Capítulo 3

Lorraine la estaba esperando en el vestíbulo, retorciéndose las manos. Su pequeño rostro, mostraba su aprensión.

—Ahora, querida – comenzó nerviosa – él no es tan horrible como parece, y no me importa aumentarte tu salario…

Dana se echó a reír a carcajadas.

—Oh, eso no será necesario. No podría pagarme para que me marche ahora. Sería como una retirada, y una buena enfermera, nunca se retira bajo fuego.

La mujer mayor se sintió visiblemente aliviada.

—Oh – fue lo único que atinó a decir.

—Pero ciertamente, puedo entender por que mis predecesoras, estaban con tanta prisa por salir por esa puerta. – añadió con una sonrisa. – Él tiene un temperamento magnífico, ¿no?

Lorraine lanzó un suspiro.

—Si, lo tiene. La ceguera no es fácil para un hombre como mi hijastro, sabes. Él era muy deportista. Le gustaba especialmente el esquí acuático y esquí en la nieve y las acrobacias aéreas en su avión…

Dana pintaba un cuadro de un hombre que había disfrutado de vivir en forma imprudente, como si él no hubiera considerado lo preciosa que es la vida, para salvaguardarla. Ella frunció el ceño.

—Deportes de riesgo.

—Si, así es. – dijo Lorraine en voz baja. – Ha sido así desde que su esposa murió en el accidente de automóvil. Él iba conduciendo. Eso fue hace muchos años, pero nunca ha vuelto a ser el Gannon que era, cuando me casé con su padre.

—¿Qué edad tenía cuando se casó? – preguntó en voz baja, sintiendo un espíritu afín.

—Él tenía diez años. Su madre murió cuando él nació y su padre se fue a su tumba, amándola. Yo fui una sustituta. Él se preocupó por mí. – dijo ella rápidamente. – Pero no de la misma manera en que se preocupaba de la madre de Gannon. – ella se volvió, como si sus propios recuerdos aún le dolieran. - ¿Está bien la habitación, querida?

—Es preciosa. La voy a disfrutar mucho mientras esté aquí. Señora van der Vere, ¿cuál es exactamente el problema en los ojos de su hijastro? La señora Pibbs fue bastante vaga al respecto y me gustaría saberlo

—Este es el problema. – le dijo Lorraine, cuando se abría camino a su propia sala de estar y tomó asiento con vistas a la costa rocosa. – No hay razón médica para su ceguera. Ellos lo llaman… ¿cómo es la palabra?

Idiopática 1. El doctor que trata a Gannon, dijo que bien podría ser una ceguera histérica, causada por el shock repentino de esperar a ser astillado en los ojos por las accidentadas tablas de madera del muelle. La mujer que iba conduciendo la lancha, perdió el control y Gannon, fue arrojado hacia él. Cómo no perdió sus ojos, fue realmente un milagro; pero él no esperaba este milagro, ¿entiendes? Él torció su cabeza, justo cuando se estrelló contra el muelle. Cuando llegó al hospital, estaba ciego.

—Y no le gusta la idea que pudiera ser una parálisis histérica del nervio óptico – concluyó Dana, frunciendo los labios. – Es muy comprensible.

¿Hubo algún trauma emocional en su vida más o menos al mismo tiempo?

—No que yo sepa – contestó Lorraine. – Por supuesto, Gannon es una persona muy reservada.

Dana asintió.

—¿Él sale alguna vez?

—¿Socialmente quieres decir? No – dijo con tristeza. – Se queda en la sala de estar y acosa a su vicepresidente por teléfono.

—¿Su vicepresidente?

1 Una enfermedad idiopática, es aquel a cuya etiología es desconocida. Es decir, se desconocen los motivos por los cuales se genera.

—De la empresa de electrónica que posee, querida. Fabrican todo tipo de equipos de comunicación, interfaces para ordenadores, CPU2, monitores y ese tipo de cosas. – Ella se encogió de hombros y sonrió en tono de disculpa. – No pretendo entender, es demasiado técnico para mí. Pero la compañía introdujo un sistema nuevo y revolucionario y aparentemente, mi hijastro es un genio de la electrónica. Estoy muy orgullosa de él. Pero tengo que admitir, que no tengo idea que es exactamente lo que hace.

—No sé nada de computadores – dijo Dana, sonriendo en secreto. – Pero si me pregunta, podría tentarlo a enseñarme. Incluso, podría romper el hielo.

—Ten cuidado de no caerte. A Gannon, no le gustan especialmente las mujeres en este momento. Él estaba casi comprometido cuando ocurrió el accidente. Ella iba con él ese día. – ella hizo una mueca. – Quizás algo de culpa tenga. Ella iba conduciendo la lancha.

* * * *

Dana consideró eso el resto del día. Pobre hombre solitario; su vida no había sido ningún día de campo hasta el momento. Ella sonrió, pensando en el desafío que Gannon le presentaba. Después de dejarlo a fuego lento durante todo el día, Dana tomó la bandeja y le llevó la cena a Gannon ella misma.

Estaba sentado en un cómodo sillón, con la puerta abierta que conducía al balcón. Afuera, las olas se estrellaban contra la costa. Levantó la cabeza rubia, cuando oyó abrirse y cerrarse la puerta.

—¿Madre?

—Casi. – contestó Dana.

Puso la bandeja en el gran escritorio y lo vio endurecerse al sonido de voz.

—¿Usted otra vez? Pensé que se había ido a casa, enfermera.

2 CPU: Central Processing Unit; en español, Unidad Central de Procesamiento.

—¿Y dejarlo solo, señor van der Vere? – exclamó ella. ¡Qué cobarde!

—No necesito otra enfermera. – levantó la barbilla agresivamente. – No quiero otra enfermera. Quiero estar solo.

—La soledad créame, es mala para el alma. – dijo ella naturalmente. – La marchita como una ciruela pasa. ¿Por qué no va a dar un paseo a lo largo de la playa y escucha las olas y a las gaviotas? ¿Tiene miedo de las gaviotas, señor van der Vere? ¿Tiene fobia a las plumas o algo así?

Él estaba tratando de no reírse, pero perdió. La risa salió de él como un trueno profundo, pero él rápidamente lo sofocó.

—Impertinente señorita Steele. – murmuró él. Su nombre se adapta a usted. ¿Es fría y dura?3

—Soy melcocha pura. – dijo ella, quitando las tapas de la vajilla. – Solo huela esta deliciosa comida. Solomillo con puré de papas y salsa. Pan casero y espárragos a la mantequilla.

—Todos mis favoritos – dijo él. - ¿Qué hiciste? ¿Sobornar a la señora Wells para que los disimulara? Ella odia el olor de los espárragos.

—Si, ella me lo dijo. Pero era su noche libre, así que, he cocinado yo.

—¿Tú cocinas?

—Solía vivir sola. Me hubiera muerto de hambre si no supiera cocinar.

Ahora, si usted no puede comer solo, estaré encantada de alimentarlo.

Él dijo algo desagradable, pero se puso de pie y se tambaleó hacia el escritorio.

Ella caminó hacia él y le cogió la mano. Gannon trató de liberarse, pero ella se mantuvo firme, decidida a no dejarse dominar por él.

—Me estoy ofreciendo a ayudarlo – dijo en voz baja, mirando su cara con el ceño fruncido. – Eso es todo. Un ser humano que ayuda a otro. Haría lo mismo por un hombre, mujer o niño. Y pienso que usted haría lo mismo por mí, si la situación fuera a la inversa.

Gannon pareció sorprendido por un minuto y dejó de luchar. Dejó que ella lo guiara a su silla detrás del escritorio. Pero antes de sentarse, sus grandes manos la tomaron por sus delgados hombros por un momento, y luego se movieron 3 El apel ido de la protagonista es Steele; que viene de “steel”, que significa acero.

hacia su cuello, a su cara y a su pelo. Él asintió con la cabeza y luego la soltó para caer en la gran silla, que apenas lo contenía.

—Pensé que sería pequeña. – dijo después de un rato, buscando a tientas la taza de café caliente y negro, que ella había puesto a su alcance.

—De hecho, estoy por encima de la estatura media. – contestó ella.

El tacto de sus manos calientes, la había hecho sentir extraña y no estaba segura que le gustara.

—Comparada conmigo, es pequeña. – dijo él con firmeza. - ¿De qué color es su pelo y sus ojos?

—Tengo el pelo rubio y los ojos color marrón.

—Una combinación inusual. – cogió el tenedor y volcó el café con un movimiento repentino.

Un torrente de palabras altisonantes salieron de su boca.

—Deje de hacer eso. – dijo Dana, bruscamente. – Voy a caminar directamente a la puerta, si usted continua utilizando ese lenguaje en mi presencia.

—Tengo que acordarme de buscar en mi mente algo mejor que decir, de otra manera, me tirarás del pelo. – dijo con goce malicioso. -¿Eres una remilgada, no es así, enfermerita?

—No señor, no lo soy. – le aseguró. – Pero siempre me dijeron que un repertorio grosero de lenguaje disfrazado, era una falta lamentable de vocabulario. Y yo lo creo.

Gannon pareció sorprendido por su comentario.

—Soy un hombre, señorita Steele, no un monje. Una palabra ocasional, siempre se escapa.

—Nunca he entendido por que los hombres consideran un signo de masculinidad, usar un lenguaje impactante. – dijo ella. – Yo no lo considero así. Ni emborracharse, ni la conducción temeraria…

—Deberías haberte unido a un convento de monjas, señorita. Debido a que obviamente no estás preparada para funcionar en el mundo real.

—Creo que el mundo real es increíblemente brutal, señor van der Vere –

dijo en voz baja. – Personas que matan a otras personas, abusadores de niños, la búsqueda de nuevas formas de matar, haciendo héroes de bandidos, usando el sensacionalismo como un buen sustituto de un buen drama de cine. ¿Lo estoy aburriendo? No encuentro la crueldad en lo más mínimo placentera. Si me eso me hace irreal, entonces supongo que lo soy.

—Me sorprende que pueda soportar la compañía de pobres mortales débiles, enfermera, cuando es tan evidentemente superior al resto de nosotros. – dijo, recostándose en la silla.

Ella sintió el shock ir por todo su cuerpo.

—¿Superior? –dijo ella como un eco.

—¿Te sientes superior? – se burló él. – Me pregunto, si alguna vez has cometido un error. ¿Nunca has sido tentada por el amor o por el deseo, la avaricia o la ambición?

Dana se sonrojó violentamente y terminó su café.

—Soy apenas una candidata a un concurso de belleza. – dijo ella de una manera cortante. – E incluso si lo fuera, los hombres, francamente, no me interesan en absoluto.

Él levantó una ceja curiosa.

—¿El veneno de la monjita? Alguien te ha herido demasiado.

—No estoy aquí para ser mentalmente disecada. – dijo ella, recuperando la compostura perdida. – Le traeré otra taza de café.

—Pensé que tú no huirías del enemigo. – reflexionó él, mientras ella lo dejaba.

Ella no respondió. No podía.

El nuevo entorno y la contienda que había tenido con su paciente, la mantuvo en su mente todo el día; pero por la noche, le trajo recuerdos. Y los recuerdos, 28

traían un dolor que roía. Le costaba creer que Mandy se hubiera ido para siempre. Dulce Mandy, que podía ser enloquecedora y entrañable al mismo tiempo.

Se sentó junto a la ventana oscura de su habitación y se quedó mirando fijamente hacia abajo donde las cabrillas eran visibles aún de noche. ¿Por qué la gente tiene que morir?, se preguntó en silencio. ¿Por qué todo tiene que acabar tan de repente? Toda su vida, su madre había estado allí, cuando ella la necesitaba para hablar, para confiar o para ser aconsejada.

El divorcio no había sido ninguna sorpresa cuando llegó. Lo único inesperado, es que a sus padres les había tomado años admitir que el matrimonio era un fracaso. Los primeros recuerdos de Dana, eran discusiones que parecían durar días, intercaladas con silencios congelados.

Afortunadamente, había tenido abuelos con quienes había estado cada verano, y su pequeña granja se convirtió en un refugio, para la joven que no sentía ni querida ni amada por sus padres. Incluso ahora, con su madre muerta, nada había cambiado entre ella y su padre. Suspiró con amargura. Tal vez todo habría sido diferente si ella hubiera sido el hijo que su padre realmente quería.

O tal vez no lo habría sido.

Dana se levantó y se vistió para ir a la cama. Una cosa era cierta, pensó, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos y corrían por sus mejillas. Ella era huérfana ahora. Ella podía muy bien renunciar a ambos, por que era obvio que en la vida de su padre, no había lugar para ella nunca más. El matrimonio de su padre no había sido un trauma, porque ellos no tenían comunicación en primer lugar.

Pero perder a su madre tan pronto después de su confesión de querer acabar con todo a causa del matrimonio de su marido, era más de lo que podía soportar. No había habido tiempo para adaptarse a cualquier cambio en su vida. No hubo tiempo para nada. Apagó la luz y se metió entre las sábanas.

¡Oh Mandy! Lloraba en silencio. ¿Por qué tuviste que irte y dejarme sola? ¡Ahora no tengo a nadie!

Las lágrimas empapaban su almohada. Lloró por la madre que ya no tenía más y por el padre que nunca había tenido. Por el futuro, todo sombrío, doloroso y vacío. Pero no había nadie que la abrazara mientras lloraba.

* * * *

29

A la mañana siguiente, Gannon estaba sentado en el balcón, cuando ella le llevó su desayuno. El viento agitaba su pelo rubio, levantándolo como jugando con él, y de pronto, se preguntó cuantas mujeres habían hecho lo mismo. Él tenía el pelo maravilloso, espeso, rubio ligeramente ondulado.

—El desayuno. – dijo con alegría, colocando la bandeja en la mesa, junto a su silla en el balcón.

Los muebles al aire libre eran de fierro forjado y negro; y se ajustaban al aislamiento y al encanto rústico del lugar.

Gannon se dio la media vuelta y sus ojos gris pálidos, miraron directamente hacia ella. Su camisa tenía un patrón de colores en tono gris que eran exactamente del color de sus ojos y la combinaba con pantalones color canela.

—¿Tienes que sonar tan asquerosamente alegre? – preguntó seco, frunciendo el ceño. – Acaba de amanecer, no he tenido mi café y ahora mismo, odio a todo el mundo.

—¿Y una taza de café lo ayudará a amarlo? – elle rió en voz baja. – Vaya, vaya, es fácil de complacer

—No te hagas la linda, Juana de Arco. – replicó con dureza.

Apoyó sus largas piernas en otra silla y suspiró profundamente.

—Pon un poco de crema y azúcar en el café. ¿Y qué tal un pan dulce?

—¿Y qué hay acerca de esto? – murmuró, lanzando una mirada divertida al rostro masculino. – Le he traído tocino y huevos. Más civilizado. Más proteínas.

—Quiero un pan dulce.

—Quiero una casa en la Costa Azul y un perro labrador llamado Johnston, pero no siempre conseguimos lo que queremos, ¿verdad? – dijo, y le puso el plato delante de él, haciendo sonar los utensilios entre ellos fuertemente.

Sus labios cincelados se apretaron con ira.

—¿Quién es el jefe aquí, cariño, tú o yo?

—Yo, por supuesto, y no me llame “cariño”. ¿Le gustaría que le guiara al plato? – le preguntó cortésmente.

—Adelante – añadió misteriosamente.

Se inclinó hacia delante, en donde estaba la taza de café y la tomó, mientras ella le decía en donde estaba localizado el plato.

—¿Por qué no puedo llamarte “cariño”? – le preguntó cuando ella iba al interior de la casa.

Dana se detuvo y lo miró.

—Bueno, por que no es profesional. – dijo ella finalmente.

Él se rió sin alegría.

—No, no lo es. ¿Eres rubia? Me imagino que tu pelo se ve como la miel,

¿no? ¿O es claro?

—Es bastante claro.

—¿Y largo?

—Si, pero me hago un moño.

—¿Miedo que algún hombre pueda confundir el pelo suelto con moralidades sueltas, enfermera? – se burló él.

—No se burle de la moralidad. – dijo ella cortante. – Algunos de nosotros estamos lo suficiente pasados de moda, como para ofenderse.

Y con eso, entró en la casa, mientra él hacía un sonido como una risa ahogada.

* * * *

Esa tarde él le dijo que quería pasear por la playa, un pronunciamiento tan profundo, que su madrastra se quedó sin aliento cuando lo escuchó. Dana se 31

limitó a sonreír cuando lo tomó del brazo para conducirlo por las escaleras hasta el agua. Estaba comenzando a disfrutar de su trabajo.

—¿Por qué ha cambiado de opinión? – le preguntó, mientras lo guiaba por la playa

—Decidí que podía sacar provecho de su experiencia antes de que me abandones. – dijo él.

Ella lo miró con curiosidad.

—¿Por qué iba a abandonarlo?

—Yo podría no darte opción.

Gannon metió la mano en su bolsillo y apretó los músculos de su brazo.

—No soy un hombre fácil. No tomo bien la ceguera y mi temperamento, no es siempre el mejor.

—¿Cuánto tiempo ha tenido este problema? – le preguntó Dana, haciendo su impresión de un psiquiatra vienés.

Él se rió entre dientes ante el acento fingido.

—Mi temperamento no es el problema. Es la manera en que la gente reacciona ante esto.

—Ah, se refiere a esas cosas embarazosas que ellos hacen, ¿cómo esconderse bajo los muebles y correr hacia las colinas, cuando traspasas una puerta?

—¿Cómo esa dulce voz puede ser tan sarcástica? – dijo él.

Su mano se deslizó hacia abajo y de repente tomó la de ella, sosteniéndola aún cuando ella instintivamente se echó hacia atrás.

—No, no enfermera. Se supone que eres mi guía, ¿verdad? Una suave y pequeña mano, para un fuerte y pequeño ser.

—La suya es enorme. – respondió ella.

La sensación de los dedos fuertes y cálidos, estaban haciendo algo raro en su respiración y en su equilibrio. Quería soltarse, pero él era más fuerte.

—Un legado de mi padre holandés.

—Bueno, no es exactamente un enano. – musitó ella.

Él se rió suavemente ante ese comentario.

—Estoy a un metro ochenta y cinco de mis calcetines.

—¿Alguna vez jugó baloncesto?

—No, lo odiaba. Verás, no me gustaban los deportes en grupo. Me gustaba esquiar y los autos rápidos. Las carreras. Fui a Europa cada año por el Grand Prix. Hasta este año. – añadió con frialdad. – Nunca voy a ir otra vez, ahora.

—Tiene que dejar de pensar que su ceguera es permanente – le dijo en voz baja.

—¿Mi madre te contó ese cuento de hadas, también, acerca de la ceguera histérica? – le preguntó.

Gannon se detuvo en su cara. Sus manos se movieron hasta la parte superior de sus brazos.

—No me parece que seas propensa a la histeria, ¿no es así, enfermera?

—No tiene nada que ver con eso, señor van der Vere, como estoy segura que su médico le explicó. Se trata simplemente de un gran shock para el nervio óptico…

—Estoy ciego. – dijo él, cada palabra cortada y deliberada. – Eso no es histeria, es un hecho. ¡Estoy ciego!

—Si, de manera temporal.

Ella estaba parada pasivamente a su alcance, mirándolo intensamente con el ceño fruncido, determinada a no demostrar miedo. Ella tuvo la sensación que a él le gustaría eso.

—No es desconocido que el cerebro nos juega una mala pasada, ya sabe.

Usted vio que las astillas venían directamente a sus ojos y fue golpeado hasta quedar inconsciente. Es posible que usted…

—No es posible. – dijo secamente y su agarre fue mayor hasta que ella se quedó sin aliento. – La ceguera se debe a que me golpeé la cabeza. Los médicos simplemente no encuentran el problema. ¡Ellos inventan esto de la ceguera histérica para excusar sus propios egos!

No era posible razonar con una pared de ladrillos, se dijo.

—Señor van der Vere, me hace daño. – dijo en voz baja.

De pronto sus manos se relajaron, pero no las quitó de ella. Alisó la suave piel de los brazos a través de las magas delgadas de su uniforme blanco.

—Lo siento. No quise hacer esto. ¿Se te hacen moretones con facilidad, señorita Steele, a pesar de tu nombre metálico?

—Si señor.

Él estaba parado muy cerca de ella y la calidez de su cuerpo y su olor a limpio, la hacían sentir debilidad en las rodillas. Lo miraba hacia arriba y le gustaba la fuerza de su rostro, con su formidable nariz, su fuerte frente y sus brillantes ojos grises.

Durante solo un momento, sus manos la acariciaron despacio, sensualmente, de arriba a bajo de sus brazos. La respiración de él se aceleró.

—¿Cuántos años tienes? – le preguntó de repente.

—Veinticuatro años. – dijo sin aliento.

—¿Sabes cuántos años tengo yo?

Ella negó con la cabeza, antes de notar que él no podía ver su movimiento.

—No.

—Tengo treinta y siete. Trece años más viejo que tú.

—No deje que eso le preocupe, señor, he tenido formación geriátrica. – dijo ella, animadamente.

Las líneas duras de la cara de Gannon, se relajaron. Él sonrió verdaderamente por primera vez desde que estaba a su lado. Esto cambió su rostro y ella comenzó a darse cuenta como aquel tipo de encanto en un hombre, podía ser capaz de afectar.

—¿La tienes Santa Juana4? – murmuró y se rió entre dientes. - ¿Alguna vez has estad casada?

—No señor. – dijo ella consciente de la severidad en su propia voz.

La cabeza de él estaba inclinada por encima de ella, con una ceja arqueada.

—¿Ninguna oportunidad?

Ella se sonrojó.

—Como usted me ha acusado, señor van der Vere, soy bastante remilgada en mis puntos de vista. No me siento superior, solamente no creo en relaciones superficiales. Ese no es un punto de vista popular en estos días.

—En otras palabras, dijiste que no y se corrió la voz, ¿es lo que quieres decir, señorita enfermera? – preguntó en voz baja.

Estaba tan cerca de la verdad, que jadeó encima de él.

—Bueno, si. – soltó ella.

Él asintió con la cabeza.

—La virtud es una compañía solitaria, ¿no? – murmuró él.

Soltó sus brazos y antes que ella se diera cuenta de lo que estaba haciendo, sus manos grandes y cálidas, enmarcaban su rostro.

—Quiero saber la forma de tu cara. No entres en pánico. – le dijo.

Pero ella no quería que él sintiera la cicatriz larga y fea en su mejilla y se apartó como si él la hubiera golpeado fuertemente. El rostro de Gannon se endureció.

4 Se refiere a Juana de Arco.

—¿Es tan íntimo el toque de unas manos en una cara? – le preguntó secamente. – Perdóname entonces, si te ofendí.

—No estoy ofendida. – dijo rígidamente, alejándose de él, sobre piernas que amenazaron con doblarse.

Su toque la había afectado de una manera extraña.

—Es solo que no me gusta ser tocada, señor van der Vere.

Sus espesas cejas se arquearon hacia arriba.

—¿De veras? ¿Puedo sugerir, señorita, que tienes más inhibiciones de lo que se considera normal, para una mujer de tu edad?

Ella se puso aún más rígida.

—¿Puedo sugerir que yo prefiero tener mis inhibiciones que su mal humor?

Gannon hizo un sonido áspero y se alejó.

—En caso que te hagas ilusiones, no creas que había algo más que curiosidad en esta apreciación. No puedo perder mi cabeza por una figura que ni siquiera puedo ver.

La cruel declaración le recordó su ceguera. Se sentía enojada consigo misma por negarle la forma de su cara, pero ella no había querido que él sintiera su cicatriz. Eso la había hecho menos que perfecta y mucho más sensible que de costumbre a la falta de miradas.

Él comenzó a caminar a lo largo de la playa, vacilante.

—¿Vienes enfermera, o te gustaría verme caer de bruces en el oleaje? – le preguntó bruscamente.

—No trate de hacerme sentir culpable, señor van der Vere. – dijo, tomándolo del brazo. – No voy a disculparme por ser yo misma.

—¿Te lo he pedido? – dijo, y suspiró profundamente. – Odio estar ciego.

—Si, lo sé.

—¿En serio? – y su voz era dura, llena de sarcasmo. – Pero entonces, piensas que estoy histérico, ¿no es así enfermera? ¿por qué entonces la simpatía en tu voz?

—Usted no tratará de entender el término medio, ¿verdad? ¿Prefiere disfrutar de su aflicción, señor van der Vere? ¿Tiene usted que hacer daño a otras personas fuera de su propia negativa de ayudarse así mismo?

Gannon parecía crecer más alto de lo que era y su rostro estaba rígido, como la piedra.

—Si fueras un hombre… – comenzó a decir con vehemencia.

—Si yo fuera hombre, sería un arqueólogo – dijo ella amablemente – y me dedicaría a desenterrar huesos viejos. No sería una enfermera, así que no estaría aquí, y usted no tendría a nadie a quien gritarle, ¿verdad?

Él dijo una ruda palabra bajo su aliento y sus labios se apretaron en una delgada línea. En sus costados, él apretaba sus poderosas manos, convulsivamente.

—¿Quieres ir a nadar conmigo, señorita Steele? – dijo después de un minuto.

—No señor, no quiero ir a nadar. Y vergüenza debería de tener por lo que está pensando. El tiburón solo conseguiría una indigestión.

Él pareció amortiguar una risa, pero no pudo detener el sonido de su garganta.

Era un sonido agradable, lleno de humor y amor por la vida. Fue como música para los oídos de Dana.

—Llévame a casa, si quieres. – se rió entre dientes. – El mar es demasiado tentador, lo confieso.

—Es por su propio bien que lo aguijoneo. – le dijo ella, mientras caminaban por la playa. – La autocompasión es contraproducente, ya sabe.

—¿Estaba sintiendo lástima por mí mismo? – reflexionó. Tropezó, maldijo y se irguió. – Deja de conducirme por entre las rocas.

—Eso era un pedazo de madera a la deriva y usted tiene que levantar los pies en lugar de arrastrarlos a lo largo, perturbando a los cangrejos de arena, no le gustaría caerse, ¿verdad?

—Bruja. – la acusó él.

—No es de extrañar que usted deseara meterme en el agua. – murmuró ella. - ¿Deseaba saber si floto, verdad?

Él negó con la cabeza.

—Creo que he encontrado a mi igual. – murmuró. – Dime algo, señorita.

Si tú y los médicos están equivocados y la ceguera no es histérica,

¿entonces qué? ¿Me guiarás a todas partes por el resto de mi vida?

Ella estaba convencida que los médicos no habían cometido un error, no con la batería de pruebas que habían hecho. Pero estaba cansada de discutir el punto.

—Si están equivocados – dijo, destacando las palabras – entonces se aprende a vivir con ella. Hay fantásticos desarrollos en informática que tienen que ver con la ceguera, como estoy segura que usted conoce, por su participación en ese campo.

—Si, lo sé. – dijo en voz baja. – De hecho, uno de mis ingenieros desarrolló un sistema en Braille, que permite el acceso a un ciego con otros ciegos por intermedio de sus ordenadores.

—¿Ve usted? No es una puerta cerrada a la que se está enfrentando. ¿Y

considerará usted otra cosa?

—¿Qué?

—¿Qué Dios nos da obstáculos por razones?

—Dios – dijo él – no me hizo quedarme ciego. Lo hice por mí mismo. ¿Por qué debo esperar que Él me ayude?

—¿Por qué no habría de hacerlo? – respondió ella. – Sospecho que no es un hombre religioso.

—Sospecha correctamente.

—¿Qué está haciendo al respecto? – le preguntó ella. ¿Qué hace para justificar su existencia?

—Yo trabajo para mí. – dijo con aspereza. – Y con ánimo de lucro. Por supuesto. ¿Qué otra razón hay? No soy un filántropo.

—Obviamente.

Él se movió inquieto.

—No trates de echar un manto de culpa sobre mí. Yo ayudo a la caridad.

—¿Qué quiere dar de sí mismo?

Gannon se detuvo en seco.

—¿Perdón?

—¿Qué quiere dar de usted mismo? El dinero es vulgar.

—Así habla uno sin él. – respondió con frialdad. – Nunca deja de sorprenderme que las personas que se quejan sobre la forma en que se distribuye la riqueza, son generalmente las mismas personas que carecen de ella.

Touché. – estuvo de acuerdo ella.

Y miró como los cabellos de él, volaban al viento y su rostro duro.

—He sido pobre la mayor parte de mi vida, señor van der Vere. Me gustaría tener un vestido caro de vez en cuando y tener un perfume de lujo. Pero he vivido sin esas cosas. La diferencia es que yo vivo una vida de servicio a Dios. Tengo el placer que viene de la entrega de mí misma.

Él pareció incómodo.

—¿Entonces, por qué renunciar a ella para venir aquí? – preguntó con suspicacia. – Estoy seguro que te están pagando mucho más aquí de lo que ganas trabajando en el hospital. – añadió con sarcasmo.

Dana apartó la mirada de él, ruborizada.

—Eso es verdad. Pero el dinero no es la razón por la que vine.

—¿Entonces, por que fue?

Ella se enderezó.

—Motivos personales, señor van der Vere, que no tienen nada que ver con usted. ¿Nos vamos?

—¿Niegas el desafío? – la pinchó. – Muy bien, llévame directo a la casa.

No me gustaría que el viento se llevara tu halo Ella no quería nada más en ese momento que sacudirlo. Pero no lograría nada.

Al menos lo empujó afuera de autocompasión, una pequeña victoria. Quizás habría otras.

Caminaba junto a él, sintiéndose extrañamente eufórica. Deseaba sacarse las horquillas del pelo y dejarlo suelto, que volara al viento, libre. Deseaba sacarse los zapatos blancos de enfermera sensible y controlada y caminar por la playa húmeda con los pies desnudos, como un niño que disfruta de la naturaleza. Sus ojos se levantaron hacia el hombre sombrío a su lado. Comenzaba a ver un objetivo a su presencia allí; y esto era mucho más profundo que ser la enfermera de un ciego.