Capítulo 1

—Nos vamos a casar, ¿sí o no? —exigió saber Heather, y se inclinó hacia delante en el sillón con aspecto de trono en el que le habían indicado que se sentase al inicio del programa.

Renata observó a los dos jóvenes invitados a su programa, Heather y su novio Ray, y se compadeció de ellos. No quería tener que disgustarlos, pero por su bien, tenía que hacer lo correcto. Aunque aquello significase que al productor del programa le diese un ataque de histeria.

Denny, quería que ella diese consejos optimistas y que el programa resultase entretenido.

Para sacar fuerzas, Renata echó un vistazo al título del guión que tenía delante: Hacia el matrimonio con la doctora Renata Rose, y sintió la misma emoción que llevaba experimentando desde que cuatro semanas atrás, consiguiera aquel trabajo.

Había logrado intercalar unos cuantos consejos decentes entre las frases supuestamente ingeniosas y los animosos consejos que Denny exigía de ella.

Hasta que dos semanas atrás, su prometido, Maurice, se había marchado a la selva tropical, indefinidamente, llevándose consigo la fe de Renata en que serían felices para siempre. Ahora sabía lo peligroso que podía ser el amor.

Renata inspiró profundamente y miró de nuevo a Heather y a Ray. Los brillantes reflejos procedentes del zapato de Cenicienta, de unos treinta centímetros de alto, que había sobre la mesa de Renata, iluminaban sus caras.

Embelesados por la fantasía del amor, no se daban cuenta de lo que estaba en juego: sus corazones y su futuro.

Toda su vida.

Renata tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta. Intentaría hacerles ver el lado bueno de la ruptura de una relación. Al fin y al cabo, aquello no era el fin del mundo, y ella era la prueba.

Comenzaría con un simple repaso de los hechos.

—Heather, has dicho que sorprendiste a Ray besándose con otra mujer en el Kwiki-Mart, ¿verdad?

—Sí. Es horrible, ¿verdad? —contestó Heather sombríamente.

—Bueno, digamos que no es el comportamiento que se espera de quien va a prometer estar a tu lado «hasta que la muerte os separe» —dijo Renata y Ray se quejó en voz alta.

—Quizás deberíamos establecer unas reglas —dijo Heather—. Como por ejemplo en cuanto a la diferencia entre coquetear con otras mujeres y mantener relaciones sexuales con ellas.

«Pobre muchacha», se dijo Renata; sabía la facilidad con la que una se llegaba a creer lo imposible del amor.

Se inclinó hacia delante y, mirando a Heather a los ojos, la habló con dulzura.

—Creo que debemos ser realistas en cuanto a la actual capacidad de compromiso de Ray.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Ray.

—En parte es un problema genético —explicó Renata y se acercó a Heather para acariciarle la mano comprensivamente—. Hay hombres que no podrían ser fieles aunque llevasen palabra «monogamia» grabada en la frente.

—¡Un momento! —se quejó Ray.

—¿De verdad? —dijo Heather mirando a Ray con suspicacia—. ¿Qué intentas decir? —preguntó mirando a Renata de nuevo.

—Lo que quiero decir… —dijo Renata y se detuvo al notar movimiento detrás de los focos. Era Denny agitando los brazos como si fuese un animador—. Quiero decir que…

«Tenéis que arreglar los socavones en el camino del amor». Algo así era lo que Denny quería que dijese. Era lo que ella misma habría dicho dos semanas atrás, cuando aún creía que el amor era eterno.

Pero había estado equivocada y, a pesar de todo, las cosas podían salir terriblemente mal.

Quería proteger a Heather para evitar que aprendiese aquello en su propia carne, porque sabía que Ray se lo iba a poner muy difícil.

—Lo que quiero decir es que habéis llegado a un punto muerto en vuestra relación.

—¿A un punto muerto? ¡Vaya lata! —exclamó Heather.

—Pero no te preocupes —continuó Renata intentando mostrar optimismo—, no estás sola. Además, el barco del amor suele salir a flote más veces de las que naufraga.

—Pero si ya he comprado el vestido de novia.

—Heather, siempre podrás devolver un vestido, pero las consecuencias de un fracaso matrimonial no se borran tan fácilmente —dijo Renata. Miró hacia Denny y vio que estaba levantando los brazos como si clamase al cielo.

Lo había echado todo a perder otra vez y cabía la posibilidad de que cancelasen el programa. Pero se preocuparía de eso más tarde. En aquel momento tenía que preocuparse por sus invitados y el futuro de estos.

—Entonces, lo mejor es que no nos casemos —sugirió Ray y pareció aliviado.

—Sois jóvenes y tenéis toda la vida por delante. Viajar, conocer gente y centraos en vuestras carreras profesionales —aconsejó Renata.

—Pero, podemos seguir acostándonos, ¿no es así?

—¿Y qué pasa con la mujer del Kwiki-Mart? —preguntó Heather.

—A partir de ahora solo iré a U-Tote-Em, ¿de acuerdo?

—Ray, creo que lo que Heather quiere decir es que tiene dudas respecto a tu fidelidad.

—¡Pues sí! —afirmó Heather contundentemente, y se escucharon unas risas entre el público.

En aquel momento, el animador del programa, Charles Foster, salió al plato para despedir a Heather y a Ray y presentar la siguiente parte del programa, a la cual acudía un hombre soltero en busca de su «media naranja».

Renata hizo todo lo que pudo por mantenerse optimista, pero cuando la música que cerraba el programa comenzó a sonar, estaba nerviosa y asustada. Ayudar a las parejas estaba dañando el programa y no sabía qué hacer al respecto.

Cuando terminó, Renata se dirigió hacia el pequeño despacho que hacía las veces de camerino. Si al menos dispusiese de unos minutos en privado…

—Renata Rose, ¿qué es lo que te pasa? —preguntó Denny cuando esta entró por la puerta. Estaba sentado sobre un taburete, con los brazos cruzados y la expresión sombría—. No entiendo este cambio.

—He intentado ser optimista y decir frases ingeniosas —contestó ella esperanzada.

—¡Pues tendremos suerte si Heather y Ray no están firmando la nota de suicidio en este mismo instante!

—He ayudado a Heather a llamar a la tienda de trajes de novia para que le devuelvan el dinero. Y además la he convencido de que venga a hablar conmigo si se siente mal.

—No lo entiendo, Renata. Cuando hiciste la audición, estuviste estupenda; los dos primeros programas fueron un éxito y ahora, de repente, te vuelves pesimista.

—Creo que me he estado tomando el amor demasiado a la ligera, Denny. Ahora me asusta —le explicó Renata—. Paso las noches en vela preocupándome por todas esas parejas y por todo lo que les puede salir mal.

—Pues olvídate de eso. Esto es la televisión, ¿recuerdas?, no una sesión de terapia.

—Sí —dijo Renata. Pero antes de firmar el contrato, Denny le había dicho que sería un poco de ambas y a Renata le había gustado la idea de ayudar a las parejas a conservar el amor. Era algo a lo que ella daba mucha importancia, debido al fracaso matrimonial de sus padres, que le había afectado profundamente.

Al principio lo había hecho bien; había ayudado a las parejas a superar sus problemas y había recibido muchas cartas de agradecimiento. Además, le habían ofrecido un buen sueldo, incluso para ser la cadena televisiva de más baja audiencia de Phoenix.

Si el programa daba buenos resultados, podría dejar el centro de ocio para la juventud y asistir a todas las clases de orientación. Sin la ayuda económica del programa, le llevaría años terminar la carrera de psicología.

—Procuraré hacerlo mejor, Denny. Te lo prometo. Supongo que estoy un poco desconcertada.

Denny la miró analíticamente.

—Es por Maurice, ¿verdad?

Renata se tensó y sus mejillas se sonrojaron.

—¿Qué te ha contado mi madre?

—Todo. Que escribió la carta de despedida en un folio con el logotipo de la universidad y se escabulló para salvar a la rana arborícola manchada. ¡Qué romántico!

—Se unió a un grupo de ecologistas para ir a la cuenca del Amazonas a investigar. Y no se «escabulló». Me preparó un zumo de naranja como todas las mañanas —«y después se escabulló»—. De todos modos, preferiría que no analizaseis mi vida personal mientras merendáis.

Renata quería mucho a su madre, pero ésta pasaba demasiado tiempo intentando convertir la vida de Renata en su propia versión de la felicidad.

Lila Rose era un espíritu libre que estaba a gusto en el mismo centro del caos, creando en Renata una fuerte necesidad por el orden y la calma. Era una mujer bien intencionada, pero cuando se trataba de su hija, no tenía ni idea.

—¡Menuda merienda! —dijo Denny haciendo una mueca de desaprobación. La madre de Renata era famosa por sus terribles aperitivos de comida sana.

—De todos modos, Lila dice que Maurice no te convenía —continuó Denny—. Era demasiado mayor y aburrido.

—Aunque no sea asunto tuyo, Maurice solo tiene cuarenta años. Y es amable, educado y alguien en quien se puede confiar.

—Y mi tía Lois, y el entrenador de mi perro y mi despertador también lo son, y no por eso salgo con ellos.

—¿Podemos dejar de hablar de Maurice, por favor?

—Renata, eres una mujer maravillosa. Si te valorases un poco más, tendrías a los hombres a tu alrededor como moscas. Vuelve al mundo y te olvidarás de Maurice en un abrir y cerrar de ojos.

—Denny… —le previno Renata.

Estaba completamente equivocado. Renata nunca había tenido a los hombres a su alrededor como moscas. A la mayoría de ellos les parecía demasiado seria; se había tenido que conformar con dos novios en la universidad, más compañeros de estudios que otra cosa, y otros dos fugaces y poco interesantes romances hasta que conoció a Maurice, tres años atrás. Entonces ella tenía veintisiete años y pensaba que había llegado el momento de sentar la cabeza; Maurice había sido perfecto, el hombre de su vida, el único.

Hasta que dejó de serlo.

—De acuerdo. No te daré más consejos amorosos —dijo Denny—. Pero, ¿podrías recordar que tu trabajo consiste en conseguir que las parejas se casen, no que se separen?

—¿Y si ampliamos la visión del programa? La soltería es una opción perfectamente válida. Podríamos cambiar el nombre, por ejemplo: «Llegar al altar… o no».

—¡Por el amor de Dios! —exclamó Denny moviendo la cabeza—. Escucha, Renata. El director está teniendo problemas para conseguir patrocinadores para el nuevo programa de deportes. Si no espabilas, nos sustituirá por otro programa más económico.

—No lo haría, ¿verdad? —preguntó Renata con un repentino nudo en la garganta.

—Dibujos animados sin ir más lejos. Pero no me voy a dar por vencido tan fácilmente. Este es mi programa y superaremos las dificultades de una manera u otra.

—¡Menos mal! —suspiró Renata.

—Tuve un buen presentimiento respecto a ti, no hagas que me arrepienta.

—No lo harás. Te lo aseguro.

Conseguir aquel trabajo en el programa había sido lo más maravilloso que le había ocurrido a Renata.

La terapeuta titulada que iba a presentarlo inicialmente se había echado atrás en el último momento, y la madre de Renata, íntima amiga de Denny, lo había convencido de que la delicadeza de su hija a la hora de tratar con adolescentes rebeldes y parejas con problemas la hacía perfecta para aquel trabajo.

—Deséame suerte —dijo Denny suspirando—. Voy a hablar con el director.

—Buena suerte —le deseó Renata, mordiéndose el labio—. ¿Quieres que te acompañe? Quizás pueda ayudar.

—No, gracias, señorita «Llegar al altar… o no». Ya has hecho suficiente daño. Pero sí le voy a sugerir un cambio de formato.

—¿Un cambio de formato? —repitió Renata y sintió un escalofrío por todo el cuerpo—. Por favor, no más parafernalia de cuentos de hadas. Ya es suficiente con que me llamen Doctora Renata cuando ni siquiera tengo el título.

—Doctorado Honorario. Lo consulté con los abogados —dijo Denny dirigiéndose hacia la puerta—. Tú solo procura mantener la mente abierta. Relájate. Sé que no es fácil para alguien que incluso planifica las horas de cepillarse los dientes cada día, pero si quieres que el programa continúe, ese es el trato.

—¿Hay algo más que pueda hacer?

—Soluciona tus problemas. Anímate.

Renata no contestó. En parte, Denny tenía razón; desde que Maurice se había marchado, casi no se reconocía a sí misma, ahora ya no sabía qué haría o diría a cada momento.

Apoyó la cara sobre la mesa y pensó en el lío en el que estaba metida. Solo quería lo mejor para las parejas, pero se preguntó si acaso ya ni siquiera sabía eso. Había estado tan equivocada respecto a Maurice…

Renata apretó los ojos y se lo imaginó sentado en su silla favorita, estudiando sus notas y sonriéndola de vez en cuando, mientras ella pintaba una de sus casas de muñecas.

Ni se habían peleado, ni habían perdido los estribos, se apoyaban mutuamente; había sido una relación agradable, segura y estable. Y Maurice había escapado de aquella relación muy habilidosamente.

Pero lo peor no había sido la marcha de Maurice, sino la reacción de Renata. En vez de sentir que le había partido el corazón, se había sentido aliviada, porque la pura verdad era que Maurice la aburría; se había contentado con la similitud de sus caracteres, la cómoda camaradería y el respeto mutuo. Habían planificado su vida juntos y, si Maurice no se hubiese acobardado, Renata habría seguido adelante con ella. Y aquello sí que habría sido un gran error.

Había procurado hacer las cosas con cuidado y prudencia, y aun así, no había funcionado. Entonces, ¿cómo iba ella a animar a otras personas a que diesen aquel paso? ¿Por qué iba una mujer a casarse con alguien que un buen día la abandonaría? O peor aún, que la aburriría hasta la saciedad. Todo aquello dejaba a Renata con una gran duda en mente: ¿cómo iba a presentar un programa basado en el matrimonio si ella misma había perdido la fe en él?

Quería hacer lo correcto.

Podía dimitir, pero no soportaba la idea de dejar el programa; era el mejor trabajo que había tenido; le daba la oportunidad de ganar experiencia como consejera y contribuir a la noble causa del amor.

Tendría que tomárselo más en serio. Revisaría los textos sobre teoría de las relaciones y consultaría a las parejas a las que ya había ayudado para que le diesen referentes.

Quizás a ella se le hubiese escapado la oportunidad de «ser feliz hasta que la muerte nos separe», pero no significaba que otras personas no pudiesen serlo, o que ella no pudiese ayudarles a serlo.

Se pondría manos a la obra inmediatamente, antes de que Denny hiciese algún cambio en el formato del programa, o que el director general simplemente lo cancelase.

***

Hawk Hunter estaba de pie, esperando, junto a la puerta del despacho de Denny Bachman. Bajo el brazo llevaba una carpeta con su currículum.

Estaba seguro de que la entrevista para el puesto de comentarista del programa de deportes había salido bien, pero por alguna razón, el director general quería que hablase también con un productor.

«Date prisa, Bachman», se dijo a sí mismo. Las esperas le ponían nervioso, y empezó a sudar bajo su caro y elegante traje.

La única experiencia que tenía en retransmisión deportiva en directo era de cuando había estudiado en la universidad, pero era una persona que aprendía deprisa. De todos modos, se trataba del mundo del espectáculo.

En el canal de televisión en Alburquerque, se había limitado a redactar las noticias, y era algo que realmente le gustaba, pero Michelle, la asesora de imagen, y su mentora, le había conseguido la oportunidad de presentar, un nuevo programa de deportes en Phoenix, y aquello podía significar el gran lanzamiento de su carrera profesional. Algo que deseaba con todas sus fuerzas.

Nunca había sido una persona paciente, y estaba deseoso de continuar hacia delante. Afortunadamente, en la televisión todo se movía con rapidez.

Todo menos la reunión con el productor…

Se alisó la corbata, símbolo de alto status y de precio desorbitado, que Michelle le había sugerido que se pusiese. Le había dicho que en aquel negocio, los complementos jugaban un papel tan importante como un buen currículum, y él nunca ponía en duda la opinión de un experto.

Abrió la cartera para sacar una tarjeta de presentación para Bachman, y al hacerlo, la foto de su madre cayó al suelo. Bajó la vista y la miró fijamente. En momentos como aquel, en los que por un instante pensaba en la posibilidad de conformarse con un trabajo tranquilo, detrás de las cámaras, era bueno recordar a su madre; hacer que ella, o la persona que él imaginaba que había sido, se sintiese orgullosa de él, era lo que mantenía viva la llama de su ambición. Y aunque fuese un sin sentido, porque ella ya estaba muerta, Hawk seguía empeñado en aquella tarea.

Cuando se agachó para recoger la foto, unas bonitas piernas femeninas, con zapatos de tacón bajo, se pusieron delante de él.

Mientras se ponía de pie, Hawk las recorrió con la mirada hasta llegar a un vestido negro que se estrechaba alrededor de unas curvas bien formadas, y finalmente se encontró con una cara, pálida como el mármol, enmarcada en una negra melena.

—¿No está en el despacho? —le preguntó la mujer.

Le llegaba por la barbilla y tenía la cabeza levantada hacia él. Tenía los ojos levemente rasgados y su cara era elegante y exótica, como la de Cleopatra.

—¿El señor Bachman? No. No está.

Ella pasó por delante de él para abrir la puerta y, al tiempo que unos mechones de pelo rozaron la cara de Hawk, este percibió el aroma que provenía de ella, floral y especiado.

—Puede pasar —dijo ella. Tenía un tono de voz ronco, que impregnaba de seducción cada palabra que decía, pero ella no parecía ser consciente de aquello.

—Gracias.

Hawk se guardó la foto de su madre en la carpeta y entró al despacho de Bachman.

Ella lo siguió y una vez dentro, se quedó de pie junto a él; en su cara se dibujaba una sonrisa ambigua. Tenía un cuerpo muy bonito, firme y elástico, como el de una gimnasta, y unos pechos maravillosos.

Sin embargo, no había ni un atisba de coqueteo en su comportamiento; Hawk estaba seguro de que era una de aquellas mujeres que no se daba cuenta de lo guapa que era.

—Denny y yo teníamos una reunión —dijo ella en aquel tono tan sensual. Consultó su reloj, después miró hacia la puerta y por último lo miró a él—. ¿Tiene una cita concertada?

—Más o menos.

—¿Ha venido para el programa?

—Sí.

Ella lo miró fijamente y después sonrió amablemente.

—No se preocupe. Nuestro trabajo consiste en ayudarle a contar su historia de la manera más efectiva. Simplemente ignore las luces y las cámaras y actúe con naturalidad.

Aquella mujer había confundido la fugaz fascinación que él había sentido con los nervios.

Era raro que una mujer lo descolocase de aquella manera, pero estaba seguro de que ella no era una mujer normal.

Decidió tomar el control de la situación y, exhibiendo su mejor sonrisa, le ofreció la mano.

—Me llamo Hawk Hunter. ¿Usted es…?

—Renata Rose.

—Encantado de conocerla, Renata —contestó él mientras estrechaba su mano. Notó que era delgada y pequeña.

El contacto con la mano de él pareció paralizarla; parpadeó y contuvo el aliento hasta que él la soltó. Después, respiró aliviada.

Hawk supuso que la había desconcertado.

—Por favor, siéntese —lo invitó ella, señalando una de las sillas que había delante de la mesa de Bachman. Después miró hacia la puerta de nuevo y frunció el ceño—. No sé por qué Denny se está retrasando, pero será mejor que le vaya preparando —dijo, mirándolo otra vez.

—¿Preparando?

—Sí. Para la sección en la que interviene —le aclaró y se inclinó sobre la mesa, dejando a la vista unos bonitos y musculosos muslos, para recoger un portafolios—. Empecemos.

Renata se acomodó con gracia femenina en la otra silla, junto a él. Sus mejillas se colorearon levemente por el pequeño esfuerzo y Hawk vio parte del encaje blanco de su sujetador por el escote de su vestido. Sencillo pero tentador. Igual que ella.

—Hábleme de usted —dijo Renata, bolígrafo en mano.

Hawk se resistió a la tentación de coquetear con ella, ya que por lo que parecía, debía ocupar un puesto de importancia en aquella cadena de televisión.

—Aquí tiene mí currículum —dijo Hawk. No quería tener que explicar dos veces, a ella y a Bachman, por qué pensaba que era la persona adecuada para el puesto.

La verdad era que quería dedicarse a las noticias, pero aquel programa le daría la oportunidad de distribuir unas buenas cintas de vídeo, junto con su currículum, y le permitiría mostrar su lado humorístico. La comedia estaba en alza.

Mientras le entregaba el currículum, la foto de su madre se cayó al suelo.

Renata la recogió y después de mirarla detenidamente, se la devolvió.

—¿Es alguien especial? —le preguntó educadamente.

—Sí. Gracias.

A Hawk le mortificaba que algo tan personal hubiese aparecido en la entrevista. No estaba por la labor de explicarle que la guapa mujer de la foto era su madre cuando tenía unos treinta años y estaba embarazada de él. La asistente social se la dio después de que su madre se matase en un accidente de coche, cuando él tenía seis años. Aquel accidente había tenido lugar poco después de que a su madre le hubiesen vuelto a denegar recuperar su custodia, por lo que él había permanecido con padres adoptivos.

«Cuando solucione mis problemas, te prometo que volveré a por ti», había sido la frase que constantemente le había repetido.

Pero no le contaría todo aquello a Renata Rose, aunque era lo que más había contribuido a su éxito.

Renata guardó el currículum de Hawk debajo del cuestionario sin siquiera mirarlo.

—Supongo que es usted soltero.

Hawk se rió.

—¿Lo supone?

—Debo preguntárselo, señor Hunter, para asegurarnos de que es la persona adecuada para esta sección del programa.

—¿De verdad?

No era legal hacer aquel tipo de preguntas en una entrevista de trabajo. Ni siquiera en la televisión, donde se tomaban esas cosas muy a la ligera.

—Sí. Estoy soltero. ¿Y usted? —le preguntó sin poder resistirse.

—¿Yo? Eso no importa, señor Hunter —le dijo sonriendo amablemente—. ¿Qué le gusta hacer en su tiempo libre?

—Pues, por supuesto, me gustan los deportes.

—Así que su mujer ideal sería una persona deportista.

—¿Mi mujer ideal? ¿Qué tiene eso que ver con…? —preguntó Hawk incrédulo. ¿Acaso era aquello algún tipo de test de personalidad?

—Se toma el matrimonio en serio, ¿no es así?

—¿Cómo?

Hawk pensó que debía haber algún tipo de error, pero al ver la seria expresión de Renata, sintió el malsano deseo de tomarle el pelo.

—¿Debo hacerlo?

Renata pareció dudar.

—Desde luego, si quiere que le ayudemos a encontrar esposa.

—¿Encontrarme una esposa? Eso sería un buen incentivo. Yo me iba a conformar con una plaza de garaje.

—¿Disculpe? —preguntó ella, parpadeando sorprendida.

—Solo bromeaba. Supongo que ha habido un error. He venido para hablar con el señor Bachman sobre JockTalk.

—Ya veo. El programa de deportes. Creía que usted era… —dijo y un encantador rubor apareció en su cara—. Debe haber pensado que soy…

—¿Que estaba a cargo de una agencia de citas? Pensé en la posibilidad —dijo él y sonrió burlonamente. La idea de una cita con Renata, desde luego, tenía su encanto.

—Lo siento —se disculpó Renata y se puso de pie. Sujetaba el portafolio con fuerza contra su pecho.

¿Es que nadie había coqueteado con aquella mujer?

—No se preocupe —dijo Hawk para tranquilizarla—. ¿Por qué no me habla de su programa? Parece mucho más divertido que un montón de camisetas sudadas.

—Creo que no. Siento haberle hecho perder el tiempo —dijo ella y después de dejar el portafolio de nuevo sobre la mesa de Bachman, se dirigió de espaldas hacia la puerta—. Estoy segura de que Denny no tardará… ¡Ay! —exclamó. Se había dado contra la puerta sin darse cuenta.

—Encantado de conocerla —dijo él mientras ella salía.

Sorprendentemente, realmente estaba encantado de haberla conocido, porque por lo general, Hawk se sentía atraído hacia las rubias, altas y alegres. Pero sentía curiosidad por saber qué había tras aquellos oscuros ojos y aquella enigmática sonrisa.

Aún podía captar briznas del aroma floral y especiado que ella había dejado al marcharse, cuando la puerta se abrió y un hombre de baja estatura, bien vestido y de unos cincuenta años, entró.

—Eres Hawk Hunter —afirmó—. Yo soy Denny Bachman.

Le ofreció la mano y Hawk se la estrechó.

—Encantado de conocerte…

—He visto tu cinta de vídeo y he leído tu currículum —dijo Bachman observándolo como si fuese un espécimen de laboratorio—. Tienes el aspecto que buscamos, y una licenciatura en psicología. ¿Te gustan las mujeres?

—¿Disculpa?

—¿Alguna vez has estado casado, prometido, has vivido con alguien?

Hawk se sintió como Alicia en el país de las maravillas, perdido en un mundo alocado donde todo el mundo estaba obsesionado con su vida amorosa.

—No, no y no —contestó Hawk—. Creo que aquí ha habido un error. Yo he venido por el programa de deportes.

—Olvídate de eso, Hawk —dijo Bachman—. Hablemos sobre el matrimonio.

Y entonces Hawk se dio cuenta de que estaba atrapado.