3. ENCONTRANDO COMIDA
Los animales tienen que matar para comer. A diferencia de las plantas, no pueden construir su cuerpo únicamente a base de minerales tomados de la tierra y gases extraídos del aire. Tienen que comer plantas. Algunos las consumen directamente; otros lo hacen indirectamente, devorando a los animales que comen plantas. Ni las plantas ni los animales consienten que se les coma. Por lo tanto, para un animal, encontrar su alimento puede ser una dura y constante prueba.
Algunas plantas, sobre todo hierbas, pueden consumirse sin mucha dificultad y con poco esfuerzo, pero muchas otras se defienden. Esto se hace muy evidente si uno se encuentra hambriento en una pluviselva tropical. Está rodeado por el conjunto más abundante y variado de plantas del mundo, por lo que, aquí más que en ningún otro lugar, debería ser fácil recolectar una comida vegetariana. Pero los troncos y tallos del entorno están armados con tremendas espinas y garfios; las raíces están llenas de veneno; las hojas, repletas de pinchos. Entonces uno se da cuenta de que alimentarse a base de plantas puede requerir habilidad y conocimientos.
Los animales herbívoros, poseen ambas cosas. Los monos lanudos consumen sobre todo hojas y pasan largas horas cada día sentados en las copas a treinta o más metros de altura, cogiendo hojas y llenándose la boca con ellas; pero no lo hacen de cualquier manera: examinan cada hoja, volviéndola, oliéndola a veces, desechando una, quedándose otra. Están obligados a hacer esto porque la mayor parte de los árboles de la selva se protegen contra los atacantes mediante una savia venenosa. El veneno aparece un poco después de que la hoja haya brotado, por lo que los monos pueden evitar sus peores consecuencias si sólo comen hojas jóvenes. Pero aun así no pueden eludirlas por completo y al cabo de un rato su estómago ya no puede tolerarlo; entonces abandonan ese árbol y se instalan en otro de una especie diferente, cuyas hojas también tendrán su propia toxina, pero como será algo distinta desde el punto de vista químico, los monos podrán tomar otra ración de hojas.
Algunas plantas tienen venenos más virulentos. El algodoncillo de América del Norte al dañarse exuda una savia lechosa que al salir se solidifica y ayuda a reparar la herida. También protege a la planta de una forma más general pues tiene un gusto tan amargo y es tan venenosa que muchos animales no se la comen. Las vacas, los ciervos y los caballos ni la tocan, pero algunos insectos han encontrado la manera de comerse las hojas. Los escarabajos, cuando aterrizan en una, cortan inmediatamente el nervio central. El látex fluye de la herida y cae al suelo sin representar ningún peligro; el escarabajo entonces puede comer los tejidos que están por encima del corte a los que el látex ya no puede llegar. Algunas especies de orugas no sólo cortan el nervio de esta manera sino que recortan un círculo por la parte inferior de la hoja y sólo se alimentan detrás de este foso protector.
Las orugas de la mariposa monarca, pueden alimentarse del algodoncillo sin tomar esas precauciones. Junto con muy pocos insectos más han adquirido inmunidad al veneno. Este notable logro bioquímico representa ventajas importantes. Como casi todos los demás animales rehuyen el algodoncillo, las orugas de la mariposa monarca tienen toda la hoja para ellas. Además, almacenan el veneno en sus tejidos, por lo que adquieren la protección que éste representa y los pájaros encuentran tan desagradables a las orugas como los herbívoros a la planta. Como las orugas ostentan colores muy llamativos, los pájaros en seguida reconocen que no son comestibles y las dejan en paz. Las moléculas del veneno siguen siendo activas y potentes incluso después de que las orugas han reorganizado su cuerpo y se han transformado en mariposas. Como todavía tienen la toxina en su organismo, los adultos, igual que las orugas, son de vivos colores y los pájaros no las molestan.
Pero las cosas no siempre son tan difíciles para los vegetarianos. En realidad algunas veces las plantas incitan a los animales a comer de ellas. Tienen que transportar el material genético -el polen- de una planta individual a otra, y están preparadas para sacrificar una parte importante de él como alimento de quien realice el trabajo. Para anunciarlo, rodean el polen y las anteras que lo producen con los vistosos pétalos de la flor.
El abejorro posee un complejo mecanismo recolector de polen. Es muy peludo y los pelos de su cuerpo están recubiertos de ganchos microscópicos que capturan la menor partícula de polen mientras el abejorro se afana en la flor. Cuando se va volando, empieza a adecentarse el pelo mediante unos peines de cerdas que se encuentran en la mitad inferior de las patas posteriores. Tras hacer esto se frota ambas patas posteriores entre sí, retira el polen acumulado en el peine mediante un cepillo rígido presente en el extremo de la pata y lo traslada a un profunda concavidad de la parte superior de la pata contraria. Esta concavidad está rodeada por una empalizada de largas cerdas formando una cestilla; en ella el abejorro apelmaza el polen con ayuda de las patas centrales, moldeándolo en torno a una fina protuberancia que allí se encuentra, de forma que cuando vuelve al nido después de una salida fructífera, tiene un brillante botón amarillo de comida en cada pata posterior.
En la mayor parte de las flores, las anteras liberan el polen hendiéndose longitudinalmente y dejando que éste salga. Sin embargo, las de la belladona, el tomate y otras varias plantas dejan salir el polen por un pequeño orificio del extremo, a través del cual salen unos pocos granos cada vez. Esto es demasiado poco para los abejorros. Cuando uno de ellos aterriza en una de estas flores, sujeta el conjunto de las anteras con las seis patas y hace vibrar sus músculos tan vigorosamente que todo el cuerpo se agita con un fuerte zumbido y el polen sale de las anteras como la sal al sacudir un salero.
Una parte de ese polen se desprende cuando el abejorro visita otra flor, pero si tenemos en cuenta que muy pocos granos bastan para dar lugar a la fecundación y que el abejorro puede recoger dos millones en un solo viaje, queda claro que el precio que paga la planta por el transporte es muy alto.
Los granos de polen, que consisten sobre todo en precioso material genético, son costosos de producir para la planta, por ello muchas flores ofrecen además, o en su lugar, un pago que es más barato porque no es más que agua azucarada: el néctar. Fabrican este líquido en los nectarios, que se encuentran en la parte más profunda de las flores. Allí el néctar no se evapora tan rápido como lo haría si estuviera en una posición más expuesta, ni tampoco pierde su dulzura diluyéndose con agua de lluvia. Esta disposición asegura que los insectos que acuden a alimentarse del néctar, aunque no busquen nada más, queden recubiertos del polen que a la planta le interesa que transporten. Las abejas recolectan el néctar además del polen sorbiéndolo con sus piezas bucales tubulares y transportándolo en el estómago hasta la colmena, en cuyos panales lo almacenan en forma de miel.
La limitación de este tipo de comida, desde el punto de vista de un animal, es que sólo está disponible durante el corto período en que las plantas están en flor. Por ello, las mariposas, que se alimentan de néctar en su forma adulta, sólo pueden estar activas durante el verano y las abejas tienen que trabajar para recolectar todo el néctar y todo el polen que sea posible mientras los haya y almacenando lo que no necesiten para alimentar a la colonia durante la época de escasez.
Las hormigas odre de Australia central tienen un problema de almacenamiento parecido; lo resuelven convirtiéndose algunas de ellas en recipientes. Estas obreras especializadas, que los entomólogos llaman repletas, nunca salen del hormiguero, sino que viven en galerías a dos metros de profundidad bajo la tierra roja. Cuando las obreras que han recolectado en el exterior vuelven con el buche lleno de néctar, lo transfieren a una repleta, que se hincha hasta que su abdomen, al principio no mayor que un grano de arena, alcanza el tamaño de un guisante grande. La pequeña cabeza y las patas sobresalen en un costado pero ya no pueden caminar. Lo único que pueden hacer es sujetarse al techo de su galería, donde centenares de ellas cuelgan en hilera. Cuando llega la estación seca y el alimento escasea, las obreras activas de la colonia visitan esta despensa viviente y acarician a las repletas con las antenas hasta que regurgitan algunas gotas. La mayor parte de animales que viven en tierras donde hay una estación sin flores y carecen de sistemas de almacenamiento, sólo pueden disponer del polen y el néctar como un complemento estival a su alimentación. En África del Sur, los pequeños ratones de las rocas toman néctar -al tiempo que las polinizan- de algunas especies de Protea que, para mayor facilidad, tienen las flores cerca del suelo y mirando hacia abajo. En Madagascar hay salamanquesas que lamen el néctar de las flores de palma. En Europa los herrerillos lo toman de la Fritillaria, la única planta europea de la que se sabe que es polinizada por un ave. Algunas especies de murciélagos frugívoros también sorben néctar si lo encuentran. La plantas que dependen de ellos para la polinización sólo abren sus flores de noche. Son de color pálido para que se las vea mejor en la oscuridad.
Puesto que los animales como éstos se alimentan de otras cosas en otras épocas del año, no pueden disponer un aparato especializado recolector de néctar, porque eso haría difícil, si no imposible, alimentarse de otras sustancias. Pero en los trópicos se pueden encontrar flores de uno u otro tipo durante todo el año, por lo que ahí existen animales que hacen del polen y del néctar su principal fuente de alimento y han adquirido órganos muy eficaces para recogerlos.
Varios grupos de aves lo consiguieron. Los loris, una rama de la familia de los loros, poseen una lengua con pequeñas papilas en su superficie que pueden erigirse, formando así un cepillo con el que barrer el néctar. Los colibríes de América del Sur y los suimangas de África están equipados de manera distinta. No tienen la lengua en forma de cepillo, sino que es muy larga y dividida en dos desde la mitad hasta la punta. Antes se pensaba que estas aves la utilizaban como si bebieran con un popote; en realidad, lamen el néctar metiendo y sacando la lengua con rapidez de la flor, en el caso de los colibríes a una velocidad de trece veces por segundo.
A la planta no le interesa proporcionar cantidades abundantes e ilimitadas de néctar. Le conviene más que el ave, en lugar de hacer una visita y saciarse, vuelva más o menos cada hora, día tras día. Así quedará espolvoreada con sucesivas cargas de polen a medida que vayan madurando y las distribuirá a otras flores de la misma especie que se encuentren en su territorio. Heliconia, un tipo de plátano salvaje sudamericano, produce largos tallos colgantes con hileras de flores espinosas en cada lado; las flores maduran una después de otra empezando por las más viejas de la parte superior. Esas flores producen unas pocas gotas de néctar cada vez. El colibrí que se alimenta de él se ve obligado a visitar muchas plantas una detrás de otra. Cuando el nectario se ha vaciado, tarda un tiempo en volverse a llenar; si el colibrí vuelve demasiado pronto, no tendrá suficiente alimento para compensar el gasto de energía que habrá efectuado para desplazarse hasta la flor; por otra parte, si tarda demasiado, un ave rival puede habérsele adelantado. Por lo tanto, un colibrí especializado en alimentarse de Heliconia tiene que recorrer todo un grupo de plantas visitando cada conjunto de flores de manera rotatoria según un horario prefijado.
El suministrar la recompensa en pequeñas cantidades no es la única restricción que imponen las plantas para obligar a sus transportadores de polen a prestar el servicio que ellas necesitan. El polen que va a parar a una planta de diferente especie no sirve para nada; es preferible que los mensajeros lo lleven a plantas del mismo tipo donde se unirá con los óvulos para formar las semillas; por eso las flores ocultan el néctar tras obstáculos de los que sólo un pequeño grupo o incluso una sola especie tienen la llave, la cual es de un diseño tan especializado que para su propietario es difícil, si no imposible, usarlo en otra flor.
Algunas flores sudamericanas tienen forma de trompeta curva: sólo los colibríes que tienen el pico curvo pueden libar en ellas, éste encaja tan ajustado como un alfanje en su vaina. Una orquídea de Madagascar, Angraecum, segrega su néctar en un espolón tubular verde de treinta centímetros de longitud que cuelga del labio de una flor blanco-verdosa en forma de estrella. Sólo los dos centímetros del fondo de esta estructura contienen néctar. Cuando fueron observadas por primera vez en el siglo xix los naturalistas quedaron desconcertados de cómo un animal podía alimentarse de él. Charles Darwin, al llevarle la planta unos desorientados botánicos, predijo con total confianza que, teniendo en cuenta el tamaño y el color de la flor, su polinizador debía ser una mariposa nocturna y que, por extraño que pudiera parecer, tendría una trompa de treinta centímetros de largo. Los entomólogos de la época dijeron que esa idea era disparatada. Cuarenta años después se descubrió tal mariposa nocturna gigante y para conmemorar la predicción de Darwin, como parte del nombre científico se le atribuyeron las palabras «forma predicta».
Pero esos obstáculos no son suficientes para detener a todos los animales hambrientos que desean apoderarse del néctar. Donde hay cerraduras hay ganzúas. Las abejas carpinteras utilizan sus mandíbulas en forma de sierra para perforar los lados de las flores y llegar a los nectarios; todo un grupo de aves sudamericanas emparentadas con las tanagras son conocidas como perforadoras de flores porque hacen eso. En la parte superior del pico tienen un gancho que sujetan a la flor, entonces hacen servir la mandíbula inferior, más corta y en forma de aguja, para hacer un corte en la flor a través del cual introducen la lengua; ésta, aunque no puede compararse con la lengua de un colibrí, es tan larga como para saquear los nectarios desde esa posición.
Más avanzada la estación, las plantas les ofrecen a los animales una comida de diferente tipo y por distintas razones. Después de que las flores hayan sido fecundadas se desarrollan las semillas; también éstas tienen que dispersarse porque es mejor que la siguiente generación crezca alejada de la planta madre, donde no le perjudique su sombra ni le priven de alimento sus raíces. Ciertas semillas son tan ligeras como para que se las lleve el viento, pero las más grandes sólo las pueden transportar animales y, una vez más, el pago es en forma de comida.
Las higueras engloban sus numerosas semillas en infrutescencias de dulce pulpa; cuando una de las que viven en las selvas sudamericanas da fruto, acuden manadas de animales desde kilómetros a la redonda. Estos higos no son mayores que una bellota, pero hay enormes cantidades de ellos y todo tipo de animales los encuentran irresistibles; una atmósfera de carnaval rodea dichos árboles. Los conflictos que en otro momento pueden existir entre los animales se olvidan durante el festín general. Los monos lanudos y aulladores, monos araña, capuchinos y titíes se agolpan para alcanzar los frutos. Las cotorras y los guacamayos los arrancan con el pico. Los tucanes los toman de uno en uno y los lanzan al aire para recogerlos en el fondo de la garganta. Las semillas contenidas en los frutos atraviesan el conducto digestivo de los comensales sin sufrir daño alguno y son defecadas, con suerte, a cierta distancia.
Sin embargo, para la planta puede ser un inconveniente que sus frutos sean muy digeribles. Como el fruto no es muy nutritivo en relación a su volumen, los animales que los comen deben consumir muchos; a menos que adquieran un estómago grande y engorroso, tienen que digerirlos pronto y eliminar los desechos: y eso es lo que hacen. Algunas aves frugívoras pueden tragar una fruta y cinco minutos después defecar los restos. A causa de ello, muchas de las semillas caen al suelo cerca de donde el animal las había recogido, frustrando las expectativas de la planta; pero por lo menos algunas permanecen en el estómago y los intestinos para que el animal, ya saciado, las lleve con él al partir.
Algunos animales tratan con semillas mucho más grandes. La nuez moscada, completa con su corteza comestible, es casi tan grande como un huevo de gallina, con un diámetro de unos cinco centímetros. La paloma imperial verde puede desencajar la mandíbula inferior -caso único entre las aves- y agrandar la boca no sólo vertical sino también horizontalmente y tragar una nuez moscada que es algo mayor que su propia cabeza. Las semillas de este tamaño permanecen en la molleja poco tiempo, el necesario para que la corteza se desprenda; luego el ave, quizá cuando se encuentre en un posadero habitual, regurgita la nuez moscada y ésta cae al suelo. La adaptación de esta paloma a alimentarse de objetos grandes es tan buena que semillas sólo un poco menores que la nuez moscada pasan a través del conducto digestivo y caen junto con una pequeña cantidad de excremento que les ayudará a crecer en el suelo del bosque.
Las semillas en sí, son más ricas en nutrientes que cualquier envoltura carnosa. Contienen alimento empaquetado para nutrir a las pequeñas plantas en las primeras etapas de su crecimiento, hasta que puedan producir el sustento por sí mismas mediante las hojas. Pero mientras que las plantas permiten a los animales un fácil acceso a la carne de los frutos, emplean fuertes medidas de protección para las semillas, encerrándolas en algún tipo de coraza.
Por otra parte, los animales hacen lo posible por explotar una fuente de alimento tan importante. Los cuervos y los carboneros sujetan pequeñas semillas con un pie y las abren golpeándolas con el pico. El picogordo, un tipo de pinzón, tiene un pico tan potente que rompe huesos de cereza e incluso de aceituna. La castaña del Brasil es una de las semillas mejor protegidas, pero también puede consumirse. El agutí, un roedor de patas largas que busca comida por el suelo de la selva, tiene unos dientes delanteros en forma de cincel con los que puede cortar la cáscara de la castaña del Brasil para sacar la apetitosa almendra.
Aun así, la castaña del Brasil no sale perdiendo del todo. Este árbol da frutos en grupos encajados entre sí como los gajos de una naranja y empaquetados en una «caja». Cuando la caja cae al suelo, se abre lanzando los frutos en todas direcciones. Si el agutí las encuentra, es posible que haya más de las que puede comer en una sentada, entonces las recoge guardándoselas en los abazones (carrillos). Luego entierra las que le han sobrado de una en una y en diferentes sitios de su territorio para recuperarlas más tarde cuando vengan tiempos peores. Pero la memoria del agutí a veces falla; no siempre recuerda dónde enterró cada una. Así, aunque el árbol no consiguió hacer sus semillas invulnerables, logró, a cambio de ciertas pérdidas, distribuir algunas de ellas.
Además, las plantas tienen otro sistema de impedir que los animales destruyan sus semillas: las envenenan. La estricnina, uno de los venenos más mortales, se obtiene de las semillas de un alto árbol de hojas perennes que vive en Asia tropical. Sus frutos son del tamaño y color de naranjas pequeñas: ardillas y calaos se alimentan de su pulpa carnosa, pero tienen mucho cuidado de no cascar ninguna de las semillas en forma de disco.
Los guacamayos están especializados en comer semillas y se enfrentan con frecuencia con este problema. Viven en parejas aisladas, pero en determinados momentos del año se congregan en gran cantidad en lugares determinados a la orilla de los ríos, en los que mordisquean el suelo. No lo hacen para fabricar nidos, ni tampoco se trata de una forma de ritual: hace poco se descubrió que acuden a esos lugares determinados a reunir ciertos minerales como el caolín que neutralizan el veneno absorbido de las semillas que han comido esa temporada.
Así como las semillas suponen un gran festín para quienes están equipados para consumirlas, lo mismo ocurre con sus equivalentes animales: los huevos. Para abrirlos también se requieren habilidades y herramientas especiales.
El cusimanse, una mangosta enana de África occidental, enfrentado a un huevo de gallina pone las patas anteriores sobre él y, con un vigor que no desmerecería el de un jugador de fútbol americano, lo lanza hacia atrás a través de sus patas posteriores abiertas. Tarde o temprano el huevo golpea con algo y -más pronto que tarde- se rompe. El alimoche, cuando encuentra una puesta de huevos de avestruz, coge piedras de tamaño adecuado con el pico y con un cabezazo las lanza en dirección al nido. Lo que le falta de puntería lo tiene de persistencia, y siempre logra romper un huevo; cuando lo consigue, dispone de más comida de la que puede manejar sólo, y muchos otros animales se acercan a lamer el huevo derramado.
La serpiente africana devoradora de huevos posee una herramienta especial para abrir huevos. Como la mayor parte de las serpientes, puede desarticular su mandíbula inferior cuando se encuentra con una comida muy grande, pero hace más que eso: las vértebras que están justo detrás de la cabeza tienen unas prolongaciones en la parte inferior que se proyectan hacia la garganta para formar una pequeña sierra; al empujar el huevo hacia el interior del esófago mediante contracciones musculares, esta sierra rompe la cáscara, la serpiente traga el contenido y regurgita la cáscara aplastada y unida aún por las membranas internas.
Desde el punto de vista de un depredador hambriento, los caracoles presentan los mismos problemas que los huevos, es decir, son bocados suculentos encerrados dentro de una concha. Pero para la serpiente de cabeza ancha de las Guyanas son alimento predilecto, por lo que ésta tiene unas mandíbulas modificadas para el caso. Tiene una mandíbula inferior unida tan laxa a la superior que se puede proyectar hacia delante como una larga y estrecha cuchara. Cuando la serpiente coge un caracol, lo sujeta con los dientes de la mandíbula superior mientras introduce la inferior por la abertura de la concha. Los dientes ganchudos de su extremo se clavan en el cuerpo del caracol y con un giro de las mandíbulas la serpiente lo extrae y se lo traga.
También hay aves que devoran caracoles. El milano de los Everglades, de Florida, coge caracoles y los transporta a un posadero. Allí espera, sujetando con fuerza el caracol con una de las garras. Por fín el caracol saca la cabeza con lentitud y precaución, momento en el que el milano lo coge con el pico y con un rápido estirón lo arranca de la concha y se lo traga. Los zorzales atacan el problema de forma más expeditiva: capturan caracoles de jardín, que tienen la concha fina, con el pico y los aplastan contra una piedra.
Las aves limícolas recolectan gran cantidad de pequeños moluscos de los bancos de arena y fango cuando se retira la marea; los extraen de la concha con un giro de cabeza. Los correlimos los localizan, así como a gusanos y larvas de insectos, sondeando el barro con el pico y detectando los bocados que buscan mediante el tacto. Esto puede ser una ocupación de exposición peligrosa. En las planicies mareales no hay ningún sitio donde esconderse, y las aves deben estar ojo avizor por si hay peligro. No es extraño que vayan en bandadas, de forma que siempre haya algunos individuos con la cabeza levantada dispuestos a dar la alarma en cuanto su seguridad parezca comprometida.
Los archibebes y chorlitejos también se alimentan en las planicies fangosas; pero al parecer corren más peligro ya que van en solitario. ¿Por qué despreciar la seguridad de la bandada? La respuesta se encuentra en la alimentación. En lugar de extraer presas que están enterradas capturan caracolillos y crustáceos que se encuentran en la superficie y los localizan mediante la vista. Cuando estos animalillos detectan vibraciones en la arena o notan desplazarse ondulaciones de las someras aguas en que viven, se entierran velozmente en el barro, donde los archibebes y chorlitejos no los vean. Si estas aves buscaran el alimento en grupos, los movimientos de uno entorpecerían las capturas de otro, y entre todos recolectarían muy poco. Están obligados a trabajar en solitario aunque sea más peligroso.
Los insectos que se ocultan en las ramas y troncos representan un recurso rico para los animales que saben cómo cogerlos. Mariposas, chinches y arañas se ocultan bajo la corteza de los árboles. En los bosques británicos el pequeño agateador los captura agarrándose a los troncos con sus largos dedos y uñas curvadas, empujándose hacia arriba con la cola rígida presionada contra la corteza. Esta postura está indicada para trepar por el tronco hacia arriba, cosa que este pájaro hace describiendo una cerrada espiral en torno al árbol para no dejar ninguna parte de la corteza sin explorar. Cuando llega arriba, se dirige volando a la base de otro tronco y repite el recorrido. El cascanueces, por su parte, además de ser un pájaro algo mayor, es bastante más versátil. No depende de su cola ni de la fuerza de la gravedad para sujetarse con firmeza: sus dedos son fuertes como para agarrarse a la corteza sin importar la postura en que se encuentre y salta en todas direcciones con confiada agilidad.
Los dos pájaros mencionados comen sólo lo que encuentran en la superficie o pueden extraer de las grietas. Pero existen otras posibles presas que se hallan más bajo la corteza o en la madera misma. Éstas requieren diferentes técnicas y diferentes herramientas. Los picos o pájaros carpinteros tienen una preferencia especial por las larvas de escarabajo. Las localizan mediante el oído, poniendo la cabeza junto al tronco para captar el sonido de la larva perforando la madera a mordiscos, cosa que la larva hace casi siempre puesto que la madera es su alimento. Cuando la ha localizado, el ave agujerea el tronco a picotazos y desenrolla una lengua tan larga que puede medir hasta cuatro veces más que el pico. Le da consistencia una fina varilla ósea, alojada en una vaina que va desde la parte posterior del pico hasta la frente, pasando por debajo del cráneo. En algunas especies de la familia aún llega más lejos y se enrosca en torno a la órbita del ojo derecho. En los picos terrestres americanos, parientes cercanos de los picos carpinteros, la lengua es tan larga que sobrepasa la órbita del ojo para entrar en la parte superior del pico por el orificio nasal izquierdo, de forma que el animal sólo puede respirar por el derecho. Estas aves utilizan esta lengua tan desmesurada para alimentarse de hormigas. La lubrican con una saliva pegajosa, para que las hormigas queden adheridas, y al mismo tiempo de carácter alcalino para neutralizar el ácido fórmico de sus aguijones.
Al parecer no hay mejor herramienta para extraer hormigas y termes de sus nidos que una lengua de este tipo, porque no sólo la tienen algunas aves: también muchos mamíferos. Varios grupos de ellos se han especializado en esta dieta y todos han adquirido una larga lengua pegajosa de forma independiente a lo largo de la evolución: un marsupial, el numbat, de Australia; un pariente lejano de los antílopes primitivos, el oricteropo o cerdo hormiguero, de África; los pangolines de África y Asia, que están cubiertos por una coraza de placas córneas de forma que parecen gigantescas piñas animadas; y las tres especies de hormigueros, bastante diferentes, de América del Sur: el gigante, del tamaño de una gacela, que habita en las sabanas; el pigmeo o sedoso, del tamaño de una ardilla, de la bóveda selvática, y el tamandúa, del tamaño de un mono, de las zonas intermedias del bosque.
No sabemos cuánto tardaron los distintos antepasados de estos animales tan diferentes en adquirir esas lenguas porque no hay pruebas fósiles de ninguna antigüedad que nos lo digan, pero el proceso debe de haber durado varios millones de años. Sin embargo, un animal ha adquirido la habilidad de sacar termes de su nido mucho más rápido. Puede haberlo hecho incluso en los últimos siglos, aunque nadie lo puede decir con seguridad. El chimpancé no esperó que la evolución modelara su cuerpo para hacer una herramienta especializada. Usó su inteligencia y destreza para procurársela. Toma un largo tallo de hierba, arranca todas las hojas laterales que pudiera tener y luego lo mete en el agujero de entrada de un termitero. Los termes obreros y soldados lo atacan como atacarían a cualquier otro intruso. Se cuelgan de él clavando las mandíbulas y sacrificándose por el bien de la colonia. Entonces el chimpancé saca el tallo de hierba y recoge los termes con los dientes chasqueando los labios con placer.
Los insectos pueden capturarse no sólo en sus nidos y túneles sino en el aire. De hecho, fueron los primeros animales que dominaron el vuelo y lo hicieron unos doscientos millones de años antes de que las aves lograran hacer lo mismo. Todavía hoy, la práctica totalidad de los insectos en alguna etapa de su vida es capaz de volar. Los termes y las hormigas lo hacen durante la época del apareamiento para dispersarse y crear nuevas colonias. Enormes cantidades de otras especies de insectos vuelan durante su fase adulta. Por ello, muchos animales insectívoros los persiguen en el aire.
Durante el día, las golondrinas los persiguen a poca altura. A mayor altitud los vencejos los capturan volando con la boca abierta. Una pareja de vencejos con familia que alimentar puede capturar veinte mil insectos en un día. Al anochecer, podargos y chotacabras toman el relevo. Muchas de estas aves insectívoras tienen una serie de sedas alrededor del pico, las cuales antes se pensaba que canalizaban los insectos hacia la boca abierta, pero ahora parece más plausible que lo único que hagan sea proteger los ojos del ave cuando se lanza en medio de nubes de insectos. Los murciélagos, que conquistaron los cielos más recientemente que las aves, también explotan esta fuente gigantesca de proteínas. Los diez millones de murciélagos rabudos mexicanos de la cueva de Bracken eliminan de los cielos cien toneladas de pequeños insectos cada noche.
Pero los insectos voladores tienen enemigos mucho más antiguos. Casi tan pronto como se lanzaron a los aires, otros invertebrados -las arañas- empezaron a ponerles trampas. Todas las arañas fabrican seda. Se trata de una proteína líquida que expulsan a través de unos pequeños conductos que tienen en la parte posterior del abdomen y se endurece al contacto con el aire. Una araña puede producir distintos tipos de seda a partir de diferentes hileras. Algunos de estos tipos son más fuertes que el hilo de acero del mismo diámetro; se trata de las fibras naturales más fuertes conocidas. Las arañas utilizan la seda de múltiples maneras: para forrar nidos, hacer bolsas para huevos, tejer toldos para las crías y como cuerda de seguridad cuando saltan.
Pero su uso más ingenioso es en la construcción de trampas para insectos.
Casi siempre las cazadoras son las hembras. La araña boleadora hila un solo filamento lastrado con una gota pegajosa en el extremo. Al cazar, hace oscilar el filamento en torno a su cabeza y lo lanza cuando un insecto pasa cerca. Si el tiro es bueno, el insecto se enreda con el hilo y cae derribado. La araña de horca dispone una serie de hilos pegajosos desde las ramas de un arbusto hasta el suelo, tan tirantes que si un insecto, ya sea caminando por el suelo o volando cerca de él, tropieza con uno de ellos, éste se rompe y la víctima queda pegada colgando en el aire hasta que la araña lo iza y lo devora. La araña reciaria hila una pequeña madeja de seda y la sostiene con las cuatro patas delanteras; cuando se acerca un insecto, abre las patas y sujeta la red por encima de su cabeza para atraparlo.
Sin embargo, la más compleja de todas estas trampas es la más familiar: la telaraña redondeada. Se extiende a través de un pasillo aéreo a través del cual es probable que haya un paso frecuente de insectos. Para construirla, la araña trepa a un extremo de la abertura y levanta el abdomen al aire; de una de las hileras expulsa un filamento de seda, tan fino que incluso el más insignificante movimiento del aire lo levanta; sigue hilando hasta que hay casi un metro de hilo flotando en el aire. A fin se hace tan largo que alcanza el otro lado de la abertura y se enreda en una hoja o ramita. En cuanto eso ocurre, la araña deja de hilar, se vuelve, tensa el filamento y lo asegura por su lado.
Avanza por este primer hilo a medida que lo va reforzando. Cuando está fijado por el otro extremo, empieza a tender líneas como los radios de una rueda. Sobre éstos teje una malla espiral; para ello utiliza una seda más fina de una hilera diferente, a medida que sale, recibe una capa continua de una sustancia pegajosa; cuando cubre con ella la distancia entre un hilo radial y otro, le da un estirón con un pata y el pegamento se separa en gotitas que, a causa de la tensión superficial, arrastran consigo a la seda para formar pequeñas lazadas haciendo que el filamento quede tirante. Esta estructura tiene gran elasticidad. Si hay un fuerte viento o un insecto choca con la red a gran velocidad, las lazadas de hilo que hay dentro de los glóbulos pegajosos se desenredan de forma que el filamento puede aumentar hasta cuatro veces la longitud sin romperse y cuando se libera la tensión, se contrae de nuevo.
Una vez situada la espiral, la telaraña está acabada. La araña puede esperar acontecimientos en el centro de la tela, o bien retirarse a acechar a un extremo, con una de sus ocho patas descansando en un hilo de alarma a través del que detectará los movimientos que se produzcan. Puede soplar el viento haciendo que la malla se combe, pero luego recupera la forma. Si cae un insecto, la propietaria de la trampa saldrá de prisa, propinará un rápido mordisco envenenado a su víctima y luego la envolverá con un nuevo tipo de seda para llevársela y consumirla a placer.
Esta estructura bella y compleja pocas veces dura más de una noche. Las presas pueden estropearla y las gotas pegajosas pierden adherencia al contacto con el aire; finalmente la araña la enrolla y, para no desperdiciar la valiosa proteína de que está hecha, se la come. La siguiente noche la tejerá toda de nuevo.
Todos estos pequeños invertebrados -insectos voladores atrapados en telarañas, larvas ocultas bajo la corteza capturadas por pájaros carpinteros, moluscos enterrados en el fango recogidos por aves limícolas, termes lamidos por mamíferos hormigueros- se pueden obtener con poco más esfuerzo del empleado por los animales que sorben néctar y comen polen o recogen frutas y mastican hojas.
Los animales que se alimentan de esta manera lo tienen relativamente fácil. Pero no todas las comidas son tan accesibles. El alimento más nutritivo, la carne, se obtiene de los grandes vertebrados, por lo que los animales carnívoros han de ser cazadores vigorosos y atléticos. Para obtener su alimento tienen que utilizar una serie de estrategias distintas.