Intermedio andaluz
Intermedio andaluz
Las dos mujeres llegan al hotel a primera hora de la mañana. El viaje las ha agotado y su único deseo es poder despatarrarse sobre una cama sin pensar en nada, dejando que el sueño las venza por todo el tiempo que sus cuerpos necesiten. No puede decirse que el cuarto sea frío. Abunda en muebles que intentan repetir, sin éxito y abaratando costos, las líneas propuestas por los diseñadores de vanguardia, uniéndolos con absoluto desparpajo a colchas y cortinajes de una anterior decoración de estilo francés que seguramente los responsables de la rehabilitación encontraron aprovechables. Nada más entrar Merche descuelga varios cuadros con gitanas, manolas y majas pintarrajeadas, un detalle introducido por los mismos decoradores para imprimir un toque folclórico a las habitaciones, que posiblemente encontraron demasiado impersonal. Dispuesta a no dejarse observar por esas mujeres insustanciales, la joven poeta las mete en el armario. Patricia hace lo mismo con la colcha de la cama de matrimonio, dejando al descubierto las sábanas, de un tranquilizador azul marino. Las dos mujeres se miran, riendo, y comienzan a desmontar el equipaje, aprovechando al mismo tiempo para esconder los objetos variopintos que adornan estantes, mesas y rincones: cerámicas de color blanco recreando imaginarios mundos submarinos; jarrones de plástico metalizado sosteniendo, en inestable equilibrio, tulipanes de plástico que alguna vez fueron negros; una inmensa variedad de souvenirs regionales, baratos y cascados. Todo va a parar al fondo del armario, junto a las flamencas de turgentes senos y oscurecidos párpados y a los fastuosos cubrecamas imperiales. Los ahora deshabitados clavos de las paredes sirven para que Patricia, promotora de la idea, y Mercedes, complacida imitadora, cuelguen pañuelos, collares y pendientes que van sacando apresuradamente de sus maletas. Para finalizar, la exdependienta de panadería y ahora poeta premiada, extrae de su equipaje, con evidente cara de felicidad, una pequeña radio portátil que entrega a la acompañante sugiriéndole que ponga música, mientras ella se acerca a la ventana y, corriendo cortinados y abriendo celosías, descubre, a menos de quinientos metros, el mar. Eufórica, se gira para comunicar el feliz hallazgo a su amiga y encuentra que Patricia está en medio de la habitación, abrazada al aparato de música, llorando.
POEMA DEL AMOR QUEMADO
No comprendo que el sol que más
calienta sea el mismo que del amor hizo pedazos.
Después del ciervo, una gacela inesperada.
El alivio de su mano está borrando
la señal cruenta que dejó otra mano.
—¿Te gusta?
—No sé si lo entiendo. Creo que es un poco trágico.
—Es probable. Yo vivo solamente historias trágicas.
—No tenés ningún derecho a decir algo así.
—No se trata de una cuestión de derechos sino de sentimientos.
—Entonces no tenés derecho a sentir así.
—¿Por qué?
—Porque estás viva, sos joven…
—¡Porque soy joven! Ni que estuviera de vacaciones con mi abuela.
—¡Tu abuela yo! Dios me libre y me guarde… eso ni en broma. Bastante tengo ya con mis problemas. Pero me parece injusto que escribas una cosa tan triste frente al mar, junto a una persona que te quiere y después de haber ganado un premio fabuloso. Creo que estás empeñada en vivir del pasado. Yo le prometí al gallego que haría todo lo contrario.
—Tú porque tienes una historia maravillosa para recordar.
—Y vos tenés mil por delante para vivir.
—No estás en mi piel. Siempre los sentimientos de los demás nos parecen equivocados, faltos de consistencia. Yo podría reprocharte… no sé, mil cosas.
—Pero no se te ocurre ninguna. Bueno, no me gusta verte así… y tampoco tengo ganas de ponerme de mal humor. ¿Por qué no salimos a dar una vuelta? Podríamos ver un poco el pueblo, comer algo… Soy una burra, te tendría que haber dicho que la poesía era divina y chau.
—Divina… ¡Una mierda! La divina eres tú. Me tienes una paciencia poco común y encima te disculpas…
Señora: haremos lo que usted disponga. Si quiere nos vamos ahora mismo de cañas y tapeo.
—¡Bárbaro! Así aprovecho para comprarme un lindo sombrero de playa. Mañana voy a tomarme todo el sol, a ver si me saco de encima este color a harina cruda que llevo encima.
Pescadito frito, calamares, mejillones, chipirones a la plancha, mojama, olivas rellenas, puntillitas, taquitos de queso, papas fritas, langostinos de Sanlúcar, cazón en adobo, anchoas, pimientos en aceite, atún encebollado, sardinas al ajillo, pepitos de lomo, ensalada de tomates, tortilla con chorizo, pez espada empanado, jamón jabugo, ensaladilla rusa, boquerones en vinagre, pan tostado con aceite y ajo, pescado fresco del día, ensalada mixta, espárragos con alioli, palmitos con mayonesa, San Jacobo, lomo de cerdo al homo, gazpacho, sopa de pescado, pepinillos en vinagre, mero a la plancha, bistec de temerá, cordero a la cacerola, pollo enharinado, arroz con leche, flan casero, helado de vainilla y chocolate, macedonia, frutas del tiempo, café, manzanilla, té a la menta… te miro, me veo en tus ojos, me gustas, te quiero…
OTRA MUJER
Eres espejo donde mirarme puedo,
Quieta espesura que mi dolor cobija,
carmen de paz donde olvidar el medo:
parienta, amante, madre, amiga, hija.
Bajo tus manos tiemblan mis costillas
y entre mis piernas el deseo grita.
Hay en tu amor la devoción sencilla
sin la rudeza que la piel marchita.
Ven a mi lado, acúname en tu seno,
descansa en mí tu infierno y tu dulzura.
Al enseñarte un mundo diferente
iré aprendiendo a ser otra en tu ternura.
La cama con sábanas de color azul se ha convertido en un mar profundo donde las náufragas temerosas se aferran una a la otra con uñas y dientes, piernas y brazos, muslos y nalgas, senos y dedos, labios y labios, mar proceloso con embriaguez de vino, equivocando géneros y preferencias, una mano de mujer, aferrada a otra mano que no es de hombre ni de niño, una mano pequeña pudorosa que por temor a tocar acaricia, y por temor a acariciar destroza, ¿dónde ha llevado ese mar entelado a este barco sin rumbo?, sin capitán ni marinero, ¿dónde encallará su proa? La cama azul mar se ha tejido en tiempos distintos, con hilados diversos. Hay sudores salobres y arenosas maniobras, pescadoras de perlas prisioneras de otras bocas, nadadoras jadeantes que descansan sus cuerpos en la costa privada que les brinda otro cuerpo. Descubierto el tesoro con tal celo guardado, ¿dónde irán los temores?, ¿dónde se irá el misterio?
Una boca de mujer besando otra boca de mujer; las manos que empiezan a reconocer al otro cuerpo, el enfrentado, similar pero diferente, auténticamente otro; la humedad de las lenguas, la humedad de los labios. Un ademán desconocido que empieza a parecer, al repetirse, cotidiano y verdadero. Un olor entre los muslos. La supuesta carencia. La caja de Pandora abriéndose a los dedos que hurgan, buscando el tesoro prometido, encontrando lo que se presentía próximo, lo que nunca se había explorado por cercano. Un espejo mágico que refleja las diferencias, un parque de diversiones, el jardín de las delicias.
Cuánta tranquilidad, cuánto descanso, en este amor sin cimas, sin aristas.