Capítulo 5

 

GENIAL, mamá!, ¡Este sitio es perfecto para un picnic! —se oyó gritar a una niña. En su entusiasmo, Teddi y King no habían oído llegar a un coche que se había detenido allí cerca, y al girar la cabeza, King vio que de él estaba bajando una pareja con sus críos.

Teddi había dado un respingo sobresaltada al oír la voz de la niña, y King se había apresurado a dejar caer de nuevo la camisola para cubrir sus senos, y la abrazó contra sí. Por suerte su ancha espalda la ocultaba de los recién llegados, pero Teddi estaba temblando, mientras contenía lágrimas de frustración por que de nuevo hubieran sido interrumpidos. La respiración de King parecía tan entrecortada como la de ella.

— Shhh… tranquila… —le susurró mientras besaba su cabello—. Tranquila, abrázate a mí, eso es…

Teddi se aferró a la pechera de su camisa, detestando su propia debilidad, y que él fuera capaz de ver hasta qué punto lo deseaba.

King le acarició el cabello.

—No te avergüences, Teddi —le dijo—. Yo lo deseaba tanto como tú.

El matrimonio pasó cerca de ellos, les dieron las buenas tardes, y se alejaron hacia el otro extremo del lago, seguidos de sus chiquillos.

—Ya se han ido —le dijo King a Teddi, que no había querido apartar el rostro de su pecho, para que no pudieran ver sus lágrimas.

La joven tragó saliva y levantó la cabeza.

—¿Podríamos irnos ya? —le pidió, rehuyendo la mirada divertida del ranchero.

—Claro. Vamos, se me ha ocurrido una idea —le dijo, pasándole un brazo por los hombros mientras regresaban al lugar donde habían dejado el coche—, te llevaré a una cafetería donde preparan unas fondues riquísimas. Te va a encantar, ya verás.

—Pero, ¿y ese hombre al que tenías que ver por asuntos de negocios? —le recordó.

King se quedó mirándola un instante con las cejas fruncidas, como si no supiera de qué estaba hablando.

—Oh, sí, ya —murmuró—. Quedaré con él otro día. De todos modos ya se nos ha hecho demasiado tarde para eso.

Durante el trayecto en coche, King estuvo muy callado, y Teddi se preguntó si se habría molestado porque no había podido ver a aquel hombre. Al fin y al cabo, no había sido culpa suya. La idea de que ella lo acompañara había sido de él.

 

Por fortuna, cuando estuvieron sentados en la cafetería, con sendos cafés y una fondue de chocolate fundido con frutas cortadas para mojar en él, King pareció distenderse un poco y comenzaron a charlar.

Teddi mojó un trozo de fresa, y casi lo perdió en la cazuelita. Cuando al fin consiguió recuperarlo, se dio cuenta que King estaba observándola con una sonrisa divertida en los labios.

—Ten cuidado —la previno—, la tradición aquí es que si una mujer deja caer un trozo en la fondue, tendrá que conceder un beso a cada uno de los hombres que hay en la mesa.

Las mejillas de Teddi se tiñeron de un ligero rubor.

—¿Y si es un hombre al que se le cae? —inquirió.

— Si es un hombre, le toca invitar a una ronda — contestó King.

Se quedó mirando largo rato sus rojos labios.

—Parece que es nuestro destino ser interrumpidos —comentó en un susurro.

En su aturullamiento, a Teddi se le volvió a caer otro trozo de fruta en el chocolate, y se sonrojó aún más.

— Si fuera mal pensado —murmuró él, rescatando con su tenedor el trozo de fruta y ofreciéndoselo—, diría que lo has hecho a propósito.

Ella se inclinó hacia delante y abrió la boca para tomar el bocado. Tuvo que lamerse los labios con la lengua para limpiar el chocolate que había quedado en ellos, y King la observó con una intensidad que la hizo apartar la vista.

—No me extrañaría que lo pensases —murmuró entristecida, mientras tomaba un sorbo de café —. Hace mucho que no me hago ilusiones sobre lo que pienses de mí.

King enarcó una ceja.

—¿Y qué crees exactamente que pienso de ti? — inquirió.

—Que soy una mujerzuela ávida de dinero — contestó Teddi sin mirarlo.

Él acarició pensativo el asa de su taza.

—¿Y por qué no has intentado convencerme de lo contrario? Hasta la fecha no has puesto demasiado empeño en ello.

—¿Para qué iba a molestarme siquiera en intentarlo? —le espetó ella—. No creerías nada de lo que pudiera decir en mi defensa. Nunca lo has hecho. Me has odiado desde el día en que nos conocimos, hace cinco años.

Las comisuras de los finos labios de King se arquearon levemente en una sonrisa socarrona.

—No exactamente.

Teddi lo ignoró.

—No querías ni que fuera al rancho a ver a Jenna. De hecho, si rechacé sus últimas invitaciones fue porque tú no me hacías sentir precisamente bien recibida.

—¿De verdad no has venido en las últimas ocasiones por ese motivo… por qué pensabas que yo tenía algo contra ti?

—¿Qué otra razón podría haber para que no quisiera venir a pasar unos días con mi mejor amiga? — le contestó Teddi, incómoda.

—No sé… ¿qué otra razón podría haber? —la remedó King, entornando los ojos.

Ella carraspeó.

—¿No deberíamos volver ya al rancho? —se apresuró a decir.

King buscó sus ojos, y se miró en ellos largo rato.

—Antes, junto al lago, creí que ibas a desmayarte cuando empecé a tocarte —murmuró—. ¿Por qué me tienes miedo, Teddi?

—No te tengo miedo —le contestó ella con firmeza, apartando el rostro—. Es que me… me pillaste desprevenida, eso es todo.

— Sí, ya me di cuenta —farfulló él, decidiendo que sería mejor no insistir más en el asunto, pero observándola de un modo suspicaz.

Durante el camino de vuelta, Teddi ni siquiera intentó sacarle conversación. Estaba demasiado agitada por sus insinuaciones, y por el recuerdo de lo que había ocurrido en el lago, así que trató de concentrarse en la suave música que estaban poniendo en la radio para relajar sus nervios.

Ya estaban sólo a unos kilómetros de Gray Stag cuando empezaron a caer gotas. King se desvió hacia el arcén para ponerle la capota al coche. El cielo se había oscurecido por completo.

Se metió en el vehículo de nuevo, y se quedaron los dos en silencio, observando cómo la manta de agua se hacía más densa.

El sonido de las gotas al caer sobre el capó era extrañamente reconfortante, pensó Teddi.

King apoyó el brazo en el respaldo del asiento de la joven, y sus ojos recorrieron los suaves contornos de su cuerpo.

—¿No estás asustada? —inquirió—. Pensé que te daban miedo las tormentas.

—Sí, pero sólo cuando hay rayos y truenos — contestó ella.

—Recuerdo una noche en que hubo muchos — murmuró él—. Tú tendrías dieciséis o diecisiete años, y te escuché llorar por la tormenta cuando estaba cambiándome.

Teddi no se atrevió a alzar la vista.

—Cuando se abrió la puerta de mi dormitorio y apareciste tú, no sé de qué tenía más miedo: si de los rayos y los truenos, o de ti.

King esbozó una leve sonrisa.

—Me di cuenta de ello. Y tuviste suerte de que así fuera —añadió, y la sonrisa se borró de sus labios. Sus ojos entornados descendieron hasta la camisola de la joven—. Lo más difícil que he hecho en toda mi vida fue tener que obligarme a salir de allí.

Teddi giró el rostro hacia la ventana, roja como una amapola.

—Aunque han pasado varios años, en muchos aspectos aún me pareces aquella adolescente —murmuró él—, y físicamente te has desarrollado, claro, pero ya entonces eras perfecta, tan perfecta como ahora, con esa piel blanca y suave…

Teddi se quedó sin aliento al recordar cómo la había estado mirando junto al lago, al levantarle la camisola.

—King, por favor, no —le rogó.

—¿Quieres dejar de hacerte la remilgada? —gruñó él.

De repente, sus fuertes manos la asieron por los hombros, atrayéndola hacia él. Teddi creyó que el corazón iba a salírsele del pecho y, aturdida, se encontró mirándose en sus ojos llameantes.

—Nadie nos va a interrumpir ahora —murmuró King con voz ronca, apretándola contra sí—. ¡Oh, Dios, te deseo tanto como un adolescente…!

Sus labios tomaron violentamente los de Teddi, forzándola a abrirlos, y ella gimió, asustada. La tenía firmemente asida, y estaba demasiado excitado como para atender a razones. No podía despegar su boca de la de él, ni liberarse.

Era como si aquella noche se estuviera repitiendo, se dijo horrorizada, aquella noche cuando tenía catorce años, y uno de los múltiples amantes de su tía había intentado aprovecharse de ella. Recordó con repugnancia los húmedos labios del tipo insistentes sobre los suyos, la osadía y brusquedad de sus manos, tocándola en lugares donde no había permitido que ninguno de los chicos con los que había salido la tocasen. Entonces también se había sentido impotente, aterrada y asqueada.

Si su tía no hubiese llegado de pronto, si aquel bastardo no hubiese oído la llave en la cerradura, habría sido aún peor. Se había quitado de encima de ella como un resorte, retándola a contárselo a su tía, y Teddi había corrido a su habitación, con las ropas desgarradas y el cuerpo magullado y dolorido, y había llorado hasta dormirse maldiciendo a aquel canalla, a todos los hombres, por las bestias en que se convertían cuando se despertaban sus apetitos sexuales.

Y ahora estaba volviendo a suceder… King estaba haciéndole daño, intentando forzarla…

El desgarrador gemido que escapó de su garganta y las lágrimas ardientes que empezaron a rodar por sus mejillas fue lo que al fin hizo que King la soltara, echándose hacia atrás para mirarla. El rostro de la joven estaba lívido, y era la viva expresión del miedo.

—Teddi… —murmuró.

Ella estaba temblando de pies a cabeza, tenía los ojos como platos y sollozaba incontrolablemente.

El rostro de King se contrajo, y extendió una de sus grandes manos para secarle las lágrimas y arreglarle el revuelto cabello.

—Está bien —le susurró en un tono de voz tan suave que no parecía el suyo—, está bien, Teddi, no voy a hacerte daño… Tendría que haberme dado cuenta de que… Dios, ¿por qué no me has dicho nada? Vamos, deja de llorar, por favor… —le rogó sacando un pañuelo de su bolsillo.

Pero ella siguió tensa mientras le secaba las mejillas, y la inquietud no se había borrado de sus grandes ojos castaños cuando se encontraron con los de él..

—Yo no soy… no soy esa clase de mujer… no soy una furcia… —murmuró con voz entrecortada—, y tú… tú no haces más que tratarme como si lo fuera…

Las facciones de King se endurecieron.

—Escucha, Teddi, yo…

Pero ella no quería oírlo.

—Déjame —le imploró, empujándolo por el pecho—, por favor, déjame tranquila…

Y, como si fuera un animal herido y asustado, se acurrucó contra la portezuela, cerrando los ojos con fuerza.

—¿Por qué no me dijiste desde el principio que eras virgen? — inquirió King quedamente, observándola.

Teddi abrió los ojos, pero no se movió, ni lo miró, y tardó en contestar.

—Porque no tenía ni idea de que ibas a intentar nada conmigo —farfulló—, y porque no me habrías creído aunque te lo hubiera dicho.

King dejó escapar un pesado suspiro.

—Después de cómo reaccionaste cuando empecé a acariciarte junto al lago, tal vez sí te habría creído —repuso con la vista fija en sus mejillas arreboladas—. ¿Te he hecho daño?

Teddi se sonrojó aún más, y sacudió la cabeza nerviosa.

—¿Podemos volver ya al rancho, por favor? —le suplicó.

—Teddi…

King hizo ademán de acercarse a ella, pero al instante ella se echó más hacia atrás, con los ojos desorbitados y el cuerpo rígido.

Él se detuvo con el rostro ensombrecido. Se volvió hacia el volante y puso el coche en marcha. La observó de soslayo, preocupado, mientras volvían a salir a la carretera, pero para su alivio al cabo de unos minutos pareció empezar a calmarse. Durante el resto del trayecto, sólo la suave música de la radio rompió el silencio.

—¿Ha estado molestándote de nuevo? —le preguntó Jenna a Teddi esa noche tras la cena, cuando las dos subían a dormir.

Teddi se limitó a asentir, y entró en su dormitorio, consciente de que su amiga la había seguido. Jenna cerró la puerta tras de sí, y se sentó en la cama, con las manos sobre el regazo, y observó a la otra joven detenerse frente a la ventana con una mirada vacía.

—Teddi, por favor, dime qué es lo que ha ocurrido —insistió—. Esta mañana sales tan contenta, y vuelves pálida como un fantasma; King se marcha nada más llegar y a la hora que es aún no ha regresado… hasta mi madre, que siempre está en Babia, intuye que ha pasado algo.

—No puedo hablarte de ello —musitó Teddi. Se apartó de la ventana y exhaló un profundo suspiro—. Jenna, he pensado que lo mejor será que mañana por la mañana me vuelva a Nueva York.

— ¡Oh, no, por favor, Teddi! —exclamó su amiga poniéndose en pie, con una tristeza enorme en el rostro—. Tienes que contarme qué ha sucedido. ¿No habrá… ha intentado algo?

Teddi no quería contestar, pero su vacilación y el miedo en sus ojos la delataron.

—¿Jamás le has dicho lo que te pasó a los catorce años, no es cierto? —inquirió Jenna.

Teddi meneó lentamente la cabeza.

—Me habría acusado de incitar a aquel hombre —le dijo—, ¡y lo sabes! Cree que soy una furcia, y así es como me ha tratado hoy.

—Oh, Teddi… —murmuró Jenna, yendo a abrazarla—. Dios, iría y lo molería a palos sin con eso pudiese consolarte. Es un bruto y un idiota —masculló—. Y, sin embargo, si te odiara como tú crees, ¿por qué iba a intentar nada contigo? ¿No te parece extraño? No sé, yo diría que en el fondo sí siente algo por ti.

Teddi se apartó de ella y le dio la espalda.

—No, odio es lo único que siente por mí. Me odia y me lo ha demostrado. Tengo que marcharme, Jenna, no puedo seguir aquí por más tiempo. ¿Es que no lo ves?

—Al menos podrías esperar hasta mañana para tomar esa decisión —le suplicó Jenna, preocupada—. Sé que ahora mismo no puedes ver salida a esto, pero, te lo ruego, consúltalo con la almohada. Las cosas podrían cambiar…

—No cambiará nada —repuso Teddi pesimista—, pero lo haré porque tú me lo pides.

Jenna la besó en la mejilla, la abrazó de nuevo, y salió del dormitorio.

Teddi empezó a andar arriba y abajo. ¿Consultarlo con la almohada? Aquello no serviría de nada. No podía quedarse allí y permitir que King siguiera tratándola de esa forma tan denigrante.

Durante mucho tiempo se había preguntado cómo reaccionaría si King intentara algo con ella, y ahora ya lo sabía: había sentido verdadero pánico. Pero… pero no había sido así junto al lago, se dijo. No, junto al lago había sido dulce y tierno, y ella no se había asustado. Incluso había deseado que siguiera. Se cruzó de brazos y suspiró. Tal vez, si no hubiera sido tan brusco con ella en el coche, habría reaccionado del mismo modo. No le habría negado nada si hubiera sido menos rudo.

No, no podía seguir en el rancho, pero la idea de tener que volver al apartamento de Nueva York la deprimía. ¿Estaría su tía Dilly allí cuando llegase? Ciertamente, Teddi esperaba que no. Dilly nunca había sentido cariño por ella. El haber tenido que llevarla consigo al morir su hermano la había irritado profundamente, acostumbrada como estaba a vivir sin ligaduras ni obligaciones: de fiesta en fiesta, de viaje en viaje… Después de que aquel amante suyo intentara forzarla, el muy canalla le había dicho a su tía Dilly que ella había estado insinuándosele, y ella lo había creído, y desde entonces se había mostrado aún más fría y distante, levantando un muro insuperable Teddi estaba segura que jamás caería. Ella ansiaba con toda su alma terminar por fin sus estudios universitarios, encontrar un empleo fijo, y poder vivir por fin por su cuenta.

Se puso el camisón y se metió en la cama decidida a no pensar en King, ni en su tía, ni en el futuro tampoco, pero no pudo evitarlo, y dio muchas vueltas en el lecho antes de dormirse.

A la mañana siguiente, Teddi se levantó antes que nadie. Al bajar, se encontró la cocina desierta. La señora Peake aún estaba visitando a sus parientes, y esos días los integrantes de la familia Devereaux se habían conformado con un café y tostadas, pero, como no quería marcharse sin despedirse de nadie, decidió que haría bien en entretenerse con algo para no ponerse nerviosa antes de enfrentarse a King, y se le ocurrió que lo que haría sería preparar un buen y abundante desayuno. ,

Frió bacón, hizo tortitas, galletas, huevos revueltos, café y zumo de naranja, y justo cuando estaba terminando de poner la mesa en el comedor, apareció King, y se quedó paralizado en la puerta al ver todo aquel banquete.

Teddi se volvió al oírlo llegar, y casi se arrepintió de haberlo mirado. Estaba tan endiabladamente guapo y masculino con aquella camisa blanca de algodón y esos vaqueros, y el cabello húmedo de ducharse… Con el corazón desbocado, se dio la vuelta lo más deprisa que pudo.

—¿Te importaría ir a llamar a tu madre y a Jenna? —le pidió—. Ya está todo listo.

—¿Por qué has hecho esto? —inquirió él con aspereza—. No has venido aquí para hacer de criada, sino como invitada.

—Lo sé, pero quería hacer algo para agradeceros mi estancia antes de tomar mi vuelo.

—¿Qué vuelo? —inquirió King, frunciendo el ceño.

—El que me llevará a Nueva York —contestó ella, fingiéndose muy tranquila.

Le dio la espalda y se dirigió a la cocina para ir por el azucarero, pero King la siguió.

—Cancélalo —le dijo.

Teddi lo miró con el azucarero en la mano.

—No pienso hacerlo.

De todos modos no podía, ya que aún no había hecho la reserva.

—En ese caso lo haré yo.

Teddi soltó ruidosamente el azucarero sobre la encimera y apretó los puños junto a caderas.

— ¡No puedes retenerme aquí! ¡No soy tu prisionera!

—No, no lo eres, pero me gustaría que no te fueras —murmuró él en un tono tan suave que ella se quedó patidifusa.

Mirándolo, a Teddi le pareció que sus ojos estaban enrojecidos, y que tenía mala cara, como si tampoco él hubiera pasado muy buena noche.

—¿Para qué? —le preguntó desafiante—. ¿Para que puedas empezar a atormentarme de nuevo?, ¿Para que sigas donde lo dejaste ayer?, ¿Es eso?

King inspiró profundamente, metiéndose las manos en los bolsillos, se apoyó en la pared y la miró a los ojos.

—Teddi, ayer averigüé lo que quería saber de ti —le dijo—, y lo hice de la única manera que podía hacerlo sin que me quedara la duda de si estarías diciéndome la verdad o no. No pretendía asustarte de ese modo, pero necesitaba respuestas que de otro modo tú no me habrías dado.

Teddi se puso rígida.

—¿Estás diciéndome… que lo hiciste a propósito?

King asintió muy serio.

—En cierto modo. Para mí fue como una revelación. Tenía la sensación de que no podías ser ni la mitad de experimentada de lo que yo creí en un principio. Ya lo intuí la primera vez que te besé, porque tu respuesta no fue la de una mujer que sabe mucho de besar —añadió con una leve sonrisa—, y luego, junto al lago, te quedaste tan agitada, que no pude menos que pensar que aquello era algo totalmente nuevo para ti. Y, por supuesto, cuando te empecé a besar en el coche de vuelta a casa, el modo en que reaccionaste, aturdida ante mi ardor, también se sumó a mis conclusiones anteriores. Lo que no esperaba —añadió con un suspiro—, era el miedo. ¿No pensarías de verdad que sería capaz de forzarte?

—Por supuesto que lo pensé —le espetó Teddi—. ¿Cómo no iba a pensarlo con la rudeza con que me trataste?

King esbozó de nuevo una leve sonrisa. Era cierto, una chica inocente no podía saber lo que era la pasión.

—Algún día comprenderás por qué me comporté así, pero no creo que éste sea el momento de explicártelo.

En tres zancadas se plantó juntó a ella, y su repentina proximidad la puso aún más nerviosa. Podía sentir el calor de su cuerpo, su aliento sobre la frente… Teddi subió la vista aprehensiva de lo que pudiera ocurrir, pero sin poder evitarlo, pues era como si sus ojos de plata la atrajeran cual un imán.

—No quiero que te vayas —le repitió él suavemente—. Ahora que sé la verdad, no volveré a tratarte con rudeza, te lo prometo.

La amabilidad era algo que Teddi había aprendido a no esperar de King, y precisamente por eso la desconcertó aún más, haciéndola vacilar.

—Pero… somos enemigos —balbució.

Un músculo se contrajo en la mandíbula de King.

—Éramos — corrigió—. No tenemos por qué seguir siéndolo.

—Pero si yo ni siquiera te caigo bien —insistió ella, confundida por ese repentino cambio de actitud—. ¿Para qué quieres que me quede si lo único que logro es irritarte?

El rostro de King se relajó visiblemente y sacó una mano del bolsillo para acariciarle la mejilla.

—Porque me gusta lo que siento al tocarte.

Teddi se puso roja como la grana, y sus labios se entreabrieron involuntariamente.

—King, no…

Pero él, desoyéndola, ya estaba inclinando la cabeza, y la besó en la frente, en los párpados y las mejillas, en una caricia tan delicada que hizo que a ella le pareciera que sus piernas se habían convertido en gelatina.

—¿Lo ves? —le dijo él en un tono quedo, levantando la cabeza para mirarla—, no siempre soy rudo.

Teddi se quedó mirándolo con los ojos llenos de curiosidad, y King, como si estuviera en trance, le tomó el rostro entre las manos.

—Acércate a mí —le susurró, inclinándose de nuevo hacia delante—. No te haré ningún daño.

Ella obedeció, porque la tentación era demasiado tuerte como para resistirse. Le encantaba sentir su cuerpo contra el suyo, su fuerza, su calidez… Le encantaba el tacto de sus trabajadas manos. ¡Lo amaba tanto…!

King rozó sus labios contra los de Teddi con una ternura inusitada, pero también con sensualidad, y ella contuvo el aliento por la exquisita sensación, y se apartó un poco, nerviosa.

—No te apartes, Teddi —murmuró King, acariciándole las comisuras de los labios con los pulgares—. No será como ayer, te lo prometo. Ven aquí…

Sus labios volvieron a posarse sobre los de ella, suavemente, sin forzarlos ni hacer presión alguna, y toda la feminidad que había en Teddi respondió enfervorizada.

Se puso de puntillas, con las palmas abiertas sobre su tórax, sintiendo su agitada respiración, y cerró los ojos al mismo tiempo que apretaba sus labios contra los de él, queriendo más, ansiando… más…

—Por favor… oh, King, por favor… —le rogó, sin saber muy bien qué le estaba pidiendo.

—¿Estás segura? —susurró él contra sus labios—. No seré así de cuidadoso si te beso como me estás pidiendo que te bese.

Teddi entreabrió los ojos, que parecían pesarle muchísimo, y se miró en los de él.

—Oh, sí —jadeó—, muy segura…

Los dedos de King asieron con más firmeza la cabeza de Teddi, y la observó con los ojos entornados y llameantes de deseo.

—Abre la boca entonces —le susurró.

Segundos después, sus labios volvían a cubrir los de ella mientras su lengua exploraba el interior. A Teddi le pareció que el suelo cedía bajo sus pies, y volvió a cerrar los ojos, dejándose llevar por las exquisitas sensaciones.

Aquel ardor dulce y sensual estaba a años luz de la pasión que lo había hecho vibrar el día anterior, pero estaba consiguiendo contenerse lo bastante como para no asustarla, para que se sintiera tranquila.

De pronto, se oyeron pasos bajando las escaleras, y King despegó sus labios de los de Teddi de mala gana, dejando escapar un gruñido de fastidio.

—Estoy empezando a pensar que ya no existe privacidad en este mundo —farfulló.

Recordando la mala suerte que habían tenido el día anterior, y el anterior a ése, Teddi no pudo menos que sonreír. Él la sacudió suavemente por la cintura.

—¿Te parece gracioso? —le increpó con un brillo malicioso en la mirada—. Pues ven a montar a caballo mañana conmigo… si te atreves.

Teddi frunció los labios, entre pensativa y confusa por los rápidos virajes que daba su relación.

—No sé… —dijo con sorna, mirándolo a través de sus espesas pestañas—. ¿No dicen que las chicas no deben adentrarse con hombres en el bosque?

King contuvo el aliento ante aquella mirada tan inocentemente procaz, y sus dedos se cerraron en torno a la cintura femenina.

— Sólo las que son tan preciosas como tú.

—¿Teddi? ¿Teddi estás en la cocina? —les llegó la voz de Jenna desde el comedor.