9

 

Blanche y Étienne se levantaron tarde y desayunaron sin prisas, tenían unas tres horas de caminata hasta llegar al refugio de Alpe donde pasarían la noche. Estaban encantados y se despidieron diciendo que en agosto volverían con más días para poder disfrutar al máximo del entorno.

Edel estaba nerviosa; se quedaban solos, los dos. Nunca habían estado en una situación así y le preocupaba un poco. Julien, en cambio, parecía contento y seguía con el flirteo de ayer. Ella se dejaba, pero sin estar cómoda del todo. Dedicaron el resto de la mañana a las tareas propias del refugio: recoger, limpiar las habitaciones… Como habían desayunado por segunda vez acompañando a la pareja de alpinistas, al terminar ninguno de los dos tenía aún hambre aunque fuera ya mediodía.

 

—Me quedé con las ganas de subir ayer con vosotros, ¿vamos por la vía normal? —propuso Julien desde la puerta del refugio mirando hacia la colina— En menos de una hora estamos arriba.

—Claro. —A ella siempre le apetecía.

No podía ni contar las veces que había ido pero no importaba, siempre se quedaba admirando el paisaje desde la cima, viendo a lo lejos el Mont Blanc, toda la sierra de los Écrins, el contraste de azules entre el cielo y los glaciares, el verde de los valles…

La Grande Ruine es una montaña de tres mil setecientos sesenta y cinco metros, muy agreste, igual que todo el macizo. Subieron recordando la primera vez que estuvieron hacía ya diez años; entre risas y miradas que renunciaban a esconder la verdad.

Al llegar al pie del glaciar se pusieron los crampones para seguir por la arista hasta la cima. Una vez arriba buscaron un lugar refugiado del viento y se sentaron uno al lado del otro con sus cuerpos rozándose. Durante unos instantes ninguno dijo nada, hipnotizados por la naturaleza.

—Nunca dejan de sorprenderme las sensaciones una vez en la cumbre —murmuró Edel—. La vista se pierde hasta el infinito de toda esta inmensidad que te rodea, y al mismo tiempo tú, tan pequeño pero sintiéndote un dios…

Julien ladeó un poco la cabeza para observarla, estaba preciosa. Le encantaba cuando se ponía en la cabeza esa vieja banda descolorida por los años. Sabía que había pertenecido a su madre y que siempre que salía se la ponía como un pequeño homenaje. Era de las cosas que más le gustaban de ella, esos detalles ínfimos que hacía casi sin darse cuenta pero que escondían tanto. La brisa le removía la melena morena haciendo que desprendiera ese olor a miel que él inhaló gustoso. Violette seguía absorta con la vista en el horizonte cuando él rompió el silencio.

—Tengo algo que contarte —al oír esas palabras, ella ladeó la cabeza y descubrió que Julien la estaba observando de esa forma que hacía que toda su piel vibrara con las caricias que le profesaba esa mirada. Él carraspeó apartando sus ojos y llevándolos de nuevo hacia el horizonte—, realmente no estoy de vacaciones, lo he dejado. Me he jubilado.

—¿A los treinta? —preguntó burlona apoyando la cabeza en hombro de él, recordando que era un año mayor que ella.

—Llevo en esto desde los cuatro, no puedo más —resopló mostrando ya no solo cansancio por su profesión, sino más bien repugnancia.

La mente de Julien viajó al pasado, al primer casting que su madre lo apuntó, la sesión de fotos, Fabien, su primer agente… Durante años disfrutó de estar frente a las cámaras ya fuera haciendo anuncios para la televisión o catálogos de juguetes o ropa. Habían sido su lanzadera hasta las pasarelas, para acabar siendo uno de los modelos mejor pagados. Su madre era la mujer más feliz del mundo presumiendo de hijo, y él al ir creciendo fue descubriendo nuevas motivaciones que le empujaban a seguir en ese mundo: dinero, fama, mujeres, viajes… Siempre había un nuevo escalón que subir. Mantenerse en la cima de ese mundo donde no había compañeros, solo competidores. Falsedad, hipocresía… fueron formando parte de su día a día hasta deprimirlo. Ya no importaba que tuviera dinero para caprichos como comprarse el último Lamborghini. «¿De qué me sirve tener la mejor casa con vistas al Mont Blanc si lo que quiero es subir a la cima de Europa y no verla desde el sofá?» Y la fama, las mujeres… resultaron ser una decepción tras otra. Siempre era más de lo mismo. Maniquís obsesionadas por una foto, por la prensa, por un qué dirán…

Hacía seis meses que tomó la decisión. «Hasta aquí.» Habló con su agente y aunque la discusión se alargó durante dos semanas, al final consiguió no firmar ningún nuevo contrato. La campaña de las joyas era su último trabajo. Aún le quedaba participar en algún evento como la fiesta que Laurent había preparado en París para el lanzamiento de la colección de cara a Navidad, pero era algo muy muy puntual.

Otro hueso duro de roer fue su madre que se negaba a aceptarlo. «¡Cómo si fuera decisión de ella!» En cambio su padre, que siempre se había mantenido al margen, le dijo que era mayor para vivir la vida que deseaba. Siempre había sentido que su hijo había perdido parte de su infancia y de la juventud.

—¿Y ahora? —dijo Edel haciéndolo volver a la realidad.

—Ni idea. Solo sé que no quiero esa vida, solo quiero ser feliz. Encontrar algo que me llene. Siempre te he envidiado por tener tan claras tus metas, dónde querías llegar, qué querías, sabiendo cuál era tu lugar. Lo has conseguido, y yo solo puedo aspirar a lo mismo.

—¿Quieres ser guardés de refugio? —bromeó dándole un pequeño codazo en las costillas.

—¿Me quieres a tu lado? —al instante notó cómo el cuerpo de Edel se tensaba a su lado y él maldijo crispando los puños por todo lo que significaba aquella reacción— Tranquila sé que no necesitas a nadie.

—No es no necesitar, no es no querer, es que no puedo perder a más gente —musitó para sí misma aunque él la oyera sin problemas.

La respuesta le salió sin pensar pero una vez dicha, el recuerdo de sus seres queridos que como ella, amaban este lugar, aparecieron en su mente y una lágrima recorrió su mejilla sin ser consciente. La misma brisa que la había visto crecer se encargó de secarla.

Aunque sintió unas ganas irrefrenables de abrazarla y hacer lo posible para consolarla, no lo hizo. Comprendía su dolor y que ello marcara su carácter y sus decisiones… pero otras veces, la impotencia lo podía y era cuando explotaba. Se había prometido no pedirle más de lo que sabía que ella le ofrecía. Para no caer en la tentación optó por cambiar de tema.

—De momento en una semana me voy a Italia, a escalar a las Dolomitas. Ahora ya no importa si tengo rasguños ni callos en las manos, y en un mes a Alaska para la ascensión del McKinley.

—Espera, ¿me estás diciendo que vas a ir al Denali? —preguntó girándose para ponerse de lado, mirándolo entre sorprendida y con un punto de envidia. Sus piernas se dejaron caer sobre las de él y Julien aprovechó para posar las manos en sus muslos y acariciar la rodilla sin apartar la vista del horizonte.

Denali es el nombre aborigen que le dan a la montaña más alta de América del norte. Aunque no es de los más altos del mundo, tiene seis mil ciento noventa y cuatro metros, su cercanía al Círculo polar ártico dificulta su ascensión. Tiene varias curiosidades que hacen de ella que sea un reto para cualquier alpinista de nivel. Por ejemplo, tiene la prominencia más grande. Su base está situada a seis cientos metros de altitud lo que hace que la pared sea de cinco mil quinientos metros, cuando la del Everest, es de tres mil setecientos metros. Además, desde el campo base hasta la cima hay cuatro mil metros de desnivel cuando por ejemplo el del techo del mundo es de unos tres mil quinientos.

—Sí, por eso estos días aquí me van genial para ir aclimatándome, ¿qué pensabas? —se giró mirándola a los ojos dejando salir algo de la rabia que le aprisionaba cuando la veía alejarse de él.

La respuesta y el tono dejaron con la boca abierta a Edel. No esperaba que le dijera que era por ella pero… «En fin, supongo que me he buscado yo solita que esté de mal humor conmigo.»

—Que descansabas unos días —declaró. Apartó la vista de él como si el vuelo de un quebrantahuesos le hubiera llamado la atención cuando la verdad era que la forma en que los ojos azul zafiro de él la escrutaban y el tono de sus palabras se clavaban como garras en su interior.

—Y eso voy a hacer. El placer de no hacer nada, solo dejar pasar el tiempo. Sin agendas ni compromisos. De hacer deporte del que me gusta y no solo para marcar unos músculos como parte de un decorado…. Sin personas tóxicas alrededor, sin fingir ser quien no soy…, reír cuando me apetezca y no cuando toca…, no sé…, hay tantas cosas que quiero cambiar… —la presión que hacía con sus dedos sobre la rodilla fue menguando hasta que llevó la mano a la espalda de ella y la atrajo hacia él. El tono también fue descendiendo hasta ser solo un susurro. Ella se acurrucó en su pecho sin saber si estaba buscando el calor para consolarlo a él o a ella misma—. Siento que no hago nada de lo que realmente me apasiona. Me siento lejos de lo que de verdad me hace sentir vivo… Puede que perderme sea la única manera de encontrarme.

—Bueno, el primer paso ya lo has dado, espero que encuentres tu lugar —dijo Violette con sus labios pegados sobre la piel del cuello masculino.

 

Las nubes iban haciéndose más compactas encapotando el cielo y decidieron bajar. Estaban llegando al refugio cuando empezaron a caer algunas gotas lánguidamente. Edel se apresuró para entrar pero Julien la retuvo tirando de su mano y llevándola hacia las mesas. La cogió de la cintura y la sentó sobre la madera, abriéndole las piernas y situándose él en medio. Ella fue a decir algo sorprendida por tal arrebato, pero él se lo impidió cogiéndola de la nuca y besándola hasta dejarla sin aire, con una pasión nunca vista hasta el momento. Bajó las manos hasta las nalgas y se agarró a ellas para atraerla lo máximo hacia él, acoplando sus cuerpos. Él le desabrochó y quitó la chaqueta mientras dejaba un rastro de besos húmedos por su cuello. Le arrebató la camiseta junto al sujetador que lanzó sin miramientos hacia atrás, ocupado en saborear, besar, lamer, pellizcar sus pezones. Edel gimió ante ese Julien tan salvaje y nuevo. Sin ganas de quedarse solo para recibir, le entraron las prisas por verlo desnudo y empezó a quitarle la ropa, a morderle la clavícula y a besar su pecho, bajando las manos para desatarle los pantalones y esconder la mano buscando hacerle gritar.

Las gotas de lluvia aumentaron su velocidad, el cielo se oscurecía por instantes, los truenos resonaban entre las catedrales de piedra natural, pero ellos parecían ajenos al tiempo. Julien se apartó empujándola hacia atrás hasta dejarla tumbada. Con los dedos delineó sus labios, ella abrió la boca y los mordió seductora antes de que los arrastrara hacia abajo entre el valle de sus pechos hasta llegar a los pantalones que desabrochó mientras con la lengua le hacía cosquillas en el ombligo. En un abrir y cerrar de ojos, en dos jadeos, la tenía completamente desnuda. En un movimiento de caderas se deshizo de sus pantalones.

—¿Sabes lo mejor de estar en este paraíso? —inquirió el modelo rozando con las palmas el interior de sus muslos pero sin llegar a regalarle las caricias que ella anhelaba.

—¿Yo? —ironizó casi sin voz la guardesa moviéndose sinuosamente con las piernas cruzadas en la espalda de él.

—Aparte de lo obvio —afirmó mordiéndole el lóbulo de la oreja antes de apartarse un poco buscando sus ojos—, que puedo hacer realidad mi sueño. Hacerte el amor bajo la tormenta, oírte por fin gritar como sé que nunca has hecho.

Entró de un empujón tan salvaje que los dos cerraron los ojos ante tal marea de sensaciones. Fuerte. Salvaje, empezó una cadencia profunda y circular de caderas.

—Julien… —llegó a gemir Edel completamente fuera de sí. Buscó sus labios como necesitando el aire que él expulsaba.

—Grita —jadeó él irguiéndose un poco para poder observarla—. Lucha como un titán contra los truenos, naturaleza contra naturaleza, grita, mi flor salvaje.