Capítulo 2

Sentarse en el confortable asiento del avión después de la jornada de las últimas horas debería ser un alivio para Gaby. En cambio, la tensión de J.D. a su lado, le causaban malos presentimientos. El apenas había hablado desde que despegaron. Y aún ahora, después de horas de viaje continuaba encerrado en un enigmático silencio.

Para Gaby, verlo tan preocupado sin poder hacer nada, era una situación angustiante. J.D. casi nunca hablaba de su hermana, pero cuando lo hacía, se refería a ella con una ternura capaz de justificar todo aquel nerviosismo.

—J.D. siento mucho por todo lo que estás pasando —afirmó, solidaria —Me imagino cuán duro debe estar siendo todo esto para ti y me gustaría ayudarte… De verdad. ¿Hay algo que se pueda hacer en un caso como éste?

Una amplia sonrisa, de dientes blanquísimos, suavizó por algunos instantes el rostro tenso de J.D.

—¿Crees que tenemos las manos atadas? —preguntó con aire misterioso.

Gaby lo observó por unos segundos. Era obvio que había orquestado algún plan y, por lo visto, debía ser peligroso. Sólo restaba saber cuál era. Aún sin tener esperanzas de sonsacarle alguna información, decidió sondearlo.

—No hablabas en serio cuando dijiste que no avisarías a las autoridades, ¿no es cierto? —preguntó —Después de todo, sólo los gobiernos poseen unidades entrenadas para rescatar víctimas de secuestros…

—Los agentes del gobierno están demasiado ocupados con los secuestros políticos.

—¿Y no es ese el caso de Martina? Por lo que sé, todos los secuestros internacionales tienen un trasfondo político…

—Pero éste no está directamente relacionado con la política italiana, ¿entiendes? Y además esas unidades especiales no son infalibles. No puedo arriesgar la vida de Martina.

—En eso tienes toda la razón.

J.D. se volteó para mirarla. A la expresión preocupada se sumaban ahora ternura y comprensión.

—Estás asustada, ¿no es así?

—Un poco, para ser sincera.

—Pensé que ya estarías acostumbrada, después de tantas aventuras…

—Todos nuestros viajes anteriores fueron por cuestiones de trabajo. No había nadie conocido que tuviera su vida en peligro. El sacó del bolso la cigarrera de plata y encendió un cigarrillo, lanzando una profunda bocanada.

—Sé que estás tenso, J.D. pero intenta controlarte con los cigarrillos —Gaby le aconsejó —la nicotina es veneno para el corazón.

—¿Por qué aún no te has casado, Gaby? —Y con una sonrisa torcida ante el asombro de ella, añadió —Serías una buena esposa, dedicada y atenta…

—Prefiero emplear esas cualidades en mi carrera. Me gusta lo que hago… Dentro de unos años, ¿quién sabe, y encuentro a alguien interesante? Por el momento, estoy encantada con mi trabajo. Ningún hombre me atraería tanto.

—Y, nunca te has quejado.

—No tengo razones para quejarme, por el contrario. Poseo una experiencia jurídica que pocos abogados poseen. He conocido algunos lugares, que jamás soñé visitar. He tenido contacto con todo tipo de personas, desde gangsters hasta comunes criminales…

—¡Que bella descripción de tu empleo le haces a tu jefe! —la interrumpió, riendo.

—Pues para mí, no existe un cargo mejor. Detestaría la vida monótona que llevan las demás secretarias.

—Tú no eres una simple secretaria, te considero mi asistente. La verdad pensaba enviarte a la facultad de Derecho el próximo semestre, se te da muy bien, ¿sabes?

Ella rió sacudiendo la cabeza.

—No, claro que no. No poseo la sangre fría como para soportar con tranquilidad la provocación de un adversario en el tribunal, testigos mintiendo todo el tiempo… ¡Juro que mataría a alguien!

—Pero no necesitas ser criminalista. Consultora Jurídica, Derecho Familiar, Sucesiones… Hay muchas ramas en el Derecho que exigirían menos de tus nervios de lo que un tribunal… Sería una pena desperdiciar tanto talento.

—Gracias, pero no estoy segura de que es eso lo que quiero de verdad. Me gusta el Derecho ahora, pero no sé si esa pasión durará toda la vida. Una cosa es ser secretaria en un despacho de abogados. Otra, muy diferente es ser la dueña del bufete.

—¿Cuántos años tienes, Gaby?

—Veintitrés.

J.D. sacudió la cabeza con una sonrisa misteriosa. Le observó el rostro jovial, en contraste con el sobrio conjunto blanco y las gafas posadas a lo alto de su cabeza. Toda ella poseía una elegancia especial, extraña mezcla de sensualidad de mujer y con encanto de niña.

—Pues siempre pensé que aún no habías cumplido los veinte. —Confesó.

Gaby soltó una carcajada espontanea.

—¿Podrías repetirme eso mismo dentro de veinte años, J.D.? Te garantizo que me encantará oírlo.

Él también rió, deleitado con el juego de palabras. Por primera vez, Gaby tuvo la certeza de que J.D. estaba flirteando con ella. La sonrisa de él emanaba un calor y una intensidad inquietante, envolvente. Era como si un poderoso campo magnético los rodeara, perturbándola.

—Si no es abogada, ¿entonces qué te gustaría ser? —le preguntó, recostándose en el asiento.

—Aún no lo he decidido. Tal vez una agente secreta… O quién sabe, una espía industrial muy osada. —Y luego con seriedad, agregó: —Por el momento, sólo me interesa saber a dónde nos dirigimos.

—A Italia, por supuesto.

—Sí, lo sé, ¿pero a qué lugar de Italia?

—Eres curiosa, ¿eh? Nos dirigimos a Roma, a rescatar a mi hermana.

Dick tenía razón, ¡J.D. ciertamente estaba loco! Y ella una desatinada porque, envés de causarle miedo, la perspectiva del rescate la excitaba, pensó Gaby con una sonrisa, mirando las nubes blancas y a través de la ventana.

—¿Riéndose de mí, señorita Gaby Darwin?

A pesar de la broma, había una sensualidad innegable en la voz de J.D. Se inclinó sobre ella con el pretexto de apagar el cigarrillo, dominándola por completo con el perfume rudo y viril mezclado con un leve olor a cigarro. Después, regresó a su posición normal muy despacio, observándola con insistencia.

Gaby se perdió un momento en aquellas pupilas oscuras, repletas de misterios insondables. Sabía que estaba en peligro, pero dejaba que la magia la consumiera por completo. Y, al mismo tiempo, crecía dentro de ella una extraña seguridad, como si ella misma fuera la hechicera, y no la víctima del hechizo.

—Lo pensé mucho antes de traerte conmigo —dijo él de repente —Si pudiera escoger, no te envolvería en esta historia. Pero no puedo confiar en nadie más, Gaby, y la situación es muy delicada como para arriesgarme. Y además de eso… no acostumbro a viajar sin tí.

Gaby agradeció con un ligero asentimiento de cabeza. Era mejor esquivar la situación, en caso contrario aquel viaje tendría consecuencias muy serias… para ella.

—Espero que estés consciente de que, actuando al margen de la ley, también estás arriesgando la vida de Martina.

—Lo sé, pero no tengo otra opción. Si no actúo en seguida, ella morirá, tal vez hasta en menos tiempo. Si incluimos a las autoridades, las negociaciones con los secuestradores serán mucho más lentas y complicadas. Y quedarme esperando a que la situación se resuelva sin hacer nada es imposible para mí.

—Te comprendo.

Y Gaby lo entendía en verdad. Un hombre con el temperamento enérgico y activo de J.D. jamás se conformaría con esperar las decisiones ajenas. Si luchaba con tan grande empeño por la vida de sus clientes, que no haría por su propia hermana.

Lo observó por algunos instantes, en un silencio lleno de admiración. El sonrió tomándole la mano, inundando su cuerpo y alma con un calor reconfortante y sensual.

—Estoy haciendo lo que me parece correcto —explicó, ahora seguro. —No estamos seguros de que los secuestradores mantengan a Martina aún en Italia. Si es así, sería mucho más fácil. Pero si las sospechas de Roberto son correctas… Él cree que conozco a uno de los secuestradores, un antiguo compañero… del colegio. Su familia posee una hacienda en América Central y, si ellos han llevado allí a Martina, ahí sí se pondrían las cosas feas en verdad.

—¿Y cómo están negociando ellos con Roberto?

—Uno de los integrantes del grupo se ha comunicado por teléfono para concertar el cobro del rescate. A pesar de eso, tengo el presentimiento de que necesitaremos viajar mucho, antes de que esta pesadilla acabe…

—Pero puede que no sea así. A lo mejor resolvemos ese problema ahí mismo en Italia…

—¡Ojalá! Pero de todas formas, Italia es una escala obligatoria para nosotros. Necesito encontrar a algunos amigos que, hace mucho tiempo, me quedaron debiendo un favor. Llegó la hora de cobrarlos.

La expresión de J.D. se volvió distante y dura. Había un aura de misterio en torno a él y su pasado que atraía a Gaby de manera casi irresistible.

—Eso quiere decir que vamos a llevar un grupo con nosotros —dedujo, pensativa.

—Me sorprendes Gaby. La mayoría de las mujeres en tu lugar estarían temblando de miedo. Y tú pareces… animada.

Ella rió un tanto avergonzada. Después de todo, el viaje no era ningún paseo.

—Lo siento mucho J.D. pero soy un poco disparatada. Esta situación me hace sentir como en una de aquellas series de televisión.

—Ya sé, sobre grupos de voluntarios que defienden la libertad en el mundo occidental, ¿no es así? Sólo que en la vida real, a esas personas se les llama mercenarios, combaten por dinero y están al servicio de quien más pague, no de quien tenga la razón. Es una profesión dudosa en el aspecto ético y muy peligrosa desde el punto de vista material. La mayoría de los mercenarios o mueren a una edad temprana o pasan la mitad de su vida en prisión. No todo es tan perfecto como aparece en la televisión.

La amargura de aquellas palabras asustaron a Gaby.

—No sabía que era tan prejuicioso doctor —afirmó irónica —¡Pareces odiar a todos los mercenarios del mundo! Apuesto a que todos ellos tienen buenos motivos para vivir de esa manera.

—No odio a nadie, Gaby por el contrario, siento es mucha lástima… Un amigo mío realizaba ese tipo de servicio. Él podría contarte historias terribles sobre esa profesión.

—¿¡De verdad conoces a un ex mercenario!? ¡Ah, J.D. preséntamelo!... Si es posible, claro.

Él sacudió la cabeza con una sonrisa.

—Gaby ¿qué voy a hacer contigo?

—¡La culpa es tuya, tú me corrompiste! Yo llevaba una vida tranquila y, para mí, gangsters y mercenarios eran una realidad apócrifa, como platillos voladores. ¿Tu amigo está vivo aún?

—Sí, los está, claro.

—¿Confiará él en mí?

—Creo que el problema no es ese. No te gustaría escuchar sus historias. ¡Algunas son realmente sórdidas!

—¿Más de lo que las que ya oí de asesinos y mafiosos mientras tomábamos sus declaraciones? Pues déjame juzgar eso por mí misma. Y no te olvides de decirme cuántos mercenarios integran ese grupo que vamos a encontrar en Roma…

—Ahora es mejor ajustarnos los cinturones, estamos llegando al aeropuerto.

Ella obedeció sonriendo.

—Si hubiera sabido que era tan difícil engañarte, Gaby, te habría dejado en casa.

—Y habrías perdido tu disfraz. Fue para eso que me trajiste, ¿no? La vieja coartada de los novios pasando unas vacaciones.

Diciendo eso, se soltó el cabello, guardó en el bolso las gafas y desabrochó el primer botón de su blusa. Después sacudió la cabeza con fuerza, haciendo que los oscuros rizos ganaran volumen.

—¿Y ahora? —preguntó, con un leve desafío en la pícara sonrisa. —¿Parezco una turista de vacaciones?

J.D. sonrió también, observando la transformación, encantado.

—Más que eso, Gaby: pareces la novia más linda que un hombre podría desear.

—¡Oye, que puedo llegar a creerte!... ¿Y cómo debo llamarte? No puedo referirme a mi “novio” como J.D., o Brettman, ¿no crees?

—Llámame James o Dane, como prefieras Gaby.

Él le había pronunciado el nombre despacio, con ternura envolvente. Gaby le clavó una mirada graciosamente decidida.

—Entonces, será James, ¿está bien? Pero, mira, un novio en sus vacaciones tiene que estar de mejor humor de lo que tú lo has estado en las últimas horas, ¿no crees? Si te pones ceñudo como esta mañana, nadie va a creer en tu disfraz.

—No te preocupes, Gaby, seré una compañía a tu altura, lo prometo. No permitiré que te ocurra nada malo… Voy a prestarte mucha más atención que en el despacho, ¿está bien? Por favor, perdóname por lo de esta mañana.

—Está bien, comprendo que estabas preocupado. Ni siquiera parecía el J.D. que yo conozco… Pero, hablando en serio, cuídate en el rescate de Martina. Eres demasiado temerario para mi gusto… Y, estoy segura, que para los secuestradores también.

Sonrió con ternura, agradecido por la preocupación de Gaby.

—Voy a seguir tu consejo, claro, pero ni intentes convencerme de no participar en esa operación. Martina y yo pasamos momentos muy difíciles cuando éramos niños y todos los superamos juntos, sólo nosotros dos. Poco entendíamos de la vida cuando mi padre murió… Se ahogó en la bañera en una de sus acostumbradas borracheras, ¡imagínate! Entonces, mi madre comenzó a trabajar como asistenta para costear nuestros estudios. Cuando Martina y yo crecimos un poco, también conseguimos empleos para ayudarla con los gastos de la casa… Yo aún no había cumplido quince años cuando mi madre murió de un ataque al corazón. Su salud nunca fue muy buena y el trabajo pesado, las preocupaciones le acortaron aún más la vida… —J.D. bajó la mirada, en un intento de controlar la emoción. —Le juré que me encargaría de Martina, en cualquier situación. Y, aunque no lo hubiera jurado, no podría dejar que la vida de mi hermana dependiera de extraños, ¿entiendes? Sacarla de esa ratonera es un honor para mí.

—Entiendo tus razones, pero tú eres un abogado, no un agente de seguridad. ¿Qué podrás hacer contra hombres armados hasta los dientes?

—Ya lo verás, cuando llegue el momento. Aún no estoy tan viejo.

—No se trata de eso, J.D….

—James, ¿lo olvidaste?

Gaby emitió un suspiro resignado. Los dos años de relación le habían enseñado a no argumentar contra su obstinación. Miró por la ventana el aeropuerto iluminado, las luces de neón destellando reflejos de plata en la noche clara. Cuando el avión comenzó a aterrizar, James le sujetó la mano con una sonrisa.

—Estamos llegando, Gaby. Roma, la “Ciudad Eterna”, será nuestra por algunos días.

Fascinada, Gaby observó los pequeños puntos iluminados allá abajo. Cada uno de ellos seguramente significaban un monumento centenario, cuyas paredes habían sido testigos de la historia… ¡Era una pena no poder visitar esos lugares! J.D. no tendría tiempo ni cabeza para excursiones turísticas con Martina corriendo el riesgo de morir. De cualquier manera, se alegraba por vivir aquella aventura al lado de un hombre tan valiente.

Mirando a través de la ventana del automóvil, Gaby parecía estar soñando. El auto seguía por la Via Transtevere, en la parte antigua de la ciudad. Desde el milenario puente sobre el Tibre, se veían siete colinas, imponentes testimonios de la fundación de Roma.

Ruinas majestuosas ladeaban toda la carretera, dando una idea del esplendor del imperio en su apogeo.

Cuando pasaron delante del Coliseo, camino al hotel, Gaby no contuvo una exclamación. Las enormes murallas, alumbradas por iluminación artificial, le provocaban una emoción inexplicable, como si retrocediera a un pasado desconocido. J.D. le tomó la mano y le sonrió con ternura.

—Vamos a buscar tiempo para visitar todas esas bellezas —le prometió.

—No te molestes, James. Éste no es exactamente un viaje de placer, nosotros lo sabemos.

—Pero los demás no lo saben ni deben descubrirlo. Vamos a fingir realmente que estamos de vacaciones, ¿o no? Entonces lo lógico es aprovechar las oportunidades. No todos los días podemos venir a Roma.

—Hablando en serio, James, ¿qué vamos a hacer… en cuanto a ese asunto?

J.D. se inclinó un poco en el asiento, elegante y poderoso en el traje gris claro que vestía. Y Gaby se preguntó cómo no se había fijado antes en el encanto viril de aquel hombre, aún trabajando con él desde hacía dos años.

—Aún no lo sé a ciencia cierta, necesito conversar con mis amigos. Mejor no preocuparse por eso mientras tanto, mi ángel. Llegando al hotel, tomaremos un buen baño y descansaremos un poco… Sólo que tendremos que compartir una suite… ¿Te incomodaría mucho?

—¿Y por qué debería incomodarme?

J.D. sonrió, un tanto avergonzado ante la inocencia estampada en el rostro de ella.

—¿Y por qué debería? —murmuró, mirando por la ventana. —Espero que Dutch haya recibido mi mensaje. ¡No veo la hora de entrar en contacto con él!

—¿Quién es Dutch?

—Un conocido. Es el intermediario entre Roberto y yo.

—Martina y Roberto no viven en Roma, ¿verdad?

—No, viven en Palermo. Por esa razón no fui hacia allá. No quiero que nada nos vincule con el secuestro.

—¡Y Dutch puede descubrir si Martina aún está en Italia?

— Espero que sí.

J.D. se encerró en un preocupado silencio y Gaby no insistió con sus preguntas. Se distrajo observando la sucesión de edificios modernos que desplazaban, en el centro de la ciudad, a los antiquísimos monumentos.

Recorrieron en silencio el resto del trayecto hasta el hotel. El edificio de arquitectura innovadora y lujosa la dejó impresionada. En recepción, fueron acogidos con extrema gentileza por la recepcionista y conducidos rápidamente hasta la suntuosa suite reservada para ambos.

James había tenido el cuidado de escoger un apartamento con dos habitaciones. Gaby agradeció mentalmente su caballerosidad. Ya le bastaba el descontento de estar en un país extraño con alguien con quien no compartía la más mínima intimidad. Y, para colmo, durmiendo con él casi en la misma habitación…

Si bien la situación no tenía nada de normal. Aunque quisiera olvidarse de eso, el nerviosismo de J.D. le recordaba los riesgos que rodeaban aquel viaje.

Lo observó mientras caminaba por el salón, buscando algo para distraerse. No lograba disimular la ansiedad de que sonara el teléfono. Fumaba un cigarrillo tras otro, lanzando de vez en cuando miradas angustiadas hacia el mudo aparato.

No podía hacer nada para ayudarlo, Gaby fui hacia su habitación y deshizo las maletas. Si continuaba mirando a aquel hombre caminar de un lado a otro en el más absoluto silencio, tendría un ataque de nervios. Se preparaba para tomar un baño cuando el teléfono sonó. Con seguridad, era el tal amigo con noticias de Martina.

Se apresuró y pocos minutos más tarde salía de la habitación vistiendo unos jeans y un jersey rosa pálido. El cabello suelto y húmedo aún le daba una apariencia juvenil. El disfraz de turista convencería a cualquiera, pensó, satisfecha.

J.D. estaba delante la ventana cuando ella entró. Se había quitado la chaqueta y la corbata y se había desabrochado algunos botones de la camisa. No se parecía el ejecutivo serio que entraba todas las mañanas al despacho, ocupando cada minuto del trabajo de Gaby. Ella sonrió pensando en ello y se aproximó a él con suavidad.

—¿Está todo bien, James?

Él se dio la vuelta y la observó por un instante, sorprendido y satisfecho al mismo tiempo. En aquel momento, era como si ambos se estuvieran conociendo de verdad, lejos de las jornadas y de los quehaceres de la oficina, se habían vuelto de repente apenas un hombre y una mujer ante los peligros de la extraña aventura de rescate. Y la propia situación los unía de una forma íntima, creando entre los dos un vínculo poderoso, magnético.

—¿Y entonces, James, quién llamó? ¿Fue Dutch?

—Sí, fue él, Martina está fuera del país.

—¡Oh, no! ¿Adónde la llevaron?

—A Guatemala. La escondieron en una hacienda del interior, que es el cuartel general de un grupo de revolucionarios… ¡Sólo eso me faltaba, una complicación política en este caso!

—Entonces, tal vez sea mejor comunicarnos con las autoridades. J.D. rechazó la idea con un gesto enérgico, mientras encendía otro cigarrillo.

—¡Ni lo pienses! No quiero a Martina envuelta en una intriga internacional. Además, no podemos arriesgarnos, esto parece cosa de una banda poderosa, de esas que tienen contactos en el mundo entero, ¿entiendes? Es un viejo truco, comprar una propiedad en un país a nombre de una persona nacida o radicada allí hace mucho tiempo. En general, esas personas son ciudadanos que están por encima de cualquier sospecha, escogidas a propósito para dar más garantías a los delincuentes, ningún gobierno del mundo puede mantener propiedades privadas bajo vigilancia, a no ser que haya una denuncia muy seria.

—¡El secuestro es una denuncia seria, James!

—Pero yo no puedo hacerla. Martina es ciudadana americana, Roberto es un industrial importante aquí en Italia… Eso basta para envolver tres países en esta confusión. Y quiero a los departamentos de Inteligencia fuera de esto. Ellos tienen la costumbre de tratar cualquier secuestro como terrorismo político y apuesto que no es ese el caso.

Gaby arrugó la frente, asustada.

—¿Y qué puede ser, entonces?

—Los grupos de mercenarios cuando no tienen trabajo también practican secuestros, ¿lo sabías? Ellos conocen bastante gente poderosa quienes le ofrecen escondites en esas ocasiones. Y matan a la víctima sin ninguna compasión cuando no consiguen el dinero o se sienten presionados.

Gaby sacudió la cabeza, desolada. Si las suposiciones de J.D. eran correctas, ninguno de los recursos legales funcionaría en este caso.

—¿Y qué piensas hacer ahora? —preguntó inquieta.

—Ya lo hice. Le envié dinero a Dutch para comprar algunas cosas que voy a necesitar. También le pedí que se pusiera en contacto con algunos amigos míos. Se reunirán con nosotros en Guatemala, en la hacienda de un amigo común.

Gaby soltó un suspiro.

—¿Sabes?, cuando me ofrecí al cargo de secretaria, pensé que el lugar de trabajo sería en un bufete de abogados. ¡Si hubiera sabido que el empleo consistía en acompañar a Indiana Jones, habría pedido un salario más alto!

J.D. rió, exhibiendo uno dientes, blancos y bien delineados. Para Gaby fue un alivio verlo relajado al menos por unos instantes. Su angustia en las últimas horas la sensibilizaba muy de cerca.

—¿Cuándo nos vamos a Guatemala? —preguntó, en esa ocasión con seriedad.

—Mañana. Me gustaría ir hoy mismo, pero necesitamos tiempo para planear la operación. Sería fatal que los secuestradores adivinaran nuestras intenciones. Además de eso, le pedí a Dutch que le preguntara a Roberto de cuánto dinero dispone para el rescate. Y sólo de madrugada Dutch puede visitar a mi cuñado sin ser visto.

—Entonces de aquí nos vamos directamente a Guatemala.

—No, primero pasaremos por México… Como ves, ¡tendremos unas “vacaciones” muy movidas!

—Será mejor que nos acostemos temprano, en ese caso. Por lo visto, mañana será un día más ajetreado que un lunes después de un asueto…

—¡Ah no, Gaby! No podría pegar un ojo, estoy demasiado tenso… ¿Qué te parece si salimos a dar una vuelta por la ciudad? Ayuda a pasar el tiempo.

—Pero, ¿no estás cansado? ¿No prefieres tomar un calmante leve y relajarte un poco?

J.D. le sonrió con afecto y se aproximó. Una súbita intimidad los unió en un aura de tierna sensualidad.

—Te prometí que hallaríamos la manera de pasear un poco, ¿no es así? —dijo acariciándole el rostro con delicadeza. —Después de todo, las parejas que están de vacaciones no se quedan encerrados en los hoteles… ¿Dónde quieres ir?

—Ya que insistes… ¿Qué tal al Foro?

Él la observó el rostro durante largo tiempo, después le rozó los labios con los dedos, en una caricia sutil.

—Acerté de lleno trayéndote conmigo, mi ángel —murmuró—Eres la compañía ideal para un momento tan difícil: valiente, divertida, cómplice y… ¡Hermosa!

—Si continuas elogiándome de esa manera, voy a terminar creyéndolo, y luego ya no podrás soportarme, ¿eh?

La broma era apenas una protección. Gaby se sentía en peligro con la proximidad de J.D., la ternura de sus manos y de sus palabras la perturbaban de forma sobrecogedora. Disimulando esas sensaciones con una sonrisa, intentó apartarse pero él la retuvo a su lado, sujetándola por las manos.

—No huyas, Gaby —le pidió, clavándole los ojos con intensidad —Eres realmente hermosa, e inteligente, audaz… ¡Sexy! Y no me digas que es la primera vez que alguien te dice eso porque no me lo creo.

—Para ser sincera, no, no es la primera vez. Sólo que me parece extraño que hayas notado todas esas cualidades justamente ahora, cuando estamos solos en un país extraño.

J.D. elevó las cejas, irónico.

—¿Eso es una queja, señorita?

—No, estoy siendo realista. Me parece que el famoso romanticismo de Roma se te está subiendo a la cabeza… ¡o peor aún quieres que se me suba a mí!

En ese mismo instante, la seriedad sustituyó el aire provocativo en el rostro de J.D.

—Voy a fingir que no entendí que me has acusado de ser un seductor barato —afirmó, soltándole las manos.

Gaby esbozó una sonrisa pícara.

—¡Menos mal! Estropearías nuestro paseo si te enfadaras ahora.

—¡Estás siendo cobarde, Gaby!

—A veces la cobardía es sinónimo de seguridad.

—Y otras, implica perder la tajada más dulce de la vida. —Y antes de que ella intentara protestar, se adelantó: —Está bien, Gaby, respeto tus puntos de vista. No voy a forzarte a nada, necesito que lo creas y que confíes en mí… en todos los sentidos, ¿entiendes?

—No.

El sonrió ante la sinceridad de ella. Derrotado, se pasó la mano por el cabello, como si buscara una explicación gentil.

—Bien, Gaby, vamos a ir juntos a Guatemala y quiero que estés cerca de mí todo el tiempo… inclusive de noche. Los hombres con quienes vamos a trabajar no son exactamente unos caballeros. Quiero que ellos piensen que estamos comprometidos de verdad. Si no, tendremos serios problemas.

Ella lo observó por algunos instantes, incrédula.

—¿Quieres convencerme de que pretendes que duerma contigo para que puedas protegerme?

—Así es.

—¿Y quién me protegerá de ti?

—Tendrás que aceptar mi palabra de que no haré nada… si tú no quieres, claro.

Gaby alzó la barbilla, indignada con su presunción. Él debía realmente considerarse irresistible para hablar con tanta seguridad sobre su propio poder de seducción.

—Si es así, nada ocurrirá —le aseguró con frialdad. —Y ahora creo que es mejor que vayamos a dar ese paseo. Mañana tendremos un día ocupado y necesito un buen descanso.

J.D. sonrió, un tanto decepcionado, y la siguió fuera de la habitación.

La noche en Roma era deslumbrante. Después de una deliciosa cena en el restaurant del hotel, los dos pasearon por las calles del centro de la ciudad. Luego por insistencia de J.D fueron a visitar algunas ruinas del antiguo Foro Romano. Alumbrado por iluminación artificial, el monumento adquiría un aspecto sobrenatural, como si fuera una imagen de ensueño.

Encantada, Gaby le sonrió a J.D. después miró a su alrededor.

—Sólo imagínalo —murmuró —siglos atrás, los romanos caminaban por aquí como nosotros estamos haciéndolo ahora. Seguramente, tenían los mismos miedos. Sueños y esperanzas que el hombre moderno… ¿Habrán imaginado como sería el mundo en el futuro?

—Estoy seguro que sí. Ellos sabían que el mundo jamás cambiaría… Por lo menos, no en la ambición, en la codicia, en el odio. Bajo esa fachada de civilización, aun somos tan salvajes como aquellos que se divertían viendo leones devorando a los cristianos.

J.D. introdujo las manos en los bolsillos, el viento fresco de la noche le había despeinado el cabello ondulado y espeso. Ella admiró su perfil severo, atribuyendo la amargura de aquellas palabras a la tensión de las últimas horas.

—Leí “Las Crónicas del Imperio Romano”, de Tácito ¿sabes? —Afirmó, para cambiar el rumbo de la conversación. —En la adolescencia era aficionada a la Historia Antigua. Conocía de memoria todo sobre la cultura greco-romana. ¡Parecía un ratón de biblioteca! ¡Hoy entiendo que mi conversación debió haber sido aburrida para la mayoría de las personas de mi edad!

J.D. rió, imaginándose la situación.

—Confieso que, a los quince años, si hubiera encontrado una chica que sólo hablara de Tácito, Cicerón, Homero, ¡huiría de ella como un gato escaldado! Normalmente, las niñas a esa edad sólo se interesan por romances dulces, fotos de artistas de cine, ropas a la moda…

—Y los chicos, sólo piensan en futbol, y sexo. ¿Vas a decirme que tú no eras así también?

—Infelizmente, yo tenía asuntos más serios de los que preocuparme. En esa época, mi madre ya había muerto y yo trabajaba en una gasolinera para pagar mis estudios y la casa. Martina era niñera de una familia muy rica, pero ganaba tan poco que apenas alcanzaba para comprar los libros del colegio. En eso las mujeres llevan desventaja sobre los hombres: siempre ganan menos.

Gaby soltó un suspiro melancólico, imaginando las dificultades que él había tenido que enfrentar cuando aún era tan joven. Por eso, el lazo entre los hermanos se había vuelto tan fuerte.

Habían sido todo el uno para el otro, compartiendo cada pequeña conquista, cada fracaso…

—Disculpa, mi ángel. —J.D. le pidió, tomándole la mano. —Estoy estropeando tu paseo con historias tristes.

—Piénsalo, James, te comprendo… Sólo estabas intentando escapar de la pregunta que te hice, ¡confiésalo!

—¿Sobre el futbol y el sexo?

—¡Claro que sí!

—Bien, a los quince años yo no tenía mucho tiempo para eso, pero ahora…

—Ya sé, eres un asiduo visitante a los estadios.

—¿Por qué huyes tanto de mí, Gaby? Parece que tuvieras miedo…

—¿Miedo de qué, James?

—¡Yo qué sé! Tal vez, de una aventura.

Gaby esbozó una sonrisa irónica.

—Por lo que veo, hasta hoy ninguna mujer se había resistido a tus encantos. Y tú no me crees capaz de esa hazaña, ¿acerté?

La atrajo hacia él, ¡como si obedeciera a un impulso irrefrenable!

—Lo que he querido decir es que no puedo resistirme a tus encantos, Gaby —le confesó con voz ronca. —Hace tiempo que siento por ti algo… especial. Sólo que no tuve oportunidad de decírtelo antes… o a lo mejor no tuve el coraje.

La revelación inesperada la desarmó. Nunca había visto en J.D. ninguna señal de fragilidad y aquello levantaba entre los dos una barrera impenetrable. En aquel momento, sin embargo, a la proximidad física se le sumaba una nueva dimensión de la personalidad de él, capaz de volverlo más accesible, atractivo, peligroso.

—James, es mejor que no…

—¿Por qué no? —la interrumpió, mientras sus manos subían despacio por los brazos y hombros, hasta sujetarle el rostro con ternura —Dame sólo una razón plausible para que no te bese ahora… Además he deseado hacerlo desde hace mucho tiempo.

Gaby pensó en protestar, escapar, defenderse… y, en cambio, permaneció inmóvil. Era como si un poder mágico la envolviera, revelándole su propio deseo. Casi sin querer, cerró los ojos y se entregó a un dulce vértigo.

J.D. le besó los labios, al principio con un contacto apenas imperceptible. Luego, presionándolos entre los suyos con más fuerza y, por fin, provocándolos levemente con la lengua. Gaby reaccionó a la súbita intimidad, apartándolo con delicadeza. No se dejaría llevar por el clima romántico, por la necesidad de J.D., por sus propios anhelos. Si cedía en aquel momento, tal vez se dirigiera a un camino sin retorno.

—James, mejor detengámonos ahora, ¿por favor?

Él la retuvo junto a su cuerpo, con una sonrisa pícara.

—¿Justo ahora, cuando íbamos tan bien? ¡Ah, Gaby no seas aguafiestas!

—¡Para ser sincera íbamos demasiado bien para mi gusto!

—Nada es demasiado cuando dos personas así lo quieren, mi ángel.

—Ese es el problema, James: ya no quiero más.

—¿Te asusté?

Un leve toque de ironía había sonado en su voz. Ciertamente, consideraba que la actitud de ella era algo ensayado, una falsa inocencia elaborada a propósito para atraerlo aún más.

—No, no me asustaste —replicó con frialdad —Sólo que no quiero que nuestra relación cambie.

—¿Puedo saber por qué?

Gaby retrocedió algunos pasos, apartando de su rostro el cabello despeinado por la suave brisa.

—Porque estamos muy bien así, James. Nos entendemos a las mil maravillas en el trabajo y, para mí, eso es lo más importante. ¿Para qué arriesgarnos?

—¿No te das cuenta que nuestra relación ya cambió?

—Nada ha cambiado. Sólo estamos tensos, nerviosos, ansiosos, lo que es natural en estas circunstancias. Me besaste porque te sientes débil, necesitado de apoyo, de cariño. Harías lo mismo con cualquier otra mujer que estuviera junto a ti, ahora. Cuando Martina esté a salvo, ni siquiera vas a volver a recordar este incidente.

—¿Tu tampoco?

—Yo ya lo olvidé, James.

Él bajó la mirada, desconcertado. Encendió un cigarrillo y observó por algunos instantes las ruinas milenarias con aire distante. Después, se giró hacia ella, tocándole un brazo, conciliador.

—Tienes razón Gaby, yo no debería haber hecho eso, discúlpame.

—No necesitas disculparte. En parte… en parte me siento un poco halagada… ¡si esto no se vuelve un hábito, claro!

—¿En verdad crees que sólo estaba buscando consuelo?

—Sí, eso creo. Cuando todo se resuelva…

—No te voy a dar nunca la razón, mi ángel. Yo te quiero y ninguna psicología en el mundo me va a convencer de lo contrario.

Ella inclinó la cabeza hacia un lado, como si reflexionara en el asunto.

—¡La psicología tal vez no lo resuelva, pero una buena noche de sueño seguro que lo hará! —sentenció por fin, con seguridad.

J.D. la observó por un momento, muy serio. Después, lanzó su cabeza hacia atrás en una sonora carcajada.

—No creo mucho en esa solución, mi ángel, pero no cuesta nada intentarlo —replicó divertido. —Volvamos al hotel. Debes estar cansada.

—Un poco.

Caminaron despacio hacia fuera del Foro. La noche era agradable, con el cielo limpio cuajado de estrellas.

—No sé si he hecho bien trayéndote conmigo en esta loca aventura —murmuró, cuando llegaron a la calle. —Estoy pensando en regresarte a casa.

—Tienes miedo que te dé mala suerte, ¿no es así? ¿O, es que de repente, has perdido, la confianza en mí?

—¡Claro que no! Te necesito, pero… —él sacudió la cabeza, desolado, como si se hubiera dado cuenta que iba a decir una tontería. —De ninguna manera, por la forma en que las cosas van, voy a necesitarte aún más. Cuando lleguemos a la hacienda de mis amigos, alguien tendrá que manejar la radio. Usaremos transistores potentes para mantener el contacto con la base en la hacienda. El local donde nos quedaremos está apenas a unos kilómetros de distancia de donde capturaron a Martina.

—¿Pero no vas a ir hasta allá tu solo, verdad?

—No. Iré con aquellos amigos sobre los que ya conversamos.

—Espero que sepas lo que estás haciendo, James.

—No te preocupes por mí, mi ángel. Ya escapé de muchas balas en la vida. ¿Has olvidado que pertenecí a las tropas de élite en el ejército?

—Lo sé, pero eso fue hace un siglo. Ahora, eres un abogado, un ejecutivo de vida sedentaria. Tus adversarios son mercenarios, gente que se gana la vida en peligro. Deben tener mucha más destreza que tú manejando armas y municiones.

Él sonrió de manera enigmática.

—Tel vez no tanto… —divagó. —Hay muchas cosas sobre mi vida que no te imaginas.

—Aún así, podrías morir en Guatemala.

—Puedo morir aquí también, atropellado por un auto. Sólo me apena pensar que ni siquiera me extrañarías… Pero no te preocupes por mí, Gaby. Nunca me he propuesto hacer algo sin estar capacitado.

Ella soltó un suspiro resignado y cambio la conversación mientras J.D. llamaba un taxi. De nada serviría insistir en la inconveniencia de aquella loca excursión. Obstinado como era, él llegaría hasta el final, aunque tuviera que poner en peligro su propia vida.

Ya era más de la una de la madrugada cuando volvieron al hotel. Apenas acababan de entrar a la suite y el teléfono sonó. Gaby se fue a su habitación para dejar a J.D. a sus anchas. Desde el vestíbulo su voz sonaba preocupada mientras hablaba en un italiano fluido. Unos minutos más tarde, todo quedó en silencio y J.D. se detuvo en el umbral de la puerta, que Gaby había dejado entreabierta.

—Necesito salir, ahora —anunció. —Cierra bien la puerta y no recibas a nadie, bajo ningún pretexto.

—Está bien, pero no te metas en líos, James. ¡Recuerda que no estaré cerca para salvarte!

Él rió.

—Déjalo. Cuídate, ¿sí?

—Tú también.

J.D. salió apresurado, se sintió vacía, inquieta. Apenas lo conocía, a pesar de que trabajaban juntos desde hacía tiempo. Antes, nunca se había dado cuenta de cuantos misterios él ocultaba bajo aquella apariencia seria y competente. Pero ahora, a cada instante J.D. le revelaba una nueva faceta de su propia personalidad. Algo sobrecogedor y atrayente al mismo tiempo, capaz de robarle el aliento.

Pensativa, se fue gasta la ventana a tiempo de verlo entrando en un taxi. ¿Quién sería aquel hombre, se preguntó, intrigada, mientras lo acompañaba con la mirada el automóvil se perdió en las sombras de la noche.