Capítulo aparte
Capítulo aparte
Bigati mira el reloj. Es indudable que el tiempo por sí solo no solucionará el problema del muerto. Si no se le ocurre nada mejor cuando haya terminado con la lectura, y su amigo Zascarreta sigue sin dar señales de vida, tendrá que avisar a Catty Ferrer, la mujer de Paco. Posiblemente ella sea la más indicada para encontrar un destino definitivo al extraviado cadáver.
EL NOVIAZGO DEL PRÍNCIPE FELIPE CON ISABEL SARTORIUS VA MUY EN SERIO y que lo digas, bonita, que en todas las revistas de esta semana lo dan por terminado SEGÚN JOSÉ LUIS DE VILLALONGA, TÍO DE LA JOVEN… ¿éste es el tío de esta niña? Jamás lo hubiera pensado… LLEVAN DOS AÑOS JUNTOS, TIEMPO SUFICIENTE PARA DARSE CUENTA DE QUE SE QUIEREN DE VERDAD que me lo digan a mí que llevo más de quince con el Paco y todavía no sé si lo quiero o lo detesto LAS EXCENTRICIDADES DEL SEÑOR ALCALDE a éste sí que no lo aguanto, mira que es feo el tío CON PANTALÓN CORTO Y SANDALIAS ¡por mí, como si se vistiera con una tienda! ADQUIRIENDO ALGO EN CADA STAND ¿qué podrá comprar este borrego?… DISTINTOS OBJETOS DE… ¿hay olor a quemado? Si se me quema el pollo el Paco me mata, siempre llega muerto de hambre… CON JEANNETTE NO SE ENTIENDEN ¡bueno sería!, con lo guapita que es ella… aunque dicen que por los cacahuetes baila el… ¡qué mona está en esta foto!, de rosa fucsia… Es su color, no hay duda, hummmm… ya hay olor a pollo asado, tengo miedo de que se arrebate EL SUSTO DE LA PRINCESA ANA ésta es… ¿cual es ésta?… ACUDIÓ A RESCATAR A SU HERMANA debe de ser la hija de la reina de Inglaterra, ¿tiene hijas la reina de Inglaterra?… MARK PHILLIPS, LA PASIÓN POR TODO TIPO DE DEPORTES… no sé si es la que se emborracha, la de los problemas con el marido, o la otra, también de fucsia, qué casualidad… PERO LA PRINCESA ANA SE LLEVO UN BUEN SUSTO éstos se creen que una servidora tiene memoria de elefante, me quedo sin saber quién es, tendré que llamar a la Nuria, ella se lo sabe todo CARMEN THYSEN SIGUE CONSERVANDO LA MISMA FIGURA… bueno sería, lo único que hacen es cuidarse la silueta todo el tiempo… QUE LA HICIERA ACREEDORA DEL TÍTULO DE MISS ESPAÑA debemos de tener la misma edad, claro que yo no me he estirado nunca… ¡fíjate, de bañador fucsia! ¿Será el color de esta temporada? ¿Y el pollo? Por lo menos, olor a quemado no hay, podría levantarme a controlarlo, pero como puse el reloj… se supone que tiene que estar bien dorado LA CLIMATOLOGÍA NO QUISO RESPETAR EL… bueno sería que tuvieran coronita para todo… DÉCIMO ANIVERSARIO DE BODAS diez años. ¡Dios mío, cómo pasa el tiempo! Me acuerdo perfectamente cuando lo vimos por televisión… con mamá, pobrecita, que en paz descanse… ¡si es que no somos nada! ¡Qué horrible que te pase algo así!, mira cómo le ha quedado el peinado… y la ropa, ¡y los zapatos! Digo yo, ¿no tendrán paraguas? ¡No van a tener! Miles tendrán, millones, si yo, que no soy nadie, tengo como una docena, me imagino que ellos, que son de la nobleza y viajan siempre… Además, en cada lugar le regalarán alguno, como souvenir, digo… Aunque un paraguas… Igual no es el regalo más adecuado para una reina… ESCUCHARON A PAVAROTTI… qué bien canta ese hombre, me gusta casi más que el Perales… QUE ADEMÁS PLANTO UN ÁRBOL… lástima no saber idiomas, porque nunca entiendo lo que dice… EN EL BELLO MARCO DEL HYDE PARK DE LONDRES… de Londres… ¡qué bonito…! Estuvimos hace unos años con Herminia, la mujer de Carlos. ¡Qué ciudad tan bonita! Con esa tienda de ropa interior tan económica… ni rebajas ni nada, ¡un precio!, y los calzoncillos todavía le duran al Paco… tengo que volver a ir, era un nombre de hombre como… SU CUÑADA, LA DUQUESA DE YORK… ésta siempre sale elegida como una de las más elegantes… bueno, creo que es ésta, a veces se me confunden los nombres EL REFRESCANTE BAÑO DE MARÍA CHAVARRI Marta, hubiera jurado que se llamaba Marta… SE PARECE MÁS A SU HERMANA con razón, ya decía yo, menos mal, creí que me fallaba la cabeza… tranquila Catty, no estás tan senil ANTONIA DELL’ATTE, MANIQUÍ DE GIOVANNI TORLANI, no, TORLONIA y éstos ¿quiénes son? DEL ÉXITO ALCANZADO… no sé si habrá pan suficiente, pero volver a bajar sólo por eso… mejor no bajo, el pan engorda, tengo que convencerlo de que el pan engorda, ¡está echando una panza!, que coma las galletas sin sal AUSONIA NOCHE… NOCHE TRANQUILA tú ya no tienes esos problemas, Catty… HA VUELTO A LOS ENTRENAMIENTOS ¡y no está preso!, tanto escándalo que hicieron… DIEGO ARMANDO DECIDIÓ VOLVER DESPUÉS DE VARIOS MESES… drogas, no hay nada más asqueroso que las drogas… SE RECUPERA EN UN CHALET DE LA SIERRA MADRILEÑA la suerte de la fea la linda la desea, ¡mira que era guapa esta mujer!, otra miss España… PANCREATITIS AGUDA… eso es algo del estómago pobrecita, o del hígado, una enfermedad del hígado… EL RUIDO COMO ES NATURAL MOLESTA A LA PAREJA… y a quién no, la de al lado con el perrito, la de arriba con los tacones, que va y viene todo el día, como si me lo hiciera a propósito, mis nervios no dan para más, qué no daría por irme a una isla desierta… EN IBIZA, LA FAMOSA NIÑA MILLONARIA… me gustaría ir, el Paco estuvo el año pasado, cuando yo fui a verla a mamá, pobrecita, que Dios la tenga en su gloria… no le gustó nada, lleno de maricones me dijo, que no volvía ni loco, menos conmigo… CON UN PAREO FUCSIA, EL COLOR REY DE ESTA TEMPORADA ¡lo había dicho!, no sé si todavía tengo aquella falda de… ¡qué olor a quemado!, reina, ahora sí que has dejado quemar el pollo, ¡diez minutos!… una hora te has echado. ¡Venga, y ahora también el timbre! A quién coño se le ocurre venir a esta hora… igual es el Paco que se olvidó las llaves…
—Sí, ¡sí! Lo escucho muy bien. ¿Quién dice que es? Ah, sí, del local… Pedrito… ah sí, Pedro… ¿por qué asunto es? Bueno, estaba por salir en este mismo instante… ¿Mi marido no está con usted? Está bien, si es tan urgente le abro, suba un momento. Espero que no le haya pasado nada malo a Paco, ¿verdad? Gracias a Dios. ¿Se ha abierto? ¿Qué querrá este mariconazo? Se supone que le pagan por quedarse en la puerta del bar y no por andar moviendo el culo por la calle.
—No hay manera, estos malditos quesos franceses siempre me producen gases.
Entretenido con el oscuro placer que le proporciona la imparable catarata de sonidos graves que brota casi rítmicamente de su cuerpo, Bigati se balancea en la silla, hasta que el teléfono lo saca de su placentero paréntesis musical con un agudo y sobresaltador timbrazo.
—… dos… tres… cuatro… cinco…
El improvisado investigador cuenta las chirriantes llamadas del aparato, hasta que después de un corto silencio, una voz que no alcanza a reconocer dice algo sin importancia.
—… Esto… Hola… ¿Cómo estáis?… No hay caso, no puedo hablar con estos malditos bichos… Os volveré a llamar.
Bigati se olvida del queso francés, la silla giratoria y sus expresivos pedorreos para acercarse al teléfono.
—Gracias, cariño.
La llamada ha volcado su atención sobre el contestador automático. No es aventurado pensar que pueda estar tan lleno de sorpresas como la refrigerada caja de galletas.
—… Quería hablar con Juan Antonio. ¿Estás ahí, Juan Antonio? O tú, Enrique… Soy la amiga de Juan Antonio… Por favor, dile que necesito verlo con urgencia. Si es necesario me plantaré en la puerta hasta que me reciba. Gracias. Y lamento ser tan pesada.
—Enrique, soy yo, Roberto… He tratado de hablar contigo antes. Supongo que habrás recibido mis mensajes… Oye, sigo esperando la devolución del libro… y de todas las demás cosas de valor que se llevó tu chico de mi casa. Te aviso que si no se comunican conmigo a la brevedad tomaré las medidas necesarias para que esto no quede así… Tú sabrás. Adiós.
—Hola, señor Izabi… Pilar Manrique, de la National Neederlander. Había quedado en volver a llamarlo por el asunto del seguro. Insistiré en otro momento. Estoy segura que puede interesarle muchísimo.
—¡Ay, por Dios, cómo odio estos aparatos! Que hablo yo, Colores, que la cosa se complica, que ahora parece que la mujer del Paco se enteró de todo el rollo, de que él era mariquita, quiero decir de que es, que era lo supo siempre, pero creía que la muy pendona se había regenerado, ¡ay!, se me va a apagar el bicho este, lo sé, ¡que estoy muy preocupada por ti querido!, que el Pedrito por despecho le contó todo a la Catty, sobre todo lo de las películas… esta porquería está haciendo ruiditos raros, ¡me cago en la leche! Si se corta… Enrique, mi amor, espero que oigas el mensaje, porque la Catty se va a aparecer en tu casa en cualquier momento a buscarlo al Juan Antonio, que el Pedrito le hizo el coco a la gorda diciéndole que el Juan Antonio era el culpable de todo y dortrtrtrtr…
—Soy yo de nuevo, no te digo ni hola ni nada porque estoy en una cabina y unos yonquis de mierda están golpeándome el vidrio con una navaja para que les deje el teléfono, ¡si vieras la pinta!, es para morirse, ¡que sí!, ¡que ya corto, pesada! No creas que te lo digo a ti, Enrique, le estoy hablando al Jesús, que está conmigo y dice que no me enrolle… Sí, te cuento que la Catty anda superflipada, diciendo a todas las locas que encuentra, que a su marido le va a cortar los cojones para hacerse unos pendientes, y que al chulo, o sea al Juan Antonio, lo va a meter en chirona, que es hija de un capitán de la guardia civil y que a ella no le toma el pelo nadie, y te cuento que se fue al Ánfora y le reventó la caja de seguridad al Paco, así que tiene todas las direcciones y los vídeos, y parece que el muy huevón había guardado unas fotos que le hicieron en Puerto Ricotrtrtrtrtrt…
—Enrique, son las últimas monedas y los yonquis me están escupiendo el vidrio con cara de mono. No puedo salir a buscar más cambio y ni sueño con conseguir por este barrio asqueroso otro teléfono que funcione, ¡no sabes!, es un milagro ¡ay, basta, qué pesada! No, es que el Jesús tiene razón, pero se pone de un reiterativo… ¡Habla tú, chico! Si será tonta… se ofendió y se fue… Enrique, cariño… que te cuides, que hay menores de por medio y el Leandro y la Catty son dos de temer: una está loca de la cabeza y el otro del culo. La Catty se ha ido a la policía con todo el material, y después quería vendérselo al Interviú, imagínate el escándalo, pero el Paco que no es tonto, sacó a relucir a un cliente del bar que es comisario y por ahora pararon la cosa, aunque las fotos de los portorriqueños esos, dándole por culo, todos menores de edad, no cuelan, y el Paco anda con cara de trtrtrtrt…
—Mira, soy yo de nuevo y estoy desesperado. No sé a quién llamar. La policía comunica y los demás no tienen ni contestador… ¡por favor, Enrique, si estás ahí, contesta! Los yonquis han cogido a Jesús… lo están matando a hostias… yo he trabado la puerta con el culo y no sé qué hacer… estoy dando gritos pero no pasa nadie… pobrecita, no sabes, la están dejando hecha una porquería… tan tranquilo que estaba en su casa viendo la película y yo insistí en que me acompañara… si serán bestias… Enrique, por favor; te hablo desde la esquina dé casa, si estás ahí, que yo creo que estás, ¡llama a la guardia urbana, a los bomberos, a quien sea…!, apenas esto se corte… ¡Ay, Dios mío, qué animales! Jesusa, pobrecita… ahora la están colgando de la trtrtrtrtrtr…
—¡Me cachis!… Si… soy Albert, el asistente de Steban, el de la peli… Quería hablar con el Harry… Es para recordarle que mañana tiene que estar en el estudio a primera hora, para pasar por maquillaje… Que no se olvide… ¡Ah!, y que venga sin afeitarse… (algo indescifrable)… No, no está… le estoy dejando un mensaje… Sí, que si surge cualquier problema la llame urgentemente a Lali… Chau.
—¡No vendrá, sé que no vendrá! ¡El muy hijo de puta!… ¿Tú has hablado con él? ¡Albert, a ti te hablo, tío! ¡Ya sé que el contestador está puesto hace una semana! ¿Cuándo hicimos las últimas tomas? ¡Tres días!… bueno, hace tres días… y tú, Lali, ¿lo has llamado? ¡Quién me mandará a mí trabajar con fantasmas! Hemos hecho un esfuerzo de producción increíble, la ambientación está logradísima, teníamos previsto un gran final. Hubiéramos enlazado con la segunda parte sin ningún problema… ¡Albert! ¿Dónde coño te metes? ¿Te estoy hablando a ti o a la puta cámara? Eulalia, ve inmediatamente con un taxi a casa de ese cabrón… igual se ha quedado dormido. Dile que tenemos el decorado montado… que está todo listo… ¡que si no viene lo voy a hacer cortar en pedazos!… Lo último no se lo digas… tratemos de tener la fiesta en paz… Albert, veamos las luces… y los masters del universo… ¿Dónde están? ¿Ésas…? Pero si son dos locazas impresentables… Bueno, espero que con la barba crecida disimulen un poco. Cuando terminen de vestirse me los traes… ¡No! Ahí pondremos poca luz… luego haremos inserts de los primeros planos. Sí, que no se afeiten. Tienen que parecer machos… dar morbo a los espectadores, hacer creíble la escena… Sabéis muy bien que yo soy un hiperrealista… ¿Y tú quién eres? Un actor… ¿No te dijeron que no te afeitaras? ¡Joder, estás más guapa que la Amparito Castro! Oye chico, a ver si nos entendemos: esto va de cinco presidiarios muertos de hambre, con ganas de follar acumuladas, ¿entiendes? Cinco machos brutales que están presos hace la tira de tiempo y sin comerse un puto rosco… ¿Entre ellos? Se supone que entre ellos no pasa nada… Serán muy amigos… ¡yo qué sé! ¡Por qué no se lo preguntas al guionista! Vete con el Albert. Te quitas todo el maquillaje… te despeinas… Que te pongan un poco de sombra… pero no en los párpados, querido, sino aquí, para que parezca barba de varios días… sí, exactamente, como Miguelito Bosé… ¡Joder! Ésta no ha visto un macho en su vida. ¡Albert, espero que al menos las tengan grandes, si no te juro que el mes que viene estás trabajando de nuevo en la telefónica! ¿Por qué mierda no me habré quedado en Estados Unidos? A esta altura sería jefe de camareros del Five Fingers y tendría un sueldazo asegurado… El Paco, ése es el culpable… si hubiera hecho oídos sordos a las llamadas del Paco… ¡Lali querida! Dime que me traes buenas noticias… no, ya te veo la cara. Cuando llegas con los párpados caídos es que algo no anda bien. ¡Eh, usted! Esto es privado, no se puede entrar, ¿qué hace usted aquí?… ¿Cómo que está contigo? Te pido que me traigas a Harry y te vienes con este otro… ¿Amigo de nuestro galán? ¡Ah!, conque también usted es actor… Lo que pasa es que lo nuestro no es Shakespeare, ni teatro de vanguardia con gente arrastrándose por el escenario entre ay es de dolor… No sé si le habrán dicho que aquí hacemos cine intimista, de amor… películas de amor con un fuerte contenido erótico… Y ésta, sin modestia, es nuestra producción más ambiciosa. ¿Usted vio Lo que el polvo se llevó? Una pena, porque se enmarca en la misma línea. Ya tenemos la continuación totalmente planificada. El título es un poco largo, pero tiene un gancho indiscutible: Adivina quién viene a follar esta noche por segunda vez. Yo creo que eso de que las segundas partes nunca fueron buenas es algo de otra época… pasó a la historia. Que se lo cuenten a Coppola con El Padrino… ¿Y Loca Academia de Policía? Mire La guerra de las galaxias, si no hubiera tenido continuación, ¿sería tan famosa? Además el gran público necesita, me ha oído bien, ne-ce-si-ta que le repitan las cosas. Gracias a todos los muertos vivientes con sus decenas de noches distintas, montones de gente se ha enterado de lo que es un zombie. Eso también es cultura. Cultura de masas, pero cultura al fin. Perdón, ¿cómo se llama usted? Leandro, ¿Leandro qué? Ah, Leandro Iglesias… No, no se puede decir que sea un nombre con mucho sex-appeal. Sin ánimo de ofender: no está mal para una carrera eclesiástica, pero para el cine… Church… ¿qué le parece Church… Lean Church? Yo soy partidario de no perder el tiempo con sandeces: el éxito de un actor depende en gran medida de su nombre, y al suyo propio, perdone mi franqueza, le falta carisma, proyección internacional. Nosotros bautizamos a Harry, ¿verdad Lali?, y ahora él se permite faltar a las filmaciones… Como una gran estrella. Si siguiera llamándose Juan Antonio Nosécuántos, como cuando llegó hasta nosotros, ¿usted cree que podría darse esos lujos? Church, me gusta Church. Un apellido poco usual, con reminiscencias góticas. No sé si usted sabe algo de inglés… Si no es así, le aconsejo que comiéncela aprenderlo. Actualmente es imposible llevar adelante una carrera seria sin el manejo fluido de la lengua del inmortal cisne de Avedon… Fíjese en Sarita, en Antonio: de Madrid al cielo… bueno, también se puede despegar de Barcelona: con el puente aéreo son sólo dos minutos. Era una broma, hombre, solamente una broma… para que vayamos conociéndonos, ¿no le parece? Albert, ¿se ha sabido algo del protagonista? Nada, ¿verdad? ¡Esto es el cine, Leandro! Hemos hecho una cuantiosa inversión, alquilando este local, montando esta escenografía, contratando figurantes, y ¿todo para qué? Para ver cómo el dinero se nos escapa de las manos gota a gota, minuto a minuto… Quizás esto sea el fin de Producciones Eros Europa, Sociedad Anónima. Piense que un director fuera de serie, el mismísimo Coppola, tuvo que vender hasta su casa por el fracaso de una película. ¡Una pena, una grandísima pena! Sobre todo porque de nosotros dependen decenas de personas, gente humilde que está viendo peligrar sus puestos de trabajo, y, con ellos, el pan de sus hijos… Escuche Leandro: nosotros somos como una gran familia, y como tal nos entendemos maravillosamente bien. No hay fricciones entre la gente del equipo… Bueno, algunas veces, muy de tanto en tanto, el nerviosismo produce un ligero cortocircuito… No, no, Leandro, no se preocupe. Es sólo una metáfora. También Albert sabe mucho de electricidad. Quería decir que a veces surgen pequeñas discusiones en medio del rodaje… Generalmente por mínimas diferencias en los planteamientos estéticos. Cosas sin importancia, que en vez de separarnos nos unen como una pina… Más aún, si cabe. Albert, querido, ¿están listos los violadores? Ah, muy bien… que se distribuyan por el decorado. Proyecta las rejas sobre el piso… Perfecto, querido. ¿Qué le parece? Un sutil homenaje a los grandes maestros del expresionismo alemán. Una lóbrega celda de principios de siglo donde cinco hombres brutales esperan al protagonista para hacerlo objeto de sus más bajas pasiones. Cinéma verité, neorrealismo adaptado al momento actual, eso es lo que hacemos. Una dura labor artístico-empresarial, creando ilusiones, pero también innumerables puestos de trabajo. Sin desalentarnos… porque quizá nunca recibamos ni una mínima recompensa por nuestro trabajo… Jamás nos han entrevistado en televisión, posiblemente no nos otorgarán un Oscar… Imagínese, trabajando tan modestamente, aquí, en España… Pero todo se andará, no le quepa la menor duda. A todo esto: del galán ni noticia, ¿verdad, Lali? Dígame una cosa, Leandro, ¿usted nunca ha pensado en hacer cine?
A las veintiuna horas y cuarenta y cinco minutos del día 27 de julio, Catalina Pedreras de Ferrer, más conocida por Catty, se dirige a la casa de Enrique con la intención de rescatar algunas joyas que supone en poder de Juan Antonio, a quien ella conoce como Harry. La guía, en realidad, un interés morboso: conocer personalmente al que ella supone el corruptor de Francisco Ferrer, alias Paco, su marido. Antes de salir de la casa, coge al pasar una pesada estatuilla de bronce que representa una airosa dama con miriñaque y sombrilla y la mete a presión en un bolso que después cuelga de su hombro.
A la diez menos diecisiete minutos del mismo día, Pedro Fernández Gil, Pedrito, transmite al conductor de un taxi la dirección de la casa de Enrique. Está decidido a enfrentarse con Juan Antonio, Harry, para que éste deje de molestar a su amante, el empresario Francisco Ferrer, más conocido como el Paco del Ánfora. Recurrirá, si es necesario, a la violencia. Por ello ha metido en una pequeña cartera de mano, la navaja de empuñadura nacarada con la inscripción «Recuerdo de Albacete» que le regalara hace años su madre.
Un poco antes de las diez de la noche del mismo día 27, Roberto F. A. Z., conocido diseñador barcelonés, harto de dejar mensajes en el contestador automático de Enrique, sube a su BMW dispuesto a recuperar el ejemplar de Art Erotique Japonais que Juan Antonio sustrajera de su casa. Convencido de que está tratando con un peligroso delincuente, y con el único objeto de amedrentarlo, lleva en el bolsillo de su recién estrenada chaqueta Saville Road una pequeña pistola de colección sin proyectiles.
Paco Ferrer, que, expulsado por la fuerza del domicilio matrimonial, vive ahora en un pequeño estudio de la calle Muntaner, mira su reloj: 27 de julio, 21 horas, 24 minutos. Ha decidido pasar esa misma noche por casa de Juan Antonio para prevenirlo contra Catty, su mujer, que aconsejada por Pedrito, su examante, está dispuesta, según dijo, «a castrar con los dientes» a su actual representado, también conocido artísticamente como Harrison Jaguar. Citará por teléfono a Manuel Bigati, guardia jurado del Ánfora y ocasional chófer de la camioneta del local, para que pase a buscarlo después de las once y treinta horas por el piso que el joven gallego comparte con Enrique Izabi.
El mismo 27 de julio, a las nueve en punto de la noche, Enrique Izabi desciende las escaleras de la estación Diagonal, después de haber decidido, con ayuda de una dorada moneda de cien pesetas tirada al voleo, poner fin a una larga disputa sobre las conveniencias o desventajas de los desplazamientos en metro. Lo acompaña Juan Antonio Campos, con desgana e insistiendo, pese a su elección desafortunada de la cruz de la moneda, en que el uso de un taxi les hubiera permitido llegar a la cita sin demoras, y que, como siempre, la preocupación de su compañero por el ahorro es excesiva y sin fundamentos.
Mercedes Areque, enfundada en un largo vestido negro de algodón, mira una vez más, ansiosa, su pequeño reloj pulsera. Son las nueve y cinco de la noche y ninguno de sus invitados ha llegado todavía. Patricia Zampaglione, su compañera de piso, da los últimos toques en la cocina a los preparativos de la cena. La mesa está puesta y alrededor de ella seis asientos diferentes —cuatro de ellos prestados por sus vecinos— esperan a los pocos amigos íntimos de Merche, dispuestos a celebrar junto a ella un nuevo cumpleaños, una nueva casa, un nuevo trabajo. Le alegra, aunque casi no pueda creerlo, que Harry y Enrique hayan aceptado sin excusarse la invitación que Patricia les hiciera por teléfono.
—Soy yo de nuevo. Espero que no se hayan olvidado de esta pobre mesa auxiliar, ahora arrinconada y rota. Sí, estoy baldada. De mis cuatro torneadas y graciosas patas, solo quedan tres en su sitio. La cuarta sirvió como arma defensiva en manos de un señor no demasiado alto (sí demasiado obeso, también bastante calvo) al que todos decían Paco, salvo una mujer muy puesta y con proporciones parecidas a las mías que insistía en llamarlo Francisco Quémeashecho. Desde que vi entrar en casa a doña Rosita, la portera, con esa señora vestida de fucsia (un color que, entre nosotros, le quedaba horrible), comprendí que algo anormal estaba pasando, aunque intenté tranquilizarme pensando que sería alguna interesada por el piso, ya que había oído a Enrique hablar de la conveniencia de un cambio de casa. Al ver que la rotunda paticorta apoyaba sobre mí una horrorosa estatuilla de pesado bronce, me dije, ingenua de mí, que habían llegado a un acuerdo con mobiliario incluido. Deprimida, porque maldita la gracia que me hacía depender de aquella señora, con toda seguridad fanática de los perniciosos limpiamuebles en aerosol, no llegué a oír el nombre con el que se presentó un delgado personaje de movimientos nerviosos, que, aprovechando que la puerta estaba abierta, se había metido cual Pedro por su casa en nuestro piso. Como la gordita dijo conocerlo, la portera preguntó si pensaban esperar al señor Izabi, porque si era así, ella los dejaba solos: prefería retirarse a sus aposentos para ver un programa especial de «El Puma», su cantante preferido y, con toda seguridad, el mejor del mundo. Este aserto produjo comentarios irónicamente peyorativos que doña Rosita Castro ni siquiera oyó, conectada desde antes de encender el aparato con el galán canoro de sus sueños. Apasionados, la gordita de fucsia (por defender la música nacional de toda la vida, de la que sin duda alguna Perales era el máximo exponente) y el nervioso (por exaltar a los jóvenes grupos del pop nacional que como Gabinete Caligari, demostraban que España podía arrasar a nivel internacional, copando todos los primeros puestos en los rankings mundiales) ni siquiera se enteraron de que la portera se había marchado cerrando suavemente la puerta tras de sí. Un instante después sonó el timbre y, totalmente compenetrada con su papel de ama de casa, la propietaria del bronce franqueó la entrada a Roberto F. A. Z., ese pedante que alguna vez osó criticarme, llamando decadente a Enrique por haberme preferido entre otros muebles de «concepto avanzado». Ninguno de los presentes parecía particularmente preocupado por la invasión de un lugar que no les pertenecía en absoluto. El sujeto magro de la voz altisonante se ofreció para preparar café, una bebida que jamás se consume en esta casa, pero como los otros habían comenzado a contarse sus desdichas dejando bien sentado que los culpables de las mismas eran «ese delincuente habitual» y «su miserable encubridor», prefirió olvidarse de la infusión uniéndose a los detractores. Enrique y Juan Antonio fueron acusados de: traidores, ladrones de poca monta, degenerados, terroristas, psicópatas, corruptores, enemigos de los sagrados vínculos del matrimonio, estafadores de alto nivel, invertidos de la peor especie, maricas de alcantarilla, drogadictos encubiertos, dementes, payasos y soretes, expresión esta última que produjo cierto estupor en la señora de fucsia y un gesto de desagrado en el exitoso diseñador. A partir de ese momento los hechos se sucedieron de forma vertiginosa. Volvió a sonar el timbre, pero esta vez el encargado de abrir la puerta fue el del vocablo escatológico, que al ver al recién llegado, gritó, dirigiéndose a los otros como si de presentarlo se tratara, «Paco Estaquí», lo que hizo que la mujer saltara del sofá donde se hallaba y cogiendo la escultura con sombrilla, se abalanzara hacia la puerta al grito de «Francisco Quémeashecho» con clara intención de producirle daños físicos al de variado nombre. Como si de arrebatarle el Oscar a un competidor se tratara, Roberto F. A. Z. se lanzó sobre la portadora de la estatuilla con pretensión de quitársela, logrando tan solo que ésta, frente al intento, decidiera lanzarla sin demoras a la cabeza del sorprendido Francisco, que si bien no terminaba de entender aquel caluroso recibimiento, gozaba todavía de reflejos suficientes como para agacharse. En ese momento pude ver cómo el gato de Enrique se salvaba por los pelos (nunca mejor dicho) y huía corriendo de la casa. Somos almas gemelas: los dos odiamos el ruido, los altercados y los movimientos bruscos, pero la diferencia estriba en que mis patas, más altas y torneadas que las suyas, no me permiten escapadas. Si yo hubiera podido salir de la habitación como él lo hizo, quizás aún estaría entera. No fue así, y el cuerpo de la poco acertada lanzadora, perdido el equilibrio, fue a parar sobre mi lustrosa superficie. Como ya he contado, tres de mis patas aguantaron el golpe, pero la cuarta se quebró, dejándome convertida en un absurdo parapeto. Nadie recogió a la gorda: el diseñador, aprovechando la confusión general, buscaba afanosamente no se qué cosa en las estanterías, mientras el delgado personaje de nombre desconocido, atendía de rodillas, y con evidentes muestras de preocupación, a Paco Francisco Nosécuántos que, desde el suelo, lo acusaba de ser el único responsable de todo lo ocurrido, llamándolo, indistintamente y a gritos, Mariconazo, Delator y Confidente de la Catty. Ésta, aún derramada por la habitación y sin poder reponerse de la caída que me había destrozado, comenzó a dar alaridos cual una poseída, pidiendo a Dios que viera aquello y a la Virgen de algún lugar remoto de España que le otorgara las fuerzas necesarias para poder castigar tanta ignominia. Como si la Virgen hubiera estado alerta a su pedido, Catty volvió a ponerse en pie plena de energía. Despeinada, con un siete en la falda que dejaba al descubierto uno de sus rozagantes muslos y con, ¡ay!, mi pata en la mano derecha, parecía una reina de bastos dibujada por algún artista de vanguardia. Cuando el Confidente, que seguía arrodillado, se percató de que la señora estaba armada, gateando con especial habilidad se introdujo en el dormitorio, mientras perdía por el camino una pequeña navaja que fue a parar a manos de Francisco Paco.
»—Mujer, deja ese garrote, no seas tonta. Todo se aclarará.
»—¡Asqueroso, más que asqueroso! ¡Pervertido! ¡Me has estado engañando durante años! ¡Diciéndome que el sexo era una cosa impura mientras te hacías follar por cuanto chulo encontrabas por la calle!
»—Mujer, no exageres. Estás alterada, no sabes lo que dices… Este mariconazo te ha llenado la cabeza de mentiras. No debes creerle: está despechado porque jamás hice caso a sus requerimientos. Es un anormal, un sarasa. ¿No ves cómo se mueve?
»El despechado Confidente, que estaba escuchando todo desde la otra habitación, empezó a quejarse a gritos de lo injusto de su suerte, siendo que había entregado los mejores años de su vida y la frescura de su cuerpo joven e impoluto a ese cerdo analfabeto, vergonzoso productor de material pornográfico. Roberto F. A. Z. mientras tanto, quizá convencido de que su búsqueda no daría resultado y seguramente harto de presenciar escenas propias de gente de muy baja estofa, sacó del bolsillo interior de su chaqueta de corte impecable, una pequeña pistola con la que encañonó a la pareja desavenida, obligándolos a soltar las armas. Logrado su propósito, reculó hasta la salida, y, antes de hacer un mutis definitivo, dejó que su esbelta y bien vestida figura se recortara en el vano de la puerta. Desde allí, absolutamente convencido de que sus palabras finales eran necesarias y sin dejar de empuñar su arma, dijo:
»—He venido a buscar una joya artística y me he encontrado con los restos malolientes del cubo de la basura. No es mi elemento. Adiós… y espero que podáis resolver vuestros miserables conflictos sin llegar a la sangre.
»Ninguno de los directamente implicados se tragó la respuesta.
La señora: ¡Vete a cagar, soplapollas!
El señor Francisco (mientras aprovechaba la situación para apoderarse de mi pata): ¡Tu elemento lo conozco muy bien, maricona remilgada!
El despechado escondido: ¡Y el conflicto está en que tienes el culo fruncido, loca envidiosa!
El señor Francisco nuevamente: ¡Catty, mira lo que tengo en la mano! ¡Si no quieres que lo meta en tu gordo trasero de un solo golpe, ve hacia la habitación ya! ¡Y cuando digo ya, es ya! Tú, yo y ese maricón de mierda tenemos que hablar.
»Y allí se encerraron los tres. Poco después un corte de luz dejaría el piso a oscuras y me hundiría en la desesperación. Pese a que todavía no conocía el alcance real de mi drama ni el destino de soledad y abandono que me esperaban, tenía bastante con mis problemas personales como para seguir ocupándome de “sus miserables conflictos”.
Bigati se despierta sobresaltado.
De pronto, en medio de un sueño, le ha parecido oír una respiración agitada. Sin salir totalmente de su adormecimiento, se pone de pie, dirigiéndose esperanzado hacia la habitación contigua. «El Paco está vivo. Todo esto ha sido un mal sueño», piensa, mientras se agacha para mirar bajo la cama. El inquilino del subsuelo sigue allí, tan inmóvil como siempre, pero ahora Bigati puede oír con mayor claridad una especie de jadeo contenido, que llega, ahora sin duda alguna, desde el interior del armario empotrado.
—¡Catty! ¿Qué hace usted aquí, señora?
—¡Recoger setas, cabrón! ¿No has visto el finado que hay abajo de la cama? Me lo he cargado yo. El muy hijo de puta me ha estado engañando durante años, y yo de Mary Poppins, en una nube de algodón.
—No sé qué piensa hacer ahora…
—Dependerá bastante de lo que quieras hacer tú. Yo por mí lo tiraba a la basura. Total, testigos no hay. El maricón ese, el «Pedrito», se descolgó por la ventana del baño cuando aún el Paco estaba vivo. Alegaré accidente, discusión violenta, intento de asesinato, cualquier cosa. Te juro que a la cárcel no voy. Tengo documentos fotográficos de todas sus porquerías, y yo, como esposa, he guardado una conducta intachable.
—Y antes… ¿Cómo es que nunca llegó a enterarse de nada?
—Porque supongo que jamás me importó su vida… ni a él la mía. Cumplíamos con nuestra función como buenos profesionales. Dime: ¿a ti también te mamó la polla?
—¡Señora!
—Conmigo no te hagas el idiota, borracho morboso. Vi cómo te la meneabas encima del cadáver.
—¡No es cierto!… Bueno… la verdad es que todavía no lo había visto. No sabía que estaba allí…
—¿Sabes que a partir de ahora te quedas sin empleo? Muerto el perro…
—Entonces tendré que dar cuenta del fiambre…
—Espera un momento. Todo se puede arreglar. ¿Cuánto te pagaba mi marido? Yo te daré el doble. A partir de ahora seré una rica heredera. Una viudita alegre.
—No sé qué decir…
—No digas nada y bájate los pantalones. Quiero que compruebes que puedo mamarla mejor que él.
—¡Señora!
—Vamos, macho, llámame Catty y métemela en la boca. Quiero empezar ya mismo a recuperar el tiempo perdido. Mira cómo estoy: gordita pero muy firme. Estas carnes casi no han sido tocadas… Observa qué tetas… Venga, no te hagas el tímido. Tócalas. Tengo unos pezones que parecen uvas. Si te portas bien no te arrepentirás.
—Me corta un poco que él esté todavía allí… debajo…
—Haz como yo, hombre: olvídate. Yo, como verás, ya lo olvidé. Muerto y enterrado. Mira, mientras tú te relajas, yo te bajo la cremallera y… ¡fíjate…!, ¡me encuentro esta maravilla bien dura! ¡Bravo! La Catty te va a comer ese pedazo como nunca nadie te lo ha comido antes…
—Parece que la señora tuviera hambre acumulada…
—¡Que lo digas! Pero ahora cállate y cumple con tu trabajo. ¡Mira qué par de huevos tan bonitos…! ¡Y qué olor a macho! Qué pena de desperdicio esa paja que te has hecho…
—No se preocupe. Me llaman el siempre listo. ¿Quién le enseñó a chuparla? ¿El maricón de su marido?
—No, la muy puta de tu madre.
—Habla demasiado. Y es muy maleducada. ¿Nunca le dijeron que no se habla con la boca llena?
—¡Llena! ¿A esto le llamas tú llenar?
—Si se mete los dos huevos en la boca… de esta forma… ya no podrá decir nada más… Y ahora yo le paseo mi chorizo por la cara… Fíjese, así. ¿Le gusta, putón?
—Bájate los pantalones por favor… quisiera lamerte el culo…
—Viciosa la señora…
—Hummm, qué rico… y mira lo que se ve por aquí… la punta de una gruesa polla asomándose… seguramente para que mamá le pase la lengüita a ella también…
—Venga aquí, gorda puta, se la daré en la cama. Eso sí, siempre que me lo pida de rodillas y por favor… Quiero oírla decir «fóllame, por favor»… bien fuerte.
—Fóllame por favor… méteme tu gruesa polla en el coño… ¡Uauuuu!… ¡Me encanta!… ¿Te gusta así, con la ropa puesta?
—No hable tanto, fulana, no hable tanto. Limítese a mover el coño, que cuando me canse de él le voy a romper el ojete. ¿Se da cuenta que se lo estoy haciendo encima de su marido? Su difunto marido… ¿Sabe cómo le gustaba a él? Venga, póngase aquí… abra las rodillas… las nalgas más arriba… así. Muy bien, es una alumna aplicada. ¿La siente en la puerta? Diga, ¿la siente?
—Sí, siento algo caliente y vivo… algo suave y gordo como una ciruela… Pero, por favor, dile que entre, que la casa está abierta, que no se haga rogar… A mi cuevita encantada le gusta muchísimo recibir visitas de extraños…
—¡Qué lástima! Parece que mi muchacho ya no quiere… Creo que se asusta ante ese culo tan hambriento… Tiene miedo de que lo devore de un bocado…
—Si no tardas demasiado te aumento el sueldo…
—Aun así…
—Doble aguinaldo…
—No sé qué decir…
—Horas extraordinarias…
—Parece que está menos temeroso: ya casi ha metido toda la cabeza dentro…
—Seguro de desempleo…
—¡Muerde la almohada, hijaputa!
—¡MmmmmAAAAAAUUUUU! ¡Contrato irrevocable!
—Lo que he dicho antes: es mejor no hablar. Aquí estoy, milagrosamente salvado de muerte por la estatuilla. No iba dirigida a mi\ pero lo mismo da, porque cayó a escasos milímetros de mi frágil cabeza felina. Es evidente que no gusto a las mujeres: si no tratan de envenenarme con lejía, me quieren matar descerebrándome con esculturas baratas de dudoso gusto. Por suerte hemos escapado todos, los de la casa al menos. Yo, aprovechando que el señor del B vive solo y es bastante indiscreto, me filtré por la puerta entreabierta. No me arrepiento, es una persona muy simpática y un excelente anfitrión. Ha tenido la delicadeza de ofrecerme agua fresca, unos exquisitos trozos de jamón de York y hasta los restos de una pechuga de pavo. También me ha preguntado con tono cariñoso detalles del altercado, por supuesto sin esperar respuesta. Aunque de haber podido contestarle, jamás lo hubiera hecho con la boca llena. Yo sé muy bien que es de pésima educación.
Un trozo de tarta de chocolate, media botella de cava tibio, algunos pocos frutos secos: sobre el improvisado mantel de tela a rayas sólo quedan restos. Sin embargo, tanto Patricia y Mercedes como sus cuatro invitados, siguen sentados alrededor de la mesa, dado que el apartamento no cuenta todavía con más mobiliario que el que está a la vista y dos amplios colchones en los dormitorios. Enrique, chispeante gracias a la ayuda del alcohol que habitualmente no consume, acaba de contar un chiste —el cuarto de la noche— que todos los demás festejan con risas y comentarios. Se hace un silencio. Juan Antonio anuncia su intención de «continuar la fiesta en una disco» con todo aquel que quiera acompañarlo. Mercedes dice «yo» sin dudar un instante. Patricia pregunta la hora. Enrique hace el gesto de mirar su reloj y se da cuenta de que no lo lleva puesto. Mercedes pregunta: «¿No lo habrás perdido, verdad?», recibiendo como respuesta que si así fuera no tendría ninguna importancia, porque se trata, solamente, de «la copia barata de una firma cara». «Mejor así», sentencia la poetisa, y luego de acercar su muñeca a la luz agrega: «Las tres menos cuarto», lo que produce bastante sorpresa en el resto de los comensales, que comienzan a preguntarse cómo es posible que el tiempo haya pasado tan de prisa sin que ninguno de ellos se hubiera percatado. «Me extraña en mí, que lo llevo tan medido», dice con cara de estupor Pablo Vergara. Pese a que la calvicie prematura y las gruesas gafas de aumento pudieran hacer pensar lo contrario, el doctor Vergara es casi tan joven como su mujer, aunque ambos, según han comenzado a explicar, son de costumbres muy metódicas y sus tempranas ocupaciones matinales les impiden continuar la reunión, «tan encantadora, por cierto», durante más tiempo. El aviso de una posible desbandada provoca variados comentarios.
Patricia: ¡Qué pena! No les he ofrecido ni un café.
Doctor Vergara: Gracias. Nunca tomamos de noche. Nos quita el sueño.
Juan Antonio: Pensé que iríamos todos a bailar…
Merche: Yo pienso ir, aunque sea sola…
Patricia: Bueno, un tecito de manzanilla siempre cae bien…
Enrique: ¿Todavía no estás cansado?
Juan Antonio: Venga, a ti porque no te gusta bailar…
Marisa Bruhl (esposa del doctor Pablo Vergara): A mí lo único que me apetece es meterme en la cama…
Patricia: O unos mates… ¿Nunca tomaron mate?
Marisa: Yo nunca, pero no me importaría probar.
Doctor Vergara: Tendrá que ser otro día. Los llamaremos para que vengan a casa. Eso sí, después de agosto…
Marisa Bruhl: Podemos hacer una barbacoa en la terraza…
Juan Antonio: ¿El Studio 54 te va?
Merche: Sí, me pongo algo más cómodo y salimos.
Enrique: Conmigo no contéis…
Patricia: Yo tengo los pies en la miseria. Me pasé el día de aquí para allá.
Juan Antonio: Os estáis poniendo mayores…
Los Vergara: Bueno… Mejor despedirse… Buenas noches a todos…
Juan Antonio: ¿No os molestará acercamos, verdad? Creo que vamos en la misma dirección.
Enrique: Yo me voy a casa.
Patricia: Después de tomar unos mates… ¿no es cierto? Yo, con la marcha que llevo, dudo que pueda dormirme.
Merche: ¡Vale! Entonces nos vemos de nuevo aquí…
Enrique: No les aseguro nada.
Juan Antonio: No asegures nada, pero, por favor, sonríe. ¡Venga! Mi reino por una sonrisa… Bueno, como quieras… tampoco una sonrisa vale tanto. Deu…
Todos: Deu…
Patricia: Parece que nos quedamos solos… Mientras vos… tú te relajas, yo me voy a preparar un mate.
Enrique: Bueno, ¿y cómo lo tomas?
Patricia: Dulce. Yo al menos lo tomo dulce. Dicen que, para amargo, ya bastante tenemos con la vida.
Barcelona, septiembre de 1992