48

Breve historia sentimental de Markus a través de sus lágrimas Antes de nada, obviemos aquí el llanto de la infancia, el llanto ante su madre o la profesora. No trataremos aquí más que el llanto de Markus por razones sentimentales. Así, antes de esa lágrima que había intentado contener ante Nathalie, ya había llorado en dos ocasiones.

La primera lágrima se remontaba a los tiempos de su vida en Suecia, por una chica que respondía al dulce nombre de Brigitte. No es que sea un nombre muy sueco, pero bueno. Brigitte Bardot no tenía fronteras. Ese mito había alimentado las fantasías eróticas de toda una vida del padre de Brigitte, a quien no se le había ocurrido nada mejor que llamar así a su hija. No vamos a detenernos aquí sobre el peligro psicológico de llamar a una hija en honor a un sueño erótico. La historia familiar de Brigitte nos importa poco, ¿verdad?

Brigitte formaba parte de esa curiosa categoría de las mujeres precisas. Era capaz de no emitir la más mínima opinión aleatoria sobre el tema que fuera. Lo mismo ocurría con su belleza: cada mañana, se levantaba con la gloria reflejada en el rostro. Muy segura de sí misma, se sentaba siempre en primera fila, buscando a veces turbar a los profesores varones, sirviéndose de su atractivo evidente para influir en los asuntos capitales de la geopolítica. Cuando entraba en una habitación, los hombres fantaseaban de inmediato con ella, y las mujeres la odiaban de manera instintiva. Era objeto de todas las fantasías, lo cual terminó por cansarla. Entonces, para aplacar tanto ardor, se le ocurrió una idea genial: salir con el chico más insignificante de todos. De esa manera, los chicos se asustarían, y las chicas se tranquilizarían. Markus fue el afortunado, sin comprender por qué el centro del mundo se interesaba de repente por él. Era como si Estados Unidos invitara a almorzar a Liechtenstein. Brigitte le dirigió toda una serie de cumplidos y declaró observarlo a menudo.

—Pero ¿cómo me ves? Si estoy siempre al fondo de la clase, y tú te sientas en primera fila.

—Me lo ha contado todo mi nuca. Tengo ojos en la nuca —dijo Brigitte.

Su relación nació de ese diálogo.

Una relación que dio mucho que hablar. Por la tarde se marchaban juntos del colegio, ante las miradas estupefactas de todos sus compañeros. En esa época, Markus todavía no tenía una conciencia muy aguda de sí mismo. Se sabía dotado de un físico poco agraciado, pero no le parecía algo sobrenatural estar con una chica bonita. Desde siempre había oído repetir una y otra vez: «Las mujeres no son tan superficiales como los hombres; para ellas no cuenta tanto el físico. Lo importante es ser culto y divertido». De modo que Markus se dedicó a aprender muchas cosas, y trataba de mostrarse gracioso. Con algún éxito, hay que reconocerlo. Así, las porosidades de su rostro llegaban casi a ocultarse detrás de lo que podríamos llamar cierto encanto.

Pero ese encanto se fue al garete en cuanto se planteó la cuestión sexual. Sin duda Brigitte se había esforzado mucho, pero el día en que Markus trató de tocar sus maravillosos senos, no pudo dominar su mano, y sus cinco dedos aterrizaron en la mejilla sorprendida del muchacho. Éste se volvió para mirarse en un espejo y descubrió estupefacto la aparición del rojo sobre la blancura de su piel. Ya siempre recordaría ese rojo, y asociaría ese color a la idea del rechazo. Brigitte trató de disculparse diciendo que había sido un gesto impulsivo, pero Markus comprendió lo que las palabras no decían. Algo animal y visceral: le daba asco. La miró, y se puso a llorar. Cada cuerpo se expresa a su manera.

Fue la primera vez que lloró delante de una mujer.

Terminó la versión sueca del bachillerato y decidió irse a vivir a Francia. Un país en el que las mujeres no eran Brigittes. Herido por el primer episodio de su vida sentimental, había desarrollado un sentido de protección. Quizá viviera una trayectoria paralela al mundo sensual. Tenía miedo de sufrir, de no ser deseado por motivos justificados. Era frágil, sin saber cuánto puede conmover la fragilidad a una mujer. Al cabo de tres años de soledad urbana, cuando ya estaba perdiendo la esperanza de encontrar el amor, decidió participar en una sesión de speed dating. Así, iba a conocer a siete mujeres con las que podría hablar durante siete minutos. Un tiempo infinitamente corto para alguien como él: estaba seguro de que necesitaría como mínimo un siglo para convencer a una muestra del sexo opuesto de que lo siguiera por el estrecho sendero de su vida. Sin embargo, ocurrió algo extraño: ya desde el primero de los siete encuentros, le dio la sensación de percibir una tonalidad compartida. La chica se llamaba Alice[5] y trabajaba en una farmacia[6] donde a veces impartía talleres de cuidados de belleza[7]. A decir verdad, fue bastante simple: la situación los incomodaba tanto a ambos que eso mismo les permitió relajarse. Su encuentro fue, pues, de lo más sencillo, y tras cumplir con los restantes seis encuentros, quedaron para prolongar los siete minutos. Que se convirtieron en días, y después en meses.

Pero su relación no duró más de un año. Markus adoraba a Alice, pero no la amaba. Y, sobre todo, no la deseaba lo suficiente. Era una ecuación atroz: por una vez que conocía a alguien que valía la pena, no estaba en absoluto enamorado. ¿Es que estamos siempre condenados a la imperfección? Durante las semanas que duró su relación, progresó en su experiencia de la vida en pareja. Descubrió sus puntos fuertes y su capacidad de suscitar amor. Sí, Alice se enamoró perdidamente de él. Era casi perturbador para alguien que sólo había conocido el amor materno (bueno, ni siquiera). Había en Markus algo muy tierno y sencillamente conmovedor, una mezcla de fuerza protectora y de enternecedora debilidad. Y fue precisamente esa debilidad lo que le hizo postergar lo inevitable, a saber: dejar a Alice. Pero al final lo hizo, una mañana. El dolor de la joven le abrió una herida especialmente honda. Quizá más honda que el dolor que él mismo había sentido toda su vida. No pudo evitar llorar, pero sabía que era la decisión acertada. Prefería la soledad antes que permitir que entre ambos corazones se cavara una brecha mayor.

Ésta fue, pues, la segunda vez que Markus lloró delante de una mujer.

Desde hacía casi dos años no había ocurrido nada en su vida. Había llegado a echar de menos a Alice. Sobre todo con ocasión de nuevas sesiones de speed dating, que fueron particularmente decepcionantes, por no decir humillantes, cuando algunas chicas no hicieron siquiera el esfuerzo de dirigirle la palabra. De modo que decidió dejar de asistir a esa clase de encuentros. ¿Quizá incluso hubiera renunciado sencillamente a la idea de vivir en pareja? Es que ya no le veía siquiera el interés. Después de todo, había millones de solteros. Podría pasarse sin una mujer. Pero se decía eso para consolarse, para no pensar hasta qué punto esa situación le hacía sufrir. Soñaba tanto con un cuerpo femenino, y se moría al pensar a veces que seguramente todo eso ya le estaría vetado de por vida. Que ya nunca obtendría un visado para la belleza.

Y, de pronto, Nathalie lo besó. Su jefa, y el objeto evidente de sus fantasías. Después ésta le explicó que ese hecho no había existido. Así que nada, tenía que aceptarlo y ya está. No era tan grave después de todo. Sin embargo, había llorado. Sí, habían resbalado lágrimas por sus mejillas, lo cual lo había sorprendido sobremanera. Lágrimas imprevisibles. ¿Tan frágil era? No, no se trataba de eso. Muchas veces había tenido que encajar situaciones harto más difíciles. Era sólo que ese beso lo había conmovido especialmente; porque Nathalie era muy guapa, claro, pero también por lo inesperado y lo irreprimible de su gesto. Nadie lo había besado nunca así, sin concertar antes cita con sus labios. Era esa magia lo que lo había conmovido hasta las lágrimas. Y ahora: hasta las lágrimas amargas de la decepción.

La delicadeza
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
Section0108.xhtml
Section0109.xhtml
Section0110.xhtml
Section0111.xhtml
Section0112.xhtml
Section0113.xhtml
Section0114.xhtml
Section0115.xhtml
Section0116.xhtml
Section0117.xhtml
Notas.xhtml