CAPITULO SEGUNDO

El viaje a Boston.

Audrey llegó un día gris a la mansión llamada White Flowers, su hermano la acompañaba y se veía inesperadamente contento y aliviado. No le había hablado durante el viaje más que para retarla.

La ciudad de Boston era mucho más hermosa de lo que la recordaba y no dejaba de mirar por la ventanilla del carruaje y de sentirse deslumbrada por los vestidos de las damas y los caballeros elegantemente ataviados. Las casas y un montón de carruajes y transeúntes caminando sin prisa… Suspiró encantada, observando cada detalle con la curiosidad de una chiquilla impresionada por tanta magnificencia.

Audrey, procura comportarte en esa mansión, recuerda que has sido invitada para acompañar a la prima Rosie, no para pasearte y holgazanear en los jardines. —dijo su hermano.

La mansión de White Flowers se encontraba a cierta distancia de las calles más recorridas, en un inmenso bosque y al verla Audrey pensó que era la casa más inmensa y hermosa que había visto en su vida. Blanca y rodeada por hermosos jardines, la contempló extasiada, incapaz de pronunciar palabra.

Su hermano fue recibido por un elegante mayordomo mientras Audrey contemplaba los hermosos cuadros, muebles de tono caoba, hermosos y relucientes…

Una dama vestida de negro, de cabello gris y aspecto severo fue a recibirla, era la señora Mary Lodge, suegra de su prima Rosie y no tenía aspecto amigable, sus ojos hundidos y la nariz aguileña le daban un toque severo.

—Oh, bienvenidos a White Flowers, señorita Holmes, señor Holmes... Mi nuera estará muy complacida de recibirle. Está tan agotada la pobrecilla.

Había otra mujer con un vestido crema sentada en la sala que la miraba sin ocultar su sorpresa y cierto disgusto.

Su hermano se marchó poco después aduciendo que tenía prisa, él pudo escapar con rapidez pero ella debió quedarse y de pronto se sintió incómoda y desalentada. El vestido que le había dado su madre se veía deslucido frente al de esas damas tan elegantes.

La prima Rosie no quiso recibirla ese día, dijo que iba a dormir y que estaba muy cansada, así que Audrey debió quedarse con la suegra de esta y su amiga, la señorita Whitcomb hasta que finalmente pudo escapar a su habitación y recibir allí una gran bandeja de plata con una deliciosa carne estofada con papas y pimientos. Oh, estaba hambrienta.

Luego de devorar casi todo el contenido de la bandeja observó la habitación que la rodeaba. Era hermosa, nunca había visto tanta belleza y esplendor. Era espaciosa y no debía compartirla con nadie, la cama era enorme y tenía cortinados a su alrededor, una mesa, poltronas y un espejo… Oh, había un hermoso espejo oval de tamaño mural, apoyado en un mueble de madera. Descubrirlo le provocó una emoción intensa.

Se quitó la gorra y se vio en el espejo mientras se pavoneaba… Su vestido no era tan bonito como el de esas dos damas pero al menos no era marrón ni de otro color oscuro y tal vez no debiera llevar una gorra, observó que nadie las usaba en Boston…

¡Oh, qué lugar tan hermoso! Pensó y se asomó a la ventana para contemplar ese hermoso paisaje de bosques y cabañas a lo lejos. Tierras de cultivo, caballos salvajes... Respiró hondo pensando que le gustaría recorrer esos jardines llenos de alerces y pinos.

Conoció a la prima Rosie Lodge a la mañana siguiente, le sorprendió ver a una joven casi de su edad, pálida y con estado de avanzada preñez. No era bonita, o tal vez debió serlo pero su embarazo la había demacrado. El cabello oscuro estaba siempre sujeto con un gorro de dormir y sus ojos verdes pudieron ser bonitos pero no tenían vida.

La saludó con un gesto lánguido y le indicó que se acercara.

Luego de intercambiar algunas palabras, y de que ella le preguntara por sus padres y no escuchara sus respuestas, le pidió que le alcanzara la copa con agua que estaba en la mesita.

Oh, es que tengo mucha sed.—dijo poco después.

Audrey notó que sus labios estaban muy secos y parecía extenuada, envuelta en un camisón de hermosa seda rosa con encajes. Nunca había visto algo tan exquisito.

Debió acostumbrarse a sus constantes demandas y cambios de humor. Solía quejarse todo el tiempo de su estado, y de lo grande que era el niño que esperaba.

—No puedo caminar casi, ni moverme… Estoy deseando que nazca y ruego al cielo para que esto ocurra cuanto antes—dijo entonces.

Audrey Holmes, acostumbrada a la vida al aire libre y a ir a donde se le placiera en Greenstone, aquello le pareció una pesadilla. No hacía más que obedecer órdenes de la señora de White Flowers todo el santo día, hasta la acompañaba en las horas del almuerzo y la cena porque parecía que la pobre Rosie se había apegado tanto a su compañía que no quería dejarla en paz.

Por favor cuéntame de ti y tu familia. Háblame de tus padres—le pidió en una ocasión.

Audrey habló hasta que un nuevo pedido interrumpió la conversación y debió acomodarle las suaves almohadas de pluma.

Querida prima, ve a mi ropero, vamos, ve…Está allí, a la izquierda.—le ordenó después con un gesto.

La joven obedeció.

—Escoge dos, no mejor, llévate tres, los que más te agraden. Sí, los vestidos, están envueltos en sus cajas.

No comprendo, señora Lodge.

Oh, no me llames así, dime prima Rosie. Quiero que escojas vestidos nuevos, los tuyos no son apropiados para White Flowers, pronto recibiremos invitados y tal vez te inviten a participar de alguna cena o recepción. Mi suegra siempre recibe los jueves, no puedes ir con esos vestidos.

Audrey enrojeció sabiendo que tenía razón, desde el principio se había sentido fuera de lugar por sus maneras y sus vestidos. No había sido educada como una dama y aunque sus modales eran sobrios, se sentía torpe y muy tonta, siendo observada por la señora Mary y su inseparable amiga Helen.

Buscó entre los vestidos y escogió tres, uno celeste, otro malva y uno rosa pálido lleno de encajes pero pensó que eran muy lujosos para ella. Además eran de Rosie, los necesitaría luego.

—Tengo muchos, y esos ya están algo pasados de modas. De todas formas iba a tirarlos, no me servirán luego de que nazca el niño, he engordado demasiado—confesó la joven con expresión fatigada.

Un golpe en la puerta y la presencia de la doncella de su prima, hicieron que guardara cuidadosamente los vestidos.

El señor Lodge vendrá a visitarla señora—le avisó la criada.

Notó la tensión en Rosie, el cambio notable de su conducta. Como si le tuviera miedo, a su esposo...

El caballero que cruzó el umbral era alto y de paso firme. Vestía al estilo de Boston, con un traje oscuro de impecable corte, camisa blanca y levita y hablaba con un acento marcado. Su cabello era oscuro y espeso, la piel muy banca, pero a la distancia no pudo verle demasiado pues rápidamente le dio la espalda al confundirle con una de las doncellas.

Sus ojos  de un verde oscuro se centraron en su esposa, a quien encontró pálida, pero más animada con la compañía de esa joven parienta suya. Esperaba que su padre le hubiera dado un poco de educación, no le agradaban los campesinos ni los granjeros… Intuyó que era poco agraciada, su madre le había advertido de su total falta de refinamiento y no le dirigió más que una inclinación respetuosa sin mirarla en ningún momento.  
—¿Cómo estás querida? Te ves cansada—quiso saber mientras se sentaba en una silla a su lado, como un esposo amoroso, preocupado por su salud y bienestar. Luego tomó su mano y la besó con suavidad. Era todo un caballero, pensó Audrey al ver que se sentaba a su lado para conversar con ella.

Ella pensó que debía retirarse pero la visita fue tan breve que no tuvo tiempo de siquiera sugerirlo. Un caballero educado, aunque frío, altivo y orgulloso. Se preguntó si habría sido una boda concertada, sugerida por alguna de las familias, su madre le había dicho algo al respecto hacía tiempo.

                  *             *             *

Esa noche podría comer en su habitación y esto no le preocupaba pues luego de pasar el día entero encerrada junto a su prima, estar a solas era un alivio. Allí podía desnudarse y sentir la seda de las sábanas en su piel, nunca había tenido sábanas tan suaves.

Pero cuando esperaba la bandeja de plata repleta de manjares apareció una doncella para avisarle que el señor Thomas Lodge la invitaba a cenar con ellos. Ella pensó en inventar una excusa pero se detuvo. Tal vez fuera descortés negarse.

Buscó unos de los vestidos que le obsequiara su prima y escogió el de color rosa pálido, con puños de encaje y un precioso corsé con perlas bordadas en el escote. Nunca había tenido un vestido tan hermoso y le quedaba perfectamente.

Podría ayudarla a peinar su cabellera, es tan bonita… Debería enseñarla en vez de esconderla en el gorro—señaló la doncella.

Audrey le dirigió una mirada de sorpresa, sí, no podía usar ese gorro oscuro con un vestido tan fino. Entonces soltó su cabello dorado y Ann lo cepilló hasta que quedó brillante y luego creyó que quedaría más bonito suelto. Nunca había visto un cabello tan bonito. Pero debía hacerle un peinado, fue por cintas y colonia. Audrey aguardó impaciente. El resultado fue deslumbrante.

¡No soy yo! Pensó mientras contemplaba la imagen del espejo de su cómoda. Se veía tan distinta con el cabello recogido con cintas en parte y suelto, del color del oro, brillante y sedoso. Sus mejillas estaban sonrojadas, y sus ojos celestes refulgían mirando el vestido… Oh, un vestido hermoso y elegante hacía mucho por una mujer, eso había dicho su madre una vez. Y ella no parecía una campesina de Providence, sino una señorita elegante y distinguida. Al menos en apariencia lo era…

Momentos después entró en el salón principal y de pronto se sintió nerviosa al ser observada. No habían sido presentados formalmente, él no había reparado en ella y eso no le había molestado pues su esposa debía preocuparle de sobremanera.

La señora Mary la miró con gesto altivo, y había otros invitados, amigos de la familia Lodge seguramente, que no dejaron de mirarla con apreciación. Pero lo que más la inquietó fue descubrir la mirada de su anfitrión: Thomas Lodge. Sintió que lo veía por primera vez, el hombre más atractivo y distinguido que había visto en su vida, su mirada tan intensa la hizo sonrojar. Alto, de cabello oscuro y ondeado, sus ojos eran de un verde oscuro, almendrados y de mirar intenso. La nariz recta, la frente despejada, era un hombre intensamente viril, distinguido y sus ojos la miraban apreciativos, un instante que le pareció eterno. Tal vez lo imaginó o fue simple galanteo, pues sintió otras miradas esa noche y no fueron de su anfitrión. Este pareció ignorarla luego de pronunciar su discurso.

Bienvenida a White Flowers, prima Audrey. Disculpe mi falta, pues no  he podido oficiar de anfitrión porque me encontraba ausente, suelo viajar a menudo a recorrer mis tierras—dijo con voz grave mientras sus ojos la miraban con fijeza.

Otros caballeros le fueron presentados esa noche pero la joven se sintió torpe en presencia de damas tan elegantes, no sabía qué cubierto tomar y esperó a que la señora Mary escogiera el suyo para imitarla.

En ningún momento notó las miradas de admiración de dos caballeros en particular, estaba demasiado tensa y nerviosa, ansiosa de no cometer una torpeza para prestar atención al asunto.

Ese salón elegante, con las hermosas arañas de cristal, la fina platería, se sentía como una campesina en un cuento de hadas. Y de pronto recordó que solo había cumplido una parte de lo que su padre le había encomendado: había servido a su prima Rosie todo el santo día, pero había olvidado por completo leer la Biblia y rezar todos los días durante el almuerzo y antes de dormir.

Luego de la cena una joven, la señorita Adele Wallace se sentó en el piano y ejecutó una hermosa melodía. Sus manos pequeñas y blancas se movían con destreza. Todos se sentaron a su lado a escuchar.  La siguió otra joven con voz aguda y pensó que todas las señoritas distinguidas de Boston sabían cantar y tocar el piano.

Pero hablaban entre sí, se separaron en pequeños grupos y Audrey se vio sola y aislada, deseando que la reunión terminara para poder refugiarse en su habitación.