Capítulo 3

El día anterior al programa, Renata fue a casa de su madre con un cometido: poner en orden los impuestos de su madre para que no la acusaran de no pagar al fisco. Lila no se tomaba los impuestos más en serio que cualquier otra cosa en su vida.

Renata llamó a la puerta pero no hubo contestación. Intentó abrir y descubrió que la puerta estaba abierta.

—¡Lila! —llamó Renata.

—Ya voy —contestó su madre y apareció por la puerta.

—¿Lista para empezar? —le preguntó Renata—. ¿Has puesto en orden todos los recibos como te pedí?

—Empecé a hacerlo —dijo Lila señalando una cesta que había en medio de la mesa de la cocina. Estaba llena de papeles arrugados y además había una zapatilla deportiva y una caja de pizza vacía.

—¿Qué hace ahí la zapatilla? —preguntó Renata.

—Es para acordarme de que doné un montón de ropa al Ejército de Salvación. La caja de pizza es porque compré cuarenta pizzas para el albergue de indigentes. Todo eso es deducible, ¿verdad?

—Sí, si tienes los recibos —suspiró Renata y se sentó a la mesa. Al menos su madre lo había intentado. Pero Lila era Lila.

—Déjame ver… —dijo Renata alargando la mano hacia la cesta.

—Podemos hacer esto más tarde —dijo Lila dejando la cesta en el suelo.

Se sentó enfrente de Renata, apoyó la cara en las palmas de las manos y se inclinó hacia delante.

—Háblame del maravilloso compañero nuevo en el programa. A Denny le encanta.

—No me extraña. Son como hermanos de sangre —suspiró Renata—. Yo, por otra parte, no he podido hablar con él en toda la semana.

Ella era la única persona en la cadena de televisión a la que no había conseguido seducir con sus encantos. Hawk se interesaba por todo y por todos, hablaba con los técnicos, los cámaras, incluso con las secretarias. Todos lo adoraban. Todos menos ella.

—Anímate, cariño. Ya verás como es bueno para ti. Has estado muy triste desde que ese anticuado y aburrido de Maurice te dejó. Necesitas algo que te anime y te saque de la rutina.

—De acuerdo —dijo Renata. Su madre siempre la animaba a que hiciese cosas nuevas, como ir a campings nudistas o hacer regresiones al pasado—. Solo porque a ti te guste el caos, no significa que nos guste a todos.

La actitud de Lila hacia la vida era lo que había hecho imposible que Renata viviese con ella. Para su madre, nada tenía importancia y todo acababa solucionándose. La precaria vida que su madre aceptaba sin más había preocupado a Renata cuando era pequeña. Nunca había pasado hambre ni le había faltado cariño, pero siempre le había asustado que pudiese ocurrir.

Había odiado las continuas mudanzas de casas a apartamentos, o a pisos pequeños, dependiendo de la situación económica de su madre. Pero lo peor habían sido las idas y venidas de su padre. Aquello le había hecho ser una maníaca de la estabilidad.

La ordenada vida que había creado para sí misma le proporcionaba paz y tranquilidad. Y así era como le gustaban las cosas.

—Entonces, ¿estás preparada para el programa? —le preguntó Lila.

—Todo lo más que puedo estarlo —contestó Renata.

Había estado viendo las grabaciones de programas anteriores, había leído informes sobre la recuperación del matrimonio, incluso había recibido consejos de dos parejas felices a las que había ayudado.

Se había propuesto ser optimista y positiva.

—Si consigo que Hawk no lo arruine todo, recuperaré el programa.

—La vida está llena de sorpresas, cielo —dijo Lila sonriendo—. Disfrútala.

—¿Cómo va el cambio? —preguntó Michelle cuando telefoneó a Hawk el día anterior al programa—. Hawk Hunter, de comentarista deportivo, chico del tiempo, redactor de noticias a… Hawk Hunter, «El Señor del Amor».

—Dicho así parece que he salido de un locutorio para meterme en el cine pornográfico.

Hawk se echó en la cama mientras Michelle le tomaba el pelo. Se había convertido en su mentora después de que él asistiese a sus clases de asesoría de imagen. Era como la hermana mayor que nunca tuvo.

—Dime, ¿qué tal te va?

—No es fácil. Renata es una mujer muy seria.

—Creía que no tenías problemas con las mujeres.

—No intento acostarme con ella, Michelle. Intento trabajar con ella.

Hawk tenía sus propias reglas acerca de acostarse con sus compañeras de trabajo, aunque sabía que un poco de coqueteo ayudaba a limar asperezas.

Aquella había sido una lección vital durante los años que había pasado con familias adoptivas, donde los cumplidos y la amabilidad aliviaban la tensión y la soledad y hacían que todo pareciese que iba bien, aunque no fuese así.

Pero Renata parecía inmune a sus encantos.

—Entonces, quizás deberías acostarte con ella —dijo Michelle y Hawk se echó a reír—. ¿Te parece divertido?

—En realidad no, pero me estaba imaginando cómo reaccionaría Renata ante esa idea.

Enarcaría las cejas y abriría sorprendida aquellos oscuros ojos, y quizás se chocase contra algo. ¿Por qué disfrutaba tanto sobresaltándola? Porque así podía atisbar a la encantadora niña que llevaba dentro, bajo toda aquella reserva. Quería animarla a que saliese a jugar. Pero no serviría de nada.

—Tengo que mantenerme centrado —dijo él frunciendo el ceño.

—Exactamente. Nueva York, Chicago o Los Ángeles dentro de cinco años —dijo Michelle, recitando la consabida cantinela.

—Eso es —dijo Hawk.

—Entonces, ¿cómo lo vas a hacer si no te vas a acostar con ella?

—Ya se me ocurrirá algo —contestó Hawk. Encontraría la manera de llegar a Renata.

Ella lo necesitaba en el programa, aunque no se diese cuenta de ello, y al día siguiente se lo demostraría.

El día del programa, Renata se alisó la blusa de seda azul con manos temblorosas y esperó a que Hawk se uniese a ella en el plató. Estaba tan nerviosa que la lengua se le pegaba a los labios cada vez que intentaba humedecérselos.

En contraste, Hawk apareció en el estudio con aspecto relajado y confiado.

Saludó con la cabeza al jefe del plató, les dijo algo a los asistentes de producción y después subió a la plataforma donde estaba Renata.

El corazón de ésta se aceleró. Le ocurría siempre que Hawk se acercaba a ella, y supuso que se debía a la soledad. Después de perder a Maurice, era normal que agradeciese las atenciones de un hombre. Quizás no fuese la persona más sensata del mundo, pero era humana. Y mujer.

—Hola, Renata. ¿Estás nerviosa? —le preguntó Hawk sentándose a su lado en el trono de terciopelo rojo.

A diferencia de lo ridícula que siempre se sentía sentada allí, Hawk parecía crecer en la silla.

—No —le mintió.

—Pues yo estoy aterrado —dijo él. Tenía un aspecto tan majestuoso que era difícil de creer. Quizá lo dijese para hacerla sentir mejor. Era encantador hasta el último momento.

—Todo irá bien —le aseguró ella—. Tú sígueme. Puedes añadir algunas ideas, pero no digas ninguna tontería.

—¿Que no diga tonterías? Es una petición extraña, viniendo de una persona que está sentada en una especie de trono y que tiene un zapato de cristal gigante sobre la mesa, pero haré lo que pueda.

La música que abría el programa empezó a sonar y Renata cruzó los dedos. Haría todo lo posible por ser la misma de siempre y rezaría para que al público no le gustase tener a dos consejeros enfrentados.

Después, Hawk se marcharía y todo habría sido como un mal sueño. Tenía que poner sus esperanzas en eso.

Charles anunció el programa y explicó la presencia de Hawk al público, que pareció entusiasmado.

Después, presentó a la primera pareja de invitados, Christine y Jeff, glosando su historia: «No me encierres».

Charles explicó al público que Jeff necesitaba amplios espacios de libertad en su vida amorosa y que Christine quería atarlo corto. El público aplaudió y la pareja se sentó.

Renata inspiró profundamente y comenzó el programa.

—Dime, Christine, ¿por qué no sois «felices hasta que la muerte os separe?»

Mientras Christine contaba detalladamente los fallos de Jeff, Renata vio con perfecta claridad que Jeff no era lo suficientemente bueno para Christine. Le había prometido a Denny, y a sí misma, que mantendría una actitud positiva y que daría consejos optimistas, pero al ver la confusión en la cara de Christine, sintió que no podía hacerlo solo para salvar el programa. Tenía que ser sincera con la chica.

—Me parece, Christine, que a pesar de todos tus esfuerzos por complacerlo, Jeff prefiere conservar sus amplios espacios de libertad —le dijo Renata.

—Eso es —dijo Christine.

—Un momento —intervino Hawk—. ¿Qué hay del amor que hace girar el mundo?

—Este no es el caso —contestó Renata y Hawk la miró suplicándola que no siguiese, pero Renata no podía detenerse—. Conseguir que un hombre siente la cabeza es como intentar calzar zapatos de tacón a un gorila. Se puede hacer pero no es natural.

Renata vio cómo a lo lejos, Denny agitaba violentamente la cabeza. Al menos al público le pareció divertido.

—Repite conmigo, Christine: no necesito a un hombre para ser completa —instó Renata.

—Se acabó. A partir de aquí tomo el mando. Ya me lo agradecerás después —siseó Hawk—. Creo que ya hemos oído bastante parloteo femenino por hoy. No creo que Christine esté del todo preparada para llevar a Jeff al altar —dijo Hawk hablando en voz alta y el público estalló en aplausos.

La parte de Renata que le decía que había perdido el control de nuevo, se sintió aliviada de que Hawk se hubiese hecho cargo. Pero el resto de ella quería abofetearlo. ¿Quién se había creído que era?

Mientras observaba cómo sonreía confiadamente, primero al público y después a la pareja, dejando silencios oportunos, bromeando e imponiendo autoridad en los momentos justos, supo exactamente quién era: «Don Televisión». Exactamente lo que ella no era, incluso antes de perder la fe en el matrimonio.

Al final del programa, cuando Charles preguntó al público si Hawk debía quedarse o no, Renata no se sorprendió lo más mínimo al ver que irrumpían en aplausos y silbidos entusiasmados.

—Eso lo dice todo —dijo Charles dando unas palmadas a Hawk en la espalda—. Bienvenido a Hacia el matrimonio con la doctora Renata Rose.

—Sí —dijo Renata—. Bienvenido al programa.

El público volvió a aplaudir encantado, sonó la música del final del programa y después de unos angustiosos minutos, todo terminó.

Renata se puso de pie, estaba desesperada por alejarse de todo aquello, pero Hawk la tomó de la mano y la acercó hacia él. Después, pasó un brazo por detrás de su espalda.

¿Cómo sabía él que se sentía a punto de desfallecer?

—Lo conseguimos —dijo Hawk—. Salvamos el programa.

—No —dijo ella cansinamente—. «Tú» has salvado el programa. Hiciste lo que Denny quería. Yo ya no soy capaz de seguir el ritmo.

Renata se sentía derrotada, cansada y completamente fuera de lugar.

Hawk la miró detenidamente.

—No te des por vencida, Renata. Todo irá bien. Solo tenemos que compenetrarnos —dijo él. Sus ojos color miel reflejaban consternación.

Renata lo miró y sintió que se tranquilizaba. Después sonrió.

—Te creo —dijo ella sorprendiéndose a sí misma.

—Deberías. No oculto nada. Lo que ves es lo que hay.

Renata sabía que hablaba en serio y que quería ayudarla.

—¿Crees de verdad que lo conseguiremos? —le preguntó con la voz temblorosa.

—Sí.

—Espero que tengas razón —dijo ella y se apartó. Se dirigió al camerino para recapacitar y ver si no habría perdido la cabeza al confiar su preciado programa a Hawk Hunter.

Aún sentía un cosquilleo en la mano por el roce de la de él, y calor en la espalda, donde había colocado la mano para sujetarla, y mientras caminaba, sintió que la esperanza crecía dentro de ella.

La ternura en los ojos de Hawk había borrado todas sus dudas, y por primera vez en tres semanas se sentía a gusto.

Quizás Hawk pudiese ayudarla a recuperar la fe que había perdido. Quizás todo saliese bien. Cuando abrió la puerta del camerino, se encontró a Denny esperándola dentro.

—Tenemos que hablar —dijo él.

—Ya lo sé. Vamos, dime que ya me lo habías dicho. Que Hawk…

—No, Renata. Escúchame. El director ha recortado el presupuesto.

—¿Por qué?

—Los números no cuadran y está furioso.

—¿Eso qué significa? —preguntó Renata. Se estaba poniendo nerviosa.

—Significa que solo podemos permitirnos un presentador.

—Entonces, ¿Hawk tendrá que marcharse?

Renata se compadeció de él. Al fin y al cabo, había salvado el programa, además de tener unos maravillosos ojos color miel…

—Escucha, a mí me gustaría que os quedaseis los dos —dijo Denny—, pero a no ser que suba el índice de audiencia, no será posible. Yo estoy de tu parte, pero no estás respondiendo, y al público le gusta Hawk.

—¿Quieres decir que…? —pero se quedó sin aliento. Se temía lo peor.

—Tienes cuatro programas para hacer que el director cambie de opinión. De lo contrario, se lo daremos a Hawk.