Capítulo 12
Sean se apresuró a bajar las escaleras hacia el apartamento de Gemma pero no estaba de humor para relacionarse con nadie; llevaba así toda la semana en parte debido al insomnio. Cada vez que cerraba los ojos, revivía el incendio de la casa de obra vista, y si algo podía con sus nervios era la falta de sueño. Sentía una necesidad acuciante de alejarse de la gente, de los lugares, de todos los acontecimientos de la vida cotidiana.
En pocas palabras, quería que le dejaran solo de una puñetera vez.
Pero sabía que para Gemma era importante que conociera a sus amigos. Estaba decidido a sobreponerse a esa noche como llevaba haciendo con todos aquellos días. Llamó a la puerta. Ver a Gemma radiante, vestida con su sari morado, le hizo sonreír y se alegró de ser capaz de poder sentir. Se inclinó para besarla fugazmente.
- ¿Llego tarde?
- Sincronización perfecta -le susurró acompañándolo de la mano hacia la sala de estar. Una rubia desgarbada con un parche en un ojo, un hombre de canas brillantes vestido todo de negro y un apuesto joven que tenía el aspecto de un Errol Flynn latino, observaban cómo se acercaba, apagando gradualmente el discreto zumbido de su conversación.
- Quiero presentaros a Sean. -La voz de Gemma denotaba nerviosismo, mientras lo guiaba hacia la mujer rubia, que parecía la versión pirata de Heidi-. Ésta es Frankie.
Sean le dio la mano luciendo su sonrisa más arrebatadora.
- Encantado de conocerte.
- Yo también. -Frankie se golpeó el parche con un dedo-. Tengo una lesión en la córnea. David Crosby me tiró un avión de papel en el estudio.
- ¿Quieres decir que ya no tienes cataratas? -le preguntó Gemma con dulzura.
Frankie la miró disgustada.
Sean pensó que era enrollado que Frankie se codeara con las estrellas del rock. Tomó nota mentalmente para preguntarle más tarde.
Sin dejarle ir de la mano, Gemma le presentó al hombre de negro. A Sean se le ocurrió por un momento hacer un chiste relacionado con Johnny Cash, pero decidió que era mejor dejarlo estar. Aquel tipo no parecía alguien con el que se pudiera bromear.
- Sean, éste es Theo.
- Tay-ho -corrigió enfadado.
Gemma se excusó llevándose una mano a la altura del corazón.
- Perdón, he querido decir Tay-ho. No puedo seguir el ritmo de todas las variaciones de tus nombres. Theo es un artista de performances.
- Encantado de conocerte -repitió Sean. Alargó la mano para dársela a Theo. Tenía ganas de conocer la historia de aquel tío.
- Y por último, aunque no el menos importante, Miguel. Es el redactor jefe de moda de Verve.
- Enchantée -ronroneó con sus ojos negros centelleando-. Eres el bombero, ¿no? -Sean asintió-. Adoro a los hombres de uniforme.
- Compórtate -le dijo Gemma con familiaridad mientras apretaba la mano de Sean-. ¿Qué quieres beber?
- Una Guinness me iría bien. -Se sentó en el sofá junto a Frankie.
- Oh. -Gemma estaba desconcertada-. Cariño, he olvidado comprar cervezas.
- No pasa nada. -«Sabes que el único alcohol que pruebo es la cerveza, pero tanto da»-. Beberé lo mismo que los demás.
- No te arrepentirás -le aseguró Miguel-. Gemma ha preparado unos margaritas de lo más divino.
- Un margarita me parece genial.
Gemma le dirigió una sonrisa de felicidad y se escabulló hacia la cocina, dejando a Sean preguntándose a quién correspondía escoger el tema de conversación. Decidió tomar el toro por los cuernos.
- Ya sé que tú y Gemma sois amigas desde pequeñas -le dijo a Frankie-, pero ¿vosotros de qué la conocéis? -preguntó, dirigiéndose a los dos hombres.
- Nos conocimos hace muchas lunas cuando pertenecíamos al mismo aquelarre -dijo Theo con un suspiro.
- ¿De verdad?
«Precisamente lo que quería oír. Archivar con etiqueta de "no repetir nunca esta información".»
- Sí, pero no era su estilo, aunque todos la adorábamos. Sin duda es una solitaria.
Sean asintió.
- ¿Y tú, aún eres, emm…?
- ¿Pagano? Dios santo, no. Fue sólo un peldaño en mi evolución como artista. -Miguel se rio por la bajo y Theo se volvió hacia él enfurecido-. Tápate el agujero con un Mello roll.
- Theo es muy susceptible en lo que se refiere a su arte -dijo Miguel entornando los ojos exageradamente.
- Me gustaría saber más sobre ello -afirmó Sean tratando de parecer amistoso e interesado. Lo estaba pasando mal tratando de manejar a aquellos dos. «¿Eran pareja? ¿O lo habían sido?» Gemma no lo había mencionado. Sus dedos se morían de ganas de sostener una copa.
- Mis performances exploran la opresión del hombre en una sociedad cada vez más gineocéntrica -dijo con expresión seria.
- ¿Perdona? -A Sean casi le duelen las cejas de tanto como las arqueó.
- Le gustaría tener un agujerito -rio con malicia Miguel.
Sean no estaba seguro de que hubiera respuesta para aquello, pero Gemma lo salvó al entrar en la sala con el margarita para él.
- Aquí tienes.
- Gracias. -Alzó la copa de cóctel-. Por los amigos.
- Por los amigos -repitieron todos.
- ¿Qué me he perdido? -preguntó Gemma animada acercándose cariñosa a Sean.
- Estaba investigando cómo te habían conocido -explicó-. Le toca a Miguel.
Miguel miró a Gemma interrogándola.
- ¿Te acuerdas de cómo nos conocimos, hermana mujer?
- Sí. Los dos queríamos la misma boa azul real en Screaming Mimi. Casi nos peleamos.
- Exaaacto. Yo gané, si no recuerdo mal.
- Sólo porque yo te dejé.
- Tan generosa. -Le lanzó un beso a Gemma.
«Imbécil presumido», pensó Sean.
- Dejad las boas, quiero saber cosas de los bomberos -exclamó Frankie.
- ¿Qué pasa con los bomberos? -Sean se puso en guardia.
- Debe de ser interesante.
- Lo es. -«Pero por favor no me preguntes si alguna vez le he salvado la vida a alguien.»
Miguel arrancó un hilo de sus pantalones con un gesto rápido.
- Debéis de ensuciaros mucho.
- Pues sí.
- No creo que eso me guste mucho -dijo Miguel frunciendo los labios.
- Oh, pooor favor -resopló Theo-. Podría darte un paro cardíaco si te acercaras a dos metros de una mancha.
- Por eso detesto el campo -dijo Miguel con un estremecimiento.
Sean se concentró en su bebida. ¿Qué coño contestas a algo así? Puedes meterte con él, soltarle algún comentario ocurrente y malicioso que le haga sentirse como un gilipollas. Pero no lleva a ninguna parte, no vale la pena.
Gemma dejó su bebida y se inclinó sobre la mesita de café para alcanzar una bandeja con crudités y hummus, y la pasó para que se sirvieran.
- ¿Os he explicado que Sean trabajaba en Wall Street antes de ser bombero?
- Como un centenar de veces -dijo Theo en tono de aburrimiento.
Sean lanzó a Gemma una mirada interrogativa. «¿Qué pasa, que ser bombero es poca cosa?» Tomó un trozo de zanahoria y, después de hundirlo en el hummus, se lo llevó a la boca.
- Un hummus muy bueno, cariño.
- Me encanta oír a los hombres llamar cariño a las mujeres -suspiró Miguel-. Es tan Neil Diamond.
- Neil Diamond lleva tanta colonia que podría provocar una congestión en la autopista -bromeó Frankie.
Por fin un tema de conversación que interesaba a Sean.
- ¿Conoces a Neil Diamond?
- Los conoce a todos, encanto -sonrió afectadamente Miguel.
- ¿De verdad? -Se dirigió a Frankie-. ¿Mike Jagger?
- Es más malhablado que un camionero.
- ¿Steven Tyler?
- Me pidió prestada mi bufanda favorita y no me la ha devuelto.
- ¿Bruce?
- ¿Qué ocurre con los bomberos y Bruce? -se quejó Frankie-. Todos se vuelven locos por Bruce.
- Canta su dolor -se burló Theo.
Sean sintió un impulso colérico pero se contuvo.
- Cuéntame algo de Bruce -le pidió a Frankie, ignorando abiertamente a Theo.
- Bruce es un gran tipo, tiene los pies en el suelo.
- Necesita una puesta al día -opinó Miguel-. Quiero decir, ¿adónde va un hombre de más de cincuenta años con téjanos ceñidos? Pa-té-ti-co. ¿Y esa cruz que a veces lleva colgando del cuello? Es tan del 2003.
«Es el momento de desconectar», se dijo Sean a sí mismo prácticamente acabándose de un trago su margarita. Se quedó ausente el resto de la noche, incluida la cena, vegetariana por supuesto. Fue la única forma que tuvo de soportar conversaciones sobre diseñadores de los que jamás había oído hablar o tergiversaciones de anuncios de tampones y que a eso lo llamaran arte. De vez en cuando prestaba atención, cuando Frankie hacía comentarios sobre la radio y el negocio musical. Era la única de los tres amigos de Gemma que mostraba un genuino interés por él. Un poco rara -¿a qué venía el parche en el ojo?-, pero amistosa y claramente devota de Gemma. ¿Los otros dos? Unos gilipollas engreídos y pagados de sí mismos. Sus entrañas se le revolvían al ver cómo Gemma charlaba y se reía con ellos durante toda la noche. «¿Quién es? ¿Qué hace congeniando con ellos? ¿Cómo puede estar conmigo?»
- Has estado callado esta noche -le comentó Gemma mientras ponía las últimas sobras en la nevera.
- Supongo que sí -dijo Sean encogiéndose de hombros. Le pasó el vaso que estaba secando, agradecido de que la limpieza hubiera durado poco. Estaba exhausto. La poca energía con la había empezado la velada se había agotado tratando aparentar cordialidad con Tay-oh y Miguel.
- ¿Estás bien? -le preguntó Gemma tocándole un brazo.
- ¿Por qué siempre me preguntas lo mismo?
- No es verdad.
Gemma parecía disgustada.
- Sí lo es. Lo haces constantemente. ¿Hay algo de lo que digo o hago que te haga pensar que no estoy bien?
Gemma hizo una pausa.
- Esta semana has estado un poco ausente.
- ¿Ausente? ¿Qué quieres decir?
- Malhumorado. Callado. Poco comunicativo.
- Tal vez soy un tío malhumorado, callado y poco comunicativo.
- Tal vez. -Gemma parecía insegura y siguió ordenando los vasos-. Parece que Frankie y tú os lleváis bien.
- Sí, Frankie me gusta -dijo Sean, ayudándola para que Gemma no tuviera que subirse a un taburete.
- Y parece que a ella le caes bien. Estoy segura de que mañana me hará un informe completo por teléfono.
Sean sonrió.
- Creo que a Theo y a Miguel también les has caído bien -probó suerte Gemma.
- Es difícil decirlo, sólo hablan de ellos mismos. -Sean notaba que estaba agotando sus últimas gotas de paciencia.
- Lo sé -suspiró Gemma-. Esta noche se han pasado un poco.
- ¿Quieres decir que no son siempre así?
- Dios, no. Debes estar agradecido, al menos te han evitado tener que soportar su imitación de Liza Minnelli.
Sean parecía desconcertado.
- Es una broma, cariño. Relájate. Me parece que trataban de asustarte deliberadamente.
- ¿Y por qué?
- No les gusta compartirme. Los llamaré mañana y les diré que se portaron como dos niños muy malos.
- Bien hecho. Porque mi primera impresión es que Miguel es una reina desagradable y Tay-oh un imbécil pretencioso. Me cuesta comprender cómo puedes ser su amiga.
- No han sido tan malos. -Pareció que a Gemma la cogía por sorpresa.
- Eso es discutible -resopló Sean.
- Al menos son interesantes -se defendió Gemma.
- ¿Y mis amigos no lo son? -Sean notó cómo le subía la presión por las venas cuando Gemma miró hacia otro lado admitiendo su culpa-. Al menos tienen los pies en el suelo.
- ¿Y qué? Eso no quiere decir que sean interesantes -respondió Gemma cerrando de un portazo el armario de la cocina.
- Perdóname. Supongo que ser un bombero y salvarle la vida a la gente es aburrido. Ser enfermera también debe de ser aburrido. Y peluquera. ¡Al menos mis amigos hacen con sus vidas algo que tiene un significado! ¡Al menos contribuyen!
- ¿Por qué te muestras tan crítico?
- No estoy siendo crítico, estoy siendo sincero. Son unos memos, Gemma.
- ¡Vale, y tus amigos miran estúpidos programas alienantes en la televisión y béisbol y se creen que es divertido insultar a alguien que tiene su propio negocio! -replicó Gemma acalorada.
- Eso lo aclara todo -rio Sean por lo bajo.
- Creo que tus amigos son buenas personas -intentó arreglarlo Gemma sin convicción-. Es sólo…
Sean alzó la mano.
- No importa. Vamos a dejarlo, ¿vale? Estoy demasiado cansado. -Cogió un plato que Gemma le pasaba y lo dejó en el armario-. Sólo una cosa: ¿por qué es tan importante para ti que antes de bombero fuera corredor de bolsa?
- Para mí no es importante. Sólo creo que es interesante.
- ¿Sí?
- ¿Adónde quieres llegar? -preguntó Gemma cautelosa.
- ¿Estás segura de que no les dijiste que trabajaba en Wall Street para que no pensaran que soy un simple y aburrido bombero al que le gusta Bruce y beber cerveza?
Gemma parecía a punto de llorar.
- ¿Te parece el tipo de cosa que yo haría?
El tono dolido de su voz lo detuvo. Sabía que se estaba portando como un gilipollas.
- No lo sé.
- Pues no lo haría. Y si crees que lo podría hacer, es que no me conoces en absoluto -dijo colocando el último plato en su sitio.
Sean deseó poder hacer que la tensión se evaporara simplemente abriendo una ventana. O, aún mejor, retrasar el reloj unos minutos y sentarse tranquilamente junto a ella para decirle que la velada había ido bien. Pero no era posible. Su mirada captó la de Gemma; ella también sentía lo mismo: el distanciamiento, la sensación de desencuentro.
- ¿Y ahora qué? -preguntó él sombrío.
Gemma se cubrió un bostezo con la mano.
- Estoy derrotada. Vamos a la cama.
- En realidad -dijo Sean-, si no te importa creo que me voy a dormir a mi casa esta noche.
- Oh.
Sean se preguntó cómo aquella mínima expresión podía contener tanta sorpresa y tanto dolor.
- No te preocupes, no pasa nada -le aseguró, abrazándola-. Es sólo que no estoy durmiendo bien y concilio mejor el sueño en mi cama, ya lo sabes.
- Ningún problema. -Gemma le cubrió la cara cariñosamente con su mano-. ¿Por qué te cuesta dormir?
- Historias, ya sabes -evitó responder.
- Sean…
- Gemma -en su voz había un aviso-, déjalo estar, cariño, ¿vale? -Entrecruzó sus dedos con los de ella y la besó con ternura en la frente-. Te llamaré mañana cuando acabe mi turno. Podríamos ir a la playa.
- Estaría bien -contestó Gemma en un tono de voz que intencionadamente no implicaba compromiso, el mismo que había usado después de sus desastrosa cita en O'Toole's.
Un beso más y ya había salido por la puerta en dirección a su apartamento. «Gracias a Dios que se ha acabado», pensó sobre la cena. Se desnudó y se metió entre las sábanas, esperando que el sueño le golpeara como cuando un boxeador profesional lanza el puñetazo definitivo. Sin embargo volvió a recordar la casa de obra vista, y cuando pudo escapar, su mente le llevó a pensar en Gemma. El sueño no apareció.
Sean no llamó el día siguiente, ni al otro. Preocupada, Gemma le dejó un mensaje, sólo uno, pues no quería que él la acusara de preocuparse por nimiedades. Cuando pasó otro día sin que respondiera, Gemma quedó con Frankie en el café para un encuentro de emergencia.
- Debo decírtelo, no creo que pinte bien. -Frankie parecía un doctor dando malas noticias a un paciente-. Primero te pide que no les digas a sus amigos que eres una bruja, después no le gustan tus amigos, excepto yo, por supuesto -añadió feliz-, y lo más importante, desperdicia una oportunidad de hacer el amor. -Frankie sacudió su cabeza-. No pinta bien.
- No es el mismo desde aquel incendio. Pero no consigo que me hable del tema.
- Hay algo más que el incendio.
- Lo sé, lo sé. -Gemma picoteó lánguidamente del bollo que tenía en su plato-. ¿Qué crees que debería hacer?
- Está claro: llama a su puerta y averigua de una vez qué demonios está pasando.
- ¿No crees que sería entrometerse demasiado?
- ¿Entrometerse? Gemma, estamos hablando de tu novio. Si mi novio estuviera ausente tres días sin dar explicaciones, ni contestara a mis llamadas, puedes apostarte lo que quieras que yo estaría aporreando su puerta. Mereces una explicación.
- Lo sé. Pero no estoy segura de querer saber de qué se trata.
- Espera un momento.
La voz de Sean a través la puerta cerrada sonaba fatigada. Gemma se puso tensa, sin saber lo que podía esperar. Notaba los nudillos de su mano derecha palpitando. Dos minutos más y habría llamado a los bomberos para que derribaran la puerta. Ironías de la vida.
Se abrió la puerta y apareció Sean. Tenía aspecto de no haber dormido desde hacía días.
- Pasa -dijo con voz abatida.
Inquieta, lo siguió hacia el interior y le sorprendió ver las jaulas de Pete y Roger cubiertas en pleno día. Normalmente, cuando Sean estaba despierto, los pájaros también.
- Me tenías preocupada -le dijo.
- Lo sé. -Sonaba fatigado-. Quería llamarte, pero… -Se humedeció los labios, parecía extraviado-. Siéntate.
Gemma se sentó sin poder de apartar sus ojos de él.
- ¿Qué está pasando, Sean?
- No me encuentro bien.
- ¿Gripe?
- Ojalá -rio con amargura.
Se hundió en una silla frente a la de Gemma. Le costaba creer el mal aspecto que tenía. Sus despiertos ojos azules estaban rodeados de ojeras y habían perdido el brillo. Tres días sin afeitar habían poblado de canas su cara y su cuello. Parecía algo más que enfermo, parecía atormentado.
- Háblame, Sean.
- ¿Sobre qué?
Gemma trató de poner voz amable.
- ¿Por qué no has respondido a mis llamadas?
- Ya te lo he dicho, no me sentía con ánimos.
- ¿Físicamente o mentalmente?
- De hecho, ni unos ni otros. -Alzó sus ojos en busca de los ella.
Gemma entrelazó los dedos con fuerza.
- ¿Tiene todo esto algo que ver con el incendio de la casa de obra vista?
- ¿El qué?
- Que no te encuentres bien -dijo cuidadosamente.
Sean se recostó en la silla.
- No -suspiró.
Gemma estudió su cara: los ojos hundidos, la tez pálida.
- Estás mintiendo.
- Tienes razón.
- Oh, Sean. -Quiso acercársele, pero su expresión, alejada e inaccesible, la detuvo.
- No quiero hablar sobre el tema.
- Sean. -Su voz era casi una súplica-. No tienes que sufrir a solas, estoy aquí por ti, para escucharte.
- Te acabo de decir que no quiero hablar sobre el tema.
- Te encontrarías mejor si lo hicieras.
- ¿Cómo lo sabes? -se burló Sean. Lanzó una risa corta-. Quiero saber qué coño sabes tú lo que es buscar en una casa, creer que has hecho bien tu trabajo, sólo para darte cuenta después de que casi dejas morir quemado a un niño.
Gemma se asustó. «Así que eso fue lo que ocurrió.»
- No tengo ni idea. -Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas-. Pero estoy aquí por ti. Por favor, déjame ayudarte.
- No hay nada que puedas hacer -dijo inexpresivo.
- Puedo abrazarte, puedo escucharte.
- Estoy bien -insistía Sean con los dientes apretados.
- Alejarte de la gente no es estar «bien». -Dobló las manos en un gesto de impotencia-. ¿Has llamado al trabajo para decir que estás enfermo?
- ¿Qué? -respondió adusto-. No. Estuve de guardia veinticuatro horas y ahora tengo una semana libre.
- ¿Cuando has de volver?
- El domingo.
- ¿Y qué piensas hacer hasta entonces? ¿Esconderte aquí y revivirlo una y otra vez?
- Puede -musitó Sean amargado, apartando la vista. Cuando volvió a mirarla, Gemma tuvo la impresión de que, en aquel momento, le costaba un tremendo esfuerzo emocional mantener la más mínima relación humana-. Mira, no estoy seguro de que esto me vaya bien ahora mismo.
- ¿Esto? -Gemma se sintió alarmada.
- Nosotros. Ni me gustan tus amigos ni a ti te gustan los míos. No sabes sobrellevar las exigencias de mi trabajo y, siendo sincero, que seas una bruja me resulta un poco extraño. Afróntalo, Gemma. En el único sitio en el que funcionamos es en la cama.
Las lágrimas estuvieron a punto de traicionar a Gemma, pero se contuvo.
- Eso no es cierto -dijo tranquila.
- Sí, cariño, lo es.
- ¿Adónde quieres ir a parar? -Luchó por mantener una voz natural y calmada-. ¿Quieres que nos separemos?
- Por ahora sí, tal vez -dijo Sean apesadumbrado.
- ¿Por ahora? -Gemma no podía creer lo que estaba oyendo-. ¿Y yo qué, voy a tener que estar a tu disposición esperando a ver si cambias de opinión?
- No.
- Entonces ¿qué?
- No lo sé -gruñó Sean, agarrándose la cabeza-. En estos momentos ni siquiera puedo pensar con claridad.
- Pues piensa sobre esto: o estamos juntos o estamos separados. Es tu elección.
- Creo que es mejor que te vayas -dijo Sean bajando la cabeza.
Temblorosa, Gemma se levantó lentamente.
- ¿Estás seguro?
- ¡Acabo de decirte que ahora no puedo pensar con claridad! -explotó Sean. Su cara era el vivo reflejo del sufrimiento-. Mira, haz lo que te dé la gana, ¿vale?
Gemma se dirigió hacia la puerta y cogió la llave de su apartamento que estaba sobre una mesita. Estaba decidida a aguantarse las lágrimas hasta llegar a su casa. Pensó en dar un portazo o irse sin decir nada, pero no era su forma de ser y no tenía ganas de que las cosas quedaran de aquella manera. En cambio se obligó a darse la vuelta para mirarlo.
- Cuídate, Sean. Por favor. -Le devolvió su llave.
Sean inclinó su cabeza como si asintiera, negándose a mirarla.
Gemma se deslizó por la puerta sin una palabra más.
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