Capítulo 23


La tenue luz en lo alto de la pirámide se había desvanecido hasta la nada mientras Jack recogía las antorchas, las encendía y las repartía.

El nuevo nivel en el que se encontraban tenía la temperatura más fresca con la que se habían topado desde su llegada al interior de El Dorado. Jack había examinado el punto más alto del vértice y había encontrado las válvulas principales a través de las cuales la gravedad alimentaba el sistema del canal de la mina. La cúspide de la pirámide debía de asomar desde el río de arriba, ya que sus ventanas se hallaban sobre la superficie. El torrente de agua entraba por una alcantarilla desde la cascada y se vaciaba en otra gran gruta en el centro del suelo. La velocidad de la corriente era ajustable, como pudo apreciar, mediante un sistema de esclusas controladas desde esa sala. Un gran mango estaba instalado en un muro de piedra que a su vez estaba unido a la puerta de una presa. El flujo de agua que entraba en la gruta era suave y constante, y creaba una corriente de entre ocho y diez kilómetros por hora que fluía por el sistema de canal alimentado por la propia gravedad.

—Debe de haber cerca de quinientos kilómetros de canales internos dentro de la mina. La estructura no se parece a nada que se haya descubierto con anterioridad. Un equipo podría pasarse toda una vida aquí dentro y no llegar a descubrir nada —dijo la voz de una mujer.

Jack se giró y vio a Sarah acercándose. Ella también estaba admirando la obra de ingeniería del dique del interior del muro.

—Bueno, pues tú has descubierto lo suficiente para salvarnos el culo ahí abajo —contestó él poniendo una mano en el muro.

—Ha sido cuestión de suerte —respondió ella al colocar, también, una mano en la presa—. Debe de haber miles y miles de litros de agua dentro de este muro. En su apogeo, los incas debieron de tener cientos de barcos del tesoro surcando este sistema.

—Ahí mismo hay ocho —dijo Jack moviendo la antorcha para que Sarah pudiera ver los extraños barcos cerca del canal—. Y más allí, aunque no parecen estar en tan buen estado.

Sarah observó que varios barcos estaban dispuestos a lo largo de la pared y que parecían seriamente dañados.

—Pero creo que con un poco de suerte, estos pueden aguantar —continuó Jack.

—¿Estás pensando en utilizar los canales para volver al Profesor?

—Tú y los demás, sí, pero Carl y yo tenemos que buscar algo.

—¿La bomba?

—Sí. —Sin decir nada más, echó a andar hacia el grupo.

El interior ahora estaba bien iluminado por, al menos, treinta antorchas que o estaban en las manos de la gente o en sus apliques alrededor de toda la sala.

—Creo que esta habitación no era otra cosa que un modo de controlar el agua de los canales. Tenemos que bajar y la única forma es usar lo que tenemos —anunció Jack—. Puede que nos lleve horas, o incluso días, salir a pie. Pero con los canales podemos seguir una dirección y esa dirección es hacia abajo. El Profesor está ahí abajo y también lo está la salida. No tenemos elección.

Los alumnos se miraron y asintieron, mostrándose de acuerdo en que podría ser el único modo.

—Venid todos y elegid el barco que parezca estar en mejor estado. Son los suficientemente grandes como para que en uno quepáis todos.

Carl no estaba prestando atención porque estaba mirando alrededor de la gigantesca sala de agua con Virginia detrás. La cavernosa zona tenía varias entradas talladas en los muros de piedra. Iría una a una y se asomaría con la antorcha y la XM-8 porque estaba cansado de sorpresas y quería conocer mejor lo que los rodeaba.

—¿Carl?

—Sí —le respondió a Virginia al salir de la quinta sala en la que había entrado a mirar.

—Este sitio me da escalofríos.

Él miró los tensos rasgos de Virginia bajo la luz de la antorcha.

—¿Quieres decir aparte del simple hecho de estar aquí atrapados en una pirámide de probablemente diez mil años de antigüedad, diseñada a la inversa, y construida dentro de una montaña rodeada por una laguna que parece sacada de las páginas de un libro de historia jurásica? ¿Por qué iba eso a ser menos aterrador que estar aquí, en el ático de un sitio que probablemente mató a miles de indios inocentes?

Virginia puso los ojos en blanco.

—Listillo —dijo sin dejar de mirar a su alrededor nerviosa—. Me refiero a si puedes sentirlo. Es como si hubiéramos entrado en un cementerio.

—Mira, vuelve con el suboficial mayor, parece convertirse en medio humano cuando estás cerca, doctora. Yo echaré un vistazo a estas otras salas.

—No me trates como si fuera una niña pequeña, Carl —dijo al girarse y ponerse por delante de él hasta acceder a la siguiente sala.

Mientras Carl sonreía y la seguía, su nariz captó algo que antes no estaba allí. Metió la antorcha en una sala con escalones que descendían en espiral. Por un momento le pareció haber oído algo. Escuchó con más atención, pero supuso que solo habría sido el sonido del canal retumbando por los muros.

—Esto debía de ser el camino de bajada de los aldeanos.

Virginia no respondió.

Carl retrocedió y la vio quedarse paralizada en el arco de piedra de la siguiente cámara. Él alzó su arma y avanzó. Con delicadeza, apartó a la doctora y metió la antorcha. Tragó con dificultad ante lo que allí vio. Virginia tenía razón: ese nivel ponía los pelos de punta por una razón. Entró en la habitación y movió la antorcha a su alrededor. Había entrado en un mausoleo.

—Ve a por Jack y Sarah.

El comandante entró en la sala y vio lo que había hecho a Carl detenerse en seco. El marine había encendido varias de las antorchas del interior y estaba agachado, examinando parte del tesoro de la sala. No el tesoro de El Dorado, sino el tesoro que marcaba el paso del tiempo a lo largo de la historia.

—Oh, Dios mío —dijo Sarah acercándose a Jack.

Había cuerpos tendidos por el suelo, esqueletos en todas las posturas imaginables. Artefactos de la historia de El Dorado acompañaban a esos humanos del pasado en su viaje adonde fuera que el viaje de cada alma los llevara. Había pecheras de armadura de conquistadores apiladas junto a una caja de raciones de comida de la segunda guerra mundial. Una oxidada arma Thompson yacía junto a la caja. Había espadas tiradas por todas partes, lanzas y hachas de piedra. Pero con mucho, los más extraños y estrafalarios artefactos eran los cuerpos. Estaban dispuestos en todas las posiciones, pero Jack se fijó en algo muy intrigante: todos estaban encadenados a la pared con manillas de bronce.

—El animal.

El mayor se giró hacia Virginia. Carl y Sarah la miraron con curiosidad y después Sarah bajó la mirada hacia el cuerpo de un soldado norteamericano que tendría unos sesenta años de antigüedad. Los restos estaban en muy buen estado gracias a la sequedad de esa cámara en particular. Tenía sus dos huesudos brazos alzados, como en gesto de rendición, y sujetos por las cadenas. El cuerpo junto a él era el de un conquistador, con su jubón rojo aún pegado a su huesudo cuerpo y las cuencas de los ojos vacías mirando inexpresivamente a los intrusos.

—Los cuerpos se trajeron hasta aquí post mórtem. Su sangre ha manchado las piedras de alrededor. La bestia los colocó aquí y los encadenó para que no escaparan de la mina y ha seguido haciendo su trabajo durante siglos y siglos.

—Eso es algo exagerado, doctora —dijo Carl.

—No deja de ser un animal, comandante. No tiene concepto de muerte, ya sea inminente o de otro tipo, la suya propia o la de otro animal. Solo hace eso para lo que lo entrenaron.

—Y lo entrenaron para traer esclavos que se habían escapado —dijo Sarah al agacharse junto a otro grupo de huesos—. Comandante, aquí tenemos un soldado.

Cuando Jack y los demás se acercaron a la esquina donde estaba Sarah, pudieron ver un esqueleto encadenado por un solo brazo. El hombre, siglos antes, cuando aún estaba vivo, se había soltado la mano derecha de la manilla que pendía sobre él. Bajo la luz de la antorcha, Jack pudo ver que el hombre agonizante había utilizado una bola de plomo, una bala de mosquete que ahora yacía junto a sus huesudos dedos, para grabar algo en el suelo de piedra. Sarah había descubierto las primeras letras y supuso lo demás. Jack se inclinó y con un soplido apartó capas de polvo de las letras restantes.

—Joder —exclamó Carl por encima del hombro de Jack.

—Capitán Hernando Padilla, 1534 —leyó en voz alta el comandante.

—¿Qué dice el resto? —preguntó Virginia.

Cuando Jack, con delicadeza y respeto, apartó los huesudos dedos del conquistador de su última palabra, la bala de mosquete rodó y se coló en una grieta del suelo, donde se quedó. Respiró hondo y sopló sobre la palabra restante.

—«Perdonadme»[9] —murmuró Sarah y se levantó para alejarse—. Aunque estaba moribundo, se avergonzaba de lo que había hecho.

Jack le dio una palmadita en el hombro a Carl después de que este le preguntara el significado de esa palabra en inglés. Le respondió y se apartó, lamentando la muerte de un soldado amigo hacía tanto tiempo y en un lugar en el que no quería estar. No se diferenciaba de ningún hombre del mundo.

Carl miró el esqueleto y la armadura tendida a su lado. Esos arañazos, esas muescas… No podía llegar a imaginar el admirable viaje que ese soldado había hecho, el horror de perder a todos los de su compañía. Sacudió la cabeza y se puso derecho justo cuando oyó a Virginia tomar aire profundamente. La mujer había comenzado a retroceder lentamente ante algo.

—Comandante, eso que buscaba… ¿De qué color era el maletín en el que estaba?

—Debería ser amarillo y…

Las palabras de Jack quedaron interrumpidas cuando oyó un suave pitido procedente de la esquina de la que Virginia retrocedía. Y entonces vio el maletín. El arma estaba sobre una pila de otros objetos de la expedición Zachary. La bestia debía de haberla depositado ahí junto con el resto de cosas que había encontrado. Era como si el animal llevara a su nido, a su casa, todo lo que tuviera un material brillante y colorido. Era un ladrón.

El capitán de corbeta se unió al comandante y ambos miraron la funda que protegía el arma nuclear de cinco kilotones.

—Jack, creo que hemos encontrado lo que estábamos buscando.

Jack se acercó y, con facilidad, destapó la funda protectora. Había enviado a Sarah y a Virginia a instar a los demás a darse prisa con los preparativos para huir de allí.

—Joder —exclamó al ver la pantalla de led en la cubierta de aluminio del arma.

—Parece que por fin tenemos buena suerte —dijo Carl mirando por encima del hombro de Jack.

—La cuenta atrás está parada en treinta minutos. Sí, puede que hayamos tenido suerte. Kennedy giró la llave, pero no puso en marcha el contador. Creo que podemos estarle agradecidos a esa criatura por esto.

—Sí, recuérdame que le dé las gracias si nos la encontramos —bromeó Carl.

Jack cerró la funda y asintió hacia Carl para indicarle que sujetara el otro extremo. Con cuidado, la levantaron del suelo y de camino afuera, se detuvieron para contemplar los restos de los soldados del pasado. Después, Jack miró a Carl y sacudió la cabeza.

—Asegurémonos de que no terminamos como estos colegas.

—Siempre me ha gustado tu manera de pensar, Jack.

Salieron de la cámara iluminada y entraron en el pasadizo más oscuro. Acababan de pasar delante de la sala que tenía las escaleras que descendían cuando, de pronto, se vieron flanqueados por dos hombres con armas automáticas. Uno salió de la cámara principal y el otro estaba oculto en la oscura entrada y apareció cuando pasaron por delante. El hombre del fondo les indicó que continuaran hasta el interior de la sala principal.

Al entrar en la iluminada sala de agua, Jack vio que Sarah estaba allí con Virginia y los estudiantes. Todos parecían abatidos y aterrorizados.

—Esto parece la semana de regreso al hogar. El comandante Jack Collins y el ingenioso capitán de corbeta Everett. Estoy verdaderamente asombrado. Ustedes dos son como el sabor de un vino malo. No hay manera de quitármelos de encima.

—Lo siento, Jack —dijo Sarah.

—No vuelva a hablar, señora —dijo Méndez alzando el arma, preparado para golpear a Sarah.

Jack se tensó y a punto estuvo de soltar la cabeza explosiva cuando las palabras de Farbeaux los detuvieron, a él y a Méndez.

—¡Basta! No se golpea a una dama por estar preocupada, señor Méndez.

Méndez, con la mano paralizada a medio camino, se giró hacia el francés y vio, para su asombro, que Farbeaux no estaba mirándolo a él, sino al comandante norteamericano.

Jack también lo miraba, y así permanecieron durante treinta segundos.

—¿Qué hay en esa funda? ¿Oro? —preguntó Méndez mientras les indicaba a sus tres hombres que se la arrebataran a los norteamericanos.

—Yo no lo haría, colega —dijo Carl cuando le libraron del peso de la cabeza explosiva.

Jack, que seguía observando al francés, dejó que le quitaran el mango de la funda.

Los dos hombres, mientras el tercero seguía apuntando a los dos estadounidenses, le entregaron la funda a Méndez. La mirada de codicia del hombre fue una mirada que la historia ya había visto en millones de ocasiones cuando hombres avaros creían que estaban a punto de obtener un filón de riquezas.

—¿Oro, reliquias? ¿Qué hay dentro? —preguntó al acercarse al contenedor de aluminio amarillo con intención de levantar los cierres de la tapa.

—¡No!

Méndez miró a Farbeaux, que le dijo a Jack:

—Explique por qué no debería abrir la funda, comandante.

—Por su actitud, veo que ya lo ha imaginado, pero prefiero no decirle nada a este cerdo —respondió Jack con voz tranquila. Por el rabillo del ojo captó el gesto de desdén de Méndez y aguardó a que el hombre gordo se moviera en su dirección.

—Creo que lo que tiene aquí es un modo de sellar El Dorado para siempre, ¿tengo razón? —Farbeaux introdujo la mano en su mochila, extrajo un grueso guante, volvió a meter la mano y sacó un pedazo de piedra verdosa. Estaba surcada por una sustancia blanca y caliza. Se la mostró a Jack—. Para librar al mundo de la fuente, de esta fuente. —La habitación se quedó en silencio mientras todos miraban lo mismo.

—El genocidio no parece ser parte de su currículum vítae, coronel —dijo Jack finalmente.

—La venta de este material siempre ha sido mi manera de llegar a fin de mes. Como se suele decir, a nadie le gusta ser menos que el vecino.

Farbeaux se guardó la muestra enriquecida de uranio en su mochila y se quitó el guante.

—Lo que hay en la funda de aluminio, señor, es una cabeza nuclear de cinco megatones. Lo que los norteamericanos llaman cariñosamente Backpack Nuke. Está fabricada por Armas Nucleares Hanford, en el estado de Washington, y diseñada para la detención de tropas menores en campos de batalla. Pero serviría muy bien para derribar… digamos… una pirámide.

Méndez rápidamente se apartó de la funda.

—Puede que mi amigo colombiano sea un poco lento a la hora de captar las cosas, comandante, pero el hombre sí que entiende lo que es la muerte en todos sus aspectos. Ahora, como estaba diciendo, este material es muy valioso. Incluso en esta forma tan básica, es capaz de crear un arma de…

—Una bomba sucia[10], el dispositivo nuclear de un pobre; sigo sin tragármelo, coronel. No es propio de usted.

—Ustedes también se beneficiarán de esto, y usted también… —comenzó a decir Méndez furioso.

Señor, por favor, quédese callado mientras hablamos los adultos. —Farbeaux sonrió al mirar a Méndez y a Collins—. Abastecer a los demás de un material así no me convierte en un asesino, pero admito que tiene razón hasta cierto punto, comandante Collins. Capitán de corbeta Everett, su reputación le precede, señor. Por favor, no dé un paso más hacia el arma de ese idiota —dijo Farbeaux al sacar su 9 mm y apuntar al capitán.

Carl dejó de acercarse hacia uno de los colombianos que, todavía asumiendo la situación, no se había fijado en quién se aproximaba. El hombre reaccionó por fin y lo echó atrás.

—Como iba diciendo —continuó Farbeaux posando los ojos momentáneamente en Carl para luego dirigirlos lentamente hacia Jack—, el material lo ha comprado y pagado un antiguo empresario de minas y sus motivos son los mismos que los que tiene su país: la eliminación de ciertas células terroristas por el mundo. Una fuente imposible de rastrear de material radioactivo que puede ser enviada a montañas y valles de remotos lugares incivilizados. Así que, como ve, nuestro fin es el mismo.

—Me temo que ha juzgado mal a los estadounidenses, coronel. Aún hacemos cosas por las malas, aunque algunos dirían que es una forma estúpida de hacerlo, pero introducir radiación en la atmósfera para acabar con todo, además de con los terroristas… Bueno, hay que marcar el límite en alguna parte.

Farbeaux vio a Jack mirar hacia el oscuro pasillo por el que habían llegado y esbozó una mueca al darse cuenta de que el comandante estaba haciendo tiempo. Y, en efecto, Jack había visto algo que, sin duda, mantendría ocupados a Méndez y a sus hombres durante los siguientes minutos.

—¡Es usted increíble! —gritó Farbeaux justo cuando la criatura salió de las intensas sombras del pasillo.

Farbeaux disparó dos veces cuando el animal derribó al primer colombiano, al que golpeó con sus garras, pero las balas del francés hicieron poco por detener a la bestia en su avance hacia el interior de la cámara.

—¡Metedlos en el barco! —gritó Jack hacia Carl, que había eliminado al hombre en el que había puesto el ojo en un principio, simplemente agarrándolo por el cuello. Después de recoger del suelo el Ingram que se le había caído a ese mismo hombre, corrió hacia los atemorizados estudiantes y comenzó a ayudar a Sarah y a Virginia a empujar el primer barco que se encontraron en el canal.

Varias balas más alcanzaron a la criatura, que bramaba de dolor. Cayó sobre una rodilla y cada vez se mostraba más débil, tanto por ese ataque como por el anterior.

Rápidamente, Jack corrió hacia la funda y la abrió. Los brillantes números seguían detenidos en los treinta minutos. Se agachó, sacó su cuchillo y estaba a punto de detener el temporizador para siempre golpeando la pantalla cuando una bala impactó en un lateral de la funda. Unas cuantas chispas saltaron de la funda del arma y, en ese momento, unos números aparecieron a la derecha de los minutos. Los segundos comenzaron a contar y los dígitos de los minutos pasaron a marcar veintinueve. La cuenta atrás se había activado. Los diseñadores del arma habían colocado una protección en caso de fallo en la cabeza explosiva que no permitiría que un enemigo intentara destruirla haciendo lo que acababa de pasar. El impacto de una bala en la funda activaría cualquier orden previamente dada al ordenador central.

El comandante se apartó rodando de la funda y se puso de pie cuando los colombianos dejaron de disparar al animal y dirigieron las armas hacia él. Unas cuantas balas rebotaban en el suelo y las paredes mientras Jack corría hacia el barco que lo aguardaba. En el camino recogió una XM-8 y disparó a la presa que contenía el flujo de agua. Las balas golpearon, produciendo únicamente astillas en un principio, pero luego, a medida que se vaciaba el cargador de la XM-8, la piedra se agrietó y se desintegró. Al instante, la presa estalló dentro del muro y un torrente de agua se coló por el sistema de canal.

Farbeaux observó horrorizado cómo la primera oleada de agua chocaba contra la funda de aluminio antes de llegar al canal. El arma fue arrastrada por el torrente hacia el canal mientras los estadounidenses zarpaban en uno de los barcos.

Jack subió al barco con las otras catorce personas dentro y cayó sobre Jenks, que gritó de dolor.

—¡Estoy harto de estos viajecitos en montaña rusa! —protestó Jenks mientras los estudiantes que lo rodeaban gritaban aterrorizados. El gran barco se coló por el túnel principal y desapareció en la oscuridad.

Brasilia, capital de Brasil

El jefe del Estado Mayor brasileño colgó el teléfono, se levantó y se dirigió a la ventana abierta de su residencia. El hombre con el que acababa de hablar le había llamado por su línea privada. Le había vendido su alma al diablo, al estadounidense que pronto sería el presidente de Estados Unidos. Su futuro lo estaban planeando otros que no eran de su país, pero el trato que había hecho con el diablo extranjero estaba cerrado y él tenía que cumplir con su palabra. Ahora había una orden complementaria que se sumaba a esa por la que se habían enviado a cincuenta mercenarios al valle para detener a la fuerza de rescate estadounidense. Tenía que matar para proteger a su fuerza de asalto.

Volvió a su mesilla de noche, levantó el teléfono y llamó a la Força Aérea Brasileira (FAB), la Fuerza Aérea Brasileña. Dijo que quería que los aviones-caza despegaran de inmediato. Le dio al oficial de guardia las órdenes y las coordenadas que le había dado el estadounidense y, una vez hecho eso, colgó el teléfono y se puso en contacto con la línea presidencial para comunicarle al presidente que el espacio aéreo de Brasil estaba siendo invadido por fuerzas militares de Estados Unidos y que su deber era derribar esos aviones.

Base de las Fuerzas Aéreas de Anápolis

Brasil

Dos cazas Dassault Mirage 2000C se alzaron en el aire rumbo al oeste. Acostumbrados a atacar objetivos terrestres que consistían en puntos de producción y distribución del mercado de la cocaína, los dos pilotos se quedaron asombrados al saber que les habían ordenado interceptar y derribar un avión identificado como perteneciente a una aerolínea civil que había invadido el espacio aéreo brasileño. Diez minutos después de activar el dispositivo de postcombustión, el jefe del Estado Mayor los informó personalmente de que el invasor en cuestión era en realidad una variante militar del Boeing 747 estadounidense y que las intenciones de la nave eran hostiles.

La Casa Blanca

El presidente estaba en la planta de arriba con la primera dama a la espera de recibir noticias de Nevada cuando el consejero de Seguridad Nacional llamó. El presidente, sin chaqueta, bajó y fue directamente al despacho de Ambrose en el ala oeste, pero se encontró con él en el pasillo antes de poder llegar al despacho.

—Señor presidente, tal vez sería mejor que me informara de la operación que se está desarrollando en Brasil, ya que parece que ha dejado de ser secreta.

—¿Qué quiere decir? —preguntó al quitarle a Ambrose un pedazo de papel.

—Las Fuerzas Aéreas brasileñas han enviado dos caza Mirage y se dirigen al oeste. Fort Huachuca, en Arizona, ha captado una conversación por radio que dice que tienen órdenes de derribar un 747 que sobrevuela su espacio aéreo con intenciones hostiles.

El presidente leyó la nota escrita a mano por Ambrose mientras hablaba con la estación de Inteligencia de Arizona. Cerró los ojos y respiró hondo.

—Póngame con el secretario de Estado.

—Ya está al teléfono, señor.

El presidente pasó por delante de Ambrose y entró en su despacho. Levantó el auricular y al otro lado encontró al secretario esperando.

—¡Vaya a la residencia presidencial y haga que rescindan esa orden ahora! —gritó furioso el presidente olvidando toda formalidad diplomática. Su paciencia estaba empezando a agotarse después de haber pasado horas consolando a su mujer por lo de su hija.

—Señor presidente, Brasil insiste en que tiene todo el derecho a derribar esa nave y lo hará si no sale de su espacio aéreo.

—¡Al infierno con eso! Dígale que el avión está ahí para respaldar una operación de rescate y que no tiene intención de hacer daño a ningún civil brasileño. Solo están ahí por labores de apoyo.

—Intentaré de nuevo ponerme en contacto con él —mintió el secretario. Sabía que el presidente había ordenado a los grupos de combate a bordo del Nimitz y del John C. Stennis que se retiraran y que, bajo ningún concepto, acudieran en ayuda del Proteus.

El presidente colgó y se dirigió a Ambrose.

—¿Cómo han conseguido las Fuerzas Aéreas brasileñas información sobre el Proteus?

—¿La plataforma de armas? —preguntó Ambrose como si no supiera a qué se refería.

—Alguien les ha pasado la información. Descubra quién, ¡deprisa! Además, póngame en línea directa con COMMSURPAC. No puedo dejar a esos chicos ahí sin nada que los proteja.

Ambrose nunca antes había visto a ese hombre perder el control. Lo vio darse la vuelta y dirigirse rápidamente al Despacho Oval. Si solicitaba protección para el Proteus, se armaría una bien gorda y tendría que responder por un abierto acto bélico.

Se relajó al comprobar que el plan del secretario tomaba forma.

Afluente Aguas Negras

El recién nombrado alférez Will Mendenhall tragó con dificultad al ajustar el aumento de su visión nocturna. Diez barcas de goma tipo zódiac entraron en la laguna por el lado opuesto de la catarata desde donde él había tomado posiciones. Apartó la mano derecha y la sacudió, intentando recuperar la sensibilidad en ella después de haber escalado el lateral de la cascada. Se había servido de la bóveda toscamente labrada que cubría la cascada en gran parte del camino, y después tuvo que utilizar la fisonomía natural del terreno para ascender el resto. Se había hecho cortes y arañazos en las manos con las puntiagudas rocas y los arbustos, pero por fin lo había logrado, solo cinco minutos antes de ver a la primera barca. Bajó los prismáticos y miró el reloj; eran las cinco y cuarto de la mañana. Esperaba que Ryan estuviera en su puesto porque, de lo contrario, el equipo metido en la mina iba a tener mucha compañía. Ni el Jinete Nocturno ni el comandante habían respondido a sus primeras tres llamadas.

Rápidamente, Mendenhall se quitó la radio del cinturón y se aseguró de que la frecuencia estaba en el canal 78. Después, respiró hondo.

—Jinete Nocturno, Jinete Nocturno, aquí Conquistador, ¿me recibe? ¡Corto y cambio!

Operación Mal Perder

En algún punto sobre Brasil

El transformado 747-400 estaba cruzando los claros cielos a casi nueve mil metros. El piloto llevaba a la radio una hora. Intentaba convencer a las autoridades civiles brasileñas con la explicación de que tenían dificultades con el timón de dirección y que estaban dando vueltas mientras su ingeniero de vuelo comprobaba sus sistemas hidráulicos. Escuchaba sus furiosas quejas, pero ¿qué otra cosa podían hacer? ¿Dejar que un avión de transporte fletado por una influyente compañía internacional como Federal Express se estrellara porque no querían concederles más tiempo en su espacio aéreo?

Dentro, los técnicos estaban maldiciendo y gritándose unos a los otros mientras trabajaban rabiosos con el sistema que se suponía no estaría operativo en otros tres años más. El sistema de láser de alta energía y clase megavatios de oxígeno químico iodado había funcionado mal en cuatro ocasiones ese día, provocando incendios en dos de esos incidentes.

Ryan estaba viendo el desarrollo de ese fracaso junto a dos de los seis miembros de su equipo Delta cuando un comandante de las Fuerzas Aéreas le dio unos golpecitos en el hombro.

—Tenemos a Conquistador por radio. Está preguntando por el Jinete Nocturno Uno —dijo el comandante por encima del ruido.

Ryan asintió y lo siguió.

—Dígale a esos monos que están de servicio —le dijo al comandante delta refiriéndose a los técnicos de láser—. Y recuérdeles que hay vidas norteamericanas en juego.

Ryan accedió a una zona separada que estaba cerrada y tranquila. Se inclinó sobre el asiento eyectable del operador de radio, con la precaución de no rozar el tirador de eyección. Agarró unos auriculares y pulsó el botón del cable largo.

—Conquistador, aquí Jinete Nocturno, cambio.

—Jinete Nocturno, tenemos criminales acercándose a nuestra posición, ¿estáis rastreándonos? Cambio.

Ryan se inclinó y susurró al oficial de satélite, un teniente coronel que estaba mirando una imagen infrarroja en tiempo real descargada del Boris y Natasha.

—Ahora mismo contamos cincuenta y cuatro objetivos y diez embarcaciones. La información ya se ha pasado al ordenador de alcance de objetivos —dijo el teniente coronel.

—Recibido, Conquistador, estamos rastreando, cambio.

—Que empiece la música, Jinete Nocturno, están en nuestros regazos. ¡Operación Mal Perder en marcha! ¡Ejecuten, ejecuten, ejecuten!

Ryan sabía que era Will Mendenhall el que estaba en la radio, así que decidió arriesgarse.

—Conquistador, busque una ubicación segura. No me fío de esta cosa. Cambio.

—Ya nos han advertido, Jinete Nocturno, cojan a los malos. El Conquistador sale corriendo. Cambio y cierro.

Ryan asintió hacia el teniente coronel que estaba al mando de la operación y de buscar objetivos. Su sistema se basaba en el Boris y Natasha, cuyas cámaras infrarrojas estaban posadas sobre el anillo de emisores de calor transportados por globos que rodeaba la laguna. Una vez se tomara nota de las coordenadas y de la ubicación exactas, el KH-11 se conectaba a las fuentes de calor individuales de los hombres en el interior de la zona objetivo o, más precisamente, su calor corporal. El láser de oxígeno químico iodado, COIL, emplearía la reacción del gas de cloro con el peróxido de hidrógeno básico líquido para producir moléculas de oxígeno de fase gas electrónicamente estimuladas. El oxígeno después transferiría su energía a los átomos de yodo que emitirían radiación a 1,315 micras, generando un rayo que cortaría limpiamente el acero macizo… Eso, contando con que funcionara…

El teniente coronel avisó a los técnicos de láser, que trabajaban para Northrop-Grumman, para que lo activaran en treinta segundos. Después ajustó el espejo situado en el interior del cañón abierto para dispersar cincuenta y cuatro rayos de alta energía que apuntarían incluso a objetos en movimiento; el espejo se separaría y haría rebotar el rayo principal, que se dividiría a su vez en rayos asesinos individuales… Todo ello en teoría, claro.

—Preparados para iniciar —dijo.

Ryan frunció el ceño al ver los objetivos acercándose cada vez más a la catarata. «Preparados para iniciar» suele significar «Preparados con los extintores de fuego,» pensó al cerrar los ojos y rezar en silencio por sus amigos.

Fuera del centro de Órdenes, la red eléctrica subió al máximo cuando los generadores principales se activaron. Alcanzaron el cien por cien de energía sin explotar, por lo menos en aquella ocasión. Al mismo tiempo, en la pantalla de objetivos, diez círculos iluminados rodeaban cada objetivo en la superficie de la laguna.

Fuera del 747, una gran portilla se abrió en espiral a cuatro metros por debajo de la cabina del piloto. El piloto cerró una persiana construida especialmente para protegerlos de la intensa luz que saldría por la portilla a escasos metros de donde ahora se encontraban su copiloto y él.

—Prepárense, sistema al cien por cien de energía y objetivos localizados. ¡Lancen el COIL!

Jason Ryan se estremeció cuando no pasó nada.

—¿No se debería haber producido una avalancha de energía ahora mismo? —gritó furioso.

Fuera de la cabina insonorizada y en la cabina del piloto, este vio trece alarmas que empezaron a iluminarse al momento. Las parpadeantes luces rojas mostraban pérdida de energía en los principales sistemas del 747. Los cuatro gigantescos motores estaban perdiendo energía y el morro del enorme 747-400 comenzó a hundirse. Inmediatamente, el piloto informó de la emergencia.

Ryan se agarró a uno de los ordenadores y se quitó los auriculares.

—¡Joder! ¡Vamos a perder a gente ahí abajo!

El teniente coronel al mando del COIL gritó:

—¡Estamos a punto de perder el avión, señor Ryan!

—¡Es que hay que perder este pedazo de mierda! Puta tecnología, podemos hacer unos videojuegos fantásticos, pero no podemos hacer que un instrumento militar funcione para lo que lo han diseñado, ¡joder!

Las palabras de Ryan quedaron anuladas por un fuerte silbido cuando el gigantesco Boeing comenzó a caer del cielo.

Mendenhall iba a probar con la radio para intentar contactar con Ryan otra vez cuando, de pronto, la noche que lo rodeaba se iluminó con balas rastreadoras de gran calibre procedentes de la laguna. Alguien en una de las zódiacs lo había captado con la visión nocturna. Balas del calibre 50 alcanzaban las rocas y los arbustos que lo rodeaban mientras levantaba su 9 mm con una mano y accedía a la radio con la otra. Disparó a la laguna a la vez que intentaba contactar con el Jinete Nocturno.

Ryan seguía aferrándose a la misma consola, con la diferencia de que ahora tenía un ángulo que decía claramente que el 747 se dirigía a la cubierta. Mantenía la calma, ya que había pasado por una experiencia similar durante sus últimos días en la Marina. Solo tienes que saber cómo actuar, pensó.

Uno de los técnicos de Northrop-Grumman sabía lo que había sucedido. Lo había sospechado durante la última comprobación y se había preparado para ello. La consola de mando principal estaba conectada a la red de energía del Boeing y cuando el ordenador de objetivos envió electrónicamente la orden al COIL, todo el sistema se vino abajo. Abrió el panel, encontró los cables que necesitaba y tiró de ellos. Se soltaron y después tiró del cable de comando y lo conectó a través de otro circuito de energía. Rápidamente volvió a conectar el cable de entrada del acelerador de la cabina de mando y de inmediato se vio recompensado por el ruido de los cuatro motores de la General Electric funcionando a toda máquina. Golpeó el intercomunicador.

—Energía restablecida a los sistemas del avión. ¡Energía restablecida al sistema de objetivos COIL! —El técnico se deslizó hasta dejarse caer al suelo contra uno de los mamparos del interior. Joder, van a rodar cabezas cuando se enteren de que habían conectado uno de los sistemas de armas a través del sistema de energía de la plataforma. ¡Mierda!

Ryan sintió el morro elevarse a medida que la energía de los motores indicaba claramente que estaban ascendiendo de nuevo.

—¡Jinete, nos están disparando, cambio! —Ryan finalmente pudo oír la llamada de preocupación de Mendenhall.

Estaba a punto de dar la orden de disparar una vez más cuando el oficial de intercepción por radar, situado en la parte delantera del 747, gritó por los auriculares:

—Tenemos dos aeronaves no identificadas a ochenta kilómetros y acercándose con rapidez. Ha sido una aproximación sigilosa por su parte. Son de las Fuerzas Aéreas brasileñas y nos están ordenando que salgamos de su espacio aéreo porque, de lo contrario, abrirán fuego.

—¿Tiempo para la secuencia de disparo del Proteus? —gritó Ryan por la radio.

—Cinco minutos para subir la energía —respondió el teniente coronel mientras volvía a apuntar rápidamente a los barcos esparcidos.

—¡Joder, en dos minutos seremos una bola de fuego!

Los dos caza Mirage 2000 por fin vieron las luces anticolisión del 747 después de que el gigantesco avión descendiera hacia la selva situada debajo. Ajustaron su patrón para tomar posiciones unos dos metros por detrás de la gran nave. El caza que iba en primera posición preparó sus armas. Sus órdenes eran claras: derribar a los norteamericanos.

Utilizó su pulgar para seleccionar su arma, dos Pirañas MAA-1 fabricados en Sudáfrica, un misil aire-aire de corto alcance guiado por infrarrojos que busca las emisiones de calor del objetivo que salen principalmente de los motores. Inmediatamente recibió orientación de las cabezas buscadoras de los dos misiles posados sobre los carriles de lanzamiento bajo las alas y a la espera de la señal eléctrica que los lanzaría a su letal camino.

—¡Joder, nos apuntan con misiles, Ryan! —gritó el piloto por la radio.

—¡Me importa una mierda, tenemos órdenes! ¡Ahora, vuelva a situarnos en posición y dispare la puta arma antes de que perdamos a gente ahí abajo!

Los pilotos de los caza brasileños quedaron aliviados al ver el gigantesco avión comenzar a alejarse por el este. Después vieron y siguieron al 747 con la esperanza de que estuvieran a punto de salir de la zona por donde habían venido. No sabían que estaba empezando a trazar un largo y lento círculo mientras recuperaba sus objetivos. Cuando el piloto advirtió que estaban dando comienzo a otro ataque, enfureció ante la decepción y rápidamente volvió a activar la posición de disparo del caza, fabricado en Francia. Sabía que al 747 le quedaban diez minutos para una muerte segura mientras se giraba lentamente.

La Casa Blanca

Ambrose asintió hacia el agente del servicio secreto apostado fuera del Despacho Oval y entró. El presidente estaba de pie junto a su escritorio con las manos apoyadas encima firmemente.

—¿Qué está pasando?

El presidente no respondió. Miraba abajo pensativo mientras los músculos de su mandíbula se tensaban y aflojaban. Entonces sonó el teléfono.

—El presidente de Brasil le devuelve su llamada —dijo la secretaria desde la oficina exterior.

—Señor presidente, ¿qué está haciendo? —preguntó Ambrose nervioso.

—Algo que debería haber hecho desde el principio —respondió al levantar el teléfono.

Ambrose se quedó paralizado: estaba llamando al presidente de Brasil personalmente, pasando por delante del secretario de Estado.

—Señor presidente, gracias por atender mi llamada. Tengo que pedirle que detenga sus fuerzas. El avión en cuestión se encuentra en misión de apoyo a una operación de rescate solamente. No hay intenciones hostiles por su parte.

Ambrose lentamente soltó una carpeta sobre la mesa de café situada frente a uno de los sillones y se sentó. Cerró los ojos mientras sentía cómo su carrera, e incluso su libertad, se le escapaban de las manos.

—Sí, el secretario Nussbaum le ha explicado las circunstancias que rodeaban…

El presidente se quedó en silencio mientras la conversación continuaba de manera unilateral. Escuchó atentamente durante unos tres minutos y entonces, furioso, dio un puñetazo al escritorio. Le dio las gracias al presidente de Brasil y colgó. Después, pulsó un botón de su intercomunicador.

—¡Pásame con el almirante Handley del cuartel general COMSURPAC en Pearl Harbor, ahora!

El color que emanaba de las cabezas buscadoras de los Pirañas le dijo una vez más al piloto que sus misiles recibían la señal de calor del 747. Estaba a punto de lanzar el arma cuando su copiloto comenzó a gritar como un loco.

—¡Tenemos dos objetivos entrantes aproximándose desde el oeste! Se acercan rápido desde baja altitud. ¡Han debido de estar orbitando en nuestro espacio aéreo por alguna parte!

El jefe de vuelo apartó el dedo del percutor y comenzó a mirar al oeste. Tardó un momento en encontrar el resplandor del dispositivo de postcombustión de los dos aviones enemigos, pero cuando los vio supo que habían cubierto su acercamiento volando al nivel de la fronda de árboles. Mientras pensaba eso oyó el aviso de que su caza estaba siendo captado por los radares-arma del enemigo. Un segundo más tarde, el tono se volvió más intenso y constante, y fue ahí cuando supo que a su Mirage le apuntaba un misil enemigo.

—Aviones-caza brasileños, aquí avión-caza de la Marina de Estados Unidos al oeste de su posición. Les solicitamos que se distancien del avión experimental de Estados Unidos que ahora mismo se ha salido de su curso. Su vuelo es un accidente, repito, es accidental. Tenemos órdenes de proteger la propiedad de Estados Unidos a toda costa. ¿Me recibe, jefe de vuelo brasileño?

Se oyeron vítores dentro de la espaciosa área del Proteus cuando se anunció que los caza brasileños se habían alejado. Ryan escuchó al operador de comunicaciones informarlos de que los caza habían recibido órdenes del jefe del Estado Mayor brasileño llamando fuera de Brasilia.

—¡Joder! —exclamó uno de los Delta sacudiendo la cabeza—. ¡Alguien le ha dicho a alguien que somos los buenos!

—Coronel, ¿cuánto tardará en darme la posición del objetivo? —preguntó Ryan.

—Tenemos una, pero parece que nuestros objetivos están demasiado cerca de su zona de no disparo. Casi están fuera del aviso por calor.

—¡Dispare, joder!, ¡dispare!

El 747 empezó a sacudirse y a vibrar. Oyeron el generador principal a máxima potencia, y fue ahí cuando Ryan supo que la plataforma entera iba a explotar.

Afluente Aguas Negras

Mendenhall oyó el clic cuando el percutor de sus armas tocó una cámara vacía. Esperaba haber agujereado algunas zódiacs y con ese pensamiento llegaron veinte balas de calibre pesado. Con sus rastreadoras rojas de fósforo, horribles a la vista, se dirigían hacia su posición.

Se tumbó hacia atrás y buscó otro cargador cuando el cielo se iluminó con un resplandor verde que lo dejó paralizado. Mientras miraba hacia arriba asombrado, cincuenta y dos rayos láser fluorescentes cruzaron el claro aire de la noche con un silencio letal. Parecía como si formaran los radios de una rueda cuando impactaron y después se movieron como gigantescos agitadores mezclando un combinado.

Las zódiacs que iban en primera posición explotaron cuando el COIL realizó ajustes en su objetivo. Los hombres quedaron partidos en dos por los láseres verdes que los alcanzaron y les atravesaron la ropa y la carne. Ni siquiera tuvieron tiempo de reaccionar cuando el láser mató a la mitad del elemento de asalto en cuestión de 1,327 segundos.

El cielo se había convertido en un gigantesco molinillo de luz verde, que acabó con los primeros veintitantos hombres antes de que llegaran a saber siquiera que los habían atacado. Will Mendenhall estaba conmocionado cuando el ataque terminó incluso antes de que él hubiera acabado de asimilarlo. Se frotó los ojos por el repentino destello y miró al agua. No vio nada más que goma flotando y hombres muertos. Sin embargo, las últimas cinco zódiacs se habían dado la vuelta e intentaban desesperadamente llegar hasta el otro extremo de la laguna. Después de ver la muerte de sus camaradas de manos de algo que jamás entenderían, pensaron que lo que hacía falta era un ataque más sigiloso.

Mendenhall se dio la vuelta y se sentó sobre la pequeña roca. Observó hundirse los últimos restos de las barcas del elemento de asalto bajo las calmadas aguas de la laguna sin sospechar en ningún momento que pudiera haber supervivientes.

El sistema había operado casi a la perfección. Con la excepción del ciclo de disparo corto, que permitió que las barcas de ataque situadas detrás escaparan, el láser funcionó según lo esperado por primera vez después de unas trescientas pruebas de laboratorio y sobre el terreno. Los técnicos sabían que pagarían por ello más tarde porque el generador había sufrido un cortocircuito, había provocado otro incendio, y el cañón de espejo de noventa centímetros se había derretido bajo el intenso calor. Pero ahora mismo el grupo más grande de lerdos norteamericanos reunidos jamás en el aire estaban saltando de alegría y chocando los cinco hasta que el teniente coronel salió de la sala de objetivos y les gritó que pararan.

—Por si lo han olvidado, acaban de matar a un montón de hombres con esta jodida cosa. ¡Ahora vamos a ver si podemos ayudar a los nuestros activando de nuevo este puto sistema para alcanzar al resto de los malos!

Los técnicos inmediatamente se quedaron en silencio mientras él salía furioso.

Ryan se acercó a los veinte técnicos de Northrop-Grumman.

—Escuchen, eran hombres, pero también eran los malos y se dirigían a matar a algunos amigos míos y posiblemente a un grupo de estudiantes. Así que quédense con eso cuando vuelvan a casa. Lo han hecho realmente bien —dijo y se marchó.

El altavoz que tenían sobre sus cabezas chirrió. Era el comandante.

—De acuerdo, hemos tenido un fallo de funcionamiento en la secuencia de fuego y la mitad del elemento de ataque se ha perdido. Ahora mismo están llevando sus barcas hasta la ribera opuesta de la laguna. Las imágenes por satélite indican que están reagrupándose. Todos nuestros sistemas están dañados…

La explosión salió de la altamente protegida sala de sistemas del generador. El gas escapó por el fino aluminio del 747 formando una horrenda bola de fuego. El gigantesco avión se sacudió y la tripulación que no llevaba los cinturones puestos cayó al suelo cuando el Boeing perdió y ganó altitud. Un estruendoso viento se coló por el interior del avión mientras su integridad fallaba a siete mil seiscientos veinte metros y la repentina descompresión hizo que quince de los técnicos que no llevaban el cinturón encontraran la muerte al caer por el agujero de tres metros de diámetro.

Ryan se quedó atónito y a punto estuvo de desmayarse, primero por haberse estampado contra el suelo y después por haber chocado contra el techo del 747. El impacto hizo que el oxígeno que le quedaba se le saliera de los pulmones. Sin dejar de parpadear, pudo oír a algunos hombres gritar mientras luchaban por controlar el avión y después a otros cuando intentaban alcanzar a los que se deslizaban hacia el gran agujero. Un fuerte brazo detuvo el desplazamiento de Ryan hacia la brecha.

De pronto sintió una máscara de oxígeno sobre su sangrante cabeza y el primer chorro de aire pasando por su tráquea mientras unos brazos lo sujetaban contra el suelo. Sacudió la cabeza e intentó centrar la mirada. El sargento delta estaba allí, zarandeándolo e intentando hacer que el marine se levantara.

El 747 estaba cayendo. Ryan sintió el morro del gran avión en un ángulo que no engañaba. Vio al menos dos técnicos más colándose por la sección dañada del generador junto con papeles y equipo, a la vez que la tremenda presión le arrancaba el aire al fuselaje.

—Todo el personal, preparados para eyectar. Tenemos un fallo total del avión. Equipo Delta, cuando gritemos «¡Eyectar, eyectar, eyectar!», vuelen la escotilla de carga.

—¡Oh, mierda! —gritó el sargento que estaba sujetando a Ryan—. ¡Equipo Delta, prepárense para un salto de gran altitud!

—¡No! —dijo Ryan al ponerse de pie.

Cuando el avión se situó por debajo de los cinco mil cuatrocientos metros y el interior del 747 se estabilizó de algún modo, el sargento le gritó:

—¿Pero qué cojones pasa? Nuestro equipo va a estrellarse de todos modos. ¿Es que tiene planeado vivir para siempre?

Ryan comenzó a colocarse el paracaídas.

—Bueno, tal vez habría estado bien vivir un año más.

Mendenhall estaba empezando a descender por la pronunciada inclinación cuando vio el brillo en el cielo de la noche sobre él. Se quedó boquiabierto al contemplar una llama que salía de un objeto que se precipitaba desde gran altitud. Cerró los ojos y rezó porque no fueran el teniente Ryan y el resto del Proteus.

Mientras los asientos eyectores de lo que quedaba de tripulación salían del siniestrado 747 de dos en dos o de uno en uno, el equipo Delta, seguido de Ryan, pulsó el botón de alarma de la enorme puerta de carga en el lateral derecho del avión. Tras la breve explosión de la puerta, se prepararon para el estallido de aire y se pusieron en fila de dos para la salida de los paracaídas de gran altitud. El único problema era que se estaba convirtiendo muy rápidamente en un salto de baja altitud a medida que el descenso del 747 se volvía cada vez más pronunciado.

—¡Por Dios! ¿Qué pasa con la cola?

—Oh, sí, señor Ryan, no se dé contra la cola —dijo el sargento detrás de su máscara. Apartó al teniente de la puerta y lo llevó hasta el doloroso viento de la hélice.

Salieron como si fueran papeles tirados por la ventanilla de un coche que se desplazaba a toda velocidad. El primer equipo de dos hombres que salió de la escotilla de carga voló por encima del estabilizador trasero. El resto cayó esquivando, con suerte, el tonelaje de aluminio. La tripulación, que había saltado unida a sus asientos eyectores, tuvo una salida del avión mucho más suave. El elemento delta haría todo lo posible por seguir a la tripulación de la fuerza aérea del 747 y al resto de técnicos civiles hasta el suelo.

Mientras caían hacia la negra selva, sabían que aterrizarían, al menos, a ochocientos metros de la laguna. El 747, ahora devorado por las llamas que lo hacían parecer un meteorito descendiendo, impactó contra la selva a cinco kilómetros, haciendo un corte en el oscuro paisaje.

Ryan lo vio precipitarse contra las altas copas de los árboles. El sargento había explicado a qué altitud debía abrir sus paracaídas, pero él había perdido su altímetro de muñeca en algún punto durante la conmoción de escapar del avión en llamas. Se le habían caído los guantes y tenía los dedos helados. Al alargar la mano hacia la cuerda de apertura supo que no sería capaz de tirar a tiempo; el suelo estaba acercándose a él como un tren aproximándose a toda velocidad y sus dedos no podían sentir esa maldita cosa.

Cerró los ojos a la espera del impacto que le aplastaría los huesos cuando sintió que alguien le daba un puñetazo a su traje de salto. Después oyó abrirse el paracaídas y de pronto, cuando la seda negra se extendió sobre el denso aire, su velocidad disminuyó. Intentó mirar hacia arriba, aunque sabía que había sido el sargento el que le había salvado la vida.

Ryan abrió los ojos e intentó desesperadamente quitarse el casco y la máscara de la cara. El mundo se había convertido en un lugar brumoso y extraño desde esa nueva posición. Sabía que estaba colgando cabeza abajo porque la sangre que salía de sus oídos parecía estar palpitando como si tuviera el corazón acelerado. El frío oxígeno que fluía dentro de su máscara fue suficiente para empañar el cristal y eso lo aterrorizó más que nada: el hecho de no poder ver en qué clase de peligro se encontraba.

Intentó moverse y sintió algo soltarse en sus pies, ahí donde estaban enganchados con el paracaídas negro. No quería arriesgarse a utilizar la radio, que seguía conectada a su máscara, por miedo a no estar en territorio amigo… y dudaba mucho que lo estuviera. Oyó que la tela del paracaídas se rasgaba y le dio un vuelco el corazón cuando descendió medio metro más hacia el suelo. Por fin se soltó la mano y el brazo derechos y se arrancó la máscara de oxígeno de la cara.

Ryan inhaló el caliente y húmedo aire del pequeño valle. Giró la cabeza cuando en la distancia oyó el graznido de los pájaros y el sonido de una cascada. Después, miró abajo y cerró los ojos. No se encontraba a más de un metro del suelo de la selva. Era un milagro, había ido a caer en uno de los pocos espacios abiertos cercanos a la laguna. Corriendo, se quitó el arnés y se soltó. Cayó al suelo con los hombros porque, en el último momento, los pies se le engancharon con el arnés.

—Muy bien, señor Ryan —susurró una voz saliendo de la oscuridad.

Ryan llevó la mano hacia su Beretta de 9 mm.

—Tranquilo, teniente, tranquilo. Soy de los buenos. Pero tenga cuidado, hay otros tipos por aquí. Los he visto cuando hemos entrado. Ahora, vamos, tenemos unos amigos a los que hay que bajar de unos árboles.

Ryan vio salir al sargento Jim Flannery lentamente de entre unos arbustos, mientras se extendía la pintura de camuflaje por la cara. Terminó y le lanzó el tubo a Ryan.

—Píntese de negro, teniente.

—¿Ha visto a alguien más? —preguntó Ryan mientras se esparcía la pintura por la cara.

—Aún no, pero cuando los veamos espero que hayan bajado con más equipo que yo. Lo he perdido todo menos mi cerbatana.

Ryan sabía que estaba hablando de la misma arma que tenía él, una pésima 9 mm, que no era lo más indicado para enfrentarse a armas más pesadas.

El sargento delta dejó su arnés y su casco en el arbusto. Se colocó un pañuelo negro y verde en la cabeza y le guiñó un ojo a Ryan.

—Bueno, sospecho que aquí empezamos nuestra defensa de la laguna. Vamos a por el resto de la caballería.

Ryan asintió; sus ojos eran la única parte visible de su cuerpo en la oscuridad de la selva que los rodeaba.

—Bien, imagino que Proteus ha vuelto a la operación Conquistador —farfulló al situarse detrás del más experimentado delta.

—Supongo que se puede decir eso. Esperemos encontrar a muchos más conquistadores de los que tenemos ahora.

—Sí, y tal vez a unos cuantos con armas de verdad.

El sargento asintió y los dos hombres se dispusieron a dar con el resto del equipo de la condenada operación Proteus.