Capítulo 5

J.D. miró a Gaby con una amarga sonrisa. Había guardado aquel secreto por tanto tiempo que, por un momento pensó que estaba soñando. Y, como en sus peores pesadillas, ella lo miraba fijamente con la indiferente calma de los jueces más implacables.

—¿Estás muy aturdida, mi ángel? —Quiso saber, con cierto sarcasmo.

—Para ser sincera, siempre pensé que esa historia acerca de las tropas de élite no concordaban…

Él puso los brazos en jarras, indignado.

—¿Puedo saber por qué? ¡Nadie encontró jamás ninguna falla en mi tapadera!

—¡Nadie jamás trabajó contigo, como yo! Los integrantes de las tropas de élite en general continúan en la carrera militar. Y, cuando se dan de baja, se vuelven cautelosos, pacíficos, incluso conservadores. Sólo una experiencia muy relevante borraría esos valores. Los métodos que usas en tu trabajo, por ejemplo, nada tienen que ver con la manera de pensar de un militar, ¿no crees?

J.D. sonrió sin humor.

—Tienes razón —admitió por fin, con un suspiro. —Debería haber imaginado que era peligroso traer a una pequeña experta como tú en esta misión…

Gaby lo observó, la camisa semi abierta dejaba a la vista las pequeñas pero profundas cicatrices, ocultas por el oscuro vello de su pecho.

—Su gran temeridad fue intentar seducirme, doctor. Cualquier ciego sentiría curiosidad acerca del origen de esas cicatrices. Y, como no estoy ciega, me gustaría conocer toda la historia.

James terminó de abrocharse los pantalones y caminó lentamente hasta la ventana. Miró por un momento los árboles del jardín, como si fuera difícil comenzar a hablar.

—Cuando me uní al ejército, dejé a Martina en un internado muy costoso, uno de los mejores de la región. Mi madre había conseguido una beca por tres años para ella, poco antes de fallecer. Mientras estuve en el servicio militar, me sentía tranquilo, al menos el futuro de mi hermana estaba garantizado. Pero en la época en que salí de las tropas de élite, las cosas comenzaron a complicarse. La beca de Martina estaba a punto de vencerse y no querían renovársela. No teníamos dinero para pagar el internado y yo no poseía entrenamiento nada más que para la guerra. Intenté con varios empleos, pero sin preparación alguna, sólo conseguía cargos con salarios pésimos…

James sacó la cigarrera del bolsillo y encendió un cigarrillo.

—Marchal estaba reclutando personal para un servicio en el Medio Oriente –prosiguió. —Ya nos conocíamos de las tropas de élite y él conocía mis dificultades económicas. Me ofreció el empleo y yo acepté. Pasé cuatro años dando vueltas al mundo, gané mucho dinero, para pagarle los estudios a Martina y mucho más. Con el tiempo me volví demasiado confiado en mi capacidad de guerrillero, corría riesgos innecesarios, cometía locuras… Un día ocurrió lo inevitable: el enemigo casi me destrozó por completo. Pasé más de un mes en el hospital con los pulmones perforados y varias costillas fracturadas.

Todo el mundo pensaba que no lo lograría, pero sobreviví. Luché como un león por mi vida porque quería vengarme.

Sacudió la cabeza, con una sonrisa melancólica.

—Cuando salí del hospital, cumplí una última tarea: le di una buena lección al hombre que casi me mató. Después, regresé a los Estados Unidos. No quería vivir huyendo, escondiéndome, temiendo la próxima bala, la próxima emboscada… Además, un día mis amigos necesitarían de un buen abogado, clientes no me faltarían si optaba por el Derecho. Entonces, encontré un empleo y entré a la Facultad. Con Martina ya graduada y comprometida, sólo me restaba seguir mi propia vida.

—¡Un abogado proscrito! —comentó Gaby, como si pensara en voz alta. —Ahora entiendo por qué no te abres a nadie.

—Proscrito es un término muy fuerte. Digamos que necesité… evitar algunos países, si me hubieran reconocido en alguno de ellos, seguramente sería enjuiciado. Pero en los Estados Unidos soy un ciudadano que está por encima de cualquier sospecha.

—¿Y quién es el secuestrador de Martina? ¿Un enemigo de James o de Archer?

Él soltó un suspiro angustiado mientras aspiraba el cigarrillo.

—Colt Denver, el hombre que Archer casi mató.

—Pero hablaste de una venganza.

—No quería matarlo, sólo hacerlo sufrir durante aquel maldito mes de encierro. Pensé que, después de la revancha, estaríamos a mano, pero él desea más… ¡Pues bien, que así sea!

—De esa manera, esa historia jamás acabará, James, a no ser que…

Gaby se interrumpió consternada. Sería terrible si él tuviera que pagar la libertad de su hermana con su propia vida.

—A no ser que uno de los dos muera —concluyó él —¡Dios!, ¡pensaba que eso era cosa del pasado! He hecho lo posible para olvidar todo lo concerniente a mis actividades anteriores, pero, por lo que parece, ¡voy a cargar con esta maldición durante el resto de mi vida!

Gaby lo observó por un momento, incrédula.

—Por tu manera de vivir la vida, no parece que quieras olvidarlo en verdad. Tu actitud es la de alguien a quien le gusta correr peligro…. Sientes nostalgia de tus aventuras como mercenario, ¿no es así?

—Nostalgia no es el término correcto… Creo que aprendí a vivir de esa manera y no me acostumbro a ser un ciudadano normal, es sólo eso. Fui sincero cuando dije que me cansé de huir, de esconderme, estar siempre a un paso de la muerte. Es difícil explicar cómo, pero desperté. Hoy me siento útil de verdad y pretendo continuar con mi trabajo actual cuando esta pesadilla acabe.

—Por eso viniste personalmente a salvar a Martina, ¿no es así, James? Su secuestro era un caso personal, no político. Involucrar al gobierno americano e italiano, sólo habría empeorado la situación…

—Así es, mi ángel. Si yo le hubiera avisado a la policía, Martina ya estaría muerta, ahora.

—¿Y cómo estabas tan seguro de que no se trataba de terrorismo internacional? Tu cuñado es un importante industrial, el objetivo podría haber sido apenas para recaudar fondos a favor de alguna causa revolucionaria.

—Los revolucionarios nunca piden solamente dinero por el rescate. Quieren armas, víveres y principalmente la liberación de compañeros que están presos. Ellos actúan motivados por un ideal y muy ocasionalmente matan a sus víctimas si no cumplen con sus exigencias. Si Martina estuviera en manos de guerrilleros fanáticos, en especial de esta región, yo estaría más tranquilo. Pagaríamos el rescate y Roberto usaría su influencia para lograr el cumplimiento de sus otras demandas.

—¡Pero ese tal Colt quiere tu cabeza! ¿Vas a entregarte así, como si nada?

—¡Claro que no! Voy a luchar hasta el fin, me gusta el peligro, pero no la muerte. Pero necesito salvar a mi hermana, ella es todo lo que tengo, ¿entiendes?

Gaby bajó los ojos, inquieta. Comprendía muy bien las palabras y los sentimientos de James. Y aún así una sensación de pérdida muy fuerte insistía en torturarla.

—Sí, te entiendo, James —murmuró, con tristeza.

—Tuve una conversación muy seria con Laremos anoche. Le advertí que si te tocaba, lo mataría.

Ella irguió la barbilla, arrogante.

—Ya te he dicho que puedo cuidar de mí misma.

—Pero aún no me has contado cómo aprendiste a lidiar tan bien con las armas. Ahora que ya conoces todos mis secretos, ¿no consideras que sería justo que yo también conozca algunos de los tuyos?

—No existe secreto alguno. Seis meses trabajando contigo bastaron para darme cuenta que la mecanografía, la taquigrafía y los grandes conocimientos en computación no eran suficientes para ser tu secretaria. Después de todo, estábamos siempre rodeados de gangsters y delincuentes peligrosos… Entonces, hice un curso completo en la academia militar de Chicago. Sólo quería aprender a disparar un poco pero acabé interesándome tanto que llegué a la fase superior.

J.D. alzó las cejas, asombrado.

—¿Eso significa que eres especialista en explosivos y armas extranjeras?

—Asís es, doctor. Por lo tanto, Laremos es quien debe tener cuidado conmigo.

—¿Pero por qué nunca lo comentaste conmigo, Gaby?

—¡Dios me libre! ¡De la manera en que te arriesgabas pensando que yo era sólo una chiquilla indefensa, tuve miedo de las locuras de las que serías capaz si estuvieras al tanto de esas habilidades mías! Ahora, será mejor que me vista y me ponga a revisar los códigos. Y no comentes nada con Drago de que yo también entiendo de explosivos. Eso podría herirlo en su condición de macho.

James le sonrió mientras cogía la chaqueta del sillón. La miraba ahora con gran admiración, como jamás había hecho antes.

—¡Eres una verdadero cajita de sorpresas, Gaby! —exclamó, apagando el cigarrillo en el cenicero del tocador. —Luego quiero que me lo cuentes todo sobre ese lado guerrillero.

Ella se rió de la broma mientras James salía de la habitación. Cuando estuvo sola, sin embargo, se sintió inmersa en un vacío inmenso, frío, indescriptible. La perspectiva de perder a James para siempre le causaba un dolor profundo. ¿Cómo había podido enamorarse de él sin al menos darse cuenta de ello? Se preguntó, desolada.

¡Tanto empeño en no implicarse con él para nada! James ocupaba todos los rincones de su alma, coloreaba sus días, la complacía, la completaba. Sólo ahora se daba cuenta de la importancia de su presencia en su vida… ¡Justo ahora cuando tal vez jamás lo volviera a ver!

Con dificultad, Gaby logró contener las lágrimas, reflexionando acerca de sus sentimientos. La amor que sentía por James no cambiaría en nada su decisión de mantenerse a distancia de él. La innegable atracción física existente entre ambos no bastaba para una relación estable y enriquecedora. Él no deseaba tener lazos afectivos con ninguna mujer. Amargado y desilusionado por su propio pasado, no estaría dispuesto de lanzarse en un romance duradero. De él, sólo podía esperar algunos momentos de placer, cuerpos entregándose a la satisfacción de sus necesidades. Y ella quería, necesitaba mucho más que eso para ser feliz.

No, James no era el hombre para ella. Eso le decía la voz de la razón. Pero el corazón, obstinado, imprudente, clamaba por él, se iluminaba con cada sonrisa suya, latía más fuerte a cada toque de James. Y ahora, se contraía, angustiado, por saberlo en peligro.

Sin James, no tendría vida, ni futuro, ni alegría… Y, a su lado, sólo le restaban desilusiones. Aún sin esperanzas, el amor vibraba, dominante e innegable, dentro de Gaby. Deseaba ir junto a él en el frente de batalla, protegerlo con su propia vida si fuera necesario. ¿Pero quién se quedaría a cargo de la radio, dando apoyo para la operación de rescate?

Con un suspiro resignado, se vistió deprisa y se reunió con los demás en el salón. Les sonrió a todos con naturalidad, ignorando la insistente mirada de James. Si lo enfrentara, seguramente de desharía en lágrimas.

Se fijó en un hombre delgado, de ojos muy azules, que no había estado en la hacienda el día anterior.

—Este es Samson —lo presentó James —El fue nuestro espía durante estos dos últimos días.

—Y tú eres Gaby, ¿no es así? —le preguntó el hombre son una sonrisa amigable. —¿Cómo soportas trabajar todo el tiempo con este sujeto?

—Ah. Él también tiene sus buenos momentos… aunque no muchos, a decir verdad.

Todos se rieron de su broma y se levantaron, preparándose para salir. Gaby sintió una intensa angustia cuando J.D. tomó el rifle automático y se lo colgó al hombro. De repente, tuvo plena conciencia de la peligrosa situación. Hasta aquel momento, nada había ido más allá de palabras, planes y estrategias de combate discutidos ampliamente por los integrantes del grupo. Pero la imagen de James armado le dio a Gaby la dimensión exacta de los riesgos de aquella operación. Contuvo a tiempo el impulso de pedirle que no fuera. Sería sólo una pérdida de tiempo, pensó con amargura.

—Gaby y Laremos, contamos con ustedes —afirmó James, con seriedad. —Nuestra seguridad depende, en gran parte, de la atención que presten como radioescuchas. Avísennos ante cualquier señal de peligro, aunque sólo sea una simple sospecha.

Gaby sintió emanar dentro de sí una valentía hasta ahora desconocida. Nunca había participado en combate, pero, a pesar de eso, tenía una conciencia nítida de la responsabilidad de su papel en aquella misión. Se juró a sí misma que, si de ella dependiera, James saldría de aquel rescate sin un rasguño.

—No te preocupes, yo me encargo de todo —le aseguró.

—Y, no te preocupes, Gaby, no voy a dejar que nada le ocurra a este engreído —bromeó Apollo.

—Gracias Apollo.

—En verdad me parece un desperdicio que te preocupes por este pesado —rezongó Samson, encogiéndose de hombros.

—Dicen que la gente se acostumbra hasta a las pulgas… Debe ser eso lo que me pasa con James.

—El sentimiento es mutuo, además —intervino James, fingiendo enojo. —Laremos, cuídala bien.

—Ya he dicho un millón de veces que sé cuidarme muy bien, yo solita —protestó Gaby.

—Por eso mismo me preocupo: ¡te cuidas demasiado bien para mí gusto! No le quites los ojos de encima, Laremos, no la dejes cometer ninguna locura.

—Puedes irte tranquilo, yo contendré los impulsos de Gaby. Si ella es al menos un poco diferente a ti, puede que logre algunos resultados…

Todos rieron, pero Gaby los trajo de vuelta a la realidad.

—Mejor revisamos los códigos, ahora. Todo el mundo debería conocerlos mejor que sus propios nombres.

El grupo recitó en conjunto las palabras clave, de las cuales dependía la seguridad de la operación. Cuando terminaron, se produjo un momento de tensión. Los hombres intercambiaron miradas como si esperaran una orden para partir.

—Buena suerte a todos —les deseó Gaby con una sonrisa confiada —¡No se demoren mucho, sino Laremos y yo almorzaremos solos!

—¡Compañeros, vamos a por ellos! —Ordenó Marchal —¡No vamos a permitir que la deliciosa comida de Carisa sea sólo para estos dos golosos!

El grupo se retiró rápidamente, sin dar tiempo a despedidas prolongadas. Gaby no lamentó esa actitud. ¿Para qué alargar la agonía diciéndole adiós a James… tal vez para siempre?

Cerró la puerta delantera rápidamente, para no verlo perderse en la distancia. No había dentro de ella ningún miedo o sufrimiento, apenas un inmenso vacío. Era como si retuviera la respiración después de un duro golpe, para retardar la llegada del dolor.

—¿Cuánto tiempo se van a tardar en llegar allá, Diego? —quiso saber, volviéndose hacia Laremos.

—Por lo menos unas dos horas. El terreno es difícil y ellos tienen que avanzar con mucha precaución para no ser descubiertos.

Gaby observó a su anfitrión por un momento. Una sombra de preocupación nublaba su moreno rostro. La acostumbrada sonrisa ancha y seductora había desaparecido, dejando en sus facciones una extraña laguna.

—No te preocupes —lo tranquilizó con una sonrisa amena —Esos muchachones saben cuidarse muy bien.

—¡Pero si no estoy preocupado!

Gaby sacudió la cabeza, condescendiente.

—Como mentiroso, tendrías una muy exitosa carrera, ¿sabías? Voy a servirme un café para sentarme al lado de la radio.

Laremos la miró pensativo.

—Gaby, lo quieres mucho ¿verdad?

—Sí, lo quiero, ¿pero si se lo dices, lo negaré todo!

—Puede sentirse orgullosa de su prometido, señorita. Nunca he conocido a un hombre más capaz que él en ese tipo de situaciones. Una vez lo vi resucitar cuando todos nosotros lo dábamos por muerto. Aquella banda de chacales lo hirieron en aquella época porque dispararon a traición. Pero, ahora, me encargué personalmente de que no haya sorpresas.

—Pero supongamos que algo sale mal… ¡lograrían escapar aún así?

—Entonces todo estaría en las manos de Dios.

Las palabras taciturnas de Laremos hicieron eco en los oídos de Gaby durante las tres horas siguientes. Aunque no lo demostrara, la tardanza del comando en comunicarse la atemorizaba. Tal vez una emboscada en medio del camino los había hecho prisioneros. Y, en ese caso, no habría salvación para J.D., Colt Denver no perdería esta segunda oportunidad de matarlo.

Laremos ya no se permanecía sentado en la última media hora. Caminaba por el salón de un lado al otro, con visible impaciencia. Y el nerviosismo de él contribuía a aumentar las aprensiones de Gaby. Acostumbrado a situaciones semejantes, él no estaría tan angustiado si aquel silencio fuese normal…

Cuando, por fin, la primera señal de comunicación sonó a través de la radio, Gaby se identificó como lo habían acordado y aguardó. Enseguida la voz de James le llegó a los oídos, llenándole el corazón de esperanzas. En mensaje cifrado, le avisó que el grupo había llegado a su destino sin problemas y comenzarían el ataque en unos cinco minutos. Gaby dio a entender que había comprendido y cerró la comunicación.

Una extraña mezcla de alegría y miedo la invadió. James estaba vivo… aún. Pero, ¿por cuánto tiempo? Denver no había montado aquella trampa para nada. Si lograba alcanzar al enemigo, seguramente tendría la capacidad de liquidarlo definitivamente. Se volvió hacia Laremos, tensa ante el peligro inminente.

—Ellos van a atacar dentro de cinco minutos —le informó.

—Lo peor es esta espera, ¿no crees? Voy a pedirle a Carisa que traiga más café.

La angustia de Gaby creció cuando Laremos salió del salón. Los minutos se arrastraban en una torturante expectativa. Ella ya se imaginaba a James envuelto en la batalla, cercado por tiros y explosiones. ¡Como desearía estar a su lado en aquel momento! Enfrentaría cualquier peligro con placer para ayudarlo.

Unos minutos más tarde, J.D. se puso en contacto nuevamente. Un infierno de tiros y explosiones casi le encubrían la voz tensa, informando que el rescate corría como habían esperado. Apenas Gaby había acabado de cerrar la transmisión, Laremos entró precipitadamente al salón.

—¡Ponte en contacto con ellos deprisa! —le ordenó, angustiado. —¡Uno de mis centinelas avisó que un grupo de hombres de Denver está preparándole una emboscada a Archer!

Gaby intentó comunicarse con J.D. sin ningún éxito. Insistió varias veces pero no obtuvo respuesta.

—Deben estar combatiendo —afirmó Laremos, serio. —Ahora sólo nos resta esperar a que ellos descubran a esos miserables a tiempo.

Gaby miró el micrófono, impotente. Después, decidió hacer nuevos intentos, todas infructíferas. Laremos le posó la mano en su hombro, consolador.

—Él va a contestar. En algún momento, él va a contestar, Diego.

Y en ese instante, en el receptor sonó la vos angustiada de James.

—Nos cerraron el camino —avisó, atropellando las palabras —Vamos a intentar con otra opción. Tu y Laremos abandonen inmediatamente la hacienda, un grupo va hacia allá.

—¿Son muchos hombres?

—¡Sí, muchos! Denver tiene un grupo mucho mayor del que suponíamos. ¡Salgan de ahí mientras aún hay tiempo!

La radio quedó en silencio y Gaby se levantó de la silla, decidida.

—¿Tú qué piensas, Diego? ¿No hay manera de enfrentarlos?

—Es mejor no arriesgarse. ¡Madre de Dios, debería haberlo adivinado… Carisa!

La mujer entró asustada al salón y Laremos le dio una orden en español. Seguida de una acalorada discusión, durante la cual Gaby salió del salón y cogió un AK-47 y un rifle automático. Laremos fue a su encuentro y se detuvo en medio del recinto, alarmado.

—¿Entonces lograste convencerla? —le preguntó Gaby, lanzándole el rifle.

—No, ella prefiere esconderse en el bosque… ¿realmente sabe lidiar con armas, señorita?

—Espero no tener la oportunidad de probarle eso, señor.

En ese momento, el hombre que los había traído desde el aeropuerto entró y dijo algunas frases a Laremos en español. Él asintió y se volvió hacia Gaby.

—Mis hombres van a cubrir nuestra retirada —le informó—Aquiles ya tomó todas las precauciones.

—Entonces vamos, James puede estar necesitando refuerzos.

—¿Tú quieres participar en el ataque, Gaby?

—¡Claro! ¡No tendría sentido que abandonáramos la hacienda si no fuera para ayudar a James!

—¡No subestime al grupo, señorita! Nosotros fuimos los mejores.

Gaby, alzó la barbilla, insolente.

—Pero eso no impidió a Denver casi asesinar a James en una ocasión… ¡Ahora, vamos!

Laremos la sacó de la casa apresuradamente. En breve, ya se adentraban por el denso bosque cercano a la hacienda. Gaby llevaba el arma en las manos, sus dedos tensos sujetaban el gatillo, listos para accionarlo. Ni por un segundo el recuerdo de James la abandonaba. Mientras seguía a Laremos por la estrecha senda, no veía la hora de asegurarse que él estaba bien o al menos con vida.

—¡Bájate, deprisa! —le susurró Laremos de repente.

Gaby se escabulló dentro del follaje y se quedó inmóvil. Le dio gracias al cielo porque los alrededores de la selva permanecían aun casi vírgenes, las ramas de los arboles les servían de escondite y nadie percibiría su presencia si se mantenían quietos.

Oyó pasos cerca de donde estaban y, un tiempo después, divisó a unos hombres armados. El grupo formado por unos diez o doce integrantes, caminaba sin prisa, aunque con sigilo. Seguramente, esperaban encontrar la hacienda desprotegida y capturar sin dificultad a las personas con quienes James podría contar.

Así, facilitarían la venganza de Denver.

Gaby sintió un escalofrío sólo en pensar que tal estrategia casi había funcionado. Impaciente, esperó que los adversarios pasaran de largo. Una furia desconocida la dominaba. Sentía el ímpetu de matarlos a todos pero controló ese impulso desesperado. Más que nunca, necesitaba tener sangre fría, reflexionar sus decisiones con cuidado. Un desliz pondría la vida de todo el grupo de James en peligro mortal.

Largos minutos pasaron hasta que las figuras y el ruido de los pasos se perdieron en la distancia.

—¿Podemos irnos ahora? —le preguntó a Laremos, ansiosa.

—Ten calma, vamos a esperar sólo un poco más, por seguridad.

¿Cómo podría tener calma con James en peligro? Exasperada, Gaby enfrentaba los cuidados de Laremos como una tortura y sólo estuvo más tranquila cuando reiniciaron la caminata. Atenta a cada sonido o movimiento, seguía los ágiles y rápidos pasos de Laremos. Toda ella se había transformado, impulsada por la valentía y la obstinación… ¿o sería únicamente por el amor? Sólo una cosa le importaba en aquel momento: estar con James, protegerlo con su propia vida si fuera necesario.

Avanzaban despacio, ya que, Laremos interrumpía el trayecto con frecuencia para consultar el mapa. Ya caminaban desde hacía una hora cuando, por fin, escucharon los disparos en algún punto más adelante.

—Ya llegamos, señorita —murmuró Laremos, con una expresión extraña.

—Lo sé. Estoy escuchando el sonido de la UZI.

—¿Querías conocer una guerrilla? ¡Entonces prepárate! Te garantizo que es muy diferente a la rutina del despacho de abogados.

Ella rió, moviéndose con cuidado, se dirigió a la parte de atrás de un árbol. Después de espiar el bosque con cuidado se levantó gritando con entusiasmo.

—Archer ¡aquí!

Se originó una confusión de tiros y explosiones. En medio de la revuelta, apareció J.D. sujetando por el brazo a una mujer baja y de cabellos oscuros. Junto a ellos, Marchal, Apollo, Samson y Drago los cubrían, disparando sin parar. En pocos minutos, se reunieron con Gaby y con Laremos.

—Martina, esta es Gaby —la presentó James, y mirando a Gaby fijamente con una sonrisa tierna, añadió: —¡Qué agradable es volver a verte, mi ángel! ¿Está todo bien?

—¡Perfectamente!

—Ni tanto —intervino Drago, preocupado. —Ellos vienen justo atrás de nosotros. ¿Tienes alguna C-4 lista, Apollo?

—Estoy trabajando en ello. Un poco más de paciencia y vamos a acabar de una vez por todas con esas ratas. Sin embargo, tendremos que atraerlos.

—Avísame cuando llegue el momento —pidió James.

—Un grupo de ellos tomaron la hacienda —les comunicó Laremos —Tuvimos suerte de escapar a tiempo.

—Lo siento mucho, Laremos.

—¿Te encuentras bien, Martina? —preguntó Gaby, sujetándole las manos a la chica con una sonrisa afectuosa.

—Sólo algunos rasguños, pero eso es lo de menos —contestó, valientemente. —Lo peor ya pasó. Me gustaría poder ayudarlos, pero estoy agotada…

—Y tienes razón de sobra para estarlo —la disculpó James, acariciándole el cabello. —Aún así, eres una excelente soldado, hermana.

—¡Y tú, ni hablar! Yo sabía que vendrías ¡pero nunca imaginé que serías tan eficiente! Agradezco a Dios tu entrenamiento en las tropas de élite, ¿pero dónde encontraste a esos otros hombres?

James bajó la cabeza, desconcertado.

—Yo los contraté. Roberto me devolverá después el dinero.

—¡Roberto va a ponerse muy feliz cuando toda esta pesadilla acabe!

—Un poquito más de paciencia, querida. —Y, volviéndose hacia Apollo, le preguntó: —¿Listo?

—Cuando quieras.

—Ahora, entonces. Voy a atraerlos y tú me cubres.

J.D. salió del bosque y comenzó a disparar en dirección a un arbusto distante, de donde venían algunos tiros. El corazón de Gaby se heló en su pecho al verlo allí, como posible blanco de las balas de enemigo. Con esfuerzo contuvo un grito de angustia cuando vio a un hombre alto, fuerte y rubio surgir de en medio de los árboles y apostarse a las espaldas de J.D., apuntándole a la cabeza. Sin percibir la amenaza, James continuaba disparando contra los blancos ficticios. Gaby no tuvo tiempo de reflexionar, apenas el conocimiento de que James había caído en la trampa sangrienta de Colt Denver la dominaba. Corrió hacia el centro del claro, levantó el arma apuntó y jaló el gatillo. Herido en el hombro, el hombre se volvió hacia ella y le apuntó con el rifle automático, Gaby se preparó para contestar. Con una extraña calma como si estuviera soñando, ella apuntó de nuevo al adversario.

—¡Gaby! —gritó James, aterrado.

Y en ese momento, ella jaló del gatillo. Justo después, una lluvia de disparos que venían de ambos lados la obligó a lanzarse al suelo. Pocos minutos después, una explosión terrible levantó una nube de polvo, impidiéndole la visión… Entonces, un silencio mortal la rodeo por algunos segundos.

—¡Qué bien, acertamos de lleno! —escuchó a Marchal gritar, victorioso.

Gaby se levantó del suelo con dificultad. Algo dentro de ella la entorpecía, la cabeza le pesaba y le dolía un poco. De repente, se vio rodeada por todos los del grupo.

—¿Está bien, señorita? —preguntó Laremos, con gentileza.

Gaby sonrió, incapaz de responder. Las palabras le llegaban a la mente como ecos remotos, dificultándole el entendimiento. James se abrió paso entre los compañeros, que resguardaban a Martina. En su rostro, una dura expresión contrastaba con las sonrisas de admiración y respeto de los demás.

—¡Un tiro envidiable, Gaby! —la elogió Marchal, entusiasmado. —¡Hacía falta alguien como tú en nuestro grupo!

Ella sonrió de nuevo, intentando salir del estupor.

—Gracias, Marchal, pero no me pidas que vuelva a repetir esa hazaña. Soy soldado de un solo tiro. —Y, volviéndose hacia Laremos, añadió:

—Estoy bien, sólo me duele un poco el hombro, creo que tuve una mala caída… ya todo acabó.

Hizo el intento de mirar hacia atrás, pero James se aproximó y le sujetó el brazo.

—¡No mires! Vamos a salir de aquí lo más rápido posible.

Gaby lo observó intrigada. De repente, la expresión de él se había transformado por completo. Parecía otro, distante e insensible, algo salvaje le brillaba en los ojos oscuros. Confusa con el cambio repentino e inexplicable siguió al grupo en silencio, por el bosque.

—¿Adónde vamos? —le preguntó a Laremos, después de algunos minutos de caminata.

—Estamos caminando en círculos alrededor de la hacienda. Creemos que los hombres de Denver ya deben haber salido de allí, pero preferimos no arriesgarnos. Apollo fue adelante a echar un vistazo. Es común que los grupos se diseminen después de la muerte del jefe, pero nunca se sabe…

—¿Denver está muerto? ¿Estás seguro?

—¡Claro que lo estoy! Todos nosotros presenciamos su muerte.

Gaby se volvió hacia él, aturdida. Una idea demasiado loca le pasaba por la cabeza, como para aceptarla.

—Es justamente lo que estás pensando, Gaby —le sonrió Laremos con admiración. —Aquel hombre rubio era Colt Denver.

—¿¡Aquel que yo… Yo lo… maté!?

—Exactamente, pero no pienses más en eso. ¿Tu hombro está mejor?

—Un poco adolorido.

No tanto como su alma, pensó aterrada. Nunca le había pasado por la cabeza quitarle la vida a otra persona. Durante casi un año y medio de entrenamiento en la Academia Militar, había disparado sólo contra blancos de madera o bolsas plásticas. Y cuando recibió el premio por ser la primera en su clase, jamás se imaginó en una situación tan terrible como aquella. Ahora, nada la diferenciaba de los demás integrantes del grupo. También ella conocía la sensación aterradora del peligro, la frialdad de apuntarle a un semejante, el alivio de dar en el blanco… ¡Si al menos pudiera olvidar las últimas horas de su vida!

—¡Estoy tan cansada! —murmuró Martina. —¿No podemos detenernos un rato?

—Aguanta un poco más, querida —le pidió J.D. con gentileza —Ya descansaremos todo lo que queramos.

—Está bien, James. ¡Ah Gaby, como envidio tu fortaleza, tu coraje! ¡Ni siquiera pareces cansada mientras que yo me estoy cayendo a pedazos!

—La gente del interior del país se acostumbra a hacer largas caminatas desde temprana edad. Y, además estoy reservando todo mi cansancio para cuando lleguemos. ¡Voy a arrebujarme en un rincón y nadie podrá levantarme hasta mañana!

Martina le acarició el cabello con una tierna sonrisa. En ese momento, el sonido velado de pasos en la senda puso a todos en alerta. Gaby apuntó el arma hacia la dirección del ruido y habría disparado si Apollo no hubiera aparecido entre los arbustos con una sonrisa tranquilizadora.

—Está todo en orden. Ellos se diseminaron como ratas.

—¡Menos mal! —Martina suspiró, aliviada. —¡No veo la hora de hablar con Roberto, aunque sea por teléfono!

—Cuando lleguemos a la hacienda, será la primera cosa que haremos —le prometió Laremos —Mira, ya estamos en casa.

La visión de la hacienda era tan reconfortante que Gaby casi lloró de la alegría. El exterior de la casa no presentaba señales de violencia, pero por dentro todo estaba revuelto, los muebles rotos, el suelo destruido. Laremos no escondió su irritación ante el resultado de la breve invasión del enemigo.

—Siento mucho lo que ha pasado con su casa, señor —se lamentó Martina.

—Señora, lo más importante es que usted se encuentra a salvo —respondió el anfitrión con una caballerosa reverencia. —Puedo reparar mi casa, pero nada podría traerla de regreso en caso de una fatalidad.

—Le debo el mayor de los favores, mi vida. —Y, besando a Laremos en la mejilla, añadió en español, emocionada —“Muchas Gracias”.

—Fue un placer, señora. Es una pena no haber podido hacer más. ¡Su hermano tiene la manía de resolverlo todo él solito!

—¿Se encuentran todos bien? —preguntó Gaby, mirando al grupo andrajoso con tristeza. —Bien, dentro de las posibilidades, claro está…

—Entre muertos y heridos, no pasa nada, no te preocupes —respondió Apollo, riendo.

—Entonces, voy a hacer exactamente lo que prometí: arrebujarme en un rincón. ¡Y pobre del que me moleste!

—¡No vas a morirte por ese susto, Gaby! —intervino Marchal —Aquí nadie es tan loco como para contrariar a alguien con tu puntería…

Todos hicieron comentarios, entusiasmados por la hazaña, excepto James. Malhumorado en un rincón, observaba la alegría de sus compañeros sin participar en ella. Aunque se sentía dolida con aquella actitud, Gaby ignoró su mal humor. Conversó un poco más y luego pidió permiso, conduciendo a Martina a su habitación.

—¡Estoy loca por darme un baño! —exclamó Martina al entrar en el cuarto.

—¡No es para menos! Después de la experiencia tan horrible que viviste, debes tener ganas de lavarte hasta el alma!

—Podría haber sido peor. ¡Al menos, ellos no me tocaron, lo que me sorprendió en esas circunstancias!

El largo tiempo que Martina se demoró en el baño fue providencial para Gaby. Sentándose en el sillón, desahogó toda su tensión, el dolor, la desesperación de las últimas horas en un llanto estremecedor. Cuando secó sus lágrimas, se sentía hueca, como si hubiera perdido algo irrecuperable. Jamás volvería a ser la misma persona después de aquella mañana de pesadilla.

Cuando Martina salió del baño, Gaby ya había recuperado el control. Le sonrió con naturalidad, preguntándose cómo había logrado mostrarse animada.

—Ahora es tu turno —bromeó Martina, señalando la puerta del baño. —Tú también mereces un buen baño. ¡Después de todo, fuiste la heroína de la mañana!

—Si es así que una heroína se siente, ¡prefiero ser una cobarde por el resto de mi vida! Parezco más un guiñapo humano, por fuera y por dentro…

—Le salvaste la vida a James. Nunca voy a poder agradecerte tanto como mereces, Gaby. No tomes en cuenta la mala cara de James. Creo que se debe a su orgullo herido, pero ya se le pasará.

—No esperaba sus sonrisas después de los malos tragos que pasó. No tuvo un minuto de paz desde que supo lo del secuestro. La tensión acumulada provoca alteraciones en el comportamiento cuando la persona se relaja…

—¡Ni que lo digas! ¡Ni sé con seguridad qué sentí cuando vi a James y a los otros entrando en aquel deposito! ¡Bendito sea su entrenamiento en el ejército!

Un entrenamiento que casi le había costado la vida a James, completó Gaby en su mente. Aún así, coincidió con Martina para traicionar la confianza de James. Se encerró en el baño y se sumergió en un relajante baño de inmersión. Las sales perfumadas le aliviaron la contusión del hombro aunque empeoraron su depresión. A medida que se relajaba, el terrible incidente de unas horas antes volvía a su mente con impresionante nitidez. Un millón de veces revivió la escena con lujo de detalles: Denver surgiendo de en medio de los árboles, el arma apuntada hacia James, el duelo sostenido entre ella y el mercenario, la explosión, la decadencia…

¿Cómo podría ella haber sabido que ese hombre rubio era Colt Denver, el gran jefe de una red internacional de mercenarios? No pensó en nada al ver que la vida de James corría peligro. Había actuado bajo un impulso irrefrenable y sentía remordimiento alguno. Aún si Denver le hubiera disparado, habría valido la pena con tal de salvar a James. Y, por ironía de la vida, él la trataba como si hubiera recibido la peor de las ofensas…

De seguro, volvería a la normalidad después de un buen descanso, se reconfortó Gaby al salir de la bañera. Por orden de Laremos, Carisa le llevó una pequeña merienda y, después de comer se fue directo a la cama. Le costó un poco conciliar el sueño, las imágenes atribuladas del combate aún la perseguían. Y la peor de todas era la máscara de hierro que había sustituido la acostumbrada cordialidad de James.

Al rato, sin embargo, la extenuación la dominó. Después de una buena noche de sueño, él reconsideraría su propio punto de vista. Se daría cuenta de la injusticia de malinterpretar la actitud de quien daría la vida por él… De quien lo amaba con desesperación.

Pensando en ello, Gaby fue sumergiéndose en un mundo nebuloso e informe de una somnolencia profunda, sin sueños.