Carta de Amadeo Soldevilla dirigida a las autoridades
Al estallar el Glorioso Movimiento Nacional (el levantamiento de los militares contra la República) el pueblo de Calders, de unas cien casas, se encontraba en las condiciones de tener albergados algunos ochenta individuos que trabajaban en la reparación de una carretera a cargo de la Sociedad Española de Contratas. Dichos individuos resultaron casi todos -a excepción de los capataces- afiliados a la F.A.I. (Federación Anarquista Ibérica).
En los primeros días hicieron un verdadero asalto al pueblo, con unas cuantas pistolas y armas que ya tenían y se proporcionaron. Se apoderaron del Ayuntamiento, en donde establecieron un comité, asaltaron la iglesia, montando guardias armadas en todos los sitios del pueblo, distinguiéndose en toda clase de terrorismos y cosas raras.
Delante de este espectáculo, acudieron a nosotros las llamadas gentes de derechas, pidiéndonos de todas las maneras que se pide un gran favor que, en circunstancias tan graves, nos pusiéramos de salvadores del pueblo, ya que yo tenía buena amistad con los capataces de la referida empresa. Pero murieron asesinados y al mismo empresario lo tuve que desaparecer (esconder) para salvar su vida. Nosotros, ante las promesas de la gente de derecha, que iba a corresponder nuestro gran sacrificio, presentándonos como personas de gran garantía delante de los Nacionales (los de Franco), el día que estos lograsen la salvación de España y, ante la gratitud de toda la gente del pueblo, aceptamos y empezamos la lucha contra aquella banda de criminales.
El Comité de Calders fue de lo más terrible y fiero y, para colmo de desdichas, se unió con la Policía que estaba de puesto en el vecino pueblo de Moyá. El pueblo de Calders, de unas cien casas escasas, pasó a ser una sucursal de la F.A.I. junto con los pueblos de Suria, Salient, Cardona y Manresa, siendo a menudo visitado por las grandes personalidades de la barbarie y el crimen. El pueblo pasó unos días muy negros, en el semblante de las gentes se leía el horror y el miedo. Se veía a los hombres ya grandes llorar amargamente.
Nosotros, en medio de tal tempestad, nos vimos completamente imposibilitados de hacer nada. Yo fui perseguido y fui “paseado”. Sobre mis espaldas sentí el peso de las culatas de los fusiles -tengo testigos de solvencia Nacional sobre este caso-. En mi casa hay las huellas de un tiro disparado contra mi esposa que gritaba en el momento que a mí me cargaban en un coche, para luego asesinarme -de esto también tengo testigos de solvencia-, pero yo, después de mil persecuciones y peripecias, me salvé y, junto con mi compañero Casajuana, emprendimos otra vez la tarea de hacer frente a tales desmanes y logramos, a últimos de Agosto, salvar la vida de honrados ciudadanos, tales como Enrique Serra y (ilegible) Clotet con nuestro gran esfuerzo y sacrificio.
Garantizamos (así) la vida de todo buen ciudadano dentro del pueblo. La gente del pueblo y principalmente las derechas, nos daban muestras de una gran gratitud y nos admiraban llenos de respeto y confianza.
En el mes de Octubre del mismo año (1936) nos hicimos ya dueños de la situación en el pueblo. Echando de los puestos de gobierno que ocupaban a (los del) Comité y sus nefastos acompañantes. Desde aquel momento formamos un Ayuntamiento incluyendo en su seno gente de orden o de derechas, procurando que en los sindicatos, que forzosamente se tenían que formar, dominasen ya las dichas gentes de orden y, por lo que estuvo a nuestro alcance, sabotear las cotizaciones comarcales de los sindicatos, dando el caso de (tener que) recoger víveres para Madrid y entregarlos a personas Nacionales (franquistas) que tenían que estar escondidas y se encontraban miserables de comer.
Después de las calamidades del terrorismo vino el hambre. (Entonces) nos pusimos a trabajar con el mismo afán de siempre y pasando otra vez mil peripecias, logramos que nuestro pueblo fuese el más bien abastecido de la comarca. La gente comía pan, ya había pasado el miedo, (pero) entonces vino el que quiere enriquecerse, valiéndose de las calamidades que trae una guerra. También vino el que se cree que ha de comer más pan que los otros. Nosotros procedimos rectamente en este caso, dejando aparte los criminales y ladrones, tratando a las otras personas con consideración y justa conciencia, no distinguiendo rico ni pobre, pero sí la gente de buena voluntad y orden, ya que, en lo más profundo de nuestras almas llevamos y llevaremos dolorosas huellas de lo que es el desorden. Nosotros capeamos el temporal sin que nuestra mano cogiese un arma, sin apropiarnos de un objeto requisado, exponiendo nuestras vidas y sin demostrar en ningún momento cobardía ni cansancio, evitando en lo que pudimos el robo y el criminalismo.
Yo estoy seguro de que casi todo el pueblo está contento de nosotros, nuestros nombres fueron conocidos por todas las gentes de orden de los pueblos de nuestra comarca, dándonos múltiples pruebas de afecto y de confianza. Asimismo teníamos la desconfianza de los organismos oficiales de entonces, que nos llamaban traidores a la causa.
Vino un momento en que cualquier persona que se pasease por el pueblo de noche podía escuchar (proveniente de las ventanas), las emisiones de Radio Verdad y los partes oficiales de Salamanca de la Zona Nacional. Los aparatos de radio no habían sido decomisados y estaban en las manos de sus propios dueños. En todos los puntos de reunión y hasta en los mismos sindicatos, las conversaciones giraban siempre en que (los de esta zona) teníamos la guerra perdida.
Nosotros sabíamos que mucha gente se escondía en las quintas (fincas). Hacíamos lo que podíamos para que no se descubriese y evitamos, en el tiempo que gobernamos, que por ningún concepto viniesen al pueblo fuerzas de Policía. También creo preciso declarar que para salvar tantas y tantas situaciones difíciles tuvimos que recurrir a toda clase de combinaciones y maniobras. Nosotros trabajamos de buena fe, sin egoísmos, siempre en pro de la gente honrada y contra los criminales, sin otro ideal.
En política no conocíamos nada bueno ya que, por la poca importancia del pueblo, no habíamos tenido la ocasión de conocer las ideas progresivas y sindicales del glorioso José Antonio Primo de Rivera.
No negaré que nosotros habíamos tenido simpatía por las izquierdas, pero en virtud de unas palabras dichas antes del 6 de Octubre por el Sr. Selves, Consejero de Gobernación, cambiamos de parecer y seguimos la política desde lejos y con reservas. Yo el 19 de Julio de 1936 era Consejero del Ayuntamiento, elegido en una unión del pueblo en candidatura apolítica1.
En los locales propiedad de mi padre se celebró antes del Movimiento (del alzamiento militar) algún acto de significación izquierdista, presionados por las llamadas izquierdas, pero algunos días antes también se celebraron en dicho local unas fiestas religiosas en las cuales tomaron parte varios Sres. Sacerdotes y por lo cual yo fui denunciado a la Esquerra Republicana de Manresa al estallar la guerra. Lo que me valió una detención de la que salí ileso de milagro.
Todo lo que digo es pura verdad, nadie puede negar lo que en estos papeles he contado, declarando al mismo tiempo que si en el pueblo tengo algún enemigo es más por egoísmos y competencias comerciales que por otra cosa, logrando de momento cerrar mi negocio en beneficio de mis rivales. Lo más triste es que, mientras la gente vuelve alegre y animada a rehacer sus hogares, yo, imposibilitado de ganarme la vida junto a mi familia, tengo que buscarme el sustento lejos de ella.
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Esta es una transcripción de una fotocopia del documento original que me confió el propio Amedeo Soldevilla el año pasado (1990). Sólo he alterado a veces la puntuación para facilitar la lectura. Los paréntesis son míos y son aclaratorios de términos políticos de la época que tal vez algún joven lector no conozca. También me he permitido en ocasiones en estos paréntesis añadir alguna palabra para completar el sentido cuando el texto no se comprendía.
Este documento no tiene fecha, ni encabezamiento. No sé exactamente a quién está dirigido. Deduzco que era una petición a las autoridades para que le permitiesen a Amadeo volver a abrir su comercio en Calders, que había permanecido clausurado aun después de haber salido de la cárcel.
Néstor Almendros