Diez Bailarines

Una Idea para la Pantalla de

NESTOR ALMENDROS

Copyright 1983

DIEZ BAILARINES1

Prefacio de Néstor Almendros

Esta idea se basa en la historia real de la deserción de diez bailarines cubanos en Paris en otoño de 1966. El texto se basa en gran parte en varias entrevistas que llevé a cabo en invierno de 1982 con los bailarines JULIO MEDINA en París y Jorge Riverón en Nueva York, y con el pintor cubano Ramón Alejandro y su amigo BERNARD MINORET2, el escritor francés que aparece de manera destacada en la “gran evasión” de los diez bailarines.

He incluido también mis propias reflexiones y recuerdos personales del incidente desde mi propio punto de vista particular, nacido en España, expatriado cubano que ahora vive en París. Junto con el escritor americano Kerry Kammer3, que me ha ayudado a editar, organizar y clarificar este material desde una perspectiva externa, he intentado simplificar, consolidar y dar dramatismo a los puros materiales de la interacción y el suceso que me fueron relatados. En esta fase del proyecto, apenas hay ficcionalización.

El argumento de DIEZ BAILARINES presenta cierta similitud con la trama de otras películas sobre ciudadanos inofensivos, desventurados, que -gracias a su ingenio, determinación, fuerza de carácter e imaginación- logran, de alguna manera, vencer el imponente sistema que los reprime. DIEZ BAILARINES podría terminar en algo semejante a la situación de Sound of Music [Sonrisas y lágrimas], donde un grupo de actores apenas logran escapar de sus obstinados perseguidores casi evaporándose y materializándose en otra parte en libertad. Debido al ambiente entre bambalinas y al tono político, esta historia recuerda también The Last Metro [El último metro] de Truffaut o Man on a Tightrope [Fugitivos del terror rojo] de Kazan. En mi mente, considerando el humor inherente en la historia de Diez Bailarines, he tomado la comedia clásica To Be Or Not To Be [Ser o no ser] (la versión de Lubitsch, no la reciente de Mel Brooks) como modelo, así como otras excéntricas comedias políticas clásicas (30s y 40s), tales como Ninotchka o Comrade X [Camarada X].

Diez Bailarines no pretende ser una encarnizada denuncia, sino más bien una parodia ligera sobre los absurdos del pensamiento y la retórica marxistas. El humor es un arma efectiva, probada en el tiempo, contra la represión, y los burócratas y policías en esas ridiculas circunstancias son el material de una comedia para la gran pantalla.

Excepto un episodio en la comedia de Barbra Streisand Up the Sandbox4 [Casada en Nueva York] (en la que su personaje fantasea una historia de amor con Castro), la rama cubana del comunismo no ha sido muy tratada en las películas americanas. Cuando se considera que Cuba es el enemigo más cercano de los EEUU, un peligroso vecino que intriga, amenaza y fascina, parece extraño lo poco que los americanos saben de él. DIEZ BAILARINES es una historia que podría informar, enriquecer, inspirar y entretener a la audiencia. La vitalidad, y la efervescencia del carácter cubano (a ambos lados de la cerca), la constante oportunidad de la “situación” cubana, y la nueva oportunidad de retratar Cuba y a los cubanos con una visión a la vez dramática y política, para variar, hacen oportuno este material para su honesta exploración en la pantalla.

Los exteriores de la parte francesa de la película se rodarían, por supuesto, en el encantador París. Las secciones cubanas podrían rodarse en una de las muchas islas del Caribe que se parecen a Cuba, probablemente la República Dominicana.

-N. A.

En La Habana a las 4:00 a. m. de una mañana de 1965 golpean fuerte y de forma persistente a la puerta de JULIO MEDINA, un bailarín del Ballet Nacional de Cuba. Es la Policía. Rápida y silenciosamente, JULIO esconde a su amante en un armario grande, no sin antes darle un trozo de papel con el número de teléfono de la prima ballerina [primera bailarina] ALICIA ALONSO, la única persona, dice JULIO, que podría ayudarlo si lo detienen.

ALICIA ALONSO, probablemente al final de sus cuarenta años por aquel entonces, no es sólo la prima ballerina sino también la directora del Ballet Nacional de Cuba. Es un personaje muy conocido e ilustre en Cuba, políticamente intocable ya que ha estado con los comunistas incluso desde antes de la revolución. Aparte de su status [posición] como gran bailarina y profesora, se la recuerda también por sus problemas oculares, conocidos por todos. Sufrió varias operaciones de retina. Debido a su poca visión tuvo problemas con las marcas del escenario y se dice que cayó una vez en el foso de la orquesta, un incidente muy celebrado.

Volviendo a JULIO, finalmente va a la puerta, actuando como si se acabara de despertar. Su actuación es, aparentemente, lo bastante convincente como para que la policía, aunque lo detiene, no busque más y, por el momento, su compañero se salva. JULIO es escoltado a un edificio militar donde es procesado, denunciado oficialmente y preparado para ser enviado a una de las granjas de la UMAP que fueron creadas en la provincia de Camagüey. Estas “granjas” son, de hecho, campos de concentración donde se llevan a cabo trabajos forzados agrícolas. La mayoría de la gente de estos campos es gente joven sospechosa de disidencia política, o miembros de ciertos grupos religiosos, como los Testigos de Jehová. También hay un gran número de delincuentes, presos comunes, chulos y drogadictos y muchos, muchos homosexuales. Algunos de los que han estado en estos campos tienen terribles historias que contar. Así que por la época del arresto de JULIO, en La Habana reina un gran miedo, tensión y ansiedad en el aire.

El día después de la detención de Juuo, su amante se pone en contacto con ALICIA ALONSO, la prima ballerina. Lívida de indignación, va personalmente, con su coche y su chofer, al cuartel general militar donde JULIO fue detenido. Empleando su gran carisma personal y su formidable golpe político, logra conseguir la liberación de JULIO, junto con otros bailarines de la compañía que fueron arrestados esa misma noche.

Al mismo tiempo, en un famoso restaurante llamado El Carmelo, la policía lleva a cabo una redada. Entre los detenidos esta vez se encuentra uno de los principales bailarines de la compañía, LORENZO MONREAL, quien es -no por casualidad- el yerno de ALICIA ALONSO5. Ni que decir tiene que también consigue que le quiten los cargos. Redadas similares tienen lugar por toda la ciudad, no sólo en bares gay sino en restaurantes normales también -en cualquier parte donde se congregue gente joven con pelo largo y ropa ‘extravagante’-. El gobierno revolucionario cubano está contra el movimiento hippy, entonces de moda, y considera sus ropas y sus peinados decadentes e influidos por la degeneración capitalista. El gobierno llega a definir estos campos como centros de rehabilitación, y la policía no tiene ningún escrúpulo en detener a gente cuyo traje o comportamiento no sea el adecuado.

Algunos meses atrás se produjo un incidente que contribuye a este clima de tensión en el mundo del espectáculo en La Habana. El famoso empresario francés BRUNO QUOCATRIX6 [sic] había viajado a La Habana para contratar a algunos reconocidos músicos de salsa cubanos para su aparición en París, en el famoso teatro Olympia, en un espectáculo llamado Music Hall de La Habana. Una vez llegada a París la troupe [compañía] cubana, algunos miembros de la compañía, entre ellos el coreógrafo ARMANDO SUEZ y su amante, se dirigen a la Embajada Americana y optan por el exilio. A la vuelta del resto de la compañía a La Habana, algunos de los miembros gay que no habían desertado fueron arrestados y encerrados en prisión.

A la luz de esto, no es difícil imaginar el nivel de miedo y tensión en el Ballet Nacional de Cuba cuando se anunció un viaje a París. Su directora, ALICIA ALONSO, presentaba una producción de Giselle y ambicionaba el Gran Premio del Cuarto Festival Internacional de Danza. Los comisarios cubanos, sin embargo, violentos en gran medida por las recientes deserciones de otros artistas cubanos que habían viajado al extranjero (especialmente, entre ellos, la cantante CELIA CRUZ), se muestran aprensivos y no quieren más escándalos. Se presenta a ALICIA ALONSO una lista negra de sospechosos de la compañía de ballet, compuesta, principalmente, por los nombres de los miembros homosexuales del grupo, con la orden de que esta gente no sea incluida en la gira a París. Entre estos nombres se encuentra la flor y nata, algunos de los mejores bailarines de la compañía. ALICIA está furiosa y triste porque se da cuenta que las opciones de que Cuba, sus opciones, de ganar la competición en París se ven ahora reducidas considerablemente, si no eliminadas del todo, con esta orden.

Más determinada que nunca, ALICIA les dice a los oficiales que asumirá la responsabilidad, a título personal, del regreso de los bailarines. Obviamente, mientras trata de convencer a los comisarios políticos de que no se corre ningún riesgo, está tratando de convencerse a sí misma. Después de todo, ahora más que nunca, los bailarines tienen la oportunidad de demostrar su apoyo a la Revolución, de mostrar a todos lo buenos cubanos y comunistas que son. Además de las reuniones obligatorias habituales, se presentan voluntarios a la instrucción militar. Aparecen siempre puntuales y alerta en los cursos de marxismo que se imparten en la escuela de ballet, y consiguen encontrar noches extra para hacer guardia y proteger el teatro de posibles sabotajes cuando oscurece. Así, gracias a la voluntaria cooperación de sus bailarines al ‘comportarse’ durante un cierto período de tiempo y, más importante, a su enorme prestigio, a su poder personal y político y a su encanto, ALICIA se sale con la suya una vez más. El gobierno -esto es, ¡el mismo Castro!- finalmente cede y da el permiso para que todos los miembros de la compañía de danza viajen a París para actuar.

Poco después, la compañía se encuentra ya en un avión camino de Francia, vía Praga. A su llegada a París, todos se concentran en un viejo hotel a orillas del Sena llamado Hotel D’Orsay. Desde el principio resulta obvio que entre los miembros de la compañía se han infiltrado tres agentes de la Policía Secreta -que en Cuba se conoce como el G-2-. Aunque estos agentes están empleados oficialmente como ayuda administrativa -abiertamente haciendo de relaciones públicas de la compañía-, todos saben que son miembros de la Policía Secreta. Hay algo en ellos -su manera de caminar, sus gestos, atenuados en comparación, su lenguaje corporal- que los aparta del resto, y resulta obvio que no tienen ninguna conexión con el ballet ni ningún conocimiento ni interés por el mundo artístico. Los tres agentes meten la pata constantemente, a diestro y siniestro, y son el blanco de los chistes de los bailarines.

Aunque antes de salir de Cuba se le ha entregado un pasaporte a cada bailarín, todos son recogidos por los oficiales del ballet a su llegada a París, y a los bailarines se les ha dado una especie de certificado inútil a cambio. Sin ningún documento realmente válido, los bailarines están varados en la gran ciudad y se dan cuentan de que no tiene sentido intentar viajar a ninguna parte. Además, les han dado muy poco dinero para sus gastos diarios y no hablan francés (aunque algunos bailarines hablan algo de inglés), así que es difícil que pudieran llegar lejos. Tienen un programa muy intenso, sin apenas tiempo libre. El único objetivo de su estancia allí, como les dicen una y otra vez, es cumplir una misión cultural. No tienen tiempo de pasear por las calles y muy poca oportunidad de interacción social con los forasteros, ya que tienen ensayos programados todo el día seguidos de actuaciones cada noche, y les está estrictamente prohibida tener visita en sus habitaciones del hotel. Se les pide, esencialmente, que no se lo pasen bien, cosa que no hace muy felices a los jóvenes bailarines (la mayoría de los cuales está por primera vez fuera de Cuba). En cualquier caso, mantienen muy ocupados a los bailarines. Cuando no están en la sala de ensayos o actuando en el teatro, tienen que asistir a reuniones oficiales y se les organiza frecuentes visitas a algunos monumentos y museos seleccionados cuidadosamente.

Antes de salir de La Habana, algunos de los bailarines consiguieron, de alguna manera, la dirección de un joven pintor cubano llamado RAMÓN ALEJANDRO, que lleva ya cuatro años exilado en París. Es su único contacto. JULIO MEDINA y cuatro de los bailarines, con esta dirección en mano, se dirigen una noche al apartamento de ALEJANDRO que descubren, extraordinaria coincidencia, que se halla directamente detrás del hotel donde se encuentran, sólo a unos minutos a pie. Son las 11:00 p. m., los cinco bailarines bajan por la calle de la ciudad extranjera, cansados del ensayo pero estimulados por las imprevisibles perspectivas de la noche. De alguna forma, en el camino del teatro al hotel han conseguido quitarse de encima al resto del grupo -incluidos los insidiosos hombres del G2- y salir por su cuenta. Quedándose mucho tiempo admirando algún monumento de París, se apartan de los demás sin llamar la atención como si se hubieran perdido.

Estos cinco bailarines que han crecido e ido a la escuela juntos mantienen una relación muy estrecha. En secreto han decidido aprovechar la gira parisina para desertar. Han estado tramando y planeándolo todo desde que dejaron Cuba: a la hora de comer, durante las breves pausas de los ensayos, después de apagar las luces en sus habitaciones, durante una ducha rápida. Conociéndose desde niños, se han podido comunicar en muy pocos momentos con muy pocas palabras.

Con cierta agitación, este grupo atolondrado de cinco extranjeros se acerca al elegante y moderno edificio antiguo donde vive ALEJANDRO, y entra en el ascensor. Cuando encuentran su apartamento y llaman a la puerta, responde un chico alto y divertido que habla francés y algo de inglés. Su nombre es BERNARD MINORET, un escritor con una sonrisa de oreja a oreja y la invitación de sus ojos da la bienvenida a los bailarines cubanos, que pasan adentro. No pueden evitar oír de fondo una gran, fuerte conmoción de gente que grita y se ríe, como si hubiera una fiesta. Mientras BERNARD los acompaña a través del pasillo y abre la puerta de la sala de estar, los cinco bailarines ven, con gran sorpresa y satisfacción, que otros cinco bailarines de la compañía se encuentran ya allí. Sospechaban, por supuesto, que podía haber otros como ellos, que pensaran desertar. Pero debido a la falta de confianza y el miedo básico a ser denunciados, nunca se habló del tema en el grupo. Como habían estado trabajando tan duro y tanto tiempo en la comedia de hacerse pasar por comunistas fanáticos, no había manera de saber a ciencia cierta quiénes consideraban lo mismo sobre los crímenes contra Cuba.

Pero esa misma noche, en la sala de estar del escritor Bernard Minoret, los diez bailarines decidieron abandonar juntos el Ballet Nacional de Cuba y pedir asilo en Francia. Sin embargo -en consideración a Alicia Alonso, con la que mantienen, de alguna manera, una estrecha relación y con la que se sienten, de todas formas, en deuda-, deciden ahí, entonces, que es mejor no desertar inmediatamente, sino esperar hasta la última representación de Giselle. Algunos de ellos tienen papeles principales, entre ellos el yerno de Alicia, Lorenzo Monreal. Se dan cuenta de que su ausencia constituiría una catástrofe total para la compañía. Así que acuerdan volver al hotel, actuar de forma perfectamente normal, como si no pasara nada, y mantener sus planes en secreto hasta el momento de escapar.

Las primeras representaciones de Giselle tienen un gran éxito; Alicia gana el codiciado Gran Premio para ella y su compañía. Pero, entre bambalinas, especialmente entre los diez bailarines, crece la tensión. Todos tienen una aprensión constante, miedo a ser denunciados por cualquiera de los otros nueve, en caso de revelarse el secreto.

Los agentes del G-2, hasta entonces apenas una molestia cómica para la troupe, extreman la vigilancia, patrullando por el vestíbulo del hotel las veinticuatro horas del día para anotar las idas y venidas de varios individuos. Una noche, cuando los bailarines regresan al hotel del teatro, encuentran que sus maletas y sus armarios han sido registrados en una forma agresiva y ostensible. Sienten que quizás alguien está al caso de todo, quizás este registro es un aviso para que reconsideren y se mantengan a raya.

Un día uno de los bailarines, EDUARDO RECALT, recibe una visita, un tío suyo muy rico que vive en Suiza. Considerando que es un familiar de EDUARDO y teniendo en cuenta que estos agentes están en un país extranjero, donde quieren mantener las apariencias, no pueden evitar el encuentro de Eduardo con su adinerado tío, cerdo capitalista. Su habitual poco sutil conjunto de trucos de vigilancia no es fácil de seguir en suelo extranjero. Y sucede que EDUARDO es convencido inmediatamente por su tío de ir a la Embajada Americana en París para pedir asilo. Al tomar esta decisión individual, traicionando la solidaridad con los demás, lanza una gran sombra de sospecha sobre sus compañeros.

Mientras la vigilancia se hace más estrecha, los demás nueve bailarines comienzan a pensar que quizás no pueden esperar hasta la última actuación después de todo. Son cada vez más conscientes de ser vigilados de cerca. Poco a poco, poniéndose dos o tres camisetas y pantalones a la vez, consiguen ir sacando algo de su ropa y de sus objetos personales, pasando por delante de los agentes secretos reunidos y estacionados en el vestíbulo en todo momento, hasta la esquina donde dejan todo en casa de ALEJANDRO.

A las 3:00 en punto de una perezosa tarde de domingo -la hora de la siesta y por Todos los Santos- las calles de París están vacías. En un intento de llevar un buen número de pertenencias de una vez, Juno MEDINA lanza su maleta desde la ventana del quinto piso de su habitación del hotel. RICARDO NÚÑEZ y EDUARDO NASCO están esperando abajo en la calle, pero fallan al coger la maleta y golpea el pavimento como una bomba de lavandería, con camisas y calcetines en todas direcciones. Hace un ruido enorme pero pueden recoger toda la ropa y desaparecer tras la esquina, antes de que los vecinos, o incluso los hombres del G-2, sean capaces de descubrir lo que está ocurriendo.

Mientras tanto, BERNARD MINORET ha estado recopilando información y averiguando lo que puede de los oficiales franceses sobre el proceso de pedir asilo para los bailarines. ALEJANDRO, como expatriado cubano, llama demasiado la atención como para comunicarse con ellos. Pero MINORET, un escritor al que le gusta pensar en términos de tramas y estratagemas, comienza a disfrutar de su papel. Como francés, puede ir al ballet cada noche como groupie [admirador] y, al pedir autógrafos de distintos bailarines, informarlos de cualquier progreso de forma entusiasta, como un fan. Con esta estratagema se comunica susurrándole a uno de los bailarines que deben verlo tan pronto como sea posible.

En casa de ALEJANDRO, a la mañana siguiente, MINORET les cuenta las novedades: el gobierno francés ha decidido a su favor y les asegura el asilo. Sin embargo, a la luz de la reciente y evidente deserción de EDUARDO RECALT, los nueve bailarines deciden que no pueden esperar más hasta el final de la última representación, como habían planeado originalmente. Se dan cuenta de que pueden no tener otra oportunidad de escapar si esperan más, así que -ese mismo día, el 3 de noviembre- nueve de los bailarines no aparecen para la sesión de noche.

La tarde de ese día se lleva a cabo una recepción en honor de los bailarines en el Ayuntamiento con la presencia del alcalde. La presencia de los bailarines es, como siempre, obligatoria. Toda la compañía es transportada en masa por dos autobuses que esperan fuera del hotel y que los conducen directamente a la recepción.

JORGE RIVERÓN, uno de los bailarines de la compañía (no involucrado en los planes de los diez bailarines), se aburre con la misma agenda oficial y el mismo tipo de reunión oficial. Distrayéndose de los discursos, se da cuenta de que faltan algunas caras del grupo. Se imagina que sus compañeros se han escapado para dar una vuelta y evitar tener que aguantar otro aburrido discurso. Más tarde, en la recepción, sin embargo, repara en un hombre del G-2, inusualmente frenético, que habla con ALICIA ALONSO y otros oficiales del ballet cubano. JORGE se da cuenta de que algo raro está pasando pero no sabe exactamente qué.

Al final de la recepción -un montón de champán francés después-, la compañía abandona junta el Ayuntamiento para volver al hotel. JORGE, no obstante, cede al capricho momentáneo inducido por el champán y se escabulle solo, para vivir por unos momentos, por su cuenta, las vistas y los sonidos de París, sin el constante escrutinio de los hombres del G-2 y de los oficiales del ballet. JORGE es un espíritu enérgico, el payaso favorito de la compañía de danza y la mascota personal de ALICIA ALONSO. Intenta encontrar una tienda donde vendan el perfume favorito de ALICIA para llevárselo de regalo. Pero su curiosidad lo lleva por callejuelas laberínticas que lo confunden en cuanto a la dirección que debe tomar. Cuando finalmente logra llegar al teatro, faltan sólo diez minutos para que se alce el telón. Los hombres del G-2 a la puerta del escenario parecen extremadamente excitados -e incluso sorprendidos- al verlo. Lo envían directa e inmediatamente, y sin explicación, al camerino de ALICIA.

Cuando la puerta se abre y JORGE aparece ante ella, ALICIA parece extrañada, como si hubiera visto un fantasma. Creía que había desertado junto con los demás. Después del impacto y la satisfacción de ver a su perdida oveja favorita del rebaño de regreso a su lado, ALICIA, de repente, se pone furiosa con él. ‘¡Arrodíllate!’, le pide, y entonces, con el puño cerrado, lo golpea fuerte en la cabeza por haberle causado tanto dolor y preocupación. Ahora, un JORGE arrepentido y al borde de las lágrimas saca su sentido obsequio de perfume francés, tratando de explicarle por qué ha llegado tarde. La prima ballerina rompe a llorar, y luego a reír, abrazándolo todo el tiempo.

La representación de esa noche resulta bastante difícil, por toda la gente que ha quedado atrás. Entre bambalinas, una nube de rabia, amor y envidia envuelve a los bailarines que contemplan la pérdida de sus amigos y compañeros. No es hasta el comienzo de la actuación, en el escenario, que JORGE se da cuenta, sin embargo, de cuántos amigos suyos faltan, de hecho. “Pepe falta, Ricardo falta, Julio falta...”, se dice a sí mismo, asombrado, mientras baila, advirtiendo un suplente detrás de otro. Que cada uno de los bailarines deba representar, por lo menos, dos papeles para sustituir a los que faltan contribuye a una presión adicional. Incluso los tres miembros del G-2 tienen que ponerse las mallas y los trajes para sustituir a los ausentes bailarines del fondo. En cualquier caso, esto, ese ridículo cuadro de machos, tres agentes secretos, apelotonados, incómodos, con zapatillas de seda, sombreros de plumas y completamente maquillados, aminora, de algún modo, la tensión entre bambalinas.

Mientras tanto, los nueve bailarines reciben los mejores cuidados de MINORET. Aunque ALEJANDRO es el cubano, su contacto inicial y su mayor apoyo moral, los bailarines parecen gravitar todos en torno a MINORET, a quien le encanta ser el centro de esta intriga internacional, de este plan de huida. Como, obviamente, los bailarines no pueden regresar al hotel, MINORET y ALEJANDRO consiguen, de la noche a la mañana, encontrarles a cada uno un lugar para quedarse, con distintos amigos por toda la ciudad. Algunos de los bailarines ya han hecho algunas conquistas amorosas y están haciendo sus propios planes de dónde y con quién vivir. No tienen en absoluto ningún problema con esto ya que son tan jóvenes, delgados, atléticos y exóticos, y todos quieren tenerlos de invitados.

A las 11:00 a. m. del 4 de Noviembre de 1966, BERNARD MINORET acompaña a los nueve bailarines a la oficina del Ministerio del Interior francés. Los nueve se sientan en varios bancos en una amplia sala de espera mientras MINORET se encuentra a puerta cerrada al final del largo pasillo, negociando con los oficiales, en representación de los cubanos, que apenas hablan francés. Mientras están ahí sentados durante horas -y ven el desfile de policías, secretarias, víctimas y sospechosos-, se les ocurre que quizás han sido demasiado confiados, y no es difícil leer en sus caras el pánico creciente. Todos son muy conscientes de la ambigüedad diplomática entre ambos países, que la Francia de De Gaulle coquetea con la Cuba de Castro. Quizás no les sea concedido el asilo, después de todo, y tengan que volver a Cuba para enfrentarse a quién sabe qué. En este momento, ya no hay vuelta atrás al Hotel D’Orsay, pretendiendo que todo había sido un error. Su evidente ausencia en la representación de la pasada noche ha revelado muy claramente sus intenciones.

Mientras les asaltan sentimientos de arrepentimiento y desesperación... de repente se abre una puerta en la parte de atrás del pasillo y el calvo MINORET sale sonriendo, agitando, triunfante, un puñado de papeles por encima de su cabeza. Todos comprenden inmediatamente que ha sido aceptada su solicitud de asilo, y sueltan grandes suspiros de descanso y gritos de gozo colectivo.

Al día siguiente, cuando se despiertan, su historia aparece en los titulares de todos los periódicos franceses, y el suceso es también ampliamente cubierto por la televisión y las revistas. Nuestros bailarines disidentes son, de alguna forma, héroes, y los medios de comunicación franceses se lo tragan.

Unos pocos días después, justo antes de la última actuación de Giselle, el gobierno cubano manda desde la Habana a uno de sus más brillantes hombres del G-2, no como los tres tontos que fueron con la compañía, sino uno listo, de primera, llamado José MAURY. Su misión es rebajar al máximo el escándalo y minimizar la pérdida de prestigio que el gobierno cubano revolucionario está experimentando, de repente, como resultado de todo el asunto. MAURY averigua que una de las bailarinas del grupo sigue en contacto todavía, en privado, con uno de los bailarines disidentes (al parecer, ella ha sacado algunas joyas fuera de Cuba, lo que es totalmente ilegal, y le ha pedido al bailarín que las “cambie” por dinero en efectivo en París). Y a través de ella, a través de esta conexión, MAURY consigue que acepte un encuentro.

El encuentro se lleva a cabo informalmente al aire libre en una plaza pública que se encuentra entre el Café Deux Magots y la Iglesia de Saint Germain-des-Pres en el corazón del bohemio y artístico barrio de París, con mucha gente alrededor. MAURY se muestra cordial y amistoso, reprendiéndolos gentilmente, de forma paternal, subrayando lo ‘absurdo’ e ‘infantil’ de la decisión que han tomado y tratando de desdramatizar los hechos. Apela a sus sentimientos, comunicándoles la terrible posición en la que están poniendo al gobierno cubano, en lo terribles que se pueden volver las cosas para sus familias en casa, y, sobre todo, en la embarazosa situación en que han puesto a la gran dama ALICIA ALONSO. Les propone que vuelvan a Cuba sin represalias y con absoluta seguridad, e incluso les sugiere que puede haber algunos beneficios adicionales por su silenciosa cooperación.

El G-2 quiere mostrar un poco de paciencia, por supuesto, para conseguir sacar a los bailarines. Creen que si son capaces de convencer, por lo menos, a dos o tres, de volver a Cuba con ALICIA y el resto de la compañía, y de restituir su apoyo a la Revolución, podrán demostrar que la prensa estaba, efectivamente, ‘desinformada’. Podría hacerse ver como si, desde cierta perspectiva, toda la ‘conspiración’ hubiera fracasado. MAURY les dice que ALICIA ALONSO, personalmente, garantiza los términos que les ofrecen. Pero los bailarines, riéndose, contestan todos al unísono: “¿Y quién la garantiza a ella? Si algo le pasa a ella, ¿quién nos defenderá a nosotros?”. Los bailarines conversan ahora en grupo dejando a este selecto agente de Castro solo en medio de la plaza.

ALICIA -una diva total, la prima ballerina assoluta- nunca caería tan bajo, por supuesto, como para hacer una petición personal a los bailarines en nombre de la Revolución. Es y fue, en muchos sentidos, una típica diva egoísta, pero no hay duda de que es una gran artista y una de las mayores glorias de Cuba. Era conocida por ser un poco impaciente (y antipática) con las bailarinas, a las que nunca se les daba realmente ninguna esperanza real de progresar en la compañía. Pero les prestaba mucha atención a los bailarines y todos ellos la adoraban. ALICIA era una figura internacional, de las que sólo hay cinco o seis en el mundo de las artes, y el hecho de que ella y su marido fueran ‘compañeros de viaje’ y tan cercanos al comunismo antes de la revolución le dio incluso más reconocimiento después. No es que no fuera ya realmente conocida o que la Revolución la creara. En verdad, la revolución la usó a ella y ella usó a la revolución. Y a favor del régimen de Castro debe señalarse que le dio al Ballet Nacional más crédito y más dinero que cualquier otro gobierno le había dado en Cuba antes. Por supuesto, inspirándose en el ejemplo ruso del Bolshoi, seguía el modelo de la influencia soviética.

A su vuelta a Cuba con diez miembros de la compañía menos, ALICIA ALONSO, por lo menos, no fue castigada públicamente; ni hubo ninguna demostración oficial de desaprobación dirigida a ella (el gobierno de Castro no quería añadir más leña a la publicidad incendiaria ya generada por el incidente en el mundo de la prensa). En privado, es considerada, en el peor de los casos, políticamente ingenua. No disminuyó el brillo de su carrera en absoluto, después de todo, había vuelto victoriosa con el Gran Premio en la mano. Todo el incidente, sin embargo, hizo a los oficiales infinitamente más cuidadosos en los viajes futuros. Desde ahora en adelante, si hay una sombra de duda sobre alguien respecto a su devoción total por el régimen de Castro, no se le permitirá a ese artista -no importa lo brillante o prometedor que sea- dejar el país.

Así que, en cierto modo, esa fue la lección de ALICIA y salió perdiendo por ello; todos los que se quedaron en Cuba perdieron. Asimismo, otros bailarines homosexuales, no queriendo ser asociados con los desertores que se habían quedado en París, reprimieron totalmente su homosexualidad, haciéndose más discretos al respecto, buscando su invisibilidad. Muchos se casaron. Poco después el ballet cubano se declaró oficialmente libre de homosexuales. Desde entonces, todos se han convertido, presumiblemente, en machos heteros.

* * *

En cuanto a los DIEZ BAILARINES que se quedaron en París, casi todos se han hecho famosos en el mundo de la danza. JORGE LAGO se convirtió en la primera pareja de baile de Zizi Jeanmarie en el famoso Cassino de París y se dice que se convirtió finalmente en amante de Yves St. Laurent7. RICARDO NÚÑEZ es un famoso y demandado coreógrafo en Roma. JORGE GARCÍA trabaja como coreógrafo en Lisboa. Julio Medina ha trabajado en televisión, cine y teatro en París. Luis NASCO encontró trabajo en una revista en Las Vegas. LORENZO MONREAL acabó de coreógrafo en el Boston Ballet, y EDUARDO RECALT como director artístico del Ballet Concerto de Miami.

Algunos de los restantes bailarines que volvieron a Cuba, especialmente los homosexuales, se encontraron, finalmente, con problemas. Algunos fueron enviados a prisión o campos de concentración sin motivo aparente. Jorge Riverón, la mascota personal de la prima ballerina, que la siguió fielmente de vuelta a Cuba, se marchó, finalmente, bajo circunstancias más difíciles, en el barco de la Flotilla, de Cuba a Florida, en 19808.

Addenda

A continuación se adjunta la traducción de un artículo escrito por Christian DeParnue, que apareció en el periódico francés L'Aurore, en su edición del 7 de noviembre:

“Cuando el Ballet Nacional de Cuba fue al aeropuerto de Orly para dirigirse a Budapest, con sesenta y dos personas a bordo, el número había disminuido. Faltaban diez bailarines del grupo, entre ellos dos coreógrafos. Habían elegido la libertad. Dijeron ‘libertad’ -en español- Estos diez jóvenes, que están juntos en la Rue de Lille, en el apartamento de un pintor cubano, repetían esa palabra una y otra vez con exultación.

“Es por la libertad que hemos pedido asilo”, explica uno de los fugitivos, el coreógrafo LORENZO MONREAL. “NO quiero hablar de política. La única razón por la que hemos tomado esta decisión es para tener libertad artística, para vivir nuestras vidas. En Cuba sólo podemos ser empleados del estado -ciertamente privilegiados, pero empleados del estado, después de todo-”.

Uno de los bailarines cuenta cómo fueron obligados a trabajar en los campos. “No estás protegido para nada. La policía te coge en la calle y te envía a cortar caña de azúcar al otro lado de la isla. Y el papeleo para sacarte de ahí no acaba nunca”.

LORENZO MONREAL añade “Y hay otro problema -no puedes vestirte como quieras. Debes seguir una vida totalmente uniforme. No tienes la libertad de vestir de forma individual, remotamente inusual, ni nada. Aquí en París podemos hacer lo que queramos. París es la ciudad del artista”.

El sábado los diez refugiados se reunieron con gran secreto en un restaurante en Les Halles. El plato principal fue carne roja, algo racionado estrictamente en Cuba.

Junto con la alegría de la libertad que están experimentando los diez bailarines, de entre veinte y treinta años, se mezcla al mismo tiempo, una gran tristeza, la tristeza de haber abandonado a sus padres, a sus hermanos y hermanas, sus hogares. Y para uno de ellos, el precio de su libertad es haber dejado atrás a su amada esposa y su hija de un mes y medio. “Es un gran sacrificio que estamos haciendo”, dice. “En Cuba, el apego a la familia es muy fuerte, mucho más fuerte que aquí. Haría cualquier cosa para que mi mujer pudiera reunirse conmigo”.

El caso más dramático es quizás el de JULIO MEDINA. Hizo casi todo lo posible para convencer a su hermano mayor, que también estaba en la compañía, para que se uniera a los que se quedaron en París. El hermano, casado, decidió, después de todo, no abandonar su país, y la separación fue dramática.

“Ahora todos tememos las represalias contra nuestras familias. Y tenemos incluso miedo de hablar del G-2, la policía secreta”. Los bailarines dicen que debieron esquivar la vigilancia de la policía cubana para reunirse con las autoridades francesas para firmar los documentos adicionales y consolidar su estado. “Desde que abandonamos Cuba, muchos de nosotros pensamos que podíamos aprovechar nuestro paso por Francia para pedir asilo. Pero fue sólo a nuestra llegada a París que nos decidimos verdaderamente. En Cuba no nos habíamos decidido del todo, realmente. Confié mis planes a un amigo, él habló con alguien más -y así ocurrió. Aunque nosotros diez nos conocíamos muy bien, teníamos que ser cuidadosos. Había otros en la compañía que nos hubieran denunciado con gusto a la policía”.

“Un amigo (Bernard Minoret) fue al Ministerio del Interior y al Ministerio de Asuntos Exteriores para hablar con ellos de nuestra parte. Después todos fuimos a la comisaría donde nos dieron papeles provisionales para quedarnos por quince días”.

Mientras se está realizando la entrevista dentro del restaurante, los colegas y viejos amigos de los diez bailarines son alineados fuera del hotel, con las maletas y listos para dejar Francia, como grupo, de camino al Aeropuerto de Orly. Así que mientras los bailarines desertores están disfrutando de su primera comida en libertad, el resto está alineado fuera en su camino de vuelta a Cuba. Conscientes de que están dejando atrás a muchos buenos amigos. Otros volverán lamentando no haber tenido el coraje de cortar de una vez sus lazos con Cuba.

En cuanto a los bailarines que se quedaron en París, su mayor y principal preocupación inmediata es encontrar un trabajo y un lugar donde quedarse”.