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El rumor se extendió por toda la empresa: Markus y Nathalie tenían una aventura. La verdad: sólo se habían besado tres veces. La fantasía: Nathalie estaba embarazada. Sí, la gente añadía cosas de su propia cosecha. Y para definir la amplitud de un cotilleo basta calcular la recaudación de las máquinas de café. Hoy se anunciaba histórica. Si bien todo el mundo en la empresa conocía a Nathalie, nadie sabía de verdad quién era Markus. Era algo así como un eslabón discreto de la cadena, el pespunte invisible de una prenda. Cuando volvía a su despacho, ligeramente pasmado por lo que acababa de vivir, sintió que sobre él se posaban numerosas miradas. No entendía el porqué. Pasó un momento por el baño para comprobar el planchado de su chaqueta, los mechones de su cabello, los espacios entre sus dientes y el color de su rostro. No había nada anormal, todo parecía en su sitio.

Esta atención no dejó de aumentar a lo largo del día. Numerosos empleados encontraron pretextos para ir a verlo a su despacho. Le hacían preguntas, se equivocaban de puerta. Quizá no fuera más que una casualidad. Uno de esos días particularmente ricos en acontecimientos, sin que uno sepa muy bien por qué. Cosas de la Luna, habría dicho su tía sueca, una echadora de cartas famosa en Noruega. Con tantas interrupciones, no había tenido mucho tiempo para trabajar. Era irónico: no había dado un palo al agua precisamente el día que su jefe lo había felicitado. Quizá fuera eso también lo que lo molestaba. No es fácil que te halaguen de pronto cuando nunca has estado en primera plana, cuando nadie se ha dado cuenta nunca verdaderamente de lo que hacías. Y, además, estaba Nathalie. Siempre dentro de él. Cada vez más. Su última cita le había dado mucha confianza. La vida empezaba a adoptar una hechura extraña, alejándose despacito de los miedos y las incertidumbres.

Nathalie también había notado esa agitación a su alrededor. Había sido sólo una sensación difusa hasta que Chloé, partidaria de los acercamientos frontales, se atrevió a decir:

—¿Puedo hacerle una pregunta?

—Sí.

—Todo el mundo dice que tiene una aventura con Markus. ¿Es verdad?

—Ya le he dicho que no es asunto suyo.

Esta vez, Nathalie estaba irritada de verdad. Todo lo que le había gustado de esa joven parecía haber desaparecido. Ahora no veía en ella más que obsesión rastrera. La actitud de Charles ya la había molestado, y ahora empezaba también Chloé. ¿Por qué tenían todos tanta curiosidad de repente? Chloé terminó de meter la pata, balbuceando:

—Es sólo que no me pega nada que usted y…

—Ya basta. Puede irse —dijo Nathalie, perdiendo un poco los nervios.

Instintivamente, supo que cuanto más criticaran a Markus, más cerca se sentiría de él. Que eso los unía más todavía en el mundo lejano de la incomprensión de los demás. Al salir del despacho de Nathalie, Chloé se tildó a sí misma de estúpida. Deseaba ardientemente tener una relación privilegiada con Nathalie, pero lo había hecho fatal. Sin embargo, es verdad que estaba sorprendida y extrañada, y tenía derecho a expresarlo, ¿no? Y no era la única. La idea de su aventura con Markus era incongruente, por así decirlo. No era que no le cayera bien Markus, o que lo encontrara repulsivo, era sólo que no conseguía imaginarlo con una mujer. Siempre lo había considerado como un ovni del mundo de los hombres. Mientras que, para ella, Nathalie siempre había representado una especie de ideal femenino. Por ello su unión la incomodaba y la llevaba a reacciones instintivas. Sabía muy bien que no había sido nada delicada, pero cuando todo el mundo le preguntó: «Bueno, ¿qué? ¿Qué? ¿Tienes información?», sintió que su posición privilegiada podía tener valor. Y que el rechazo de Nathalie tal vez le permitiera acceder a otras afinidades.

La delicadeza
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