PRÓLOGO
Fern, venga, deja de hacer el tonto! -Va a haber problemas, lo presiento. -Dejadme en paz -Fern ignoró las advertencias que sus compañeras le hicieron desde fuera de la ventana abierta del cuarto de la niña, abrió las alas e hizo una pirueta que provocó la risa de la pequeña que estaba en la cuna.
Esa mañana iban a llevarse a Katy de Irlanda y Fern estaba decidida a aprovechar hasta el último momento disponible con ella.
En Sidhe, el país de las hadas en Irlanda, no se veía bien el contacto con los humanos.
Bueno, en realidad, confraternizar con la niña como ella estaba haciendo iba en contra de las reglas.
Pero Fern no podía evitarlo. Los niños pequeños eran puros, sus pensamientos y percepción aún no estaban maleados. Debido a esto, no tenían motivo para no creer en la existencia de las hadas; por ello, a Katy su inocencia le permitía ver a Fern.
Katy era un bebé especial. Fern dio una voltereta y se detuvo delante de la niña antes de darle un beso en la sonrosada mejilla; después, ascendió y se quedó observando esos ojos llenos de imaginación. Sí, Katy era tan especial como lo había sido su madre.
Maire. La madre de Katy había sido la alegría de Fern durante años. Su amistad con Maire le había causado incesantes amonestaciones, pero no le había importado.
Pero Maire había desaparecido. Hacía ya tiempo partió a unas tierras lejanas llamadas América. Al cabo de un tiempo, regresó acompañada de un marido, un hombre interesante de hipnótica mirada oscura. Fern comprendió al instante el motivo por el que Maire había entregado su corazón a Paul Roland. Ella misma se habría enamorado de él de no estar completamente prohibido.
Durante su última visita a Irlanda, el vientre de Maire estaba abultado. Fern había oído a los humanos hablar sobre la inminente llegada de un bebé.
Sin embargo, ese año, Paul había regresado a Irlanda sin Maire, y fue cuando Fern conoció a Katy. Al principio, le había sorprendido la ausencia de Maire, pero jugar con el bebé era más divertido que devanarse la cabeza pensando en lo desconocido. A las hadas no les gustaba mucho preocuparse por las cosas.
-¡Vamos, que viene! Fern, sal de ahí. ¡Vamos, sal ahora mismo!
Mirando hacia la puerta, Fern sonrió al ver a Paul. Las alas le temblaron y la piel se le erizó. Era la criatura más extraordinaria que había visto en su vida.
-¡Fern!
Fern lanzó a sus amigas una mirada irritada. -¿Es que no os dais cuenta de que no puede verme? No corro ningún peligro.
En realidad, Fern había pasado más tiempo con Katy del normal porque quería ver a Paul. Ya se había despedido de la niña; sin embargo, quería desearle buen viaje a él también.
Lo que sentía por ese humano era peligroso, lo sabía; pero Paul se marchaba ese día y Fern no sabía cuándo volvería a verle.
-Eh, hola, cariño -le dijo Paul a su hija. Fern suspiró al oír aquella voz aterciopelada.
-Bueno, tenemos que marcharnos ya -Paul sentó a su hija en la cuna y Fern voló hacia ella.
-Pa...pa... -la pequeña sonrió-. Ayos. -Sí, vamos a decir adiós a los abuelos, Katy. Lo hemos pasado muy bien con ellos, pero tenemos que volver a casa. Y ahora tenemos que vestirte.
Fern voló hasta el lugar en el que mejor podía ver aquellos maravillosos ojos castaños.
Estaba tan cerca de Katy que pudo oler los polvos de talco; y la niña, en ese momento, le rodeó el tobillo con un dedo mientras Paul se volvía para agarrar el jersey blanco de su hija que estaba a los pies de la cuna.
-Vamos allá -dijo Paul a su hija-. Vamos a ponerte el jersey, hace frío fuera.
-¡No! -Katy se llevó los brazos al pecho. Fern lanzó una carcajada. Durante las dos últimas semanas había visto la misma escena repetidamente: el padre intentando ponerle el jersey a su hija. Era algo que parecía divertir a Paul ya que se echó a reír.
Fern estaba tan absorta mirándole que apenas se dio cuenta de cómo logró ponerle el jersey Paul a su hija.
-¡ayos... ñora!
Katy pronunció aquellas palabras al tiempo que cerraba el puño alrededor de Fern. Los dedos de la niña eran fuertes y el pánico se apoderó del hada. -¿Señora? -dijo Paul con curiosidad. Después, sin darle importancia, se echó a reír otra vez mientras le sacaba a su hija la mano de la manga. Fern se encontró rodando por el tejido de la manga del jersey cuando Katy la soltó y acabó en la parte interior del codo de la niña.
A Fern le galopaba el corazón, pero estaba atrapada entre el brazo de Katy y la manga.
-Yo y mi niña nos vamos ahora mismo al aeropuerto -dijo Paul-. Antes de que te des cuenta estaremos otra vez en América.
Fern oyó a sus amigas gritándole frenéticamente desde la ventana e imaginó sus expresiones de horror mientras se la llevaban.