Capítulo 5

—¿Qué huele tan bien? Lori sintió una oleada de placer cuando sintió el tono apreciativo de Grey. Desde la noche en que él la había sorprendido con el dormitorio del niño, había decidido hacer todo lo posible por retribuírselo. Llevaba unos días limpiando la casa, haciendo la compra y preparándole la cena. Esos pequeños detalles de aprecio era lo mínimo que podía hacer por él, que tanto le había brindado: un trabajo, un techo, preocupación por ella, compasión. Respeto.

No lo hacía por obligación, sino por la sonrisa entusiasmada de Grey cuando se encontraba, por ejemplo, las camisas lavadas y planchadas. Le gustaban en especial sus cumplidos cuando se sentaban a comer juntos por las noches.

La había emocionado mucho lo que él había hecho. Cada vez que pensaba en la habitación del niño le daba un hormigueo por todo el cuerpo.

—Es gumbo al estilo de Nueva Orleáns —le dijo.

—¿Picante?—le preguntó él, con ilusión.

—Muy picante —sonrió ella.

Sus miradas se unieron unos instantes. El aire vibró de electricidad. Con un esfuerzo, Lori se dio la vuelta para levantarle la tapa al estofado y. revolverlo bien con una cuchara de palo. Luego lo sirvió con humeante arroz blanco. Crujiente pan y zumo de uva completaban la deliciosa comida.

—Qué fantástico —dijo Grey—. Está buenísimo.

—Gracias —dijo ella, ruborizándose. Levantó la copa para beber un sorbo.

—Tu madre hizo un buen trabajo —rió él ahogadamente—. Os imagino a las dos juntas, cocinando maravillosas comidas mientras te enseñaba todo lo que hay que saber sobre cortar, picar y utilizar especias secretas.

Lori también rió, pero con nerviosismo. Siempre la ponía nerviosa hablar de su madre. Haciendo un esfuerzo, logró disimular su ansiedad con una sonrisa. Era una habilidad que había adquirido con los años. 72

—Mi madre no cocinó una comida decente en su vida. Estaba demasiado ocupada trabajando o durmiendo —el buen humor se desvaneció—. No solíamos comer juntas.

—Oh —dijo él, incómodo ante su súbito cambio de humor—. Lo siento.

A Lori no le gustaba el tema de conversación y, como se había dando cuenta que Grey estaba aprendiendo a adivinar sus estados de ánimo, decidió cambiar de tema.

—Aprendí a cocinar con la tele —sonrió, intentando recuperar la atmósfera relajada que tenían antes—. Veía mucho la tele cuando era niña, algo que sucede cuando no te supervisan demasiado tus padres. Los programas de cocina eran mis favoritos.

Él se quedó en silencio. Luego dejó el cubierto y clavó su intensa mirada en ella.

—Siento que te pones un poco tensa cuando hablas de tu madre.

Ella desvió la vista y se tomó su tiempo mientras enderezaba el mantel un milímetro y movía el cuchillo un poquito. Finalmente, levantó la barbilla.

—Es verdad que mi madre y yo no tuvimos la mejor de las relaciones. Pero me satisface decir que logramos limar las asperezas con el tiempo se enderezó—. Pasó los seis últimos años de su vida viviendo conmigo.

—Oh, Lori —dijo él, alargando la mano para cubrirle la suya—. No era mi intención hablar de un tema triste.

Remover los recuerdos de la infancia le resultaba a Lori muy penoso, por lo que se quedó en silencio y el aire se enrareció. A pesar de ello, el contacto con la mano de Grey le resultó muy reconfortante.

—¿No es increíble que arrastremos el peso del pasado de esta forma? —preguntó él suavemente mientras le acariciaba el antebrazo con delicadeza—. Mírame a mí. Todavía intento recuperarme del daño que Rose Marie me hizo.

Hablaba de sí mismo para que se recuperase de la melancolía en la que se había sumido. Estaba claro que no le gustaba haberle causado el dolor que los separaba. A Lori tampoco, por lo que decidió apartar lejos de ellos dos al pasado y a todos los sentimientos desagradables relacionados con él.

—¿Sigues en contacto con ella? —le preguntó—. Me refiero a Rose Marie.

—No —negó Grey con la cabeza—. Pero tenemos amigos comunes. Por lo que sé, sigue utilizando mi apellido, sacándole todo el provecho que pueda a su conexión conmigo, o mejor dicho con mi raza, aunque haya sido breve.

Lori lanzó un suspiro comprensivo.

—Odio las mentiras— soltó él de repente—. El engaño. La manipulación. Me dan asco.

 Lori se  sintió terriblemente cohibida. Grey aborrecía las mentiras y el engaño. Y, sabiendo por lo que había pasado, no era de extrañar. Sin embargo, allí estaba ella, aprovechándose de su buen corazón sin ser totalmente sincera con él, con secretos que podrían afectar su carrera. Que podrían incluso afectar su seguridad.

Le estaba mintiendo… por omisión. Negarse a advertirlo de lo que podría sucederle era un engaño, al fin y al cabo.

—Grey —dijo Se sentó en el borde de la silla y se inclinó hacia él—, quiero agradecerte todo lo que has hecho por mí. Me has ayudado a sentir me segura. Me has demostrado que puedo confiar en ti.

Por la expresión de su atractivo rostro, Lori se dio cuenta de que él se encontraba agradablemente sorprendido por su declaración. El siguió acariciándole suavemente las manos y su contacto le dio valor.

—Creo que no he sido justa contigo al hablar te de mi ex marido —continuó. Hizo una pausa para tragar y luego cuadró los hombros con determinación—. Su nombre es Rodney Gaines. Su padre es Samuel Gaines, el famoso Samuel Gaines.

—¿De las Industrias Gaines?— preguntó él, frunciendo levemente el entrecejo.

Ella asintió con la cabeza.

—Son de California, ¿verdad? —preguntó él y lanzó un largo silbido—. Tienen de todo: tecnología de la informática, canales de televisión, publicaciones..:. —arqueó las cejas—. ¿Vaya si son ricos!

—El dinero es poder —dijo Lori, volviendo a asentir. El miedo la atravesó como un puñal—. Rodney tiene de las dos cosas. Y juró que me haría volver a California, volver con él, fuera como fuese. Y lo decía en serio, Grey.

—De acuerdo dijo Grey, con calma, apretándole la mano—, de modo que tu ex es Goliat .Pero la historia ha demostrado que los gigantes también caen, Lori No pueden forzarte a ir a donde no quieras ir, ni a hacer lo que no quieras hacer —su tranquila fuerza era potente, formidable. Sonrió—. Me alegro de que me lo hayas dicho.

Sentada con él, se sintió envuelta en un manto de protección, a salvo de todo peligro. Era tan fácil confiar en él, tan fácil hablarle Deseó habérselo dicho antes.

Sin embargo, había un secreto que no se atrevía a revelarle. No se lo había dicho a sus amigos de la universidad, ni siquiera a Rodney. Y tampoco tenía intención de decírselo a Grey. La verdad era demasiado humillante.

Si Grey llegase a enterarse de dónde ella provenía, la verdad de sus raíces, perdería todo su respeto por ella. Estaba segura de ello.

Cuando Lori vio el elegante coche deportivo amarillo en la calle principal de la reserva Smoke Valley, se le heló la sangre de las venas. Y ver a su ex marido tras el volante la llenó de terror.

¿Cómo habría hecho Rodney para encontrarla?

Paradójicamente, no fue el miedo por su propia suerte lo que la aterrorizó, sino por la de sus amigos. Rodney podía dejar a Mattie Russell en la calle y Lori sabía que Mattie necesitaba su pequeña pensión para poder vivir. ¡Y Grey! La gente que disponía de tanto dinero como Rodney era capaz de sobornar a los funcionarios locales para que le revocasen a Grey el permiso para ejercer la medicina. Lori sabía con quién trataba, sabía que sus temores no eran infundados.

Se metió por una bocacalle y se dirigió corriendo a la clínica. Entró en el despacho de Grey sin golpear, con los ojos desorbitados y el pulso acelerado por la angustia.

—¡Está aquí! —exclamó so aliento—. ¡Tengo que hacer las maletas! ¡Tengo que marcharme del pueblo!

Su mente era un torbellino de cosas que tenía que hacer: encontrar la maleta, reunir sus escasos bienes... Pero, ¿dónde iría? El destino era lo de menos, lo importante era marcharse.

Grey se puso de pie de tu salto y llegó junto a ella antes de que terminase siquiera de hablar.

—Un momento —le dijo, sujetándola por los brazos—. Supongo que te refieres a tu ex marido.

Ella le dirigió una mirada, tan frenética como sus pensamientos. A pesar de ser consciente de ello, no podía controlar el terror que la dominaba.

—Sí, sí —dijo con vehemencia—. Rodney acaba de pasar por la calle principal. Lo he visto. ¡Lo he visto!

Grey la tomó con mayor firmeza y la forzó a mirarlo a los ojos.

—Basta —le dijo. La orden fue dicha con tremenda dulzura y calma, pero con tanta autoridad que ella hizo una pausa—. Quiero que pares un minuto. Respira profundamente. Todo irá bien.

—No quiero que te haga daño —dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas—. Por mi culpa.

La intensa mirada verde se llenó de comprensión.

—¿Qué te he dicho? Deja que yo me preocupe por mí mismo.

—Pero...

—Sin peros, Lori —le dijo con firmeza.

Al pensar en su ex, recordó las amenazas que había proferido, ¡y se sintió aterrada!

—¡Tengo que marcharme! —dijo, soltándose—. Rodney no sabe lo del bebé.

La invadió la culpabilidad. Tendría que haber le dicho a Rodney que iba a ser padre. Pero si lo hubiese hecho, nunca se habría escapado. Su niño y ella se habrían quedado atrapados para siempre en aquella relación sin amor. Rogó que Grey la comprendiese.

—Basta de escapar —dijo él con una calma y seguridad en sí mismo—. Nos enfrentaremos a ello, Lori. Juntos.

Luego, alargó la mano hacia ella y esperó su respuesta.

A pesar de lo conmocionada que se hallaba, Lori sintió que algo se le removía en lo profundo del corazón, algo que nunca había experimentado antes en su vida.

Amor. Ya no habría vuelta atrás. Nunca.

Con Grey a su lado, se sentía invencible. En silencio, deslizó su mano en la de él.

Juntos fueron en busca de Rodney.

—El enemigo es más débil cuando se lo toma por sorpresa —había declarado Grey—. Él no espera que tú vayas a buscarlo. Se recuperará pronto, estoy seguro, pero salir a buscarlo será mejor que quedarse sentados esperando y: preocupándonos.

Anduvieron por la calle tomados de la mano. Ella iba erguida, con la cabeza en alto.

Lo encontraron apoyado contra su llamativo coche mirando al sol mientras daba una calada a un fino cigarrillo.

Cuando vio a Lori, Rodney sonrió y se pasó los dedos por el cabello rubio. Pero su sonrisa era dura, y ella se preguntó cómo habría sido tan ciega antes, cuando lo encontraba encantador. Por que había querido serlo, por eso.

—¡Mira tú por donde! —dijo él con suavidad—. Por aquí viene mi encantadora esposa.

Fue si una tiza rayase contra una pizarra. Pero Grey le apretó los dedos y ella cuadró los hombros.

—Ya no soy tu esposa, Rodney —le recordó. Mientras ella hablaba, su ex dirigió su mirada a Grey, evaluando a su oponente, y lanzó una risilla despreciativa para indicar que no se sentía amenazado. Lori se dio cuenta de que él había cometido su primer error al subestimar a Grey.

Rodney la recorrió luego con la mirada de arriba a abajo y sus ojos se agrandaron al darse cuenta de que estaba embarazada.

—Me parece que merezco una felicitación— les dijo a los pocos peatones que circulaban por allí—. Voy a ser papá —la miró—. ¿Soy yo el padre?

—Desgraciadamente, sí —dijo ella, a pesar de que su intención era responderle con cortesía.

—Te vienes a casa —le dijo él, con la mirada dura como el pedernal—. Y te vuelves ahora mismo.

Lori sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

—No irá a ningún sitio que no quiera ir —dijo de repente Grey.

Lori sabía que aquello era imposible, pero él pareció crecerse junto a ella y su voz era inflexible  y dura como el acero.

—Mira —dijo Rodney, queno pareció alterarse ni por Grey ni por su afirmación— No sé quién eres, pero no tienes ni idea de dónde te estás metiendo. Por tu propio bien, será mejor que...

—Lo que me preocupa —lo interrumpió Grey—, es el bien de Lori. Y eso conlleva mantenerse apartada de ti.

Rodney lanzó una fría y atemorizarte carcajada y se separó del coche.

—Lori hará exactamente lo que yo le diga, como siempre lo ha hecho. La conozco mejor que nadie. Puede que se marche por un tiempo— dijo, dirigiéndole una fría mirada—, pero siempre vuelve. ¿No es verdad, Lori?

El miedo le provocó náuseas a Lori. Lo que más la mortificaba era que las palabras de él eran en parte ciertas. En realidad, no era verdad que la conociese bien, pero sí que había vuelto a él. Había creído en sus mentiras porque deseaba darle a su matrimonio una segunda oportunidad. Por eso se había quedado embarazada.

La mirada de Rodney se iluminó de repente.

—Te he traído una tontería —dijo, metiendo la mano en el bolsillo interior de la chaqueta. Oro y brillantes destellaron al sol—. Es para ti, cariño. Lo único que tienes que hacer es meterte en el coche.

Se sintió tan humillada, que se soltó de Grey para cubrirse la boca con las manos. Sintió una terrible vergüenza al pensar que antes  ella habría hecho exactamente lo que él le pedía para que le diese el brazalete de oro y brillantes que él llamaba «tontería».

«Pero el soborno no es ninguna tontería», le dijo una vocecilla interna. Los regalos que Rodney le ofrecía siempre resultaban ser armas de doble filo que acababan hiriéndole el alma. Había sido una lección que le había costado trabajo aprender.

Pues bien, ya no era más aquella mujer pusilánime. Ahora tenía responsabilidades. Tenía un niño del que ocuparse. Quizá no hubiese valido la pena romper con una relación que no funcionaba pero sí que valía la pena hacerlo por el bebé.

—No deseo tus regalos —declaró—. No quiero tener nada que ver contigo.

—No lo dices en serio —dijo Rodney—. Nos iba bien, Lori, y tú lo sabes.

—No es verdad.

En un abrir y cerrar de ojos, él cambió totalmente de actitud.

—Ya estaba decidido a llevarte a casa— le dijo—. Pero el hecho de que vayamos a tener un niño lo hace todavía más importante. Me perteneces, Lori. Sabes que es así.

—Lori no pertenece a nadie —dijo Grey, dando un paso adelante antes de que ella pudiese decir nada—. Y mucho menos a ti.

Era su guerrero. La  defendía, la hacía sentir protegida, amada.

—Lori, Grey —llamó Nathan, que se acercaba por la calle.

La llegada del sheriff le causó alivio a Lori. Se habría sentido mal si Grey se hubiese buscado complicaciones por liarse a puñetazos con Rodney por defenderla.

—¿Todo bien? —le preguntó Nathan a su hermano.

—Perfecto —dijo Grey sin quitar su mirada de Rodney—. El señor Gaines se meterá en su coche y se marchará de aquí.

Rodney arrojó el cigarrillo a la calle y lo pisó.

—No me iré a ningún sitio sin Lori y mi hijo.

Lori le apoyó instintivamente una mano a Grey en el hombro para calmarlo y él la miró. La expresión de sus ojos indicaba que aquel hombre tenía una voluntad de hierro. Con razón había podido cortar con su primera esposa tan rápidamente al descubrir que su relación no era lo que él había creído. No había dudado, como ella lo había hecho en su relación con Rodney.

—No iré a ningún sitio —le dijo a su ex—. Ni ahora ni nunca. Me quedo aquí —afirmó, rodeando los musculosos bíceps de Grey con sus dedos y añadió—: Con mi esposo Rodney era un maestro escondiendo sus emociones. Un ligero tic en la mandíbula fue lo único que lo delató.

—Me da totalmente igual que te hayas casado con ese indio —dijo con tal desprecio que Lori se estremeció—. Volverás a California —repitió, cerrando los puños—. No estoy dispuesto a perderos. Ni a ti ni al bebé. Ahora que sé dónde estás, no dudes que volveré —aseguró, lanzándole una mirada amenazadora.

Abrió la puerta del coche, hizo marcha atrás y se marchó a toda velocidad, levantando una nube de polvo y grava.