Capítulo 4
EL ROCE de su mano mientras se dirigían a la pista de baile la hizo sentir un escalofrío. Lucy miró a Robert por encima del hombro, para recordarse a sí misma que él era su cita y el tipo de hombre con el que debía salir.
–No pasa nada, Lucy.
La promesa de un baile rápido se evaporó cuando llegaron a la pista y la orquesta empezó a tocar una canción lenta. Mientras la tomaba por la cintura, Lucy respiró el aroma de su colonia masculina.
–¿Has venido a espiarme?
–Sí –contestó él tranquilamente.
No pensaba esconderlo. Durante la reunión sobre las cuentas del hotel Tradewinds no había podido dejar de pensar en su secretaria y en lo que haría con su misteriosa cita.
–¿Ah, sí? ¿Y por qué?
–Por curiosidad –contestó Nick–. Quería conocerlo y sabía que si te hubiera pedido que fueras con él a alguno de los eventos sociales de la empresa te habrías negado.
–Esto es increíble.
–Sí, es cierto. Pero la curiosidad ha podido conmigo.
–¿Y por qué sentías curiosidad? ¿Creías que me había inventado la cita?
–No. ¿Por qué iba a pensar eso?
–Porque yo no voy por ahí hablando de mi vida privada –replicó Lucy.
En lugar de contestar, Nick la apretó con más fuerza. Aquello era indecente, pensó Lucy. Y, a pesar de ello, sentirse apretada contra su torso la excitaba sin que pudiera evitarlo.
–No, es verdad. Tú nunca hablas de tu vida privada.
Nick había tenido que soportar un matrimonio sin amor, en el que se daba por satisfecho cuando hacía el amor. Gina y él siguieron manteniendo relaciones sexuales esporádicas, pero sin afecto, sin emoción. Durante los últimos seis meses, no lo hicieron en absoluto. Él había enterrado su deseo en el trabajo, siempre pensando que debía divorciarse… y no esperaba que el destino hiciera el trabajo por él.
Desde entonces se lanzó a una vorágine de mujeres sofisticadas que le daban satisfacción física, pero nada más.
Aunque, la mayoría de las veces el sexo ni siquiera era satisfactorio. Lo saciaba temporalmente, pero lo dejaba con la amarga sensación de que le faltaba algo, de que siempre le había faltado algo.
Solo una vez hacer el amor lo había saciado por completo. Con la mujer que tenía en los brazos. ¿O era solo una ilusión?
No lo sabía. Solo sabía que cuando Lucy le dijo que tenía una cita se vio obligado a seguirla.
–¿Y tu curiosidad ha sido satisfecha?
–Mi curiosidad solo será satisfecha cuando descubra qué es lo que ves en él.
–Con todo respeto, eso no es asunto tuyo.
–Me preocupo por ti, Lucy.
–No es cierto. Y no pienses que vas a engañarme. Te he visto demasiadas veces en la oficina como para no conocer tus trucos. Conozco tu modus operandi.
–¿A qué te refieres?
Nick estaba disfrutando de la conversación. La pieza terminó y empezó otra, pero ella no pidió que la soltase.
Estaban muy juntos, apretados el uno contra el otro. Lucy podía sentir a través del fino vestido de punto los músculos del cuerpo masculino como si no llevase nada.
–Tu vida es el trabajo, Nick. Te conozco bastante bien.
–¿Alguna cosa más? –preguntó él en voz baja.
Estaba coqueteando descaradamente. Habría deseado besarla en el cuello, pero con Robert delante no le pareció adecuado.
–Eres ambicioso y despiadado cuando te parece necesario.
–¿Despiadado?
–Eso es.
–¿No dices nada bueno?
–¿Por ejemplo? –preguntó Lucy inocentemente. Sentía su aliento en el cuello y tenía que hacer un esfuerzo para no cerrar los ojos y dejarse llevar.
–También soy trabajador, ambicioso e inteligente.
–Eso es cierto.
–Ah, pero no has dicho «buena persona».
–Porque no lo eres.
Lucy miró a Robert, al otro lado del restaurante. Robert era buena persona.
–¿Y sexy?
–¿Qué?
–¿Te parezco sexy?
Quería averiguar si lo que pasó aquella noche era producto de su imaginación. Tenía que averiguarlo. Además, Lucy lo conocía bien. Ella sabía que no quería compromisos de ninguna clase. Al contrario que las mujeres con las que solía salir, que parecían aceptar eso para después intentar convencerlo.
–Tengo que volver con Robert –dijo Lucy entonces.
–¿Por qué? Robert sabe cuidarse solito. No creo que vaya a sufrir un ataque de nervios.
–Tengo que volver con él. Ah, por cierto, ¿qué tal la reunión? ¿Has conseguido hablar con Rawlings?
–¿Qué le has dicho a Robert de mí? –insistió Nick, que se negaba a cambiar de conversación.
–No le he dicho nada.
–¿No? Entonces, ¿por qué me ha llamado «el lobo feroz»?
–Le dije que querías que trabajase esta noche. Eso es todo.
–¿A qué dijiste que se dedicaba?
–Es contable –contestó Lucy.
Sabía perfectamente que no lo había olvidado. Nick Constantinou nunca olvidaba nada.
–Ah, es verdad –murmuró él, apretando su cintura.
Quería estar con Lucy, pero antes tenía que encargarse de algunos «detalles». Y uno de esos detalles estaba esperándolo en la mesa. Se le ocurrió entonces que podría presentarle a Robert. La idea lo hizo sonreír. No, Marcia se lo comería con patatas.
La había conocido en una fiesta y era la primera vez que salían juntos. Pero como no estaban solos, Marcia no esperaría nada más que una cena. Y si la dejaba en la puerta de su casa no podría quejarse.
No se le ocurrió ni por un momento que Lucy lo rechazase.
–Supongo que Robert entenderá que a veces trabajes hasta muy tarde.
–Robert intenta que el trabajo no interfiera en su vida. Le va muy bien en la empresa, pero no está obsesionado.
–Admirable –dijo Nick.
–Sí, yo también lo creo. Y ahora tengo que volver con él, lo siento. ¿Con quién has venido?
–Con un par de amigos. Por cierto, sé qué interrumpí una conversación interesante cuando me acerqué a la mesa. ¿De qué hablabais?
–De nada.
–Estabas diciéndole a Robert que tú eras demasiado sensata para algo.
Lucy se soltó entonces y Nick le puso una mano en la espalda para conducirla a la mesa. Intentaba recordarla desnuda, pero no podía. Solo podía recordar que después de hacer el amor se sintió… completo. Los detalles habían sido olvidados y el reto de descubrir si la memoria no lo engañaba hacía que le hirviera la sangre.
–Bueno, nos veremos mañana. Gracias por el baile –se despidió Lucy.
Pero él no tenía prisa por marcharse. Marcia estaría charlando con su primo Stavros, pensó. Llevaba dos horas bebiendo y seguramente ni siquiera habría notado su ausencia.
–Me has hecho un favor –dijo Robert, levantándose–. La pobre Lucy habría tenido que sufrir mis pisotones. ¿Quieres tomar una copa con nosotros?
Nick miró por encima del hombro, preguntándose si era sensato quedarse. Pero quería saber algo más sobre aquel hombre, descubrir qué veía Lucy en él. Y, sobre todo, quería comprobar si había competencia.
Después de haber tomado una decisión, nada lo apartaría de su objetivo. Además, en el amor y en la guerra todo estaba permitido, se dijo.
Lucy siguió la dirección de su mirada e inmediatamente vio a una guapísima morena con una copa en la mano. De modo que esa era su amiga…
No pudo evitar una punzada de celos, pero no permitió que eso le amargase la noche.
–Me temo que «el señor Constantinou» no puede quedarse, Robert. Sus amigos están esperándolo.
–Una pena. Encantado de conocerte. Y espero que la próxima vez que nos veamos sea en una celebración…
¿Una celebración? ¿Para celebrar qué?, se preguntó Nick.
–Cuida de Lucy y asegúrate de que mañana esté en forma para trabajar. No quiero resacas.
–No suelo tenerlas –replicó ella.
No, eso era cierto. Lucy nunca bebía demasiado, así que las resacas no eran un problema para ella.
Pero cuando Nick miró el reloj a la mañana siguiente pensó que quizá había subestimado a su secretaria. Eran casi las nueve y no había aparecido. Y cuando se fue del restaurante estaba perfectamente bien. Lo sabía porque la había observado desde su mesa.
Christina le dijo que estaba al otro lado del hilo cuando estaba a punto de llamarla al móvil.
–Lo siento. Hoy no puedo ir a la oficina.
–¿Por qué?
Era la primera vez que ocurría, pero Nick tuvo que hacer un esfuerzo para parecer amable.
–Me siento fatal. Creo que tengo gripe.
–Pues anoche estabas bien.
–Y me sentía bien. Ha sido esta mañana…
–No puedes levantarte de la cama, ¿no?
–Eso es.
–Pues hay un par de cosas importantes en el despacho…
–Lo siento. Mañana iré a trabajar, hoy es imposible.
¿Cómo podía enterarse de lo que quería saber?, se preguntó Nick. ¿Estaba enferma de verdad o una loca noche de pasión con el tal Robert la había dejado demasiado exhausta como para ir a trabajar? Solo había una forma de saberlo.
Seguramente seguía en la cama con Robert, compartiendo sonrisitas de complicidad porque iban a pasarse todo el día haciendo el amor. Nick tuvo que apretar los dientes.s –Descansa. Y llámame si mañana tampoco puedes venir a la oficina.
En lugar de llamar a una de las secretarias, Nick se levantó y fue al departamento de personal para pedir la información que necesitaba: la dirección de Lucy.
Le resultó fácil encontrar el apartamento, aunque estaba a las afueras de Londres y a esas horas el tráfico era horrible.
Si Lucy se había tomado un día libre para estar con su amante, quería pillarla in fraganti. Sin darle oportunidad a Robert de escapar por la puerta trasera.
Pero tuvo que anunciar su llegada, porque el apartamento de Lucy estaba en el tercer piso de una antigua casa victoriana.
–Soy Nick.
–¿Nick? ¿Qué haces aquí?
–Abre la puerta, Lucy. Solo te molestaré un momento.
El portal se abrió y Nick subió los escalones de dos en dos. Ella lo esperaba en la puerta de su apartamento, envuelta en un albornoz de color azul claro.
¿Por qué no estaba vestida? Eran casi las once de la mañana.
–¿Qué estás haciendo aquí? –repitió Lucy, perpleja.
–Archivos –dijo él, mostrándole unas carpetas que llevaba en la mano.
–¿Y no podían esperar hasta mañana?
–Puede que mañana sigas enferma. ¿No me invitas a entrar?
–Lo siento, pero no me encuentro bien.
–Y quizá mañana te encuentres peor. Necesito que revises estos archivos para ver si falta algo. Solo puedes hacerlo tú, no puedo pedírselo a otra secretaria porque no sabrían de qué se trata. Además, si estás enferma, te iría bien tener a alguien cerca… para que te atienda.
–¿Atenderme?
–Para hacerte un té y esas cosas –contestó Nick.
Lucy vaciló. Lo último que necesitaba era a Nick Constantinou en su casa. Pero no estaba de humor para seguir discutiendo en el rellano.
–Me quedo con los archivos.
–Es que tengo que explicarte un par de cosas…
–De acuerdo, entra –suspiró ella.
Nick miró alrededor. El cuarto de baño estaba a la izquierda, la cocina a la derecha y el salón al fondo. La puertecita que había en el salón debía dar al dormitorio.
–Es muy pequeño, ¿no?
Lucy levantó los ojos al cielo.
–Voy a hacer café.
Él la siguió sin decir nada. La puerta del dormitorio estaba cerrada. ¿A propósito?
–No, deja, lo haré yo. Tú estás enferma y debes descansar.
–Pero no sabes dónde están las cosas.
–No creo que necesite un mapa para encontrarlas –sonrió Nick–. El que diseñó este apartamento no podría haberlo hecho más diminuto.
–Pues a mí me encanta.
–¿No puedes pagar algo más grande con el dinero que ganas?
Lucy lo miró, atónita.
–Estoy ahorrando para comprar un piso.
Por supuesto, no habría necesidad de comprar un piso si aceptaba la proposición de Robert…
–Siéntate. No te encuentras bien –dijo Nick.
Se sentía culpable porque sus actos contradecían sus palabras, pero aquel era un acto desesperado.
–Voy a vestirme –dijo Lucy–. La leche está en la nevera, el café en el armario.
Era la primera vez que Nick Constantinou entraba en su apartamento y no le gustaba nada. Era tan desconcertante como estar entre sus brazos en la pista de baile.
Tendría que librarse de él lo antes posible, pensó, mientras sacaba del armario unos vaqueros y una camiseta. Echaría un vistazo a los archivos, tomaría un par de notas y lo echaría de allí con toda la discreción posible. Estaba en su casa y no tenía ningún derecho a invadir su intimidad de esa forma.
Cuando salió del dormitorio se alarmó al verlo al otro lado de la puerta.
–¿Qué haces aquí?
Nick entró en el dormitorio y miró alrededor, como buscando algo. Pero allí no había nadie. Apenas había sitio para la cama, una mesilla y un armario de dos cuerpos.
–Si no te importa…
–No, claro. ¿Estás buscando algo?
–Nada, nada. Solo quería ver tu cuarto.
Tendría que ir despacio para no asustarla. La deseaba más de lo que había deseado a nadie en toda su vida y estaba decidido a conseguirla.
–Bueno, ¿empezamos a trabajar? –preguntó Lucy.
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué husmeaba en su cuarto?
–El archivo de Rawlings es el más urgente.
–¿Están las notas sobre tu reunión de ayer?
Lucy intentaba concentrarse, aunque no le resultaba fácil en absoluto. Tenerlo allí, en su casa, sin previo aviso, la había puesto de los nervios.
Afortunadamente, no parecía estar coqueteando como en el restaurante.
Nerviosa, abrió uno de los archivos para echarle un vistazo, intentando no mirar al hombre que estaba sentado a su lado.
–Intentamos hablar con Rawlings pero, como siempre, estaba fuera. Hablé con su ayudante y hay ciertas discrepancias. Por lo que sabemos, el negocio va sobre ruedas, así que, ¿dónde demonios está el dinero?
–¿Crees que ha habido desfalco?
–Me temo que sí.
–¿Y qué piensas hacer?
–Conseguir pruebas y despedirlo si es así.
–¿Y qué quieres que haga yo?
–Tenemos que escribir una carta. Algo que le dé a entender que me he dado cuenta de lo que pasa y no voy a parar hasta conseguir respuestas.
Nick estaba mirando su cuello. Con un mínimo esfuerzo podría inclinarse y besarlo. La camiseta ocultaba la curva de sus pechos, pero su imaginación podía aportar los detalles. Al recordar los pezones rosados se excitó. Tendría que pasar por su casa para darse una ducha fría antes de volver a la oficina.
–Si está robando dinero no quiero que se asuste y salga corriendo –siguió Nick, sin mirarla, para no complicar más las cosas–. Quiero pillarlo con las manos en la masa. Dime qué sugieres.
Lucy tenía una cara preciosa, una cara que no necesitaba maquillaje. Era transparente, muy expresiva y la comparó con las caras de otras mujeres con las que había salido durante aquellos meses. Ninguna de ellas saldría de casa sin ponerse las pinturas de guerra.
–¿Y bien?
–¿Y bien qué? –repitió Nick, al darse cuenta de que Lucy le había preguntado algo mientras él estaba especulando.
–¿No has oído nada de lo que he dicho? Entras aquí con un montón de archivos, a pesar de que estoy enferma… lo mínimo que podrías hacer es escucharme, ¿no te parece?
Sabía en qué estaba pensando: en la morena con la que estaba en el restaurante el día anterior. Y eso la irritaba.
–Claro que estaba escuchándote –replicó él, impaciente consigo mismo. Tenía que concentrarse.
Trabajaron en la carta y se quedó admirado al comprobar su habilidad para decirle a Rawlings con tacto, pero con seriedad, que necesitaban respuestas urgentes.
–Los otros dos archivos son asuntos normales. Y, de hecho, no corren tanta prisa –dijo Nick, levantándose–. Bueno, me marcho. Pero si quieres puedo hacerte algo de comer.
–No hace falta, gracias. Robert vendrá dentro de una hora.
–¿Deja el trabajo para venir a verte? Entonces esto es serio.
–Pues sí –contestó Lucy–. Me ha pedido que me case con él.