CAPITULO 4
Pasaron los días y Rosie pudo al fin abandonar la habitación y reunirse con su familia durante las comidas.
La casa permanecía de luto y no había reuniones sino visitas de duelo.
Audrey escribió una carta a su madre contándole la tragedia y explicando que no podía regresar todavía. ¡Oh, cuánto le pesaba comprender que tal vez debiera esperar por semanas!… Tiritó a pesar de estar frente a la estufa, en ocasiones esa casa se volvía helada, inhóspita.
Cuando bajó a cenar esa noche lo hizo con su vestido azul porque no tenía un vestido negro, excepto el de la colonia pero era tan sencillo que no quiso ponérselo.
Sintió su mirada y se estremeció. Poco después sus miradas se encontraron en un momento y ella recordó ese beso en un momento de tristeza y desesperación, y las palabras de Anthony, el primo del señor Lodge.
—Siéntate aquí, Audrey—le ordenó la señora Mary mirándola con hostilidad.
Había notado el interés de su hijo por la joven y creyó que eran imaginaciones suyas, pero luego comprendió que la parienta de Rosie era demasiado bonita, y de haberlo sabido no la habría invitado a la mansión. No era prudente. Hablaría con su hijo para que la joven regresara cuanto antes, su presencia ya no era necesaria en White Flowers.
Era una dama de mundo y comprendió que el asunto podía llegar a mayores y no era aconsejable, se trataba de la parienta de Rosie y si sufría algún daño en su mansión… El padre de la joven exigiría una satisfacción. Un granjero feroz, de poblada barba oscura, entrando en White Flowers armando de un reluciente puñal para matar a su único hijo… La visión le resultó aterradora.
Para terminar de crispar sus nervios una tarde presenció una conversación entre su hijo y esa jovencita. Se detuvo a tiempo para escuchar un trozo y luego sacar sus conclusiones.
—Señor Lodge, le ruego que me ayude a regresar a Greenston, temo que mi presencia es más una molestia en estos momentos tan tristes.
La mirada de Thomas sobre la joven fue lo que más asustó a la señora Lodge, en ella había un deseo intenso y algo más. Oh, su hijo estaba interesado en esa joven y tal vez perdidamente enamorado. Era extraño porque Thomas no era pícaro ni enamoradizo y además estaba casado con Rosie, y esa joven comprometida con un rudo granjero. La situación no podía ser más complicada y desastrosa.
—Señorita Audrey, su presencia no es una molestia, al contrario, es usted una compañía muy querida y muy grata para mi esposa. Ella me ha rogado que le consiga un esposo ¿sabe? Porque le gustaría que se quedara en Boston, pero me he negado a hacerlo. Creo que primero debería preguntarle qué pensaba del asunto—dijo Thomas Lodge.
—Oh, no señor, yo estoy comprometida y me casaré en un mes con el señor Cabot y esa es la razón por la que necesito regresar. Una boda no puede celebrarse con prisas y necesitaré un vestido nuevo y…
Su mirada la hizo callar. El se acercó y ella temió que fuera a besarla de nuevo y se apartó confundida.
—¿De veras quiere casarse con un simple labrador, señorita Holmes? ¿No le agradaría quedarse en Boston y que su esposo fuera un caballero de fortuna?
Audrey dijo que debía honrar su compromiso sin dejarse deslumbrar por las tentaciones y la vanidad. Hablaba como su padre, y pensó que al menos recordaba sus enseñanzas.
Las palabras de la joven puritana le hicieron sonreír.
—Tal vez sea una prueba que le envía el Señor, señorita Holmes, ¿no lo cree? Nuestro padre nos envía tentaciones que debemos resistir para demostrar que somos dignos de su amor. ¿Teme usted sucumbir a ellas, señorita?—el astuto Lodge usaba los proverbios de los puritanos en su propio beneficio, como si fuera un juego de palabras.
—No, no lo temo, señor Lodge. Pero me he quedado demasiado tiempo en su mansión y debo regresar para mi boda, le ruego que me deje ir.
Había una súplica en sus ojos, una intensidad que alarmó a la viuda Lodge, porque tal vez era la misma intensidad que vio en la mirada de su hijo Thomas. Un amor secreto y sofocado, condenado desde su nacimiento contra el que no podrían luchar.
Thomas se acercó a la joven y le dijo algo al oído mientras tomaba su rostro con dulzura entre sus manos.
—Es una dura prueba que le envía el señor, si realmente quiere casarse con ese joven nada podrá impedir su boda Audrey Holmes. Además, pronto nevará y los bandidos no han sido capturados.
La historia de los bandidos no era más que una excusa, era prisionera de esa casa y de ese hombre, pero le demostraría que no estaba interesada en sus atenciones y que no podría salirse con la suya.
Abandonó la habitación momentos después y Thomas tenía una expresión dulce y soñadora cuando apareció su madre y lo regañó por retener a esa joven la mansión.
—¿Qué pretende usted señor Lodge? ¿Es la parienta de su esposa, acaso lo ha olvidado?
Thomas no respondió, cuando se enfurecía no le salían las palabras y detestaba que lo trataran como chiquillo, era un hombre y haría lo que quisiera con esa damisela y con todo lo demás.
—¿Y qué historia ha inventado usted para asustarla sobre bandidos? Hijo, todos han notado esas miradas, olvida esa locura. Rosie es tu esposa y el matrimonio no puede deshacerse ni consentiré que ilusiones a esa joven para seducirla. Es una joven inocente, una pobre campesina y si la seduces…
—Calla madre, no he seducido a nadie para que me acuses y quieras adivinar mis intenciones.
—La retienes aquí por una razón, planeas algo Thomas y no te daré mi apoyo ni aprobación en este asunto. Y si tu no ayudas a esa joven yo sí lo haré. Debe regresar a su casa y cumplir su destino, y será lo mejor para todos.
Thomas se enfureció, odiaba que su madre esperara arruinar sus planes.
—No harás eso madre, no intervendrás.
—Oh, sí lo haré señor Lodge y nadie va a impedirlo.
¡Maldición! En ocasiones odiaba a esa mujer, ella fue quien le buscó esposa y por haberle escuchado ahora estaba casado con una dama fría y quejosa, que se entregaba a él por obligación. Sí, en otros tiempos creyó que sería una esposa adecuada, hasta le había parecido bonita pero su desencanto llegó la noche de bodas y después… Evitando la intimidad, incumpliendo de forma constante sus deberes de esposa, obligándolo a buscar consuelo en su amiga viuda.
Y ahora debía estar atado a esa criatura caprichosa el resto de sus días.
Pero nada detendría a la señora Lodge, y habló con Audrey diciéndole que ella la ayudaría a regresar a Greenston.
La joven le sonrió agradecida, la conversación con su hijo la había dejado muy asustada. No era tan tonta para no darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, pero lo que la señora Mary ignoraba eran que Audrey se sentía confundida por las atenciones de ese caballero.
—Prepara tus cosas, enviaré a Mary para que te ayude, partirás mañana a primera hora.
—Oh, le agradezco señora Lodge.
Pero esta vez fue Rosie quien fue a su cuarto a convencerla de que se quedara, al enterarse de su inminente partida.
—Oh, no regreses por favor, te obligarán a casarte con ese horrible joven—dijo.—Y nunca más volveremos a vernos, estoy segura de que tu esposo no te dejará. Hablé con Thomas, le pedí que te convenciera… Oh, no te vayas, quédate un tiempo más.
—No puedo Rosie, me he quedado más tiempo del que esperaba, mi boda será en unas semanas pero no pienses que no volveremos a vernos.
Rosie estaba angustiada, nunca había tenido amigas y sus otras primas tenían edades dispares, pero se había encariñado con Audrey, era tan dulce y tan buena. Pobrecilla, ¿qué sabía ella de esos asuntos? De lo que ese burdo granjero haría con ella la noche de bodas… Un hombre hosco sin modales, ni siquiera la trataría con delicadeza sino que la lastimaría, le haría mucho daño estaba segura y la pobre se encontraría indefensa. Y era tan sensible que tal vez muriera del susto.
—Audrey espera por favor, debo hablarte. —dijo su prima.
Estaba muy pálida y notó sus pupilas dilatadas. Vio como cerraba la puerta y la enfrentaba.
—Querida prima, no dejaré que te vayas sin antes avisarte porque seguramente nadie más lo hará. El matrimonio no es ese cuento de rosas que te han contado, de pequeña te habrán dicho que debías casarte con un príncipe y que si no te casabas serías una solterona muy desdichada.
No, su madre no le había dicho esas cosas y no tenía ningún miedo a casarse ni a la intimidad, no era tan ignorante ni tan tímida como creía su prima. Además ella amaba a Nath desde los diez años, había sido su primer amor, no era un extraño con quien la obligaban a casarse.
—Oh, prima, ni siquiera me atrevo a decirte lo que te hará ese hombre, me da tanta vergüenza… Pero debo hacerlo y lo haré.
Audrey escuchó a su prima con curiosidad. Sangraría y el dolor sería insoportable, porque una joven virtuosa era pequeñita y estrecha. Eso la impresionó un poco.
—Y deberás entregarte a él todas las noches, y no te dejará en paz hasta dejarte encinta y luego… Desearás nunca haberte casado. Eres tan joven prima, tan ignorante de las maldades del mundo.
—Rosie, no creo que sea tan horrible como tú dices, además yo amo a Nathaniel, lo amo desde que era una niña... Es muy guapo sabes, y es un caballero, no me lastimará, estaré bien.
Muy bien quiso agregar, pero no se atrevió. De pronto se sintió impresionada, no por el asunto del dolor y el sangrado sino porque su prima considerara que la intimidad fuera algo detestable y desagradable. Su esposo era tan atractivo y educado… De haberse casado con él no se habría sentido tan apenada…
No debía tener esos pensamientos, mejor sería no pensar siquiera en Thomas Lodge. Muy pronto se marcharía y sería parte de sus recuerdos de su estadía en Boston.