V

DORMÍ mal y tuve sueños espantosos, cosa que no me sorprendió. Vi a Poseidón. El dios Poseidón surgiendo de un mar turbulento, amenazándome con su tridente. Luego el mar se convirtió en el canal, Poseidón montó un caballo de bronce el caballo de bronce de Colleone y se alejó. Atravesado en la grupa, llevaba el cuerpo inerte de Ganímedes.

Tomé un par de aspirinas con el café, y me levanté tarde. No sé qué esperaba ver al salir a la calle. Supongo que grupos de gente leyendo los diarios, o la policía; alguna señal, en fin, de lo que había sucedido. En cambio, me encontré con un claro día de octubre. La vida de Venecia proseguía.

Tomé un vaporcito hasta el Lido y me quedé allí a almorzar. Deliberadamente, pasé todo el día en ese lugar, por si hubiera surgido alguna dificultad. Lo que más me preocupaba era que, si el hombre del impermeable blanco había sobrevivido a la zambullida de la noche anterior y se sentía mal dispuesto hacia mí por no haberle prestado ayuda, podría haber dado parte a la policía e insinuado incluso que yo le había dado un empellón. Cuando regresaba al hotel podría encontrarme con que la policía me estaba esperando.

Me ausenté hasta las seis de la tarde. Un poco antes de la puesta del sol tomé el vaporcito de vuelta. Nada de chaparrones esta noche. El cielo era de un suave dorado y Venecia disfrutaba de la tenue luz, melancólicamente hermosa.

Entré al hotel y pedí la llave. El empleado me la entregó, diciéndome alegremente: Buona sera, signore, dándome al mismo tiempo una carta de mi hermana. Nadie había venido a buscarme. Subí y me cambié de ropa. Después, volví a bajar y cené en el hotel. La comida no se parecía a la que me habían servido en el restaurante las dos noches anteriores, pero no me importó. No sentía mucho apetito. Tampoco sentí deseos de fumar mi cigarro habitual. Me limité a encender un cigarrillo. Durante unos diez minutos permanecí delante del hotel, fumando y observando las luces sobre el lago. Era una noche agradable. Me pregunté si la orquesta estaría tocando en la plazza y si Ganímedes serviría las bebidas como siempre. Pensando en él, me sentí preocupado. Si se hallaba vinculado de alguna manera al hombre del impermeable blanco, podría resultar afectado por lo sucedido. El sueño habría sido una advertencia, entonces. Yo creía mucho en los sueños. Poseidón llevando a Ganímedes atravesado en la grupa de su caballo... Comencé a caminar hacia la plazza San Marcos. Me dije que me quedaría cerca de la iglesia para comprobar si estaban tocando las dos orquestas.

Cuando llegué a la plazza vi que todo seguía igual: la misma multitud, las mismas orquestas rivales, los mismos repertorios tocados en contrapunto. Atravesé la plazza, lentamente, dirigiéndome a la segunda orquesta. Para protegerme me puse los anteojos oscuros. Sí, allí estaba Ganímedes. Descubrí en seguida su cabello claro y su saco blanco. Tanto él como su compañero moreno estaban muy ocupados. Debido a la temperatura agradable de la noche, la muchedumbre que rodeaba la orquesta era más compacta que de costumbre. Recorrí con la vista el auditorio y las sombras bajo la columnata. Ni señas del hombre de impermeable blanco. Lo más prudente, ya lo sabía, era volver al hotel, y leer a Chaucer. Sin embargo, no lo hice. La anciana vendedora de rosas ofrecía su mercadería. Me acerqué. La orquesta estaba tocando el motivo musical de una película de Chaplin ¿sería de "Candilejas"?. No recordaba. Pero la canción era sentimental y el violinista la aprovechaba al máximo. Resolví esperar hasta que terminara esa pieza y regresar luego al hotel.

Alguien hizo castañear los dedos, llamando al mozo. Ganímedes se volvió. Al hacerlo miró por sobre las cabezas de los clientes sentados, directamente hacia mí. Yo tenía puestos los anteojos oscuros y el sombrero. No obstante eso, me reconoció. Me lanzó una radiante sonrisa de bienvenida, y, pasando por alto el pedido del cliente, se precipitó hacia mí, tomó una silla y la colocó junto a una mesa desocupada.

Esta noche no llueve. Todo el mundo está contento. ¿Un curasao, signore?

¿Cómo podía rechazarlo viendo su sonrisa, su gesto casi suplicante? Seguramente, pensé, si hubiera sucedido algo... Si se encontrara preocupado respecto al hombre del impermeable blanco, me lo hubiera dado a entender de alguna manera, aunque más no sea con una mirada. Me senté. Un momento después él estaba de regreso con un curasao. Tal vez era más fuerte que el de la noche anterior, o debido quizá a mi estado de nerviosidad, me produjo un efecto mayor. Fuera lo que fuese, el curasao se me subió a la cabeza.

Mi nerviosidad desapareció. El hombre del impermeable blanco y su influencia maligna dejaron de preocuparme. Tal vez había muerto. ¿Qué me importaba? A Ganímedes no le había sucedido nada. Para demostrarme su preferente atención, se había quedado a unos pasos de mi mesa, con las manos atrás, atento a satisfacer mi menor deseo. |

¿No se cansa nunca? le pregunté osadamente.

Retiró mi cenicero y limpió ligeramente la mesa.

No, signore contestó. Mi trabajo es muy agradable...

Y me hizo una ligera inclinación de cabeza.

¿No va a la escuela? seguí preguntando.

¿Escuela? Hizo un ademán, indicando que eso había terminado. Finita, la escuela. Yo soy un hombre. Ahora me gano la vida. Mantengo a mi madre, a mi hermana...

Me sentí conmovido. El muchacho se creía todo un hombre.

Tuve la visión repentina de su madre una mujer triste y quejosa y su hermanita. Vivían detrás de la puerta con verja de hierro.

¿Le pagan bien en el café?

Se encogió de hombros.

Durante la temporada no está mal dijo. Pero ya termina. Dos semanas más y se acabó. Todo el mundo se va.

¿Qué hará entonces?

Volvió a encogerse de hombros.

Tendré que buscar trabajo en otra parte. Tal vez vaya a Roma. Allí tengo amigos...No me gustó imaginarlo en Roma. Una criatura, en una ciudad tan grande... Además, ¿quiénes serían sus amigos?

¿Qué le gustaría hacer? le pregunté.

Se mordió los labios. Por un momento su expresión fue triste:

Me gustaría ir a Londres. A uno de esos grandes hoteles. Pero eso es imposible. En Londres no tengo amigos.

Pensé en mi superior inmediato que, entre otras actividades, era miembro del directorio del Hotel Majestic, en Parke Lañe.

Eso puede arreglarse le dije con algunas maniobras...

Sonrió e hizo un divertido gesto de manipuleo con ambas manos.

Es fácil, si uno sabe dijo, pero si no se sabe... e hizo un gesto como dándose por vencido es mejor olvidarse del asunto...

Veremos agregué. Tengo amigos influyentes...

No hizo intento alguno para aprovechar la oportunidad.

Usted es muy bueno, signore murmuró. Muy bueno...

En ese momento la orquesta cesó de tocar. Mientras la multitud aplaudía, él los acompañó con perfecta condescendencia.

¡Bravo...bravo! dijo. Me sentí próximo a las lágrimas.

Cuando, más tarde, pagué mi cuenta, vacilé en darle una propina excesiva, por temor a ofenderlo. Además, no quería que me considerara simplemente como un turista de tantos. Nuestra relación era más honda.

Para su mamá y su hermanita le dije, poniéndole en la mano un billete de quinientas liras. Imaginé luego que veía a los tres entrar a la iglesia de San Marcos en puntas de pie: la madre voluminosa, Ganímedes con su traje negro, y la hermanita con el velo de la primera comunión.

Gracias... Gracias, signore agregó. A domani...

A domani contesté, como un eco, conmovido de que ya diera por sentado que volveríamos a vernos. En cuanto al pobre infeliz del impermeable blanco, ya debía estar sirviendo de pasto a los peces del Adriático.

A la mañana siguiente recibí una ruda sorpresa. El empleado recepcionista me llamó por teléfono a mi habitación, preguntándome si tendría inconveniente en dejar la habitación al mediodía. No le entendí. La habitación estaba tomada por quince días. El hombre abundó en excusas: había habido un malentendido: la habitación estaba comprometida desde muchas semanas antes. Creía que el agente de viajes ya me lo había explicado...

Muy bien contesté, irritado. Entonces búsqueme alojamiento en otro lugar.

Me pidió perdón de mil maneras distintas. El hotel estaba lleno. Pero podía recomendarme un pequeño departamento que la administración usaba como anexo, de vez en cuando. No me costaría ni un centavo más, me servirían el desayuno como siempre y hasta tendría un cuarto de baño privado.

Pero es una molestia me quejé, tengo todas mis cosas fuera de la valija...

De nuevo los pedidos de disculpas. El portero se ocuparía de trasladar mi equipaje. Hasta se encargaría de hacerlo. Yo no necesitaba mover una mano, ni dar un solo paso. Finalmente, acabé por prestar mi conformidad, pero no pensaba permitir que nadie tocara mis cosas.

Cuando bajé, encontré al "príncipe Hal" esperándome con una carretilla para mis valijas. Yo estaba de mal humor por el cambio de mis planes, y decidido desde ya a no aceptar la habitación del anexo, y a pedir otra.

Bordeamos el lago. El "príncipe Hal" empujaba el equipaje y yo me sentía como un tonto caminando detrás de él, tropezando con los paseantes, y maldiciendo al agente de viajes, a quien debía, probablemente, toda la confusión relativa a mi hospedaje.

Pero cuando llegamos a nuestro destino, me vi obligado a cambiar. El "príncipe Hal" entró en una casa de hermosa fachada con una amplia escalera inmaculadamente limpia. No había ascensor y acarreó el equipaje sobre el hombro. Deteniéndose en el primer piso, sacó una llave, la introdujo en la cerradura de la puerta de la izquierda, y abrió.

Sírvase entrar me dijo.

Era un departamento encantador, que en otra época debió ser el salón de un palazzo particular. En vez de estar cerradas como en el Hotel Byron, ventanas y persianas se hallaban abiertas, sobre un balcón. Para mi deleite, vi que el balcón daba al Gran Canal. La ubicación no podía ser mejor.

¿Está seguro pregunté que esta habitación cuesta lo mismo que la del hotel?

El "príncipe Hal" me miró. Evidentemente, no comprendía mi pregunta.

¿Cómo dice? preguntó.

Desistí. Después de todo, el empleado recepcionista me habla dicho que sí. Miré a mi alrededor. Se veía la entrada al cuarto de baño. Hasta habían puesto flores junto a mi cama.

¿Cómo hago para que sirvan el desayuno?

El "príncipe Hal" señaló el teléfono:

Usted llama. Ellos contestan y se lo traen. Y me entregó la llave.

Cuando me encontré solo, me acerqué nuevamente al balcón y miré hacia afuera. El canal rebozaba vida 3' movimiento. Toda Venecia se hallaba a mis pies. Las lanchas a motor y los vaporetto no me preocupaban: estaba seguro de que nunca me cansaría de contemplar el animado escenario. Podía quedarme y holgazanear todo el día en mi habitación, si así lo deseaba. Mi suerte era increíble. En vez de maldecir al agente de viajes, lo bendije. Por segunda vez en tres días deshice mi equipaje, pero esta vez, en lugar de ser uno de los tantos huéspedes del tercer piso del Hotel Byron, era amo y señor de mi propio palazzo diminuto. Me sentía como un rey. La gran campana del Campanile señaló el medio día. Como había tomado el desayuno muy temprano, sentí deseos de tomar café otra vez. Levanté el auricular, oí un zumbido, y luego el ruido característico al ser levantado el receptor. Una voz dijo:

Hola.

Un completo pedí.

En seguida contestó la voz. Me había parecido, o ¿era realmente el acento demasiado americano que yo conocía?

Pasé al baño a lavarme las manos. Cuando volví, llamaban a la puerta.

Avanti grité.

El hombre que traía la bandeja no tenía puesto un impermeable blanco ni un sombrero de fieltro. El traje gris claro estaba bien planchado y los feísimos zapatos de cabritilla lucían bien amarillos. En la frente tenía pegado un trozo de tira emplástica.

¿Vio? me dijo. Yo me ocupo de todo. Muy lindo. Muy O.K.