Capítulo 1
—De acuerdo. Ahora... —dijo el doctor Grey Thunder apoyando el estetoscopio en la espalda de su paciente—, respire lenta y profundamente.
Aunque la mujer tenía el pulso un poco rápido, su presión sanguínea estaba normal y su temperatura también. Grey no había detectado aumento de la glándula tiroides, y no le oía ruido de congestión en los pulmones. Todo indicaba que estaba sana.
—Parece bien —dijo, separándose de ella, y automáticamente se quitó el estetoscopio y se lo puso alrededor del cuello—. Su peso no ha cambiado desde que estuvo aquí... —dijo, y se fijó en la ficha — …la semana pasada —añadió, sorprendido.
Un timbre de alarma le sonó dentro de la cabeza y volvió a mirar a Desiree Washington.
—Dígame otra vez el motivo de su consulta.
—Pues... —dijo ella titubeante, evitando mirarlo a los ojos, lo cual hizo aumentar la inquietud de Grey—. Me he estado sintiendo... cansada. No tengo energía.
—Ajá. Interesante— dijo él, en tono profesional, señalando con el dedo lo que había escrito en la ficha de la mujer hacía apenas ocho días—. La semana pasada dijo sentirse ansiosa, nerviosa. Tensa.
—Sí, me sentía de aquella manera —dijo ella, haciendo un mohín con sus labios de color rubí—. Pero ahora me siento así —pestañeó una, dos veces—. Quizá sea hormonal.
«Desde luego que es hormonal», dijo una vocecilla desconfiada en la cabeza de Grey, pero él la acalló rápidamente. Era médico. Tenía obligación de tomar en consideración todo lo que decía cada paciente, aunque sus intenciones fuesen oscuras.
—De acuerdo —dijo, dejando la ficha y volviéndose a poner el estetoscopio—. Vamos a escuchar ese corazón.
Tendría que haber sido de piedra para no darse cuenta de que la mujer no llevaba sujetador bajo la fina blusa. Se había desabrochado todos los botones, no sola los dos o tres necesarios, así que Grey deslizó el estetoscopio con especial cuidado para que la blusa no se le abriera a ella del todo y le dejase los pechos al descubierto, lo que seguramente ella quería, no pudo evitar pensar, molesto.
«Cálmate, cálmate», se dijo intentando contener su irritación. Aunque la situación pareciese equívoca, tenía que cumplir con su trabajo. Quizá Desiree Washington tuviese alguna dolencia real, algún problema que realmente requiriese su atención.
Pero en cuanto la tocó con el círculo metálico, los pezones femeninos se pusieron duros contra el algodón de color lavanda y ella dio un leve respingo, cerrando los ojos con los labios entreabiertos.
Temiendo que Desiree estuviese sintiendo una intensa punzada de dolor, Grey hizo gesto de retirar el estetoscopio, pero ella le tomó la mano con la suya, de largas uñas rojas, y apretó los nudillos de él contra su piel desnuda.
—¿Siente cómo me late el corazón?— preguntó con voz ronca, y sensual, haciendo que a Grey le comenzase a sudar la frente— Es como un martillo— susurró.
La miró a la cara. Ella tenía los ojos cerrados y la barbilla levantada. La negra melena le caía por la espalda y los pechos le subían y bajaban rítmicamente al compás de su respiración entrecortada. La imagen le habría causado gracia si él no hubiese sido uno de los actores de la escena.
Intentó liberar su mano y ella lo soltó, pero lo siguiente que sucedió fue tan inesperado que Grey se quedó de piedra un segundo. Afortunadamente, un instinto ancestral hizo que reaccionara y saliese disparado hacia la puerta.
Cualquier buen guerrero sabe que si no puedes ganar la batalla debes retirarte y reagruparte. Y estaba claro que no había forma de ganar la guerra que tenía lugar en la sala uno.
—¡Lori! —llamó una vez que se encontró en el pasillo.
Su nueva enfermera salió de la sala contigua con una serena expresión en sus ojos de color miel y el rostro en calma. Lori Young no llevaba demasiado tiempo trabajando para él, pero su presencia otorgaba una tranquilidad necesaria a su consulta, algo que Grey necesitaba. En cuanto la vio, su espíritu se alegró.
—¿Sí, doctor? —preguntó ella, arqueando sus perfectas cejas.
Por enésima vez desde contratarla, Grey pensó que el destino había estado de su lado el día en que ella se presentó, desesperada por encontrar trabajo. De repente, deseó hundirse en el mar de paz que ella emanaba, pero tenía que resolver el problema que tenía entre manos.
—Ayude a la señorita Washington —dijo atropelladamente, dándole a Lori el sobre marrón que contenía la historia clínica de Desiree—. Ayúdela a... recobrar la compostura, ¿me haría el favor?
Estaré en mi despacho— se dio la vuelta para marcharse, pero se volvió—. Ah, y no le cobre la visita de hoy. No tiene nada —asintió con la cabeza, repitiendo—. No tiene absolutamente nada. Dígale que yo he dicho eso, ¿de acuerdo?
Su voz sonaba ansiosa y vio que los ojos de Lori se llenaban de una sana curiosidad, pero se dio la vuelta y se marchó sin dar mayores explicaciones.
Lori Young se esmeró en acomodar la sala, preparándola para el siguiente paciente. Mientras le ponía a la camilla una sábana limpia, se dio cuenta de que otra vez pensaba en el doctor Grey Thunder. Estaba pensando demasiado en él.
Cuando lo conoció hacía dos semanas, sus angulosas facciones indias le habían quitado la respiración. Y sin embargo, recordaba que la había sorprendido que tuviese los ojos de color verde intenso… unos ojos totalmente diferentes de todos los kolheeks que había conocido en la Reserva India de Smoke Valley. La palabra «guapo» no tenía bastante fuerza para describir al doctor Grey. El negro y largo cabello le brillaba sobre los hombros y la seriedad con que él llevaba la entrevista de trabajo le arrugaba la frente, dándole un atractivo que excedía lo meramente físico.
«Venga, basta», se dijo con severidad, de pie en el medio de la sala de consulta; aunque, considerando sus complejas circunstancias, lo único que le faltaba era hacerse recriminaciones. Tenía motivos más que serios para haber huido de California. Podían localizarla en cualquier momento y se vería obligada a marcharse de su trabajo y hasta de Vermont...
Al pensar en su terrible situación se acarició instintivamente la suave curva del abdomen. Con centrarse en el bebé que daría a luz en cinco meses generalmente la calmaba, llenándola de determinación para hacer lo que fuese con tal de ofrecerle refugio, protección, cobijo. Estaba decidida a hacerlo. Lo que fuese.
Lori lanzó un suspiro. La condición en la que se encontraba: embarazada y huyendo, tendría que haberle impedido fijarse en Grey Thunder, por más guapo que él fuese, cuando lo conoció en la feria artesanal de los kolheek dos semanas atrás. El corazón no tendría que haberle dado un vuelco, como lo hacía cada vez que se encontraba cerca de él.
Como le resultaba imposible no sentir las reacciones que tenía su cuerpo, decidió controlarlas, reprimirlas, hasta conseguir eliminarlas totalmente.
Sin embargo, reconoció que el aspecto del médico no era solo un bonito envoltorio vacío. Había resultado imposible no darse cuenta rápida mente de que era un hombre bien situado, bueno, compasivo. Un hombre muy inteligente con un alto sentido del honor.
¿Acaso no la había contratado de inmediato al enterarse de que ella necesitaba un empleo con premura? ¿Y no se había molestado además en ayudarla a conseguir una casita alquilada dentro de la reserva kolheek?
Recordó que la primera vez que lo había visto se dio cuenta inmediatamente de que él tenía una cualidad especial: pureza o candidez, algo singular en aquella mirada de color verde musgo. Despedía un magnetismo animal que le llegó desde el instante en que posó sus ojos en él... una enigmática fascinación que la llamaba, que la atraía. Que hacía que una mujer se preguntase cómo sería...
Oh, oh. Lori tomó aire y se arregló el moño que le recogía el cabello en la nuca. Los pensamientos sobre su jefe cada vez eran más eróticos Haciendo un esfuerzo, logró centrarse más en el aspecto platónico y amistoso del día en que tuvieron la entrevista.
El bueno del doctor había sugerido que quizá ella se encontrase más cómoda viviendo en Mountview, el pueblecito de Vermont a unos kilómetros de la reserva. A ella le había bastado con decir que no una vez. Se sintió agradecida cuando él no hizo preguntas y le prometió hacer lo posible por encontrarle dónde vivir dentro de la reserva. Lori prefería no pensar que se estaba escondiendo, aunque le gustaba la idea de que a nadie se le ocurriría buscarla en una reserva india llamada Smoke Valley.
Durante las dos semanas que llevaba trabajan do para el doctor Grey se había dado cuenta de que el pobre se encontraba en un aprieto. Lori sonrió mientras ordenaba la sala. A muchos hombres les encantaría encontrarse en un dilema semejante. A la mayoría de los hombres los hacía felices que las mujeres los persiguieran, pero al doctor Grey, no. Por algún motivo, la situación en que se encontraba lo frustraba, hasta llegar a enfadarlo algunas veces. Lori se dio cuenta de que a él no se le ocurriría darles a sus pacientes algo más que tratamiento profesional. Sin embargo, su reacción parecía originarse en algo más... algo más profundo. Y Lori sentía curiosidad por saber el motivo que lo hacía evitar a las mujeres que demostraban interés por él.
Le pasó una toallita desinfectante al picaporte y la tiró a la basura. Agradeció que los problemas del doctor Grey la hicieran olvidarse un poco de los suyos, los que había dejado en California.
Automáticamente, volvió a acariciarse el vientre. Su embarazo había sido el catalizador que la había llevado a la acción, su niño había sido la razón por la que finalmente había decidido huir de la vida que llevaba en la costa oeste.
Cuando la oscura nube de su pasado amenazó con entrar en su mente, apartó aquellos pensamientos y observó la sala lista. Al ver que todo se encontraba dispuesto para el siguiente paciente, salió al pasillo y llamó a la puerta del despacho del médico.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó, asoman do la cabeza, pero la mueca de enfado que tenía él le indicó que no lo estaba. Entró en el despacho y cerró la puerta suavemente tras de sí—. Doctor Grey —le dijo, acercándose a la mesa—, me da la impresión de que algo lo preocupa.
—No sé qué hacer —dijo él, frotándose las sienes. Lanzó un suspiro—. Ya no sé cómo resolver esto —levantó la vista—. Esa mujer... Desiree Washington... —se interrumpió de repente y luego soltó—: Pues, me ha tocado.
Lori se quedó sin responder un momento.
—Las salas de consulta son bastante pequeñas —dijo, tomándose las manos—. Quizá la intención de ella no fuese la que usted...
—Oh, desde luego que lo fue —la interrumpió él, agitado—. Me tomó de la mano, Lori, y la apretó contra su pecho —abrió mucho los ojos—. ¡Me besó el estetoscopio! —exclamó, mostrándole como prueba la mancha de carmín en el instrumento.
Lori tuvo que morderse los labios para que no se le escapase una carcajada.
—Soy la primera n reconocer que ninguna mujer tiene derecho a tocarlo o besar sus instrumentos sin su autorización —dijo, sin poder evitar sonreír—. Perdone que se lo diga —añadió al ver que él le dirigía una mirada dolida—, pero a la mayoría de los hombres les encantaría estar en su lugar y dejar que besasen su estetoscopio mujeres guapas —es tuvo a punto de soltar una risilla, pero se contuvo al ver que él seguía con gesto preocupado.— Hay cosas mucho peores que ser perseguido por solteras hermosas. Se comporta usted como si se hallase en un dilema terrible, un problema sin solución, en vez de ser algo que debería de ser agradable.
La miró como si su comentario fuese lo más escandaloso que había oído en su vida.
Lori no se molestó en contener la risa que hacía rato le cosquilleaba la garganta. El doctor necesitaba tomarse la situación más en broma.
—Lamento que no esté de acuerdo conmigo —continuó ella—, pero a mí me parece que tiene dos opciones: o invita a salir a alguna, o les indica que no está disponible.
Lori se dirigió a la sala de espera pensando que al menos le había dicho exactamente lo que creía que él necesitaba oír. Solo había intentado ayudarlo a tomar un poco de distancia.
Sin embargo, no había visto el interés que iluminó los ojos del doctor. No se había dado cuenta de la expresión pensativa que él adoptó en cuanto ella cerró la puerta.
Si se hubiese percatado de su reacción ante las opciones que ella le había sugerido, se habría dado cuenta de que la vida de él estaba a punto de cambiar. Y la de ella también. Para siempre.
Grey Thunder se sentía nervioso cuando llamó a la puerta de la pequeña cabaña que alquilaba Lori. Esperaba que no estuviese comiendo, pero no podía esperar más, necesitaba hablar con ella.
La sugerencia que ella había hecho en su despacho había sido como una revelación. Sentía que si en aquel mismo momento no hablaba con ella sobre su decisión, explotaría. Tenía la cabeza como un bombo.
¡Doctor Grey!
Su alegre recibimiento le llegó al corazón. No sabía demasiado de Lori Young, pero había des cubierto que era una buena profesional y una buena persona.
Al aceptar el trabajo de enfermera en su consulta, ella le había dado los datos esenciales sobre su vida: estaba embarazada, se acababa de divorciar y huía del hombre con quien había estado casada un año y medio. No le había dicho nada más. Le habría gustado que ella se sincerase más con él, pero sabía que las mujeres maltratadas pocas veces confiaban en otros hombres, por lo que había decidido desde el principio ser paciente con su nueva empleada.
En aquel momento necesitaba una enfermera con urgencia y ella necesitaba un trabajo con urgencia. De momento, aquello bastaba. Esperaba que con el tiempo ella le hablase más de su pasado, cuando se diese cuenta de que él era de fiar. Hasta entonces, se conformaría con la información que ella le diese.
Luego, el hermoso rostro de Lori se ensombreció de lo que parecía preocupación.
—¿Pasa algo? —preguntó, mirando a su alrededor como si acechase algún problema.
Su vulnerabilidad lo afectó profundamente.
—Todo está bien, Lori —la tranquilizó—. Es pero no molestarla, pero necesito hablarle.
Se sentía un poco extraño yendo a su casa, pero lo que quería hablar con ella era una cuestión personal y no quería que la recepcionista ni los pacientes oyesen nada.
—Pase— le dijo ella, abriéndole la puerta.
El pequeño salón tenía pocos muebles: un sofá de dos cuerpos y un sillón a juego, una mesita y una lámpara. La cocina estaba ordenada y las encimeras se hallaban limpias y sin adornos. No sabía si ello se debía a que a ella le gustaba así, a que no tenía dinero para adornos, o a que no deseaba complicarse la vida en caso de tener que marcharse deprisa. Sospechaba que se debía a lo último y le dio pena notar que la habitación era un poco deprimente. Algo que lo sorprendió, porque la Lori que había llegado a conocer las últimas dos semanas era una persona muy positiva y entusiasta.
—¿Quiere tomar algo? —ofreció ella—. ¿Un té helado?
—Nada, gracias— dijo él, súbitamente nervio so al pensar cómo reaccionaría ella cuando le dijese lo que estaba a punto de proponerle. Se metió las manos en los bolsillos.
Al ver que él no hablaba y evitaba mirarla a los ojos, Lori se preocupó.
—¿Es por mi trabajo? —le preguntó alarma da—. No habrá venido a despedirme, ¿no? Lo siento muchísimo si he hecho algo mal...
—No, no —dijo él, negando con la cabeza. La miró a los ojos—. No, en absoluto. Estoy muy contento con su trabajo, es una enfermera muy capaz. Ha sido una suerte encontrarla, se lo aseguro.
Ella pareció calmarse un poco, pero Grey no sabía cómo abordar el tema.
—He venido —comenzó—, por algo... que me ha dicho hoy —pero se dio cuenta inmediatamente de que su titubeo volvía a inquietarla.
—No fue mi intención molestarlo —se disculpó ella.
Otra vez aquel tono de disculpa Lori se disculpaba demasiado. Sin embargo, la curiosidad que sintió por saber por qué ella siempre se disculpaba quedó eclipsada por la tarea que se había propuesto hacer en aquel momento.
—No me molestó— le dijo apresuradamente para tranquilizarla. Volvió a intentarlo—: Lo que dijo... —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—...fue lo que me causó una gran impresión —y nuevamente se quedó silencioso.
La expresión de la mirada de color miel le indicó que Lori seguía inquieta. Finalmente, ella se sentó en una silla y le indicó con un gesto que hiciese lo mismo.
—Quizá debiera sentarse y decirme qué es lo que le ha causado esa impresión.
El doctor sonrió, más relajado. Sí. Tenía que sentarse, calmarse y decirle lo que pensaba.
Una vez en el sofá, se inclinó para apoyar los codos sobre las rodillas.
—Hoy usted me dijo que debería indicarles que no estaba disponible.
La sorpresa hizo que los ojos de ella se agrandaran. Era guapísima. Dadas las circunstancias, no quería pensar en mujeres atractivas, pero mentiría si dijese que Lori Young no era... preciosa.
—Sí —dijo ella, sonriendo—, pero lo dije en broma. Lo que iba en serio era lo de pedirles una cita. No perderá nada con conocerlas. Uno nunca sabe, quizá acabe...
—Mire, me gustaría explicarle por qué salir con esas mujeres es impensable para mí, pero resultaría una pesadez. Solo le diré que ni: se me ocurriría pedirles una cita.
Grey se dio cuenta de que en vez de saciarle la curiosidad, su respuesta sólo pareció provocársela aún más. Pero era inevitable. No había ido a hablarle de su pasado, sino de su futuro, el futuro de los dos.
—Me dijo hoy —continuó—, que debía apartarme del mercado de solteros, indicar que no estaba disponible. Era una de las opciones que tenía para resolver mi... ejem, problema. Y he llegado a la conclusión de que estoy de acuerdo con usted.
—Pero acabo de decirle que bromeaba cuando le hice esa sugerencia —le recordó ella.
—Es la única opción factible que yo veo— dijo él, sin prestarle atención y pasándose la mano nerviosamente por el mentón—. Lori, esas mujeres me volverán loco. Tengo que encontrar una forma de evitar… de evitar todas estas tonterías. Me está afectando el trabajo y no puedo so portarlo.
Ella se quedó un momento en silencio y cuan do habló su tono fue suave pero firme.
—No comprendo por qué no le dice a Desiree Washington que no le interesan sus insinuaciones.
—Ya lo he intentado —dijo él, suspirando—. Hace menos de tres semanas le dije directamente a la cara que no estaba interesado, pero ella no me creyó. O se negó a creerme, pensando que me podría hacer cambiar de opinión.
—Es una mujer —dijo Lori, haciendo una mueca—. Las mujeres siempre se creen que pueden cambiar a los hombres. Pero están totalmente equivocadas— susurró.
Su tono le indicó al doctor que ella quería decirle algo, pero estaba tan preocupado con su problema que no le prestó la debida atención.
—Desiree no es la única— le informó—, hay otras.
—Sí, ya me había dado cuenta —dijo ella. Levantó un poco la barbilla—. Quizá debería ser un poquito más directo al indicarles lo que siente. Si estas mujeres no pueden comprender sutilezas, si no pueden aceptar el rechazo cuando lo hace de forma delicada, tendrá que ser un poco más desagradable con ellas. Deje de evitar que sufran. En cuanto experimenten un poco su desdén, dejarán de insinuársele tanto.
—No puedo hacer eso, Lori —dijo, por más que hubiese deseado hacerlo—. Mi abuelo me ha enseñado que tengo que ser íntegro en todo lo que haga. No sé si me comprende, pero enseñar es más que una filosofía de vida, es una verdad universal. Es el espíritu kolheek. Debo respetar a los demás y mostrarles cómo quiero que me traten a mí.
—Pero, doctor Grey, ellas no lo respetan a usted.
—Tendrán que resolverlo con El Gran Espíritu el día del juicio. Yo solo puedo responder de mis propios actos.
Durante el transcurso de su vida, se había topado con mucha gente que se había reído de las tradiciones kolheek. Algunos de sus amigos, gen te que no había crecido en la reserva escuchando las leyendas de El Pueblo, consideraba que sus creencias eran primitivas, incluso anticuadas. Pero Grey se sentía orgulloso de quien era, orgulloso de sus tradiciones y de las enseñanzas con las que había crecido.
Supuso que Lori lo tomaría a risa, pero ella no lo hizo. Por el contrario, el rostro de ella reflejó respeto, lo cual lo hizo sentirse más ancho que alto.
—De acuerdo —dijo ella suavemente—, si no puede poner a esas mujeres en su sitio con un poco de humillación de la buena, lo cual es exactamente lo que se merecen, si me permite una opinión, entonces creo que tendrá que indicarles que no está disponible —hizo una pausa antes de continuar—. Supongo que ello significa que tendrá que conseguirse una novia formal.
Ahora que ella comenzaba a pensar más o me nos como él, solo le quedaba un empujoncito hasta lograr hacerle comprender la idea que se le había ocurrido.
—Me interesa algo un poco más concreto que eso. Algo un poco más... definitivo.
La sorpresa se reflejó en las delicadas facciones femeninas.
—¿Ma… matrimonio?
—¡Exacto! —dijo él. Y antes de arrepentirse, añadió—: Tenía la esperanza de que accediese a ser mi esposa.