CAPÍTULO 7

NO SABE cuánto lo siento. El joven que estaba sentado con él en la sala de espera de la clínica veterinaria debía de haberle pedido disculpas al menos una docena de veces. Se llamaba Donny Roberts y era la segunda vez que sacaba el coche él solo. El vehículo era de sus padres.

Paul había insistido en que Donny llamara por teléfono a sus padres para que supieran dónde estaba.

-No te preocupes, ya verás cómo se cura -le aseguró Paul, aunque no estaba seguro de que Fluffy sobreviviera.

Donny volvió a mirar hacia la puerta cerrada de la sala donde estaban tratando a Fluffy.

-¿Cuánto cree usted que van a tardar en decirnos cómo está? No lo digo porque quiera irme, es que estoy nervioso -la preocupación se reflejaba en su joven rostro-. Espero que su gato no...

-No creo que tarden mucho.

Pero Paul no tenía ni idea de si estaba mintiendo al chico o diciéndole la verdad. No lo sabía.

Guardaron silencio. Paul pensó en el rubio adolescente de ojos azules que estaba con él.

¿Qué clase de chico sería? ¿Cómo era su hogar? ¿Cómo le trataban sus padres?

Era la maldición de todo escritor, preguntarse por las vidas de todo el mundo.

Evidentemente, los padres de Donny habían educado bien a su hijo. El chico bien podría haber continuado conduciendo después de atropellar a Fluffy; sin embargo, no lo había hecho.

Y después de disculparse, no había vacilado en ofrecerse para ayudarle a llevar al animal a la clínica veterinaria.

Paul también estaba preocupado por Katy, se disgustaría mucho si su gato no volvía a casa. Se preguntó cómo estaría en esos momentos, pero le tranquilizó saber que estaba con Fern.

Ah, Fern.

Paul estaba preocupado con eso. No podía creer lo importante que se había convertido para él esa mujer en el poco tiempo que la conocía. Fern realmente quería a Katy y a él le había ayudado a volver a escribir.

Su mundo era mucho más brillante desde que la conocía.

Eso era lo que había hecho Fern, iluminar su mundo.

Era como una hermosa y radiante luz.

Además, era tan dulce e inocente... Se merecía tener su primera experiencia sexual con alguien que pudiera mirar al amor con la misma frescura y sentido de la novedad.

Por supuesto, Fern le excitaba hasta límites insospechados, pero él creía que se merecía a otra persona.

Como él ya había estado casado, sabía lo que era enamorarse por primera vez. Pero la viudedad le había hecho sufrir tanto que no se sentía capaz de volverse a entregar a alguien por completo. Y Fern se merecía...

Justo en ese momento, una puerta se abrió y el veterinario se acercó a él.

Paul salió del coche y cerró la puerta. Después, se inclinó sobre la ventanilla abierta.

-Gracias por traerme a casa -le dijo al chico.

Donny abrió la boca para responder, pero Paul le interrumpió.

-No vuelvas a disculparte, por favor. Ya has oído al veterinario, la cosa habría sido mucho peor de no haber llevado a Fluffy a la clínica inmediatamente, y nos has llevado tú -

Paul señaló a Donny con un dedo-. Tengo tu número de teléfono; en cuanto sepa algo más sobre el estado de Fluffy, te llamaré para decírtelo.

Los ojos del chico mostraron gratitud.

-Gracias, señor Roland.

Paul se apartó del coche y Donny se marchó.

Fern le recibió en la puerta.

-¿Cómo está Katy? -preguntó Paul, animándose sólo con ver a Fern.

-La pobre se ha dormido llorando. ¿Cómo está Fluffy?

-Se va a salvar -contestó Paul-. Han tenido que operarle, tenía una pierna rota. Y también le han puesto unos clavos en la cadera. Tiene que pasar en la clínica unos días.

Los ojos de Fern se llenaron de lágrimas y Paul vio cómo le temblaba la barbilla. Una intensa emoción le embargó.

-No sabía qué hacer. Me he sentido tan indefensa... He intentado consolar a Katy, pero...

Su llanto me ha roto el corazón. Katy es demasiado pequeña para entender lo que ha pasado, pero estaba muy disgustada.

Paul la entendía perfectamente. Las lágrimas de ella también le estaban rompiendo el corazón a él.

-Le he cantado -continuó ella-. La he acunado. He intentado distraerla con libros, con juegos... pero nada. Por fin, se ha dormido de puro agotamiento.

-Siento no haber estado contigo, Fern -dijo Paul poniéndole las manos en los hombros.

En el instante que la tocó, se dio cuenta de que había cometido una terrible equivocación.

El aire se espesó hasta hacerle casi imposible respirar. El universo pareció contenerlos a ellos dos solos, lo demás desapareció.

Los labios de Fern se abrieron, pero Paul sabía que Fern ignoraba lo tentadora que era su boca.

-No podías estar aquí, tenías que llevar a Fluffy al veterinario -susurró Fern.

Paul le acarició los brazos hasta colocarle las manos en los codos.

-No sabes la tranquilidad que me ha dado saber que Katy estaba contigo -dijo Paul con voz ronca.

Estaban hablando de Katy y del accidente, pero Paul sabía que la ronquera de su voz se debía a otra cosa, a algo tan potente que casi le estaba ahogando.

Una de las manos se le levantó como por sí misma. La piel de la mejilla de Fern era cálida y suave, tan suave como la seda. Le acarició el pómulo con la yema de los dedos y luego el lóbulo de la oreja. Por primera vez, notó que Fern no llevaba pendientes, también se dio cuenta en ese momento de que nunca había visto a Fern adornada con joyas.

Sin embargo, los rizos de aquellos cabellos cobrizos eran más luminosos que el oro puro.

Fern no necesitaba metales preciosos para realzar su belleza.

Una voz interior le advirtió del peligro.

-No puedo hacerlo -dijo Paul cuando una idea le cruzó la mente.

-Claro que puedes -murmuró ella-. Claro que puedes.

Sí, podía.

Lentamente, Paul bajó la cabeza y plantó un casto beso en los labios de Fern. Separó su boca de la de ella unos milímetros y sintió aquel cálido aliento acariciándole el rostro cuando Fern jadeó. Volvió a acariciarle los labios con los suyos, rindiéndose al deseo de saborearlos.

El aroma de ella le embriagó.

No quería hacer lo que estaba haciendo. Debía apartarse de Fern. No debía hacer lo que estaba haciendo.

Claro que debía. Sí, debía hacerlo.

Paul no tenía ni idea de si se lo había dicho Fern o lo había pensado él. No podía pensar.

Cerró los ojos, deseaba más... mucho más.

-Esto... es parte del secreto, ¿verdad? -murmuró Fern en tono vacilante-. Lo siento hasta en los huesos. Quiero que me acaricies. Quiero que me beses. Quiero tu piel en la mía.

Paul no se atrevió a decirle lo que él quería.

-Fern, tenemos que...

-Sssss. No digas nada, no pronuncies ni una sola palabra.

Entonces, Fern hizo algo completamente inesperado. Se puso de puntillas y pegó la boca a la suya. Le pasó la mano por el cabello y se apretó contra él. Le abrió los labios y se los acarició con la lengua.

A Paul le pareció la experiencia más erótica de su vida que una mujer tan inocente pudiera comportarse con tanta desinhibición.

Fern estaba pegada a él, y Paul temía que notara su erección. Quería separarse de ella, pero le resultaba imposible moverse. No podía pensar. No parecía poder hacer nada. Lo único de lo que era capaz era de sentir.

Fern le chupó los labios, se los mordisqueó y continuó acariciándoselos con la lengua.

Paul no sabía el momento exacto en el que había perdido el control de la situación, había creído ser él quien estaba al mando; pero Fern se lo había arrebatado. No obstante, estaba más que dispuesto a que le derrotasen.

Fern le acarició un lado de la cara y luego el cuello con movimientos lentos e irresistibles. Paul deseaba aprovechar la ocasión, doblegarla, tomarla... poseerla. Pero se limitó a quedarse quieto, aceptando el placer que ella le estaba proporcionando.

El calor del cuerpo de Fern junto al suyo le quemó. Poniéndole una mano en la espalda, la atrajo hacia sí.

El beso de ella fue eléctrico. Como un rayo. Como un relámpago. Todo simultáneamente.

Fern apartó los labios de los de él para besarle la mandíbula, el lóbulo de la oreja, la garganta... Debía de ser el instinto lo que la guiaba. Paul sabía que Fern era demasiado inocente para saber el terremoto que estaba causando en él.

Algo instintivo en todo ser humano pareció impulsarla a bajar la mano. Fern empezó a acariciarle alrededor de la cinturilla de los pantalones. El vientre de él se tensó al momento cuando, despacio, Fern bajó la mano.

Paul contuvo la respiración y abrió mucho los ojos cuando se dio cuenta de adonde se dirigía la mano de ella. Con suavidad, le agarró la muñeca.

-Fern, espera.

-No puedo esperar más, Paul. Quiero el secreto y lo quiero ya.

Paul rezó una plegaria en silencio. Iba a necesitar un ejército de ángeles para que le liberasen de aquel inocente, a la vez que erótico, asalto.

Fern estaba enfadada con Paul. Y no le importaba haber pasado dos días de mal humor como si fuera una niña pequeña. Sabía que había estado muy cerca de descubrir el secreto.

Con el sol entrando por la ventana, se levantó de la cama, se estiró y bostezó.

De repente se quedó muy quieta. Estaba en su forma humana. Se había acostado como humana y se había despertado igual.

La mayoría de las noches, Fern volvía a su estado natural de hada y salía a volar por los campos. Pero desde el beso todo había cambiado. Todo era diferente.

Se pasaba los días y las noches pensando en los labios de Paul, en la dureza de su cuerpo junto al suyo. Por supuesto, no descuidaba a Katy, pero estaba deseando que llegara el momento en el que Paul salía del estudio por las tardes.

Y por las noches el recuerdo del beso la mantenía despierta en la cama, soñaba y fantaseaba con él. Y no se le ocurría pensar en transformarse en hada para ir por ahí a volar.

Cuando se dormía, también soñaba con Paul.

Sin embargo, se despertaba frustrada. Quería el secreto. Sabía que los besos eran parte de él, pero quería lo demás. Lo quería todo.

Pero justo cuando había estado a punto de descubrirlo todo, Paul le había agarrado las muñecas y se había separado de ella.

Fern sabía que, más tarde o más temprano, tendría que volver a Sidhe. Pero el hecho de que tuviera que regresar no significaba que Paul no pudiera mandarla a casa con unos conocimientos más.

Cerrando los ojos, Fern pensó en la falda vaquera y en la camisa blanca de algodón que colgaban del armario. Sin embargo, cuando los abrió, vio que aún llevaba el camisón azul.

Apretó los párpados con fuerza y se concentró una vez más en la ropa. Al abrirlos de nuevo, vio que seguía igual.

Hasta ahora, se había puesto la ropa sólo pensando en ella; pero ese día no podía. Hacía días que no pensaba en transformarse en hada. ¿Qué le estaba pasando? ¿Estaba perdiendo los poderes mágicos?

El pánico la hizo sudar. ¿Qué haría si no pudiera volver a Sidhe, si nunca más pudiera volver a volar por encima de las copas de los árboles?

Se quedaría atrapada en el mundo humano, lejos de su querido Sidhe. Incapaz de regresar.

Aquellos pensamientos la hicieron recordar al hada de Central Park, la triste criatura que estaba perdida y sola. Un hada de verdad debía encontrar la forma de ayudar a otra hada en momentos de necesidad. Tenía que hacer algo. Tenía que encontrar al hada del parque y enterarse de qué le pasaba.

Katy gritó y Fern fue consciente de que empezaba un nuevo día.

Tenía mucho que hacer y mucho en que pensar. El hada del parque le preocupaba; pero antes de poder ayudarla, tenía que encontrar la manera de ayudarse a sí misma. Debía hablar con Paul. Y también debía encontrar tiempo a solas para concentrarse y ver si podía seguir transformándose en hada o si había perdido la habilidad de hacerlo.

-¡Mi Fluffy!

Cuando Paul entró por la puerta trasera con el gato en los brazos, el rostro de la niña se iluminó. Katy corrió a acariciar al animal.

-Escucha, cariño, tenemos que tener mucho cuidado con Fluffy durante unos días -advirtió Paul a su hija-. Todavía tiene que curarse de unas heridas, ¿lo has entendido?

Paul se agachó para que Katy pudiera acariciar el lomo de Fluffy.

Después de vestirse, tal y como se vestían los humanos, Fern fue a buscar a Paul para hablar con él. Quería decirle que debía pensar en encontrar una mujer con la que compartir su vida y que ella debía regresar a casa ya.

Sin embargo, cuando Fern acabó de vestir a Katy y de darle el desayuno, Paul ya se había encerrado en su estudio. Al mediodía, se había marchado a por el gato. Ella, por su parte, aunque encantada de que Fluffy se estuviera recuperando, se veía presa de una terrible preocupación. Cada vez que pensaba en la posibilidad de perder sus poderes para transformarse de nuevo en hada, el pánico se apoderaba de ella.

No podía poner a prueba sus poderes hasta no encontrarse completamente sola, y eso era imposible si Paul no se responsabilizaba completamente de Katy.

En ese momento el sol se estaba poniendo en el horizonte, no era posible que Paul quisiera encerrarse una vez más en su estudio.

-¿Es que no vas a darle la bienvenida a Fluffy? -le preguntó Paul.

-Sí, claro -respondió Fern conteniendo la angustia.

Una vez que se reunió con Paul y Katy, Fern vio que el gato tenía una pata escayolada.

-Pobrecito -dijo Fern acariciándole el lomo-. ¿Le duele?

-El veterinario me ha dicho que no. Además, no va a tener la escayola mucho tiempo.

Sin embargo, tiene que descansar; tenemos que evitar que salte o intente correr.

Con expresión ausente, Paul acarició al gato detrás de las orejas.

-Tengo que llamar a Donny Roberts para decirle que ya tenemos al gato en casa -añadió Paul.

La miró y ella vio algo diferente en su expresión. Alivio. La tensión había desaparecido de su rostro.

Fern parpadeó mientras se preguntaba si no estaría imaginando cosas.

-Pareces preocupada -observó él.

El comentario la sorprendió.

-Bueno... le estoy dando vueltas en la cabeza a unos asuntos.

-¿Quieres que hablemos de ello? Podríamos charlar mientras preparo la cena.

-Sí, me gustaría hablar, pero antes... antes necesito tiempo para... -Fern se interrumpió, no podía explicarle la verdad-. He estado muy ocupada hoy y me gustaría darme un baño antes de cenar. ¿Te importaría estar al cuidado de Katy durante un rato? No tardaré mucho.

-Tómate el tiempo que quieras -Paul alargó la mano y acarició los cabellos de su hija-. Katy puede salir al jardín con Fluffy mientras yo preparo unas hamburguesas. Ya sé que tú no comes carne, pero...

Paul sonrió traviesamente y añadió:

-Yo necesito un poco de carne de vaca. De todos modos, no te preocupes, a ti te prepararé una buena ensalada -a Paul le brillaron los ojos-. Anda, ve a darte un baño. Pero quiero advertirte que yo también le he estado dando vueltas a una cosa en la cabeza últimamente... y quiero hablar de ello contigo.

Fern se quedó perpleja.

-¿En serio?

-Sí, en serio. Y ahora, venga, vete. Yo me encargaré de Katy, ya hablaremos más tarde.

Nos sobra tiempo.

Pero, mientras Fern subía las escaleras, pensaba que el tiempo era precisamente lo que se le estaba acabando.

Una vez en la bañera, Fern decidió olvidarse de Katy, Fluffy y Paul. Quería vaciar su mente. Estaba decidida a quedarse allí dentro del agua hasta recuperar sus poderes mágicos.

Estaba decidida a transformarse en hada. Necesitaba desesperadamente demostrarse a sí misma que podía hacerlo. Si lo conseguía, sería muy feliz. Si fallaba...

Fern suspiró. Si fallaba, al menos se habría dado un buen baño.