CAPITULO PRIMERO
Granja de Greenston — Providence
Año 1812
La joven Audrey Holmes se encontraba muy atareada en sus quehaceres domésticos cuando su madre le habló de la carta. Una carta que llegaba de Boston, la ciudad más bonita que ella había visto en su vida. Era de su prima: Rosie Lodge, la señora de la mansión de White Flowers.
Su madre se quitó la cofia y leyó la carta con aire solemne.
—Quieren que vayas a hacerle compañía hija, pero no creo que sea buena idea.
—Oh madre, ¿por qué?
—A tu padre no le agrada la idea que vayas a esa mansión y conozca personas ricas.
—Oh, lee la carta por favor.
Amy obedeció, era breve y había sido escrita por la señora Mary Lodge, suegra de Rosie y simplemente pedía que Abraham enviara a una de sus hijas para hacer compañía a su nuera cuyo estado era avanzado.
—¿Su estado?— preguntó Audrey intrigada.
—Está encinta y en pocas semanas dará a luz, eso quiso decir.
—¿Y por qué no lo explica?
Amy Holmes hizo una mueca de qué se yo.
—Lo decía en su carta anterior y la gente distinguida no suele haber de los embarazos y las damas se quedan encerradas en sus mansiones cuando su estado de gravidez es evidente. Supongo que por eso desea que vayas, debe estar muy aburrida.
El parentesco era lejano, por parte de su padre. Dos hermanos Holmes habían llegado de Inglaterra a América en busca de fortuna, uno se había hecho rico en la ciudad (el abuelo de Rosie) y el otro se había quedado en el campo y convertido en próspero granjero (su propio abuelo).
—Oh, madre, ¿podré ir? Por favor.—dijo la joven ilusionada.
La mujer enarcó una ceja.
—Te necesitamos aquí querida, además Samuel ha dicho a tu padre que se casaría contigo si fueras más amable y no te burlaras de él a sus espaldas.
“Oh, ese Samuel otra vez, un perfecto pelmazo, con sus manos inquietas cada vez que se le acercaba a conversar” pensó la joven ceñuda.
No quería ser su esposa, era un hombre feo y rudo, y un viejo. Tenía treinta años y ella apenas diecisiete…
Afortunadamente su padre había dicho que su hija era muy joven para casarse, pero luego había cambiado de parecer. Y hasta había invitado a Sam y a su familia a la granja en una ocasión.
Un viaje a Boston sería ideal, visitaría a su prima y viviría un tiempo en una mansión elegante y quien sabe, tal vez allí encontrara un caballero que se enamorara de ella…
La dorada cabellera de la joven, (convenientemente sujeta por su gorra blanca de puritana) brillaba con ideas alocadas. En la edad que todas las damiselas sueñan conocer príncipes Audrey Holmes no era la excepción…
Audrey soñaba con ellos por supuesto, solo en una ocasión había visto a un caballero guapo durante la reunión en la iglesia. Y era un caballero de impecable traje oscuro, casaca con botones dorados y cabello moreno y ojos de un azul profundo. Esos ojos que repararon un instante en la jovencita y luego se alejaron.
Siempre atraía las miradas y esto le había generado algunos problemas en la granja.
Los hijos de los puritanos no solían ser tan santos como creían sus padres y ella lo había descubierto no hacía mucho tiempo.
Y por supuesto, Nath. Aquel joven siempre le había gustado, solían mirarse en secreto, cuando nadie los veía. Audrey recordó su último encuentro sonrojándose levemente.
—Bueno, debo hablar con tu padre Audrey, luego sabrás si podrás ir a Boston.—dijo su madre.
Pero sus pensamientos volaron a Nathaniel Cabot, hijo de un granjero de mediana fortuna. Alto, fornido y de brazos musculosos, lo encontró en el bosque cuando iba por unas flores para su madre. Su criada Molly la seguía a escasa distancia, y holgazaneaba de lo lindo cuando no se escondía entre los arbustos para reunirse con su enamorado, un criado feo llamado John.
Pero lo que hiciera su sirvienta no le preocupaba, pues entonces tuvo un presentimiento y se alejó en busca de las flores con su canasto.
Y de pronto lo vio, a Nath, bañándose en el lago, desnudo, nadando sin sospechar que alguien pudiera verlo.
Nunca había visto a un hombre desnudo, los puritanos solían usar esas ropas oscuras y las mujeres también. Y el diablillo de la curiosidad le picó lo suficiente para esconderse y espiar, con el corazón palpitante y excitado por lo que veía.
Vio los brazos fuertes y bronceados y ese pecho ancho, con el vello oscuro al igual que su cabello, levemente rizado y sus ojos, de un azul profundo… Era el joven más guapo del condado y debía saberlo. Decían que se casaría con la hija de Robert el granjero pero ella creía que Nath era demasiado guapo para ella.
Observó como nadaba y se bañaba con una pastilla de jabón, hasta que salió y contuvo la respiración. Sus ojos bajaron hasta su cintura y más allá y descubrió algo similar a lo que tenían los bebés del sexo masculino pero mucho más importante y erecto, como una vara. Dios no podía ser así…
La joven se quedó asustada contemplando la enormidad antes de que el guapo Nath se cubriera con una manta.
Algo le ocurría, estaba temblando. No debía estar allí, podrían descubrirla y si él la encontraba…
Se alejó despacio, cubriéndose con la capa sin hacer ruido. Como un gato, sigilosa y lenta emprendió el camino de regreso.
Pero mientras huía escuchó a su criada quejarse, como si se hubiera lastimado o algo así. Esa tonta atolondrada, iría a ayudarla.
Se acercó sin hacer ruido siguiendo la dirección del gemido lastimero, rezando para que la muy tonta no se hubiera quebrado algún hueso.
Y entonces vio algo que la dejó helada. Lo que estaba haciendo gemir a la muy desvergonzada no era ninguna herida… Era su enamorado tendido sobre ella, medio desnudo, haciendo aquello que solo podían hacer los que eran bendecidos con el matrimonio. Su padre la azotaría si llegaba a enterarse y luego, sería expulsada por desvergonzada de Greenston.
Audrey no era tan ignorante, había visto aparearse a los animales, la vida en la naturaleza era muy instructiva, pero aquello la dejó muy impresionada, y de no haberlo visto habría creído que era un sueño. Porque no solo copulaban sino que se entregaban a prácticas vergonzosas de las que nunca había oído hablar… Como si estuvieran poseídos por una lujuria espantosa, demoníaca…
Asustada y confundida de pronto temió ser descubierta fisgando y se alejó con sigilo, agitada y asustada. Pero alguien la vio, Nathaniel Cabot, el joven que tanto le gustaba… Fue demasiado rápido para poder esquivarle y de pronto se encontró entre sus brazos.
—Oh, señorita Audrey Holmes… ¿Qué hace usted aquí? ¿Acaso le agrada espiar a los enamorados?—sus ojos azules sonrieron con picardía mientras se detenían en su pecho generoso.
Era una joven preciosa y apetitosa, olía a flores y su piel era muy blanca y suave. La había observado espiándole mientras se bañaba y eso le había divertido.
—¡Suélteme! Debo regresar a mi casa, por favor, mis padres se preocuparán.
—Oh, venga aquí, señorita curiosa, temo que ha estado espiando en la pradera. ¿Siempre lo hace? ¿Le agrada ver jóvenes bañándose en el río?
Ella enrojeció violentamente, ¿entonces él la había visto espiándole? ¡Qué horror!
—Yo no espiaba a nadie, se equivoca, mi criada Molly se había perdido y fui a buscarla.
—OH, sí, ¿de veras? Creo que está por allí, escondida entre los arbustos, cometiendo una pequeña fechoría.
Estaba asustada y nerviosa y excitada por su proximidad. ¿Qué iba a hacerle? Sintió su aroma y vio esos ojos de un azul oscuro mirándole con una sonrisa pícara.
—Déjeme pasar, debo irme…—insistió la jovencita pero Nath no pudo desperdiciar una oportunidad semejante para divertirse. No era frecuente encontrar jóvenes tan bonitas en la pradera, el padre de la joven era un feroz puritano llamado Abraham Holmes, leía la Biblia a diario y jamás faltaba a la liturgia. Era muy severo con sus criados y con sus hijos. Audrey era la menor de tres hermanos y mucho más bonita que su hermana Margareth, que se había casado hacía poco.
—Oh, no se vaya por favor, debe pagar una prenda por su atrevimiento. Exijo mi prenda muchacha.
Nathaniel Cabot la atrajo hacia su pecho desnudo demasiado rápido para que pudiera escapar y se atrevió a hacer algo que había deseado hacer hace mucho tiempo. Tomó su rostro redondo y en forma de corazón y se detuvo en sus labios, besándolos en profundidad, introduciendo su lengua húmeda, sintiendo ese sabor dulce especial… Oh, era un ángel, o un demonio pero en esos instantes deseó hacerla suya… La pequeña puritana de vestido oscuro y cofia blanca, vigilada por su severo padre, obligada las faenas domésticas, rezando el día entero, leyendo la Biblia…Él la llevaría a conocer las delicias del pecado.
Audrey sintió que flotaba, estaba besándola y temblaba como una hoja y se rendía a ese beso salvaje y arrebatado.
Hasta que comprendió que debía resistirse, era una joven puritana y si alguien la veía besándose así…
Le apartó mareada y huyó, debió abofetearle, gritarle pero estaba muy asustada para hacer eso.
Él la vio partir con una sonrisa pero no la siguió, no habría podido, corría como una liebre, nadie podía alcanzarla.
La voz de su madre la despertó de sus ensoñaciones.
—Audrey, ven aquí, debes pelar verdura para la cena.
Ella obedeció y recordó ese otro encuentro en el bosque días después y su pequeña charla… Un hondo suspiró fue a volar a la olla con las legumbres y tuvo la rara sensación de que unos ojos azules la observaban desde el agua hirviendo, sonriéndole. Nath.
¿Cómo podría aceptar a ese viejo puritano llamado Samuel existiendo en la granja jóvenes como Nathaniel Cabot?
Al día siguiente sus padres hablaron de la carta de Rosie Lodge. Oh, ella quería ir pero luego pensó en Nath, le echaría de menos. Tal vez no debió insistir… Su madre no parecía desear que se fuera, era muy útil en la granja.
Se alejó para recoger flores, le gustaba dar caminatas a media mañana y ese día se sentía inquieta, nerviosa. Sus pasos la llevaron al riachuelo, al mismo dónde lo había visto desnudo días atrás… Se sonrojó al recordar y pensó en Molly. La muy necia no quería entrar en razones, le advirtió lo que ocurriría si la descubrirían pero seguía viéndose con John en los establos. Un día la pillarían y recibiría su castigo por tonta.
Tiró una piedrita al río y vio como caía en lo hondo, le encantaba hacer eso, su madre lo llamaba holgazanear pero le agradaba permanecer tendida frente al río, contemplando su rostro pues en su casa no había espejos (su padre los consideraba instrumentos de la vanidad) y le gustaba arreglar su cabello y ver el efecto.
Estaba sola, nadie la vería, podía soltárselo y ver como tenía los bucles, estaba segura de que le había crecido mucho el cabello la última vez. Se quitó la gorra blanca y una masa de cabello dorado y brillante quedó en libertad.
Y él vio la imagen de la bella Audrey a la distancia y se acercó, embrujado por su presencia. Parecía una cita pero no lo era, o tal vez sí, estaba de paso por ese lugar.
—Señor Cabot, me asustó usted—dijo ella y buscó la cofia confundida. No la vio por ningún lado, ¿dónde estaría?
—Buenos días señorita Holmes, ¿busca esto?—dijo él y le enseñó la gorra fruncida que ocultaba su cabello rubio y enrulado.
Lo apartó con rapidez para que no pudiera quitárselo, era un juego divertido.
—Por favor, deme esa gorra, no podré regresar sin ella. Señor Cabot.
El corrió y de pronto la atrapó.
—Se la daré cuando responda una pregunta señorita Audrey.
Ella lo miró intrigada, estaban muy cerca el uno del otro.
—¿Es cierto que va a casarse con Samuel Osmond?
—OH, no, ¿quién le dijo eso?
—Todos lo dicen en Greenston, su padre quiere casarla para evitar tentaciones entre los hijos de los puritanos.
—No es verdad, me casaré cuando lo desee, mi padre ha dicho que soy muy joven todavía.
Lo era, diecisiete años pero con formas rollizas prometedoras. Más de uno había llegado a la aldea solo para ver a la bella puritana y su padre estaba preocupado.
—¿De veras?¿ Y a quién escogería? ¿Quién sería el afortunado?—quiso saber él.
Ella no respondió, no sería tan tonta de delatarse, pero él sospechaba su respuesta.
—Señor Cabot, debo regresar ahora, se acerca la hora del almuerzo, deme la gorra.
—Prenda, he dicho prenda señorita Cabot. Un beso, solo un beso y la dejaré ir.
—¡No se atreva a besarme, señor Cabot!
—OH, yo no, soy un caballero. Usted debe besarme, me debe la prenda.
—Yo no le debo nada, ¿se burla usted? Deme el gorro. Oh, maldición…
Nath corrió con la gorra como un chiquillo travieso y Audrey lo siguió desesperada. Era como un juego… El gato y el ratón, solo que esta vez ella sería el gato y no al revés…
Entonces vio a esos tres tontos observando todo con una sonrisa. No le agradaba ese trío, eran atrevidos y siempre estaban espiándola en la granja, uno de ellos era el gordo Alfred, y sus amigos Osvald y Elías Endicott, de todos ellos a quien realmente temía era a ese último. De cabello oscuro y muy alto, le había dado un buen susto semanas atrás cuando apareció en el granero y le robó un beso. Hacía años que ese joven la miraba y la seguía, todo Greenston sabía que la cortejaba y que ella lo ignoraba.
—¿Qué quieren ustedes, no tienen quehaceres?—les gritó Nath.
Elías no dejaba de mirarla, seguramente habían estado espiándola y regresarían a la granja con el chisme. Audrey no se apartó de Nath, ese joven le inspiraba miedo sin saber bien por qué, había algo en sus ojos que la asustaba. En Greenston decía que era un poco imbécil porque tardó más de nueve meses en nacer, tal vez fuera verdad.
—Debo regresar a mi casa, señor Cabot, esos tres irán a contarle a mi padre…¿Puede acompañarme? Deme la gorra, me han visto sin ella, y todo Greenston lo sabrá.
La joven estaba angustiada, recogió rápidamente su cabello en un moño y se colocó la gorra.
—¿Esos tontos la han molestado señorita Holmes?
Ella negó con un gesto, luego pareció reconsiderarlo y respondió:
—Elías Endicott…Los otros tontos hacen lo que él les dice.
—¿Acaso ese imberbe le ha hecho daño?
—No, solo me besó en el granero una vez.
Había sido algo más que un beso, ese palurdo había tocado sus pechos y no llegó más lejos porque ella le enfrentó y apareció un criado encargado del establo. Desde entonces había huido cada vez que lo veía pero el muy tonto no se desanimaba.
—Debería decirle a sus padres, señorita Holmes—Nath se veía preocupado.
¡Claro que no haría eso! Le daba vergüenza contar esas cosas, decir que un imbécil se había propasado y explicar con detalles qué le había hecho. Algo similar le ocurría con el vergonzoso secreto de Molly su criada, que se encontraba con su “novio” en la pradera para pecar.
Regresaron en silencio a Greenston. Y de pronto él le recordó su trato.
—Señorita Audrey, le entregué su gorra pero usted no me dio un beso.
Ella sonrió tentada pero a su padre no le hizo gracia verla llegar en compañía de ese joven, tenía algunos años más que ella y no tenía una conducta puritana. Ni frecuentaba la capilla los domingos…
—Señor Cabot, buenos días. Audrey, ve a ayudar a tu madre.—dijo el señor Holmes con cara de pocos amigos.
La joven obedeció y Nath debió enfrentar la mirada desaprobadora y gris del puritano más feroz de la comarca.
—¿Puedo preguntarle por qué lo han visto en compañía de mi hija en varias oportunidades, señor Cabot?
Nathaniel se puso serio, hacía tiempo que miraba a la joven y se reía de sus miradas a escondidas, de la vez que lo siguió al río… Era preciosa, una gema escondida en ropas oscuras de puritana.
—Aprecio a su hija señor Holmes, y he venido a hablarle de mis intenciones. Necesito una esposa y creo que Audrey sería la indicada, si usted lo acepta por supuesto.
—¿Casarse con mi hija? ¿Acaso han tramado todo esto a mis espaldas viéndose a escondidas?
—Oh, por supuesto que no señor Holmes, nos hemos encontrado en el bosque algunas veces pero sin planearlo.
—Mi hija es muy joven para casarse, otros han pedido su mano y cuentan con mi aprecio y respeto. El joven Endicott me lo ha pedido esta mañana, pero no creo que sea apropiado. No ha cumplido los dieciocho y sufre una tara, no quiero tener nietos con problemas mentales.
—Señor Holmes, le ruego que no entregue a su hija a ese joven, su conducta no es decente, hoy siguió a su hija al río y ella me contó…
Abraham Holmes palideció, ¿por qué demonios su hija no le había contado que ese imbécil se había propasado con ella en los establos? ¿Y tenía que ser ese guapo mozo como un potrillo quien le dijera? Oh, no debía maldecir, no era correcto…
—Hable con ella, pregúntele si en un futuro desea casarse conmigo. Estaré dispuesto a esperarla.
El puritano no supo qué responderle. Solo quería hablar con su hija en privado y reprenderla y saber qué había ocurrido con el hijo de su viejo amigo Edmund Endictott.
Audrey compareció ante él en el comedor. Abraham Holmes, con su larga barba y ojos grises parecía un juez del infierno dispuesto a dictar sentencia.
—Vino el señor Holmes a decirme que el joven Elías Endicott se propasó con usted en los establos y ¿no fue capaz de decir una palabra del asunto? ¿Ni a mí ni a su madre? ¿Cómo explica esa falta señorita Holmes?
Cuando su padre la llamaba así era porque estaba muy furioso, Audrey lo sabía.
Evitó su mirada, tragó saliva, una gallina chilló a la distancia y ella se sobresaltó.
—¿Eso es verdad? Si es así le ordeno que me diga de inmediato qué fue lo que ocurrió.
“Oh, Nath, ¿por qué me traicionaste?” se preguntó Audrey.
La joven puritana se vio obligada a decir la verdad, y a confesar que ese joven había estado molestándola en otras ocasiones, pero lo peor fue decir que había tocado sus pechos mientras la besaba.
—¿Y por qué no dijo usted ni una palabra jovencita? Ese joven debe recibir su merecido, le ha faltado el respeto y será severamente castigado.
Acto seguido se marchó, disgustado y furioso. No le agradaba ese asunto, se trataba del hijo mayor de su antiguo amigo. Un pícaro y un imbécil a decir verdad, pero lo principal no era su vieja amistad sino defender el honor de su hija, a quien ese palurdo había agraviado severamente.
Fue a ver a Edmund sin demora para contarle lo ocurrido, no le agradaba pero debía hacerlo.
Elías compareció y se sonrojó y para defenderse dijo que amaba a su hija. La amaba y si no se casaba con ella temía volverse loco.
Hacía tiempo que había pensado esa posibilidad, eran familias puritanas de moral intachable, granjeros trabajadores y honestos…
—¡Discúlpate con el señor Holmes, palurdo estúpido del demonio!—dijo Edmund y empujó a su hijo hacia adelante.
—Sí señor, por favor perdone usted señor Holmes, no volverá a ocurrir nunca más se lo prometo. Le ruego que me perdone y que considere mi petición.—dijo el joven y miró a su padre esperando alguna ayuda pero este se sentía demasiado avergonzado para mirarle siquiera.
—Señor Holmes, yo vi a su hija y al señor Cabot en el río besándose esta mañana. Y los he visto en otras ocasiones. Ella no llevaba su cofia.
—¿Qué has dicho muchacho? ¿Le faltas el respeto a mi hija y luego pretendes decir que es una pícara que recorre la comarca en busca de aventuras?
—No, Abraham, cálmate, mi hijo habló sin pensar, sabes que a veces su pobre cabeza falla, inventa cosas—se apresuró a intervenir Edmund.
Apreciaba mucho a su viejo amigo y a su familia, habría esperado una boda entre su hijo y esa jovencita pero ahora veía que era imposible, su tonto hijo lo había arruinado todo al propasarse con la bella joven. Abraham jamás le querría de yerno y lo sabía.
Pero las palabras del joven enfurecieron al puritano quien se marchó de la granja Endicott pensando que debía resolver ese asunto cuanto antes. Debía casar a su hija pronto. Había notado miradas sobre ella y ese joven la había hecho pasar un mal momento. ¿Nathaniel Cabot y su hija besándose? Pues veremos qué tiene la joven para responder a eso.
Audrey palideció, era la segunda vez en el día que su padre la llamaba y temió que esta vez la castigara.
De pronto se encontró llorando confesando la verdad, que hacía tiempo que le agradaba ese joven y que él la había besado una vez.
—¿Solo un beso?—quiso saber el señor Holmes con voz helada.
Ella asintió.
Su padre preguntó si deseaba casarse con ese joven.
La pregunta calmó su angustia al instante. Era su más caro anhelo, casarse con Nath.
Ya no era una niña y pensó que su hija había crecido de prisa el último verano. Era tiempo de que se casara y dejara de darle tantos dolores de cabeza.
—No me agrada Nathaniel Cabot, preferiría que escogieras a Elías Endicott pero temo que luego de su falta no querrás ni oír hablar del asunto o a Samuel Osmond. El joven Cabot nunca asiste a misa y es algo mayor que tú…
—Padre, quiero casarme con Nath si él lo quiere así.
Nath sí quería, se lo había dicho esa mañana y él le había respondido que su hija era muy joven a falta de una excusa mejor, ahora debería considerarlo. No quería que ese rumor trascendiera, que dijera que su hija se besaba con los muchachos en el río. Oh, de haber sido Meg, su hermana mayo la habría azotado o encerrado en su cuarto sin probar más que agua por tres días. Debía darle un escarmiento.
Pero Audrey era su debilidad. Y comprendió que la culpa era de su hijo Adams que había descuidado sus obligaciones de vigilarla.
—Muy bien, hablaré con el joven Nath. Te casarás con ese joven y dejarás de darme disgustos señorita Audrey, ahora regresa con tu madre y ayúdala en los quehaceres, has estado ociosa toda la mañana.
Audrey sintió deseos de llorar de la emoción, no podía creerlo, se vería libre de Samuel Osmond y de Elías para siempre, sería la esposa del granjero más guapo de Greenston. Nathaniel Cabot.
Esa noche no pudo dormir, su vida había cambiado en un instante y ese tonto de Endicott queriendo hacerle un mal le había hecho un gran bien.
Pero la boda no se celebraría hasta abril y quedaban algunos meses por delante. Y fue Abraham quien dispuso ese tiempo para que pudieran conocerse y su hija cumpliera los dieciocho y aprendiera a ser una señora de granjero. Una tarea nada sencilla.
Abraham consideraba a su hija haragana por naturaleza, le gustaba demasiado holgazanear a media mañana dando caminatas innecesarias por la pradera, juntando flores y a veces cantando. Supo leer y escribir con gran esfuerzo, por insistencia y paciencia de su pobre madre. Y su peor defecto olvidar los rezos y ser demasiado bonita para su propio bien y el de su familia. No quería tener más dolores de cabeza con los pícaros de la comarca, mejor sería casarla pronto y quitarse un gran peso de encima.
Nath no era de su agrado, había algo insolente en el muchacho, su padre era un hombre honrado y de modales algo bruscos, su madre había muerto años atrás… Bueno, su hija no había llegado al mundo para vivir cómodamente, todos debían trabajar para ganarse el sustento porque no había nada peligroso que el ocio y la frivolidad, o la falta de fe…
Esperaba que el matrimonio la hiciera madurar y vencer la horrible pereza que padecía su hija menor.
Afortunadamente tenía a su hijo Adams que lo ayudaba en la granja… Adams era su viva imagen, su obra más perfecta. Rubio y de ojos fríos y grises, se había hartado de cuidar a sus hermanas y casi se embriaga al enterarse de que la tontita iba a casarse. Audrey no hacía más que mirar a ese muchacho ese tiempo, y él siempre debía cuidarla. Estaba harto de vigilar a su hermana menor.
Conocía a Nath por supuesto y pensó que era un joven agradable.
—Tu hermana ha salido, ve a ver—al escuchar esa consabida frase el rostro rubicundo del joven se tensó por completo.
¿No habría sencillo encerrar a la tontuela hasta que se casara? ¿Por qué su padre la dejaba ir y venir a su antojo? Era peor que una liebre, nunca podía estarse quieta y cuando corría… Pues nadie podía alcanzarla.
—Ve, vamos.—insistió su padre esa mañana.
Adams obedeció y cuan largo era se acercó a su hermana conservando cierta distancia.
Siempre habían reñido pero le tenía cierto cariño escondido, cuando no lo atacaban los celos por ser la favorita de mamá y la debilidad de papá, mientras que él debía esforzarse el doble en todo para agradar. No era justo.
Audrey avanzó de prisa y se perdió de su vista, ¡maldición! Ahora parecía un pequeño hurón escondiéndose entre los árboles. ¿Por qué no adelantaban la maldita boda? Tres meses de vigilancia serían una eternidad para él.
Avanzó con paso ligero y escuchó voces, se ocultó. ¿Quién estaría a horas tan tempranas? Oh, si pudiera convencer a su padre de que la dejara ir a Boston mientras esperaba la boda… Se había opuesto por considerar que una joven comprometida debía aprender aprisa las labores del hogar, no podía irse de paseo con tanta frivolidad. Y mucho menos alojarse en la mansión tan lujosa de la familia Lodge.
La muy tonta no insistió, ni tuvo un berrinche como solía hacer para salirse con la suya. Es que estaba muy contenta de su próxima boda y al parecer no tenía ganas de viajar.
“Oh, ¿qué era aquello? No podía ser Audrey…
Adams palideció al descubrir una pareja fornicando en la hierba. Un vestido oscuro, una gorra y el cabello rubio…
Dios bendito, había tardado demasiado y ahora, su hermana y ese joven Nath estaban adelantándose a los votos… Pero su hermana no podía, era una joven pura, al menos él nunca la había encontrado en una situación comprometida.
Estaba tan asustado que no se atrevió a investigar y corrió de regreso a la casa. Debía hablar con su padre, pero ¿qué le diría? Le darían una paliza a su hermana y su padre sufriría un disgusto que lo mataría…
No, debía guardar el secreto. Oh, qué visión tan horrible, descubrir a su hermana comportándose como una desvergonzada en el bosque. Cualquiera pudo verlos.
Audrey se había citado con Nath en el río y estaban escondidos, pero no estaban fornicando sino besándose, disfrutando de ese momento de intimidad, sintiendo el fluir del río y el canto de los pájaros.
Pero sus besos no eran tan inocentes, y fue ella quien lo detuvo cuando quiso quitarle el corpiño.
—No… Debemos regresar ahora, creo que he tardado demasiado Nath.—dijo ella acomodándose la blusa. Se sentía nerviosa y excitada por sus besos ardientes. Eran las primeras caricias, los primeros besos y le agradaba esa proximidad y las sensaciones que despertaban en su piel. Pero no estaba bien, si alguien los veía…
Nath la ayudó a levantarse comprendiendo que ese día no podía llegar más allá, y que tres meses sería una tortura. Hacía tiempo que le gustaba la jovencita de luminosos ojos celestes pero siempre había pensado que estaba muy verde para él, y debió besarla en el río para comprender que ahora estaba a punto para ser su esposa.
Mientras emprendían el camino de regreso él le preguntó si Elías había vuelto a molestarla y ella negó con un gesto.
—Su padre le dio una zurra por haberse propasado y mi padre le hubiera dado otra pero dijo que sintió lástima—los ojos de la muchacha sonreían con picardía.
—Ese joven está un poco mal de la cabeza ¿sabes? Siempre lo he oído. Ten cuidado pequeña y no vengas sola al bosque, podría ser peligroso.
Caminaron de la mano y Audrey pensó que era una sensación muy agradable ir de la mano con un joven tan guapo. Y que ese joven muy pronto fuera su marido…Oh, estaba tan feliz que ya no le importaba la invitación a Boston, solo casarse con el joven que amaba y ser feliz… El cielo tenía un brillo hermoso, los pájaros cantaban y el sol los entibiaba esa mañana de frío otoño.
—Nath—dijo de pronto.
Él la miró.
—¿Realmente querías casarte conmigo? Creo que mi padre fue rudo contigo la otra vez. Y que el embrollo de Elías te obligó…
El sonreía cuando le respondió:
—Nadie me obliga a casarme contigo Audrey, quiero que seas mi esposa.
—Pero habían dicho que te casarías con la hija de ese granjero…
—¿Quién te dijo eso? Siempre supe que me casaría contigo cuando crecieras pequeña, estabas muy verde para mí pero ya no.
Ella se sonrojó al recordar que hacía años que se asomaba todos los sábados a la ventana para verlo pasar en su semental negro. Era siete años mayor y siempre había sido el joven más atractivo de Greenston y el trabajo de campo había ampliado su pecho y sus brazos y piernas eran tan fuertes…
—Entonces, ¿no te sientes obligado a casarte conmigo?—Audrey parecía preocupada. Tenía vanidad, quería sentirse querida, deseada, y la asustaba pensar que él no estuviera seguro de ese matrimonio.
Nath se detuvo y la ocultó entre los arbustos para poder besarla y sentir el sabor de sus besos.
—Claro que no preciosa, siempre supe que serías mi esposa algún día… Si me aceptabas. ¿Por qué lo preguntas, qué es lo que te inquieta ahora?
—Es que no podría soportar que te casaras conmigo porque mi padre te obligaba luego de haberse enterado de que nos besábamos en la pradera.
—Bueno, y tú pequeña, ¿deseas casarte conmigo o tal vez desees ser la señora de la granja Endicott?
Audrey hizo una mueca y luego rió.
—Antes prefiero morirme, señor Cabot.
—No me ha respondido señorita.
Ella se sonrojó al sentir su mirada intensa.
—Usted ya lo sabe, señor Cabot.
Él la acorraló contra un inmenso árbol sin dejar de mirarla con sus ojos leonados tan bellos.
—No, no lo sé, podría decirlo ¿señorita Holmes?
Se hizo un silencio y luego unos gritos extraños, no muy lejos de allí. Algo ocurría en la pradera, Nath pensó que era tiempo de regresar a la joven a la granja. No deseaba que notaran su ausencia y le prohibieran verla hasta el día de la boda.
—Padre, creo que deberías dejar que Audrey vaya a Boston.
Abraham Holmes miró a su hijo con el ceño fruncido. El pedido era insólito.
—Tu hermana va a casarse en poco tiempo, no puede irse a pasear con tanta frivolidad, no deseo retrasos en esta boda.
—Creo que deberías dejarla ir a Boston, madre ha dicho que esa parienta tuya está muy enferma y…
—OH, no está enferma, está encinta. Y en realidad está aburrida y necesita compañía, quiere que tu hermana vaya a distraerla pues tienen casi la misma edad… Pero no creo que sea buena idea, vive en una gran mansión llena de lujos, no le hará bien conocer ese lugar lleno de vanidades y despilfarre, gente ociosa leyendo libros y escribiendo poesía… Sin hacer nada útil todo el santo día, más que haciendo visitas sociales y comprando vestidos nuevos que valen una pequeña fortuna.
El desprecio del puritano por esos bostonianos aristócratas era evidente y no tenía reparos en decirlo a los cuatro vientos, pues detestaba las falsedades además de los lujos y la vida que tenían “esos caballeros y damas tan elegantes”, mientras sus arrendatarios trabajan sus tierras de sol a sol…
—Padre, por favor, reconsidéralo. Tu parienta podría ofenderse, te ha pedido que le envíes a una de tus hijas.
—Mis hijas no son criadas, jovencito, y vuestra hermana mayor está casada y solo queda Audrey para ayudar a tu pobre madre en los quehaceres y ahora deberá aprender a cocinar un buen guisado.
Adams no insistió y fue a hablar con su madre con la esperanza de que convenciera a su padre. Porque una estadía en Boston haría mucho bien a su hermana.
—Oh, hijo, he intentado persuadir a tu padre pero no he podido, cree que no es prudente que nuestra hija conozca “esa hoguera de vanidades”.
—Pues entonces encierra a Audrey madre, enciérrala hasta el día de la boda.
Tal pedido, nacido de la desesperación e impotencia de un hermano acostumbrado a cargar con el cuidado de su hermana menor, impresionó a la señora Holmes.
—Adams, ¿pero por qué dices eso?
Adams no respondió y se alejó de la habitación, la insistencia de su madre no lo hizo hablar. Estaba furioso porque la pequeña tonta había estado tonteando en la pradera, comportándose como una pequeña desvergonzada. Oh, él mismo la encerraría si no hacían algo con esa chiquilla.
La señora Holmes pensó que su hijo tenía razón, a la joven le haría bien ese viaje, se distraería y conocería a sus parientes. Tal vez recibiera algún legado para su boda… La familia Lodge era escasa, y había una velada insinuación en la carta, un pequeño obsequio para su hija…Rosie tenía tantas joyas y vestidos…
La dama bufó al ver que Audrey no la ayudaría a preparar el pato para la cena, siempre se escabullía para holgazanear, nunca la había visto trabajar mucho tiempo, se quejaba de sus manos, de estar cansada o de que le dolían los pies, la espalda… Se quejaba más que una anciana. O lo hacía para escapar y que otras hicieran su trabajo.
Y para colmo de males la señora Holmes descubrió que la criada Molly tampoco estaba. Esa joven atolondrada y torpe, no hacía más que equivocar los ingredientes, barrer mal las habitaciones y demorar una eternidad lavando la ropa en el río.
—Señora Ben, ¿podría decirme si ha visto a Molly? La necesito para preparar la cena.
La mujer gruesa y de andar lento hizo una mueca extraña. Sabía que esa tonta de capirote andaba en malas compañías, pero la muy necia no había querido escucharla. Si el amo Holmes se enteraba… Pues le daría de azotes y la expulsarían de Greenston.
—Yo la ayudaré señora—dijo la vieja criada.
Amy Holmes aceptó no muy contenta.
***
Audrey presenció la terrible escena a la distancia. Alguien había visto a Molly y la habían llevado ante su padre para que fuera castigada por su lujuria. Nadie hizo nada a John, su prometido, pero este la siguió, asustado de su suerte.
—¡OH, Nath, la matarán! Haz algo, es mi criada, no dejes que la maten, no es mala, solo es un poco tonta.
Nath fue a investigar y supo lo ocurrido, habían encontrado a la joven en pleno acto de fornicación con un mozo del granjero Williams. No tendría piedad con ella, tal vez la azotaran o la expulsaran de la aldea.
—No puedo hacer nada Audrey, mejor será que regresemos a Greenston.—dijo al regresar junto a ella.
Audrey lanzó un gemido al ver a Molly que lloraba y pedía clemencia mientras la obligaban a montar un caballo y le ataban las manos para que no intentara escapar.
Durante días no se habló de otra cosa, y Audrey estaba tan triste que no se atrevía siquiera a preguntar qué le ocurriría a la pobre Molly. Su padre era un hombre severo, y su madre intercedió por la joven, pero en Greenston había normas que debían ser respetadas y la criada había cometido el temible pecado de la lujuria.
Una mañana deliberaron su padre, su hermano y otros granjeros. La joven debía recibir un castigo edificante para que sirviera de lección a otras jóvenes.
Así que decidieron que le darían diez azotes la mañana siguiente.
Audrey se asustó tanto que pensó que jamás volvería a besarse con Nath.
—Lo más penoso de este asunto es que el joven ha huido y no han podido encontrarle—dijo su madre.
Molly permaneció aislada, como una oveja enferma y Audrey no pudo verla ni pudo interceder porque temía que su padre se enojara con ella.
A la mañana siguiente durante el desayuno, una de las criadas avisó a mi padre que Molly había desaparecido.
“Alguien debió ayudarla a escapar y ese alguien debió ser… Su compañero de infortunio” pensó Audrey.
—Bueno, me alivia que se marchara, no me habría gustado que se quedara aquí era un mal ejemplo para las demás—dijo su padre.
A media mañana la mandó buscar. Audrey pensó que sufriría una reprimenda y se acercó nerviosa. Su hermano Adams le dirigió una mirada ceñuda. Oh, ese latoso, siempre la espiaba… ¿Por qué buscaba una muchacha para casarse y dejaba de interferir en sus asuntos?
—Audrey, tu hermano debe viajar a Boston la semana entrante para conversar con el señor Elmet por la venta de unas tierras. Ha dicho que te agradaría acompañarle y quedarte unos días de visita en la mansión de la familia Lodge. Solo para mantener las relaciones cordiales con mis parientes por supuesto. No te quedarás allí el tiempo que ellos sugirieron. Solo una semana, tal vez dos. ¿Te agradaría ir?
Audrey miró a su padre y a su hermano, eran tan parecidos, pero Adams era mucho más feo y desabrido. La invitación era insólita, no había nada que detestara su hermano que tener que llevarla a algún lugar, y cuidarla… Siempre la había cuidado y debía considerar su tarea como una cruz pesada.
—Bueno, ¿te agradaría visitar Boston y ver a mi prima Rosie?
Ella asintió con timidez.
—Bien, entonces no hay más que hablar, prepara tus pertenencias. Lleva vestidos, capa, guantes y bufanda, en Boston hará mucho frío. Leerás la biblia todos los días y rogarás al señor que te de fuerzas para luchar contra tus flaquezas hija. Procura servir a tu prima y serle de alguna utilidad. Y nada de vestidos nuevos, llevarás los que debe llevar una jovencita de tu edad.
Adams suspiró aliviado, luego de lo ocurrido con la doncella temblaba que su hermana sufriera un castigo semejante y tener que vigilar sus actos… Oh, si tuviera una varita mágica seguro que la emplearía para adelantar esa boda y liberarse de la responsabilidad de cuidarla. El viaje a Boston sería un alivio, acortaría la espera, tres meses era mucho tiempo para una niña tan atolondrada.
Al entrar en su habitación se sintió extraña. En realidad no deseaba hacer ese viaje pero su madre la persuadió de hacerlo.
—Te hará bien conocer gente nueva y han mencionado que te harán un regalo Audrey—dijo su madre.
Amy había convencido a su marido, y su hijo se ofreció a realizar el viaje a Boston y hablar con el abogado y entregar la encomienda especial (su pequeña y pícara hermana) en la mansión de White Flowers. Ambos habían conspirado para deshacerse de la joven y ella lo ignoraba por supuesto.
—Oh, madre os echaré de menos y además… No tengo nada bonito para lucir en una casa tan elegante.—se quejó Audrey al día siguiente.
“Y echaría de menos a Nath” pensó.
—Bueno, espera, buscaré algún vestido de Meg…
Su hermana Meg había dejado un baúl de vestidos en un rincón y eran bonitos, aunque muy sencillos. Y necesitaban una buena limpieza, algunos habían sufrido el daño de la polilla. Audrey sintió deseos de llorar. No podía llevar vestidos tan horribles…¿Qué pensaría de ella su prima, señora de una gran mansión?
—Oh, espera Audrey, no te desanimes, buscaré algo…
La joven le dirigió una mirada de desaliento, no esperaba que su madre tuviera un vestido bonito o de un color pastel como usaban las damas elegantes. Sin embargo Amy Holmes sorprendió a su hija con tres preciosos vestidos anticuados pero muy bonitos, uno de muselina color crema, uno azul y otro color rosa pálido con encaje blanco en los puños y una corsé estrecho.
—Son hermosos, madre—dijo la joven, maravillada.
Amy pensó que tal vez en Boston su hija conociera a un caballero muy rico y elegante que desviara sus pensamientos. No quería que se casara con un granjero y estropeara sus pequeñas manos blancas.
Cuando Nath recibió su carta fue a verla, no estaba muy contento con su repentino viaje a Londres.
—Solo será una semana señor Cabot—dijo ella.—La prima de mi padre…
Oh, sí eso decía su carta pero a Nath no le hacía gracia que su prometida fuera a una mansión con familiares elegantes. Su belleza fresca llamaría la atención y tal vez podrían confundirla y olvidarle y desistir de su boda.
—Audrey, podrías decirle a tu padre que no deseas ir, por favor, quédate, te echaré de menos preciosa…
Se moría por besarla y acariciarla, pero notó que los observaban los mozos de los establos.
No pudo convencerla, Audrey se mantuvo alegre diciendo que solo iría unos días y que se acortaría el tiempo que debían esperar para casarse.
El se marchó de Greenston poco después con una rara sensación de desaliento, un mal presentimiento.