Capítulo 4
Como J.D. había previsto, no hubo ningún impedimento cuando pasaron la aduana. Minutos después de que habían aterrizado, ya salían del lobby del aeropuerto cuando un hombre bajo y rubio se aproximó a ellos tres.
Por la euforia del abrazo, sólo podían ser viejos amigos. Que contraste formaban en aquella actitud fraternal. Pensó Gaby, intrigada. El desconocido aparentaba unos cincuenta años y usaba ropa de lona color caqui, muy diferente a los trajes elegantes de J.D. Botas de caña alta, una pistolera en la cintura y un enorme rifle al hombro; no había lugar a dudas de que aquel era el mercenario a quien James le había prometido presentarla.
—Archer, es una alegría verte, aunque sea en una situación como esta, afirmó, sonriendo. —No te preocupes, vamos a sacar a Martina de las manos de eso idiotas. Apollo vino conmigo. Cuando le conté lo que estaba pasando, no quiso conformarse con quedarse por fuera.
J.D. señaló a otro hombre armado, que se había quedado en un jeep estacionado a poca distancia.
—Y tú sigues en buena forma física, ¿eh Marchal? —bromeó, sonriéndole a su amigo.
—En mi profesión, no sobra mucho tiempo para engordar, ¿no es así, jefe? —replicó Marchal, mirando a Laremos.
—Laremos me dijo que ustedes dos y Drago estarían aquí —comentó James, mientras caminaban hacia el jeep. ¿Y Chen? ¿No me digas que se transformó en un ciudadano pacífico?
Marchal soltó un suspiro triste antes de contestar.
—Chen fue abatido en el Líbano, amigo. Todos nosotros acabaremos así, algún día… Al menos, fue en combate, como él siempre lo quiso. Bien, aquí están los mapas y equipos que vamos a necesitar. Está todo arreglado. Tendremos unos veinte hombres en la retaguardia, todos entrenados por mí.
—Entonces, son de mi entera confianza. —le aseguró J.D., ayudando a Gaby a entrar en el Jeep.
Marchal asumió la dirección del vehículo y, después de que todos estuvieron acomodados, se marcharon por un atajo, dejando a distancia el aeropuerto en rápidamente. Inmediatamente, el único paisaje pasó a ser una carretera estrecha, ladeada por un exuberante bosque.
Después de un tiempo, penetraron en un área montañosa, de difícil acceso. Viajaron durante horas hasta que las primeras plantaciones comenzaron a aparecer. En su mayoría, producían frutas tropicales cuyo dulce aroma se esparcía por el aire caliente. Y Gaby se divertía intentado pronunciar los nombres de las frutas en español, casi siempre sin éxito. Pero Laremos se mostraba como un profesor gentil y paciente incentivándola mientras J.D. discutía con Marchal y Apollo los planes de ataque.
La hacienda de Laremos quedaba en un pequeño valle. Como la gran mayoría, producía frutas en plantaciones enormes. Pasó bastante tiempo hasta que llegaron a su casa, una sólida construcción, majestuosa, rodeada por un jardín vasto y bien cuidado. En medio de los diversos matices de verde, se destacaban unas paredes blanquísimas, ventanas y puertas de madera pesada y grandes arcos en madera rústica sombreando la amplia terraza. Todo dentro del más perfecto estilo español del siglo XVIII, pensó, Gaby, encantada.
—¿Te gusta, Archer? —le preguntó Laremos, con una orgullosa sonrisa. —Mi padre construyó esta casa hace muchos años. Quería llenarla de hijos y nietos, mujeres bonitas que tocaran la guitarra en las noches de verano… Creo que habría quedado un poco decepcionado si viera en lo que el destino la ha transformado con el paso del tiempo…
Gaby observó el lugar con mayor atención. ¡Todo parecía tan tranquilo y relajado! ¡Era difícil creer que se había transformado en el cuartel general de una operación de rescate!
Cuando entraron en el amplio vestíbulo, la sensación de sorpresa aumentó dentro de ella. Toda la decoración rayaba en una sobriedad sofisticada y exótica, combinando el mobiliario de madera maciza y oscura con las coloridas tapicerías y cerámicas de la región. Un ambiente agradable y envolvente, exactamente como la personalidad de su dueño.
—¿Aceptan un café? —ofreció Laremos.
—¡Claro que sí! —dijo James. —Me muero de añoranza por el café de aquí.
Laremos dio unas palmadas y en seguida surgió una mujer baja y morena para atenderlo.
—Por favor, Carisa, prepáranos un café bien cargado, como sólo tú sabes hacerlo —le pidió sonriente.
Carisa sonrió, orgullosa, y salió aprisa, después de curvar la cabeza en un saludo respetuoso, pero lleno de dignidad.
—Siéntense, por favor. —Laremos les indicó el espacioso sofá de cuero en un rincón de la sala. —¿Qué tal un coñac, Archer?
—Ya no bebo —replicó J.D., sentándose al lado de Gaby. —¿Marchal, conseguiste alguna información sobre Martina?
—Averigüé que tu hermana no está siendo maltratada, por lo menos hasta ahora. La mantienen cautiva en un viejo depósito de una hacienda a seis kilómetros de aquí. Los secuestradores no tienen armas pesadas, sólo algunas AK-47 y granadas.
—¡Qué bien! —suspiró Gaby, distraída. —Si ellos tuvieran un RPG las cosas se complicarían mucho. ¡Ese lanza-proyectiles ruso no es ningún juguete! ¡Deja agujeros enormes en cualquier cosa que se le ponga por delante!
Marchal la miró por unos instantes, mudo de asombro.
—¡Caramba, Gaby, había escuchado que eras valiente, pero nadie me dijo que sabías tanto de armas!
—¡Oye, no exageres, Marchal! ¡Leer un poco aquí y allá no hace de nadie un experto! Pero dime ¿cómo te enteraste de mi coraje?
—¡Adivina!
Marchal sonrió, señalando a James con un gesto de cabeza.
—Te estuve haciendo algo de propaganda.
James admitió sin humor.
—¡A todo el mundo menos a mí! ¡Nunca me has hecho siquiera un cumplido!
—Sí, lo hice, pero no con palabras.
J.D. sonrió de una manera seductora, insinuando una intimidad mayor que la relación profesional entre ellos. Únicamente en nombre del famoso disfraz Gaby le retribuyó la sonrisa.
—Nadie vive sólo de miradas, querido —afirmó un poco cínica. —Pero me contento con eso por los momentos. Ahora, me gustaría refrescarme un poco. ¿Puedo señor Laremos?
—Por supuesto, pero si me quitas el señor. —Y, como Carisa había entrado con la bandeja de café, él añadió: —Carisa va a mostrarte la habitación. Archer, ¿por qué no te portas como un caballero y le llevas las maletas? Podremos conversar más tarde.
James se levantó del sofá con una sonrisa un tanto desafiante.
—Menos mal que me rescataste, jefe. Si no, tendríamos el primer caso de insubordinación en nuestras filas.
Tomó las maletas y siguió a Gaby y Carisa por los anchos pasillos de la casa. Cuando entraron en la habitación, Gaby notó con cierta incomodidad la cama matrimonial. Sólo eso le faltaba, pensó desanimada. Controlarse ante los asedios de James ya estaba siendo difícil en cuartos separados. ¡En la misma cama, lo qué podría ocurrir!
Comenzaba a sacar los maquillajes del bolso cuando Carisa salió y James cerró la puerta. Un buen método para desechar malos pensamientos era mantener las manos ocupadas. Con naturalidad, depositó el rubor y el frasco de perfume sobre el tocador. Se volvió para coger el cepillo de la cama cuando James se le aproximó y le sujetó la mano.
—Gaby, no quiero que estés lejos de mí, ¿está bien? —le pidió con seriedad. —Laremos es encantador, pero no sabes nada acerca de él, ni sobre los otros…
—Ni sobre ti. Entonces, ¿por qué debería asustarme con los demás?
Él suspiró.
—¿Qué quieres saber?
—Nada que no quieras contarme. Sólo espero que no sigas tratándome como a una idiota, porque no lo soy.
—Entiendo. Con todo lo que sabes sobre armas… ¿Te importaría decirme dónde aprendiste tantas cosas?
—Sí, me importaría. La confianza es algo recíproco, cariño. No hay nada que me obligue a abrirme a alguien que no confía en mí.
J.D. soltó otro suspiro profundo. Se metió las manos en los bolsillos y se volteó hacia la ventana de la habitación. Quedó unos momentos en silencio, observando con aire perdido los arboles del jardín.
—¿Es tan importante para ti saber quién fui, Gaby? ¿No te basta con conocer al hombre que soy ahora?
—No te estoy cobrando nada, James. Apenas me parece detestable que tengas que vivir así, siempre teniendo que esconder algo. Las cargas se alivianan cuando son compartidas, ¿no estás de acuerdo?
—Pues yo comparto mis cosas con esos hombres. Ellos nunca me abandonaron en los momentos de peligro. Laremos una vez… —Se interrumpió, con una expresión taciturna, pero, en seguida, prosiguió. —Y es por eso también que te quiero conmigo todo el tiempo. No me perdonaría si algo grave te ocurriera.
—¡Pero cuanta generosidad! No quieres que nada grave me ocurra… a menos que sea contigo, ¿no es así? ¿Por eso estamos en la misma habitación, durmiendo en la misma cama?
—Tú no conoces las reglas de comportamiento por aquí. Ni siempre es posible tocar a las puertas antes de entrar. ¿Y quién te respetaría cuando se enteraran de que no existe nada entre nosotros?
—¡Ya te dije que no creas que soy una idiota, James! Ninguno de esos hombres que están en la sala me atacarían y tú lo sabes muy bien. Lo que tal vez no sepas es que, si alguno de ellos se atreviera, tendría seguramente una respuesta… y no serían palabras.
—Está bien, lo confieso: dormir contigo es una fantasía que vengo alimentando desde que te vi por primera vez… aunque sólo sea para sentir tu cuerpo contra el mío. ¿Nunca has tenido ese pensamiento, mi ángel?
—Los ángeles sólo piensan en el paraíso.
—¡Y transforman la vida de los demás en un infierno!
Gaby no tuvo tiempo de protestar, ya que James la tomó en sus brazos de repente, sofocándole la voz con sus labios húmedos, febriles. En un beso ardiente, le acariciaba la espalda, atrayéndola con posesiva ternura.
—¡Quiero volverte loca! —gimió él bien cerca de su oído.
—James…
Ella quería rechazarlo, fingir indiferencia, pedirle que la soltara… ¿pero cómo? También naufragaba en un océano de deseo y se deleitaba con cada nueva osadía de James. Lo abrazó, retribuyéndole los besos con una pasión que desconocía en sí misma…
—No. —afirmó de repente, empujándolo levemente.
—¿Por qué no, si los dos lo queremos, mi ángel?
—Eso no es cierto.
—¡Claro que sí! Mírame y niégame que me quieres.
J.D. la sujetaba por los hombros, presionándole la base del cuello con sensualidad. Aquel toque irradiaba una energía incandescente contra la cual Gaby luchó, y logró sonreír, tranquila.
—Apenas mi cuerpo es el que te quiere, James y, para mí, eso representa muy poco. Si hiciéramos el amor ahora, mi cuerpo quedaría satisfecho, pero mi cabeza quedaría hecha un caos. He luchado mucho por conservarla como está, como para tirarlo todo por la borda por tan poco.
—¡Caramba, tú sí que sabes elogiar a un hombre!
J.D. la soltó de repente, tan ofendido que ella rió.
—No eres tú, James. Eres sexy, encantador, inteligente… Te quiero, pero no por completo, ¿lo entiendes?
—Mucho mejor de lo que imaginas: yo sería apenas un caso pasajero en tu vida, ¿no es así?
Gaby lo observó por un momento, intrigada. Nunca había visto a James tan lastimado.
—¿Estás seguro que no hemos equivocado las palabras en esta conversación? —Y, como James continuaba serio, añadió:
—No estoy burlándome de tus sentimientos, ¿pero cuántas mujeres ya escucharon esa misma frase de tí?
—¡No estoy hablando acerca de otras mujeres!
—Y yo no quiero hablar de hombres en este momento de mi vida.
—¿Ni siquiera de Laremos?
—Ningún hombre. Aprende una lección con las mujeres, James: perder forma parte de cualquier juego, en especial en el de la seducción.
—Él se sacó la cigarrera del bolsillo de sus pantalones y, encendiendo un cigarrillo, le dio una calada profunda.
—No fue buena idea traerte aquí… rezongó, desconsolado. —¡Dos días fingiendo estar comprometidos, y mira lo que ha me pasado!
—Tú dijiste que me necesitabas…
—¡Entonces no me tientes, Gaby!
—Vaya, no fui yo quien comencé a besarte, ¿o sí?
—Pero es que yo no puedo resistirme a ti, ¿no lo entiendes? ¡No puedo! Jamás me había pasado esto antes, pero pierdo el control sólo con mirarte!
—Ya conversamos sobre eso en Roma, ¿recuerdas? Eso es a consecuencia de la tensión que estamos enfrentado juntos. El peligro crea una complicidad extraña entre dos personas. Si yo fuera hombre, seríamos amigos. Como soy mujer, te sientes confundido.
—Pero no es de ahora que te quiero, Gaby.
—Tampoco es de ahora que enfrentamos peligros juntos. Esta vez la sensación es más fuerte porque estás emocionalmente implicado en la situación…
James dio una calada al cigarrillo, pasándose la mano por el cabello, desalentado.
—¡Dios Mío, nosotros dos aquí, discutiendo tonterías, mientras la vida de Martina corre peligro! ¡Sólo pensar por lo que debe estar pasando en este preciso momento… y todo por mi culpa!
Ella casi le preguntó el por qué de aquella afirmación pero no lo hizo. James no le diría nada sobre su pasado, bajo ningún pretexto.
—¿Es por eso que insistes tanto en ir con los demás hombres? —indagó.
—Le debo eso a Martina. Si no la rescato yo mismo, jamás podré volver a mirarla a la cara. Es una cuestión de honor para mí.
J.D. le tocó levemente el rostro y salió de la habitación. Ya sola, Gaby se sentó en la cama, desanimada. Toda aquella experiencia era algo desconocido en su vida.
Sería provechoso y excitante… si no fuera por el súbito cambio en la relación entre James y ella.
Todos aquellos argumentos razonables que ella había utilizado minutos antes eran ciertos… al menos en parte. Gaby realmente no deseaba ninguna relación seria con nadie. Sedienta de conocimientos y nuevas aventuras, pensaba antes que nada en construir su propio futuro profesional. Forjarse una carrera capaz de garantizarle una vida independiente y productiva le parecía más urgente que cualquier enamoramiento.
Por esa razón, le asombraba la rapidez con que se había dejado cautivar por J.D. Había algo en aquel hombre capaz de incitarla, robarle la paz, la lucidez.
Esa repentina revelación la inquietaba, pues nunca se había fijado en él sino como en un jefe cortés, gentil… y distante.
Tal vez, ella misma tendría que implantar distancia. Siempre había encontrado a James atractivo y no quería correr el riesgo de mirarlo como hombre. Y de eso estaba segura, pensó con una amarga sonrisa. Pasar algunas horas de más a su lado le habían bastado para descontrolarla.
Sacudió la cabeza, intentado alejar el pesimismo. James estaba vulnerable y exhausto debido al secuestro de su hermana. Y ella se había visto envuelta en esa tragedia, aproximándose más al lado humano que, en el trabajo, él jamás había dejado ver. Cuando Martina estuviera fuera de peligro, los sentimientos de ambos se normalizarían. Y el regreso a la rutina de la oficina les ayudaría a olvidar los besos apasionados, las palabras llenas de deseo…
Después de un prolongado baño, se sintió mejor. Se puso unos jeans, una camiseta confortable, botas de caña alta y se dirigió al vestíbulo. J.D. y sus amigos planeaban los últimos detalles del rescate y Gaby se quedó cerca, escuchando la discusión.
Era extraño ver a James con ropas de dril caqui, una especie de uniforme de guerrillero. Parecía otro hombre, manejando las armas y rifles con la misma desenvoltura con que manejaba libros y bolígrafos en el despacho. ¡Estaba hasta más a sus anchas en aquella situación de que en el tribunal!
—¿Puedo echarle un vistazo a esa arma? —preguntó, señalando el minúsculo revolver que él tenía en las manos.
Sin darle importancia a las miradas de sorpresa de los componentes del grupo, Gaby la sujetó y enfocó la mira.
—Hermoso juguetito, ¿no les parece? —dijo, devolviéndole el arma a James. —¡Tan pequeño y contiene treinta tiros de repetición!
—¡No me digas que esta es la famosa Gaby! —exclamó un hombre bajo, muy moreno y de ancha sonrisa.
—La misma —contestó J.D., orgulloso. —Querida, este es Drago, el mejor que especialista en explosivos que conozco. Y Apollo el mejor ladino; si necesitáramos moras silvestres en el Polo Norte, él las encontraría.
Las apariencias engañan, pesó Gaby, sonriéndole al hombre alto, moreno, de modales atentos y semblante tranquilo.
—Hola Gaby, vinimos juntos hacia acá y ni siquiera tuvimos tiempo de conversar —dijo él, mientras se ocupaba de pulir un rifle enorme.
—Es gracioso que los RPG-7 parezcan inofensivos cuando están desmontados —le comentó ella a Apollo. —¡Pero a mí no me gustaría ser blanco de un proyectil lanzado por uno de ellos!
Apollo la miró con una sonrisa de aprobación y ya preparaba otro elogio hacia el arma cuando Laremos interrumpió.
—Ven aquí, Gaby, quiero mostrarte cómo funciona la radio —dijo, irguiéndose.
—Puedes dejarlo, que ya lo hago yo —James replicó con sequedad.
Laremos esbozó una sonrisa irónica y sentó de nuevo, muy calmado.
Gaby pidió permiso a todos y fue con James hacia el salón de al lado. Allí estaban instalados un computador y varias radios.
—No necesitabas ser tan rudo con Laremos —comentó ella. —Él sólo quería…
—Laremos casi mató una mujer, hace tiempo —la interrumpió J.D., cerrando la puerta. —Con él todo el cuidado es poco. Cuando te llame, esquívalo.
Gaby se encogió de hombros despreocupada.
—Si nombras el milagro pero no al santo, es difícil juzgar. Además, sé defenderme muy bien.
—Lo sé, pero dudo que en la pequeña ciudad donde naciste existieran hombres como esos que están allá fuera en la sala.
—En todos los lugares existe gente de todo tipo. Y, en cuanto a las radios, ya las conozco muy bien.
—Entonces, vayamos directamente al asunto. Cuando volvamos a la sala, por el amor de Dios, no digas nada que anime a Laremos, ¿entendiste? ¡Él es mi amigo, pero yo lo mataría si te tocara con un solo dedo!
La dura y determinada expresión de James confirmaban sus palabras. Gaby casi no lo reconocía. Desprovisto de su acostumbrada cordialidad, se parecía mucho a la descripción que había hecho de sus compañeros.
—Si él llegara a pensar en hacer eso, yo misma puedo encargarme de ello —afirmó.
—Gaby, no estoy bromeando.
—Ni yo. Pero, si eso te tranquiliza, te prometo tener cuidado. ¿Te sientes mejor así?
—No, me sentiría mejor así… —la atrajo y abrazándola, le acarició los hombros, el cuello, el cabello y, por último, los labios, en una persuasión gradual y abrasadora. —Creo que tienes razón —le susurró muy cerca al oído. —Represento un peligro mucho mayor para ti que cualquier otro hombre.
—Contrólate James, puede entrar alguien.
—¿Y qué? Sería muy bueno, así nadie dudaría de que estamos juntos de verdad. Además, no puedo controlarme cuando estoy cerca de ti, mi ángel…
Y Gaby tampoco podía. El calor del cuerpo de James, tan próximo al suyo, le llegaba al alma, incendiándola con un deseo irrefrenable. ¿Qué importancia tenía no saber casi nada acerca del pasado de James? Tal vez jamás tuvieran futuro, la guerrilla o la vida misma podría separarlos dentro de unos pocos días. Con James, había aprendido a valorar cada momento como si fuera el último. Por eso se entregó con pasión cuando la besó en la boca con determinada habilidad.
Sólo cuando alguien abrió la puerta los dos se separaron, renuentes.
—Disculpen, pero ustedes se demoraban tanto… —Laremos se justificó con una sonrisa. —Pensé que podrían tener problemas…
—Y lo tenemos, pero no con la radio. —replicó J.D., un tanto contrariado.
Laremos rió y se aproximó, colocándose delante del equipo.
—Bien, ya que el mal está hecho, permíteme explicarle a Gaby cómo funcionan las frecuencias aquí. Son un poco diferentes de las de Chicago, pero nada muy complicado…
Ella se colocó el receptor en el oído, esforzándose por disimular ante su anfitrión su propia desilusión. Debería estar agradecida con Laremos por la interrupción, pero en cambio estaba molesta. Dentro de unas horas, ¿quién la salvaría de James cuando los dos se acostaran en la enorme cama matrimonial? Lo peor es que ella no quería ser salvada, aún estando consciente de que cualquier relación íntima entre ellos dos seguramente le traería grandes sufrimientos.
Operar la radio y memorizar los códigos no representó ninguna dificultad para ella. A pesar de eso, Gaby elaboró una lista con las palabras claves y se dedicó a estudiarla el resto de la tarde mientras el grupo se reunía en la sala. Era sólo un pretexto para estar a solas, preparándose para mantener la sangre fría cuando llegara la noche.
Solamente Gaby, Laremos y James permanecieron en la mesa después de la cena. La comida había transcurrido en un clima relajado, pero los demás prefirieron la soledad cuando se dio por terminada.
—Por lo que veo, ellos siguen siendo antisociales, como siempre —bromeó James indulgente.
—Viejos hábitos —justificó Laremos, mirando a Gaby —Después de una cena tan agradable, ellos no quieren estropear su momento de tranquilidad con asuntos violentos. ¡En una situación como esta, la conversación se vuelve inevitable!
—Lo entiendo… Es una pena que mi presencia les disguste.
—De ninguna manera, Gaby, creo que tu presencia los adula —la contradijo James. —Tú los tratas como “personas” y, puedo garantizarte que desde hace tiempo ellos no se sentían así.
—Me gustaría saber por qué se volvieron mercenarios… Si es que puedes contármelo, claro.
—Marchal estaba en las tropas de élite, como yo —J.D. hizo una pausa, como si escogiera bien las palabras. —Cuando dejó el ejército no encontraba un trabajo que compaginara con la vida que le gustaba llevar, llena de peligros e imprevistos. Hubiera sido un gran policía, pero el salario no era para nada atrayente. Un conocido suyo le ofreció una misión como mercenario. ¿Quién no se interesaría por un hombre con el dominio que él posee con las armas no convencionales? Quedaron tan satisfechos con su desempeño que hoy en día Marchal tiene contactos en casi todo el mundo.
—¿Y Apollo? ¿También perteneció a las tropas de élite?
—No, a él lo conocí sólo más tarde… Lo acusaron de un crimen que no cometió. Era pobre y tenía enemigos influyentes, la receta perfecta para que lo condenaran. Entonces se escapó y vive escondido en América Central. ¿Quién querría darle trabajo a un hombre fugitivo y, además de todo, un reo de la justicia en su país de origen?
—¿Pero él no podría haber demostrado su inocencia?
—Espero algún día poder convencerlo para que se enfrente a esa situación. ¡Ganaría el caso con los ojos cerrados, si lo tomara!
—¡No me cabe ninguna duda! Por cómo te he visto actuar…
—¿Desde hace cuánto tiempo trabajas con ese cascarrabias, Gaby? —preguntó Laremos.
—Desde hace poco más de dos años. Ha sido una experiencia muy educativa, aprendí, por ejemplo, que cuanto más alto se grita, más fácil se consiguen las cosas.
—¿No me digas que le gritas a ella, Archer?
—Tengo coraje, pero no tanto —se defendió James. —¡La primera vez que lo intenté, casi me lanza un pisa papel a la cabeza!
—¡Qué exagerado, James! Lo lancé contra la puerta.
—Porque yo la cerré en el momento exacto. Gracias a mis buenos reflejos, no a tu puntería.
Los tres se echaron a reír, pero en seguida la expresión de Laremos se volvió preocupada.
—Menos mal que tienes tan buenos reflejos, hombre, tu vida dependerá de eso, mañana. Nuestros adversarios no nos facilitarán las cosas.
—Si las facilitaran no tendría gracia. Pero además, tenemos el elemento sorpresa a nuestro favor.
—Cierto. —Laremos le sonrió a Gaby, como pidiéndole —Ahora, creo que haríamos bien en echarle un buen vistazo a los mapas. Si estudiamos bien el terreno, la operación será más fácil.
Gaby se excusó y se marchó a su habitación. Era un alivio tener la oportunidad de cambiarse sin tener a James cerca, pensó, colocándose el largo y sencillo camisón. Desafortunadamente, era de una tela ligera, pero seguramente James llegaría demasiado cansado para tener fantasías eróticas.
Se acostó en la cama y leyó un poco para distraerse mientras el sueño no llegaba. Sin embargo, mil pensamientos le cruzaban por la cabeza, impidiéndole concentrarse. Dormir en la misma cama con James era una prueba de fuego para la frialdad que, hasta el momento, ella había logrado mantener. Había cedido a sus besos, era verdad, pero también había encontrado fuerzas para apartarse cuando la situación se escapaba del control de ambos.
Ahora todo sería muy diferente. Si la simple proximidad de James la perturbaba, ¡que no haría el contacto íntimo e invitador de su cuerpo entero! Ella también lo deseaba con una necesidad sobrecogedora. Temblaba de placer sólo al pensar en cómo sería entregarse por completo a la pasión abrasadora que los consumía.
Cerró el libro, impaciente consigo misma. ¿Dónde había quedado la determinación de ser independiente, forjarse una carrera exitosa? No deseaba tener un romance con hombre alguno en aquel momento, ni siquiera con J.D. El amor embriagaba como el mejor de los vinos.
Bajo su efecto, las personas cambiaban el rumbo de sus vidas, se entregaban a febriles devaneos y se empeñaban en volverlos realidad. Y, casi siempre, dejaban de lado sus propios proyectos en función de la persona amada.
Gaby no deseaba eso para sí misma. Ni ella ni James quedarían satisfechos con una única noche de placer. Después de esa, vendrían otras, muchas otras, hasta que el fuego de la pasión se extinguiera por completo. ¿Entonces, que le quedaría? Apenas recuerdos, incertidumbre, amargura. James no deseaba una relación permanente con nadie, seguramente un matrimonio entre los dos sería un fracaso. A pesar de la fuerte atracción física existente entre ambos faltaba lo esencial para esa unión permanente: amor.
No valía la pena arriesgar lo seguro por lo incierto, decidió. Ahora, tenía un buen empleo, muchos planes para el futuro y estaba llena de esperanzas. Una desilusión amorosa sólo la debilitaría, robándole las ganas de luchar por sus ideales. Era mejor gastar sus energías en cosas menos románticas, pero, sin duda, más seguras.
Exhausta, Gaby apagó la luz y se cubrió con las sábanas. Mientras pensaba en James, cerró los ojos con la intención de apenas de aliviarlos… Y cuando los volvió a abrir, la luz clara de la mañana ya entraba por la ventana, inundando la habitación.
Se desperezó lentamente, sintiéndose descansada y repuesta. Apartó el cabello del rostro con movimientos lentos, su cuerpo aún lánguido por una exquisita somnolencia. Se restregó los ojos y se giró en la cama, acomodándose para dormitar un poco más… cuando se descubrió a James, sentado en un sillón al lado de la cama, observándola.
La sonrisa de él disipó de repente la desidia de Gaby. Ya completamente despierta, se cubrió despacio con las sábanas, aparentando tranquilidad.
—Debería estar legalmente prohibido mirar a las personas mientras duermen —refunfuñó —Es una invasión a la privacidad contra la cual no se tiene defensa.
—Discúlpame, pero no lo pude evitar. Tienes el despertar más hermoso que haya visto jamás. ¡Ni siquiera una actriz de cine lo haría mejor!
—Olvidé que no estaba sola.
—Por eso mismo estaba tan fascinado. Sabía que todo era natural…
James sonrió maliciosamente, lleno de promesas… Pero Gaby no se percató de ello. En aquel momento, estaba más interesada en su físico. Fuertes músculos, pecho ancho y bronceado, vientre rígido y liso, muslos fuertes. Un hombre atractivo y seductor hasta en su semi desnudez poco cubierta por la minúscula bata de baño.
—Ya me doy cuenta de cuánto te gustan las cosas al natural —comentó Gaby, observando su cuerpo sin disimulo.
—Detesto los pijamas. Normalmente duermo desnudo, pero pensé que lo verías como una provocación…
—¿Y eso no lo es?
Ella hizo alusión a la reducida pieza de ropa que lo separaba de la completa desnudez con un gesto de cabeza. Después, observó su rostro, arrepentida por el comentario. Por la expresión de James a él le había gustado mucho saber cuánto apreciaba ella su belleza.
—¿Así es como agradeces mi consideración? —Le preguntó, fingiendo sentirse decepcionado. —Pues la próxima vez, mantendré mis hábitos, ya que a ti no te importa…
—¡Caramba James, entendiste muy bien que quise decir!
—Sí, lo entendí, mi ángel, más de lo que tú crees. Entendí que tu también me quieres, que ya no puedes ocultarlo.
Mientras hablaba, se levantó, exhibiendo todo el vigor de su cuerpo viril. Se aproximó a la cama y, sentándose en la orilla, le acarició el rostro con apasionada ternura.
—¿Por qué no admites que tu también me deseas, Gaby? —murmuró, mirándola fijamente con intensidad. — Es algo natural, puro, hermoso. No lo buscamos, simplemente ocurrió. ¿Qué puede haber de malo en nuestro descubrimiento?
—Nunca he negado que me atraías, James, pero…
Él colocó los dedos sobre sus labios, pidiendo silencio y, al mismo tiempo, acariciándolos.
—Por favor, por lo menos por una vez, olvídate de las explicaciones racionales. Sólo tócame, siénteme por completo, todo tuyo. ¿Qué importa el futuro, Gaby? A partir de hoy, ni siquiera sé si habrá futuro para mí…
En un impulso, ella se sentó en la cama y lo besó en la boca, acallando sus palabras amargas. Luego, lo miró fijamente a los ojos, explorándole el pecho, la espalda, el rostro con ardientes caricias.
—No quiero que vuelvas a repetir eso, James. Tendrás un futuro brillante, lleno de conquistas.
—Me conformo con este momento. He soñado tantas veces con esto, tus manos tocándome, enloqueciéndome… aunque quisiera, no podía pensar en otra cosa.
—Ni yo… ¡Oh! James, te quiero tanto…
Gaby se desconocía a sí misma. Toda su anterior determinación de resistirse a los encantos de James se había convertido ahora en un deseo insaciable de entregarse a él.
Era otra mujer, sedienta y hambrienta, madura y atrevida en sus deseos, que se desataban en su interior, guiándole las manos, los labios, la lengua. Con un gemido, James se dejó dominar por su suave posesión.
—Haz de mí lo que quieras, Gaby —le susurró al oído, penetrándola en seguida con la lengua. —Soy tu esclavo, tu prisionero, tu…
Su voz murió en otro gemido de placer. Gaby lo besó en los labios otra vez, lengua y dientes participando de la caricia. Después, le recorrió cada línea del tórax, del cuello y de los hombros con pequeños besos.
—Déjame hacerte lo mismo —le pidió, con un gemido. –Déjame tocarte.
Y deslizó sus hábiles manos dentro del camisón de Gaby, tocándole los senos con delicadeza. El cuerpo de ella ardió con el contacto íntimo, haciéndola gemir suavemente mientras James estimulaba sus pezones. Los besó, y en seguida empezó a succionarlos con dulzura, haciéndola jadear.
—James…
—No digas nada, ahora. Nos deseamos y nos tendremos. Sólo existe este momento, nada más.
Gaby entreabrió los labios y James trazó sus contornos con la lengua húmeda. Ella respondió a la caricia y los labios de ambos se unieron en un beso mutuo, completo, febril. James la abrazó con fuerza, luego aflojó el abrazo para mirarla fijamente a los ojos.
—¡Me gustaría tanto poder prometerte que volveré, amor! —exclamó, en un lamento.
Esa frase los devolvió el sentido de la realidad, olvidado por unos momentos en medio de la turbulenta pasión. Existía un mundo allá fuera, en el cual Martina corría peligro y los compañeros de James lo esperaban para salvarla. No debían olvidarse de ello; por mucho que lo intentaran, esos besos tenían el sabor amargo de la despedida. Gaby sonrió y le tocó levemente los labios con los suyos.
—Va a necesitar mantener la cabeza fría cuando salga de aquí, doctor —comentó, ajustándose el camisón —Lo nuestro puede esperar.
—¿Eso es una promesa?
—Digamos que es un incentivo. Tendrás que pensarlo bien antes de cometer alguna locura…
James le acarició el rostro, observándola como si quisiera memorizar todos sus rasgos. Después se apartó para ponerse la camisa. Gaby se sentó en la orilla de la cama, sintiendo un intenso vacío dominándola.
—Creo que fue un error traerme contigo —comentó con aire ausente. —Los soldados no tienen mucho interés por su vida, ¿no es así?
—Yo sí lo tengo, después de todo, no soy un soldado.
—Pero lo fuiste.
—¡Oye!, en las tropas de élite las cosas no…
—No estoy hablando de las tropas de élite, James, eso lo sabes muy bien.
—Pues no, no lo sé. Me gustaría que me lo explicaras. ¿De qué estás hablando, Gaby?
—De lo mismo que hablamos anoche; no soy ninguna idiota, James. Al menos, se sacar cuentas y unir ciertas informaciones incoherentes. La edad máxima para pertenecer a las tropas de élite son veintitrés años, ¿no es así?
—Sí, así es, pero eso que tiene que ver…
—Tú comenzaste a estudiar en la Facultad de Derecho con casi veintisiete años. Hay una diferencia de casi cuatro años… ¿Esos son los viejos tiempos de los cuales Laremos siempre habla, Archer? Fue cuando te hiciste tan amigo de Marchal, Apollo y Drago ¿no es cierto?
Él bajó la cabeza, con un suspiro.
—Sí, así fue, Gaby. También fui mercenario. Comandé a Marchal y a los otros en algunas de las luchas más sórdidas de este siglo.