Capítulo 8

Ni siquiera la mañana soleada de aquel sábado sirvió para sacar a Gaby de su depresión. Sólo con mucho sacrificio se levantó, desanimada e indispuesta, luego de una noche de insomnio. Todo el esfuerzo hecho para disimular la tristeza en el despacho se reflejaba ahora en su pésimo estado de ánimo.

Una gran inseguridad se había apoderado de ella. Había perdido todo de repente, el empleo, la paz, los planes para el futuro y, sobre todo a James. Su amor por él aún la atormentaba, un sentimiento sin esperanzas y, aún así, más fuerte que su energía para dominarlo.

La proximidad del final de su preaviso era, al mismo tiempo, un sueño y una pesadilla para ella. Cuando se desvinculara del despacho, la tortura diaria de ver a James todos los días llegaría a su fin, ¿pero que le restaría, entonces? Apenas un vacío inmenso, los días todo iguales, sin colorido. Pero, por ironía, a su lado sólo podría esperar tristeza y desilusión.

Luchando contra la amargura, Gaby se puso unos jeans y una camiseta a rayas. No podía entregarse de aquella manera a la depresión. Al principio sufriría mucho por la separación, pero, con el tiempo, el dolor pasaría. Conocería a otros hombres interesantes y cariñosos, con mucho más de lo que James por ofrecer en cuanto a amor y afecto… Pero ninguno de ellos tendría, como James, el poder mágico de hechizarla con una simple mirada. Ninguno despertaría en ella las sensaciones maravillosas que había conocido con James, ninguno la tocaría, la besaría, como él…

Resistiéndose a tales pensamientos, Gaby ordenó el apartamento, tomó una café rápidamente y se preparaba para encender la lavadora cuando escuchó el sonido del timbre. Refunfuñando contra el inoportuno capaz de visitarla a una hora tan inadecuada. Seguramente era alguna vendedora de productos de belleza o alguna vecina sin ocupación.

Abrió la puerta dispuesta a despedir a quien quiera que fuese lo más pronto posible… por lo tanto perdió la capacidad de reaccionar. Era James quien le sonreía, irresistible, dentro de unos pantalones de jean y una camisa de algodón azul clara. Parecía un hombre como cualquier otro, sin los impecables trajes o las ropas de combate. Pero emanaba un carisma especial, capaz de distinguirlo sobre los demás.

—Aún no he renunciado a nuestro almuerzo —le anunció. —Bien podría ser hoy…

—Resulta que yo tampoco he desistido en mi respuesta: No.

¿De dónde sacaba fuerzas para tratarlo con tanta frialdad? Gaby no encontró respuesta para su propia pregunta, mientras le observaba su rostro moreno, el cual ya extrañaba.

—Dame apenas un motivo plausible para rechazarme de esa manera, Gaby.

—¡Vamos, James, por favor, no vamos a repetir la vieja cantinela! Confórmate con un simple no: fuera del despacho, no tengo ninguna obligación de ser plausible.

—Ni de dejarme pasar, ciertamente.

—¡Ciertamente!

—No me trates así, Gaby —le pidió, humilde. —Hasta el peor de los reos tiene derecho a ser escuchado.

Con un suspiro resignado, lo dejó pasar. ¿Sabría el cuánto de aquella situación la torturaba? Lo observó de pie en medio de la sala, esperando permiso para sentarse. ¡No se parecía al abogado seguro, al guerrillero intrépido! Y, para desesperación de Gaby, había más encanto en su humildad que en su seguridad.

—Siéntate James, pero de una vez te aviso que no tengo mucho tiempo.

—¿Algún compromiso serio? —Y, antes de que ella contestara, añadió: —Ya sé, que no es de mi incumbencia.

—Exactamente.

—Pasa el día conmigo, Gaby, por favor.

—¿Y por qué haría yo eso?

—¡Porque me siento solo, muy solo!

La sensibilidad en su respuesta la enterneció. Tenía ante sí a un hombre decaído y necesitado que nunca antes había visto en James. Aun así, la razón le ordenaba que tuviera cuidado. En aquellas condiciones, él se volvía más accesible… ¡y peligroso!

—¿Por qué no buscas a tus amigos? —preguntó, evasiva.

—¿Cómo voy a saber dónde están Marchal, Apollo y los demás a estas horas?

—¡No me vengas con chantajes sentimentales, James! ¿Quieres darme a entender que no tienes a ningún otro amigo en la ciudad?

—Pues no lo tengo. Me creas o no, sólo te tengo a ti…

—¿Y amigas?

—¡A nadie!

Gaby se lo pensó por un momento. ¿Qué mal le haría aceptar la invitación? Unos días más y se separarían sin oportunidad de retorno. Al menos, podría agregar una imagen más agradable de su relación juntos, a la que ya poseía.

—Está bien, te acompañaré… ¡pero sólo a almorzar!

James le brindó una sonrisa satisfecha.

—Por mí, está perfecto —afirmó, entusiasmado.

Gaby se cambió los jeans por un vestido liviano, pero discreto. Volvió a la sala pocos minutos después, el cabello suelto, el rostro maquillado en tonos leves.

James la miró, mudo de admiración.

—¿Adónde vamos a almorzar? —preguntó Gaby, disimulando su embarazo ante la intensa mirada de él.

—Tú escoges, ¿está bien? Pero creo que es mejor que nos apresuremos si queremos comer bien. Los buenos restaurantes se llenan rápidamente los fines de semana…

El deseo ardía, intenso, en los ojos oscuros cuando James la acompañó hasta la puerta. Aun así, él sonreía y después inició una conversación casual en un evidente intento de esconder sus propios sentimientos.

Como si aún fuera muy temprano para almorzar, James la llevó hasta un parque cercano. Pasearon uno al lado del otro entre los árboles, recorriendo las veredas sombreadas por las ramas de los arbustos. En el lago, pequeñas embarcaciones llenas de niños risueños y bulliciosos le daban al paisaje un colorido especial.

Gaby miraba a James de manera disimulada. El suave viento le despeinaba el cabello, confiriéndole un aspecto despreocupado, encantadoramente salvaje. Sería difícil apartarse de él, imposible tenerlo cerca… De cualquier manera, ella sufriría la agonía de la incertidumbre y la soledad.

James intentaba redimirse del incidente ocurrido en Guatemala, motivo por el cual la llenaba de tantas atenciones. La deseaba, eso era verdad, pero ya se había conformado con no tenerla. Después de todo, no debían faltarle mujeres atractivas, interesadas en su compañía. No podía culparlo por ello. Desde el principio, había estado consciente de que el sexo era lo único que él tenía para ofrecerle.

James tocó sus dedos suavemente mientras caminaban a la orilla del lago.

—¡Estás tan callada! —comentó sonriéndole, lanzándole una mirada dulce. —¡Ah, daría la mitad de mi vida por saber lo que ocurre dentro de esa linda cabecita!

Ella se encogió de hombros, apartándose el cabello del rostro como un pretexto para liberarse del contacto perturbador de la mano de James.

—No tengo ningún misterio insondable, J.D. Apenas estaba planeando mi vida de aquí en adelante…

—Lejos de mí.

—Pensaba que este paseo era para relajarnos. Si es para que toquemos asuntos de la oficina, preferiría haberme quedado en casa.

—Pero eres tu quien me recuerda la oficina cada vez que me llamas J.D. Al menos hoy, llámame James.

—¿Para qué? No hay nadie aquí a quien tengamos que engañar con la farsa de enamorados felices.

—Lo sé, sólo quería… recordar buenos momentos.

Gaby suspiró, arrepentida y exasperada al mismo tiempo. Miró hacia las aguas tranquilas del lago, sacudiendo la cabeza con tristeza.

—¿Ahora te das cuenta por qué no es correcto que sigamos juntos, James? Existe mucho dolor entre ambos, estamos siempre hiriéndonos de alguna manera. No habría forma de que volviéramos a nuestra antigua relación.

—¡Tiene que haberla, Gaby! —la sujetó por los hombros y la volvió hacia él, decidido. —¡No puedo perderte ahora!

Vaciló por un momento antes de tomarle el rostro entre sus manos con infinita ternura. Gaby quería protestar, apartarse de él, pero no podía. Necesitaba a James, deseaba aquel contacto tanto como él. Por eso, no se apartó cuando los labios ansiosos de él buscaron los suyos, presionándolos suavemente con increíble sensualidad.

—¡No entiendo como pude lastimarte de aquella manera! —murmuró él, mirándola fijamente hacia el fondo de sus ojos. —Desde que volvimos de aquel maldito viaje, no he tenido un momento de paz. ¡La sensación desagradable de haber actuado como un canalla me ha perseguido hasta el día hoy!

—Tal vez porque mi presencia reaviva tu memoria todos los días. Cuando me vaya…

James le rozó los labios, impidiéndole proseguir.

—¡No se trata de eso. Gaby! Recuerdo siempre aquel suceso porque jamás fui tan injusto con alguien en toda mi vida. Cuando te vi en medio del fuego cruzado allá en la selva, supe cuan cerca estaba de perderte… y tuve miedo, un miedo insoportable. Era demasiado difícil admitirlo, por eso descargué toda aquella contradicción de sentimientos contra ti. No sabía que, al lastimarte, me estaría lastimando a mi mismo aún más.

—James…

—No, no digas nada ahora. Sé que será muy difícil convencerte. Te lastimé demasiado, te mostré la peor parte de mi personalidad. Pero no soy ese monstruo, Gaby. ¡Dame una oportunidad de probártelo!

La suplica en su voz murió con otro beso, aún más ardiente, más profundo que el anterior. Gaby lo deseaba intensamente, quería llevarse con ella aquel vívido recuerdo cuando se marchara de Chicago. Se entregó en cuerpo y alma a la caricia, asimilando, ávida, las nuevas sensaciones que provenían de su contacto. Y cuando James levantó la cabeza, abrió los ojos despacio, admirando su rostro viril lleno de pasión y deseo.

—James…

—Creí que jamás volverías a decir mi nombre así, con tanta ternura.

—¡No pongas las cosas más difíciles para mí!

James le acarició el cabello y el rostro. A pesar de luchar contra el impulso de aceptarlo sin reservas, Gaby naufragaba despacio en la poderosa aura de atracción que emanaba de él.

—¿Y crees que es fácil para mí dejarte ir?

—¡Por supuesto que no! Antes, necesitas tranquilizar tu conciencia.

—¡No se trata de eso, Gaby! Muero un poco cada vez que me aparto de ti. Me duermo y despierto pensando en ti…

—Está bien, me deseas, eso ya lo sabía. Pero yo quiero mucho más, necesito de mucho más para ser feliz. Quiero un compañero, James, no un amante. Tú ya me has dado muchas pruebas de que serías un amante excelente, pero el sexo no lo es todo.

—Entonces mírame a los ojos, y niégame que también me deseas. Niega que te incendias toda cuando te toco… cuando nos tocamos.

—Sabes muy bien que no puedo hacer eso, James.

—¿Entonces por qué cambiar lo que ya tenemos por un espejismo?

Porque lo amaba demasiado para contentarse apenas con su deseo, respondió en su mente. Sonrió con amargura, sintiendo que algo se rompía en su alma.

—El amor no es un espejismo para mí, James —afirmó, apartándose muy despacio. —Y algún día tendré una relación con alguien que también crea en él, como yo.

—¿Por qué esperar tanto? Puedes tener una relación conmigo cuando quieras…

—Lo siento mucho, James, pero no quiero.

—Porque no me amas.

Ella desvió la mirada hacia los botes anclados en el pequeño muelle. Si lo enfrentaba en aquel momento, James descubriría el sentimiento fuerte, intenso y sobrecogedor vibrando en su interior.

—Porque no funcionaría —contradijo. —Somos muy diferentes, viviríamos en un verdadero infierno de pleitos y malos entendidos.

—Las parejas que se aman también pelean mucho, tienen sus malos entendidos…

—Cuando existe amor, eso no desgasta la relación, al contrario, la fortalece. En nuestro caso, sólo acumularíamos resentimientos, terminaríamos odiándonos.

James la soltó con renuencia, la frente fruncida en una expresión intrigada.

—¿Si no significo nada para ti, por qué arriesgaste tu vida para salvarme?

—¡Que poco me conoces, James! Después de dos años de trabajar juntos, claro que significas mucho para mí. El hecho de que no quiera ser tu amante, no quiere decir que te dejaría morir, pudiendo salvarte.

—Harías lo mismo por Dick, entonces.

—¡Claro que sí! Y, si eso te consuela, puedes estar seguro que no quiero a ningún hombre en mi vida, al menos por el momento. Tengo otros planes para mi futuro inmediato, incluyendo almorzar. ¡Estoy muerta de hambre!

—Todavía no hemos terminado nuestra conversación.

—Sí, claro que ya terminamos. ¡Por favor, James, no me presiones, sino me veré obligada a regresar a mi casa y comerme un sándwich horrible de pan integral!

Y haciendo una mueca, retomó el camino en dirección hacia el coche. Estaba muy consciente de su capacidad para ocultar sus verdaderos sentimientos, aunque jamás había pasado por una prueba tan dura. Era una tortura rechazar a James tantas veces cuando, en el fondo, sólo deseaba cerrar los ojos a todos los inconvenientes y aceptarlo. Los dos se quemarían juntos en una pasión profunda, arrasadora y, luego…

¿Y si él la quisiera apenas por unas noches? ¿Y si la abandonaba apenas hubiera saciado su deseo? Ella no podría soportar el dolor de tenerlo apenas por poco tiempo, la inseguridad de temer cuando otra mujer se aproximara a él. Sería un precio demasiado alto por apenas unos instantes de placer.

Pensando en eso, encontró la fuerza para entablar una conversación casual cuando entraron en el coche. Aunque un poco renuente al principio, el buen humor de Gaby contagió a James y al poco tiempo ya hablaban de temas de lo más variados sin ninguna sombra de resentimiento.

Él escogió un restaurante pequeño y elegante no muy lejos del parque. Aunque la comida estaba deliciosa, Gaby tuvo que hacer un gran esfuerzo para tragarla. Y, para colmo, tuvo que comer una buena cantidad que justificara un apetito capaz de interrumpir una conversación seria.

A pesar de eso, la comida transcurrió en un clima agradable. James se mostraba atento y gentil, haciéndole recordar cómo era la relación entre ambos antes del secuestro de Martina. Y el corazón de Gaby se encogía en su pecho debido a la nostalgia por las insólitas aventuras que había vivido a su lado, por las conversaciones relajadas y llenas de alegría.

Cuando dieron por terminado el almuerzo, Gaby suspiró con una mezcla de alivio y agonía. Aún así, sonrió, fingiendo buen humor.

—Ahora, necesito irme a casa. Dejé la ropa en la lavadora y tengo que limpiar el apartamento.

Él se mordió el labio, decepcionado.

—¿Y no puedes dejarlo para mañana?

—De ninguna manera, mañana tengo la agenda llena: lavarme el cabello, hacerme las uñas, etc. El lunes tengo mi última entrevista para aquel empleo de digitalizadora y quiero estar impecable. La buena apariencia siempre cuenta en algo, ¿no crees?

—La tuya me convenció.

Gaby disimuló decepción, ignorando la llama de deseo que ardía en los ojos de James. Y, a pesar de su sonrisa, había dolor y tristeza en su expresión.

—Pensaba que había conseguido el empleo debido a mi eficiencia.

—Sólo conocí tu capacidad para el trabajo después de haberte dado el puesto.

—Espero que no hayas tenido que arrepentirte.

James la observó, muy serio.

—¡En este preciso momento sí, estoy arrepentido, y mucho! —afirmó por fin, amargo. Pagó la cuenta y salieron del restaurante en silencio. Casi no hablaron durante el camino. Gaby tenía la impresión de haber convencido a James de la inviabilidad de un romance entre ellos dos. Una victoria llena de espinas, pensó, mirando el paisaje fingiendo estar distraída.

Cuando James detuvo el coche a la puerta del edificio, se volvió hacia ella con un suspiro.

—Jamás había sido cambiado por un montón de ropa sucia, Gaby. Eso no es nada halagador, ¿lo sabías?

—Siempre prendemos más de las experiencias desagradables… Bien, gracias por el almuerzo.

—¿No podríamos repetir la experiencia, mañana? No te tomará toda la tarde cumplir tu agenda.

—Mejor no, James. Nos veremos el lunes en el escritorio ¿está bien?

Se giró hacia la puerta, pero él la sujetó por un brazo.

—¿Puedo subir contigo?

—No James.

—Sólo serán cinco minutos, tengo algo importante que decirte.

—No.

—Prometo no intentar nada, Gaby. Sólo quiero conversar contigo. Dependiendo del resultado de la conversación, te eximo de la segunda semana de preaviso.

Gaby vaciló durante unos instantes. No quería prolongar aquella despedida tan dolorosa para ella, pero algo en la expresión de James la hizo recapacitar en tal actitud. ¿Qué perdería por escucharlo? Cuando mucho, él insistiría un poco más y luego acabaría desistiendo de una vez. Y ella se libraría de una semana más de angustia a su lado en el despacho. Respiró hondo, armándose de valor. Necesitaría mucho dominio sobre sus propias emociones para rechazarlo cuando estuviera a solas con él en su apartamento.

—Está bien, James, pero si intentas algo…

—Confía en mí, sólo quiero decirte algo importante… Para mí, al menos.

Gaby se bajó del auto ya arrepentida por haber cedido. James ya había utilizado todos sus argumentos para envolverla. ¿Entonces, que restaría por decir? Seguramente, él deseaba apenas una última oportunidad para rescatar su orgullo herido por sus constantes rechazos. Y, si así fuera, la lastimaría aún más.

No intercambiaron una sola palabra en el ascensor. Gaby salió primero, abrió la puerta del apartamento y lo hizo pasar. Lo invitó a sentarse en el sofá mientras ella se acomodaba en un sillón luego de cerrar la puerta.

—Muy bien, soy toda oídos —dijo, mirándolo con una atención intencionalmente ostensiva.

James sonrió, sin humor.

—No es un asunto muy fácil para mí —se justificó él.

—O, quien sabe, y no hay ningún asunto…

—¡No soy un hombre tramposo, Gaby! No utilizo subterfugios para hacer lo que quiero.

—Entonces habla de una vez, ¿qué deseas?

James encendió un cigarrillo y se levantó del sofá. Dio algunos pasos por la sala, luego se volvió hacia Gaby, angustiado.

—Esta mañana, allá en el parque… no te dije todo acerca de lo que ocurrió en Guatemala —afirmó, después de darle una profunda calada a su cigarrillo.

—¡Entonces volvemos al mismo asunto! Ya te he dicho un millón de veces que la situación quedó muy bien aclarada por sí misma. ¿Qué es lo que aún queda por hablar sobre aquello?

—¡Muchas cosas! ¿Nunca te preguntaste por qué reaccioné de aquella manera tan estúpida?

—No, pero tú mismo me lo contestaste. Fue una manera de descargar las tensiones debido a…

—¡Fue por celos! Yo estaba loco de celos debido a Laremos.

Gaby lo miró, sin entender. Las palabras de James le habían llegado a los oídos, pero ella no entendía muy bien su sentido.

—¿Cómo dices?

—Eso mismo que has oído, yo estaba ofuscado de celos hacia Laremos por ti, Gaby. Desde el momento en que los presenté, no tuve paz. Vi el modo en que él te miraba, tus sonrisas hacia él, las bromas entre ambos y me carcomía de celos.

—Entonces te tomaste en serio aquella historia de que estábamos enamorados.

—¡No bromees, Gaby!

—¡Sólo estaba intentando ser civilizada! —explotó ella. —¡Debería abofetearte de nuevo por ello! ¡No soy un objeto de tu propiedad que nadie puede tocar! Además, aunque Laremos me interesara mucho, yo jamás lo hubiera incentivado. ¡Estaba allí como tu prometida! ¿Quién te crees que soy?

—Eres la mujer más maravillosa del mundo, querida. Tienes toda la razón en, enfadarte conmigo por esa actitud absurda, pero… ¿Qué hay de lógico cuando se está enamorado?

—¡No me vengas con ese cuento de amor James! ¡Ese es el truco de seducción más antiguo en la historia de la humanidad! Eres demasiado pretensioso para aceptar que alguna mujer en el mundo te rechace. Siempre me pareciste vanidoso, pero nunca pensé que llegarías a ese extremo para doblegar mi resistencia.

James le dio otra calada a su cigarrillo y miró la llama un instante, pensativo.

—No esperaba otra reacción de ti —afirmó, aún con la cabeza baja. —Es el precio que tengo que pagar por no habértelo confesado antes.

—¿Confesar qué? ¿Tu orgullo ofendido?

—No, que te amo, mucho, desde hace mucho tiempo.

A pesar de su voz calmada, la expresión de James reflejaba un sufrimiento tan intenso que Gaby vaciló en su rabia.

—Vamos, James, no esperas a que yo crea eso… ¿o sí?

—Ahora, no puedo pedirte nada. Sólo estoy hablando de ello porque pensé que tenías el derecho a saberlo.

—James…

—¡Déjame hablar, corazón! —le pidió, arrodillándose al lado del sillón donde ella estaba y sujetándole las manos.

—Después mándame lejos, búrlate de mí, haz lo que quieras. Prometo aceptar tu decisión sin quejas, pero antes, escúchame.

James soltó un suspiro profundo, mientras apagaba el cigarrillo sobre la mesita central. Luego se volvió hacia Gaby, quien lo miraba de frente, aturdida.

—No te culpo por no creer en mí, Gaby. Yo mismo tuve una dificultad increíble para enfrentarme a la verdad… ¡Pero yo te amo! Por eso los celos absurdos hacia Laremos, el miedo de perderte durante el tiroteo, el hecho de decirle a mis amigos que eras mi prometida… Y hasta el llevarte conmigo a Guatemala.

—¡Entonces, tu no necesitabas de un radio aficionado!

—Sí, claro que lo necesitaba, pero Laremos sabe lidiar muy bien con ese aparato. Sólo cuando volvimos, me percaté de que usé aquello como excusa para tenerte cerca de mí en uno de los peores momentos de mi vida. Hasta allí, yo creía que sentía por ti apenas una atracción física muy fuerte. Solamente me di cuenta de lo que estaba ocurriendo conmigo cuando insististe en pedir la renuncia… Sólo que ya era un poco tarde.

Gaby sacudió la cabeza, incrédula.

—No puedo creerte, James. Si tú me amaras en verdad, no habrías podido esconderlo durante tanto tiempo. Me habrías hablado de amor, no de deseo.

—Lo intenté, querida, ¡lo juro! Cada vez que mencionaba el incidente en casa de Laremos, mi intención era contártelo… Pero tú estabas siempre tan distante de mí, demostrabas tanta seguridad en no quererme en tu vida que perdí el valor. Siempre me he enorgullecido de no necesitar a nadie y fue muy difícil admitir que dependo de ti, ¡como del aire que respiro!

Una confusión de sentimientos hacía que el corazón de Gaby latiera más fuerte. Había soñado tanto con aquel momento y, ahora, no sabía qué actitud tomar. Deseaba demasiado creer en James, pero aún así, sus defensas se resistían.

—James…

—No digas nada, mi ángel, ya sé que tú no me quieres. Para ser sincero, no te culpo, después de todo lo que ha pasado. Es sólo que no quería que te fueras con la impresión de apenas te deseo en mi vida como algo pasajero.

—¿Y no es así?

James le acarició el rostro, un brillo intenso en sus ojos oscuros.

—Ah, Gaby, de ti lo quiero todo: la sonrisa, el talento, el compañerismo, el coraje, la cabeza, el cuerpo, el alma, el corazón… ¡Lo quiero todo y para siempre!

Perpleja, Gaby lo miró intensamente por unos instantes, con miedo de adivinar el significado oculto en aquellas palabras.

—Estás hablando de…

—Así es, mi ángel: matrimonio. Vine hacia acá decidido a tener una seria conversación contigo. —Y, sacudiendo la cabeza con tristeza, añadió —Estaba tan seguro de que aceptarías esto que te traje…

El corazón de Gaby casi se detuvo cuando James sacó del bolsillo del jeans una pequeña caja, mostrándole una bella sortija de oro.

—Sé que fui un presumido, pero, si me aceptaras, yo…

—¡Te portaste como un canalla, es cierto! —lo interrumpió —llorando de felicidad. —¿Cómo puedes haberme dejado sufrir durante más de una semana, maldiciéndome por amar a un hombre que sólo me quería como su amante?

Y, sin esperar una respuesta, lo besó en los labios con apasionado ardor. James a correspondió a su caricia intensamente, acariciándole el cabello, el cuello, la espalda.

—¡Somos dos idiotas! —afirmó emocionado, secando las lagrimas delicadamente del rostro de Gaby —¡Perdimos tanto tiempo corriendo tras la felicidad y ella estaba justo debajo de nuestras narices!

—¡Y yo pensando que tu preferías tu libertad!... ¿Te habrías casado conmigo aun si yo no te amara?

—¿Y por qué no? Sin ti, nada tiene valor para mí, y yo haría cualquier locura con tal de conservarte a mi lado. ¡Si supieras como me sentía cada vez que llegaba al despacho y te encontraba cada día más hermosa!... Era una tortura notar que te iba muy bien sin mí, que podías encontrar a otro en cualquier momento.

—Pues yo imaginaba las mismas cosas con respecto a ti. Por eso, me esmeraba con el maquillaje todas las mañanas, para que no te dieras cuenta de mis ojeras.

—¿Y acaso no notaste las mías? Yo no uso maquillaje.

—Disculpa, mi amor, pero pensé que se debía a tu cargo de conciencia… Tú mismo me dijiste eso, varias veces.

—Por simple orgullo. Me parecía humillante implorar tu atención. Luego, llegué a la conclusión de que perderte para siempre era algo más insoportable para mí que todas las humillaciones del mundo.

James le tomó la mano y, besándosela cariñosamente, le colocó la sortija en el dedo.

—¿Acepta casarse conmigo, señorita Darwin?

—Claro que sí… Si eso no estorba mis planes para el futuro.

—Ah, ¿quieres decir que ya te has decidido acerca de ello?

—Sí, decidí seguir tus consejos. Voy a estudiar en la Facultad de Derecho para luego ejercer en el área laboral. ¡Después del secuestro de Martina, no quiero tener nada que ver con criminología!

—¡Entonces perdí a mi compañera en las investigaciones?

—Lo siento mucho, James, pero no dispondré de tiempo suficiente. Tendré una carrera que cuidar… Además de nuestros hijos. Después de todo, me encantará ser madre, esposa, mujer…

Le acarició la nuca muy despacio, en una caricia insinuante.

James se estremeció, los ojos brillantes de deseo.

—Si continuas con esta conversación, te vas a arrepentir, mi ángel.

—La culpa es tuya. Fuiste tú quien me enseñó.

—Tengo muchas cosas que enseñarte, pero las clases comenzarán sólo dentro de una semana.

Gaby frunció la frente, exagerando una cara de decepción.

—¿¡Sólo!? ¿Pero, por qué esperar tanto?

—Porque será la fecha de nuestra boda. Luego del secuestro de Martina, no quiero complicaciones con mujeres solteras.

James se levantó de pronto, resuelto, pero ella le sujetó la mano.

—Ciertos aprendizajes exigen una preparación —afirmó, maliciosa. —Y cuanto más temprano se comience, mejores serán los resultados.

—Gaby… dejaste la ropa en la lavadora y tienes que limpiar el apartamento ¿lo olvidaste?

Ella se levantó del sillón y dejó que él la abrazara.

—No, no lo he olvidado… Tanto así, que hice todo eso esta mañana. Mientras yo limpiaba la lavadora se encargó de la ropa y, antes de que saliéramos, coloqué todo en la secadora.

—¿Y no te da vergüenza mentirle así a tu futuro marido?

—Le mentí a mi ex jefe, lo que es muy distinto. De mi futuro marido quiero un beso.

James se esmeró en atender su petición. Gaby se aproximó a él aún más, sorbiendo con avidez cada momento de la caricia profunda, sensual. Y la vida les sonrió a ambos, llena de promesas de felicidad.