Capítulo 1
Dana vio a la señora Pibbs, de pie sobre ella tomándole el pulso. Por un momento, ella estuvo de regreso en la clase de estudiante de enfermería de seis años antes, viendo a la señora Pibbs dar indicaciones sobre el procedimiento de enfermería. Pero en cuanto sintió las punzadas del dolor de cabeza y las contusiones en su cuerpo delgado, se dio cuenta, que no estaba en clases. Ella era una paciente en el Hospital General de Ashton.
Sintió tiesa su cara cuando trató de hablar y su cabeza le palpitaba de forma intolerable.
—¿Madre? – logró decir débilmente.
La señora Pibb suspiró, tocando con su mano la de la joven sobre la sábana blanca.
—Lo siento, querida. – dijo suavemente.
Las lágrimas corrían por el rostro nórdico, nublando los ojos color marrón, en su marco de pelo alborotado rubio platino. Ella había sabido antes de hacer la pregunta. Su último recuerdo era la posición poco natural de su madre en la maraña metálica del asiento delantero. Pero esperaba…
—Tu padre está aquí – dijo la señora Pibbs.
A Dana le dolían los ojos.
—No. – dijo ella con frialdad.
La mujer mayor la miró sorprendida.
—¿No deseas ver al señor Steele?
Dana cerró los ojos. Después de lo que su madre le había confesado antes del accidente, no quería volver a verlo.
—No me siento bien para verlo – dijo fuerte.
—Usted no ha sido herida de gravedad, enfermera. – le recordó la señora Pibb con voz de tutor. – Solo tiene algunas contusiones y laceraciones profundas; ni un hueso roto. Estás en observación por una conmoción cerebral y en shock, más que por cualquier otro daño.
—Ya lo sé. Por favor, señora Pibbs, estoy tan cansada.
La cara de la mujer regordeta se derritió un poco ante la mirada. A pesar de su fachada de piedra, en el fondo era un malvavisco.
—Está bien. – aceptó finalmente. – Le diré que aún no estás lista.
—¿Le preguntó algo?
Dana parpadeó.
—El funeral… ¿Está mi tía Helen preocupándose de ello; o debo yo…?
—Tu tía y yo hablamos brevemente hoy en la mañana. Todo está siendo atendido – fue la respuesta tranquila.
Dana asintió con la cabeza, cerrando los ojos con cansancio. Parecía una pesadilla. ¡Si tan solo pudiera despertar!
—Voy a decirle al señor Steele que no estás en condiciones de recibirlo –
agregó la señora Pibbs formalmente y dejó sola a Dana.
Dana volvió la cara hacia la pared. No podía soportar siquiera la vista de su padre o el sonido de su nombre. Pobre Mandy, pobre pequeña Mandy, que no tuvo las armas para sobrevivir sola después de veinticinco años de estar segura.
Era inevitable que tarde o temprano se rompiera.
Después de las primeras semanas después que el divorcio terminara, Dana había estado esperando que algo así, pasara. Pero no lo había estado cuando Jack Steele anunció su matrimonio con una de las mujeres con las que trabajaba, una rubia de aspecto maternal, que Dana solo había visto una vez. Mandy se había aferrado a su trabajo en una tienda de flores, aparentemente feliz y con todo para vivir. Hasta que Jack se había casado hacía tres meses. Y luego, la noche anterior, Mandy, la había llamado llorando histérica y le pidió conversar con ella. Dana fue con ella, como siempre que Mandy la llamaba y encontró a su madre bebiendo.
—Vamos a cenar. – le rogó Mandy, con sus ojos marrones llorosos por lágrimas ardientes y su cara arrugada, mostrando su edad. – No puedo soportar estar sola. Vamos a cenar y a conversar. Pensé que querrías volver a casa y vivir conmigo otra vez.
Dana había estado tan abatida y lo estaba aún por esa solicitud de su madre.
No quería volver a casa de nuevo, quería su independencia. Tenía que encontrar una manera amable de decirle eso a Mandy y la estaba buscando, cuando iban hacia el auto.
—Voy a conducir – insistió Mandy. – Estoy bien, cariño, de verdad. Solo bebí un par de martinis, ya sabes, nada muy fuerte. Sube.
En ese momento, Dana debería haber insistido en conducir, pero se había alterado con la repentina petición de su madre de volver a vivir con ella, que subió obedientemente al asiento delantero del auto.
—Va a ser bonito tenerte en casa de nuevo. – susurró Mandy, dirigiéndose a un restaurante cercano.
—Pero mamá… – comenzó a decir Dana.
—Tu padre dijo que no lo harías, pero yo sabía que mentía. – continuó Mandy, imperturbable.
Las lágrimas surgieron de repente en sus ojos y sus manos temblaban en el volante.
—Él dijo que tú estabas contenta de que nos hubiéramos divorciado, así tú podrías pasar más tiempo con él sin… sin tener que verme al mismo tiempo. Él dijo que me odiabas.
Dana recordaba como contuvo el aliento mientras miraba fijamente a su madre.
—¡No! – exclamó. - ¡Nunca he dicho tal cosa!
La fina boca de Mandy comenzó a temblar.
—Él me hizo estar de acuerdo con el divorcio… ya sabes. Me hizo…
—¿Papá? – preguntó sorprendida.
No sonaba como algo que hubiera dicho su padre, pero Mandy no le mentiría, sin duda.
—Ha habido otras mujeres desde que nos casamos, Dana. – continuó con vehemencia. – Él se casó conmigo solo por que tú venías en camino. Y
trató de liberarse de ti, tan pronto como se enteró…
Dana estaba devastada. Abrió la boca para hablar, pero su madre no la dejaba decir de una palabra.
—Te he llamado esta noche por que había decidido que…que iba a suicidarme. – Mandy se rió histéricamente y sus manos se aferraron con fuerza la volante y aceleró el auto. – Pero entonces me puse a pensar, que no necesito hacer eso, no necesito estar sola. Tú puedes venir a casa y quedarte conmigo. No necesitas estar sola en tu departamento.
—Pero no estoy sola, comparto el departamento. – trató Dana de razonar con ella.
—Va a ser tan divertido. – continuó Mandy salvajemente.
Volvió su cabeza para mirar a Dana.
- Él nunca te deseó, pero yo si. Tú eras mi bebé, mi niña…
—Mamá ¡Cuidado!
Dana alcanzó a ver el camión, pero Mandy no. Antes que pudiera conseguir que su mente funcionara, el camión estaba encima de ellas. Entonces, solo había habido el sonido del metal crujiendo y las astillas de vidrio…
Dana sintió correr ardiente lágrimas por sus mejillas. Lloraba amargamente.
No solo había perdido a su madre. Ahora entendía por qué había tenido esos argumentos todo el tiempo, porque sus padres habían sido tan hostiles el uno con el otro. Incluso explicaba porque su padre no se le había acercado desde su divorcio. Se había casado con su madre solo por que tuvo que hacerlo. Él nunca la quiso. Nunca.
No era extraño entonces, que siempre estuviera lejos de casa. No le extrañaba que nunca hubiera tratado de construir algún tipo de relación con su hija. Él la había odiado, por que lo había obligado a casarse con una mujer que no amaba, que nunca había amado. De pronto, la señora Pibbs entró en la habitación y Dana se secó las lágrimas con la punta de la sábana.
—Tu padre se ha ido – dijo a la joven, la enfermera, estremeciéndose ante las profundas laceraciones en la piel de Dana, una vez impecable.
Habría cicatrices, aunque la señora Pibbs, había decidido no decírselo aún a Dana. Había tenido bastante por un día. Dana lamió sus labios secos.
—Gracias señora Pibbs.
—¿Dolor de cabeza? – preguntó, esbozando una sonrisa pálida.
—Uno asesino. ¿Podría darme algo?
—Tan pronto como el doctor Willis haga su ronda. Y eso será en pocos minutos. – dijo, mirando su reloj pulsera.
Dana se dio cuenta de la incomodidad que sentía en su cara y sintió las vendas en sus mejillas.
—Mi cara… – comenzó a decir.
—Te curarás muy bien – dijo la señora Pibbs, firmemente. – Era inevitable, con todos esos vidrios rotos. No es tan malo, cariño. Estás viva. Tienes mucha suerte de haber estado usando el cinturón de seguridad.
El labio inferior de Dana temblaba.
—Señora Pibbs, mi madre… ¿fue rápido?
La mujer mayor suspiró.
—Fue instantáneo. Los asistentes de la ambulancia nos lo dijeron. Ahora a descansar. No insistas en ellos, solo descansa. El recuerdo se desvanecerá, también los cortes. Solo se necesita tiempo.
Los ojos de la señora Pibbs, se pusieron tristes de repente.
—Dana, yo perdí a mi madre cuando tenía quince años. Recuerdo muy bien como duele. Todavía la extraño, pero el dolor pasa. Y lo hará.
—¡Si yo hubiera insistido en conducir! – exclamó Dana, y las lágrimas regresaron a sus ojos. – ¡Todo es mi culpa!
—No, querida, no lo es. El camión que golpeó el auto de tu madre se paso un alto. Incluso si tú hubieras ido conduciendo, no habría podido evitarse.
La enfermera se movió hacia delante y apartó el salvaje pelo rubio, lejos de la cara magullada de Dana
—El chofer del camión solo salió con algunos rasguños. ¿No son así las cosas? – añadió con una sonrisa triste.
Dana se mordió el labio.
—Si. – murmuró ella.
—A propósito, Jenny dijo que vendría a verte más tarde. Y la señorita Ena preguntó por ti. – agregó la enfermera.
Dana no pudo reprimir una sonrisa pequeña, incluso a través de su dolor. La señorita Ena, había sufrido una operación a la vesícula y fue la perdición del personal de enfermería; pero extrañamente le había tomado cariño a Dana y haría cualquier cosa por la joven enfermera.
—Por favor, dígale a ella, que estaré de vuelta al servicio la noche del viernes. – Dijo Dana suavemente.
—Eso estará para ti, pero dependerá de cómo te encuentres para entonces.
– fue la respuesta de la señora Pibbs. – Vamos a esperar a hablar sobre el funeral hasta que el doctor Willis te haya visto. Tienes que estar preparada. Es muy posible que se nieguen a dejarte a ir.
Los ojos de Dana se nublaron de nuevo.
—Pero debo hacerlo.
—Tienes que ponerte bien – replicó la señora Pibbs... – La veré más tarde, enfermera. – Estoy muy ocupada, pero quise comprobar como estabas.
El doctor Willis estará por aquí dentro de poco.
Ella hizo una pausa en la puerta y sus ojos estaban sinceramente afectados, cuando vio la cabeza rubia recostarse sobre la almohada. Algo iba muy mal aquí, muy mal. El padre de Dana dijo lo mismo, cuando ella le informó que Dana se negó a verlo. Pero él no iba a insistir, le dijo a la señora Pibbs. Dana tendría que salir sola de esto. Pero ¿podría hacerlo? Se preguntó la señora 7
Pibbs. El doctor Willis la visitó treinta minutos más tarde y Dana fue trasladada poco después a rayos X. Durante el resto del día, otras pruebas se llevaron a cabo y los resultados fueron correlacionados, y por la noche, a la llorosa enfermera, le dieron el veredicto.
—No hay funeral – dijo el doctor Willis en su ronda nocturna. – Lo siento, Dana, pero una conmoción cerebral, no es algo para jugar, tu cabeza sufrió un gran golpe. No puedo correr el riesgo de dejarte ir tan pronto.
—Entonces, ¿se puede posponer el funeral? – preguntó esperanzada.
Él negó con la cabeza.
—Tu tía no está en condiciones de posponerlo. – dijo sin rodeos.
Y él debía saberlo. Su tía Helen era su paciente también. – Mandy era su única pariente, aparte de ti. Ella está bastante devastada. No, Dana. Mientras más pronto se acabe, mejor.
—Pero deseo ir – se lamentó amargamente Dana.
—Lo sé. Y entiendo por qué. – dijo suavemente. – Pero sabes que el cuerpo es solo el envase. La sustancia, la chispa que era su alma, ya está con Dios. Sería como mirar un vaso vacío.
Las palabras eran extrañamente reconfortables y tenían sentido. Pero ellas no hacían que el dolor fuera más llevadero. El doctor Willis le tomó el pulso y le examinó los ojos.
—¿Debo llamar a Dick y hacerlo venir para que hable contigo? – le preguntó cuando terminó, nombrando a su ministro. Ella asintió con la cabeza.
—Si, por favor. Sería de gran ayuda en estos momentos. Tía Helen, ¿va a venir a verme?
Él negó con la cabeza.
—Esta noche he tenido que sedarla. El shock para ambas, fue demasiado.
¿Dónde está Jack? Pensé que estaría contigo.
—Mi padre tiene una familia en que pensar. – dijo con amargura.
El doctor la miró fijamente.
—Tú también eres su familia.
—Dígaselo a él. – dijo secamente, mirando hacia otro lado. – Por que ni siquiera me ha llamado por teléfono desde el divorcio. Desde que salí de casa. Desde que entré a trabajar como enfermera. ¡Nunca!
—Ya veo.
—No, no lo hace. – y miró la sábana blanca del hospital. – Lo siento mucho, doctor Willis, sé que solo estaba tratando de ayudar, pero esto es algo que tengo que solucionar por mí misma.
Él asintió.
—Si puedo ayudar, lo haré. Conozco a tu familia desde hace mucho tiempo.
Ella le sonrió.
—Si, gracias.
—Te vamos a mantener aquí por dos o tres días, dependiendo de cómo progreses. – le dijo suavemente. – Me gustaría darte algo para el dolor.
Pero solo Dios puede hacer eso.
* * * *
La tía Helen vino a verla a la mañana siguiente, vestida con un traje azul extremadamente caro, con un gran sombrero, pareciendo muy elegante. Se parecía mucho a Mandy, pero ella era más alta y más delgada. Y mucho más emocional.—¡Oh, querida! – dijo, arrojándose sobre Dana, envuelta en una nube de perfume caro y un pañuelo de gasa. – Oh querida, que hombre más horrible para las dos. ¡Pobre Mandy!
Dana, que estaba empezando a tener un poco de control sobre sus emociones, al oír a su tía, lloró otra vez.
—Lo sé. Tía Helen, ella era tan infeliz, tan miserable. – dijo en voz baja.
—Lo sé. Le dije que nunca debería haberse casado con ese hombre. Se lo advertí, pero nunca me quiso escuchar.
Helen se apartó con un suspiro y entre lágrimas.
—Supe en el mismo momento en que me habló sobre el divorcio, que no estaría mucho más tiempo con nosotras. No era lo suficientemente fuerte para vivir sola, ya sabes.
—Si, lo sé. – Dana gimió. – Todo pasó tan rápido, ella había estado bebiendo…
—Ellos me lo dijeron. Pero querida, ¿por qué dejaste que ella condujera?
¿No te diste cuenta de lo que podría pasar?
Dana sintió rígida la cara.
—De todas las cosas estúpidas para hacer, debiste haber tomado las llaves de ella, en primer lugar.
Los ojos marrones tan parecidos a los de su madre, la estaban acusando.
—¿Por qué, por el amor de Dios, la dejaste conducir Dana?
Dana no podía ni siquiera pensar en una respuesta. Llegó a ciegas al timbre y lo pulsó. Una minuto más tarde, una enfermera entró en la habitación.
—Enfermera, ¿le puede mostrar a mi tía la salida, por favor?
Dana lo pidió con fuerza, sin mirar a su tía, quien estaba sorprendida, obviamente. La enfermera supo que estaba pasando, al mirar el rostro demacrado de su paciente.
—Lo siento, pero la señorita Steele, no puede ser molestada. Tiene una conmoción cerebral. – dijo la enfermera con firmeza. - ¿Quiera venir conmigo, por favor?
Como si se hubiera dado cuenta de lo que había estado diciendo, la cara de Helen se puso blanca de repente.
—Cariño, lo siento tanto…
Pero Dana cerró los ojos, para no ver. La pesadilla parecía que no iba a terminar nunca, y se preguntó si todo el mundo la culpaba a ella por la muerte de su madre. Volvió la cara hacia la almohada y lloró como un niño.
El ministro la visitó esa misma noche, después que el funeral había terminado y Dana derramó su corazón en él.
—Y es mi culpa, incluso la tía Helen, dice es que mi culpa. – confesó.
—No es culpa de nadie, Dana. – dijo él, sonriendo en silencio.
Era un hombre amable que la hacía sentir consuelo y seguridad.
—Cuando la vida es tomada, es solo por que Dios ha decidido que Él tiene más necesidad de aquella vida, que los que estamos vinculados con ella aquí, en la tierra. La gente no muere por ninguna razón, Dana, o por que sea culpa de alguien. Dios es quien decide el momento de la muerte, no uno de nosotros.
—Pero todo el mundo piensa que es culpa mía. ¡Yo debí haberla detenido, debí haberlo intentado!
—Y si lo hubieras hecho, algo más habría pasado – dijo él en voz baja.
—Creo firmemente, en que las cosas pasan, como Dios quiere que pasen.
—No puedo ver nada. – confesó con cansancio – salvo que mi madre se ha ido y que ahora no tengo a nadie. Hasta la tía Helen me odia.
—Tú tía estaba literalmente en lágrimas por lo que te dijo esta mañana. –
corrigió él. – Ella quería volver y pedirte disculpas, pero tenía miedo que no la dejaras entrar en la habitación. Estaba molesta. Tú sabes como es Helen.
—¿Qué voy a hacer? – le preguntó, secándose las lágrimas.
—Vas a seguir con tu vida. – dijo simplemente. – La vida le pertenece a Dios, lo sabes. Tu profesión es una de servicio. ¿No es la mejor manera de pasar la pena, disminuyendo el dolor de los demás?
Se sentía cálida por dentro al pensar, que la enfermería era mucho más para ella, que una profesión. Era una forma de vida, curar a los enfermos, ayudar a los heridos, consolar a los afligidos. Si, pensó, y sonrió. Si, así sería como se ayudaría. Pero era más fácil decirlo que hacerlo, lamentablemente. En los días y las semanas que siguieron, olvidar fue imposible.
Después de la primera semana, el tiempo parecía volar. Dana hizo la ronda en su sala, haciendo una pausa para ver a la señorita Ena, que estaba poniéndose difícil otra vez. La delgada anciana había exigido su inyección a una hora temprana, pero Dana, se limitó a sonreír y a esponjar las almohadas con su eficiencia habitual.
—Ahora, señorita Ena – dijo con una sonrisa tranquila – sabe que no voy a ignorar la orden del doctor Sanders, así que no me lo pida. Supongamos que le traigo unos de los voluntarios que vienen a ayudar, para que le lea hasta que llegue el momento. ¿La ayudaría eso?
La cara agria de la señorita Ena se iluminó un poco.
—Bueno, supongo que ayudaría. – dijo de mala gana.
Ella puso su cuerpo delgado contra la almohada con un suspiro.
—Si. – dijo en un tono más suave. – Gracias. Ayudaría mucho.
—Sé que los hospitales son difíciles para las personas que están acostumbradas a la horticultura, a pasear por los bosques y a podar arbustos. – confesó Dana, poniéndole una mano sobre el hombro delgado. Pero en muy poco tiempo usted estará bien de nuevo y hará lo que quiera. Sol téngalo en cuenta. Créame, esto le ayudará a pasar el tiempo mucho más rápido.
La señorita Ena, sonrió débilmente.
—No estoy acostumbrada a estar en cama. – confesó – y no quiero ser desagradable. Es solo que odio sentirme impotente.
—Lo sé. – le dijo Dana en voz baja. – A nadie le gusta. – y ahuecó las almohadas de nuevo. ¿Qué tal un poco de televisión ahora? Hay un 12
programa especial sobre la entrega de premios a la música country –
añadió, conociendo la afición de la anciana por ese tipo de música.
El rostro de la anciana se iluminó.
—Eso estaría bien – dijo después de un minuto.
Dana encendió el televisor y buscó el canal, ocultando una sonrisa de la señorita Ena.
Varias semanas después, Dana fue llamada a la oficina de la señora Pibbs y supo sin preguntar, cual era la razón.
—Me gustaría olvidar esto, enfermera. – dijo levantando la carta de renuncia que Dana había puesto sobre su escritorio, temprano en la mañana, cuando entró en servicio. – La enfermería ha sido su vida.
Seguramente, no pretenderás tirar todos estos años de formación, ¿no?
Los ojos de Dana se turbaron.
—Necesito tiempo. – dijo en voz baja. – Tiempo para superar la muerte de mi madre, tiempo para ordenar mis prioridades, tiempo para recuperarme. Yo… yo no puedo soportar un entorno familiar ahora mismo.
La señora Pibbs se echó hacia atrás con un suspiro.
—Entiendo. – dijo frunciendo el ceño y los labios. – Lo que necesitas es un cambio de escenario. Puedo tener una sugerencia para ti. Una amiga mía está buscando una enfermera privada para su hijo. Vive en algún lugar olvidado de Dios, en la costa Atlántica. Él es ciego.
—Yo no había pensado en hacer servicios privados. – murmuró Dana.
—Tienes que mantenerte. – le recordó la señora Pibbs. – Aunque el salario sea bueno, debo advertirte que no todo será tranquilidad. Entiendo que el hijo de Lorraine tiene un genio de los mil demonios. Él era un ejecutivo, ya sabes, con mucho poder y autoridad. Ha sido relegado a una posición figurativa en su empresa de electrónica.
—¿La ceguera es permanente?
—No lo sé. Lorraine está bastante desesperada; sin embargo – añadió con una pequeña sonrisa – Él no es un hombre fácil de cuidar.
La señora Pibbs había hecho de esto un desafío, que quizás Dana necesitaba.
—Tal vez – murmuró – sería justo lo que necesito.
La enfermera mayor, asintió con aire de suficiencia.
—Podría ser justo lo que Gannon necesita también.
Dana alzó la vista.
—¿Es ese su nombre?
—Si. Gannon van der Vere. Es holandés.
Inmediatamente Dana se imaginó un hombre con un pequeño bigote, muy rubio, recordando al único holandés con el que había tenido contacto, el señor van Ryker, que una vez había sido paciente del hospital. Ella sonrió suavemente. Tal vez él podría enseñarle holandés, mientras ella lo ayudaba adaptarse a su ceguera. Y al ayudarlo, quizás ella se olvidaría de su propia angustia.
Esa noche, estaba peinando su cabello rubio platino, cuando Jenny entró como un remolino, con las horquillas volando, mientras se apresuraba en sacarse su uniforme de enfermera y ponerse un vestido.
—¿No vas a salir esta noche? – le preguntó Jenny desde el baño.
—No iré a ninguna parte – respondió Dana, con una sonrisa en el espejo. –
Estoy teniendo una noche tranquila.
—Siempre hay noches tranquilas. ¿Por qué no vienes con Gerald y conmigo?
—No, gracias. Prefiero reponer mi sueño. Me han llamado dos veces en los tres días pasados. ¿Cómo está esa niña que tiene pulmonía, que es paciente del doctor Hames?
—Está respondiendo. Creo que lo logrará.
Jenny volvió a la habitación con un vestido blanco y verde a rayas, a juego con medias verdes.
—Oye, dime de que trata ese rumor acerca de tu renuncia. – le preguntó Jenny.
Jenny no era una persona que prestara oído a chismes, sin poner reparos, para llegar a la verdad. Era lo que más admiraba Dana de ella.
—Es verdad. – dijo de mala gana; por que le gustaba su compañera de piso y la echaría de menos. – Estoy a la espera de oír hablar de un trabajo que la señora Pibbs conoce, y he renunciado oficialmente, a partir del próximo lunes.
—Oh, Dana. – se quejó Jenny.
—Te escribiré. – le prometió. – Y tú también lo harás. No es para siempre.
—Es por la muerte de tu madre, ¿no? – le preguntó Jenny. – Si, me imagino que es duro para ti, estar siempre en un lugar que te la está recordando constantemente. Y la situación entre tu familia y tú…
Los ojos de Dana se nublaron y se dio la vuelta.
—Voy a estar bien. – logró decir. – Que lo pases muy bien esta noche –
añadió con una nota brillante.
Jenny suspiró mientra recogía su bolso.
—¿Puedo traerte algo cuando vuelva? ¿Qué tal un filete mignon, una bata de seda, un Rolls Royce, un hombre...?
Dana se rió.
—¿Qué te parecen unas dos horas extras de sueño, para poner en mi bolsillo, cuando el viejo doctor Grimm me llama, para que lo ayude a curar a un herido por arma blanca y me cuenta todos sus antecedentes médicos antes de despedirme?
—Veré lo que puedo hacer. – prometió Jenny. – Buenas noches.
—Buenas noches.