Capítulo 6
Dana nunca había visto una ciudad como Savannah, después de haber pasado la mayor parte de su vida en Ashton. Estaba abrumada por la historia de la 71
ciudad, y cuando Dirk, Gannon y ella, estaban almorzando en una taberna pirata del siglo XVIII, casi se desmaya de asombro.
—¿Los piratas realmente estuvieron aquí? – preguntó en voz baja, mirando alrededor del interior hogareño, que estaba llena de invitados del almuerzo.
—Según la leyenda, lo hicieron. – dio Gannon. – Si no recuerdo mal, puedes ver el océano desde la ventana, ¿no es así?
Ella miró hacia el horizonte.
—Oh si, si se puede. ¿Qué tipo de embarcaciones son las que hay allá?
—Son barcos de recogida de camarón, de pesca, remolcadores… Es un puerto muy ocupado. – comentó Dirk. – Los mariscos aquí son de lo mejor.
—Algo más que tenemos que enseñarle. – dijo Gannon, mientras tomaba su café caliente y cremoso – es el jardín escondido.
—¿Jardines ocultos?
—En patios pequeños. La mayoría de ellos están en casas particulares, pero tenemos primos aquí, a quienes les encanta las visitantes. Vamos a pasear antes de dejar la ciudad. – dijo Gannon. – Creo que quedarás impresionada.
—Me alegra de no haber traído a Lorraine. – dijo Dirk, riéndose. – Cada vez que visita a Maude y Katy, quiere renovar la casa de la playa.
—Maude y Katy son solteras – continuó Gannon. – Maude se casó, pero enviudó, así que vive con Katy, que nunca se casó. Son hermanas.
—Te gustarán los muebles sobre todo. – añadió Dirk. – La mayor parte de ellos son de caoba. Vinieron desde las Indias Occidentales, donde uno de nuestros antepasados hizo una fortuna en el transporte marítimo.
—De hecho, así fue. – dijo Gannon, riéndose – Él asaltaba los barcos británicos. Era un pirata.
—Ahora sé por que están tan difícil llevarse bien con Gannon – dijo Dana.
Dirk se rió maliciosamente.
—Está en su sangre. ¿Me pregunto, a cuantas personas, su antepasado pirata, arrojó por la borda como alimento para los tiburones hambrientos?
—Sólo uno, según la leyenda. – dijo Gannon, mientras abría y cerraba los ojos, mirando fijamente hacia delante. – A su esposa. – añadió riéndose bajo.
—¡Bueno, el viejo sinvergüenza! – exclamó Dana
—La encontró en su camarote con su primer oficial – dijo – y los ataron juntos y los empujó de la cubierta de estribor al océano.
Dana se estremeció.
—¿Qué pasó con él? – preguntó ella.
—Nadie está seguro. – dijo Gannon. – Pero por lo menos, una leyenda dice que llegó a ser un gobernador provincial en las Indias Occidentales.
—Qué injusticia – dijo Dana.
—Eso depende de tu definición – le dijo Gannon. – Aquellos eran otros tiempos y había diferentes códigos de honor. En aquellos días, eso era el suicidio de una mujer por ser adúltera.
—Y en estos días, eso más un “detalle”, que otra cosa. Cómo cambian los tiempos, ¿no? – dijo Dirk.
—No siempre para mejor. – agregó Dana.
Sus ojos se agrandaron al ver los platos de pescados y mariscos que les llevó la camarera.
—¡La comida! – exclamó Dana.
—Espero que tu apetito aumente – le embromó Dirk.
—Bueno, si no es así, me iré a casa con mis bolsillos llenos. – replicó ella, y se alegró de oír la risa de Gannon, que se mezclaba con la de su hermano.
El buen humor duró y pareció aumentar cuando llegaron a la casa victoriana de las hermanas van Bloom. Maude era alta y delgada, y Katy, era baja y rechoncha, pero compartían el amor por la gente que iba más allá de sus atributos físicos.
Dana se sorprendió por el jardín que vio, cuando entró por la puerta de fierro forjado negro. El patio tenía piso de ladrillo y su tamaño era aproximadamente el de una sala de estar promedio. Estaba lleno de flores y arbustos en macetas, y también había árboles, y había muebles de fierro forjado negro, situados cerca de una pequeña fuente que estaba delante de un muro cubierto de hiedras de parras.
Dana podía entender por qué Lorraine quería renovar la casa playa cada que venía a ver a las van Bloom. El jardín hacía, que el jardinero más poco frecuente, le picaran los dedos por volver a recrearlo.
—Bonito, ¿verdad? – le dijo Gannon, detrás de ella. – Lo recuerdo muy bien.
—Puedes que lo hayas apreciado, querido – dijo Maude – pero esa mujer que trajiste la última vez, ciertamente no lo hizo. ¿La escuchaste diciendo algo sobre poner un bar y una bañera de hidromasaje…?
Dana se volvió, frunciendo el ceño, y miró a Gannon, claramente incómoda.
—A Layn le gusta un ambiente moderno, tía. – dijo Gannon secamente. -
¿Qué tipo de flores tienes aquí?
Maude vaciló, antes de dejar el tema de la antigua novia de Gannon.
—Tengo Azaleas, querido. Rosas, sultanas y geranios en tonos rosa y rojo.
Me gusta particularmente el rojo. ¿Y a usted, señorita Steele?
Dana suspiró.
—Oh, me encanta todo. – dijo con entusiasmo. – No creo haber visto jamás nada tan hermoso.
—Usted podrías tratar de tener el suyo propio; no es tan difícil. – la alentó Maude.
—La casa de una enfermera no es el mejor lugar. – dijo Dana con ironía.
—¿Eres enfermera? – Maude le preguntó. – Oh vaya, yo también trabajé como enfermera durante quince años antes de retirarme. Ven cariño, a discutir sobre los cambios, con una taza de té caliente.
Pasó bastante tiempo antes que las mujeres terminaran y de repente, los otros se les habían unido y ya era hora de marcharse. Dana se subió en el asiento delantero con Dirk, mientras Gannon se sentó solo y tranquilo en el asiento de atrás, y él volvió su cabeza en dirección de la encantadora y antigua casa, con un sentimiento de pérdida.
—¿No es grandioso? – suspiró Dana. - ¿Hay muchos de esos patios en Savannah?
—Más de los que puedes imaginar. – dijo Dirk. – Hay una fundación histórica activa aquí, con miembros de conciencia, quienes tienen un amor por la historia y por el sentido de continuidad. Ellos han logrado mucho, como te darás cuenta, cuando pasemos por la zona centro de la ciudad. El general Oglethorpe, planificó los jardines, cuando presentó el modelo de la cuadrícula de las primeras calles de la ciudad. Él, incluso, estableció una especie de guardería pública. Savannah, es también famosa por sus plazas públicas.
—Es una ciudad hermosa. Me hubiera gustado tener más tiempo para verla. – dijo Dana.
—Vamos a volver de nuevo. – prometió Dirk con una sonrisa. – Tú eres el tipo de chica que me gusta llevar de turismo, Dana. Tienes un entusiasmo natural por las cosas nuevas.
—Me encanta la belleza, eso es todo. – respondió ella. – Gracias por hoy, Dirk.
—Hoy será el primero de muchos. – prometió Dirk. – Vamos a hacer esto otra vez.
En el asiento trasero, la cara de Gannon se endureció y se hizo más dura y ninguno de los ocupantes del asiento delantero se dio cuenta, que no estaba formando parte de la conversación. Dana estaba perdida en los recuerdos de lo que había visto y Dirk fue capitalizando su interés en ella, congelando a su hermano y dejándolo fuera de la conversación. Le gustaba lo que veía en esta flor salvaje de voz suave y no planeaba perderla por el filibustero de su hermano. Iba a hacer una reclamación, mientras aún hubiera tiempo.
Dana estaba feliz, inconsciente de los pensamientos de Dirk, iba charlando sobre los jardines, sin la menor preocupación. La alegría duró hasta que llegaron a la casa de la playa; hasta que Gannon la llamó fuertemente para que se reuniera con él en el estudio. Y cuando la puerta se cerró, la belleza del día desapareció bajo un eclipse total con su estallido de furia.
—Tu trabajo – dijo sin preámbulos, parado en el centro de la habitación – es cuidar de mí, no coquetear con mi hermano.
Ella se quedó inmóvil en la puerta, y se tambaleó ante su ataque.
—¿Perdón?
—Ya me oíste. – gruñó. – De ahora en adelante no más coqueteos.
Mientras trabajes para mí, lo harás de forma exclusiva. No quiero que mi rutina sea interrumpida por estas pequeñas y encantadoras excursiones con Dirk.
—Usted vino también. – le dijo ella. – Y voy a recordarle que usted paga por mis servicios, no por mi alma.
—Eso es discutible. – dijo él. – Mantente alejada de Dirk.
Dana se irguió en toda su estatura.
—No lo haré. – dijo ella secamente. – Mientras él esté aquí, yo le mostraré la misma cortesía que le muestro a su madre. Y si no le gusta, pues despídame.
—Con mucho gusto. Empaca tus cosas y te vas.
Ella no se había preparado para esto. Pensamientos salvajes giraron en su mente, el principal de ellos, es que tendría que dejarlo, justo cuando ella se estaba acostumbrando... con él. Pero su cara estaba tan ensombrecida, como un día de truenos y tenía la mirada de un hombre que no daría marcha atrás ni media pulgada.
—Si eso es lo que desea señor van der Vere, estaré más que encantada de dejarlo solo con su mal genio.
Vio como su cara se contraía por su respuesta y no había estado preparado para ella.
Dana no pudo evitar una sonrisa cuando abrió la puerta y salió. Por lo menos, había tenido la última palabra; pero ¿qué sería de él ahora?
Comenzaba a subir las escaleras, cuando se encontró con Lorraine.
—Aquí estás – le dijo la mujer mayor con una sonrisa. - ¿Qué te gustaría para cenar? Tengo descongelando unos filetes.
—No creo que vaya a tener tiempo. – le dijo Dana. – Voy a hacer las maletas.
Lorraine palideció.
—Pero querida, lo estás haciendo tan bien con él. ¿No lo podrías reconsiderar?
—Es que no soy yo la que tengo que reconsiderar. – contestó Dana con una sonrisa tranquila. – Me acaba de despedir.
La otra mujer parpadeó.
—¿Te despidió? ¿Pero por qué?
—Yo estaba coqueteando descaradamente con su hermano. – fue la respuesta divertida de Dana. – O al menos eso dijo. Yo no tenía idea que estaba haciendo eso.
Lorraine se echó a reír en voz baja.
—Oh, Dios. No es gracioso en lo más mínimo y no me estoy riendo de ti; pero considerando el tiempo en que tú conoces a Dirk… pobre Gannon.
—Pobre de mí. – dijo Dirk, detrás de Dana. – Tengo entendido que algo está en marcha. Dana ha sido despedida y yo ¿soy el culpable?
—Yo estaba coqueteando con usted. – le dijo Dana.
Las cejas de Dirk se arquearon.
—¿Lo hacías? Podrías habérmelo dicho, por que no lo noté.
—Dirk, hay que hacer algo. – declaró Lorraine. – Gannon simplemente no puede despedir a Dana, justo ahora que me he acostumbrado a ella.
—Veré lo que puedo hacer. – suspiró Dirk, dando a la puerta del estudio, una larga y vacilante mirada. – Pero no esperen milagros.
—Está claro que yo no. Estoy empacando. – dijo Dana y comenzó a subir las escaleras. – No se preocupe señora van der Vere, le encontraré a alguien quien me reemplace. ¿Tal vez la señora Pibbs…?
—Yo estaba pensando más en la línea de aquél hombre grande de ese show de aventuras que dan en la televisión. – Lorraine frunció el ceño. – El que se hace contratar como gorila en su tiempo libre.
Dana se echó a reír.
—Buena suerte – contestó Dana.
Terminó de subir las escaleras y entró en su habitación, cerrando la puerta suavemente detrás de ella. Comenzó a hundirse, por que no tenía trabajo ni un lugar para ir. Su trabajo en el hospital, ya había sido ocupado y tampoco podía volver a compartir el departamento, por que había otra persona que tomó su lugar. Así que se unió a los desempleados del mundo, y todo por que su empleador, tenía la extraña idea que ella había estado coqueteando con su hermano.
Cuanto más pensaba en ello, más furiosa se ponía. ¿Cómo se atrevía de acusarla de perseguir a Dirk? Menos mal que ella se iría. Lo dejaría solo para que se cociera, que parecía que era lo único que él deseaba de la vida. Que se revolcara en la autocompasión y se convenciera así mismo, que se quedaría ciego para siempre; para lo que a ella le importaba.
El problema era que a ella si le importaba; y mucho. El pensamiento de ese gran hombre sentado solo en su estudio, sin tratar de ayudarse así mismo, le daba ganas de llorar. Nadie más lo iba a aguantar tanto. La mayoría de las enfermeras solo alzarían las manos y se darían por vencidas. Ellas no tomarían a la ligera los insultos de él. No le gustaba pensar que extrañas hicieran las cosas para él, que ella hacía; incluso darle su medicina o alejarlo de los obstáculos se había convertido en una parte de su vida y ella no quería rendirse.
Además, seguía recordando la forma en que la había besado… Había sido poco ético, pero tan dulce. Se había sentido necesaria por primera vez en su vida, además de protegida y segura. Todo el color del mundo se iría, cuando ella dejara esta hermosa casa junto al mar. Sentía su corazón de plomo, cuando comenzó a empacar sus cosas. Un golpe en su puerta, la interrumpió y ella fue a abrir.
Dirk estaba de pie afuera, con las manos en los bolsillos y una mirada de disgusto en su rostro.
—Me temo que hice lo peor. – dijo él, con un tono de disculpa y con una sonrisa débil. – No solo no se arrepintió, sino que casi salió por el techo y me ordenó salir de la casa.
Dana suspiró. Lo había esperado, pero ¿qué pasaría ahora? Ella le devolvió la sonrisa a medias.
—Siento mucho eso. Él está en un estado de ánimo muy desagradable.
Solo me gustaría saber que está mal con él.
—¿Estás segura de que no lo haces? – preguntó él con suspicacia. – Él es muy posesivo contigo. No lo había visto así desde los primeros días con Layn, antes que se enterara de la barracuda que era realmente.
Dana sintió como el rubor subía por su cuello, llegando hasta la raíz de sus cabellos y el hecho que Dirk se sonriera maliciosamente, no la ayudaba a que despareciera.
—Así que es así. – murmuró él. – No es de extrañar que estuviera tan enojado cuando decidiste ir a Savannah conmigo.
—No es así. – argumentó ella. – Soy su enfermera. Hay algo llamado ética.
—Y hay algo llamado amor. – le interrumpió él. - ¿Qué tiene que ver la ética con eso? Él se preocupa por ti. Seguramente lo has notado, ¿no?
Los ojos de Dana se cerraron suavemente.
—Me he dado cuenta que él se siente unido a mí – le corrigió ella. – Pero debe recordar que él estando ciego temporalmente o no; se siente vulnerable y no le gusta. Lo que él piensa que siente por mí, no puede ser más que afecto. Yo soy su anclaje en este momento. Si él recupera la vista, estoy convencida que volvería a su mundo, donde por supuesto hay tanta cabida para mí, como para él en el mío.
—Eso pudo haber sido cierto una vez. – dijo Dirk. – Pero está cambiando.
Eso era cierto. Él estaba cambiando, aunque solo muy ligeramente. Pero Dana era demasiado cautelosa en esperar algo más, y así lo expresó.
—Sigo pensando en que si bajas y hablas con él, podría cambiar de opinión.
– añadió él.
Ella se sonrió suavemente.
—No estoy de acuerdo. El orgullo es mi defecto más grande; no soy doblada fácilmente, como ve. – ella encogió sus hombros delgados. – Es mejor así. La señora van der Vere, no encontrará difícil sustituirme.
—Y así, tú no correrás el riesgo de implicarte, ¿no? – le preguntó en voz baja Dirk. – Muy bien, es tu vida. Pero creo que estás cometiendo un gran error.
—Como usted ha dicho – le recordó en voz baja – es mi vida.
Él asintió con la cabeza.
—Bueno, cuídate. A pesar que ha sido breve, ha sido un placer conocerte.
Es posible que nos reunamos de nuevo algún día.
Ella sonrió.
—No es probable. Pero gracias de todos modos. Adiós.
—Adiós.
Dana cerró la puerta detrás de ella y odió las lágrimas que se precipitaron a sus ojos. Ella no había querido hacer frente a lo que estaba comenzando a sentir por Gannon van der Vere, pero Dirk la había obligado a hacerlo. Si, pero era bueno terminar con todo ahora. Por que cuando Gannon recuperara la vista, lo último que querría o necesitaría en su vida, sería una enfermera tranquila y muy inhibida. Y ella lo suficientemente sabia para darse de cuenta de aquello ahora.
Se paseaba por la habitación, por lo que le parecieron horas, después de haberse bañado, vestido para ir a la cama y terminado de empacar sus maletas. Tenía los ojos inyectados en sangre y sentía su corazón adolorido, como si estuviera herido. Sabía que sería inútil irse a la cama, por que no podía dormir.
El suave sonido de un golpe en la puerta, parecía producto de su imaginación, y caminó hacia ella como en sueños. Seguramente Dirk no había vuelto para decir adiós nuevamente.
Ella cogió el pomo de la puerta, se volvió y se encontró con un taciturno Gannon de pie, con ojos cansados en el pasillo. Vestía un pijamas de color vino, con una bata a juego y con su cabello rubio desordenado, como si hubiera tratado desesperadamente de dormir y no hubiera podido.
—¿Dana? – preguntó en voz baja.
El corazón de ella saltó violentamente al oír su nombre.
—¿Si? – contestó ella en tono tenso.
Él se metió las manos en los bolsillos de la bata y se inclinó cansadamente contra la pared, con los ojos mirando al frente.
—¿Deseas irte?
—¿Devolviendo la pelota a mi patio? – le dijo ella. - ¿Salvará eso su orgullo si puede hacerme admitir que no deseo irme?
Él negó con la cabeza.
—Pero puede que sea más fácil para mí dormir. Yo… yo no quiero tener que empezar con una nueva enfermera ahora. Me he acostumbrado a ti.
Con verrugas y todo. – añadió con frialdad.
Era una locura, se dijo así misma, dejarse convencer para quedarse. Sería mejor para ambos, que ella se fuera, saliera de su vida y con el tiempo convertirse solo en un recuerdo. Pero ella lo miró y lo amó, era tan simple como eso. Y la idea de dejarlo se convirtió en una pesadilla.
—Solo me quedaré – dijo con firmeza – si deja de acusarme de cosas que he hecho con hombres que apenas conozco.
Su mandíbula se tensó y sus ojos brillaron. Sin embargo, suspiró y asintió con la cabeza.
—Muy bien. Mientras no contemples como ellos lo hacen. – él estuvo de acuerdo.
—Si pudiera verme – murmuró ella – solo el pensamiento de mí, coqueteando con un hombre, le divertiría. Ni siquiera soy bonita.
—Tienes una voz es preciosa. – dijo él, capturándola por sorpresa.
Sus dedos la buscaron e instintivamente encontraron su cara y rozó suavemente su mejilla y su pelo suave. Gannon cerró los ojos.
—No te vayas Dana. Te llevarías todo el color contigo si te fueras.
—Usted encontraría muy pronto a alguien para ocupar mi lugar. – le dijo, alejándose de la sensación inquietante de sus dedos. – Pero si usted quiere… me quedaré… un poco más.
Él sonrió entonces y todas las líneas duras de su rostro desaparecieron.
—¿Hasta que te despida de nuevo?
Ella sonrió.
—Hasta que me despida de nuevo.
—Levántate temprano – dijo él, alejándose de la pared. – Me encuentro esperando los paseos por la playa contigo.
—Si… Gannon. – susurró ella, mirando el cambio en su cara.
Gannon asintió con la cabeza.
—Si, ese es un comienzo por lo menos. Buenas noches Dana.
—Buenas noches.
Él se fue tocando la pared para llegar a su habitación y ello lo vio hasta que desapareció en la oscuridad. Lo miró en silencio, sorprendida por la explosión de alegría que sentía por lo que había sucedido. No tenía que dejarlo. Dio un paso dentro de su habitación con una oración silenciosa de agradecimiento. Al menos tenía su compañía por un tiempo más. Ella viviría de ese tiempo toda su vida.
Gannon, estaba con el ceño fruncido, cuando ella apareció en la planta baja para el desayuno, la mañana siguiente y Lorraine parecía tan incómoda.
—Buenos días, querida. – le dijo a Dana, ausente, mordiéndose el labio inferior, mientras miraba a Gannon.
—¿Están seguros? Ellos podrían confundirse de nuevo, desde…
—Él dijo que no lo harían – gruñó Gannon, murmurando una áspera palabra en voz baja y agarró su taza firmemente entre sus manos. – Te lo dije – dijo breve. – Yo sabía desde el principio que la histeria no causaría tanto dolor. Y encuentran esto ahora. Han descubierto, lo que yo sabía del comienzo.
—¿Qué es eso? – preguntó Dana, teniendo la sensación de un desastre.
Lorraine lanzó un suspiro.
—En rayo X hubo una confusión. Una de las personas que trabaja en el hospital, confundió a Gannon con otro paciente y los resultados fueron mal etiquetados. Realmente no fue su culpa, ella estaba segura que alguien más cometió ese error y está tratando de corregirlo.
Dana sintió que palidecía. Gannon estaba sentado muy recto, bebiendo su café.
—Había algo en las radiografías que ellos confundieron con los de otro paciente. – dijo Lorraine, cansada. – Cuando hicieron el escáner cerebral, se hizo evidente, por lo que repitieron las radiografías. Fue entonces que lo descubrieron. Eso fue hace semanas y le dijeron al otro paciente que nada se podía hacer. – Ella se encogió de hombros. – Por extraño que parezca, su vista volvió. Era solo en un ojo, y aparentemente, era de naturaleza histérica.
—Lo que no es lo mío, aparentemente. – gruñó Gannon.
Dejó su taza de café en la mesa, con más fuerza de lo normal, derramándolo por todas partes, quemándolo. Dana saltó al quemarse también, jadeando. Luego suspiró, tranquilizándose.
—¿Dana? – él extendió la mano. – Dana, ¿te hiciste daño? ¡Dana!
Ella se frotó.
—Estoy bien. – dijo ella rápidamente.
Lorraine corrió hacia ella.
—Estoy bien. – dijo de nuevo.
Él se acercó a ella. Su mirada era de disculpa.
—Lo siento. No quise hacerte daño.
—No lo hizo. Choqué con usted, eso es todo.
Ella le permitió encontrar su mano y la cerró cálidamente. Oleadas de placer le recorrieron el brazo.
—Estoy muy bien.
Él respiró descansadamente.
—¿Vendrás al hospital con nosotros, cierto? – le preguntó. – Te necesito.
Esas dos palabras, era lo más dulce que había oído en su vida.
—Por supuesto que lo haré. Voy a estar aquí, todo el tiempo que usted necesite.
Lorraine fue a buscar las llaves del coche, sintiéndose aliviada.
Las horas siguientes, parecieron no acabar nunca y Dana sintió un miedo frío que la recorría, cuando Gannon iba de un examen a otro. Lorraine iba y venía, murmurando, cada vez más afectada.
Finalmente, fueron llamados a la consulta del doctor Shane, donde el diagnóstico del médico fue rotundo.
—Es la metralla. – dijo en voz baja, mirando a Gannon. – Al parecer, una astilla diminuta, se alojó en el cerebro, afectando el nervio óptico.
—¿Se puede operar? – preguntó Gannon, secamente.
—No.
Dana cerró los ojos, doliéndose por él, por que su ceguera era permanente y él lo sabía. Ella estaba tratando de asumir esto, antes que el doctor continuara diciendo que había visto este tipo de lesiones antes en pacientes que habían estado en la guerra.
—La única oportunidad que tienes de recuperar tu vista – dijo el doctor Gannon – es si la metralla cambia de posición. Y no es completamente imposible, sabes. Un estornudo es lo suficientemente violento como para desalojarla, aunque no es probable. Me temo que es todo la esperanza que puedo dar. Si tratáramos de operar, podríamos hacer un daño irreparable al cerebro. Es demasiado delicado, además de un gran riesgo. Siento mucho la confusión con las radiografías, Gannon, pero no habría hecho ninguna diferencia si no hubiera sucedido. La condición es inoperable.
Gannon se levantó en silencio y le tendió la mano al médico.
—Gracias por ser honesto conmigo, doctor. Como puede ver – añadió irónicamente – yo estaba en lo correcto.
—Afortunadamente, tienes una enfermera que te ayudará a hacer frente. –
le dijo el doctor Shane. – Y una empresa de informática que te proveerá de una excelente asistencia en las nuevas técnicas que ayudan a los ciegos a comunicarse con el mundo exterior. Lo harás muy bien.
—Si – dijo Gannon – Voy a hacerlo bien.
Él se estaba poniendo en un gran frente. Parecía un hombre sin una preocupación en el mundo, pero Dana no lo creía y Lorraine, tampoco lo hizo.
—Quédate con él – le suplicó Lorraine, llevando a Dana aparte cuando regresaron a la casa de playa. – Tengo miedo por él. Lo está tomando con demasiada calma para mi gusto y tú eres la única persona que va a permitir acercarse a él.
—Yo me encargaré de él – prometió Dana. Ella le tocó un brazo a Lorraine.
– Por favor, no se preocupe, yo me haré cargo de él.
Lorraine le sonrió con tristeza.
—Si, querida, sé que lo harás. Está en tus ojos cada vez que lo miras. Pero no dejes que te haga daño, Dana.
—Ya no tengo esa opción. – admitió en voz baja, sonriendo antes que ella se volviera y entrara al estudio con él y cerrara la puerta. - ¿Quieres comer algo?
Le preguntó Dana, cuando se presentó en el balcón, escuchando las olas romper contra la orilla. Él negó con la cabeza. Tenía las manos cruzadas detrás de él, con tanta fuerza, que parecían blancas a pesar de su bronceado.
—¿Puedo hacer algo por ti? – insistió ella.
Él respiró hondo y lento.
—Si, ven aquí y déjame que te abrace.
Negarle esto, era lo último que pensaba Dana. Fue a él como si no tuviera otra función en la vida, sino hacer y ser todo lo que él quisiera de ella. Gannon encontró sus hombros y la atrajo hacia si, envolviéndola y acercándola a su cuerpo grande y tenso. Él se convulsionó de pronto, y enterró su rostro en los largos mechones de pelo suelto en su garganta.
—Oh Dios, estoy ciego – exclamó con fuerza y su cuerpo se estremeció cuando las emociones salieron de él. - ¡Ciego! Yo lo sabía, lo sabía…
Dana, ¿qué voy a hacer? ¿Cómo voy a vivir? ¡Prefiero estar muerto!
—¡No! – ella lo apretó más, sosteniéndolo con sus manos suaves, acariciando su mejilla, y con su voz firme y tranquila. – No, no hay que hablar de esa manera, usted lo aprendió a manejar antes; puede hacerlo de nuevo. Puede acostumbrarse a ella. Yo voy a ayudarlo a hacerle frente, lo haré. Nunca lo voy a dejar, Gannon, nunca, nunca. – le susurró.
Él la meció en contra su cuerpo, y Dana sintió algo sospechosamente húmedo contra su garganta, en la que él apretaba su cara caliente.
—Prométemelo – dijo él voz baja. – Júrame que no vas a dejarme, al menos que yo te envíe lejos. ¡Júramelo!
Sonaba muy parecido a un ultimátum, y ella tuvo miedo de lo que podría hacer, si se negaba a discutir con él.
—Si, te lo juro. – estuvo de acuerdo ella, tuteándolo por primera vez.
Los ojos de Gannon se cerraron y ella saboreó la sensación de tenerlo entre sus brazos, sentir el calor reconfortante de su cuerpo, como el abrazo apretado de sus fuertes brazos.
—Lo juro.
Parecía como si él estuviera cayendo, y los fuertes dedos en su espalda se fueron calmando, acariciándola distraídamente.
—Fue un golpe – le confesó él en voz baja. – Yo esperaba… yo había esperado encontrar algo operable, sabes. Deseaba un milagro.
—Los milagros ocurren todos lo días, cuando la gente cree en ellos. – le recordó. – Todavía estás vivo, ¿no es un milagro en sí mismo? Eres grande y saludable y tienes todo un mundo por vivir...
—Todo, excepto mi vista. – dijo él.
—Te recuerdo que hay muchas personas en el mundo sin ver y que han logrado mucho a pesar de su ceguera. Cantantes, artistas, músicos, científicos… no es un impedimento, a menos que tú te esfuerces en que lo sea. Puedes lograr cualquier cosa que quieras.
—¿Incluso el matrimonio? – se burló él, levantando su cabeza. ¿Formar una familia?
—Eso también.
—¿Y quién se casaría con un hombre ciego, enfermera? ¿Tú? – se rió, y su risa era cruel y sus manos en su brazos, la apretaban tan fuerte, que ella sentía dolor. – ¿Te casarías con un hombre ciego?
—Si – dijo ella con todo su corazón, amando todas las líneas de su rostro, ajena a lo que estaba sucediendo, incluso a sus propias palabras, cuando se ahogó de alegría con solo estar cerca de él.
Gannon parpadeó, y la dureza apareció en su rostro.
—¿Tú… te casarías conmigo, Dana? – susurró él.
—Cualquier mujer…
—Tú – la corrigió de manera cortante - ¿Te casarías conmigo, aún ciego?
—Gannon, si es una pregunta retórica… - empezó a decir ella, vacilante.
—¿Quieres casarte conmigo, Dana? – insistió él, diciendo cada palabra fuerte y clara. Su rostro se endureció. – No más evasivas, Dana, solo respóndeme, ¿quieres?
—Bueno… nosotros no nos amamos el uno al otro – replicó ella.
—Tú me amas – la corrigió él, con una sonrisa cuando ella se puso rígida. –
Oh, si, se nota a más de una milla, incluso un hombre sin experiencia, que no soy, lo notaría. Sé como te sientes. Suenas, hueles y te sientes como una mujer enamorada, y cuando te toco de esta manera, te derrites contra mí. ¿Compasión profesional? No, Dana, no es eso. Ahora, ¿qué es?
Dana tragó saliva y sus labios se separaron.
—Es un… enamoramiento – susurró. – Eres tan distinto a cualquier hombre que he conocido, y yo no sé nada de hombres. ¿No es sorprendente?
Gannon negó con la cabeza.
—No, no lo es, pero voy a tomar una ventaja descarada por eso. Cásate conmigo, Dana. No puedo prometerte amor eterno, pero cuidaré de ti.
Seré bueno para ti y todo lo que tienes que hacer es conducirme por el entorno y evitar que me cerebro explote…
—¡Ya basta!
Dana puso su mano frenéticamente sobre sus labios cálidos, duros; y tembló cuando él presionó con ellos su palma de la mano.
—¿Te preocuparías mucho? – se rió él. – Ni siquiera deseas mi dinero,
¿verdad pequeña? Eso, en si mismo, hace que seas una rareza en mi mundo. Arriésgate, Dana, dí que sí. Voy a hacerlo bien para ti, por todos los medios que hay.
Ella quería. Necesitaba. Pero no era posible y sabía por qué.
—No puedo – susurró miserablemente.
Gannon se puso rígido.
—¿Por qué no?
—Por qué hay posibilidades que algún día recobres la vista, el doctor lo dijo, ¿y qué harías si te encuentras atado a alguien como yo? – dijo ella en voz baja. – Te avergonzarías.
Él paró su diatriba con su boca. Ella estaba tensa por la presión dura y exigente, sintiendo que algo se desató en él, algo que antes había estado cuidadosamente controlado hasta ahora. Dana empujó su amplio pecho, pero él no cedió ni media pulgada.
—¿Avergonzado de ti? – gruñó en sus labios. - ¡Nunca! Ahora deja de hablar tonterías y bésame de nuevo. Vamos a hacer marido y mujer, por lo que es mejor que aprendas a gustar de esto conmigo. Vamos a hacer mucho esto en los años venideros. Vamos, no te rehúses. Bésame.
—No voy a casarme contigo – protestó ella.
—Entonces vamos a estar prometidos hasta que pueda hacer cambiar de opinión. – murmuró él, rozando sus labios enloquecedoramente con los de ella, sintiendo un temblor en ella, por la novedad de la caricia.
Las manos de Gannon bajaron hacia su cintura y la llevó suavemente contra él.
—Solo comprometidos. – susurró él. ¿Está bien, mariposa? No te apresuraré ir al altar. Solo acepta que en gran parte voy a dejar de hablar de saltar sobre las rocas…
Ella se estremeció al pensar en su cuerpo destrozado por aquellas enormes rocas.
—Gannon…
—Di que si. – susurró él, mordiendo con su boca la de ella, con besos lentos y calientes, que la drogaban, que agotaban su protesta.
Dana alcanzó su cara y la puso entre sus manos, cediendo ante un placer, que nunca antes había conocido.
—No lo haré. – le dijo.
—Lo harás. – murmuró él. – Dulce boquita, sabes a miel, ¿lo sabías? Ahora deja de hablar y bésame mejor. He tenido una mañana terrible. Hazla mejor para mí, ¿quieres?
Quería decir que no, quería hacer caso omiso de la propuesta, quería correr.
Pero se oyó así misma, sin aliento, estar de acuerdo con él, sintió como su cuerpo respondía al de él y como sus brazos lo envolvían. Sentía la magia de él, cuando la besó larga y tiernamente. Y luego, Lorraine entró de repente en la habitación, los felicitó, y fue demasiado tarde para protestar, para recuperarse.
Antes que pudiera abrir la boca para negar todo, ya estaba bebiendo champagne, como la nueva novia de Gannon van der Vere.