Capítulo 4
Las semanas siguientes fueron difíciles. Gannon van der Vere parecía salir del camino, para encontrar fallas en Dana. Nada de lo que ella hacía, lo complacía y todo el terreno que Dana parecía haber ganado en los primeros días, repentinamente se deslizaron al mar.
Él se sentaba detrás de su escritorio y estaba permanentemente conectado al teléfono. Se negaba a salir de la habitación, excepto para dormir. Estaba irritable e inaccesible y cuando Dana intentaba hablar con él, encontraba una excusa para no oírla. La visita del médico, solo lo irritó más y después de su examen, se retiró a su habitación y ni siquiera salió para comer.
El doctor Shane, reiteró su opinión sobre la ceguera de Gannon. Lorraine suspiró cansadamente, mientras Dana, se sentaba a cenar.
—Estaba furioso, por supuesto. Él no aceptará, que su condición es algo quirúrgicamente corregible. Es muy obstinado. – comentó Dana.
—Peor que obstinado. Es exactamente igual que su difunto padre. Era un buen hombre, mi esposo. Un poco más suave que Gannon, pero por supuesto, era más viejo.
—Tal vez llegará admitirlo finalmente. – dijo Dana. – Mientras tanto, la gente que tiene alrededor lo ayudará mucho. ¿No tiene amigos?
—Había un montón de ellos, cuando podía ver. – dijo Lorraine, enojada. –
Y muchas novias. Las personas lo querían, por que él podía gastar dinero en ellos. – Ahora… – y se encogió de hombros. – Este lugar es como el fin del mundo, para ese tipo de personas, Dana. No les gusta la paz ni la soledad. Les gusta las luces brillantes y la actividad, y claro, también, las drogas y el alcohol.
—¿Y a él? – preguntó Dana, por que quería saber.
—¿Gannon? – Lorraine se echó a reír. – No, él nunca fue un tipo que necesitara ese tipo de muletas. A su esposa le gustaban las fiestas, pero no creo que ella se entregara a ese tipo de cosas, tampoco. Pero sus amigos si lo hacen.
—¿No tiene hijos?
—No, ellos no querían niños. – dijo Lorraine en un suspiro. – Sus vidas los llenaban por completo, sabes.
Los llenaban por completo. Dana lo puso en duda, pero era demasiado cortés, para declarar sus convicciones. Se estaba haciendo una imagen muy vívida de la vida de Gannon antes de la ceguera, y no era muy agradable. Sentía más pena por él que nunca.
Dana, especialmente, amaba la playa por la noche y cuando podía escabullirse por unos minutos, le gustaba caminar por la orilla y ver las cabrillas5 en la arena húmeda. Lorraine nunca se fijó en sus breves ausencias, pero cuando Gannon descubrió lo que hacía, se encargó de ir a buscarla un viernes por la noche, a la orilla de la playa.
—¡Enfermera! – gritó, haciendo una pausa en el último paso, con su mano apretada en el pasamano.
5 Una especie de caracol.
Dana corrió hacia él, con su pelo volando, y sintiendo miedo que él se cayera debido a su ira.
—Estoy aquí. – dijo sin aliento. – No hay necesidad de gritar.
—¿Puedo preguntarte qué estás haciendo aquí? – gruñó él.
Ella estudió su feroz ceño fruncido, mientras el pelo de él y de ella, se desordenaba a causa del viento.
—Camino por la playa, señor van der Vere. – dijo ella con calma.
—En mi tiempo. – dijo él.
—Disculpe, señor. Pensé que tenía diez minutos al día para mí. – dijo con amable sarcasmo.
—A ver enfermera. Yo vivo en la casa, y se supone que tú debes estar dentro, por si es llamada cada minuto. – le espetó.
—Lo estaba. Además, ¿no vine corriendo ahora que usted me llamó?
Él respiró fuerte.
—La playa es peligrosa de noche. – dijo después de un minuto, como si le molestara haber mostrado algún tipo de interés por ella. – Hay transeúntes abajo en la playa a quienes les gustan las fiestas. No eres lo suficientemente sofisticada para hacer frente a los borrachos, señorita Steele. ¿Entrarás en la casa, por favor?
Su preocupación, la tocó. Solo su madre y Jenny, lo habían hecho a lo largo de los años.
—¿Has perdido tu lengua? – gruñó después de un minuto.
Ella se encogió de hombros.
—No estoy acostumbrada a que la gente se preocupe por mí. – dijo finalmente.
Gannon pareció dudar. Su mano se encrespaba lentamente alrededor del pasamano.
—¿Tus padres, verdad?
El corte de la pregunta, era nuevo. Ella desvió la mirada hacia el mar y trató de no llorar; las lágrimas estaban tan cerca de la superficie esos días, el dolor era tan crudo y poco familiar.
—Mi madre murió en un accidente hace unos meses. – dijo en voz baja.
—Lo siento. – dijo él. - ¿Y tu padre?
—Tenemos muy poco contacto. – admitió. – La culpa es mía tanto como suya. Yo no soy buena en las relaciones, como verá. Soy cuidadosa con la gente que se me acerca.
—¿Incluso la familia? – preguntó él. – Dios mío, ¿tienes miedo de contaminarte?
Gannon lo hizo sonar extraño y a ella no le gustó.
—Temerosa de ser herida, si desea saberlo. – replicó ella, con los ojos ardientes. –Prefiero estar sola que hecha trizas emocionalmente, y además, ¿qué le interesa a usted mi vida personal?
Sus pesadas cejas rubias se dispararon hacia arriba.
—Garras. – murmuró él y las esquinas de su boca, se curvaron. – Vaya, vaya, aterrizas en tus pies, ¿no es así? Por todas tus virtudes reprimidas.
Ella se quedó mirando la arena.
—Usted me irrita. – contestó.
—Somos dos, por que tú me irritas también. Ahora, ¿entrarás en la casa, antes que ceda a la tentación de sacudirte en el oleaje para refrescarte?
Dana exhaló furiosa, y comenzó a pasar junto a él, pero Gannon extendió su mano al oír el sonido de los pasos de ella, sobre la piedra y fue arrastrada contra el poderoso cuerpo. Un pequeño suspiro de Dana se oyó, incluso, encima de las olas atronadoras y fue consciente de cada célula que se puso en contacto con él.
Olía a colonia cara y a jabón; y su mano en su cintura, era grande y caliente. Su aliento le daba en su frente y ancho pecho subía y bajaba con pesadez, curiosamente, las rodillas de ella comenzaron a colapsar.
Gannon sintió el roce de su pelo contra su cara y se inclinó para tomar largos y sedosos mechones con su mano libre.
—Es tan suave. – comentó él. - ¿Es rubio?
Ella tragó saliva.
—Si señor.
¿Por qué le temblaba la voz de esa manera? ¿Qué le estaba pasando?
La mano de él rozó su hombro y la bajó por su espalda hacia los omóplatos. Él la atrajo hacia si, con dolorosa ternura, hasta que su mejilla presionó contra su amplio y cálido pecho, sobre la camisa azul de seda. Dana podía sentir la fuerza de su mano, el ritmo duro de su corazón. Hacía mucho tiempo que ningún hombre la había abrazado, pero nunca se había sentido así. Más vulnerable, más mujer, más femenina de una manera totalmente nueva.
—Es olor a flores silvestres. – dijo él, con voz profunda y tranquila en la penumbra. – Y tu delgadez me asusta. No eres resistente. Eres muy frágil.
Trató de respirar normalmente.
—Yo no soy frágil. – protestó débilmente.
Las palmas de sus manos hicieron presión sobre los músculos de su cálido pecho, en una suave protesta.
—Señor van der Vere…
—¿Es poco ético, poco moral? – reflexionó él. – Pensé que la comodidad era tu acción de oficio.
—¿La comodidad?
Él acarició su mejilla contra la de ella.
—He estado solo por mucho tiempo. – dijo en un susurro. – Sin tocar ni ser tocado. A veces, solo el olor de una mujer, es suficiente para volverme medio loco.
Ella se apartó rápidamente de él, temerosa de la sensualidad que oía en su voz, que sentía en su cálida mano en su espalda. Se distanció lo suficiente de él, para sentirse segura y tratar de dejar de temblar.
—Está haciendo frío aquí afuera. – murmuró.
—Hielo frío. – dijo él con dureza. – Pequeña enfermera, ¿por qué no te unes a un convento?
—¡No estoy en oferta como mujer, señor van der Vere! – exclamó furiosa, por su enfoque casual. - ¡Yo soy una enfermera, es mi trabajo, es por eso que estoy aquí! Si usted está pensando en añadir algo personal a mi cargo, más le vale empezar a publicar anuncios y rápido. ¡Renuncio!
—¡Espera!
Ella se quedó inmóvil a un paso delante de él, escuchando como él se tomaba del pasamano y comenzaba a subir los escalones detrás de ella, deteniéndose cuando sintió el cuerpo de Dana, delante de él.
—Está bien. Lo siento. – dijo breve. – Solo quería embromarte, no hacerte correr. Yo… estoy acostumbrado a ti. No me dejes.
El duro orgullo pasó a través de ella, cuando nada más lo habría hecho. Ella se giró y se fijó en sus rasgos con ojos relajados ahora. En efecto, debía ser difícil para un hombre, que vivía un estilo de vida diferente, soportar ahora la soledad de una casa en una playa aislada. ¿Podría culparlo por responder a la primera mujer joven que había estado cerca de él, después de meses?
Ella respiró lento.
—No lo dejaré. – dijo en voz baja. – Pero tiene que dejar de hacer ese tipo de juegos conmigo, si me quedo. No seré tratada como un entretenimiento temporal, sobre todo por un paciente. Tomo mi profesión de enfermera muy en serio. Esto no es un juego para mí, y tampoco es una oportunidad para pasar de vacaciones con un poco de romance.
—Hablas sin rodeos. – respondió él.
—Si señor.
—He estado sin una mujer muchos meses y no estoy adaptado a la vida de un ermitaño. – sus hombros se levantaron y cayeron. No tenía ninguna intención cuando te abracé. Tu trato es como una diversión. Yo solo quería una mujer en mis brazos por un momento. Quería sentirme como un hombre de nuevo. – él se movió inquieto. – Llévame arriba, ¿quieres?
Estoy cansado.
Él parecía que estaba cayendo y ella sintió las lágrimas quemarle los ojos. No había pensado en lo estéril que sería su vida emocional a causa de la ceguera y sintió frío al recordar su duro rechazo hacia él. Lo había entendido mal y ahora se sentía culpable.
—Lo siento. – le dijo, tomándolo del brazo. – Yo… no lo entendí. Le tengo un poco de miedo a los hombres, creo yo. Mi miedo me hace reaccionar en forma exagerada.
—¿Miedo? – preguntó él curiosamente.
—He llevado una vida protegida. – confesó ella. – Pero no sé como protegerme a mi misma. Los hombres son… tan fuertes.
—Tú me hiciste parecer un asaltante en potencia. – exclamó él. – ¡Yo no te atacaría!
—Como tranquilizarme, si estaba preocupada a muerte por esto – dijo ella, riéndose. Todo su mal humor desapareció.
—Apuesto a qué si. – dijo él.
Gannon encontró su mano y la estrechó en la de él y ella sintió una sacudida extraña de placer en la fuerza cálida de la misma.
—No es nada personal, enfermera. Solo que necesito ser conducido y puedo agarrarme más fácilmente a ti, de esta manera. ¿De acuerdo?
Dana miró hacia abajo y vio como su mano sostenía la suya.
—De acuerdo. – dijo ella dócilmente.
No era profesional, desde luego, pero era práctico. Él fue más fácil después de esto, más accesible, deleitándola con la historia de sus viajes, mientras ella lo llevaba de paseo y conducía el auto y trataba de aliviarlo en su frío caparazón.
Algunas de las historias que le contó, eran francamente impactantes y comenzó a preguntarse por la salvaje vida que él había llevado.
—¿Qué pasa con tu propia vida? – le preguntó él, mientras tomaban un café en un restaurante local.
Su mesa tenía vista al océano y Dana comía un trozo de su pastel de manzana, mientras sus ojos bebían el azul del agua, la blancura de la playa llena de nadadores con vistosos trajes de baños.
—¿Hummm? – murmuró como en sueños.
Gannon hizo un sonido impaciente.
—¿Adorando la vista otra vez? Lorraine dijo que miras el mar como si tuvieras miedo de que fuera a desaparecer en cualquier momento.
—Me encanta. – dijo ella, tímidamente. – No tenemos océanos alrededor en Ashton, sabe. Solo tierra abierta y una gran cantidad de granjas y ganado.
—¿Qué tan grande es Ahston?
—Alrededor de cinco mil personas. – le dijo. – No está lejos del sur de Atlanta, pero es sobre todo rural. Crecí allí. Sé que la mayoría de los demás, también lo hizo.
—¿Es qué es una de aquellas ciudades en que se pasea por la vereda a la seis y por la noche todo se cierra?
—Si, más o menos. No tiene siquiera una bolera. Aunque – añadió –
tenemos un teatro y una pista de patinaje.
—Que emocionante. – dijo él. ¿No hay bares?
—Estamos en un condado seco. – le respondió ella.
—Tú no bebes, tengo entendido.
—Señor van der Vere, nunca lo he hecho. Estoy segura que mi vida es más aburrida que el agua de fregar, que la suya.
Gannon levantó su café hacia su boca cincelada, frunciendo el ceño ligeramente.
—Mi mundo era una ronda de interminable de fiestas, cruceros, convenciones de negocios, casinos y viajes en primera clase. Nunca fue aburrido.
Dana trató de imaginar ese estilo de vida tan agitado y fracasó.
—¿Era usted feliz?
Él parpadeó, mirando en su dirección.
—¿Feliz?
—Puedo mirar en el diccionario y leerle las definiciones si quiere. –
murmuró ella.
—Yo estaba ocupado. – corrigió él. – Ocupado. Entretenido. ¿Pero feliz?
Se rió. - ¿Qué es la felicidad, enfermera? Dímelo.
—Es estar en paz con usted mismo, gustarse a sí mismo y al resto del mundo a la vez. – dijo ella simplemente. – Ir a su trabajo con todo su corazón y amar lo que haces.
—Estamos hablando de un sentimiento – dijo él – no de los adornos que van con él.
—Exactamente. Yo podría ser feliz trabajando en una fábrica de costura o cavando en un jardín tanto como siendo enfermera, si esto me realizara.
—Me imagino que una familia puede ofrecerte el mismo propósito. – dijo él. - ¿No deseas un esposo e hijos?
Ella jugaba con su pastel y dejó el tenedor para tomar su café.
—Señor van der Vere – dijo después de un minuto. – Soy una mujer muy sencilla. Tengo puntos de vistas rígidos sobre la vida y de cómo hay que vivirla. Yo no tengo relaciones ocasionales, trabajo duro y me reservo para mí. Es muy poco probable que alguna vez, vaya a encontrar a un hombre tan tonto como para casarse conmigo.
Él se sentó con la espalda recta.
—Pasas mucho tiempo controlándote, señorita Steele – dijo después de un rato, frunciendo el ceño. - ¿Es deliberado, calculado para mantener a las personas en condiciones de competencia?
Dana se echó a reír.
—Supongo que si. Me gusta mi vida. ¿Por qué cambiarla?
—Sin embargo, pareces decidida a cambiar la mía. – le recordó.
—Eso es diferente. Sus necesidades están cambiando. – le dijo ella animadamente. – Usted estuvo a punto de entrar en estado de hibernación permanente, y francamente, señor van der Vere, usted no es el mejor compañero del mundo, para hibernar. Se habría vuelto loco.
Gannon se echó a reír con voz profunda y divertida, su sonido era como campanas de plata en la oscuridad.
—Y tú, te estás sacrificando por atenderme, sin duda.
—Por supuesto. – respondió ella, uniéndose al juego. – Piense en todas las personas del mundo a las que yo podría condenar.
Él parecía a punto de decir algo, pero lo pensó mejor. Terminó su café de un trago.
—Me gustaría verte – dijo él, sorpresivamente. – Me pregunto si eres tan clara como te gusta pretender.
Dana pensó en la cicatriz de su mejilla y levantó los ojos hacia la cara ancha y dura.
—Si – dijo en voz baja. – Lo soy.
En la boca de Gannon se dibujó una sonrisa.
—La belleza es solo superficial, dicen, señorita.
—Si señor. – suspiró ella. – Pero la fealdad, recorre todo el camino hasta los huesos, ¿no es así?
Él se rió en voz alta y el sonido era contagioso. Ella se rió con él, pensando en la fácil camaradería de su relación en desarrollo. Él era como otro hombre y ella 50
sintió el cambio. A pesar de su uniforme de enfermera aseada, que parecía estar percibiendo su parte de miradas curiosas, la mujer en su interior, se estaba aproximando inexplicablemente más cerca del hombre grande y rubio, que tenía frente a ella.
De vuelta de camino a la casa de la playa, pasaron cerca de un accidente. Dana palideció, al mirar a los asistentes de las ambulancias, arrastrando una forma inconsciente de la maraña de metal y vidrio; pero no hizo gran cosa de él. El resto del camino, se habló sobre el paisaje y le describió las casas y las propiedades a él. Pero por dentro, ella estaba reviviendo cada minuto de los restos que había matado a su madre. Fue inevitable, que esa noche, las pesadillas volvieran.
Dana vio el camión que venía hacia ellas, sintió el impacto, vio la posición sobrenatural del cuerpo de su madre. Alguien la estaba sacudiendo a su alrededor, una voz profunda maldecía y sus ojos se abrieron de golpe. Ella negó con la cabeza, respirando entrecortadamente y se encontró de pie a Gannon y Lorraine junto a su cama. Gannon estaba vestido con una bata oscura sobre el pijama, y Lorraine se aferraba a una bata color rosa, con el rostro preocupado.
—Te hemos oído gritar, querida. ¿Estás bien? – le preguntó Lorraine, en tono preocupado.
Dana se sentó, tratando de calmar los salvajes latidos de su corazón. Tenía los ojos llenos de lágrimas, y se sentía mal por todas partes.
—Fue solo… solo una pesadilla. Siento haberlos perturbado a los dos.
—Está bien. – dijo Lorraine. – Estábamos preocupados. ¿Vas a estar…?
—Me sentaré con ella un momento. – dijo secamente Gannon, metiendo las manos en los bolsillos de su bata.
—¿Podrá la doncella preparar un poco de café y traerlo arriba? – dijo Gannon.
—Voy a hacerlo yo misma. – dijo Lorraine con inflexión. – Vuelvo en un minuto.
—Usted no tiene que quedarse conmigo. – dijo Dana, tensa.
Él buscó su camino a la silla por la cama y se hundió en ella. Su pelo rubio estaba enredado y su cara era severa, sus ojos ciegos inyectados de sangre, como si no hubiera dormido en absoluto. La parte de arriba de su pijama y su bata, se habían abierto sobre una mata de pelo rubio que parecía cubrir su amplio pecho, y parecía extremadamente masculino en su dormitorio. La ponía nerviosa.
Curiosamente, parecía estar preocupado por ella. La miraba con ojos preocupados.
—No te dejaré, Dana. – dijo en voz baja.
Y el sonido de su nombre en sus labios, la perturbó y la halagó.
Ella empujó hacia atrás su pelo largo con un suspiro irregular y se secó las lágrimas con una esquina de la sábana.
—Me levantaré. – murmuró ella.
Y tiró hacia atrás las mantas, para llegar a la bata que estaba en los pies de la cama. Era de felpa azul y era vieja, pero la hacía sentirse más segura con un hombre en su habitación, incluso con uno ciego.
—¿Tímida? – le preguntó suavemente. – No estás acostumbrada a ver a los hombres en su ropa de dormir, ¿verdad? No, que yo pueda ver… –
gruñó él. ¿Estás bien? ¿Qué pasó?
—Tuve una pesadilla, eso es todo. – dijo, y el colchón hizo un ruido, cuando ella se puso de pie y se ató la bata.
Él se puso de pie al mismo tiempo, chocando con ella. Dana gimió y se aferró a él, para mantener su equilibrio. La magia, la calidez y la fuerza de él, debilitaron sus rodillas.
—¿Dana? – susurró él, inclinándose.
Increíblemente, él encontró la parte de atrás de sus rodillas y su espalda, y la levantó completamente del suelo en sus brazos, sosteniéndola contra su pecho.
—Señor van der Vere… – protestó ella.
—Mi nombre es Gannon. – suspiró él, buscando a ciegas su boca. – Dilo.
—Gannon…
Los labios de él tomaron su nombre de la boca de ella y Dana sintió la presión cálida y suave contra ella y su corazón latía desbocado. Se puso rígida, pero cuando la presión continuó con la misma ternura, dejó que sus músculos tensos se relajaran.
—Eso es todo. – susurró el. – No voy a hacerte daño. Solo quiero consolarte un poco, es todo. Por favor, no me niegues el único gesto altruista de mi vida.
Dana vio como su cara se acercaba a ella y la besaba de nuevo, suavemente, con la misma presión poco exigente que antes. Su boca estaba caliente y dura y a ella le gustó la sensación de roce con la suya. Le gustó su aliento de menta en sus labios y el olor de él, también la fuerza de sus brazos sosteniéndola.
Ella dejó que sus brazos se deslizaran alrededor de su cuello y su boca se movió tentativamente contra la de él, casi como un temblor. Él se puso rígido y sus brazos se apretaron. Entonces él frunció el ceño y su rostro se endureció. A la vez, que su boca se enterraba entre los labios suaves de ella, haciendo el beso más completo.
Dana jadeó y lo empujó de los hombros. Él se apartó inmediatamente, respirando con dificultad.
—Predecible, ¿no es así, pequeña? – susurró con una sonrisa irónica. – Lo siento, no tenía la intención de tomarme estas libertades. Yo solo quería que te sintieras cómoda, nada más.
—Está bien, entiendo. – dijo con voz temblorosa.
Ella miró su cara con asombro. Nunca soñó que un beso pudiera ser tan…que la afectara tanto.
—Quizás sería mejor que tomáramos nuestro café en un ambiente más tranquilo después de todo. – murmuró él, secamente, mientras la ponía en el suelo de nuevo. – Eres una tentación, señorita, y tienes una dulce boca, la que podría llegar a gustarme demasiado. No quiero verte correr salvajemente hacia fuera, por que yo he perdido la cabeza en la oscuridad.
Ella cerró aún más su bata.
—Como usted ha dicho. – respondió ella – Era la oscuridad. Y mi miedo.
Él le tocó su manga.
—¿El accidente que vimos esta tarde, te trajo recuerdos desagradables?
—Si señor. – ella empujó su pelo hacia atrás. – ¿No sería mejor bajar? Su madrastra debe tener listo el café, espero.
—Si, espero que si.
Él dejó que lo tomara del brazo y lo llevara fuera de la habitación.
—Y yo que pensé que yo era el paciente. – bromeó en voz baja. – Tal vez, los dos estábamos equivocados.
Dana hizo un pequeño sonido y sonrió, mientras se unían a Lorraine en el comedor.