Capítulo 23
- ¡Gemma!
- ¿Sean?
Estaban en la recepción del hospital. Gemma saliendo y Sean entrando.
- ¿Qué estás haciendo tú aquí? -le preguntó mirándolo perpleja.
- Te he dicho que pasaría para ver cómo estaba tu abuela.
- Pero… -Gemma parpadeó-, ¿cómo has sabido que aún estaba aquí?
- Una suposición arriesgada. -Miró a su alrededor-. Estoy seguro de que la cafetería estará cerrada, pero hay un Starbucks un poco más arriba en esta calle.
- Me parece bien.
Lo siguió al cruzar las puertas automáticas y se encontraron con una noche primaveral. La temperatura había bajado considerablemente, pero en el aire todavía había algo, un aroma, una sensación, la promesa de que días más cálidos estaban por venir.
- ¿Cómo está? -preguntó Sean.
- Inhalación aguda de humo, pero el médico dice que se recuperará. Mi abuela es fuerte como un roble.
- Sin bromas. -Hizo una pausa-. Quiero que sepas que llegué a ella tan rápido como pude.
- Lo sé Sean, por favor. -La había cogido por sorpresa-. Nunca te lo podremos agradecer lo suficiente.
Con un gesto le quitó importancia al elogio.
- Es parte del trabajo. Gracias a Dios nadie más ha resultado herido.
Al llegar al Starbucks, Sean abrió la puerta dejándola pasar. Al fijarse en sus tejanos gastados y en su camisa Oxford de color azul, cayó en la cuenta de lo desaliñada que debía de parecer a su lado. Había llevado el mismo chándal todo el día y aún iba con las zapatillas. Puede que Sean no se diera cuenta.
- ¿Por qué no coges una mesa mientras yo voy a pedir? ¿Qué quieres tomar?
- Un chai, por favor. Grande. -Sean asintió y fue a la barra mientras Gemma se sentaba en una pequeña mesa para dos cerca del ventanal. El lugar estaba lleno de estudiantes, la mayoría tecleando en ordenadores portátiles. Gemma se sintió mayor.
- ¿Galleta?
Levantó la mirada y vio a Sean delante de la caja sosteniendo una gigantesca galleta de chocolate. Gemma asintió con la cabeza. Aparte de una taza de café de la máquina del hospital no había tomado nada, en gran parte debido a que, durante todo el día, sólo pensar en comida la había puesto enferma. Ahora tenía un hambre feroz.
Apoyándose en el respaldo de la silla, sintió cómo la invadía una sensación de agotamiento. Todo lo que deseaba era enroscarse como una bola y dormir. Eso y volver atrás en el tiempo. Si pudiese empezar otra vez el día, y esperar a que Frankie llegara antes de irse a la tienda… Inevitablemente su mirada se fijó en Sean. Parecía tan cansado como ella, con una sombra de barba que empezaba a manchar su cara. Muy seductor.
- Aquí tienes. -Le sirvió el chai y una galleta.
- ¿No quieres compartir, eh? -dijo Gemma cuando se sentó delante de ella y vio que había traído otra galleta para él.
- No.
- Gracias, Sean.
- No son necesarias. -Rasgó el envoltorio de plástico de la galleta con los dientes-. Pareces cansada -observó afectuoso.
- Tú también.
- Ha sido un día muy largo. -Sorbió un poco de café, sin atreverse a mirarla a los ojos-. Hemos rescatado objetos e inspeccionado tu apartamento.
- ¿Qué es eso exactamente?
- Tratamos de recuperar los muebles que se puedan, tapamos las ventanas rotas, abrimos los suelos y las paredes que aún están calientes y los empapamos con agua. Es cuando intentamos analizar cómo se originó el incendio.
- ¿Alguna idea? -preguntó en voz baja.
- Por lo que sabemos, parece que el viento pudo haber hecho volar las cortinas de la sala de estar sobre alguna vela encendida en la repisa de la ventana y hacerlas prender. Así ha empezado todo.
- ¿Estáis seguros que una vela lo inició?
- Casi del todo -asintió Sean. Con el pulgar resiguió el borde de su taza de café-. Recuerdo que tenías muchas velas allí.
- Pero no había ninguna encendida. -Se le agarrotó la garganta-. Lo debe haber hecho mi abuela-. Cerró los ojos y se llevó una mano a la frente, «velas». ¿Cómo se le había ocurrido dejar a una enferma de Alzheimer en una habitación llena de velas? «Vaya idiota, vaya una…»
Súbitamente algo cálido cubrió su mano libre. Abrió los ojos. Una de las grandes manos de Sean cubría la suya y la estudiaba con preocupación con sus ojos azules, ojos en los que una vez se sumergió y en los que aún podría volver sumergirse si se dejara llevar.
- No te culpes, Gemma. Cosas así pasan constantemente.
- A mí no.
- ¿Qué quieres decir?
- Yo soy la sensata -dijo Gemma cansada-. La siempre sensata Gemma. -Su voz se estremeció-. Pues esta vez no. Dios, la he fastidiado.
- Está bien -dijo Sean estrechándole la mano.
- No lo está -susurró Gemma, tragándose las lágrimas. No lloraría. Ya había llorado suficiente aquel día, tanto que había conseguido recuperar la calma y de ninguna manera la iba a perder ahora. Apretó con tanta fuerza las mandíbulas que el dolor le subió hasta los lóbulos de las orejas. Entonces, como un rayo de luz surgiendo entre la niebla, fue consciente de sentir otra parte del cuerpo. Era Sean. Estaba acariciando el reverso de su mano con su pulgar.
- ¿Qué ha pasado? -le preguntó.
- Es una larga historia.
Sean sonrió con aquella sonrisa torcida tan franca, tan suya.
- No tengo que ir a ningún lado.
- Te daré la versión resumida. Me llamaron de la policía. ¿Sabes Julie, la chica que trabaja para mí?
- ¿La reina de los tatuajes?
Para su propia sorpresa, Gemma rio.
- Sí, un ex estudiante mío de tarot la tenía retenida como rehén.
- Venga ya -dijo Sean incrédulo.
- No bromeo. Así que he llamado a Frankie para que fuese a casa a cuidar de mi abuela. Ya sé que ha sido estúpido dejarla sola, pero he pensado que estaba dormida y que aunque se despertara, Frankie sólo tardaría unos minutos en llegar. Error. El taxi de Frankie se ha quedado embotellado a causa de un accidente en la Tercera avenida. Cuando ella ha llegado, vosotros ya estabais allí.
- Dios, Gemma. -Estaba horrorizado.
- No ha sido mi mejor día -concedió Gemma. Abrió el envoltorio de su galleta y se puso un pedazo gigantesco en la boca, y lo ayudó bajar con un trago de chai. Un año antes no habría permitido entrar toxinas de ese tipo en su cuerpo. Ahora se deleitaba con ellas. «¿Azúcar? ¿Grasas? Traédmelas, despertadme. La vida es muy corta.» Mordió otro enorme pedazo. Mientras acababa con la galleta, Sean la miraba con cara divertida. Avergonzada, paró de masticar.
- ¿Qué?
- No has comido nada en todo el día, ¿verdad?
Gemma se sonrojó.
- ¿Vale el café de máquina?
- De ninguna manera. -Empujó su galleta hacia ella-. Acábatela, yo he cenado.
- ¿Estás seguro? -Esperaba que no estuviera siendo simplemente agradable. Le apetecía mucho aquella galleta.
- Del todo. Es para ti.
- Gracias. -Agachó la cabeza-. Me parece que te las estoy dando constantemente.
- Mejor que pares -dijo Sean sorbiendo su café-. Se me va a hinchar la cabeza.
«No me importaría.» Se quedó atónita de que se le pudiera ocurrir un juego de palabras tan obsceno en su estado. Tan sólo confirmaba lo que había sabido en su interior desde hacía meses: nunca había dejado de sentirse atraída por aquel hombre. Sería maravilloso que sintiera lo mismo por ella. ¿Quizá quedase un rescoldo en él? Aún mantenía la mano encima de la suya, aunque ya no la acariciaba con el pulgar. Lo más seguro es que sólo tratase de ser amable. Aun así, sólo el peso de la mano ya le recordaba el roce de las yemas de sus dedos sobre sus nudillos hacía sólo unos momentos… encantador.
- Explícame lo de la tienda.
- Bueno, como te he dicho, un antiguo alumno mío estaba molesto porque lo eché y decidió declarárseme reteniendo a Julie.
- ¿Molesto? Vaya una manera de decirlo, parece más que el tío está desquiciado.
- No lo está -suspiró Gemma, limpiándose las migas de galleta de la boca con un dedo-. Sólo ha perdido el control por un momento, es todo. En realidad está triste.
Una expresión de extrañeza se dibujó en la cara de Sean.
- ¿Qué?
- ¿Es uno delgado con una barba larga?
- Sí -dijo Gemma cautelosa.
- Lo vi hace un par de semanas dirigiéndose a tu tienda. Parecía loco de atar.
Hacía un par de semanas… debió de ser la visita que Julie había olvidado mencionarle. Por un momento Gemma miró la servilleta de papel que tenía en el regazo.
- Me he enterado esta mañana de que habías ido a la tienda aquel día, Sean. Julie se olvidó. De haberlo sabido antes me habría puesto en contacto contigo.
- Me preguntaba por qué no sabía nada de ti -dijo con una furtiva mirada tímida.
- Porque no lo sabía. -Él también le estaba haciendo sentirse cohibida-. ¿A qué fuiste?
- Quería dejar las cosas claras sobre J.J.
A Gemma se le cayó el alma a los pies.
- ¿Tu novia?
- No es mi novia -corrigió Sean-. J.J. estuvo cuidando de mis pájaros un fin de semana que me fui al norte del estado para aclarar mis ideas. Es bombera también. Necesitaba una escapada y pareció un intercambio perfecto: ella tenía mi apartamento gratis y yo conseguía una cuidadora para los pájaros con el trato. No hay más historia. -Fijó sus ojos en los de ella-. Es una amiga, nada más.
Gemma notó cómo su corazón se recuperaba latiendo más rápido.
- Estoy contenta de que me lo hayas dicho, porque pensé…
- Sé lo que pensaste y por eso quería aclarar el tema.
- Otra vez -dijo Gemma humildemente-, gracias.
Sean parecía aliviado, se inclinó hacia ella y la besó castamente en la mejilla.
- De nada.
Antes de que tuviera tiempo a reaccionar, se dio cuenta de que el dependiente que atendía la caja registradora los miraba implorante. Miró, a su alrededor y pudo ver que no quedaba nadie más.
- Me parece que quiere cerrar.
Sean se giró sobre su silla, le pidió al muchacho que les diera un minuto y se volvió para acabarse el café a toda prisa.
- ¿Dónde estarás mientras reconstruyen el apartamento?
- En casa de Michael y Theresa.
- Te llevo.
- Es en Brooklyn, Sean. De verdad, ya has hecho demasiado.
- Son veinte minutos. Venga.
- Vale, sólo déjame que… -De repente se le inundaron los ojos de lágrimas.
- ¿Qué pasa? -preguntó Sean asustado.
- Iba a decir que me dejaras pasar un momento por mi casa para cambiarme de ropa, pero no tengo ni casa -su mandíbula empezó a temblar-, ni ropa con la que cambiarme.
- Tienes algo de ropa. Sacamos alguna durante el rescate, aunque no huele demasiado bien. A humo. -Tragó el último resto de café-. También tengo tu altar -añadió.
- ¿Tú lo has salvado? -estaba sorprendida.
- Sí, pero no me lo agradezcas otra vez o acabaré vomitando.
Gemma se rio, secándose una lágrima en su ojo tan discretamente como pudo.
- ¿Le ha pasado algo a tu apartamento y a los pájaros?
- Los pájaros están bien y el apartamento no ha sufrido daños excepto por unas marcas del humo que se filtró a través de tu techo. Mejor que el incienso que quemas-. Le guiñó el ojo antes de dar la vuelta a la mesa para retirarle la silla-. Nos vamos.
- Mira, ahí está el hombre del momento.
No era inusual que Sal saludara a Sean de aquella manera cuando entraba en el cuartel. Sin embargo, esta vez estaba agitando un periódico.
- Ése soy yo -dijo Sean inexpresivo mientras colgaba su cazadora tejana.
- Será mejor que te creas esto.
Ojeda paró de mover el diario y se lo sostuvo a Sean para que lo viera. Allí, en la portada del Sentinel, había una foto suya descendiendo por la escalera cargado con la abuela de Gemma. En el pie el titular rezaba: LOS BOMBEROS RESCATAN A UNA ANCIANA DE UN FUEGO ASESINO EN UN APARTAMENTO.
- No sabía que la prensa estuviera allí -dijo sirviéndose café.
- La prensa está en todas partes -dijo Ojeda inquietante. Miró la noticia un momento-. Son buenas relaciones públicas para nosotros. Quizá el capullo el alcalde se lo piense dos veces antes de recortar el presupuesto.
- Lo dudo.
- No lo sé, pero creo que puede ayudar. Lo que es seguro es que te ayudará a ti: puedes ser el primer bombero de este cuartel que tenga una mención especial y una reprimenda al mismo tiempo.
- Ya veremos -rio Sean.
El capitán McCloskey ya le había reprendido en el escenario del incendio por desobedecer sus órdenes al entrar en el apartamento de Gemma, pero como dijo Ojeda, de inmediato le siguió una palmada en la espalda y un «buen trabajo», después de rescatar a la anciana. Si iban a concederle una mención especial estaba por ver. Y tampoco era importante. Lo que le importaba era que había realizado el rescate y salvado la vida de alguien, y había restablecido su fe en sí mismo y en cómo realizó su trabajo.
Ojeda le pasó el periódico y se lo leyó por encima. Por lo general detestaba leer sobre incendios en los que se había visto involucrado, principalmente porque le ponía de los nervios que los periodistas siempre narraran los pequeños detalles de forma errónea. Pero ver su foto en portada le hacía acordarse de Gemma.
Sabía de mucha gente que había tenido días horribles, pero el suyo había sido «un exceso», como su madre acostumbraba a decir. Y sin embargo la noche anterior aún había tenido fuerzas, sonrió y había sido capaz hasta de reír. Un espíritu menos sereno se habría rendido dejándose llevar por la más profunda desesperación. Pero Gemma no. Le había impresionado.
Le había impresionado mucho.
Siguió ojeando el diario, revisó si hacía alguna mención del secuestro en la tienda. Al fin encontró un pequeño párrafo en la página cuarenta y nueve junto a un artículo sobre lo populares que se habían hecho en Manhattan las alas de pollo Buffalo. Chasqueó la lengua. Le habría gustado saber qué criterios seguían los editores para decidir qué era noticia y qué no.
- ¿Dónde está Leary? -preguntó doblando el diario.
- En la sala de pesas, me parece. -Los ojos de Ojeda estaban enganchados a la televisión de la cocina. Estaba mirando Live with Regis and Kelly-. ¿Por qué?
- El cabrón me debe veinticinco dólares, por eso. Por si no te has dado cuenta los Blades ganaron ayer por la noche y van a jugar los playoffs.
- Que tengas suerte recaudando -dijo Ojeda distraídamente-, está tan pobre que sólo tiene telarañas en los bolsillos.
Sean se rio por dentro y fue en busca de Mike Leary.
A la mañana siguiente Gemma se despertó con la noticia de que iban a tener una reunión de familia ese mismo día en casa de Michael y Theresa.
- No una al completo -se apresuró Michael a aclararle-. Sólo Ter y yo, Ant y Angie, tu madre, Betty Anne, la gente en la familia que habitualmente cuida de Nonna.
A Gemma no le gustaba la idea de otro asalto en el ring con su madre, pero supuso que era inevitable. Algo se tenía que hacer.
Había pasado una agradable noche en la habitación de invitados de casa de Michael y Theresa, usando un viejo jersey de su primo como camisón. Sean tenía razón cuando le dijo que sus ropas apestaban. Al salir de Starbucks fueron a su edificio para ver si había algo que ella pudiera ponerse. Imposible. Todo tenía un olor acre a hollín, no había manera de que se la pudiera poner antes de pasar por la tintorería primero. Sean se ofreció para llevarla a la que usaban los bomberos. Ahora, sentada en la sala de estar de Michael y Theresa con unos pantalones de chándal de ella y un jersey de él que tenía que arremangarse constantemente, se sentía como un granujilla de la época victoriana. Tan pronto como se acabara la reunión familiar iría a comprar. Para eso servían las tarjetas de crédito, después de todo.
Angie y Anthony llegaron los primeros, trayendo cannoli y café Miraglia Brothers, la única marca aceptable para Anthony. Gemma pudo ver que Michael estaba molesto, pero mantuvo la boca cerrada. Anthony y Michael: si pudiesen se pelearían para dirimir si el sol saldría la mañana siguiente. A veces Gemma estaba contenta de ser hija única.
- ¿Cómo estás, pequeñita? -Las manos de tamaño de oso de Anthony masajearon los hombros de Gemma. Su fuerza bruta constituía un contraste interesante frente a la amabilidad de su voz.
- Estoy bien.
- Michael me explicó lo de la tienda. Déjame decirte una cosa, si en Dante's se produjera un secuestro, dejaría que mi propia madre se friera, créeme. -Gemma hizo una mueca-. Nadie te culpa de nada, bonita.
- Excepto mi madre.
- Ésa lo que necesita es una patada en el culo -respondió Anthony repitiendo la frase predilecta de Nonna. Apretó los hombros de Gemma, antes de reunirse junto a su mujer en el elegante sofá de piel negra de Theresa y Michael. Un pequeño alboroto se organizó cuando Theresa entró en la habitación con Domenica, que no tardó en pasar de pariente en pariente para dosis individualizadas de mimos. Sólo le faltaba una pequeña corona.
El bebé era una diversión fascinante y evitó que a nadie le hirviera la sangre por el hecho habitual de que la madre de Gemma y sus hermanas llegaran tarde. Cuando aparecieron, Gemma se cambió de asiento para asegurarse de estar lo más alejada posible de su madre.
- ¿Ha llamado alguien al hospital esta mañana para preocuparse por mi madre? -preguntó tomando un cannolo del plato sobre la mesita de café incluso antes de quitarse el abrigo.
- ¿Nadie? -insistió tía Millie sarcásticamente-. ¿Qué pasa, tenéis rotos los dedos de la mano?
- Yo he llamado -aclaró Theresa-. No les está permitido dar información por teléfono, todo lo que me han dicho es que estaba descansando plácidamente. Michael y yo iremos esta tarde.
- ¿Qué vamos a hacer con Nonna? -preguntó Michael yendo al grano. Gemma conocía a Michael y sabía que no estaba de humor para discusiones, murmuraciones o los politiqueos internos de los Dante.
La madre de Gemma estaba confusa.
- ¿Qué quieres decir? Suponiendo que salga del hospital volveríamos a la rutina habitual.
- No. -La voz de Gemma sonó firme sin ser impertinente e hizo que todas las miradas se concentraran en ella-. Yo no puedo. Vivo en la ciudad, trabajo en la ciudad y lo de ir y volver a Brooklyn intentando cuidar de Nonna, al mismo tiempo que llevo la tienda, me está matando. Fui una loca al pensar que podía hacer ambas cosas. No puedo.
- ¿Y qué haremos? -preguntó preocupada tía Betty Anne.
- Simple -respondió Theresa, pasándole a Domenica a tía Millie, que esperaba ansiosa su turno con la pequeña princesa-. O la llevamos unas horas a la semana a un centro especializado, o…
- No lo digas -cortó en seco la madre de Gemma-. Ni siquiera lo pienses.
Gemma y Michael intercambiaron miradas.
- Tarde o temprano vamos a tener que afrontar la realidad -le dijo Michael a su tía.
- Aún no. -Estremecida, tía Millie apoyó por una vez a su hermana. Empezó a balancear a la criatura sobre sus rodillas-. Mientras podamos mantenerla en su casa creo que debemos hacerlo.
- ¿Cómo lo haremos sin Gemma? -preguntó su madre preocupada. Su tono sorprendió a Gemma, parecía genuino, sin rencor y no era acusador.
- Asistencia en el hogar -repitió Theresa sin dirigirse a nadie en particular.
- Eso cuesta mucho dinero -dijo tía Betty Anne mordisqueándose las pieles de la uña de su dedo índice izquierdo.
- No tanto como crees -dijo Michael-. Medicare se hará cargo de una parte y entre todos estoy seguro de que podremos cubrir la diferencia.
Tía Millie paró de arrullar a la niña y frunció el ceño.
- Habla por ti, señorito estrella del hockey; algunas de nosotras tenemos ingresos limitados.
- Claro que sí -se burló Anthony-, vives en una habitación individual y te alimentas con comida para gatos. ¿Cómo se me ha podido olvidar?
- Por Dios -suspiró Michael con disgusto-. ¿Puede esta familia, por una vez, tener una conversación sin clavar puñales por la espalda?
- ¿Qué puñales? -imploró Anthony.
- Estoy segura de que puedo poner algún dinero -dijo Gemma a pesar de no estar en absoluto convencida-. Sólo tengo que aclarar las cosas del apartamento… el seguro…
- Nosotros pondremos dinero -dijo Theresa.
- Y nosotros -añadió Angie.
- Parece que el problema está solucionado -dijo Michael-. Calcularé cuanto ha de costar y me pondré en contacto con cada uno. -Se estiró para coger un cannolo-. Comamos, al menos si nuestras bocas están llenas no podremos atacarnos los unos a los otros.
- ¿Qué te apuestas? -bromeó Anthony mientras mordía un cannolo.
Todos se rieron.
Más tarde, en la cocina, Gemma estaba rellenando su taza de café cuando Michael se puso a su lado.
- ¿Podemos hablar?
- Siempre que quieras.
- De ninguna manera vas a contribuir a pagar la ayuda a Nonna -le informó en voz baja-. Ya tienes bastante mierda de la que ocuparte por ahora. Sea cual sea tu parte, yo la cubriré.
- Michael…
- Sin Michael. Y no sólo eso, vivirás aquí sin pagar nada hasta que tu apartamento esté reconstruido. Theresa y yo lo hemos hablado. Te está prohibido decir no.
- No sé qué decir -afirmó Gemma ruborizándose.
Michael le puso un brazo encima del hombro.
- No tienes que decir nada. Para eso está la familia. -La besó en la coronilla-. Y una cosa más.
- ¿Aún hay más? -bromeó Gemma, intentando mantener la tranquilidad. Un acto más de generosidad por parte de Michael y Theresa y empezaría a sollozar.
- ¿Cuándo fue la última vez que fuiste de vacaciones?
- Hace dos años, cuando fui de safari a Kenia. ¿Por qué?
- Theresa y yo hemos pensado que podrías pasar una temporada en nuestra casa de la playa. Es tranquila, fuera de temporada… podrías quedarte tanto como quisieras. Te lo mereces, Gem, en serio.
- ¿Y qué pasa con la tienda, Michael?
- ¿No puedes irte un fin de semana largo?
Gemma arrugó la nariz.
- Supongo que podría pero no quiero aprovecharme de Julie de esta manera. Ya ha estado cubriéndome muchas veces.
- Aquí tienes una nueva idea: dale vacaciones a Julie también. Cógete una semana y cierra la tienda. La gente lo hace, ya lo sabes.
- Sí, lo sé, pero… -Gemma miró al suelo, superada por la preocupación y los cuidados de su primo. Al levantar los ojos su madre estaba en el umbral.
- Gattina -murmuró dubitativa-, ¿puedo hablar contigo?
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