama? —Julien, que tenía las manos en las caderas femeninas, tiró de ellas para acercarla más y besarla, pero Edel se hizo la remolona. Estaba molesta.
Él se incorporó ofreciéndole su sonrisa más rebelde y de un rápido movimiento la tumbó quedando ahora él encima. Violette se removió y él apresó sus manos con las suyas y las llevó sobre sus cabezas, reteniéndolas allí. Bajó la cabeza y le mordisqueó el labio inferior, la torturó hasta que un gemido femenino, suplicando más, resonó como un eco en la cálida boca masculina. Se separó lo mínimo y buscó su mirada.
—Voy a fundir todo tu hielo, mi reina.
—Eres el único que puede —afirmó Edel y una lágrima resbaló por su mejilla, por fin una de felicidad—. Te quiero. Me gusta que me entiendas hasta cuando yo no lo hago. Necesito que cuando esté rota me abraces tan fuerte que consigas recomponerme y que me ayudes a luchar contra mis miedos. Perdóname por no saber cómo demostrarte lo importante que eres para mí. Enséñame a amarte como mereces, como ni siquiera puedo imaginar.
—Te quiero, el resto lo aprenderemos juntos.
FIN.