9. AMIGOS Y RIVALES
Muchos animales viven en comunidades, rebaños y manadas, bandadas y enjambres, vuelos de gansos y cuadrillas de monos. Las razones para ello son diversas. Los leones viven en familias y los lobos en jaurías, ya que su éxito en la caza depende de que trabajen todos juntos. Y las palomas pueden reunirse en bandadas por una razón tan simple como el hecho de que una gran cantidad de comida se encuentra en un área relativamente pequeña.
Pero sea cual sea la ventaja que pueda existir, la práctica crea problemas. Inevitablemente se producirán riñas por la comida, disputas sobre los lugares de nidificación, discusiones por la pareja. Para mayor provecho de cada individuo, estas disputas deben realizarse con el mínimo gasto de tiempo y energía, y si existen combates, por muy ritualizados que sean, no deben repetirse en cada nuevo encuentro. En pocas palabras, estas comunidades funcionan mejor si tienen alguna forma de estructura social.
Algunos agrupamientos son sólo temporales. Los cisnes cantores, en otoño, descienden del lejano norte para refugiarse del duro invierno en el clima templado de las Islas Británicas. Los cisnes se agrupan en extensiones de agua que pueden usar año tras año. Cada temporada, sin embargo, el grupo cambia un poco. Algunas aves pueden haber muerto y otras han llegado a la madurez. Así que cada año las relaciones deben renovarse de nuevo. Cuando dos machos intentan coger el mismo trozo de hierba, se sisean el uno al otro, estirando sus cuellos y estremeciendo sus alas. Si se enojan de verdad, se embisten y combaten con grandes chapoteos y aletazos. Pero, al igual que los espinosos, se envalentonan cuando se encuentran cerca de sus nidos y los intrusos pierden la confianza en expulsar al residente, y de este modo las circunstancias sociales de las familias de cisnes determinan en gran manera el resultado. Cuanto más grande sea la familia, mayor la capacidad de dominar. Un macho con una hembra y varios pequeños ganará a uno con un solo pequeño, quien, a su vez, tendrá primacía sobre una pareja sin crías. Y un adulto inmaduro dejará estar a los otros, excepto aquellos que se hallen en su misma situación social. Los jóvenes, además, cuando están alimentándose cerca del resto de la familia, toman el rango de sus padres y expulsarán a otro adulto que sea inferior a ellos.
En determinadas épocas, los carboneros comunes también se reúnen en grupos temporales. En los tranquilos días veraniegos se hallan dispersos por cualquier zona arbolada, pero cuando el tiempo se vuelve frío, se congregan allí donde se encuentra la comida. Las familias no están juntas, como en los cisnes, pero sus disputas se ajustan con la misma rapidez. Sus rangos superiores tienen una base bastante distinta. El carbonero común tiene una banda negra que recorre su pecho amarillo. Un ave con una banda estrecha cederá ante otra que tenga una banda ancha, igual como en el ejército un soldado de primera, con un simple galón en su manga, reconocerá la autoridad de un sargento que tiene tres. Como resultado, durante este difícil período, se gasta el mínimo de tiempo y energía en disputas. Como los pájaros adultos no pueden estar en todas partes, incluso los jóvenes tienen su turno, excepto en las circunstancias más duras.
La cuestión que se plantea es cómo un pájaro se convierte en sargento. La respuesta parece ser que la banda ancha se desarrolla en aquellas aves que están bien alimentadas cuando son pollos y también en aquellas que tenían padres con estas bandas anchas. Así, parece ser quede alguna forma, los carboneros comunes tienen una aristocracia hereditaria. Vigor y agresividad pueden ser heredadas tanto como pueden serlo las bandas anchas, pero estas señales de superioridad son mejores por ser una manera más económica de solucionar las cosas en un momento en el que es importante conservar tanta energía como sea posible.
Las grajillas permanecen en bandadas a lo largo del año. Sus rangos superiores son establecidos al principio de cada estación con una sucesión de disputas con aleteos. Pero una vez ya han sido determinados, los inquietos individuos se recuerdan mutuamente, así como el resultado de su último encuentro. No hay necesidad de gastar más energía en repetirlo. En lugar de esto, cuando dos rivales se enfrentan, uno reconoce su rango inferior con las mismas señales de sumisión que empleó al finalizar su conflicto anterior. Realiza una breve inclinación de la cabeza, exponiendo la vulnerable nuca, y entonces se marcha para permitir al otro que coja la comida que deseaba. Estas relaciones se extienden a todo el grupo, así que entre las aves se produce una ordenación de rangos o jerarquía. Todos respetan al superior. A continuación, habrá otro que respeta al primero pero no al resto, y así a lo largo de toda la comunidad.
Este tipo de organización social fue observado y descrito en 1922 entre un grupo de gallinas de granja. Fue deducido después de anotar quién picaba a quién, y por ello se conoció después como «peck-order» (orden de picoteo). El término pronto entró en el vocabulario general ya que se reconoció su relevancia en los asuntos humanos. Y a pesar de que es cierto que, de muchas maneras, los órdenes de picoteo son similares a las categorías en, por decir, el ejército, las universidades, la iglesia o en las reuniones de juntas; es también verdad que ni en el caso humano ni en el animal, es algo tan simple o inmutable como pueda parecer a primera vista. Las grajillas pueden tener relaciones triangulares en las cuales A es dominante respecto B, y B es dominante respecto a C, pero cuando C se encuentra con A se convierte en el ganador. A veces se producen alianzas: B y C se unen para vencer a A. Al llegar la estación de cría, también se producen más complicaciones. Una hembra joven de grajilla, emparejada con un macho de rango muy superior, asumirá su categoría y la explotará. Entonces, incluso cuando un bando de grajillas ha establecido sus jerarquías, es difícil predecir el resultado de un encuentro.
Los «caciques», miembros de color negro y amarillo de la familia de la oropéndola que viven en América del Sur, tienen dos jerarquías separadas: una para los machos y otra para las hembras. Los nidos sólo los construyen las hembras. Tejen construcciones alargadas en forma de porra que suspenden de las ramas de un árbol y compiten unas con otras por los mejores sitios. Prefieren anidar en árboles que estén en pequeñas islas de difícil acceso para los intrusos, como las serpientes o los monos. También suelen construirlo cerca de los nidos de avispas grandes, ya que éstas aceptan la presencia de las aves pero defienden sus propios nidos de los ladrones, y al mismo tiempo los nidos de los pájaros que cuelgan entre ellos. Hasta un centenar de hembras de cacique pueden construir sus nidos en el mismo árbol. La escasez de lugares disponibles las fuerza a agruparse en un mismo sitio, pero anidar en colonias también es una ventaja para ellas, ya que todas juntas pueden repeler a un intruso.
A pesar de todo, se producen ataques. Un mono capuchino errante puede acercarse hasta allí. Un tucán puede llegar volando y, si se presenta la oportunidad, tomará un huevo o un pollo. Entonces el mejor sitio para una hembra es en el centro de la colonia, tan cerca como sea posible del nido de avispas. La mayoría de los ladrones habrán sido repelidos antes de que puedan llegar allí. Las hembras, por tanto, luchan unas con otras para poseer este sitio. Con gran ferocidad se pelean en el aire, a veces cayendo al suelo sujetándose con picos y garras. El ave mayor es la ganadora, pero en cuanto una hembra ha ganado un lugar, se le concede un cierto grado de respeto. A medida que envejece, tiende a perder algo de peso, pero las recién llegadas, que pueden ser mayores y más fuertes, cederán ante ella de todos modos.
Los caciques machos tienen su propia jerarquía. Se cuelgan en torno al árbol del nido, mostrando sus obispillos amarillo dorados y pestañeando sus ojos azules, a veces cortejando a una hembra u otra de forma competitiva hacia otros machos. Se pelean en el aire y se posan en las ramas, uno frente al otro, chillando. En estas pugnas se produce un ganador, y en cualquier encuentro posterior entre ambos contendientes, el pájaro derrotado aceptará la superioridad del otro.
Tan pronto como una hembra finaliza la construcción de su nido y está a punto de realizar la puesta, los machos compiten para aparearse con ella. La batalla es vigorosa e intensa, a veces confusa, ya que pueden estar implicados hasta una docena de machos. Después del apareamiento, durante los próximos cinco días, el macho vencedor permanecerá a menos de uno o dos metros de la hembra, al cabo de los cuales ella habrá completado la puesta de su nidada. De esta forma previene que otros machos fertilicen alguno de los huevos. Después se busca otra pareja. Si descubre una hembra que acaba de aparearse con un macho joven al cual ya había vencido antes, lo expulsará y reclamará a la hembra.
Los monos son tan activos, inteligentes, inventivos e inquisitivos que, cuando viven en grandes grupos, desarrollan estructuras sociales complejas. Los babuinos viven en las sabanas del África Oriental, en comunidades que pueden llegar a estar formadas hasta por un centenar de individuos. Su sociedad está construida alrededor de las hembras. Entre ellas, la superior es una de las más viejas. Sus hijas tienen un rango muy similar al suyo y son superiores a las hijas de cualquier otra hembra. La subordinación entre ellas está marcada por una «mueca de temor», una clase de sonrisa nerviosa, y por levantar la planta del pie apuntando hacia atrás, alzando al mismo tiempo la cola verticalmente.
Los machos son el doble de grandes que las hembras y parecen mucho más poderosos, ya que poseen grandes caninos. Pero su posición en la tropa depende de sus relaciones con las hembras. Un macho joven, ya sea del propio grupo o que ha llegado a él procedente de otro, debe formar una unión con una hembra antes de que se le conceda una plaza permanente. Esto lo consigue haciendo ruidos insinuantes a su pareja escogida, y besándose los labios cuando se encuentran. La relación puede necesitar varios meses para establecerse, pero él sabe que está teniendo éxito cuando ella permite que la acicale, lo cual hace peinando su pelambrera con los dedos y dientes, cogiendo escamas de la piel y garrapatas con una asiduidad y frecuencia que sobrepasan los límites de lo necesario. Una vez establecida la asociación, él pasa mucho tiempo con ella y su familia, durmiendo y alimentándose juntos, por lo que se le conceden muchos de sus privilegios.
Pero también tiene que justificar su posición aceptando los desaños de los otros machos. Estas luchas tienen su propio vocabulario de amenaza y sumisión. Una amenaza se realiza mostrando los caninos en un enorme bostezo; una sumisión, dándose la vuelta y mostrando las partes traseras. La confirmación del resultado de un encuentro puede ser realizada por el macho dominante agarrando al más joven por la cintura y montándolo en un gesto que, de tomar parte entre macho y hembra, sería el preliminar de la cópula.
El orden social en la tropa se hace más complicado porque una hembra puede tener más de un macho amigo. Dos son bastante frecuentes. No sólo eso, sino que un macho puede tener también relaciones íntimas con más de una hembra, aunque restringe su atención a aquellas que son de la misma familia. Los investigadores humanos encuentran grandes dificultades en clasificar estas relaciones lo suficiente como para predecir el resultado de cualquier encuentro, y si se observa una tropa de babuinos, uno puede consolarse pensando que los propios babuinos tampoco lo ven tan claro. Constantemente están buscando la confirmación del rango del otro, y durante los períodos de descanso o mientras se alimentan hay un continuo intercambio de amenazas bostezantes, sonrisas nerviosas y presentaciones sumisas de traseros.
Cuando la manada se desplaza, cada individuo tiene su propia posición, la cual viene determinada por su edad y sexo así como por su propio rango. Las hembras adultas, con sus machos acompañantes y sus retoños, viajan en el lugar más seguro, el centro de la tropa. Los machos jóvenes viajan al lado de aquellas hembras de su familia que tienen crías, prestos a darles una especial protección y ayuda. Los machos más jóvenes e inexpertos, en el extremo inferior de la jerarquía, actúan como exploradores al frente de la manada, vigilando a cualquier enemigo, como el leopardo, que puede estar al acecho. Estos jóvenes afrontan los mayores peligros. Si la tropa es atacada, soportan lo peor del ataque. Si quedan rezagados del gran grupo y tienen problemas de alguna clase, ninguno de los demás regresará para ayudarlos. Son los jóvenes héroes, el valor de los cuales puede salvar a la tropa entera.
Una cuestión muy debatida es hasta qué punto este papel les es impuesto o si por el contrario ellos voluntariamente, de forma altruista, se sacrifican por el bien de la comunidad. Los padres se sacrifican por sus hijos de forma regular y voluntaria. Los mantienen alimentados cuando la comida es escasa, incluso cuando ellos mismos pueden estar hambrientos. Arriesgan sus vidas con regularidad para proteger a sus crías. Esto no debe sorprendernos, ya que al hacerlo están consiguiendo el principal objetivo de sus vidas: la transmisión de sus genes a la siguiente generación. Pero un animal que se sacrifica a sí mismo altruistamente por otro individuo no relacionado con él, presenta un gran problema para la teoría evolucionista aceptada. Por su propia naturaleza, si aparece en un individuo, esta tendencia al autosacrificio será improbable que pase a la siguiente generación, ya que su portador dejará menos progenie que otros que actúen más egoístamente. Por consiguiente, el comportamiento altruista desaparecerá en el transcurso de la selección natural.
A pesar de todo, existe un animal que, en ocasiones, parece comportarse de esta forma desinteresada. Por raro que parezca, se trata del vampiro. Un vampiro se alimenta de sangre y de nada más. Cada noche necesita beber al menos la mitad de su peso corporal. Conseguirla no es fácil. El murciélago debe posarse en un mamífero, un caballo o una vaca, detectar con su nariz sensible al calor el lugar preciso donde hay vasos sanguíneos próximos a la superficie y entonces rasurar la piel con sus dientes incisivos triangulares. Su saliva contiene un anticoagulante que asegura que la herida permanecerá abierta el tiempo suficiente para acabar su comida, así como un anestésico que reduce la probabilidad de que su víctima sea irritada por estas operaciones y se lo quite de encima. Para llenar su estómago necesita beber durante unos veinte minutos. Para hacer todo esto necesita suerte y habilidad, y un tercio de los vampiros inmaduros en una colonia pueden fallar por completo en alimentarse cada noche. Incluso el 7% de los adultos experimentados fracasarán. Si un individuo no obtiene sangre durante dos noches seguidas, morirá.
Las hembras de vampiro viven en pequeños grupos de alrededor de una docena de ejemplares. Durante la mayor parte del año tienen con ellas a una joven cría. No sólo les proporcionan leche sino que, cuando regresan con éxito de una incursión nocturna, regurgitan sangre para ellas. Pero en el dormidero, un vampiro con el estómago lleno también dará sangre a otro adulto que no haya conseguido alimentarse. El receptor puede ser un pariente -una hermana, una hija o una madre-, en cuyo caso el comportamiento es explicable en términos evolutivos, ya que los parientes comparten una elevada proporción de sus genes. La acción, entonces, ayuda a la propagación de genes de la misma forma, si bien en menor medida, que como lo hace un padre cuidando de sus hijos. Pero investigaciones detalladas usando técnicas genéticas de dactilografía mostraron que a menudo los que son alimentados no guardan ningún tipo de parentesco. ¿Entonces nos encontramos ante un ejemplo de comportamiento desinteresado o existe alguna ventaja para el individuo que actúa de esta forma?
El dar sangre a un compañero hambriento beneficiaría al vampiro si se asegura que, cuando él tenga mala suerte y no consiga alimentarse, el receptor se comportará de la misma forma. Y resulta que esto es lo que ocurre. Aunque la docena aproximada de vampiros de un grupo se desplacen de un dormidero a otro, lo hacen en grupo, y un individuo colgará cerca o incluso al lado de un compañero habitual. Estos individuos particulares no pueden ser descritos sino como amigos, ya que se acicalan y se reconocen por el característico sonido de sus voces. Un tramposo que solicite sangre y la tome pero no pague la deuda cuando le sea requerida, será pronto detectado. Así, la cesión de sangre entre estos amigos no emparentados es una forma recíproca de altruismo que beneficia a ambos compañeros. Es, por tanto, una característica que puede ser seleccionada y fortalecida por el proceso de la evolución.
El altruismo entre parientes es mucho más común. La docena de mangostas enanas que hacen su hogar en un termitero están casi todas emparentadas. La mayoría son los hijos de la pareja reproductora que fundó originariamente el grupo, pero mientras esas dos están aún con vida y produciendo crías, ningún otro miembro del grupo se reproducirá. En cambio estos jóvenes dedicarán su tiempo a vigilar a los cachorros y ayudar al bienestar y la seguridad del grupo en su conjunto.
Algunos machos jóvenes actúan como centinelas. Cuando la familia se desplaza, buscando escarabajos y otros insectos, trepan a lo alto de los arbustos y de los termiteros, examinando el terreno cercano y los cielos en busca de enemigos. Su mayor peligro proviene de los gavilanes. Si ven alguno, silban una alarma y todo el mundo se refugia, escabulléndose debajo de sus túneles si están cerca o escondiéndose entre los matorrales. Cuando el peligro pasó y el grupo reanuda su búsqueda, otros tomarán el relevo en la guardia de manera que todos tienen la oportunidad de alimentarse.
Los cachorros que son demasiado pequeños para aventurarse en esas expediciones permanecen en el termitero. Allí son vigilados por otros miembros del grupo: las hembras jóvenes. Estas acicalan y juegan con sus tutelados, reprendiendo a alguno que se aleja demasiado de los agujeros de entrada. Cogen insectos para ellos. Incluso es más notable el hecho de que las jóvenes hembras que nunca han estado preñadas producen leche en sus pechos y los amamantan, un extraordinario fenómeno que sólo se ha observado de otra forma en elefantes asiáticos cautivos.
Las mangostas enanas se encuentran tan en peligro de ser cazadas que si no trabajasen en equipo, les sería muy difícil combinar al mismo tiempo la necesidad de protegerse a sí mismas, cuando se encuentran fuera husmeando, y la de alimentar y cuidar a las crías. Que el hijo mayor de la pareja fundadora ayude de esta manera es comprensible, ya que al hacerlo está ayudando a propagar sus propios genes. Pero algunos miembros del grupo son inmigrantes de otras familias, sin parentesco con ellos. ¿Por qué deben ayudar? Quizá porque si lo hacen entonces son capaces de alimentarse de forma más segura en este grupo protegido; o porque son mayores que los otros ayudantes del mismo sexo y, por consiguiente, cuando los fundadores mueran, son los que tienen mayores posibilidades de mandar en la colonia y reproducirse. Si esto ocurre, entonces sus futuros hijos serán vigilados por los jóvenes que ahora ellos mismos están ayudando a crecer.
Un mamífero llevó esta división del trabajo en el seno de la familia hasta límites extraordinarios. Es un animal al que no se ve nunca en libertad, ya que pasa toda su vida bajo tierra, en largos túneles que, entre curvas y ramificaciones, pueden extenderse casi dos kilómetros. En la superficie, los únicos signos de su presencia son los cráteres de tierra, de unos treinta centímetros más o menos, de los cuales de vez en cuando salen expulsados chorros de tierra fresca. Son los montones de desecho de las ratas-topo desnudas. Estos animales son del tamaño de una pequeña rata común, pero parecen algo menores debido a la total ausencia de pelaje. Su piel es rosada, arrugada y con bolsas. Presentan dos pares de enormes dientes incisivos parecidos a pinzas que sobresalen tanto del extremo de la mandíbula que sus labios se cierran detrás de ellos, permitiendo al animal morder el suelo mientras cava sus túneles sin que la tierra le entre en la boca. Sus ojos son diminutos y, en cualquier caso, son de poca utilidad para sus dueños, ya que la mayor parte de su vida transcurre en total oscuridad y sólo vislumbran alguna claridad cuando están cerca de los agujeros de salida. Cuando corren marcha atrás, lo cual deben hacer con frecuencia en estos túneles tan estrechos, usan sus largas colas osificadas a modo de antenas, meneándolas de un lado a otro.
El país donde viven es muy árido durante la mayor parte del año y en esas áreas es normal que muchas de las plantas que allí viven almacenen agua en tubérculos subterráneos. Algunos son tan grandes como pelotas de fútbol, y son éstos los que proveen a las ratas-topo la mayor parte de su comida. Sin embargo, las plantas crecen en una forma dispersa y al azar. Como las ratas-topo no tienen manera de descubrir dónde se encuentran, deben excavar muchos metros de túnel antes de que, por suerte, tropiecen con una. Entonces la aprovechan. Primero cortan un agujero en la corteza para luego ahuecar la pulpa central dejando el resto de la piel intacto. Aunque esto quita a la planta la mayoría de sus reservas de alimento, no la mata y, a veces, las ratas bloquearán el túnel, permitiendo a una planta saqueada que se recupere. Después, más adelante, volverán.
Los miembros de la comunidad de ratas-topo varían de tamaño. El menor, de unos ocho centímetros de largo, trabaja excavando nuevos túneles y limpiando los viejos. Al tiempo que se excava un nuevo túnel en la tierra, una línea de estos obreros, trabajando en equipo, empuja la tierra desprendida hacia atrás hasta que alcanza una de las salidas. El último de la línea es responsable de enviarla fuera, construyendo así el cráter alrededor del agujero. Cada rata-topo joven, cuando tiene tres meses de edad, se une a esta categoría de trabajadores.
A medida que se hacen mayores, algunos de estos obreros ascienden al rango superior. Son un poco mayores y trabajan sólo la mitad, pasando la mayor parte del tiempo holgazaneando en la cámara nido central.
Un tercer grupo son aún mayores e incluso más gandules. No hacen nada más durante casi todo el tiempo que no sea dormir en la cámara nido. Pero tienen una misión especial. Ellos son los soldados de la colonia. A pesar de que los obreros bloquean las salidas, excepto cuando se está expulsando la tierra, a veces una serpiente consigue colarse en el interior de los túneles. Los obreros chillan atemorizados y se escurren hacia la cámara central buscando refugio. Esos soldados, entonces, se abalanzan contra el enemigo y lo atacan sin miedo, mordiéndolo con sus dientes pinza que son capaces de matarlo.
Todas estas castas -obreros, semiobreros y soldados- tienen tanto machos como hembras. Pero la sexualidad de casi todos ellos está inactivada. En la comunidad sólo está sexualmente activa una hembra. Es la reina. Puede vivir trece años y producir una camada cada once semanas. Cada camada contiene una docena de crías. Sus cónyuges son uno o dos machos escogidos de la casta de soldados. Su potencia sexual recién adquirida, sin embargo, no dura demasiado. El esfuerzo desarrollado parece desgastarlos y al cabo de más o menos un año de actividad, mueren y son reemplazados por otros del mismo grupo.
La reina no excava ni está involucrada en la defensa de la colonia. Cuando las crías son destetadas, las entrega a los semiobreros, que son sus los hermanos y hermanas mayores de estos pequeños, quienes los alimentan con fragmentos de tubérculo masticados. Aparte de dar a luz y amamantar, lo cual hace en la cámara nido, la reina pasa la mayor parte de su tiempo patrullando los túneles y hostigando a sus súbditos, mordisqueando a algunos, sobre todo a las hembras, y acariciando con el hocico a otros. En el caso de que muera, será reemplazada por una de las semiobreras.
¿Cómo se las arregla para mandar en este despótico imperio que impide alcanzar la madurez sexual a la mayoría de sus hijos? La respuesta se encuentra en sus excrementos. En la red de túneles hay zonas especiales para letrinas donde todos van a defecar y orinar, incluyendo la reina, cuya orina contiene un supresor hormonal. Cuando los obreros visitan la letrina, se untan asiduamente la piel desnuda con esta sustancia, y este simple acto los condena a una vida de servidumbre.
¿Y qué ventajas tiene para un trabajador el ser un miembro de esta comunidad cuando el resultado es la pérdida de su sexualidad? En primer lugar, le permite vivir en zonas que de otro modo estarían cerradas para él, ya que un animal solo, o incluso una pareja, difícilmente podría perforar los túneles necesarios para alcanzar los grandes tubérculos. En segundo lugar, incluso considerando que es estéril, está ayudando a la propagación de sus genes, ya que muchos, sino todos, de los pequeños de las guarderías de la colonia son sus hermanos y hermanas directos; y cada uno de ellos tiene, al menos, la mitad de sus genes. Esta es la misma proporción que tendrían sus propios hijos si se emparejaran con un individuo de fuera de la comunidad.
Nosotros desconocemos qué sendas de la evolución recorrieron los roedores ancestrales que llevaron al desarrollo de esta extraña sociedad, ni las circunstancias exactas que lo hicieron necesario o deseable. Sean las que fueran, han ocurrido varias veces en la historia de la vida. Los roedores, siendo mamíferos, están entre los últimos grupos animales que aparecieron en la Tierra y son los que han seguido esta ruta más recientemente. Los insectos tienen una historia mucho más larga. Eran ya abundantes hace doscientos cincuenta millones de años, y varios grupos de ellos empezaron a vivir en grandes comunidades. Los miembros de la familia de las cucarachas fueron los primeros en hacerlo. Fueron los antepasados de las termitas de hoy. Hace setenta millones de años, las emparejadas familias de avispas y de hormigas eran florecientes y cada una de ellas también, de forma independiente, evolucionaron hacia esta forma de vida.
La hormiga cortadora de hojas de América del Sur tiene una de las comunidades más complejas. Desde varios puntos de vista, importantes y significativos, las cortadoras de hojas y las ratas-topo tienen vidas similares. Primero, ambas viven bajo tierra, por lo que están capacitadas para defender sus colonias con una pequeña fuerza de soldados especializados. Segundo, las dos han concentrado la responsabilidad de la reproducción en un solo individuo, un hecho arriesgado para que una comunidad lo haga en la mayoría de las circunstancias, pero en la seguridad casi absoluta de una fortaleza subterránea lo es mucho menos. Y tercero, ambas tienen hembras reproductoras que viven muchos años, de manera que sus hijos adultos estériles son capaces de asistir al desarrollo de las generaciones posteriores.
Pero mientras que las ratas-topo obreras son capaces, en algunos casos, de ascender de una casta a otra, las hormigas obreras están irrevocablemente fijadas en las suyas, y mientras que la comunidad de ratas-topo contiene varias docenas de individuos, una colonia de cortadoras de hojas contiene varios millones.
Las cortadoras de hojas resuelven el difícil problema de digerir la celulosa, que forma una gran parte de los tejidos vegetales, cultivando un hongo que lo haga para ellas, al igual que muchas termitas, incluyendo las especies belicosas, lo hacen en África. En América, sin embargo, las cortadoras de hojas inventaron la técnica por sí mismas y no usan vegetación muerta sino hojas y tallos cortados de plantas vivas.
El nido de una colonia de cortadoras de hojas es gigantesco. Por encima parece que sea un pequeño montículo de tierra muy pelada, elevada en el centro unos 90 o 120 centímetros respecto a su alrededor, pero bajo tierra desciende hasta los cinco metros en un laberinto de cámaras y pasadizos. Senderos bien aplanados de varios centímetros de ancho salen de alguno de los miles de agujeros que siembran la superficie del montículo y se extienden por el bosque cercano hasta un centenar de metros. A lo largo de ellos, día y noche, marchan continuas procesiones de hormigas, a veces de diez de frente, la mayoría cargando un pequeño fragmento de hoja recién cortada que sostienen en sus mandíbulas, y que enarbolan sobre sus espaldas como si fueran diminutas banderas.
Cuando llegan al interior del nido, arrojan su carga al suelo de una cámara y se apresuran a partir de nuevo, volviendo al lugar de la cosecha siguiendo un sendero oloroso dejado por los exploradores que encontraron el árbol y ahora reforzado más de un millón de veces por sus seguidores.
Los fragmentos abandonados en el nido son recogidos por una casta distinta de obreras. Mientras que las portadoras tienen el tamaño de moscas domésticas, con cabezas de 2,2 milímetros de ancho, ésas son algo menores, con cabezas que miden sólo 1,6 milímetros. Lamen los segmentos de hojas para eliminar cualquier espora o bacteria que puedan contener y que contaminarían los cultivos en el interior del nido, y los cortan aún más. Una casta de obreras todavía menores entra en funciones masticando los fragmentos hasta convertirlos en una pulpa húmeda, añadiendo pequeñas gotitas de fluido anal que ayudará a descomponer químicamente los tejidos de la hoja. El resultado de estas operaciones es llevado a unas cámaras jardín especiales. Cada una de ellas contiene una pelota de material esponjoso de color gris, cuyo tamaño varía desde el de una naranja al de un melón. Son los jardines de hongos. Las hormigas introducen cuidadosamente los fragmentos de hoja procesados en alguno de los múltiples agujeros que hay en estas masas. Aquí entran en acción las más diminutas y numerosas de todas las trabajadoras. Sus cabezas miden tan sólo 0,6 milímetros de ancho. Sólo estas enanas son lo suficientemente pequeñas para moverse en el interior de los jardines esponjosos. Trepan sobre las hojas, y con sus delicadas mandíbulas parecidas a fórceps arrancan manojos de micelios del hongo y los plantan en la superficie de la hoja macerada. El hongo crece muy rápido, cubriendo todo el fragmento de hoja con un tejido de fibras blancas en menos de veinticuatro horas. Las enanas atienden estos jardines con sumo cuidado, eliminando las fibras de hongos extraños que puedan llegar. A medida que el hongo madura, los extremos de las fibras se transforman en unas pequeñas protuberancias. Éstas son recolectadas por las obreras de todas las castas. Algunas se las comen allí mismo. Otras se las llevan de allí y alimentan a las larvas que están colocadas en las salas de guardería.
La comunidad está protegida aun por otra casta, los soldados. Éstos pesan trescientas veces más que las enanas y son tan grandes como abejas. Sus cabezas están abultadas para acomodar los músculos de sus enormes mandíbulas, con las cuales pueden cortar en dos a una hormiga intrusa y producir un doloroso corte en una mano humana. En el centro de este gran nido se asienta la reina. Comparada con toda su progenie, es gigantesca, tan grande como una cucaracha, y su vida entera, una vez ha establecido la colonia, se restringe a poner huevos. Al despegar en su vuelo nupcial, varios machos se aparean con ella mientras está en vuelo. El esperma entra en una bolsa especial de su cuerpo donde puede permanecer vivo y fértil durante toda su vida. De todas maneras, como muchos insectos, sus huevos sin fertilizar también pueden desarrollarse y algunas veces ella misma los produce cerrando el conducto que comunica el receptáculo de esperma con sus oviductos. Antes de que muera, puede poner hasta veinte millones de huevos, tanto fertilizados como sin fertilizar. Está atendida por una corte de obreras de tamaño medio que recogen los huevos a medida que surgen de su cuerpo y se los llevan a las salas de guardería. Los huevos sin fertilizar se convierten en machos. Cuando maduran, abandonan la colonia sin haber contribuido para nada a ella. La mayoría de la producción, sin embargo, son huevos fertilizados, los cuales se convierten en hembras. Su casta depende de la forma en que son tratados por sus niñeras y por el alimento que se les da. Una pequeña proporción se convierte en nuevas reinas fértiles, y ellas también, en la estación apropiada, dejarán el nido y volarán lejos con los machos para tener su oportunidad de establecer nuevas comunidades. Pero la inmensa mayoría permanece estéril y reforzará las filas de soldados y portadoras, procesadoras de hojas y enanas, todas ellas necesarias para que la colonia sobreviva.
La hormiga ancestral, cuando evolucionó por primera vez hace millones de años, debería haber sido una criatura solitaria, como todavía lo son hoy en día algunas especies. Sus vidas son cortas. Cada una debe, por sí misma, arreglárselas con las tareas esenciales para la vida: recolectar comida, evitar enemigos y reproducirse. Fallar en alguna de estas labores comportará la desaparición del individuo y de los genes que porta. Las cortadoras de hojas, al multiplicar su número y distribuir las distintas tareas en castas diferentes, mantienen todas estas actividades funcionando simultáneamente. Un fallo en cualquier aspecto será sólo temporal y será solucionado sin amenazar la supervivencia de la colonia. Una a una, y todas al mismo tiempo, se recolectan las hojas y se cultivan los jardines, se ponen los huevos, se mantienen las defensas y se crían las nuevas generaciones.
Visto desde cierta perspectiva, puede parecer que aquí altruismo y autosacrificio han alcanzado su apogeo, con millones de individuos anteponiendo su completo desarrollo para servir a uno solo, su reina. Visto de otra forma, la colonia de hormigas no es una comunidad sino un único individuo, un superorganismo cuyos miembros son tan idénticos genéticamente que pueden ser considerados un solo cuerpo. Es un superorganismo que vive no sólo un año o dos, como haría un simple individuo, sino varias décadas. Es tan seguro, que sólo sus tentáculos especializados se adentran por el bosque y su vasta masa nunca aparece por encima de la superficie para nada. Y explota las plantas de su entorno con una eficiencia sin rival y con una inexorable persistencia. En una sola noche puede desnudar un arbusto de todas sus hojas y recolectar pétalos de flores de las ramas más altas de un árbol. Los señores del país donde vive no son ni los monos comedores de hojas, ni los pájaros frugívoros, ni los batallones de polillas ni tan siquiera los hombres tratando de cultivar cosechas en el terreno de las comedoras de hojas. Es la diminuta hormiga, que, multiplicándose y organizándose en una sociedad, se ha convertido en un monstruo.