EPÍLOGO
EL jefe de la manada de lobos se hallaba junto a los restos de la solitaria torre, que sobresalían entre una maraña de ladrillos llenos de hielo, diez metros por encima de la meseta de nieve. El animal tenía las patas delanteras apretadas al suelo para vencer la pendiente. Más abajo, en los últimos destellos de luz diurna, seis puntos negros avanzaban al abrigo del terreno elevado. Hombres...
Los amarillos ojos del lobo se centraron en el grupo y en sus componentes. Dio media vuelta y se alejó en silencio por el lado opuesto de la pendiente. Su manada, formada por cerca de cuarenta animales, aguardaba en la nieve. Irguió la cola, la puso horizontal respecto del suelo, al pasar junto a sus compañeros en dirección al borde de la escarpa. Los hombres estaban más cerca, y el lobo los distinguió claramente. Pero no hizo nada más, no dio ninguna señal, mientras seguía avanzando.
Detrás de él, los cuarenta lobos se dispusieron en hilera, una sola hilera, a lo largo de casi medio kilómetro. De vez en cuando se detuvieron obedientemente mientras el jefe subía a alguna elevación del terreno para observar. Pero el jefe bajaba siempre con la cola en idéntica posición. Los lobos mantuvieron las distancias, quinientos metros entre ellos y los hombres.
El jefe del grupo de hombres volvió a poner los binoculares en el bolsillo especial a la altura de su pecho. Se volvió e hizo una señal a los otros cinco. Igual que él, todos iban vestidos con pieles. El y las tres mujeres llevaban rifles; los otros dos hombres arrastraban un trineo ligero.
—¿Están de caza? —preguntó la mujer que había al lado de él.
El jefe de los hombres sacudió la cabeza.
—No, están vigilando —dijo—. No intentarán nada. Ya saben lo que les pasa cuando lo hacen.
La enguantada mano de la joven asió el brazo del jefe. Ella tocó su rifle.
—¿No deberíamos... bueno, darles algo en que pensar?
—No, va en contra de las normas del Instituto, a menos que los lobos ataquen. Y no atacarán. Somos una expedición Alfa, y derribaríamos treinta animales en los primeros cien metros. Los lobos saben que es un grupo de seis es una expedición Alfa, siempre, y también saben qué ocurre cuando atacan un grupo como el nuestro. Seguirán observando, pero nos dejarán en paz.
—Quizá deberíamos acampar —dijo uno de los hombres—. Es más fácil no perderlos de vista desde el campamento.
—No —repitió el jefe—. Debemos hacer quince kilómetros más, según el programa de la jornada. Una pequeña manada de lobos no nos detendrá.
Los seis avanzaban hacia el norte. La torre de Sears iba desapareciendo en la oscuridad. Cuatrocientos metros por debajo, enterrada desde hacía treinta años, Chicago yacía en una tumba que no se abriría durante mil siglos.
Espero no estar equivocado, pensó el jefe, observando el flanco, donde la distante hilera de lobos se mantenía en las sombras, vigilante. Pero creo que mi padre habría hecho lo mismo.
NOTAS
1 National Center of Atmospheric Research.
2 National Oceanographic and Atmospheric Administration.
3 Global Atmospheric Research Project.
4 Curandero brujo de los pueblos primitivos de Siberia.
5 Sea Surface Temperature (Temperatura de la Superficie del Mar).
6 Central Intelligence Agency (CIA).
7 «Maga», «Maga del Ártico».
8 Royal Air Force (Reales Fuerzas Aéreas).