Capítulo 2

 

NICK, que paseaba por el despacho con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, se paró delante de las ventanas para mirar el cielo gris de Londres.

Había pasado todo el fin de semana asegurando a sus parientes que estaba bien y que solo necesitaba volver al trabajo. Pero tenía que lidiar con lo que ocurrió allí el viernes por la noche.

Por supuesto, tendría que enfrentarse con Lucy. Apenas podía creer que hubiera pasado. Lo recordaba como un sueño, como algo irreal. Pero no estaba tan borracho como para no darse cuenta de que, simplemente, había perdido el control. Con su secretaria.

Y temía haberla forzado a hacer algo que, en otras circunstancias, ella habría encontrado repulsivo.

Nick miró, distraído, la pantalla del ordenador.

¿Qué le había contado?, se preguntó. ¿Se habría tirado encima, sin mediar palabra?

Pensó entonces que quizá Lucy no iría a trabajar aquel día. Y si era así, no podría culparla.

 

 

Pero apareció.

Aunque la idea de enfrentarse con él después de lo que había pasado era aterradora, Lucy fue a trabajar el lunes por la mañana.

Solo dudó un momento al verse frente al imponente edificio. Pero, respirando profundamente, empujó las puertas giratorias.

Varios compañeros la saludaron y ella les devolvió el saludo, preguntándose si verían algo diferente, si verían en su cara el estigma de lo que había pasado.

Subió a la quinta planta, la planta ejecutiva, y antes de entrar en su despacho miró hacia el ascensor. ¿Y si salía corriendo?

Quizá Nick no estaría en el despacho, se dijo. Quizá no recordaría lo que ocurrió el viernes por la noche. Amnesia temporal debida a la ingesta de alcohol. Solía ocurrir.

Pero cuando entró en el despacho lo vio tras su escritorio, tan serio, tan seguro de sí mismo como siempre.

Nick levantó la cabeza y ella sonrió, sin saber qué hacer.

–¿Quieres un café? –preguntó, quitándose el abrigo.

–Creo que tenemos que hablar, ¿no te parece?

De modo que se acordaba. ¿De verdad había esperado que no fuera así?

–Hay tantas cosas que hacer los lunes por la mañana… ¿no sería mejor ponerse a trabajar?

–Entra y cierra la puerta, por favor. Le he dicho a Christina que no me pase llamadas.

Podía ver el miedo en su cara, el deseo de no hablar de ello. Y Nick se sintió, de nuevo, disgustado consigo mismo.

Tenía que emborracharse y caer encima de la persona más desvalida. Lucy nunca había mostrado sentirse atraída por él. Era la mujer más discreta que había conocido nunca. Aun estando casado, Nick era un imán para las mujeres, incluyendo las mujeres casadas. Aunque el pensamiento era desagradable, habría preferido entrar en un bar y marcharse a casa con una profesional.

Cualquiera excepto aquella chica de ojos enormes que lo miraba, angustiada, desde la puerta.

–Siéntate. Tenemos que hablar sobre lo que pasó el viernes por la noche.

–¿No sería mejor olvidarlo, Nick? Los dos somos adultos y esas cosas pasan…

–¿Prefieres que lo hablemos fuera de la oficina? Hay una cafetería aquí al lado…

–No, podemos hablar aquí –lo interrumpió Lucy.

–Muy bien. Para empezar, quiero disculparme por lo que pasó. Mi comportamiento fue imperdonable.

Entonces una imagen apareció en su mente: la imagen de dos pechos pequeños, perfectos, con unos pezones rosados en contraste con la piel pálida… y tuvo que sacudir la cabeza.

–Mi única excusa es que la situación era… fuera de lo normal.

–Sí, por supuesto –murmuró ella.

Había visto su expresión de disgusto y tuvo que hacer un esfuerzo para no salir corriendo de la oficina. Nick estaba disculpándose, pero intuía que encontraba su comportamiento tan repelente como el suyo propio. Su comportamiento y probablemente, su cuerpo.

–Acababa de pasar por una experiencia traumática…

¿Qué le había dicho?, se preguntó entonces. ¿Le habría contado los detalles de su matrimonio? ¿Se habría puesto a llorar?

No, pensó. Él no haría eso.

–Quizá te hablé de mi vida…

–No, en absoluto. Yo… mira, entiendo que estabas muy disgustado, muy triste, y que bebiste demasiado.

De modo que no le había contado nada. Nick dejó escapar un suspiro de alivio.

Pero aquello solo era la punta del iceberg. Tenía que saber cómo habían terminado haciendo el amor.

–Un comportamiento poco apropiado –murmuró, tomando distraídamente la pluma.

Mejor eso que mirar a Lucy. La pobre se ponía colorada cada vez que lo hacía. Pero claro, seguramente nunca hasta entonces lo había encontrado repulsivo.

–Mira, yo creo que es mejor dejarlo estar…

–¿Alguna vez has ahogado tus penas en alcohol? ¿Te has comportado como una idiota, sin pensar en las consecuencias?

Por supuesto, él se veía como un idiota por haber hecho el amor con ella, pensó Lucy. Y eso le dolía. Aquella conversación habría sido completamente diferente si ella fuera una belleza, una mujer sofisticada, de su mundo.

–Solo me emborraché una vez, cuando tenía dieciocho años, y tuve una resaca tan horrible que no volví a hacerlo. Pero como te decía…

–Supongo que tú nunca has tenido esa necesidad –murmuró Nick.

–No, creo que no.

Por supuesto, la inocencia estaba escrita en su cara. Una inocencia que él había manchado como un maníaco, como un pervertido.

Por primera vez, se preguntó cómo sería la vida de su secretaria. Nunca lo había pensado antes, pero claro, antes estaba tan involucrado en su propia pesadilla doméstica que no tenía tiempo para pensar en los demás.

–¿Qué haces cuando no estás trabajando?

Lucy lo miró, sorprendida.

–¿A qué te refieres?

–¿Sales mucho? ¿Vives con más gente? ¿Por eso viniste a trabajar el viernes a última hora, porque no soportabas a tus compañeros de piso?

Entonces pensó que no era virgen. Y recordó sus pechos, moviéndose delante de su cara, aquel cuerpo frágil aplastándose contra su rígida erección…

–No, no vivo con nadie. De hecho, tengo mi propio piso. Está en una antigua casa victoriana convertida en apartamentos. No está en la mejor zona de Londres, pero a mí me gusta.

–¿Y sales mucho?

–Llevo una vida social normal y corriente, supongo.

Sería mucho más normal si no se pasara el tiempo soñando con su jefe, pensó. Pero él nunca lo sabría.

–¿Qué sueles hacer?

–Voy al cine, salgo a cenar con mis amigos…

–¿Con hombres?

–A veces.

–¿Y no tienes novio?

Era una pregunta demasiado personal, pero Nick pensó que las circunstancias lo permitían. Hacer el amor con ella había sido… muy excitante. O eso le parecía al recordarlo. Pero su apariencia, tan dulce, tan inocente, era un extraño contraste.

–No creo que eso sea asunto tuyo –contestó Lucy.

–Tienes razón. Y estoy seguro de que si lo tuvieras, nunca habrías…

No terminó la frase, pero no hacía falta.

–No, claro.

–Lo cual me lleva a algo que lleva dando vueltas en mi cabeza todo el fin de semana.

Lucy sabía lo que iba a preguntarle. Quería saber por qué se había acostado con él. Y tenía que contestar algo que no fuera la humillante verdad: que había sido incapaz de resistir, que el amor que sentía por él era demasiado fuerte como para decirle que no. La tocó y, sencillamente, perdió la cabeza.

–¿Qué?

–¿Por qué?

Ella aparentó pensarse la respuesta durante unos segundos. Pero necesitaba más tiempo.

–¿Por qué… qué?

–Estabas trabajando aquí tranquilamente… y entonces llegué yo. Confieso que me sorprende que no salieras corriendo.

–Yo no soy de las que salen corriendo. Además, me di cuenta enseguida de que habías bebido y solo me quedé para comprobar que estabas bien.

–¿Y?

Nick quería saber si la había forzado. No se creía capaz de tal cosa, pero el alcohol puede cambiar a un hombre. Y él no estaba acostumbrado a beber tanto.

–No te entiendo.

–Tengo que saber si me aproveché de ti, Lucy.

–¿Aprovecharte?

–Deja de repetir todo lo que digo, por favor. Sabes muy bien a qué me refiero. ¿Te forcé contra tu voluntad?

–No –contestó ella.

–¿Usé mi posición para obligarte? ¿Te dije que podrías perder tu trabajo o algo así?

–No. ¿Crees que no tengo voluntad, me crees una niña? –replicó ella, sintiéndose insultada.

–No, claro que no. Solo quiero saber lo que pasó.

–¿Para qué? –preguntó Lucy, poniéndose colorada–. ¿Para qué sirve hacer un post mortem de lo que pasó? Yo pensaba hacer como si…

–¿No hubiera pasado nada? ¿Esconder la cabeza en la arena, como un avestruz? Necesito hablar contigo de esto porque eres mi secretaria y porque si alguno de los dos no se siente capaz de mantener esta relación laboral, tendré que enviarte a otro departamento.

Si descubría que había hecho algo poco honorable, se vería obligado a librarse de ella. Haber hecho el amor con su secretaria no significaba nada más para Nick Constantinou.

–Puedo dimitir si crees que ya no puedes trabajar conmigo.

–No estoy diciendo eso…

–¿Ah, no? Pues a mí me lo parece.

–¿Puedes decirme, con la mano en el corazón, que podrás seguir trabajando para mí como si nada hubiera pasado?

–Sí –contestó Lucy–. Ocurrió, pero nunca debió haber ocurrido.

–¿Quizá porque tú también lo deseabas?

La pregunta estaba tan cerca de la verdad que a Lucy se le aceleró el corazón. Pero tenía que encontrar una excusa, tenía que encontrar una explicación…

–Si quieres saberlo, lo hice… porque me diste pena.

Nick la miró, atónito. La idea de que hubiese querido hacer el amor con él tenía el increíble efecto de excitarlo. Pero su contestación lo dejó helado.

Sintió pena por él. Por supuesto. Era lo más lógico. Había aparecido de repente, borracho tras el funeral de su esposa… Pero aquella respuesta hirió su orgullo.

–Me comporté como una idiota. Te vi tan destrozado que… sentí compasión por ti.

–Nadie ha sentido nunca compasión por mí –replicó él, apretando los dientes.

Compasión. Esa palabra conjuraba imágenes de vulnerabilidad, de debilidad, que le parecían repugnantes. Al menos, aplicadas a él.

–Quizá porque nunca antes te había pasado algo así. Estabas en un agujero negro y…

–Y lo hiciste por bondad.

–No, simplemente me pareció lo más natural en ese momento. Pero ahora veo que fue un error y quiero disculparme.

Nick se preguntó si habría disfrutado tanto como él. Si, aparte de la compasión, también ella habría sentido el ciego deseo que lo volvió loco.

–Sí, fue un error por parte de los dos. Y quiero que sepas que, en otras circunstancias, no habría ocurrido jamás.

Sabía que era un golpe bajo, pero se sentía dolido. Había querido asegurarse de que no se aprovechó de ella para cerrar aquel capítulo, pero las cosas no eran como esperaba.

Y la verdad no le gustaba en absoluto.

Nick se levantó y empezó a pasear por el despacho, incómodo.

–Por supuesto –murmuró ella, sin mirarlo.

–Espero que no me malinterpretes. Solo quiero decir que lo que ocurrió el viernes no volverá a pasar.

Lucy se preguntó de cuántas maneras iba a decirle que no la encontraba atractiva. Había sido solo lo más cercano en un momento de debilidad y ella, como una tonta, sucumbió ante la tentación.

–Muy bien.

Nick volvió a sentarse frente al escritorio y, al mirarla, le sorprendió ver lo expresivos que eran sus ojos. Unos ojos castaños de larguísimas pestañas. Sorprendentemente expresivos en comparación con su pálida piel y el cabello tan rubio.

–No eres mi tipo –dijo entonces.

Pensaba que diciéndole eso los dos se sentirían más cómodos viéndose a diario en la oficina, pero se equivocaba. Cada palabra era como una puñalada en el corazón de Lucy.

Ella lo miró. Miró aquel rostro que ya se sabía de memoria.

No, no era su tipo. Ella era una chica normal y corriente y él, un hombre impresionante.

Nick Constantinou siempre se sentiría atraído hacia mujeres como su difunta esposa. Mujeres guapísimas, sofisticadas, altas y elegantes.

–Y debo dejarlo claro para que podamos seguir trabajando juntos como hasta ahora.

–Me parece muy bien. Si tienes algo más que decir, hazlo –replicó ella, intentando aparentar una tranquilidad que no sentía.

Amaba a aquel hombre, aunque fuera su jefe. Pero le gustaba su trabajo y sabía que no encontraría en Londres otro puesto con un sueldo tan bueno.

–Si insistes…

–Insisto.

–Eres muy joven y no quiero que creas que… lo que pasó el viernes es solo el principio de algo –dijo Nick entonces–. Y tampoco quiero que pienses que eso te otorga algún privilegio. Eres una secretaria excelente y creo que lo mejor será establecer los límites.

–En otras palabras, estás diciendo que no me desnude delante de ti a la primera de cambio –replicó Lucy, atónita.

Sin poder evitarlo, Nick la imaginó quitándose la ropa, salvaje, abandonada, ofreciéndole su cuerpo para que lo inspeccionase, para que lo acariciase.

La imagen despertó un calor inusitado en su entrepierna, que tuvo que compensar con un cambio de postura.

–No he dicho eso…

–Como si lo hubieras dicho. Pero le aseguro que eso no va a pasar, «señor Constantinou».

–No hace falta que te pongas así.

–Y tampoco me consideraré con derecho a privilegio alguno solo porque hayamos cometido un error –siguió Lucy, imparable. Nunca había traspasado la línea. Ella era una eficiente secretaria, dispuesta a trabajar las horas que fueran necesarias, pero estaba furiosa. Si tenía que buscar otro trabajo, lo haría–. Y para que lo sepas, tampoco tú eres mi tipo.

–¿Siempre te acuestas con hombres que no te gustan?

Debería haber cortado aquella conversación, pensó Nick, pero, en lugar de hacerlo, parecía querer prolongarla. Y no sabía por qué.

–No –suspiró Lucy–. No he dicho eso. Las circunstancias, como tú mismo has dicho, eran extraordinarias. Me caes bien, te respeto, pero no eres el tipo de hombre por el que yo normalmente…

–¿Te sientes atraída?

–Si quieres decirlo así.

Afortunadamente no era Pinocho, o su nariz estaría al otro lado de la habitación.

–¿Y qué clase de hombre te atrae?

–Mira… –empezó a decir ella, horrorizada por el cariz que estaba tomando la conversación–. No creo que debamos seguir hablando de ese asunto. Supongo que habrás tenido un fin de semana horrible y no hay razón para que empieces el lunes de la misma forma.

–No has contestado a mi pregunta.

–No, es cierto. Pero si de verdad quieres saberlo, me gustan los hombres cariñosos y considerados.

–Ya.

–No es que tú no lo seas, claro.

–Pero no apostarías por ello –sonrió Nick.

–Es posible –sonrió ella también.

Aquello empezaba a parecer una tregua. Habían aclarado las cosas y podían dedicarse a trabajar. Nick había dicho lo que pensaba, ella también, y estaba segura de que todo quedaría entre aquellas cuatro paredes.

–Muy bien. Tenemos que escribir varias cartas –suspiró Nick, tomando unos papeles–. Ya he dictado tres y en esta solo tienes que cuestionar las facturas que nos han cargado. A mí me parecen excesivas…

Todo había vuelto a la normalidad. Sin embargo, no podía dejar de mirar el escote de su blusa. Todo en Lucy Reid era muy tranquilo, muy apacible, pero había un fuego escondido. Él lo sabía bien.

Nick sacudió la cabeza.

No era su tipo. Eso era cierto. Su tipo eran, desde la adolescencia, las mujeres como Gina. Mujeres voluptuosas de pelo largo y cuerpos descaradamente sensuales.

Y Lucy… sí, podía imaginar que se sintiera atraída por un tipo normal, serio, agradable. Aburrido, en otras palabras.

–¿Qué te parecía Gina? –preguntó entonces, sin pensar–. La viste varias veces. ¿Qué te parecía?

La pregunta dejó a Lucy atónita. Nunca le había gustado Gina, pero pensó que era, sencillamente, por ser la mujer de Nick.

–Era muy guapa.

–Olvídate de su físico.

–Pues… la verdad es que nunca mantuve una conversación larga con ella.

–No te gustaba, ¿verdad?

–¿Por qué dices eso? –exclamó Lucy, colorada.

Claro que no le gustaba, pensó Nick. Gina no era el tipo de mujer que solía cultivar la amistad de otras mujeres porque ellas no habrían podido prestarle la atención que requería. Gina no tenía amigas, solo amistades entre esposas de hombres ricos porque las necesitaba para su vida social.

–A mi madre nunca le gustó –dijo Nick entonces, como hablando consigo mismo–. Pensaba que Gina y yo no estábamos hechos el uno para el otro. Para ella, mi mujer era demasiado… llamativa.

–Y eso demuestra que el amor está por encima de la opinión de los demás –dijo Lucy–. Los padres pueden ser muy críticos cuando se refiere a las parejas de sus hijos.

–Estoy seguro de que tú nunca les has dado argumentos para ser críticos.

Lucy apretó los labios. No quería ni pensar qué dirían sus padres si supieran lo que había pasado entre su respetable hija y su carismático jefe.

–Bueno, tengo que ponerme a trabajar.

–Sí. Creo que ya hemos dicho todo lo que teníamos que decir.

–Eso creo yo también. Y te agradecería que… no volviéramos a hablar de ello.

–Fue un error, estoy de acuerdo.

Nick pulsó una tecla de su ordenador para encender la pantalla. Apenas levantó la mirada cuando Lucy salió del despacho y cerró la puerta.