10

Cecily se compró un par de faldas nuevas y algunos jerseys amplios que disimulasen su estado. No podía permitir que Leta lo averiguase. Era un secreto que no se atrevía a compartir.

Leta estaba destrozada.

—Mi hijo me odia —se lamentó aquella noche mientras preparaban la cena en casa de Cecily. Era martes, y al día siguiente Cecily entraba más tarde a trabajar—. Estaba furioso cuando me llamó por teléfono.

—Nos odia a todos —le recordó con una cálida sonrisa—. Ya se le pasará.

—No he hecho nada bien en mi vida.

—Existen los borradores en los lápices porque las personas no somos perfectas.

—Ya, pero tú no has destrozado tu familia como he hecho yo.

Podría haber tenido algo que decir a ese respecto, pero guardó silencio y siguió troceando tomate y zanahoria para la ensalada, mientras que rezaba porque la inestabilidad de su estómago no se presentara en el momento más inoportuno. Además, estaba muy cansada. Había comprado una de esas pruebas de embarazo que pueden hacerse en casa y estaba intentando reunir el valor suficiente para hacérsela. Deseaba tanto tener un hijo...

—¡Cecily! —exclamó Leta de pronto—. ¡Te has cortado el pelo!

Leta debía estar deshecha para no haberse dado cuenta antes. El día en que Tate salió de su vida, decidió cortárselo. Quería volver a empezar. La verdad es que el peluquero le había dicho que aquel corte le favorecía más, y ella creía que era verdad. Le daba un aire de madurez, y el maquillaje que había aprendido a aplicarse realzaba los mejores rasgos de su cara. Además, se había hecho una última concesión: unas lentes de contacto que podía llevar sin que se le infectasen los ojos.

—He hecho algunas mejoras —contestó Cecily, sonriendo y sacó del horno unos fettucini que había preparado y unas tartas de manzana —. Por cierto, no te había mencionado que tenemos un invitado a cenar. Espero que no te moleste.

—Me gusta Colby —contestó Leta.

No se trataba de Colby, pero por el momento no iba a sacarla de su error. Leta estaba muy guapa con aquella falda con los colores de las hojas en otoño y el jersey béis. Además, llevaba el pelo recogido en un precioso moño. No es que no aparentase la edad que tenía, pero quedaban rasgos patentes de su belleza en su rostro de pómulos marcados y sus ojos oscuros y llenos de vida, a pesar de la tristeza.

El timbre sonó en aquel momento, y Cecily se volvió hacia el horno deliberadamente.

—¿Podrías abrir tú? —le pidió inocentemente—. No puedo dejar los fetuccini ahora mismo.

—Claro.

Leta abrió con la sonrisa ya dispuesta para recibir a Colby, pero se encontró ante los ojos de un hombre al que no había visto cara a cara desde hacía treinta y seis años.

Matt encontró en ella su recuerdo de una mujer joven y hermosa en cuyos ojos brillaba el amor cada vez que lo miraba, y el corazón le dio un vuelco.

—Cecily me había dicho que era Colby quien venía a cenar —dijo Leta.

—Pues a mí me llamó para preguntarme si estaba libre esta noche —se encogió de hombros y sonrió débilmente—. Estoy libre todas las noches.

—No parece que esa sea la vida que debe llevar un viudo de buen ver —replicó Leta con ironía.

—Mi mujer era como un vampiro —dijo—. Me absorbió la vida misma y la esperanza. Bebía tanto que me agotó, y su muerte fue un alivio para ambos. ¿Puedo entrar? —añadió—. Voy a cubrirme de polvo si tengo que seguir estando aquí, y además, tengo un hambre de lobo. Las hamburguesas con patatas fritas no me terminan de llenar.

—Tengo entendido que es el plato favorito del presidente —intervino Cecily, acercándose hasta ellos—. Entre, senador Holden.

—Antes era Matt —replicó—. ¿O es que intentas hacerme la pelota para conseguir más fondos para tu museo?

—No estaría mal —contestó ella, sonriendo.

—Bueno —suspiró el senador mirando a Leta, que parecía bastante incómoda —. Al menos aquí no vas a poder colgarme. Te alegrará saber que nuestro hijo no me habla. Y creo que a ti tampoco, según me dijo. ¿Ya ti, Cecily?

—Me dijo adiós definitivamente, eso sí, tras decirme que era una imbécil si creía que iba a cambiar de opinión respecto a casarse conmigo sólo por haber descubierto que corría sangre blanca por sus venas.

—Le daré un buen golpe por eso – masculló Matt.

—Fuerzas especiales —dijo Leta, señalando a Matt con la cabeza—. Iba de uniforme la primera vez que salimos.

—Tú llevabas un vestido de algodón blanco — recordó—, y el pelo suelto... —se volvió hacia Cecily e hizo una mueca de disgusto—. Dios mío, ¿qué te has hecho en el pelo?

—A Tate le gusta largo. Por eso lo he hecho.

—Espero que nunca te enfades conmigo.

—No tendrás esa suerte. Vamos, pasad al comedor. Tengo la cena servida.

Matt y Leta parecían algo incómodos, pero después de unos minutos, la cena y la botella de buen vino que Cecily había comprado, empezaron a relajarse un poco.

—¿Tú no bebes? –le preguntó Matt.

—Tengo el estómago un poco irritable – replicó Cecily —. Últimamente me sienta mal el ácido.

—Vaya —miró a Leta con los ojos llenos de recuerdos—. ¿Te acuerdas de aquellas naranjas que Alce Rojo vendía en su tienda? Eran siempre las más dulces, sobre todo en vacaciones.

—Sí, es cierto.

Matt se encogió de hombros.

—Siento que hayamos malgastado tantos años, y siento haberte engañado... a ti, y a mí mismo. Acababa de volver de la guerra, con las medallas prendidas del pecho y todas mis aspiraciones, y ella tenía un padre rico. Nos casamos en una ceremonia discreta y empecé a preparar mi campaña para el senado. Después volví a encontrarme contigo y me di cuenta del error que había cometido. Tenía la intención de decirte que me había casado, pero lo fui dejando hasta que fue ya demasiado tarde. Como ahora.

—Todo eso es historia —dijo Leta con tristeza—. No podemos cambiar el pasado.

—¿Me creerías si te digo que ojalá fuese posible?

Leta sonrió.

—Sí, pero no sirve de nada.

Matt tomó su mano y vio el anillo que le había regalado hacía tanto tiempo.

—Nunca me lo quito —dijo ella.

Él se lo llevó a los labios y lo besó.

—Le diste el mío a Tate.

—Sí. Tiene tus mismas manos. No supo de quién era el anillo, lo mismo que no supo de ti. Lo siento —añadió—, pero hacía lo que me parecía lo mejor para él.

Matt soltó su mano.

—Lo sé. Es curioso, pero antes de saberlo, sentía una especie de complacencia cuando tenía a Tate alrededor, a pesar de que me sacase de mis casillas. Discutíamos, pero siempre sabía dónde estaba con él. Y una vez que necesitó ayuda, vino a pedírmela a mí —recordó—. Pierce Hutton, su mujer Brianne y él vinieron a verme con un refugiado árabe que sabía que se estaba preparando una conspiración que podía conducir a su país a la guerra civil. Llamé a un amigo que tenía en una cadena de televisión y se desbarataron sus planes —el recuerdo le hizo sonreír—. No lo había mirado bajo este prisma antes. Podría haber tomado otras alternativas, pero vino a mí.

—El sIempre te ha respetado, a pesar de que piensa que eres arrogante y testarudo —dijo Cecily sonriendo.

—Y todos sabemos de dónde ha sacado él esos rasgos, ¿no os parece? —preguntó el senador con una nota de orgullo en la voz.

Se quedó aún un buen rato, sentado en el sofá con Leta, hablando de personas que ambos conocían, de lugares en los que habían estado juntos. Se comportaban como si aquellos treinta y tantos años no hubiesen pasado. Acabaron por darse la mano. Hablaron de Tate con tristeza y Cecily se dio cuenta de lo duro que había sido para ellos tenerle que revelar el secreto, e inconscientemente, se tocó el vientre. La historia parecía volver a repetirse.

Al cabo de un rato, Matt miró su Rolex y se levantó.

—No tengo más remedio que marcharme. Debo intentar hablar con un colega que me está volviendo loco con los nuevos presupuestos, y a estas horas es cuando únicamente puedo localizarle. Lo siento.

Cecily se levantó y estrechó su mano.

—Me alegro de que hayas venido. Tendremos que repetirlo algún día de estos.

—Podríais venir las dos mañana por la noche a mi casa. Yo no sé cocinar, pero tengo un cocinero que hace maravillas con el pollo. ¿Qué os parece? Puedo enviar mi coche a buscaros.

—¿No es un poco arriesgado? —preguntó Cecily, preocupada.

—Ya todo ha salido a la luz —contestó él—. Pueden hacer lo que les dé la gana con la información. Tengo gente trabajando para el bueno de Tom Cuchillo Negro, y su nieto ya está entre rejas. Tate sabe la verdad, y Leta Y yo podemos enfrentamos a las consecuencias, ¿verdad? —le preguntó con una sonrisa que envolvió a Leta en nubes de algodón.

Años de castigo asomaban en las arrugas de su rostro, pero la sonrisa le iluminó por completo los ojos.

—Yo puedo enfrentarme a lo que sea.

Él asintió con el mismo orgullo que cuando hablaba de su hijo.

—Lo se.

—Iremos.

—Invita también a Colby si llega —añadió él.

—No sé dónde está —contestó. La verdad es que había pasado demasiado tiempo—. Me dijo que se iba a pasar unos días a Arizona, pero eso fue justo antes de irse de Wapiti. No creo que se haya quedado allí durante tanto tiempo.

—Debe estar fuera del país, pero si aparece, bienvenido.

—Gracias —contestó, y empezó a recoger la mesa, una indicación a Leta de que era ella quien debía acompañar a su invitado hasta la puerta.

Holden abrió la puerta e impulsivamente tiró de Leta para hacerla salir al vestíbulo vacío, cerrando después a su espalda.

—Matt... —protestó ella, pero él la besó con la pasión contenida de tantos años. Su sabor era tal y como lo recordaba, y Leta, tras un instante de duda, se abrazó a él.

Fue Matt quien por fin se separó de ella con los oídos atronado s por el latido de su corazón.

—Me diste un hijo —dijo, enmarcando su rostro con las manos—. Sabías que para mí no había sido una aventura. ¡Yo te quería!

—Lo sé —los ojos le escocían por las lágrimas—. Yo también te quería, pero estabas casado. ¿ Qué podía hacer? Ella te habría hecho pagar por Tate.

—A mí y a ti. Y a Tate. Pero he perdido tanto, amor mío, tantos años —le secó las lágrimas—. No llores. Nos hemos perdido durante un tiempo, pero ahora ya no volveremos a estar solos, y nada volverá a hacerte daño mientras a mí me quede aliento.

No podía parar de llorar. Era curioso que hasta aquel momento no lo hubiera hecho, pero ahora la rodeaban los brazos de Matt y ya no volvería a estar sola. Apoyó la mejilla en su pecho y dejó salir la agonía de los años pasados sin él, de la hostilidad de Tate.

—Os espero mañana por la noche, ¿de acuerdo? —le preguntó unos minutos después.

—¿La querías? —tuvo que preguntar.

—Al final sentía un cariño tibio por ella, y sobre todo, me daba mucha lástima. Pero no me casé con ella por amor. Cometí un gran error, Leta, y los dos hemos sufrido por ello. Ahora nuestro hijo también está sufriendo, pero yo no habría sabido nada de él si esto no hubiese llegado a suceder, ¿no?

Leta suspiró.

—Quise decírtelo miles de veces, pero tenía miedo. Había pasado demasiado tiempo, y pensé que si te lo decía, llegarías a odiarme.

—Jamás podría odiarte, Leta. Sé que lo pasaste muy mal con tu marido. ¿Llegaste a quererlo?

—No pude —confesó—. Cuando nos casamos, sabía que estaba embarazada, aunque no quién era el padre, y me dijo que me quería lo suficiente para aceptamos al niño y a mí. Pensó que su amor sería suficiente para sentirse padre de Tate, pero no fue así, y cuando descubrió que era estéril, se volvió cruel. Terminó por odiamos a los dos. Tate ha tenido una niñez difícil.

La expresión de Matt se endureció.

—Lo siento, Leta, pero así ha llegado a ser el hombre que es hoy. Todos somos producto de los tiempos más difíciles de nuestra vida. El fuego da forma al acero.

—Eso dicen — trazó las líneas de su rostro con las puntas de los dedos, recordando —. Pensaba en ti cuando estaba sola en la oscuridad, sólo con el consuelo de Tate.

—Yo también pensaba en ti —respondió, mirándola a los ojos—. Yo también he estado solo. Mientras ella vivía, y después de su muerte.

Ella asintió.

—Es una maldición querer sólo a una persona.

Matt la abrazó y volvió a besarla.

—No es una maldición, sino todo lo contrario. Es una bendición del cielo querer sólo a una persona y que esa persona te quiera, aunque tengas que esperar treinta y seis largos años —susurró.

La velada de la noche siguiente resultó maravillosa para Leta. Matt y ella fueron recorriendo cada estancia de la casa, reparando en todos los detalles mientras a Cecily le servían el café en el salón en bandeja de plata. No había querido unirse a ellos, sabiendo que disfrutarían de poder estar solos.

Lo que no se imaginó es que la primera habitación en la que iban a entrar resultó ser la de Matt, y que apenas tuvieron tiempo de cerrar la puerta antes de caer en la enorme cama en un barullo de brazos, piernas y bocas.

—¿Es aquí dónde... con ella? —le preguntó con voz ahogada mientras él se reencontraba con su cuerpo.

—Aquí, nunca —contestó—. Con ella, nunca. ¡Con nadie!

Mientras pronunciaba a duras penas esas palabras, la estaba desnudando. Su cuerpo resultó ser tan suave y cálido como lo había sido todos aquellos años atrás.

Se besaron y se acariciaron, y cuando sus articulaciones algo estropeadas por la edad no eran capaces de adoptar las mismas posiciones que entonces, rieron también. Pero Matt le hizo el amor con tanta dulzura como en su juventud.

—Las personas mayores no hacen el amor, ¿sabías? —le susurró, moviéndose despacio dentro de ella—. Lo he leído en un libro.

Ella hundió los dedos en su pelo.

—Deja de leer.

Matt hundió la cara en el pelo suelto de ella y lamió su cuello. Sintió que el corazón se le paraba y arrancaba después con furia.

—Creía recordar que eso te gustaba —susurró—. Y esto...

—Sí —gimió ella, renaciendo con las sensaciones que había olvidado que podía sentir—. ¡A... mis... años! —gimió, y tuvo que apretar los dientes para no gritar cuando el éxtasis la empapó entera—. ¡Matt!

Él a duras penas había sido capaz de contenerse lo suficiente para buscar primero el placer de ella. Leta no tenía ni idea de los años que habían pasado desde la última vez que había estado con una mujer, y estar ahora con ella, con la mujer a la que amaba, a la que siempre había amado...

Gimió contra sus labios cuando una convulsión tras otra sacudió su cuerpo. Era como morir, nacer, atravesar el fuego...

Ella se rió, y Matt oyó las campanillas de su risa como desde muy lejos. Abrió los ojos. Estaba tumbado boca arriba, completamente desnudo bajo su mirada.

—Eres tan guapo como lo eras la noche que hicimos a nuestro hijo —susurró Leta.

—Ojalá pudiéramos tener otro hijo —se lamentó, acariciando los planos de su cara.

—A mí también me gustaría, pero soy demasiado mayor —apoyó la mejilla en su pecho y acarició el vello plateado que lo cubría—. Tendremos que esperar a tener nietos, si es que Tate nos perdona alguna vez.

Matt la abrazó con fuerza, como si así pudiese mantenerla a salvo, evitarle cualquier dolor.

Ella malinterpretó aquella fuerza y sonrió.

—No podemos volver a hacerlo. Cecily pensará que la hemos abandonado.

—Seguramente ya se habrá imaginado qué estamos haciendo —contestó, acariciando su pelo largo y con la risa en la voz—. Te quiere mucho.

—y tú le gustas. Podríamos adoptarla.

—Mejor si nuestro hijo se casase con ella.

Leta sonrió.

—Esperemos —se incorporó estirándose—. La última vez que me sentí así fue hace treinta y seis años —le confió.

—A mí me pasa lo mismo.

Lo miró a los ojos, pensando ya en que tendrían que separarse. Ella tenía que volver a su casa. Pero Matt leía sus pensamientos mejor de lo que ella se imaginaba.

—Es demasiado tarde, pero quiero casarme contigo —dijo, llevándose su mano a los labios—. Esta semana. Tan pronto como sea posible.

Leta no supo qué decir.

—Te quiero —insistió él—. Nunca he dejado de quererte. Perdóname y di que sí.

Ella consideró la enormidad de lo que se abría ante ella. Ser su compañera. Conocer a sus amigos. Acudir a eventos públicos. Llevar ropa elegante. Ser sofisticada.

—Tu vida es tan distinta de la mía...

—No empieces —murmuró—. Ya he visto lo que Tate ha hecho con Cecily al utilizar como argumento todas sus diferencias. No funcionará conmigo. Nos queremos demasiado para preocupamos por trivialidades. Di que sí. Ya solucionaremos los detalles más adelante.

—Habrá fiestas, reuniones...

Matt volvió a abrazarla y la besó con ternura.

—No sé mucho de etiqueta —intentó de nuevo Leta, pero él se colocó de pronto sobre ella, sujetándola suavemente—. Qué demonios... —murmuró Leta, y le rodeó con las piernas, pero sus articulaciones protestaron.

—¿Artritis?

—Osteoporosis.

—Yo también —se rió—. Ya buscaremos posiciones nuevas, pero ahora... es... demasiado tarde. ¡Leta!

A pesar de las protestas de sus huesos, consiguieron hacer unas cuantas cosas que no estaban recomendadas para personas de su edad.

Cecily supo antes de que se lo dijeran que iban a casarse por la forma en que se miraban el uno al otro, y les envidió con todo su corazón.

Leta no volvió a casa con ella, tal y como se había imaginado. Ahora era el mayor tesoro de Matt Holden y él no iba a permitirle marchar de entre sus brazos hasta que le hubiera puesto un anillo en el dedo. Era conmovedor.

El timbre de la puerta sonó a la mañana siguiente justo cuando Cecily salía de la ducha. Rápidamente se puso las zapatillas y el albornoz. Esperaba que fuese Leta, pero resultó ser Colby, con peor aspecto que nunca.

—¡Entra! —le invitó llena de entusiasmo—. ¡Tengo tantas cosas que contarte!

—Yo también tengo algo que contarte —dijo sin sonreír—. Y me temo que no va a gustarte.

—¿Dónde has estado? —le preguntó, seria.

—Vengo de casa de Matt Holden.

—¿Por qué?

—He estado trabajando para ayudar a nuestro amigo Tom. Conseguí que uno de los testigos se decidiera a hablar. Tom va a salir bien parado —hizo una mueca—. Me convencieron de que me quedara a tomar café. Por eso me han pillado en medio.

—¿En medio de qué?

—Del senador y de un desbocado Tate Winthrop.