Capítulo 8
Mientras conducía hacia su casa, Hawk sentía un nudo en el estómago por haber pasado toda la mañana en el pequeño y cerrado mundo de Renata, con sus flores, sus casas de muñecas y sus listas de cosas que hacer.
Gracias a Lila, al menos comprendía que la necesidad de Renata por el orden era un sistema de autodefensa contra la alocada infancia que había tenido.
Aun así, la estricta forma de vida que llevaba lo volvía loco.
Aunque lo que en realidad lo volvía loco era lo mucho que la deseaba; pensaba en ella constantemente y no era capaz de concentrarse en su trabajo, ni de pensar en su futuro porque no podía quitársela de la cabeza. Aquella situación no podía continuar, tenía que mantenerse centrado en su carrera profesional.
¿Quién sabía cuánto duraría aquel programa con Renata? Tenía que estar listo para dar el paso cuando llegase el momento.
Mientras tanto, tenía que hacer que el programa funcionase, pero no podía concentrarse en él porque no podía dejar de pensar en acostarse con Renata.
Hawk se había dado cuenta de que la situación había también empezado a afectar a Renata, y como consecuencia se estaba poniendo tensa, lo que también podría ser perjudicial para el programa.
Solo había una solución posible: acostarse juntos. Tenían que sanear el ambiente viciado que se había formado entre ellos, porque evitando lo que los dos deseaban, solo aumentaba la tensión entre ellos. Al fin y al cabo, tampoco era algo por lo que lanzar cohetes; se acostarían y aliviarían la tensión que había entre ellos.
Sin lugar a dudas, por el bien del programa, tenía que acostarse con Renata.
¿A quién intentaba engañar? También era por su bien.
Además, desde el día que le contó su historia personal, la situación había empeorado. Primero Lila, y después Renata, habían reaccionado muy bien, de manera cariñosa sin llegar a ser empalagosa.
Y ahora tenía que hacerle el amor.
Hawk pensó que también sería bueno para ella, pero Renata era muy obstinada y debía encontrar la manera de convencerla, de forma sutil para no asustarla.
Hawk se echó en el sofá y con el ukelele en las manos intentó idear la manera de seducirla, por su propio bien. ¿Qué cosas le gustarían? Sabía que le gustaba la música…
¡Ya lo tenía! A Renata se le habían humedecido los ojos cuando él tocó para ella el día del parque. Le gustaba oírle tocar. Aquello podía ser una buena idea.
***
Hawk aparcó a un par de casas de distancia a la de Renata para que ésta no oyese el ruido del coche. La luz del porche estaba encendida, pero Hawk la esquivó y se dirigió por la valla hacia el jardín trasero. Llevaba el ukelele colgado al cuello y mentalmente repasaba canciones anticuadas y divertidas que se había aprendido; no había escogido ninguna demasiado seria. Lo justo para que se dejase caer en sus brazos.
Pensó que era una noche muy bonita, la luna brillaba de forma mágica y había una suave brisa cargada del aroma de las flores. Cuando Renata se asomase a la ventana y lo viese cantando en el jardín, a la luz de la luna, bajaría corriendo y se tiraría a sus brazos…
Pero estaba soñando despierto, sabía que Renata no reaccionaría así, sino con cautela.
Hawk se detuvo ante la puerta de la valla y cuando levantó el pestillo, el ladrido de un perro lo sobresaltó. No recordaba que los vecinos tuviesen un perro, pero por los ladridos, debía de ser bastante grande. Hawk le chistó para que se callase, pero el perro continuó ladrando.
Se apresuró a entrar en el jardín de Renata y cerró la puerta. Se fijó en la que debía ser la ventana de su habitación, en el segundo piso; estaba iluminada, así que probablemente estuviera leyendo. Su madre le había dicho que solía acostarse a las diez.
Hawk se la imaginó en la cama, bajo una ligera sábana y con un camisón de encaje, y sintió cómo le hervía la sangre y se le secaba la garganta.
Comenzó a tocar el ukelele, se aclaró la garganta y empezó a cantar suavemente.
Estaba nervioso ante la actuación, pero también estaba preparado.
Pero primero tenía que llamar su atención. Recogió un puñado de piedrecillas de la jardinera y las arrojó hacia la ventana, y aunque dio en el blanco, las cortinas no se movieron.
—Renata —llamó suavemente, pero no obtuvo respuesta y el perro del vecino emitió un gruñido.
Hawk dejó el ukelele sobre la mesa del jardín y recogió un puñado de tierra. Apuntó a la ventana y la tiró, pero se deshizo en cuanto dio contra el cristal y apenas hizo ruido.
Tendría que buscar algo más grande y más contundente.
Removió la tierra que había a lo largo de la verja y finalmente dio con un bulto que resultó ser un hueso. Aquello le serviría.
De repente, el perro saltó hacia la verja de su jardín y comenzó a ladrar como un poseso.
—Tranquilo, chico —lo calmó Hawk—. Te lo devolveré en cuanto termine.
Volvió de nuevo bajo la ventana y lo tiró, pero sobrestimó el peso y se dio cuenta de que además de cantar, tendría que pedir disculpas por la ventana rota.
Esperó la aparición de la cara asustada de Renata, pero pasaron los segundos y seguía sin haber rastro de ella.
Quizás estuviese viendo la televisión y no pudiese oírlo.
—Renata —llamó un poco más alto, pero seguía sin verla, así que decidió gritar—. ¡Renata!
El perro comenzó a ladrar de nuevo frenéticamente y Hawk pensó que aquello ya no podía escapar a sus oídos.
—¡Renata! ¡Asómate! —gritó al tiempo que escuchó cómo se acercaba un coche por la carretera.
Quizá se hubiese equivocado de ventana, así que recogió el hueso del suelo y se dirigió al extremo opuesto de la casa. La ventana que había allí estaba a oscuras pero tiró el hueso de todos modos, aunque con menos fuerza que la vez anterior.
Pero Renata seguía sin aparecer y el perro no dejaba de ladrar.
—¡Renata! —gritó de nuevo—. ¿Estás ahí?
Hawk estaba a punto de darse por vencido y dirigirse a la puerta principal, cuando una linterna lo deslumbre.
—¿Podría explicarme qué está haciendo aquí?
Hawk parpadeó y se puso la mano sobre los ojos a modo de visera. La luz se movió hacia abajo y finalmente pudo distinguir a un hombre con uniforme, de pie al otro lado de la valla.
—Buenas noches, agente —dijo Hawk y se frotó las manos en los pantalones. Se estaba poniendo nervioso—. Solo intentaba llamar la atención de mi amiga.
—¿Y por qué no llama a la puerta?
—Porque entonces no sería una sorpresa. Verá, quería… —dijo Hawk, pero se detuvo al ver la desconfiada mirada del policía, porque se dio cuenta de que no se creería su historia. Tampoco tenía a mano el ukelele para demostrar sus buenas intenciones.
Se alegró de que al menos no supiese nada de la ventana rota.
—Continúe —dijo el policía cruzándose de brazos.
—Quería darle una serenata. Si me deja ir a por mi instrumento… —dijo Hawk encaminándose hacia la mesa del jardín, pero el policía dio unos pasos hacia delante.
—¡Quédese donde está! —le ordenó.
Hawk se detuvo y estuvo a punto de levantar las manos.
—Dígame su nombre.
—Me llamo Hawk Hunter. Mire, ya sé que esto parece lo que no es, pero quería asegurarme de que era la ventana de su habitación.
Por la cara que puso el agente, Hawk se dio cuenta de que solo había empeorado las cosas.
—No soy un pervertido, ni nada por el estilo. Soy su amigo, de hecho, trabajamos juntos.
—Ya entiendo. Trabaja con ella y la ha seguido hasta su casa para sorprenderla en su habitación. ¿Qué tiene en la mano?
—Un hueso del perro. Se lo estaba tirando… Da igual —dijo Hawk, dándose cuenta de que se estaba encerrando a sí mismo con aquella historia tan poco convincente.
—Déjeme ver su carnet de conducir.
—Desde luego —dijo Hawk y sacó la cartera. Pero de repente, recordó horrorizado que en su carnet de conducir aún figuraba el nombre de Buddy Hodges.
Como no había pensado quedarse mucho tiempo en ningún sitio, no se había molestado en cambiarlo.
Lentamente abrió la cartera, sacó el carnet y se lo entregó al policía.
—Acabo de mudarme a esta ciudad, agente, y ha habido un cambio de nombre. Y bueno, acerca de las multas de aparcamiento en Alburquerque…
Hawk casi pudo oír el ruido de los barrotes.
Temprano a la mañana siguiente, Renata estaba de pie en el porche delantero de su casa.
No había dormido bien. Se frotó la nuca, tenía el cuello agarrotado de haber dormido sobre la dura almohada ergonómica de Lila y, además, el gallo que tenía por despertador cantaba demasiado pronto incluso para ella.
Se había quedado a dormir en casa de Lila porque la declaración de la renta de su madre le había llevado más tiempo del que había pensado.
Tampoco le importó, porque le ayudaba a no pensar en Hawk. Renata se había dado cuenta de que no podía apartarlo de su mente; por las noches soñaba con él y cuando se duchaba, lo imaginaba junto a ella bajo el agua. Se imaginaba su cuerpo firme y duro, sus manos acariciándola y su boca besándola por todo el cuerpo.
Renata se sentía como una extraña criatura hambrienta de sexo, con los nervios a flor de piel por la necesidad de sus caricias.
Mientras buscaba las llaves de la casa, Renata recordó la expresión entusiasmada de Hawk mientras sujetaba el rododendro, su sonrisa cuando le dio las rosas, y luego la seriedad mientras le hablaba de su infancia.
A pesar de los esfuerzos de Renata por mantener las distancias, Hawk había conseguido hacerse un hueco en su corazón.
Lo único en lo que podía pensar era en acariciarlo y ser acariciada por él, en saber más sobre su vida y sus sueños y en hablarle a él de los suyos…
Pero acostarse con él estaría completamente fuera de lugar. Tenían que trabajar juntos y, además, Hawk no era su tipo de hombre.
Renata suspiró y metió la llave en la cerradura, al mismo tiempo que la luz del porche, que como la de su habitación, tenía un temporizador, se apagaba.
—¡Renata!
Al oír su nombre, Renata se giró para ver a su vecina acercándose por el camino de entrada a la casa.
—Me temo que anoche cometí un error —dijo Myra, colocándose las gafas—. Creía que era un merodeador. Duke no paraba de ladrar y parecía que tenía un arma. ¿Qué otra cosa podía pensar?
—¿De qué estás hablando?
—Anoche había un hombre raro en tu jardín, así que llamé a la policía. Pero cuando lo vi bajo la luz de la farola, junto al coche patrulla, me di cuenta de que era el hombre que presenta tu programa contigo; con el que saliste la semana pasada.
—¿Te refieres a Hawk?
—Tampoco es que fuese culpa mía. ¡Estaba arrojando piedras a tu ventana! Cuando el policía lo detuvo…
—¿Lo detuvieron?
—Bueno, al menos no se lo llevaron esposado, pero no parecía muy contento. El agente de policía estuvo mucho tiempo dentro del coche comprobando su identificación, y como después se lo llevó en el coche, me imagino que… —Myra no terminó la frase.
Renata estaba completamente atónita.
—No creerás que es culpa mía, ¿verdad? —continuó Myra—. Pero creo que los vecinos debemos vigilar, por eso soy la jefa de la patrulla de barrio.
—Estoy segura de que hiciste lo correcto —dijo Renata mientras la cabeza le daba vueltas como un torbellino.
—Me alegro de que pienses eso —dijo Myra—. Avísame si puedo ayudar en algo.
—Desde luego. Gracias —se despidió Renata y cerró la puerta.
¿Qué habría ocurrido para que Hawk tirase piedras a su ventana?
Lo primero que haría sería telefonearlo, pero cuando iba a descolgar el auricular, vio que tenía dos mensajes en el contestador.
El primero lo había recibido a las once de la noche y lo único que oyó fue un suspiro de frustración, pero reconoció la voz de Hawk. El segundo era de Denny a las dos de la mañana pidiéndola que lo llamase en cuanto llegase a casa. A Renata le pareció que Denny se estaba riendo.
—¿Quién es? —preguntó Denny. Había tardado en contestar al teléfono.
—Siento despertarte —dijo Renata—, pero en el mensaje me pedías que te llamase en cuanto llegase.
—Sí —concedió Denny aclarándose la garganta—. ¿Te ha llamado Hawk?
—No. ¿Qué ha pasado?
—Supongo que no se habrá levantado aún. Era más de la una de la noche cuando nos marchamos de la comisaría, y aunque lo llevé hasta tu casa para que recogiese su coche, después tuvo que conducir hasta la suya.
—¿Pero por qué se lo llevaron a comisaría?
—Tú no estabas en casa para verificar su identidad, y la fecha de validez de su carnet de conducir había expirado, así que se lo llevaron para identificarlo. Después me llamó para que fuese a recogerlo.
—¿Y por qué estaba tirando piedras a mi ventana?
Denny se rió.
—Será mejor que te lo explique él.
—¡Denny, por favor!
—De acuerdo. Te va a encantar: Hawk fue a tu casa para darte una serenata.
—¿A darme una serenata? —repitió Renata incrédula.
—Sí. ¿A que es increíble? No recuerdo el nombre del instrumento…
—¿Un ukelele? —aventuró Renata.
—Sí. Eso es. El caso es que estaba tirando piedras a tu ventana para llamar tu atención y tu vecina pensó que era un pervertido.
Renata apenas escuchaba a Denny mientras éste le contaba el resto de la historia. Estaba demasiado sorprendida por la ocurrencia de Hawk. Pensó que era una idea muy bonita y sintió un dulce estremecimiento en el corazón.
Si al menos hubiese estado allí para recibirlo, para escucharlo, para decirle… ¿el qué? No sabía qué le habría dicho y sintió una punzada de dolor.
¿Qué pretendía Hawk? Apenas tres días antes le había prometido que no permitiría que las cosas se les fuesen de las manos, y desde luego, una serenata a la luz de la luna estaba totalmente fuera de lugar.
Renata volvió a la conversación al oír la risa de Denny.
—Hawk es increíble —dijo Denny—. Sabía que no me equivocaba con él. Hará lo que sea por el bien del programa.
Al oír aquellas palabras, Renata sintió que su corazón se detenía.
—¿Qué quieres decir?
—Hawk pensó que haciendo eso te ayudaría a ser menos seria y a mantener tu…
—¿Mi chispa? —terminó Renata con frialdad.
—Exactamente —dijo Denny y se detuvo al notar el tono de voz de Renata—. No seas dura con él. No era su intención que lo detuviesen; sus intenciones eran buenas, y aunque tú no te des cuenta, te ha ayudado mucho.
—Estoy segura de que tienes razón —dijo Renata. Sentía que su indignación crecía por momentos—. Pero estoy cansada de que los demás crean que necesito ayuda. Estoy bien como estoy.
—Bueno, pero no se lo pongas difícil. Ha sido una noche muy dura.
—Sí, claro —dijo Renata, pero no sentía ninguna lástima por él.
Hawk la trataba como si fuese su mentor, y se había cansado de ello. Tenía que darse cuenta de que no podía jugar con sus sentimientos.
Renata lo telefoneó pero saltó el contestador automático. Probablemente seguía durmiendo, así que decidió darse una ducha para tranquilizarse antes de volver a llamarlo.
Cuando subió al piso de arriba, lo primero que vio fue la ventana rota. Se acercó y al asomarse, vio el ukelele de Hawk sobre la mesa del jardín.
Se acordó del aspecto tan seductor y dulce que tenía el día que lo estuvo tocando en el parque; tenía unos dedos fuertes y llenos de gracia, y, en aquel momento, Renata había deseado sentirlos sobre ella.
Si hubiese estado en casa la noche anterior, probablemente habría sucumbido a aquella escena, quizá incluso se hubiese arrojado a sus brazos. Y después, cuando él le hubiese dicho que estaba bromeando, se habría sentido como una completa idiota.
Sintió un dolor que le atravesaba el pecho y la quemaba. Aquello no era divertido, era cruel, y tenía que acabar.
Le devolvería el ukelele y le dejaría las cosas claras de una vez por todas.
Veinte minutos más tarde, Renata estaba de pie delante de la puerta de la casa de Hawk, con el ukelele en la mano.
El corazón le latía con fuerza.
Hawk abrió la puerta, tapado con una pequeña toalla a la cintura. Su piel aún estaba mojada de la ducha. Estaba tan atractivo casi desnudo, que Renata estuvo a punto de olvidar la razón por la que había ido allí.
—¿Dónde estabas anoche? —exigió saber él.
Tenía la desfachatez de estar enfadado, pensó Renata; sin embargo sintió un poco de lástima por él al ver el cansancio en sus ojos.
Tenía el pelo mojado y olía a jabón.
—Pasa —la invitó Hawk y se colocó la toalla. Después se apartó para dejarla pasar.
—Estaba en casa de mi madre, aunque no sea asunto tuyo —dijo Renata.
—Fui a verte.
—Eso me han contado. También rompiste mi ventana, y te dejaste esto —Renata le arrojó el ukelele.
—Tranquilízate —le pidió él.
—Myra pensó que querías entrar a robar o algo así.
Cosa que era cierta; le estaba robando el corazón.
Renata no pudo evitar fijarse en lo guapo que estaba con el torso desnudo. Pequeñas gotas de agua brillaban en el vello de su musculoso pecho y se deslizaban hacia su cintura. Su cara, brillante por el agua y su pelo alborotado, pedían a gritos que los acariciasen.
—Quería sorprenderte —dijo Hawk.
—Lo sé. Denny me lo ha contado. ¿Era otra lección acerca de la diversión y la chispa? Ya he tenido bastante, esto es ridículo y estúpido. Has asustado a mi vecina, has roto mi ventana, me has hecho sentir como una idiota al hacer creer que tú… ¡Todo es un error!
—Lo sé.
—¿Ah sí?
—Sí —dijo él y se acercó a ella mirándola fijamente—. Estaba equivocado.
Era tan guapo y tan masculino, pensó Renata. Lo único que la separaba de aquel magnífico hombre desnudo era una fina toalla, y Renata no tenía suficiente aguante para soportar aquel tipo de situaciones, así que se refugió en su indignación y dio un paso hacia atrás.
—Desde luego que sí. No puedes jugar con los sentimientos de las personas de esta manera.
—Lo sé —repitió Hawk y se adelantó hacia ella—. Quería hacerlo a tu manera, como a ti te gusta. Pero no tiene ningún sentido.
—Bien —dijo Renata volviéndose a alejar de él, pero Hawk a su vez, dio otro paso hacia ella. Entonces, Renata se dio contra la puerta—. Estamos de acuerdo, ¿no? No más acrobacias.
—De acuerdo —concedió Hawk, y, rodeándola por la cintura, la apartó de la puerta y la abrazó.
Su piel mojada humedeció la blusa de seda de Renata.
—¿Qué… qué estás haciendo?
—Lo voy a hacer a mi manera —dijo Hawk y la estrechó contra él.
El suave vello de su pecho estaba a escasa distancia de la cara de Renata, y ésta notaba la toalla contra sus caderas mientras los dedos de Hawk ejercían una suave presión sobre su espalda.
—¿Qué es lo que vas a hacer a tú manera?
—Esto —dijo Hawk y puso sus labios sobre los de ella.
Eran suaves, fuertes y seguros, y Renata sintió que todo su ser se evaporaría por completo si continuaba haciendo aquellas cosas con los labios y la lengua.
Ella rompió el beso y se apartó, jadeando por falta de aire.
—Dijimos que esto no era una buena idea —dijo ella. El pulso se le había acelerado.
—Estábamos equivocados —la boca de Hawk estaba casi encima de la de ella y la miraba fijamente a los ojos—. Fui a tu casa anoche para convencerte de esto, a tú manera.
—Pero a Denny le dijiste que era por el programa.
—¿Qué otra cosa iba a decir? ¿Crees que le diría lo que siento por ti? Tuve mucho tiempo para pensar en la comisaría. Y lo que realmente quiero es hacerte el amor. A mí manera.
Renata lo miró y sintió un cosquilleo en su interior. Enseguida supo lo que era: chispas.
—No sé qué pensar —dijo sin aliento, asustada, y tan excitada que no sentía los dedos de las manos y los pies.
—No pienses —replicó él. Renata lo miró y la expresión que vio en su cara paralizó su corazón.
El relajado Hawk de siempre había desaparecido y en su lugar estaba un hombre que sabía exactamente lo que quería y que esperaba conseguirlo.
Ningún hombre la había mirado así.
Sin decir una palabra más, Hawk volvió a colocar su boca sobre la de Renata, sorprendiéndola y haciéndola temblar. Ella deslizó las manos a lo largo de su espalda y enterró los dedos en su sedoso y húmedo pelo.
Los labios de Hawk volvieron a posarse sobre los de ella. Extasiada, Renata abrió la boca para él y dejó que su lengua se encontrara con la suya.
Se sentía tan bien.
Pensó que ella también sabía lo que estaba haciendo, cuando su lengua se encontró con la de Hawk y éste gimió. Lo estaba excitando y eso le hacía sentirse poderosa y sexy.
Él deslizó las manos hacia abajo para sujetarla por el trasero y estrecharla contra él. Después, la levantó y la tomó en brazos. Se dio la vuelta y empezó a caminar con ella, besándola todo el camino hasta que llegaron a la habitación.
«No pienses. No pienses». Renata no paraba de repetírselo.
Sintió que chocaba contra el borde de la cama y se dejó caer hacia atrás.
Hawk aterrizó encima de ella.
—Esto va demasiado rápido —dijo Renata—. No estoy preparada para esto. No…
—Esto no es algo que se planifica, Renata —dijo Hawk—. Déjate llevar.
—Pero en serio, ¿qué estamos haciendo?
Hawk la miró con seriedad.
—Tenemos que dejar de luchar contra esto, Renata. No lo pienses más.
Hawk comenzó a besarla de nuevo y ella sintió su acalorada respiración en el cuello. Luchó contra el deseo que sentía por él en su interior. ¿Qué estaba haciendo? Aquello era una locura.
Además, no podía significar lo mismo para ella que para Hawk. Ella lo deseaba mucho más que él y eso era terrible. Tenía que parar. Levantarse. Debería…
Hawk se detuvo y levantó la cabeza.
—Deja de pensar.
—Lo siento.
—Deja que esto ocurra —susurró él y sus dedos se movieron hacia los botones de la blusa de Renata para desabrocharlos.
Renata abrió la boca para decir algo, pero la lengua de Hawk había encontrado un punto sensible en su cuello y no pudo decir nada. Su visión empezó a nublarse y se volvió gris por un momento…
«Aquello eran las chispas». Hawk había tenido razón; Maurice y ella nunca habían sentido aquella ardiente pasión. Y era salvaje y maravillosa.
El recién descubierto sabor y tacto de Hawk la arrastró. Él estaba por todas partes, besándola, acariciándola, tocándola. Sintió aire fresco en la piel y supo que Hawk le había desabrochado la blusa. Después, sus labios rozaron el borde de su sujetador.
Renata quería preguntarle si él también sentía las chispas, pero solo consiguió emitir un ronco sonido. Hawk gimió a modo de respuesta, excitándola aún más. Todo lo que él le hacía le gustaba. Parecía que todos sus nervios iban a romperse. La vista volvió a oscurecérsele y comenzó a respirar de manera entrecortada. Se sintió como si fuese a desmayarse.
Pero sentir tantas cosas al mismo tiempo, por primera vez, la asustaba.
—Espera —dijo ella apartándolo.
—¿Qué ocurre? —preguntó él. Sus ojos estaban llenos de lujuria.
Renata salió de debajo de él y se sentó.
—Tengo que recuperar el aliento.
Hawk se rió y después se incorporó para abrazarla.
—No hay prisa. Tenemos todo el día.
Renata abrió los ojos, respirando desesperadamente. Para orientarse, centró la vista en las paredes de la habitación. Se fijó en que no había nada excepto unas cajas de cartón.
—¿Te vas a mudar? —le preguntó.
—No, es que no he desempaquetado mis cosas todavía —le explicó y comenzó a besarla en el cuello, pero ella se apartó.
—Claro. Eso tiene sentido.
Demasiado sentido, pensó Renata. Hawk no llevaba demasiado tiempo en la ciudad, pero tampoco se quedaría mucho. Una parte de ella quería ignorar aquel hecho y dejarse llevar de nuevo hacia aquel maravilloso mundo de sensaciones, pero no podía huir de la verdad.
—No puedo hacerlo —dijo bruscamente y se dio la vuelta para abrocharse la blusa.
—Claro que sí. Ya lo estás haciendo —dijo Hawk intentando agarrarla pero Renata esquivó su mano.
—No soy la clase de mujer con la que puedes acostarte así, sin más, Hawk. Lo siento. Tengo que marcharme.
Renata se puso de pie y salió de la habitación. Mientras se dirigía hacia la puerta, sintió que él la seguía y cuando llegó a la entrada, él la abrazó por detrás.
—Danos una oportunidad, Renata. No sabemos qué ocurrirá.
—Sí lo sabemos —dijo ella sin mirarlo. No quería ver aquella guapa cara que la deseaba y que podía engañarla para que se quedase—. Tú te marcharás y yo me quedaré aquí. No sé en qué estaba pensando.
Intentó abrir la puerta, pero la mano de Hawk se adelantó y no se lo permitió.
—No estabas pensando. Eso es lo bueno. Solo por esta vez, ¿por qué no te dejas llevar por lo que sientes?
—No puedo —dijo ella y agarró el pomo de la puerta. No soportaba el dolor de sentirse abandonada. Era una lección que había aprendido desde muy pequeña.
Si detenía aquello antes de que comenzase, se ahorraría todo aquel dolor.
—Por favor —suplicó ella. Hawk suspiró y apartó la mano de la puerta. Renata la abrió y salió corriendo, aguantándose las lágrimas hasta que llegó al coche.
Hawk cerró la puerta de un portazo y frunció el ceño. Se echó en el sofá y, tapándose la cara con un brazo, intentó recuperar el control de sí mismo.
Su piel aún vibraba por el roce de Renata y aún podía captar su olor. Quizás había ido demasiado deprisa, pero se había dejado llevar por su instinto, en el cual confiaba.
Además, estaba cansado de andar de puntillas. Era la mujer más testaruda del mundo…
De repente, escuchó pasos en el recibidor y después se abrió la puerta. Se incorporó y vio a Renata allí de pie.
Sus oscuros ojos brillaban por las lágrimas y el pánico. Tenía el pelo enredado, haciéndola parecer muy sexy. Su pecho se agitaba bajo la blusa mal abrochada y aquella visión lo excitó instantáneamente.
—Has vuelto —dijo él anodinamente.
—Esto es lo más tonto, alocado y desastroso que he hecho en mi vida —dijo Renata. Tenía los ojos abiertos de par en par.
Hawk observó cómo su pecho se elevaba tembloroso y la seda de la blusa se estrechaba contra su piel. Renata se pasó los dedos por el pelo, alborotándolo aún más, haciéndola más seductora todavía.
—Esto solo es temporal, mientras estés aquí. Sé que es una locura, pero no importa; nunca había sentido lo que siento ahora, «chispas», como tú dices. Y quiero volver a sentirlas. Así que vamos a hacerlo, vamos a arriesgarnos porque será… —dijo y le tembló la voz. Renata se mordió el labio en un gesto nervioso que a él le encantaba—. Si lo hacemos será…
—Bueno —terminó él—. Será bueno.
Hawk intentó ponerse de pie, pero su pie se enredó en la tela del sofá. Se tambaleó y chocó contra ella, tirándolos a los dos.
—No tienes que hacerme un placaje. No voy a salir corriendo esta vez —dijo Renata. Solo ella era capaz de una ironía así cuando estaba asustada.
Hawk sintió cómo el corazón de Renata latía ferozmente debajo de él. Se puso de rodillas, pasó los brazos por debajo de ella y se puso de pie.
Renata rodeó su cuello con los brazos y se dejó llevar a la habitación, donde él la echó sobre la cama y la abrazó con fuerza. Hawk no podía creer que Renata hubiese vuelto y que estuviese allí en su cama, entre sus brazos.
—Renata.
Su nombre sonó como un suspiro y una oración en sus labios.
—Estoy asustada —susurró ella con la cara enterrada en su cuello. Hawk sintió que empezaba a temblar y la abrazó con más fuerza aún.
—Lo sé. Pero todo irá bien —le tranquilizó Hawk y la besó en la boca. Poco a poco, Renata dejó de temblar y suspiró. Con mucho cuidado, empezó a quitarle la ropa y ella lo ayudó quitándose la blusa de seda, las medias y la ropa interior como una sirena nadando bajo el agua. Hawk no dejó de abrazarla, para que no se sintiese vulnerable o incómoda.
Cuando estuvo desnuda, él se arrancó la toalla, y la sensación de su erección contra las suaves caderas de Renata lo llenó de deseo y tuvo que hacer un esfuerzo por controlarse.
—¡Oh! —dijo ella suavemente. Su cara se había sonrojado por la excitación.
Hawk bajó la mano hasta el trasero de Renata y lo acarició, era suave y perfecto.
Renata de repente pareció preocupada.
—No pienses —le avisó Hawk y se dijo a sí mismo que no pararía hasta haber borrado todo menos el deseo de la cara de Renata. Lo haría despacio y con cuidado para no asustarla.
Hawk puso su boca contra la de ella para besarla, y despacio fue bajando la mano para acariciarle el pecho. Tomó uno con su mano, era perfecto y parecía que había estado esperando a que él lo acariciase. Bajó la cabeza y comenzó a besarlo; Renata gimió y él continuó acariciándole el pezón con la lengua. Hawk comenzó a moverse contra sus caderas y a chupar suavemente su pezón. Renata gimió su nombre y él sintió que el corazón se le saldría.
Le acarició el cuerpo y las caderas y deslizó las manos por el interior de sus muslos. Allí la piel era delicada y suave, y los gemidos de Renata le dijeron que quería más.
Ella se deslizó hacia él, apretándole el trasero con las manos. Después, lo acarició y él gimió. ¿Cómo podía ser tan delicada y tomárselo con tanta calma estando así de excitada?, se preguntó él.
Hawk solo quería estar dentro de ella, pero sabía que en cuanto sintiese el calor y la suavidad del interior de Renata, no podría contenerse. Se apartó para decirle algo e intentar aminorar el ritmo un poco, pero Renata lo sujetó y lo estrechó contra ella.
—No pares —gimió ella.
Renata metió la lengua en su boca y movió sus caderas contra él, y Hawk supo que no podía luchar contra aquello.
Y no lo hizo.