Capítulo 8
KING no apareció a la hora de la cena aquella noche, y en cuanto hubieron acabado de comer, Teddi subió a su habitación diciendo que tenía un terrible dolor de cabeza. Ese dolor de cabeza era sólo una excusa, pero en un sentido metafórico sí era real: metro noventa, rubio, ojos grises, y tan ciego como un topo.
Acababa de ponerse el camisón cuando oyó un golpe en su puerta. Se volvió hacia ella con el ceño fruncido.
—¿Quién es?
No hubo respuesta. ¿Podría ser que…? El rostro de Teddi se iluminó. Quizá era King; tal vez había estado recapacitando y finalmente había comprendido que estaba equivocado. Fue a abrir, pero al hacerlo, se encontró con la desagradable sorpresa de que era Bruce quien estaba allí de pie, con la camisa medio desabrochada y una sonrisa malévola en los labios.
Teddi trató de cerrar la puerta, pero el contable se lo impidió, y entró en el dormitorio dejándola entreabierta y empujándola sobre la cama.
—¿Qué crees que estás haciendo? —le espetó Teddi, forcejeando con él, que se había arrojado encima de ella.
— Se llama «golpe de gracia», cariño —murmuró Bruce—. Adivina quién está subiendo en este momento las escaleras.
Teddi lo empujó en vano, y el contable empezó a besuquearla en el cuello, e intentó tomar sus labios. Frenética, Teddi oyó que los pasos de King se acercaban, y a los pocos segundos la puerta se abría del todo. Tras ella apareció King, y sus ojos la condenaron en ese mismo instante.
Bruce se apartó de ella como un resorte, y se pasó una mano por el cabello con una sonrisa de circunstancias, como si lo hubiera sorprendido su llegada.
—Lo… lo siento, señor Devereaux —farfulló—. Nos dejamos llevar y olvidamos cerrar la puerta.
King lo miró furibundo, fijándose en su camisa desabrochada, y en el camisón semitransparente de Teddi. La expresión en su rostro era de un desprecio indecible.
—Vaya a hacer la maleta, Billingsly —le ordenó en un tono gélido—. Mañana por la mañana saldrán usted y ella de aquí.
Bruce se quedó mirándolo boquiabierto. Claramente no había esperado algo tan drástico.
—P-pero señor Devereaux… ¿qué… qué les diré a mis superiores?
—Ése es su problema —respondió King—. Podrá darles todas las explicaciones que quiera cuando yo les haya relatado los hechos y les pida que envíen a otro contable. Le advertí que no quería esta clase de comportamiento bajo mi techo. Debería haberme escuchado.
—¡Pero…!
Bruce no pudo expresar su protesta, porque el ranchero ya había salido del dormitorio, dando un portazo que hizo que retumbaran las paredes.
El contable se quedó mirando la puerta con los ojos desorbitados.
— ¿No estaría hablando en serio…?
—Por supuesto que sí —murmuró Teddi aturdida.
Se bajó de la cama y se puso su bata. Sentía como si todo su mundo estuviese derrumbándose.
—Yo… yo no pensaba que fuese a reaccionar así —balbució Bruce—. Sólo quería asegurarme que no se te tirara antes de que yo tuviera mi oportunidad, eso es todo.
—¿Que se me tirara? —repitió ella con una risa amarga—. Me odia desde que me conoció. Siempre me ha tenido por una frívola y una libertina, y ahora gracias a ti piensa que soy una especie de ninfómana. Ya ves, tus tretas han acabado por explotarte en la cara.
Bruce se había puesto amarillo y no hacía más que frotarse la cara.
—Oh, Dios, creo que voy a vomitar… —farfulló, agarrándose el estómago—. Tengo que pagar las letras del coche y la hipoteca de la casa… cuando la empresa se entere de esto me echarán a la calle…
—Te lo has buscado —respondió Teddi sin mirarlo—. Te dije que no quería nada contigo, pero tú no me escuchaste. Haz el favor de marcharte.
Bruce alzó la vista, vio lágrimas surcando las mejillas de la joven, y reparó en la palidez de su rostro y la expresión vacía en sus ojos.
—Estás enamorada de él… —murmuró, comprendiendo de repente. Teddi le dio la espalda.
— Sí, y antes de que tú vinieras tenía una pequeña esperanza de que finalmente viera que no soy la clase de persona que piensa, pero ahora ya no me queda ni eso. Espero que tu vida quede tan destrozada como ha quedado la mía —añadió en un arranque de furia.
Bruce pareció empequeñecer ante sus ojos.
—Si te sirve de algún consuelo, me siento como un completo idiota. Como dicen, el ladrón cree que todos son de su condición, y había llegado a creerme la imagen que me había montado de ti, y estaba convencido de que ibas detrás de él por su dinero. Quería desbaratar tus planes para que te fijaras en mí porque no podía competir con alguien como King Devereaux. Y, cuando vi cómo te miraba… bueno, pensé que, tal vez, si lograba deshacerme de la competencia, tendría una oportunidad contigo —alzó el rostro, y Teddi vio que había tristeza en sus ojos—. Nunca había sentido esto por una mujer. Me tenías obsesionado —le confesó con un pesado suspiro—. Lo siento de veras, si es que eso sirve de algo.
—No de mucho, me temo —respondió ella.
—Lo imaginaba. En fin, buenas noches. Te veré por la mañana —farfulló Bruce, dirigiéndose hacia la puerta cabizbajo. Justo cuando iba a girar el pomo, se volvió hacia ella—. Quizá si yo le explicara…
Teddi esbozó una sonrisa triste.
—No te escucharía —le contestó—. Cuando se le mete algo en la cabeza, no hay manera de convencerlo de lo contrario.
—Ya. Lo siento mucho, de veras —volvió a decir Bruce antes de salir.
Ya era muy tarde cuando Teddi consiguió dormirse, y a la mañana siguiente se levantó de la cama con los ojos enrojecidos por las lágrimas y la falta de sueño. Sabiendo que King no había bromeado la noche anterior, hizo la maleta antes de bajar.
Cuando llegó al comedor tenía la esperanza de que King ya hubiera salido para atender las tareas del rancho, pero lo encontró allí sentado, solo.
—¿Podría tomar una taza de café antes de marcharme? —inquirió Teddi vacilante, intimidada por la expresión implacable en su rostro, y el brillo amenazador en sus ojos.
— Sírvete —le contestó él.
Teddi se puso la taza de café y se sentó lo más lejos posible de él.
—¿No… no van a desayunar tu madre y Jenna? —balbució.
—Ya han desayunado —respondió él con aspereza—. Les he dicho que se queden arriba hasta que os hayáis ido, y le he advertido a mi hermana que si continúa su amistad contigo, enviaré a su querido Blakely a nuestro rancho de Australia por un periodo indefinido.
Su machismo la hizo saltar.
—Y dime, ¿cómo lo mandarás allí, encadenado? —le preguntó con una sonrisa sardónica—, ¿o quizá harás que atraviese a nado el Pacífico contigo detrás en una lancha, gritándole órdenes?
Las facciones de King se endurecieron aún más.
—Los asuntos de mi familia ya no son de tu incumbencia —le dijo cortante—. Tu amigo bajará en cualquier momento. Le dejaré un vehículo para que podáis ir hasta Calgary, y luego haré que uno de mis hombres vaya a recogerlo.
Teddi se quedó mirando el mantel, tan desolada que ni siquiera podía llorar. No sólo la estaba alejando de él, sino que también quería prohibirle cualquier contacto con Jenna, su única amiga verdadera.
King apuró su taza de café, la soltó ruidosamente sobre el platillo, y arremetió de forma inesperada contra ella:
—¿Es bueno en la cama?
Teddi alzó la vista dolida y furiosa.
—Oh, sí, ya lo creo, es fantástico —le espetó con puro veneno—. Podría darte lecciones.
— ¡Pequeña zorra! —masculló King.
Antes de que Teddi pudiera reaccionar, él se había levantado y había ido junto a ella, alzándola en volandas.
— ¡Bájame! —le gritó, retorciéndose, pero era demasiado fuerte para ella.
King la llevó pataleando al estudio y cerró la puerta de una patada. La arrojó sobre el sofá de cuero, y se colocó encima de ella con la respiración agitada y el rostro tenso por la ira apenas contenida.
—Vamos, pelea, resístete —masculló, sofocando con facilidad sus esfuerzos por apartarlo, mientras sus labios descendían sobre los suyos—. Así el placer será más intenso cuando te someta a mi voluntad.
Teddi sintió cómo las manos masculinas recorrían con rudeza su cuerpo, sin preocuparle el estar haciéndole daño, mientras ella seguía luchando en vano por liberarse. Lo amaba, pero lo que le estaba haciendo era monstruoso, y su mente volvió a aquella noche, años atrás, haciéndole revivir el manoseo de aquel bestia borracho, y sus besos babeantes. Chilló, pero King parecía no oírla.
Le sacó la blusa a tirones de la cinturilla de la falda, e introdujo las manos por debajo, apartando el sostén para recorrer con sus dedos sin ninguna delicadeza su piel desnuda y sus senos.
Teddi se revolvió con todas sus fuerzas, con una furia ciega, sollozando, gritando, con el rostro contraído en una mueca de verdadero pánico.
King se apartó, agarrándola por las muñecas, y sus ojos, nublados por el deseo, observaron confundidos el cuerpo de la joven, retorciéndose debajo del suyo, su rostro lívido y los ojos desorbitados y llenos de miedo.
Él se quedó paralizado, jadeante, con la mirada fija en los suaves montículos de sus senos. A Teddi le pareció ver que las facciones de King se suavizaban, y que la presión de aquellos dedos en torno a sus muñecas se relajaba ligeramente.
—Por favor —le rogó en un hilo de voz—. Por favor, King, no me hagas daño…
La voz angustiada de Teddi pareció accionar un interruptor en su interior.
—¿Teddi? —murmuró, recobrando la cordura, y dándose cuenta al fin de lo aterrorizada que estaba.
La soltó de inmediato y se quitó de encima de ella, observando como se cerraba la blusa con manos temblorosas y se acurrucaba en un rincón del sofá, prorrumpiendo en desgarrados sollozos entrecortados.
— No iba a forzarte —murmuró King con un nudo en la garganta—. Por favor, Teddi, no llores. ¿Por qué reaccionas de este modo? Yo nunca te haría daño.
—Yo tenía catorce años —dijo de pronto Teddi con voz entrecortada—, y mi tía estaba saliendo con un decorador. Las veces que había ido a cenar me pareció que me miraba de un modo lascivo, pero siempre traté de ignorarlo. Una noche tuvieron una discusión terrible y ella… ella salió del apartamento hecha una furia. Aquel hombre había estado bebiendo mucho, y pensé que estaría más segura en mi dormitorio, pero no pude llegar —dejó escapar una risa nerviosa—. Me agarró antes de que llegara a la puerta, me arrastró hasta el sofá del salón y empezó a arrancarme la ropa —cerró los ojos y se estremeció—. Parecía un animal salvaje. Me hacía daño… sus… sus manos me toqueteaban por todas partes, y esos repugnantes besos babeantes… Justo cuando estaba a punto de forzarme se oyó la puerta —Teddi ni siquiera era capaz de mirar a King, y verdaderamente le habría sobrevenido una revelación si lo hubiera hecho, porque su rostro estaba horriblemente desencajado. Tragó saliva para poder continuar—. Me advirtió que no me atreviese a contárselo a mi tía o me arrepentiría, y en cuanto me soltó corrí a refugiarme en mi habitación. A la mañana siguiente, ella ni siquiera me preguntó por los cardenales que tenía en los brazos —añadió con una sonrisa amarga—. Nunca me he acostado con Bruce, ni con ningún otro hombre. La sola idea me… me aterra. Contigo pensé… pensé que con el tiempo sería capaz de aceptar algo más que besos… pero ya no… —murmuró—, ya no.
Se puso de pie y se dirigió hacia la puerta.
—Por eso reaccionaste de aquel modo en el coche, cuando volvíamos de Banff… —farfulló King, que estaba empezando a atar cabos.
Teddi se detuvo con la mano en el picaporte, pero no se volvió a mirarlo.
—Me iré con Bruce —le dijo con el poco orgullo que le quedaba—, y si quieres que me mantenga alejada de Jenna, lo haré.
King se acercó a ella, pero la joven había abierto la puerta y se apartó de él.
—Teddi, por favor, yo jamás te haría daño… —le dijo.
—Me prometiste eso no hace mucho —le recordó ella—, y no lo has cumplido. Te ruego que no vuelvas a tocarme. No creo que pudiera soportarlo. ¡Lo único que quiero es alejarme de ti!
Se dio la vuelta sin reparar en la expresión desesperada en el rostro de King, corrió escaleras arriba y se encerró en su habitación. No salió de allí hasta que la voz preocupaba de Jenna la llamó, golpeando suavemente en la puerta. La abrió, y se echó en sus brazos abiertos, llorando desconsolada.
Lo único bueno que tuvo el abrupto regreso de Teddi a Nueva York fue que su tía aún seguía fuera.
Había una escueta nota sobre la mesita del vestíbulo, diciéndole que lo más probable era que estuviera en Mónaco hasta finales de septiembre.
Lo primero que hizo Teddi fue llamar a la agencia de modelos, y le dieron una alegría cuando le dijeron que tenían muchos trabajos para ella si quería aceptarlos.
Estuvo tan ocupada que los días siguientes pasaron volando. No tuvo tiempo ni de pensar en King. Hizo dos anuncios, un pase de moda, una sesión fotográfica para un reportaje de sombreros en una revista, y otras para distintos anuncios también de prensa. Al llegar el final de la semana estaba reventada. El domingo, mientras se daba un baño para relajarse, empezó a hacer cuentas mentalmente, sumando las cantidades que había ganado esos días. Tendría bastante para pagar el siguiente semestre, y aún le quedaría para pagar el billete de avión a Connecticut.
La temporada baja en la industria de la moda llegaría pronto, pero si se esforzaba lo bastante en esas semanas, antes de que volvieran a empezar las clases, tal vez lograra ahorrar como para arreglárselas con ese dinero y lo que ganara con su empleo en la cafetería.
Aquella noche, tal vez por la tensión acumulada, tuvo muchas pesadillas, en las que siempre aparecía King, y a las siete de la mañana se despertó empapada en sudor y con las mejillas húmedas por las lágrimas. Se dio una ducha, se lavó el pelo y, envuelta en su albornoz, se preparó un café bien cargado. ¿Lograría alguna vez olvidar su crueldad, el modo en que la había tratado, como si fuera una furcia barata?
Se secó el pelo, se puso unos pantalones beige, una blusa blanca y unas sandalias de tacón, y se dispuso a preparar todo por si cuando fueran las nueve y llamara a la agencia, tuvieran algo para ella. Se maquilló con esmero, se limó las uñas y guardó en su bolsa las cosas que podía necesitar: peine, cepillo, estuche de maquillaje, pañuelos de papel, pinzas y horquillas, algo de ropa y unos zapatos. Cuando lo tuvo todo listo, suspiró, y se dirigió al amplio ventanal, observando el despertar de la ciudad.
Sin poder remediarlo, su mente volvió a revivir lo ocurrido en su último día en Gray Stag. ¿Por qué, oh, Dios, por qué King siempre tenía que pensar lo peor de ella? Además, no acababa de comprender por qué King se había puesto tan furioso con Bruce. Los celos podrían quizá ser la explicación, pero era imposible que King sintiese celos por ella cuando le tenía tan poco respeto para tratarla como la había tratado. Claro que, si no estaba celoso, ¿por qué había mandado a Bruce de vuelta y le había dicho que informaría de lo ocurrido a su empresa? Si con quien estaba irritado era con ella, ¿por qué castigar a un hombre al que creía que ella había tentado?
Volvió a suspirar y meneó la cabeza mentalmente. ¡Qué difícil era matar la esperanza!, se dijo deprimida. Durante el trayecto al aeropuerto, con Bruce afligido al volante del coche que King les había prestado, había esperado en vano que King hubiera ido tras ellos para disculparse y pedirle que no se fuera, y no había ocurrido. No había vuelto a verlo desde que saliera del estudio.
Luego, los primeros días de vuelta en Nueva York se había preguntado si tal vez la llamaría, pero tampoco había ocurrido. ¿Y por qué iba a llamarla?, Se preguntó con una risa amarga ante su propia ingenuidad. A King no le importaba nada. Probablemente lo único que sentía era culpabilidad por su brutal arranque… si es que su odio por ella se lo permitía.
Teddi resopló irritada consigo misma por pensar en él cuando se había prometido que no lo haría, y miró el reloj. Las nueve y diez. La agencia ya debía haber abierto. Fue junto al teléfono y marcó el número. Mandy, la secretaría, la informó de que había una posibilidad de trabajo esa misma mañana.
—Lovewear necesita una modelo con tus características para anunciar su nueva línea de vaqueros, pero tendrías que estar allí a las diez para una entrevista. ¿No te irá muy justo a la hora que es?
—¿Bromeas? —le dijo Teddi riéndose—. Si no puedo tomar un taxi robaré un coche para llegar. ¡Gracias, Mandy!
Agarró su book y la bolsa, y salió a toda prisa del piso, maldiciendo la idea de haberse puesto esas estúpidas sandalias de tacón mientras bajaba las escaleras.
Corrió fuera del edificio, e hizo una señal al ver que justo en ese momento pasaba un taxi, pero dio un traspié y en una serie de malabarismos por no perder el equilibrio, acabó precipitándose sobre la calzada, justo delante de un Cadillac. El conductor frenó en cuanto fue capaz de reaccionar, pero no fue lo bastante rápido, y en esas milésimas de segundos, Teddi observó impotente y con una calma inhumana, como se abalanzaba sobre ella, sabiendo que no podía hacer nada. Luego sintió el golpe, un repentino y frío vacío, aturdimiento y los gritos de la gente llegaron a sus oídos mientras se sumía en la oscuridad.
Cuando volvió en sí notó dolor en el rostro y en su pierna derecha, y molestias en todo su cuerpo, como si le hubieran dado una paliza. Y, para rematarlo, sentía como si fuera a estallarle la cabeza.
Abrió los ojos muy despacio y vio a su lado a una enfermera rellenita, que estaba tomándole la presión sanguínea.
—Ah, está usted consciente —le dijo con una sonrisa—. ¿Cómo se encuentra? ¿Se siente con fuerzas para hablar?
—Creo… creo que sí —murmuró Teddi, notándose la boca pastosa. Se llevó una mano al rostro, y sus dedos tocaron una especie de gasa fijada a su mejilla con esparadrapo.
—No se preocupe —la tranquilizó la enfermera—. Se pondrá bien. Teddi tragó saliva.
—¿Qué más heridas tengo? —inquirió con el corazón en la garganta.
—No se preocupe por eso ahora. El doctor Forbes pasará a verla cuando haga su ronda de visitas dentro de unos… cuarenta minutos —dijo consultando su reloj —. Entretanto mandaré a alguien de administración para que le tomen sus datos… si se siente usted con fuerzas para ello.
— Sí, estoy bien —farfulló Teddi sin ninguna convicción—. Oh, ¿podría… podría hacerme un favor? —le dijo a la mujer cuando estaba a punto de salir de la habitación—. Iba de camino a una entrevista de trabajo cuando tuve el accidente. ¿Sería tan amable de llamar a la agencia de Modelos Claire Román y decirles lo ocurrido? Soy modelo.
—Claro. ¿Cuál es su nombre? No llevaba ninguna clase de documentación encima.
Teddi se tapó la cara con una mano y emitió un gruñido.
—Volví a dejarme el bolso en casa —miró a la enfermera—. Soy Teddi Whitehall.
—Bien. Haré esa llamada inmediatamente, no se preocupe.
Los minutos parecieron pasar lentísimos hasta que el doctor Forbes, un médico mayor, entró a verla.
— Su pierna derecha ha sufrido un daño importante —comenzó, sentándose al borde de la cama—, así que tuvimos que hacerle una intervención quirúrgica y también de cirugía estética. Tomamos un trozo de piel del muslo para hacer un injerto; y por eso notará usted esa zona algo sensible y molesta, pero la piel volverá a crecer, y las cicatrices de la pierna y el rostro desaparecerán con el tiempo una vez le hayamos quitado los puntos.
Teddi se había puesto blanca y parecía al borde de las lágrimas.
—Vamos, vamos… —le dijo el médico, dándole unas palmaditas en la mano—. No es tan grave, chiquilla. No podemos garantizarle que su pierna quedará como nueva, porque los ligamentos estaban desgarrados y llevará tiempo que se curen por completo. Tampoco voy a mentirle, es posible que le quede una leve cojera, pero si es necesario puede volver a operarse, por supuesto.
—Por supuesto… —repitió Teddi, sin apenas oír lo que le estaba diciendo, desolada como estaba.
—También sufrió una fuerte contusión al golpearse la cabeza —añadió el médico—, como habrá imaginado si le duele la cabeza tanto como sospecho.
— Sí, me molesta bastante —añadió Teddi, tocándosela.
—Le diré a la enfermera que le traiga un analgésico —dijo el doctor Forbes levantándose—. Bien, trate de no preocuparse demasiado. Sé que a una mujer hermosa que trabaja de modelo esas heridas deben parecerle el fin del mundo, pero las cicatrices desaparecerán antes de que se haya dado cuenta, y dentro de unas semanas estará andando otra vez.
Sin embargo, Teddi no pudo evitar empezar a darle vueltas a la cabeza, angustiada. ¿Qué iba a hacer? La factura del hospital sería formidable, y aunque pudiera pagarla con lo que había ganado, no podría volver a trabajar en bastante tiempo en las condiciones en las que estaba. ¿Cómo iba a arreglárselas sin un centavo?
—De momento la tendremos aquí un mínimo de un día o dos —le dijo el doctor—. Luego ya veremos.
—De acuerdo —murmuró Teddi.
Cuando el médico se hubo marchado, la joven se recostó, y miró en derredor con expresión desolada. Allí estaba, sola en una habitación de hospital, sin nadie a quien le importase. La enfermera le había preguntado si quería que avisasen a alguien más, pero ella le había dicho que no. Para su tía aquello sería un contratiempo que la irritaría, King la detestaba, y le había prohibido volver a acercarse a Jenna.
Rompió a llorar, hundiendo el rostro entre las manos. Siempre había sido fuerte, porque no le quedaba más remedio que serlo, pero en aquel momento se derrumbó sin remedio. Todo parecía tan negro…
Al día siguiente las cosas no habían mejorado sustancialmente, pero con los cuidados de las enfermeras y la amabilidad del médico, al menos Teddi se fue animando un poco y el segundo día, cuando el doctor Forbes pasó en su ronda de visitas, le explicó que no podía costearse una estancia larga en el hospital ya que no contaba con un seguro, y le pidió que le diera el alta.
El médico se mostró reticente.
— Bueno —murmuró pensativo, con el ceño fruncido—, siempre que use la muleta, no fuerce demasiado la pierna, y tenga alguien que se ocupe de usted… Además, tendrá que cambiar esas vendas cada día.
—Oh, mi tía cuidará de mí —mintió Teddi—. Esta tarde vuelve de Monaco.
—Está bien —accedió finalmente el médico—, pero no se olvide de que la semana que viene tiene que venir a que le quitemos los puntos.
—Por supuesto —le prometió ella.
Apañárselas sola en el apartamento fue más duro de lo que Teddi había imaginado. Tenía que ir apoyándose en la muleta, o saltando sobre la pierna sana para moverse de una habitación a otra, y cada paso le dolía un horror. Si no hubiera sido porque en la guía encontró un supermercado cercano que aceptaba pedidos a domicilio, se habría muerto de hambre, ya que su tía había dejado la nevera vacía a excepción de una caja de leche cortada y unos huevos caducados:
Una hora más tarde, cuando llegó el chico del reparto, tuvo la amabilidad de guardarle las cosas, y después de que se fuera se preparó una sopa de sobre y un sándwich sentada en el silencio del enorme salón. Mientras masticaba y pensaba en los trabajos que no podría hacer por el accidente, sus ojos se llenaron de lágrimas. Sumida en esos negros pensamientos, pasó un rato antes de que se diera cuenta de que el teléfono estaba sonando. Extendió el brazo para agarrar el inalámbrico.
—¿Diga?
— ¡Teddi! —exclamó Jenna aliviada, al otro lado de la línea—. ¡Gracias a Dios! Llevo días llamándote, tratando de localizarte, y no había manera. Esta mañana llamé a tu agencia, por qué ya no sabía qué otra cosa podía hacer, y me dijeron que habías tenido un accidente. ¿Es cierto?
Teddi se secó los ojos con el puño de una de las mangas de la camisa.
— S… sí —balbució—. Me lancé delante de un Cadillac.
— ¿Que hiciste qué?
—Tenía una entrevista de trabajo, y llevaba unas sandalias con mucho tacón —le explicó Teddi—. El caso es que salí corriendo para tomar un taxi, y de pronto di un traspié, hice unos cuantos pasos de ballet… totalmente improvisados, quiero decir… y acabé siendo atropellada por un Cadillac. ¿Verdad que tengo buen gusto? —bromeó, no queriendo preocupar a su amiga.
Pero Jenna la conocía demasiado bien como para dejarse engañar.
—¿Y no te has hecho nada? ¿Por qué te llevaron sino al hospital?
—Bueno, mi pierna derecha no salió muy bien parada, y tengo algunos cortes y magulladuras, pero aparte de eso estoy bien.
—¿Está tu tía contigo?
—No, gracias a Dios está aún de viaje —contestó Teddi con un suspiro— Dios, ¡si supieras cuánto me alegra oír tu voz, Jenna…! Estaba poniéndome melancólica aquí sola.
—¿Seguro que sólo son «unos cortes y magulladuras»? —insistió su amiga—. ¿Y qué has querido decir antes con eso de que tu pierna derecha no ha salido «muy bien parada»?
—No es nada, dentro de unos días estaré bien — mintió Teddi—. Sólo tengo que hacer reposo.
—¿Por qué no dejas que mamá vaya a recogerte y te vienes al rancho para que podamos cuidar de ti?
— ¡No! —respondió Teddi al instante.
—King no te molestaría, mamá y yo no se lo permitiríamos —le aseguró Jenna, adivinando el motivo de su negativa—. Además, no sé lo que ocurrió ese día en el estudio, pero la noche del día que te marchaste se fue a la ciudad y volvió borracho como una cuba a las tantas de la madrugada. Al día siguiente entre la resaca y el mal humor no había quien lo aguantara, y esa misma tarde salió para nuestro rancho de Australia. Volvió ayer, suave como la seda, taciturno… no parece el mismo. Pasara lo que pasara entre vosotros, está arrepentido.
—Te agradezco el ofrecimiento, pero no puedo marcharme ahora, por si me llaman de la agencia — mintió Teddi—. Podría hacer anuncios de manos, o de labios.
—Oh —murmuró su amiga—. ¿Seguro que me estás diciendo la verdad? —insistió suspicaz.
—Pues claro. Bueno, ¿y cómo os va a Blakely y a ti?
—No te lo vas a creer. Blakely decidió, como yo, que merecía la pena luchar por nuestro amor, y que si tenía que enfrentarse a King, lo haría. Le ha dicho que vamos a casarnos en diciembre, le guste o no, y que si lo despide, buscará trabajo en cualquiera de los otros ranchos de la zona. ¿Qué te parece?
— Oh, Jenna, me alegro tanto por ti —le dijo Teddi con sinceridad—. ¿Crees que podría ir a la boda?
—Tonta, tú serás mi dama de honor —contestó su amiga—, así que ya te estás dando prisa en ponerte bien, ¿eh?
—Lo haré —le prometió Teddi.
Horas más tarde, Teddi estaba sentada en el sofá con la pierna derecha en alto, sobre unos cojines, mientras hojeaba una revista, y recordaba la conversación con su amiga. Su llamada le había alegrado un poco el día, aunque también la había dejado bastante perpleja. ¿Por qué se habría ido King a Australia, así, de repente? Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. ¿Cómo lo eludiría en la boda de Jenna? Aquello era preocuparse por algo para lo que faltaban meses, se dijo. En fin, ya pensaría en algo. Lo cierto era que no podía evitarlo eternamente, y que le dolería alejarse para siempre de él, pero tenía que hacerlo. Para cuando llegase el día de la boda habría conseguido distanciarse de él lo suficiente como para que no la afectase el volver a verlo, se dijo, tratando de convencerse. Ni ella se lo creía, resopló mentalmente, volviendo a la revista.
En ese momento sonó el timbre de la puerta. Teddi se incorporó y echó la revista sobre la mesita del salón. Debía ser el chico del supermercado. Había pedido algunas cosas que había olvidado. Tomó la muleta y fue hasta el vestíbulo.
Sin embargo, cuando abrió la puerta, el susto que se llevó fue mayúsculo: allí estaba King, vestido con un elegante traje gris, y esa expresión irascible de siempre en su rostro.
—Hola, Teddi —la saludó en tono quedo.
A ella, el corazón se le había subido a la garganta, pero el sobresalto pasó, y los recuerdos de las cosas que le había dicho y de cómo la había tratado volvieron en tropel a su mente, llevando un viento gélido a su pecho.
—No… no estoy presentable para recibir visitas —balbució—. Gracias por venir, pero…
King pasó dentro, cerró la puerta y la tomó en brazos, haciendo que dejara caer la muleta y depositándola de nuevo en el sofá antes de que pudiera acabar la frase.
—¿Sólo unos cortes y unas magulladuras, eh? — le espetó, mirando el vendaje de la pierna—. ¿Cómo es de seria la herida?
— Se curará —contestó ella sin mirarlo, irritada por su tono.
—¿Cómo es de seria? —repitió King.
—Algunos ligamentos desgarrados, y una cicatriz bastante fea, pero se curará —farfulló Teddi, llevándose la mano a la pierna. Sin embargo, el ligero temblor de sus labios la delató—. La semana que viene me quitan los puntos. Aparte de eso sólo sufrí una contusión y algunos cortes.
King inspiró profundamente.
—¿Por qué diablos no me llamaste?
Teddi enarcó las cejas.
—Porque habría sido como si la gallina llamara al lobo que la atacó para pedirle ayuda —le soltó.
—Supongo que es así como debes verme después de cómo me comporté contigo —respondió King en un tono suave. Sus ojos buscaron los de ella, y escudriñó su rostro como si estuviera inspeccionando una posesión muy querida que hiciera años que no veía—, pero habría venido.
—¿Desde Australia? —inquirió ella.
—Desde el infierno si hubiera sido necesario — contestó él—. Y la verdad es que tengo la impresión de haber estado allí todos estos días —le confesó—: apenas podía dormir por las noches, recordando la expresión de tu rostro cuando… Teddi, por amor de Dios, ¿por qué no me lo contaste hace años?
—¿Cómo esperabas que lo hiciera? —se defendió ella, jugueteando con un botón de la blusa que tenía puesta—. No era precisamente fácil acercarse a ti, y estoy segura de que tampoco me habrías creído —le dijo riéndose amargamente—. Para empezar me habrías acusado de haber incitado a ese bestia y…
—¡Para! —masculló King—. ¿Crees que no me siento ya lo bastante miserable con todo lo que te he hecho?
Teddi alzó la vista hacia él. Su rostro era verdaderamente el de un hombre atormentado, como si los remordimientos estuvieran comiéndolo vivo, y el compasivo corazón de Teddi no pudo menos que conmoverse. Sin embargo, saber que se sentía culpable no la consolaba. Lo único que ella quería era su amor, y eso nunca podría conseguirlo.
—¿Has estado aquí sola desde el accidente? —le preguntó King al cabo de unos minutos de tenso silencio.
Teddi asintió, y vio que el rostro de él se contraía.
—Vas a venir al rancho conmigo —le dijo —, aunque tenga que llevarte a cuestas, pataleando y chillando. Me encargaré de que estés bien atendida.
—No puedes obligarme —le dijo Teddi irritada.
King se pasó una mano por el cabello.
—Escucha, Teddi, es verdad que he sido cruel contigo, y que no tenía ningún motivo para serlo — admitió metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón—. Desde el principio creé en mi mente una imagen completamente distorsionada de ti, y todos estos años he estado alimentándola… porque era mi última defensa —añadió con una sonrisa extraña—. Hacía años que no tomaba más de un par de copas, pero la noche del día que te marchaste me fui a Calgary con Joey, nos emborrachamos y volvimos al rancho a las tres de la mañana, cantando Waltzing Mathilda a todo pulmón. A mi madre por poco le da algo. El día siguiente tenía una resaca espantosa, pero me sentía tan mal por lo que te había hecho que no podía soportarlo, y me fui a Australia. Necesitaba alejarme y pensar —concluyó—. Teddi, sé que no había nada entre Billingsly y tú —le dijo de repente.
—¿Te ha llamado él? —inquirió Teddi, mirándolo a los ojos.
King sacudió la cabeza.
—No hizo falta. Jenna me lo contó todo, aunque tampoco habría importado si no lo hubiera hecho. Cuando se me pasó la borrachera empecé a atar cabos, y comprendí que no podrías haber reaccionado como reaccionaste cuando te toqué en el bosque si antes hubiera habido otro hombre, y no trabajarías tan duro si tu intención fuera que te mantuviera un magnate.
Era como un bálsamo que al fin la creyera, y lágrimas de dicha y alivio acudieron a los ojos de Teddi, pero ya no sabía si eran los remordimientos los que hablaban por él.
—Vamos, no tienes por qué estar aquí sola —le dijo King, inclinándose y apretándole suavemente la mano—. Te ayudaré a hacer la maleta y te llevaré al rancho. Tienes que ponerte bien antes de que empiecen otra vez las clases —le dijo con un guiño.