ADVERTENCIA A LA PRIMERA EDICIÓN PERUANA
(LIMA, 1959)
César Vallejo estuvo en la Unión Soviética en dos oportunidades: en los años de 1928 y 1929. Fecundo fruto de su permanencia en la patria de Lenin fue su obra Rusia en 1931, Reflexiones al pie del Kremlin, que la Editora PERÚ NUEVO se honra en reproducir, veintiocho años después de la edición original. En ésta se deslizaron una serie de erratas, que hemos enmendado en la medida de nuestras posibilidades. No obstante, como dejamos anotado en los sitios correspondientes de este libro, en la edición madrileña —por error de composición tipográfica— se perdieron dos líneas, que hemos evitado reconstruir porque ello sería una suerte de infidelidad con el texto original, que, por desgracia, ya no existe. Sin embargo, colígese que el concepto de entrambas líneas no es fundamental, y que ni siquiera entorpece el meollo de la narración.
En la primera edición, en la «Nota del Editor», se fija la aparición de Los heraldos negros y Trilce en él año 1919. Aclaramos que el primer libro vio la luz en 1918 y el segundo —en su edición príncipe— el 1922, ambos en Lima.
Asimismo, dejamos constancia de que hemos respetado la escritura del autor, en lo concerniente a diversos vocablos o nombres rusos, pues no existen reglas normativas al respecto, aunque hoy predomina en la URSS la tendencia a hacer un traslado más fonético y simple de sus voces a las lenguas extranjeras. Tal, por ejemplo, antaño, Vallejo escribía kolskos y sovkos por lo que hoy día conocemos con los nombres de koljós y sovjós (granjas colectivas y granjas del Estado, respectivamente). De igual manera, mientras, ahora, en Occidente el apellido del Primer Ministro soviético se escribe Khrushchev, en cambio, en los impresos en castellano, que se editan en la URSS, aparece como el señor Jruschov.
Lo anterior, pese a todo, tiene un carácter adjetivo.
Donde sí deseamos hacer hincapié es en el fondo, en la materia misma de esta obra. Resulta a todas luces claro que, en el proceso dialéctico de la construcción de la sociedad socialista, ha habido cambios o transformaciones sustanciales, a la par que la vida misma ha creado nuevas formas y realidades sociales, a partir de la fecha en que nuestro gran Vallejo estuvo en la URSS. Verbigracia, ya no es Moscú la ciudad enclaustrada, que el autor vindica en su visión del porvenir; hoy la proeza ingenieril del Canal Volga-Don la une permanentemente, y en gran escala, con mares y océanos, convirtiendo a la urbe moscovita (de más de seis millones de habitantes) en uno de los primeros puertos fluviales del mundo. El irrestricto amor libre y su secuela, de que nos habla el autor, pasaron a, la historia de «la sexta parte socialista del mundo» como un ensayo intrascendente; ahora, la unión de los cónyuges, dentro de la ley soviética y acorde con una nueva moral, constituye la célula de la sociedad socialista.
Los nepmen y los kulaks han desaparecido para siempre. La educación ha superado, infinitamente, los moldes, la técnica y los programas de entonces. Con sus realizaciones, en la tierra y en el cielo, la ciencia soviética ha causado la admiración del mundo; y esto lo han reconocido —en pública congratulación, que los enaltece— el Presidente de los Estados Unidos y el Primer Ministro británico. Finalmente, el atraso momentáneo, la mendicidad supérstite, la rigurosa austeridad de aquellos tiempos, sólo diez años distantes de la Revolución de Octubre (tiempos en que aún pesaban la herencia zarista, las consecuencias de la guerra civil, de las invasiones extranjeras y el rígido bloqueo a que estuvo sometida la Unión Soviética); todo esto, y mucho más que vio Vallejo, se ha ido para no volver. Es más, en estos días se ha anunciado que, dentro de una década, la URSS sobrepasará a los Estados Unidos, el más avanzado país capitalista, en los principales rubros de su producción global y per capita; e, igualmente, que el ciudadano soviético tendrá el más alto nivel de vida del mundo y el más bajo período de tiempo de trabajo que se haya conocido en el planeta, desde que existe el hombre como productor.
Se infiere, muy claramente, que César Vallejo previó todo esto. Es más, precisó, en su «Nota» de presentación a la primera edición, lo siguiente: «en este libro insisto a menudo en acotar y hacer resaltar los valores determinantes de futuras realidades, mediatas o inmediatas, pero ciertas e incontrastables». Y más adelante, el autor de Poemas Humanos nos asegura que «El Soviet conduce al porvenir».
Al lado de panoramas superados, y de estadísticas que ya no vienen al caso —pasados treinta años de su permanencia en la URSS—, el profundo Vallejo nos ha dejado el testimonio invalorable —en contrapunto ejemplar, en claroscuro alucinante— del mundo feudal-burgués que agonizaba, frente al alba del nuevo mundo proletario. En este sentido, Rusia en 1931 es un ensayo precursor de muy difícil parangón en la bibliografía especializada de nuestra América y España.
Otro de los merecimientos de la obra, que presentamos por primera vez en nuestro Continente, radica en la categoría espiritual del amaneciente país soviético, categoría que con tanto vigor trasuntan las páginas de estos dos volúmenes. Los diálogos del autor con el pueblo ruso poseen la virtud magnética de la brújula, que en este caso señala un norte sin precedentes en la Historia. Por consiguiente, es éste un libro en el que no hay que reparar ya en las cifras circunstanciales o en la anécdota fugaz, sino en el espíritu inmortal que lo informa, por el obrero y por la obra, como solía decir Vallejo. Es éste un libro soslayado, silenciado y negado entre nosotros —y hay que decirlo rudamente—, porque no se ha querido que nuestro pueblo conociese este vedado hemisferio redentor de su más alto poeta. Es éste, finalmente, un libro que nos abre, de par en par, las puertas de la nueva humanidad. Y, todo ello, por boca de uno de los más grandes creadores del verso castellano de todos los tiempos; César Vallejo, que cada día amanece más alto en la esperanza del pueblo.
Editora PERÚ NUEVO