CAPÍTULO 1
¡Presa! Fern intentó por todos los medios salir de la manga de la niña, pero pronto se dio cuenta de que sus esfuerzos eran vanos. Por lo tanto, como cualquier buena hada, se relajó y decidió disfrutar de la aventura, la meta suprema de las hadas.
Y desde luego iba a ser una aventura.
La primera parte del viaje le pareció realizarla en coche. Nunca había estado dentro de un coche, pero le gustó. Katy se había dormido y una suave música invadió el interior del vehículo.
Después todo fue más ajetreado. Paul llevó a su hija, y a ella también, a través de lo que a Fern le pareció una gran multitud de humanos. Tuvieron que esperar y volvieron a ponerse en marcha entre voces y frenético movimiento. ¿Y por qué tantas lenguas distintas?
Por fin, se sentaron y una persona ayudó a Paul a ponerse una cosa que se llamaba cinturón de seguridad extensible para él y su hija.
Fern sufrió unos momentos de ansiedad al oír a Katy llorar y también un rugido enorme seguido de unos temblores, pero la suave voz de Paul la tranquilizó, aunque no a Katy.
Pronto, las violentas vibraciones cesaron y se dio cuenta de que estaban en el aire. Ella y otras hadas se habían maravillado muchas veces de los brillantes objetos voladores que cruzaban Sidhe, y ahora le parecía aún más increíble encontrarse dentro de uno de ellos. Sí, iba a disfrutar hasta el último segundo de su escapada.
Pero con el transcurso del tiempo los músculos se le entumecieron, el cuello empezó a dolerle y se le durmió el pie izquierdo. Katy no dejaba de moverse, a pesar de los esfuerzos de Paul por hacerla calmarse. Cuanto más se movía la niña, más calor sentía ella. Las alas perdieron su rigidez y estaba mareada.
Vio su salvación cuando Katy encogió los hombros y dijo en tono de queja: -Calol, pa...pa.
Pero a Fern le tomó por sorpresa la fuerza con que salió expulsada de la manga. Rodó y rodó hasta caer. Desorientada, se relajó y movió las alas, aterrizando en una de las rodillas de Paul. Allí, se estiró y volvió a estirarse para relajar los músculos.
Katy empezó a lloriquear.
-¿Quieres un zumo de manzana? -preguntó
Paul.
La niña continuó lloriqueando.
-Lo que te pasa es que estás cansada, cielo. Vamos a cambiarte el pañal y luego vas a dormirte un rato.
Fern les siguió a un pequeño cubículo donde Paul cambió de pañal a su hija, pero Katy no logró calmarse. Los esfuerzos de Paul por tranquilizarla fueron vanos, y Fern se dio cuenta de que él también estaba cansado.
Con la esperanza de entretenerla, Fern hizo unas piruetas delante del rostro de Katy, pero tampoco obtuvo la respuesta deseada.
-Vamos -murmuró Paul-, tienes que dormirte un rato.
Paul salió del servicio y la puerta se cerró antes de que a Fern le diera tiempo a salir.
Volvía a estar presa.
Fern decidió esperar, alguien entraría y abriría la puerta.
Frunció el ceño al pensar en sus intentos fallidos por interrumpir el llanto de Katy. Paul estaba tenso y deseó poder ayudarle.
De ser humana lo conseguiría.
¡Qué idea tan escandalosa! ¡Iba contra las reglas! La transformación de un hada en un humano estaba completamente prohibida. Podían echarla de Sidhe.
Volvió a pensar en el rostro cansado de Paul, en su negra mirada.
Había oído que algunas hadas rebeldes se habían transformado en zorros y en liebres durante un breve tiempo para poder jugar con sus amigos del bosque. Pero... ¿en humanos?
Sería la vergüenza de las hadas de Irlanda.
Pero ya no estaba en Irlanda, ¿no?
Fern cerró los ojos y se imaginó a sí misma acunando a Katy. Después, se imaginó acariciando la frente de Paul. Suspiró. Podía ayudarle... podía...
Fern abrió los ojos, se miró al espejo... ¡y vio su imagen humana reflejada en él!
Paul había hecho todo lo posible por calmar a su hija, pero Katy estaba demasiado cansada y, si él había aprendido algo durante los dos años que llevaba criándola solo era que, cuando la niña estaba demasiado cansada nada la calmaba.
Le había dado los juguetes que llevaba para el viaje, contento de que los asientos que había a su lado estuvieran vacíos. Ahora la estaba acunando y cantándole una nana, pero Katy parecía empeñada en protestar y en luchar contra el sueño que tenía. ¿Por qué los vuelos de regreso siempre parecían más largos que los de ida?
Apenas se formuló la pregunta cuando vio el par de zapatillas de satén más peculiar que había visto nunca. Paul sonrió.
Su mirada pasó por unos delicados tobillos, unas bien formadas piernas y unos firmes muslos que desaparecían bajo un vestido azul. Con caderas perfectas, estrecha cintura y unos senos redondeados, la mujer que tenía delante era... Paul supuso que era un ejemplo perfecto de feminidad.
Y cuando le vio el rostro no se sintió decepcionado: unos brillantes ojos azul verdoso, una nariz respingona y una masa de rizos cobrizos que acariciaban unos hombros bronceados.
Momentáneamente, Paul se sintió como si le hubieran hechizado.
Ella encogió los bronceados hombros.
-Estoy aquí para ayudarte.
La voz de ella era tranquilizadora y su acento inconfundiblemente irlandés.
Mostrando su agradecimiento, Paul sonrió.
-Gracias, pero Katy está de muy mal humor y no creo que quiera la compañía de una persona desconocida. Ni siquiera yo puedo calmarla.
No obstante, en vez de asentir y marcharse como él esperaba que hiciera, aquella mujer retiró los juguetes de Katy del asiento que daba al pasillo.
-Tonterías -respondió ella sentándose con un movimiento ágil y ligero.
El tejido del vestido crujió cuando ella se sentó y a Paul le sorprendió ser tan consciente de la presencia de esa mujer.
-Démela -dijo ella-. Me encantan los niños pequeños.
Era evidente que esa mujer no sabía nada de niños. Katy nunca consentiría que una desconocida la tomara en brazos cuando estaba tan cansada y de tan mal humor.
-Me parece que no comprende...
Ignorándole, la mujer extendió los brazos y, con ternura, acarició uno de los de Katy.
-¿Cómo está mi preciosa Katy?
Paul esperaba que su hija lanzara un chillido; sin embargo, Katy le dejó estupefacto cuando miró a la desconocida y, con los ojos llenos de lágrimas, dijo:
-Mi ñora.
Al momento, la niña sonrió y se echó hacia los brazos de la desconocida.
La risa de la joven era musical. Riendo, tomó a la niña en brazos y no pareció molestarle que Katy le pasara las manos por el rostro y se la quedara mirando intensamente a los ojos. La niña parecía hipnotizada, y él sonrió traviesamente al pensar que su reacción había sido muy parecida a la de su hija.
-Ñora -susurró Katy una vez más. La niña sonrió y una última lágrima se deslizó por sus ojos negros.
Paul no salía de su asombro al ver que su hija se acomodaba en los brazos de la mujer.
Al cabo de unos instantes, los párpados de la niña comenzaron a cerrarse y se quedó muy quieta.
-No puedo creerlo -murmuró él-. No puedo creerlo.
La mujer sonrió.
-Me llamo Paul -dijo él a modo de presentación.
Prefería evitar dar su apellido; cuando la gente descubría su identidad, se comportaba con él de una manera artificial y forzada. También prefería evitar las limusinas y viajar en primera clase. Le gustaba comportarse y que le trataran como a cualquier otra persona normal.
-Yo soy Fern.
Bonito nombre. Y muy apropiado. Esa mujer tenía la delicadeza y la gracia de las hojas de los he-lechos meciéndose al viento.
Paul parpadeó. Hacía mucho tiempo que no pensaba en esos términos. Cuando escribía, esa clase de comparaciones era algo natural e imperativo en su trabajo, pero hacía ya dos largos años que no plasmaba ninguna idea creativa en el papel. Estaba demasiado ocupado con la vida real.
-Encantado, Fern. Así que... ¿Vas de visita a los Estados Unidos?
-Voy a América.
Por su tono de voz, esa mujer no parecía saber que Estados Unidos y América eran lo mismo; no obstante, la idea era demasiado absurda. Todo el mundo sabía...
Paul sacudió la cabeza y preguntó:
-¿Es tu primera salida al extranjero?
Ella asintió.
-Sí, lo es.
-En ese caso, debes de estar muy ilusionada.
Paul vio excitación en el brillo de esos ojos turquesa, lo que la hacía aún más hermosa.
Si eso era posible.
La sonrisa de la mujer se amplió y fue cuando Paul se dio realmente cuenta de que sí podía parecer aún más hermosa, y era por la sonrisa.
-Sí, lo estoy.
Paul sonrió, le gustaba el acento irlandés.
-Nunca he estado tan ilusionada en mi vida -añadió ella.
Paul lanzó una ronca carcajada. -Lo comprendo. La primera vez que yo fui a Irlanda también quería verlo todo.
-Eso es lo que hay que hacer, saborear la aventura. Es una buena forma de vivir.
-Sí, estoy de acuerdo -dijo él-. ¿Vas de vacaciones o a trabajar?
-Yo no hago nada que no sea por placer. Paul se quedó inmóvil. Durante un instante, pensó que esa mujer estaba coqueteando con él, insinuándosele sexualmente. Pero se dio cuenta rápidamente de que en la expresión de ella sólo había inocencia. De hecho, había sido una afirmación sencilla y sincera, algo raro en las personas adultas.
-No sé de ningún trabajo -dijo ella encogiéndose de hombros-. Pero puede que sea una experiencia interesante y divertida.
-¿Vas a estar con familiares o amigos? Paul sabía que no debía meterse en asuntos que no le concernían, pero no pudo evitar preguntar. Sentía una gran curiosidad.
-No, no conozco a nadie en América -Fern hizo una pausa-. Es decir, a excepción de ti y de Katy. Algo dentro de él recobró vida. -Me parece que creías que tengo un plan, pero no lo tengo. Es imposible planear una aventura.
¿Que no tenía ningún plan? ¿Iba a bajarse de un avión en Nueva York sin más y a ver qué pasaba? Le asaltaron mil preguntas que exigían respuesta. ¿Había reservado habitación en un hotel? ¿Tenía suficiente dinero? ¿Acaso no sabía que no era aconsejable que una mujer viajara sola? ¿Tenía a alguien en caso de emergencia? ¿Podría...?
-Todo me saldrá bien. Siempre es así.
Su rostro debió mostrar la preocupación que sentía a juzgar por las últimas palabras de Fern. Sin embargo, la dulce inocencia de ella despertó en él un incontrolable deseo de protegerla.
Fern clavó esos ojos azul verdoso en él.
-Creo que es hora de que me cuentes algo sobre ti. Lo único que me has dicho es que la primera vez que fuiste a Irlanda querías verlo todo. ¿Lo has hecho? ¿Lo has visto todo?
A Paul no dejaba de sorprenderle la forma en que a Fern le brillaban los ojos, atrayéndole, haciéndole querer revelar todos sus secretos. Sacudió la cabeza como para deshacerse de esa ridícula idea.
-La primera vez que fui de visita a tu hermoso país fue en circunstancias muy distintas a ésta.
Fern guardó silencio, parecía esperar a que continuara hablando.
-La primera vez fui de viaje de luna de miel -dijo él.
El recuerdo de Maire le entristeció, pero no era el momento adecuado para dejar que las sombras se apoderasen de él.
-Estupendo. Debisteis de pasarlo muy bien.
-Sí, así fue. Y nuestro segundo viaje fue también maravilloso; fue cuando anunciamos que íbamos a tener una niña. Bueno, la verdad es que no tuvimos que anunciar nada, no había más que ver a mi esposa.
El recuerdo era demasiado doloroso, Paul respiró profundamente. El pasado era el pasado, mejor permanecer en el presente.
-Pero esta vez hemos ido sólo Katy y yo. Mi esposa, Maire, murió al dar a luz. Se presentaron complicaciones inesperadas durante el parto. Nadie esperaba lo que ocurrió.
Sucedió hace dos años.
«Pero aún sigo sintiendo un inmenso vacío», añadió él en silencio.
Haciendo un gran esfuerzo, Paul se sobrepuso al dolor.
-En fin, debido a la corta edad de Katy, no he podido volver a Irlanda hasta ahora -Paul se preguntó por qué estaba hablando de asuntos tan personales, no era propio de él-. Por supuesto, los abuelos de Katy habían venido a América para conocer a su nieta, pero yo quería que Katy viera el lugar donde su madre nació y se crió.
Paul miró a Fern y se quedó perplejo. Una profunda tristeza parecía emanar de ella y los ojos le brillaban con lágrimas contenidas.
Una profunda ternura se apoderó de él. Esa mujer era capaz de una gran compasión.
-Eh, vamos, no te pongas así.
Paul extendió el brazo y le acarició la frente. En el momento en que le tocó la piel, sus intenciones de reconfortarla se disiparon.
La piel de Fern era suave y sorprendentemente cálida.
Paul retiró la mano rápidamente. Un súbito sentimiento de culpa se apoderó de él debido a la disparidad entre el tópico de la conversación y el placer que había sentido al tocar a esa mujer.
Era evidente que lo que había dicho había afectado a Fern. Con cuidado para no tocarla en la forma en que su subconsciente quería hacerlo, Paul murmuró:
-Eso pasó hace ya tiempo. Katy y yo estamos bien, en serio.
No obstante, Fern no parecía del todo convencida.
Desde el momento en que se miró al espejo y se vio en forma humana, era como si todas las emociones y sensaciones que podía sentir se hubieran multiplicado por cien.
No estaba segura de cómo se había transformado en un ser humano, la experiencia era nueva para ella. No obstante, era consciente de que había quebrantado una de las reglas sagradas del mundo de las hadas; y si reflexionara seriamente en ello, se asustaría enormemente. Por lo tanto, decidió no pensar en lo que había hecho; al menos, no por el momento, cuando estaba tan ensimismada con Paul.
Sabía de antemano que Paul era una criatura maravillosa; sin embargo, al acercarse por el pasillo del avión hasta el asiento que él ocupaba y mirarle con ojos humanos, sintió algo que no había sentido nunca. Y cuando Paul la miró con esos ojos oscuros, ella temió que las piernas fueran a dejar de sostenerla.
No había pensado en lo que iba a decirle una vez estuviera delante de él, y no tenía sentido explicarle quién era. Por nada del mundo quería que Paul la considerase una loca. Por lo tanto, había decidido adoptar el papel de una desconocida; además, para él, ella era precisamente eso.
El corazón le había latido con una fuera inusitada al tomar a Katy en sus brazos por primera vez. Por supuesto, ya sentía afecto por ella en Irlanda; pero al tomarla en los brazos, una sensación sobre -cogedora la había embargado hasta dejarla casi sin respiración.
No obstante, el efecto que había tenido en ella enterarse de la muerte de Maire había sido algo para lo que no estaba preparada. Por supuesto, también en Sidhe ocurrían desgracias y ella sabía lo que era la tristeza. Pero las hadas tenían por norma evitar los hechos desagradables y pasar sus días jugando y divirtiéndose.
La profunda tristeza que la embargaba en aquel momento no iba a disiparse con un aleteo y unas piruetas.
Aunque Paul la había tocado para reconfortarla, lo que había provocado en ella fue una sensación... muy peculiar. Fern había sentido un súbito e inmenso calor en todo el cuerpo y un extraño hormigueo en el vientre.
Fern no tenía ni idea de qué era lo que le estaba pasando, lo único que sabía era que le gustaba el roce de la piel de Paul con la suya. Cuando él apartó la mano, ella sintió una profunda soledad.
Estaba empezando a descubrir que las emociones humanas eran muy fuertes y poderosas.
-Hablemos de algo más agradable -sugirió Paul.
Fern supuso que la intención de él era disipar la tristeza que ambos sentían y, con una sonrisa temblorosa, ella asintió.
-¿Qué podría decirte sobre mí mismo? Veamos... Bueno, Katy y yo vivimos en las afueras de la ciudad de Nueva York, en la casa en la que yo me crié. Mi padre tenía unas caballerizas.
-Me encantan los caballos. En el lugar de donde yo vengo se les considera uno de los animales más nobles.
-Bueno, ya no tenemos caballos en mi casa. Cuando murió mi padre, mi madre tuvo que deshacerse del negocio porque no podía llevarlo sola. A mí no me interesaba, trabajar en la cría de caballos no era lo mío. Supongo que hay que tener una habilidad especial para trabajar y comunicarse con los animales, una habilidad de la que yo carezco. Por lo tanto, el negocio se vendió.
Fern sabía que el trabajo era algo muy importante para los humanos, algo inherente a su existencia. ¿No había sido eso una de las primeras cosas que Paul le había preguntado a ella?
Por lo tanto, Fern le preguntó por su trabajo.
-Soy escritor -respondió Paul-. Autor de novelas.
Fern sabía de libros. -Entonces, ¿cuentas cuentos? Paul sonrió y a Fern le palpitó con fuerza el corazón.
-Lo mío son las novelas de terror. -Oh. En ese caso, te gusta asustar a los niños, ¿no es eso?
Paul se echó a reír. -No, escribo libros para los mayores. Fern abrió mucho los ojos. -En ese caso, escribes bien, pero sobre cosas desagradables.
-La verdad es que hace bastante que no escribo. Desde la muerte de Maire. Fern lo sabía, aunque Paul no lo hubiera dicho. De no tener en sus brazos a Katy, le habría abrazado. La necesidad de reconfortarle era intensa. De nuevo, pensó en la magnitud de las emociones humanas.
-Pero es algo que tengo que cambiar -le dijo Paul-. Mi editor me persigue. Quiere que saque un libro nuevo y lo quiere cuanto antes. -Eso es porque tienen confianza en ti. -¿Qué quieres decir? -preguntó él en voz baja. -Si tu editor... -Fern no estaba segura de lo que era un editor, pero no era tan estúpida como para no darse cuenta de que tenía que ver con los libros-
. Si tu editor no pensase que eres capaz de hacer tu trabajo bien buscaría a otro.
Paul se la quedó mirando unos momentos y fue entonces cuando Fern vio un cambio en él. Le vio enderezar la espalda y los hombros, y vio cómo le brillaron los ojos.
-Gracias, Fern. Creo que necesitaba que alguien me dijera eso.
Paul suspiró.
Un enorme placer se apoderó de ella al ver que le había levantado el ánimo a Paul.
-Por supuesto, tengo que solucionar algunos problemas antes de ponerme a trabajar. El principal es Katy -añadió Paul.
A Fern le dio la impresión de que Paul estaba hablando consigo mismo.
-Supongo que podría escribir cuando Katy esté durmiendo. No obstante, no puedo contar con que la inspiración me venga cuando yo quiero. Por supuesto, hay guarderías y supongo que encontraré una adecuada...
Paul se interrumpió de pronto. Miró a Fern fijamente.
-Fern, has dicho que vas a buscar trabajo. Has dicho que no tienes un sitio donde estar.
Podríamos ayudarnos mutuamente.
A Fern le haría muy feliz ayudarle en lo que pudiera.
-Después de verte con Katy... Es posible que sea una pregunta estúpida, pero tengo que hacerla -dijo Paul-. ¿Tienes experiencia con los niños?
-¡Me encantan los niños! Me paso el día entero jugando con ellos.
Paul sonrió.
-Lo sabía. Katy está prendada contigo.
-Katy es un encanto.
-En ese caso, ¿qué opinas de mi oferta? ¿Quieres venir con Katy y conmigo? Te pagaré un buen sueldo. Tendré que mirar tus referencias, pero...
Fern, atemorizada, cerró los ojos. No tenía referencias. «Por favor, que no mire mis referencias. Soy buena y quiero a Katy, eso es todo».
-Bueno, no, no lo creo necesario -dijo Paul de repente-. Es evidente que eres una buena persona y Katy se fía de ti. Yo también.
Fern abrió mucho los ojos. Era como si sus pensamientos tuvieran magia. No sabía qué había pasado ni si ocurriría nuevamente, pero estaba encantada con el hechizo.
-Como ya te he dicho, vivo en las afueras de la ciudad -continuó Paul-. Te prometo que te llevaré a ver Nueva York y, cuando vuelvas a Irlanda, podrás hablarle a tus amigos de los sitios que has visitado.
Los ojos de él brillaron de entusiasmo, un entusiasmo que se le contagió a ella.
-¡Qué cambio han dado las cosas! -exclamó Fern sobrecogida de emoción-. Hablas como si todo fuera a ser una aventura. Y una buena aventura.