11

 

Septiembre. París.

 

Violette, junto con Seb y Mariette, llegaron a media mañana a París. Los tres asistirían esa noche a la fiesta de presentación de la colección y Edel estaba abrumada. Ella quería que Luc también la hubiera acompañado, pero el guía prefirió quedarse en el refugio y ella, en parte, le agradeció no tener que cerrar. Había hecho tan buen tiempo que la temporada de verano se estaba alargando y no solo los fines de semana. Los meses de verano habían pasado en un suspiro y, además, al trabajo en el refugio se le sumó que Laurent le pidiera una nueva colección para San Valentín. Le había dedicado muchísimas horas a ese nuevo encargo, a diseñarlas y fabricarlas. Esa vez eran solo colgantes y se había inspirado en la flora alpina. Para las violetas había escogido el zafiro azul violáceo, para el árnica el topacio amarillo, para el edelweiss había jugado con el ágata blanco y el ámbar.

 

Parecía que cada vez que llegaba un acontecimiento importante en su carrera como diseñadora de joyas ocurría algo que lo obstaculizaba y eclipsaba el momento, dificultando su disfrute.

El día de la sesión de fotos con la presencia de Julien y ahora… todo era un caos. Casi no había pegado ojo en toda la noche y siguió en el avión. A los nervios por la fiesta se le sumaba la rabia que sentía desde que se puso a hacer la maleta… y encima estaba la charla con Luc la noche anterior antes de marcharse… sobre él, sobre Julien.

 

—Pareces feliz y ansiosa —le dijo Luc mientras cenaban.

—Es un gran momento.

—¿Solo por las joyas?

Luc se había puesto como misión ser el Celestino de esos dos, sabía lo que sentían el uno por el otro; había estado presente cuando se conocieron y había vivido en primera persona su amor. Ese que uno tenía tan claro y la otra no quería ni sentirlo, aunque le quemara el alma cada vez que veía al modelo y, sobre todo, cuando no lo veía. Sonreía para sus adentros cada vez que Edel aprovechaba cualquier oportunidad para hablar de algún recuerdo, alguna expedición que habían hecho los tres, recordarlo como una forma de volver a vivir esos días junto a él.

—¿Qué quieres decir viejo chismoso?

—Que creo que algo de ese nerviosismo tiene que ver con un ex modelo.

—Claro que me apetece verlo, a él, a Didier, a Laurent…

—¿Vas a seguir mintiéndote mucho tiempo? —le preguntó serio.

—¡No me miento!

—Pues yo creo que te encierras en ti, en estas montañas para no volver a sentir…

—¿Y si fuera así? Este es mi destino.

—¿Crees controlar el destino por tomar esa decisión? ¿Crees que será benévolo contigo para compensar tu sacrificio? No, ma chérie.

—¡Nadie te ha pedido tu opinión! —murmuró apretujando con fuerza la servilleta entre sus manos.

—Oh… eso lo sé. Eres incapaz de hablar o pedir consejo, ¿y sabes por qué? Porque eso significaría dejar una puerta abierta a que te digamos la verdad, esa que conoces bien, que te niegas a oír y menos aceptar.

—Es mi vida, mi decisión —afirmó con voz altiva.

—Eso no implica que tengas que estar sola, no creo que ni tus padres ni tu abuelo les gustara…

—¿Qué sabes tú de lo que ellos pensarían? —solo con terminar la pregunta, Edel se arrepintió y aunque no pidió perdón, sus ojos hablaron por ella.

—Sé que te querían, y por si por los nervios lo has olvidado, eres como una hija para mí. Imagino que, como yo, lo único que querían sería verte feliz. Que no te cierres las puertas. No creo que negarte la felicidad por miedo a perder sea la solución. La vida es arriesgar. Haz caso a Confucio: “Recuerda que tenemos dos vidas, la segunda empieza cuando nos damos cuenta de que solo tenemos una”.

 

La verdad era que había echado muchísimo de menos a Julien y eso que no había tenido casi ni tiempo de respirar con tanto trabajo. De día,  como si hubiera dejado su huella en todo el refugio, su imagen se le aparecía como flashes. Él en la cocina viéndolo cocinar mientras cantaba, bailando los dos, hablando delante del fuego con una copa de vino blanco en la mano, la noche de la tormenta y como habían hecho el amor en cada rincón… Las noches se volvían una tortura dando vueltas en la cama, removiéndose incómoda al sentir aquel vacío. Cada amanecer se despertaba y de forma inconsciente miraba hacia el ventanal buscando su figura a contraluz.

Siempre había sabido que entre ellos había más que solo atracción física; le encantaba pasar horas con él, nunca se aburría. Pero esos cinco días en el refugio, en su hogar, le habían demostrado que entre ellos había algo especial. Nunca había querido tener una pareja. En su vida no encajaba, pero la idea de hablar con Julien e intentarlo la seducían, y más, desde la conversación con Luc. Sus palabras habían calado en ella, lo que desearían sus padres, su abuelo… derribaron algunos muros. Escuchó y aceptó, por primera vez, que a lo mejor tenían razón.

 

Con una sonrisa le mandó un mensaje a su amigo.

«Me has convencido. Deséame suerte.»

No esperaba respuesta, sabía que el teléfono y Luc eran dos cosas que costaba que estuvieran sincronizadas. Nunca se acordaba de él y cuando lo hacía no tiene batería; eran como el gato y el ratón.

 

El coche que había mandado Laurent a buscarlos al aeropuerto los dejó en el mismo hotel donde se celebraría la fiesta. Nada menos que en el Ritz. Un cambio demasiado brusco, de un refugio de montaña con los mismos recursos que en la Edad Media pasó directa al mejor hotel de París, tan dorado y refinado que le recordó al palacio de Versailles y la vista se le fue buscando a María Antonieta. Bueno en algo sí se parecía a la mujer de Luis XVI, estaba deseando ver el vestido que Laurent había pedido que le diseñaran para ella.

 

«Inhala, exhala…» Las palabras resonaban en su mente con la voz rayada de ese viejo CD de relajación que compró años atrás. Decir que estaba nerviosa era quedarse corta. Le faltaba el aire, tenía la sensación de que el ascensor se iba estrechando a medida que bajaban. De forma inconsciente se llevó la mano al cuello palpando solo piel.

—Déjalo ya, lo buscaremos con más calma a la vuelta —intentó tranquilizarla Mariette al ver que volvía a pensar en el collar.

—Es que soy incapaz de recordar dónde lo dejé…

—Ahora no. Relájate y disfruta, recuerda que nadie sabe quién eres —insistió Mariette dándole un medio abrazo al verla en este estado.

—Estáis preciosas, chicas —dijo Seb—. Creo que voy a hacer alguna fiesta en casa cuando volvamos solo por el placer veros vestidas así.

—¿Estás diciendo que normalmente no te gusto? —preguntó su mujer haciendo un mohín lastimero.

Se habían casado hacía un mes. A Mariette le entraron las ganas de hacer las cosas bien y formalizar su estado antes que llegara la pequeña.

—Nena, me encanta verte vestida como normalmente, pero entiende que no es lo mismo. El look montañera no es tan sexi.

La pareja se rio cómplice y Violette acabó sonriendo con ellos. La verdad era que su amiga, a pesar de estar de casi siete meses, estaba preciosa. El vestido verde agua se ceñía a su cuerpo delgado, marcando la abultada tripa. El maquillaje era sutil y resaltaba su cara en forma de corazón y sus ojos verdes. Llevaba la melena pelirroja medio recogida hacia un lado. Era fácil ver porque Seb tenía esa cara de bobo. Edel se había puesto muy contenta cuando había visto a Laurent llegar a su habitación con Gina, la estilista. Las tres se lo habían pasado genial el rato que habían estado preparándose.

 

Dos miembros de seguridad custodiaban la entrada a la fiesta. Al lado izquierdo de la entrada había una mesa de recepción con una mujer pidiendo las acreditaciones. La guardesa buscó la mano de su amiga que se la estrechó y le dio el último empujón para dar el siguiente paso. Uno de guardias les abrió las puertas y entraron.

La sala era majestuosa, y a pesar de la cargada decoración que había en todo el hotel, habían sabido darle el toque perfecto y elegante para no quitar protagonismo a las joyas que estaban expuestas sobre unos pilares que recordaban las rocas de la montaña. Había quedado espectacular. Edel jadeó emocionada. En ese momento la imagen de sus padres y su abuelo le vino a la mente, el corazón se le encogió lamentando no poder disfrutar de un momento así con ellos.

En una de las paredes había un gran cartel del anuncio. Clare llevaba unos pendientes con una gema de agua marina en forma de gota, y la mano de un espectacular Julien le acariciaba la mejilla. Fue verlo y su cuerpo reaccionó, y eso que solo era una fotografía. Aunque sabía que era una pose solo para la cámara, gruñó de celos.

—Esto es increíble —afirmó Mariette con la boca abierta observando cada detalle.

—Voy a buscar algo de beber, esto hay que celebrarlo —les dijo Seb.

—Mariette, gracias de nuevo por venir, no sé qué hubiera hecho sin vosotros —declaró Violette muy emocionada. Se sentía desplazada; hacía años que no estaba en un evento de ese calibre. La última vez había estado acompañada por Julien que le facilitó muchísimo las cosas.

—Ni las des, esto es genial. Y nos encanta poder estar en un día tan especial a tu lado.

Un dedo recorrió la espalda desnuda que dejaba el vestido al aire. Ese roce activó todas sus terminaciones y en su mente resonó la risa de él vibrando contra su piel… Se volteó sabiendo a quién iba a encontrarse.

Laurent le había diseñado un vestido de corte sirena espectacular. Era negro, de encaje, con un corpiño oscuro que iba desde los pechos hasta las caderas y la falda era translucida. Los tirantes eran finos, cortados siguiendo el patrón del intrincado de hojas. Su pelo debería ir recogido en un moño para dejar la nuca al aire, pero por culpa de un contratiempo de última hora —y que aún le hervía la sangre cuando lo recordaba— la había obligado a modificarlo y Gina había acabado peinándola con una cola de caballo con bucles en las puntas. Aunque no era lo que tenía en mente, le gustaba el resultado.

La guarda se quedó sin habla cuando quedó frente a él. Durante unos segundos interminables se observaron; sus ojos reseguían de arriba abajo el cuerpo del otro sin ningún tipo de vergüenza.

—Violette, estás increíble —balbuceó Julien incapaz de dejar de mirarla.

—Tú también estás muy guapo con esmoquin.

Julien dio un paso acercándose, puso una mano en la cintura de ella y pegó su mejilla a la de Violette.

—Pensaba que querías verme siempre desnudo al despertar —le susurró al oído.

—Sí, pero ahora es de noche. —Sonrío cómplice y le besó casi en la comisura de los labios.

Durante unos instantes se saludaron con Mariette, le preguntó por el embarazo y se alegró al saber que sería una niña. Seb los alcanzó y les entregó una copa de cava a ellos dos y un zumo para su mujer.

Brindaron y Edel no dejó de sentir la mirada del Julien sobre ella, esa que tenía el poder de acariciarla de arriba abajo en la distancia.

—¿Te apetece bailar? —le preguntó él y la guardesa asintió, ofreciéndole la mano, incapaz de hablar. Mariette alargó la suya para quitarle la copa y le guiñó un ojo cómplice.

 

Violette se sorprendió que, en una situación así, en un día tan especial para ella y rodeados de tanta gente, se sintiera tan cómoda en sus brazos. Por fin después de días de ajetreo y nervios sintió que se relajaba. Poco a poco se habían ido acercando más, tanto que era capaz de sentir el calor que emanaba el pecho de Julien, seduciéndola con su perfume.

—Tienes mucho que contarme, ¿qué tal el Denali? —preguntó deseosa de conocer todos los detalles de la expedición.

—Impresionante.

—¿Eso es todo lo que vas a decirme? —Se separó un poco para poder verla la cara.

—Y que te he echado de menos. Todo se resume en eso. —La piel se le erizó al ser consciente hasta qué punto había necesitado oír esas palabras. Durante esos dos meses habían sido incapaces de llamarse aunque los dos hubieran cogido el teléfono para hacerlo infinidad de veces. Ninguno quería reconocer frente al otro que existía esa añoranza, los dos querían demostrar que aquellos cinco días habían sido solo otro episodio más como los vividos hacía ya tantos años.

La mano izquierda de él le acariciaba la espalda sensualmente y con parsimonia, con los dedos le dibujaba pequeños jeroglíficos sobre su piel rendida por ese contacto. Violette sentía como las defensas que durante años había creado poco a poco se iban desvaneciendo. Las palabras de Luc recordándole que a sus padres y a su abuelo les gustaría verla feliz volvieron a  resonar en su mente. Levantó la vista y se chocó con ese mar de zafiro que la observaba fascinado. En ellos vio el empuje que necesitaba para atreverse. Se sintió capaz, al menos de afrontar el momento de hablar con él, de abrirse como nunca lo había hecho. Si alguien merecía esa oportunidad era él. Siempre había sido Julien.

—Sabes lo loco que me pone verte y encima con este vestido, me estás torturando.

—¿Así que te gusta? —inquirió coqueta.

—Gustar no creo que sea la palabra, porque ya he ideado como unas tres formas de cómo arrancártelo. —Sonrió canalla.

Por toda respuesta solo consiguió que Edel contoneara las caderas y que la mano de ella, que le acariciaba la nuca, subiera un poco hasta esconder los dedos en su pelo y tirara de ellos con rebeldía.

—No me provoques —musitó él, medio gimiendo y bajando la cabeza lo suficiente para mordisquearle el cuello.

Parecía que estuvieran solos; a ninguno de los dos parecía molestarle que algún curioso viera ese coqueteo que se llevaban. El ruido de los cuchicheos de la gente, se hizo mayor disminuyendo el de la orquesta, ese detalle los puso sobre aviso, se separaron lo mínimo y pronto entendieron el motivo.

Acababa de entrar Clare.

Los flashes de las cámaras de fotos empezaron a relampaguear. Oyeron un carraspeo detrás de Julien, que se volvió para encontrarse con uno de los hombres de seguridad.

—Monsieur Duprais, si es tan amable de acompañarme, le requieren para unas fotos. —El ex modelo torció la boca y bajó la vista.

Maldijo en voz baja, sabía que si estaba allí era por trabajo. Era su último compromiso en la agenda, pero tener que alejarse de Edel para ir a sonreír frente a un cámara, aguantar a Clare y charlar con gente era lo último que le apetecía.

—Ve, es la última vez; yo te espero —le susurró Edel como si le hubiera leído el pensamiento.

Julien sonrío por esa complicidad, se llevó a los labios las manos que aún tenían agarradas para despedirse de ella con un beso en los nudillos y una mirada cargada de sensualidad.

Violette lo vio alejarse y tardó un poco en reaccionar y en salir de la pista de baile. Hizo un rápido barrido con los ojos buscando a sus amigos y pronto los descubrió bailando cerca de ella.

—Será caradura, esos flashes deberían ser para ti —dijo Mariette.

—No entiendo por qué no quieres contarlo —volvió a insistir Seb.

—No es tan difícil de comprender —le aclaró su mujer porque era un tema del que ya habían hablado muchísimas veces—. No quiere que sepan que hay joyas ni piedras preciosas en un refugio perdido en la montaña y estando ella sola… ¡Ni siquiera yo estaría tranquila!

—Dejadlo, al fin y al cabo son los modelos, la cara visible, para eso les pagan. —Por mucho que dijera no podía evitar mirar hacia donde estaban Julien y Clare y ponerse de puntillas para poder verlos, pero no consiguió mucho.

—Vamos a comer algo, Zoe y yo estamos hambrientas. —Era oír el nombre de su hija y para el piloto era como una palabra mágica que hacía que se pusiera en alerta y quisiera cubrir todas sus necesidades.

 

Dos horas, ciento veinte minutos hacía que Clare había entrado y había secuestrado a su compañero de baile, y no es que ella estuviera contando los minutos…

«¡Maldita sea, tampoco se tarda tanto en hacer cuatro fotos!»

Había bailado con el piloto, probado todos los canapés, se había bebido dos copas de champán e intentando mil veces ver qué ocurría en el otro lado de la sala. Parecía que las entrevistas y fotos habían terminado pero seguían rodeados de gente.

La diseñadora necesitaba salir de allí y le pidió a su amiga que la acompañara un momento al baño. Siguió los pasos de Mariette pero estaba tan concentrada en sus pensamientos que no era consciente del rodeo que estaban dando hasta que al mirar al frente vio que iban a pasar justo por delante de ellos.

Julien le sonrió al verla y le hizo un movimiento de cabeza para que se acercaran. Como vio que la gente que los rodeaba no eran periodistas, dio un paso hacia ellos. Clare al ver que su compañero la ignoraba, se volteó y se encontró casi de morros con la guardesa.

—¡Qué detalle ha tenido Laurent al invitarte! —dijo con soberbia la modelo acercándose para darle dos besos a modo de saludo. Algo duro chocó contra los pechos de Violette. Cuando Clare se apartó y se situó mimosa junto a Julien los ojos de Edel buscaron que era lo que la había rozado y la mandíbula se le desencajó y una sacudida le estrujó el estómago dejándola helada— Al final todo es relacionarse, ¿verdad?

El corazón empezó a bombear con fuerza para asimilar lo que estaba viendo; se concentró en respirar.

—Bonito colgante —consiguió decir al final pero su voz sonó atronadora atragantada en la garganta.