Capítulo 24

«Es increíble -pensaba Gemma-, cómo la gente puede mantener conversaciones con la mirada.» Al escuchar la solicitud de su tía, Michael levantó los ojos de la taza de café que se estaba preparando para intercambiar una mirada con Gemma. «Le podemos decir que ahora estamos ocupados o te puedo dejar a solas con ella. Lo que prefieras.» Ella lo miró con una media sonrisa agradecida. «Vete. Estaré bien.»

Michael asintió. Acabó de prepararse el café y salió de la cocina.

Al quedarse a solas con su madre, Gemma pudo notar un inmediato cambio en la atmósfera. Fue como si la presencia de Michael hubiera estado actuando como un amortiguador. Ahora que se había ido, los problemas por resolver flotaban en el aire.

- ¿Qué pasa, Ma? -preguntó Gemma. Esta vez, estaba decidida a que el uso de su apodo de infancia no la afectara. La pequeña Gattina estaba al acecho.

Su madre se miró las manos.

- Quería decirte que me arrepiento de haberte abofeteado anoche. La preocupación me volvió loca y no pensé lo que hacía.

El primer impulso de Gemma fue decir que estaba bien, pero lo evitó. Lo que su madre había hecho no estaba bien y recordar la bofetada era como revivirla de nuevo. Se sentía asqueada por dentro y con la cara ardiendo.

- Fue muy humillante.

- Me lo puedo imaginar. -Su madre la miraba con ojos apesadumbrados-. Lo siento mucho, Gattina, perdóname.

- Deja de llamarme Gattina, por favor. La última vez que me lo dijiste lo negaste un momento después.

- En ocasiones no soy una persona demasiado amable -dijo avergonzada.

- Dímelo a mí.

- Pero ¿me perdonas? -preguntó su madre preocupada.

Gemma entornó los ojos.

- Claro que te perdono.

El alivio recorrió las facciones de su madre, sentimiento que Gemma no podía compartir pues esperaba la patada. ¿Pero quizá no iba a producirse en aquella ocasión? Su madre la observaba con una expresión arrepentida que no estaba segura recordar haber advertido antes.

- Anoche estuve pensando.

- ¿Sobre qué?

- Sobre ti.

- ¿Sí? -Gemma hizo un esfuerzo por no parecer estar a la defensiva o sonar escéptica. Su madre intentaba conectar, se estaba esforzando de verdad. Lo mínimo que podía hacer era escucharla.

- Pensé -se puso a toser nerviosa-, que siempre he sido muy dura contigo. Incluso cuando eras una niña pequeña, esperaba que fueras perfecta.

Gemma esperaba atenta.

- Creo que porque eras hija única. Todos mis sueños estaban depositados en ti y lo que hicieras me afectaba. Así pensaba. -Entrelazó las manos-. Por eso, cuando resultaste ser diferente, diferente a lo que yo imaginaba que debías ser, dos ideas vinieron a mi mente. Una era qué pensaría la gente de mí y la otra fue cómo podría protegerte. -Gemma alzó la mirada hacia su madre-. Porque tú y yo sabemos que la gente que va a su aire lo pasa mal, Gemma.

Aquello era extraordinario. Esa era la palabra: extraordinario. Y Gemma se tomó un segundo para deleitarse. Quería oír más, necesitaba oír más.

- Hace años que sé que Nonna era strega. -Su madre se rio divertida-. Era otro motivo de preocupación, te parecías más a ella que a mí.

- ¡Pero eso es ridículo! -le espetó Gemma-. Quiero decir, tú eres mi madre, por amor de Dios. Nadie puede reemplazarte, ni siquiera Nonna.

- ¿Cómo podía saberlo? -dijo encogiéndose de hombros-. Era una mujer estúpida y asustada. Y además, no se puede decir que tú y yo congeniáramos, al menos desde tu adolescencia.

- Ma…

- Déjame acabar, Gemma. -Hizo una pausa. Al empezar de nuevo había un temblor en su voz que Gemma no había percibido desde la muerte de su padre-. Al ver a tu abuela en la cama del hospital, me he dado cuenta de lo cerca que he estado de perderla. A mi propia madre. Ha sido un golpe muy fuerte. Pero también me ha hecho pensar si quería ser alguien sin madre ni hija. Y la respuesta es que no. -Se levantó y acarició con su mano la misma mejilla que había abofeteado la noche anterior-. Es duro para mí, cara. Muy duro. Sabes que tu madre no es demasiado buena hablando de sus sentimientos, pero quiero que vuelvas a mí y me doy cuenta de que he de aprender a hablar contigo. A escucharte. A verte. Y que tengo que estar abierta a decirte lo que pienso de verdad.

Gemma tragó saliva.

- ¿Y qué es?

- Que eres una buena chica. Una persona buena y eso es lo que importa y no que seas una…

- ¿Bruja?

- Bruja. -Su madre asintió con la frente arrugada-. Cierto, no importa si eres una bruja, si no vistes como las demás y crees en cosas que yo pienso que son excéntricas o cualquier otra cosa. Lo que importa es lo que hay en tu corazón. Y a juzgar por todo lo que has hecho por Nonna tienes un gran corazón, Gattina, y me hace sentirme orgullosa.

- Ma… -susurró Gemma posando su mano sobre la de su madre.

- Han sido muy duros para mí todos estos años sin tu padre y he tenido que aprender por mí misma. Pero tú -sus ojos se iluminaron con admiración-, tú lo has hecho todo sola desde el principio, siempre tan inteligente, tan independiente. -Afectuosamente tiró de un mechón del cabello de Gemma-. Mi pequeña.

- Te quiero mamá -dijo Gemma casi sin respiración.

- Yo también te quiero. -La rodeó con los brazos-. Quizá podríamos tratar de entendernos mejor.

- Quizá -coincidió Gemma prudentemente-. No sé si funcionará.

- Tiene que funcionar. -Su madre la apretó con fuerza-. No podemos permitirnos perder más tiempo.

- Michael te puso algo en el café y has alucinado todo eso. -Frankie sostuvo en alto su taza esperando a que el siempre atareado Stavros se la rellenara-. O eso o tu madre estaba poseída por un extraterrestre.

- Te lo juro y si no que me parta un rayo -dijo Gemma canturreando-. Es verdad.

- Dios santo -clamó Frankie-. ¿Dónde demonios vamos a ir a parar? ¿Supongo que os cogisteis las manos y os pusisteis a cantar «We are the World» o algo por el estilo?

- Te odio -gesticuló con la boca Gemma.

- No es verdad -respondió también sin sonido-. Adivina que hice ayer -preguntó ya en voz alta.

- ¿Te han colocado una extremidad artificial que no necesitas?

- Gemma Dante, estás como una cabra. No, fui a ver a Uther al hospital.

- ¿Fuiste?

Frankie asintió.

- Y…

- Bueno, está muy medicado y es difícil decir cómo está. Pero me complace decirte que nuestra conversación, aunque corta, se desarrolló por completo en inglés moderno.

- Bravo -aplaudió Gemma.

- ¿Sabías que su nombre verdadero era Wendell?

- No es extraño que usara su nombre del oficio. -Su estima por Frankie, que siempre había sido alta, creció considerablemente-. Fue un bonito detalle por tu parte.

- Estaba triste por el tío. -Se encogió de hombros-. Y además ha sido el primer hombre en hacerme el amor vestido con un traje medieval de batalla. Se ha de tener en cuenta ¿no?

- Supongo.

- Me voy de Nueva York -declaró de pronto.

Gemma se calmó.

- ¿Huyendo de la ley?

- Huyendo de la emisora. Ya sabes lo enferma que me pone el nepotismo. Tuve una entrevista para un trabajo como directora de una emisora alternativa para adultos en Churchill, Nueva York, y creo que me lo van a ofrecer.

- Es estupendo -mintió Gemma, fingiendo entusiasmo. No, espera. Podía ser estupendo si era lo que Frankie quería. Lo que ocurría es que no coincidía con lo que Gemma deseaba.

- No simules que estás contenta -resopló Frankie-. Por tu aspecto parece que te haya estornudado en el café.

- Metafóricamente hablando, lo has hecho.

- Está sólo a tres horas de la ciudad, Gem. Nos podremos ver a menudo.

- Eso es verdad. -Miró inquisidora a su amiga-. ¿Está segura de esto? ¿Estás segura de que es lo que quieres hacer?

- Todo lo segura que podré estar jamás. -Mordió su panecillo.

- ¿Qué hay en Churchill además de la emisora de radio?

- Dos colegas, estudiantes jóvenes, a los que me podría comer calentitos con los ojos, una cooperativa supermercado, una tienda Birkenstock, un mercado de granjeros y muchos tipos artísticos. De lo que pueda haber más allá de eso no estoy segura.

- Parece el tipo de lugar en el que yo podría encajar.

- Entonces ven a visitarme -la animó Frankie-. A menudo.

- Directora de programación -murmuró Gemma en voz alta, intentando imaginarse a Frankie como jefa-. Creía que te gustaba salir por antena.

Los ojos de Frankie se llenaron de excitación.

- ¡Aún tengo un programa y no durará toda la noche! ¡Podré apuntarme al mundo de los vivos y tener un horario normal!

- No es Manhattan -la previno Gemma-. No podrás pedir comida china a medianoche si te apetece.

- Sobreviviré.

- No podrás ver jugar gratis a los Blades gracias a mis contactos.

- Sobreviviré.

- No podrás…

- Si sale mal, regresaré a Nueva York de inmediato, lo prometo. -Su amiga le guiñó un ojo-. Estaré contigo hasta que encuentre otro programa en la radio.

- ¿Recuerdas que vivo con Michael y Theresa?

- No será para siempre. Por cierto ¿cómo va?

- Creen que necesito unas vacaciones.

- Tienen razón.

- ¿De verdad?

- ¡Gemma, las últimas semanas has pasado por un montón de situaciones! Tómate un tiempo libre y recarga las baterías.

- Ya lo sé. -Gemma se animó-. ¡Te ayudaré a mudarte!

- Tachado -respondió Frankie de inmediato-. A pesar de que te agradezco la oferta, ayudarme en la mudanza no son unas vacaciones.

- Muy bien. Me obligas a ir a la costa de Jersey a relajarme.

- Suena horrible.

- Lo es. -Gemma sonrió-. Pero antes he de encargarme de un par de cosas.

Nunca antes había estado Gemma en un cuartel de bomberos. Le parecía extraño, considerando que la mayor parte de su vida había residido en la ciudad o cerca de ella. La mayoría de sus habitantes de toda la vida han hecho una excursión de pequeños con la escuela, o por lo menos se habían sentido impulsados a parar en uno para dar las gracias y una palabra de condolencia después del 11-S. Pero Gemma no pudo hacerlo; no creía que pudiera soportar ver de cerca el dolor de aquellos hombres. Se conformó con dar un donativo a la Widows and Children's Benefit Found de los policías y bomberos de Nueva York.

Ahora, entrando en el cuartel de Sean cargada con dos bolsas repletas de cajas de pastelillos llenas de los cannoli de Anthony, comprendía por fin el impulso de agradecer en persona a los bomberos por su valentía. De no haber sido por ellos, seguramente su abuela estaría muerta, junto a no se sabe cuántos inquilinos del edificio. Se daba cuenta que los pasteles eran una pequeñez comparada con el nivel de agradecimiento que sentía, pero también sabía que les gustarían. Sean le había dicho en una ocasión que la comida, en especial los postres, siempre eran bienvenidos en el cuartel.

Caminaba hacia el aparcamiento de los camiones cuando, desde una pequeña habitación que había a un lado, fue inmediatamente requerida por un chaparro y musculoso bombero sentado con los pies sobre una mesa destartalada.

- ¿Necesita ayuda, señora?

- Sí. Quisiera saber si Sean Kennealy está aquí. Rescató a mi abuela el otro día y se lo quería agradecer. No sólo a él, sino a todos -añadió nerviosa.

- Está aquí. -El bombero miró las bolsas ilusionado-. ¿Qué lleva ahí?

Cannoli. ¿Quiere uno?

- Estaría muy bien. Sean está comiendo en la cocina con el resto del turno «C» -le dijo mientras Gemma sacaba un cannolo de la caja de encima y se lo daba-. La cocina está por esa puerta a la derecha. Siga un poco por el corredor y es la primera puerta a la izquierda.

- Gracias.

- No… gracias a usted. -Mordió el pastelillo-. Dios bendito, me he muerto y he ido al cielo.

Gemma se rio y se encaminó a la cocina sintiendo un cosquilleo en el estómago. Sabía el motivo: no sólo era ver a Sean en su ambiente de trabajo, sino observar el lugar mismo. Los muros de ladrillo rojizo estaban decorados con premios, fotos y menciones conmemorativas, los relucientes camiones rojos aparcados en su lugar, las hileras de chaquetones y botas cuidadosamente alineadas, esperando a que se las pusieran en cuanto llegara un aviso. Existía una invisible vitalidad allí. Una sensación de que había un lugar para cada cosa y que cada cosa estaba en su lugar. La desorganización podía hacer perder un tiempo precioso.

Risotadas estridentes y discusiones animadas inundaban el corredor mientras se acercaba indecisa a la cocina. En el aire había un aroma a especias. ¿Curry? ¿Cardamomo? Muy misterioso.

Al llegar a la puerta de la cocina, Gemma estaba preparada para que los hombres en su interior se sorprendieran por su presencia. Para lo que no estaba preparada era que la conversación parara de golpe y once pares de ojos masculinos se clavaran en ella simultáneamente.

- Emm… -balbuceó, buscando instintivamente a Sean con la mirada, la única persona en la habitación que conocía bien-. Muchachos, sólo quería pasar para agradeceros que salvarais la vida de mi abuela.

Sean se levantó.

- Todo el mundo, ésta es Gemma Dante. El apartamento que se quemó la semana pasada es suyo…

- ¿El incendio de la vela de la anciana? -preguntó alguien.

- Sí -asintió Sean.

- Ese estuvo cerca -murmuró un hombre bajo que se servía curry a paladas en su plato como si fuera su última comida.

Gemma alzó las bolsas.

- Muchachos, os he traído algunos cannoli para agradecéroslo.

Mike Leary entrecerró los ojos mirándola.

- ¿Cannoli de verdad o de mentira?

- ¿Qué cojones, cannoli de mentira? -le increpó otro bombero-. Un cannolo es un cannolo. -La tensión se adueñó de la mesa. El bombero miró a su alrededor y se hundió en su asiento-. Perdón por el lenguaje -se disculpó con Gemma.

- Hay cannoli de verdad y cannoli de mentira -insistió Leary.

- Éstos son de verdad -dijo Gemma-. Son de Dante's, en Brooklyn, acabados de hacer esta mañana.

Diez pares de ojos la miraron con satisfacción.

- ¿Eres familia de Michael Dante? -preguntó uno que aparentaba tener once años.

- Es mi primo.

- Tenemos a un jodido Einstein por aquí -bromeó Leary, abofeteándolo afectuosamente en la nuca. Todos los demás se rieron.

Ted el novato, Gemma no podía recordar su apellido ni aunque le fuera la vida en ello, levantó un plato.

- ¿Quieres comer? Está bueno, es pollo al curry.

- Te limpia el tuétano, eso seguro -dijo un bombero mayor, de pelo gris y con una cruz prendida en su solapa.

- Y también los intestinos -murmuró desde la encimera una voz gruñona.

Gemma negó con la cabeza.

- No gracias. De verdad. Debo irme. -Le dio las bolsas de cannoli a Sean-. Gracias de nuevo por todo lo que hicisteis por mi abuela.

- ¿Está bien? -preguntó Leary.

- Mucho mejor. Seguramente dejará el hospital en una o dos semanas.

- Es una buena noticia -dijo Sean, y se dirigió hacia la puerta-. Vamos, te acompañaré hasta la salida.

- Adiós -dijo Gemma por encima del hombro.

- Hasta pronto -respondieron, algunos de ellos despidiéndola agitando las manos-. ¡Gracias!

- Bueno, esto ha sido chocante. -Gemma estaba con Sean en el exterior del cuartel. Puede que fueran imaginaciones suyas, pero le parecía que todas las mujeres que pasaban se fijaban en él. Le sorprendió sentirse crispada.

- ¿Qué ha sido chocante? -quiso saber Sean.

- La forma en que se ha hecho el silencio total en la sala cuando he entrado.

- ¿Y qué esperabas? -dijo Sean girando las palmas de sus manos hacia arriba-. No te conocían. Se animaron cuando supieron quién eras, ¿no es verdad?

- Cierto.

- Bueno, ¿y cómo estás? -preguntó Sean con las manos metidas hasta el fondo de los bolsillos delanteros de sus pantalones. Gemma no se había dado cuenta antes de lo atractivo que resultaba con sus pantalones azules de trabajo. Había estado tan preocupada por él en el pasado que no se había percatado de todo lo apuesto que podía ser, sólido, formidable, interesante.

- Estoy bien.

- ¿Y el chiflado está a buen recaudo?

- No le llames así. No es correcto. Se está recuperando en Bellevue.

Sean se balanceó sobre sus talones.

- Eso está bien.

Era urgente para Gemma acabar aquella conversación. Resultaba tan duro estar allí, de pie en la acera con él, charlando como buenos amigos, cuando en lo más profundo de su ser cada vez que lo miraba aún sentía un cosquilleo seguido de inmediato por el pesar que le causaba la abismal incapacidad para que se encontrasen sus caminos. Ya era hora de afrontar la verdad: posiblemente nunca más sentiría su boca conquistada por la de él, ni experimentaría la intensa paz de hallarse entre sus brazos. Y eso dolía.

- De verdad que debo irme -murmuró.

- Supongo.

- Gracias otra vez por todo lo que has hecho.

- No hay problema. -Sean se encogió de hombros-. Supongo que nos veremos.

- De hecho, me voy una semana.

- ¿Sí? -Sean parecía interesado.

- Estaré una semana en la casa de verano de Michael en la costa de Jersey.

- Muy bien -asintió Sean dándose por enterado-. ¿Cuándo te vas?

- El viernes.

- Que te lo pases bien.

- Lo intentaré -dijo Gemma con una sonrisa.

- ¿Por qué has tardado tanto? -preguntó Mike Leary cuando Sean regresó a la cocina-, ¿te ha dado algunas hierbas especiales para espolvorear encima de los cannoli?

- ¿Es ésa la chiflada New Age? -preguntó Bill Donnelly abriendo los ojos desmesuradamente.

- Ésa es -confirmó Sal Ojeda-. Es una lástima que no pudiera leer en algunas hojas de té que su abuela estaba en peligro y se teletransportara para rescatar a la vieja ella sola, ¿eh?

Los muchachos rieron.

- Puede que sepa qué cristales usar para que los jodidos trenes de Long Island lleguen a su hora -completó Joe Jefferson.

Molesto, Sean recorrió la mesa con la mirada.

- ¿Sabéis que sois unos bordes?

- ¿Qué te pasa, tienes la regla? -lloriqueó Leary con sorna-. Sólo nos lo estamos pasando bien.

- Viene aquí para agradecéroslo en persona, trae cannoli acabados de hacer y ¿qué hacéis un minuto después de que se vaya? La despedazáis. Muy bonito.

- Despedazamos a todo el mundo -apuntó Leary-, es el sistema americano.

- Si la gente supiera cómo hablamos cuando estamos solos, nos considerarían unos gilipollas y no unos héroes.

Leary parecía divertirse.

- Acercaos todos, muchachos, el joven Kennealy está desarrollando una conciencia. Veamos cómo crece.

- Que te jodan, Mike.

- No, que te jodan a ti, Sean. Así es como son las cosas aquí y tú lo sabes. Nadie se salva. A menos, claro, que aún la quieras.

- ¿Y qué pasaría si fuera así?

El semblante cambió inmediatamente de la beligerancia al apoyo.

- En ese caso paramos todos, sin condiciones ni peros. Porque nadie, pero nadie, se cachondea de la mujer de un bombero. No es verdad ¿muchachos?

- Es verdad -entonó una variedad de voces alrededor de la mesa.

- Entonces está bien -declaró Sean alzando desafiante la barbilla-. Aún me gusta.

Leary se aclaró la garganta como si fuera realizar un anuncio importante.

- En este caso, caballeros, la señorita Gemma Dante está excluida como objeto de burla, ya que aquí el joven Sean aún se siente atraído por ella. -Se volvió hacia Sean-. Lo que me lleva a preguntarte: ¿qué vas a hacer al respecto, hermano?