CAPITULO IX
—Rush...
—¿Sí, Kathy? —la miró, animoso. El sol entraba en la habitación donde se recuperaba de sus heridas.
—Rush, la venganza suya se ha completado de un modo curioso...
—¿Qué quiere decir?
—Debe respirar con alivio. Hasta la peor de esas arpías culpables, la señora Fenwick, ha dejado de existir.
—Cielos, ¿cómo es posible eso? —se asombró Rush.
—Cuando supo hoy que Gacela Blanca era inocente... no pudo soportar sus remordimientos. Se mató, dejando escrita una carta, en demanda de perdón a todos. Las demás mujeres han disuelto su asociación moralista.
—Que Dios las perdone a todas —suspiró Rush, moviendo la cabeza de un lado a otro—. No le guardo ya rencor a nadie. Los principales responsables de tanta infamia, están donde deben estar. La paz ha llegado a este pueblo, y su gente siente asco de sí misma ante la terrible verdad de haber matado a una inocente. No puedo hacer más por Gacela Blanca.
—Rush, ¿sigue... sigue enamorado de ella?
—Creo que siempre lo estaré, Kathy —confesó él.
—Pero tal vez algún día... piense en la necesidad de formar un nuevo hogar y olvidar el pasado. Eso es humano, es necesario para sobrevivir...
—Sí, tal vez un día..., pero no ahora.
—Lo comprendo —bajó la cabeza, añadiendo con voz profunda—: Rush, mi hermano y yo nos vamos.
—Lo imagino. Ya no hay carromato... y los elixires no son negocio —rió Snake.
—Cierto. Vamos a tratar de poner un pequeño rancho en alguna parte. Nuestros ahorros son escasos, pero con un poco más de dinero, puede que lo logremos...
—¿Eligieron ya el lugar?
—No. Quizá Arizona, Nuevo México... No sé. Cualquier sitio es bueno.
—Sí, es una interesante idea. ¿Sabe una cosa, Kathy?
—¿Qué?
—Yo también pienso dejar la caza de reptiles, para hacer algo más digno de una persona con aspiraciones. Me han devuelto los dos mil quinientos dólares que Gacela Blanca cobró... y haré lo que ella quería: invertirlos en una hacienda.
—Vaya, tuvimos la misma idea.
—Puesto que es así, ¿por qué no unir nuestros capitales... y formar un solo rancho?
—¡Oh, Rush, eso sería magnífico! —palmoteo ella, entusiasmada.
—Sí, magnífico —admitió él, asintiendo—. Me alegra que le guste la idea. Lucharemos duro y haremos una buena hacienda, ya verá...
—Estoy segura de eso —dijo Kathy, mirando fijamente a Rush.
Y en su interior, pensaba que aquél sí era un buen principio para confiar en que algún día, en el futuro... todo fuese distinto para Rush Snake. Y para ella. Quizá antes de lo previsto...
F I N