Capítulo 2
—¿Se ha vuelto loco?
No había sido su intención gritarle a su jefe, pero estaba claro que el pobre hombre había perdido la cabeza. Se había chalado. ¡Estaba loco de remate!
—Doctor Grey... —comenzó cuando logró calmarse un poco pero se le olvidó lo que pensaba decir cuando percibió el brillo de entusiasmo en la mirada de color verde musgo.
Ahora comprendía por qué él había estado tan nervioso al llegar. Parecía que, después de haber formulado su proposición, se hubiese liberado y lo único que le quedase fuese un entusiasmo desbordante que lo hacía tremendamente atractivo.
Se preguntó cómo serían sus labios al intercambiar un beso frente al altar, como dos recién casados cualquiera.
¡Basta! Ya tenía suficientes problemas como para jugar con la atracción que sentía por el único hombre que había sido lo bastante bueno como para ofrecerle un trabajo cuando se encontraba desesperada. Tomó aliento e hizo un esfuerzo por calmarse.
—No me parece que haya reflexionado bien sobre esto, doctor Grey.
El doctor esbozó una confiada sonrisa y ella se alegró de estar sentada, porque era una sonrisa tan sexy que, si hubiese estado de pie, las rodillas habrían cedido bajó su peso.
—¿No sería mejor que nos tuteásemos? —le preguntó él—. Creo que nuestra relación está pasando a un nuevo nivel, ¿no?
—No, no me lo parece —dijo ella, negando con la cabeza.
La expresión de confianza del rostro masculino se ensombreció un poco.
—Doctor Grey, comprendo su problema. Y comprendo que crea que encontrar una esposa se ría la solución a ello —dijo, con la boca seca—. Lo que no comprendo es por qué me lo ha pedido a mí. Estoy divorciada. Estoy embarazada Estoy... pues... —sin darse cuenta, su voz se hizo más baja cuando le confesó—: Estoy huyendo de mi ex marido. Mi vida es un desastre total en este momento.
—Ya lo sé —dijo Grey sin alterarse—. Y por eso te he elegido.
—¿Qué? Tendría que huir de mí en vez de pedirme que fuese su mujer.
Los sensuales labios masculinos se apretaron y nuevamente Lori se preguntó cómo sería tener aquella boca cubriéndole la suya, a qué sabría su beso si...
—Permíteme que te explique —le dijo él. Se inclinó un poco más en la silla para tomarle la mano—. No has dicho casi nada de tu pasado— explicó, apresurándose a añadir—: No te pido que hables de algo que te incomode. Pero como sé que estás... digamos que a la fuga, creo que el matrimonio que te propongo nos vendrá bien a los dos. Por un lado, hará que las mujeres dejen de perseguirme y, además, que a tu ex le resulte más difícil encontrarte.
Lori se sintió confundida, y no solo por la in creíble conversación. La yema del pulgar de Grey le dibujaba pequeños semicírculos sobre la piel, y así no podía pensar con coherencia.
—Tendrás mi apellido —prosiguió al—. Ya no serás Lori Young, sino Lori Thunder. Estarás segura. Es decir se corrigió él—, más segura. Quiero que sepas que haré todo lo posible para protegerte. Para proteger a tu niño.
¡Dios santo! ¡Cuánto hubiese deseado creerlo! Hacía mucho tiempo que no se sentía protegida y cuidada. La idea de que la mimasen un poco le resaltaba muy atractiva. Pero, después de lo que había pasado, Lori no se atrevía a confiar su seguridad ni la de su niño a nadie. La promesa de Grey era suficiente como para derretirle el corazón, pero él no tenía ni idea de la magnitud de lo que ella huía, no sabía lo que le había sucedido. De saberlo seguramente que no le estaría prometiendo nada. Desde luego que no querría tener nada que ver con ella. Lo correcto era que lo pusiese en antecedentes.
Forcejeó intentando soltar su mano de la de él. Le resultaba imposible pensar con claridad sin tiendo el contacto de su cálida piel.
—Doctor Grey, Mattie Russel nos presentó hace apenas dos semanas.
Le hubiese gustado poder hablar de la desastrosa idea de Grey con Mattie, la calma y sensata dueña de la pensión donde Lori se había alojado al llegar a Vermont. Se habían hecho muy amigas desde entonces.
—Ya lo sé. Y no quiero que pienses que estoy proponiendo nada incorrecto. Me refiero a una relación estrictamente platónica. Una unión que nos beneficiaría a los dos.
Lori sabía que él era un hombre demasiado honrado como para hacerlo de otro modo.
Por un instante se imaginó lo que podría ser estar casada con alguien como Grey Thunder. Era un hombre maduro, inteligente, amable, interesa do en los sentimientos de los demás hasta el punto de parecer demasiado altruista Pero eso no era algo malo, sino algo maravilloso, porque convertía a Grey en el polo opuesto de su ex.
Ser la esposa, de Grey tendría miles de ventajas, estaba segura. Sus ojos se dirigieron a donde él le acariciaba la piel. Imágenes indiscretas y traviesas le bailaron en la mente y le provocaron una oleada de calor.
Conteniendo un estremecimiento, se puso de pie y soltó su mano de la de él.
—Es una locura —dijo— No puede hacer esto. Es demasiado radical, demasiado extremo. El matrimonio no es la respuesta a su problema, ¿me oye? —añadió, porque no sería justo involucrarlo a él en su problema, estaba totalmente segura de ello—. Además, no tiene ni idea de lo que propone —murmuró. Tiró de él para que se levantase y lo llevó a la puerta—. Ni sabe en el lío en que se metería. No permitiré que lo haga. Me niego en redondo.
Sin hacer caso a la sorprendida expresión de sus ojos profundamente verdes, lo empujó hasta lograr que saliese al porche. Luego cerró la puerta, suspirando con alivio al saber que él y su disparatada proposición se encontraban del otro lado.
Apoyó la frente contra la gastada pintura y cerró los ojos intentando calmar su agitación. Finalmente, se arriesgó a mirar por la ventana. Le dio pena ver a Grey alejarse con los hombros vencidos.
Pero solo un segundo más tarde levantó la barbilla con confianza.
—He hecho lo correcto —susurró—. A él no le parece bien ahora, pero yo sé que he hecho lo que debía.
Los siguientes dos días fueron incómodos en la consulta. La disculpa del doctor Grey había sido rígida. Lori esperaba que todo acabase allí, pero su proposición de matrimonio había despertado entre ellos una inoportuna atracción que resultaba de lo más perturbadora.
No podía negar que el doctor Grey le había resultado atractivo desde el principio Su físico alto y atlético llamaría la atención de cualquier mujer con sangre caliente corriéndole por las venas. Aquellos altos pómulos, aquellos inteligentes ojos de color pino, todo aquel cabello largo y oscuro... Parecía un modelo.
Pero, a pesar de la atracción que sentía, había logrado controlarla. Además, antes no había tenido la sensación de que el doctor Grey se hubiese fijado en ella. Pero después de la ridícula proposición, todo había cambiado.
Cada vez que se encontraban en la misma sala trabajando juntos, Lori sentía una desagradable opresión, como si la estancia fuese más pequeña de lo que era en realidad. Sus brazos y hombros se rozaban constantemente, cosa que antes no había sucedido.
Y aquella mirada esmeralda, siguiéndola siempre... clavada en ella cuando menos se lo esperaba... La intensidad de sus ojos era enervante y su expresión nunca era la misma: a veces parecía intrigado, otras, frustrado, y otras parecía enfadado. Y además, había habido ocasiones en las que su expresión había sido totalmente indescifrable.
Ojalá no hubiese ido a su casa. Ojalá no la hubiese hecho partícipe de su plan tonto e irrealizable. Cuánto deseó no haberle hecho nunca el comentario que le había dado la idea. Era culpa suya.
Suspiró mientras reponía lo que faltaba en el botiquín. Le había dicho la verdad cuando lo advirtió de que no tenía ni idea de en lo que se metería si se casaba con ella. Bastante había arriesgado ya al ayudarla a escaparse de Rodney y su familia de California...
—¡Lori!
El tono de voz del doctor le dio tal susto que se le cayeron las cajas de vendajes de las manos y se desparramaron en el suelo. Corrió hacia él, que salía de la sala de consulta al final del pasillo justo cuando ella llegó. La expresión tensa de su rostro era terrible.
—Ocúpate de eso.
Los ojos le brillaban de furia cuando salió dan do zancadas en dirección a su despacho. Le pareció ver un poco de acusación en ellos también.
El espectáculo con que Lori se encontró al abrir la puerta hizo que tuviese que recurrir a toda su profesionalidad para mantenerse impasible mientras intentaba pensar en cómo resolver la situación de una forma discreta.
Patsy Hubert, una paciente nueva de veintitantos años, se encontraba echada en la camilla. Llevaba la ropa interior más minúscula y provocativa que Lori había visto en su vida. La mujer se había dado cuenta de que algo sucedía y se puso de pie para ponerse la camiseta que había tirado a una silla cercana.
Lori le dio la espalda para que se pudiese vestir en privado y simuló organizar las páginas de la historia clínica de la joven.
—Señorita Hubert —dijo, incapaz de contenerse más—, creía que había venido a ver al doctor por un tobillo torcido.
—Sí.
Dándose la vuelta hacia ella, con la carpeta en la mano, Lori le clavó una aguda mirada.
—¿Puede decirme por qué le pareció necesario desvestirse?
—Pu... pues, no sabía qué hacer —dijo la mujer, evitando mirarla a los ojos—. Pensé que quizá Grey quisiese...
—El doctor Thunder —la interrumpió Lori con brusquedad—, ve mujeres en ropa interior todos los días —por más que lo intentó, no pudo evitar que se le notase que estaba enfadada—. ¿Creía que lo impresionaría con su tanga de piel de leopardo? —le preguntó, arqueando una ceja..
—He venido —dijo la mujer con una altanería que no iba en absoluto con la vergüenza que le ruborizaba el rostro mientras se ponía los pantalones—, a ver al doctor Thunder, no a que me sermoneen personas como usted.
Lori habría querido decir mucho más, pero no se atrevió. Una cosa era defender al doctor Grey y otra hacer que los pacientes dejasen de ir a verlo.
Patsy se calzó las modernas sandalias de plataforma.
—Me da la sensación de que su tobillo se encuentra perfectamente —observó Lori—. No tiene enrojecimiento ni hinchazón. Y tampoco parece tener restringido el movimiento.
—Qué increíble, ¿verdad? —dijo la mujer con una sonrisa falsa.
—La consulta de hoy es gratis —dijo Lori, tras un ímprobo esfuerzo por controlarse. Se dio cuenta de que había dicho lo mismo varias veces aquella semana—. Señorita Hubert —añadió, sin alterarse—. Estoy segura de que el doctor Thunder le agradecería que en el futuro no le hiciese perder el tiempo. Tenemos pacientes que están enfermos de verdad a quienes les cuesta trabajo conseguir hora.
La mujer le lanzó una mirada de rabia antes de agarrar el bolso y salir precipitadamente.
Lori dejó la historia médica de la mujer y, emitiendo un suspiro, se dirigió al despacho del doctor Grey. Llamó a la puerta.
—Adelante.
El doctor se hallaba junto a la ventana. Los verdes ojos le relampagueaban y la furia le tensaba el cuerpo. Lori tuvo que armarse de valor para entrar en el despacho.
—Se ha marchado —anunció—. El tobillo se encontraba perfectamente, como habrá visto.
—Vi mucho más de lo que deseaba —dijo él, sin mirarla. Lori se humedeció los resecos labios sin saber qué respuesta darle.
—Le sugerí que no le hiciese perder más el tiempo de ahora en adelante —ledijo, intentando calmarlo.
—¡Estaba prácticamente desnuda! —dijo él y le lanzó una mirada, a punto de explotar—. ¿Por qué no estabas conmigo? Si los pacientes se des visten, tiene que haber un ayudante presente, en particular con mujeres. Ya lo sabes.
—Lo siento —dijo Lori, sorprendida ante su acusación—, pero solo era un esguince —le dio rabia tener que darle explicaciones. No veía por qué tenía que sentirse culpable por algo fortuito. Bastante había sufrido por ello en el pasado—. Le aseguro, doctor Grey, que la paciente estaba totalmente vestida cuando lo vine a buscar. ¿Cómo iba a imaginar que planeaba hacerle un pase de modelos de lencería?
El doctor Grey se mantuvo silencioso un rato, pero por más que pasaba el tiempo, no lograba controlar su frustración.
—Esto no puede seguir así —explotó final mente—. Pone en peligro mi reputación como médico. Y si alguna de esas mujeres se ofende porque yo no respondo a sus insinuaciones, Dios sabe de qué forma podrá reaccionar... —se interrumpió, frotándose la mandíbula.
—Tiene razón —dijo ella—. «Dios te libre de una mujer despechada». El dicho tiene mucho de verdad.
—Podría haber un problema gordo —suspiró él, y se la quedó mirando.
La expresión de sus ojos no era de acusación, en realidad. Más bien era dolor. Un ligero reproche que le indicaba a Lori que podría haberlo ayudado si hubiese querido.., pero no lo había hecho. El doctor no articuló palabra, pero no era necesario, porque lo llevaba escrito en el rostro, en su expresión herida.
—Doctor Grey, tengo razones de peso para no aceptar su plan —sintió que tenía que decir—. Créame.
—¿De veras? —le dijo él, enarcando las cejas—. Y dime, Lori, ¿son tus razones tan sólidas como las que yo tengo para necesitar mantenerme fuera del alcance de esas mujeres, que parecen decididas a cazarme y acorralarme como si fuese un animal?
En aquel momento, ella se dio cuenta de que no podía responder a su pregunta, porque él no le había dado las razones que tenía para hacerlo. Se dio cuenta de que pensaba explicárselas ahora.
—Esas mujeres no me conocen —dijo él—. No saben qué pienso, qué quiero o quién soy. Puede que sientan algo de atracción física por mí, pero no saben absolutamente nada del amor. Desean un trofeo, Lori. Y eso es algo que ya me ha sucedido. ¡Y no estoy dispuesto a que me vuelva a suceder!
Lori cerró la puerta discretamente, por más que le dio la sensación de que al doctor le daría igual en aquel momento que escuchasen la diatriba que no podía contener.
—No es una historia bonita —prosiguió él—. Me utilizaron. Me utilizó la mujer que amaba. Rose Marie Fletcher era la jefa de cirugía. La mujer más joven en aquel puesto en el hospital de Chicago donde yo estudié. Era ambiciosa —dijo, y el largo cabello le cayó sobre el hombro al girar la cabeza. En voz baja, añadió—: Si hubiese sabido hasta qué punto lo era, me habría ahorrado bastante sufrimiento.
Hizo una pausa y Lori lo vio irse a otro sitio, algún sitio en el pasado.
—Yo era el único indio de mi promoción— dijo él—. Tendría que haber sido una pista, pero no me di cuenta de ello —se mordió el labio, clavando la mirada en el suelo—. Rose Marie era una mujer hermosa, casi doce años mayor que yo, pero a mí no me importaba. Creía que estábamos enamorados. Cambié todas mis esperanzas y sueños por aquella mujer.
Lori permaneció muda, incapaz de articular palabra ante su historia.
—Toda la vida había deseado estudiar medicina para practicarla aquí, en la reserva. Ayudar a la gente de mi tribu, a mi familia, a vivir una vida más sana. Pero les di la espalda, le di la espalda a las necesidades de la gente de la reserva porque Rose Marie no cejó hasta convencerme de que sus deseos y aspiraciones de que ejercer la medicina juntos en una institución enorme y prestigiosa eran mis propios deseos.
La culpabilidad que él expresaba era más de lo que Lori pudo soportar.
—Usted la amaba —le dijo sin pensar—. Intentaba hacerla feliz. Eso es lo que hacen las parejas que se aman.
—Ella no me amaba —dijo él directamente—. Oh, se caso conmigo. Aprovechó que le di mi apellido para utilizarlo al máximo, pero sus planes y manipulaciones no tenían nada que ver con el amor— aclaró, acercándose a la mesa para apoyarse contra ella.
Lori no intentó disimular la sorpresa que le causaban sus declaraciones.
—Un día —prosiguió él— la oí alardeando con unos compañeros Había aceptado una oferta de trabajo increíble.., que ella atribuía al indio que había cazado, al hombre que, al ser una minoría étnica le abría puertas que normalmente no se le habrían abierto.
Lori dio un respingo, al comprender por fin.
—¿Su esposa se aprovechó de ello, aunque ella no pertenecía a una minoría? —preguntó escandalizada—. Pero... ¿cómo?
—Los hospitales contratan a veces a matrimonios. Y estar casada con un indio...
—La hizo ascender más rápidamente —concluyó Lori con tristeza.
El se quedó silencioso, sin apartar la mirada de la de ella.
—Me sentí anonadado, Lori. Había descubierto que mi esposa era una fría manipuladora La mujer que amaba era tan ambiciosa que estaba dispuesta a utilizar cualquier medio a su alcance para cumplir sus objetivos.
—Oh, Grey —susurró Lori—, cuánto lo siento.
De repente, Lori se dio cuenta de la forma íntima en que se había dirigido a su jefe, aunque, a juzgar por su preocupación, dudaba que la hubiese oído. Pero luego él elevó la barbilla con expresión de gratitud en los ojos.
—Lo que es peor —dijo, con la mandíbula tensa—, mi madre tenía ese mismo tipo de personalidad manipuladora.
Lori se puso tensa al oírlo. ¿Qué le habría hecho su madre para causarle semejante rechazo a su hijo? Pero estaba claro que él no estaba dispuesto a decírselo.
—Dejé a Rose Marie— le dijo a Lori—, y volví a Smoke Valley el año pasado. Llevo ejerciendo aquí desde entonces... intentando reconstruir mi sueño original.
Emocionada por la historia de traición de Grey, Lori se le acercó y se apoyó contra la mesa también. Sus cuerpos no se tocaban, pero sentía que estaba lo bastante cerca como para ofrecerle su respaldo.
—Además, es un sueño hermoso —dijo, in tentando levantarle la moral—. Su clientela crece día a día. Los pacientes vienen a verlo no solo de la reserva sino de otros pueblos.
—Sí, pero es como un castillo de naipes, Lori. Bastaría una corriente de aire, en forma de escándalo o cotilleo mal intencionado, para que se viniese abajo— la expresión de sus ojos se intensificó y le dirigió una mirada de reojo. Su tono se hizo suave como la seda cuando dijo—: Pero tú podrías ayudarme, Lori.
—¿No comenzará a hablar de matrimonio otra vez, no? —dijo Lori, lanzando un gemido— ¿Y el amor, doctor Grey? ¿Qué me dice de compartir una relación de enriquecimiento mutuo durante toda la vida?
—Créeme —dijo él con desdén—, se le atribuye demasiada importancia a eso.
Lori suspiró, alisándose el cabello con un gesto nervioso.
—¿Sabe?, «Young» no es mi apellido de casada, es el de mi abuela.
—Suponía algo por el estilo —dijo él, asintiendo con la cabeza.
—Insisto en que hay motivos sobrados para que no me case con usted.
—Te lo vuelvo a preguntar —dijo él—: ¿Son tan graves como los míos para necesitar casarme? Mi carrera se podría ver afectada. Todo por lo que estoy luchando podría desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Tú misma lo has dicho: “Dios te guarde de una mujer despechada”.
—Doctor Grey —dijo ella, con los hombros hundidos—, no quiero que se involucre en mi vida más de lo que está. Mi ex... —negó ansiosa mente con la cabeza—, pertenece a una familia poderosa. Si se enterase de que Matti me alojó, haría cerrar su pensión. Podría hacerlo perfecta mente. Y usted... si descubriese que usted me ha dado trabajo... pues, digamos que sé el tipo de problemas que puede causar. No quiero que le cause daño.
—¿Por qué no dejas que yo me preocupe por mí mismo?
La fuerza que emanaba de Grey era impresionante. A Lori le agradó su seguridad. Hubiese deseado contarle su pasado en detalle, todo sobre su odioso marido. Confiarle cada uno de los errores que había cometido. Pero había una vocecilla asustada en su cabeza que le aconsejaba no confiar demasiado en nadie. Le habían causado demasiado daño en el pasado.
—Podría perjudicar su carrera —fue lo único que logró decir. Sin embargo, sentía que su determinación se debilitaba—. El solo hecho de haber me contratado es motivo para sufrir sus represalias. Y si nos...
El doctor Grey se bajó de la mesa y se dio la vuelta para colocarse frente a ella. Le tomó las manos.
—Ya te lo he dicho. Deja que yo me preocupe por ello —dijo—. ¿Y si todo el poder del que hablas fuese solo idea tuya? Ningún hombre puede tener tanta autoridad sobre los demás, a menos que ellos se lo permitan.
Si alguien más se lo hubiese dicho, le abría parecido insultante, pero el doctor Grey solo intentaba ayudarla. Se dio cuenta de ello inmediatamente.
—Quizá tenga razón —susurró.
Pero al recordar su vida en California, la culpabilidad que Rodney le había hecho sentir, la forma infantil y egoísta en que él se había comportado, y lo mucho que él había deseado controlarla, nubes oscuras se cernieron sobre ella y le costó trabajo dispersarlas.
—Además, si tu ex marido es tan malo como dices, quizá lo que necesites es un guerrero...— dijo Grey e hizo algo sorprendente: le apoyó la palma de la mano sobre el vientre en un gesto de tierna protección—. Quizá ambos necesitéis a alguien que os apoye. Pase lo que pase —añadió, en un susurro.
Ardientes lágrimas inundaron los ojos femeninos y Lori creyó que se le derretiría el corazón. El estaba dispuesto a estar a su lado, a defender los a ella y al bebé de un enemigo que ni siquiera conocía. Ella sabía que era un enemigo terrible, aunque él no la creyese.
Quizá él tuviese razón, le dijo la vocecilla. Quizá necesitase de verdad un guerrero. Para su bebé. Para ella misma. Por primera vez desde que se marchó de California. Lori sintió que su temor disminuía un poco.
—De acuerdo —dijo con voz ahogada y tuvo que hacer una pausa para tragar— Hagámoslo, doctor Grey —le dijo—. Casémonos.
El doctor le dirigió una profunda mirada de agradecimiento.
—Entonces, ¿me puedes tutear finalmente?— le preguntó estrechándole la mano.