III
Abbie esperaba todos los días aquel momento.
Lo conocía por fotografía. De modo que, nada más verlo, supo que era él.
Ella daba órdenes cuando lo vio aparecer en los departamentos próximos al quirófano. Había una operación pendiente y lo disponía todo.
Operaba el doctor Walter, de modo que, como era hombre de muchas prisas, todo se hacía a gran velocidad. Abbie tenía la boca seca de dar órdenes, iba de un lado a otro con premura.
Cuando lo vio aparecer enfundado en la bata blanca, lo miró, desvió los ojos y se quedó tan tranquila.
Estaba distinto.
Había cambiado.
Había una serenidad absoluta en su mirada, en el dibujo de sus labios.
—Hola —dijo él.
Y parecía tan asombrado...
Abbie no se inmutó.
—Hola —dijo.
Lo dijo con el respeto que un médico le merecía, pero nada más. No daba muestras de asociarlo a nada ni a nadie.
—Dolly —dijo él mucho más asombrado aún al oír su voz—. Pero..., ¿qué es esto?
Ella tenía mucha prisa.
Los médicos andaban por allí vestidos de verde. Iban a entrar en el quirófano. Sólo faltaba el cirujano, pues hasta el enfermo estaba ya en la mesa de operaciones medio adormilado.
—Lo siento, doctor...
—Soy Ralph —dijo él con voz sorda.
—Mucho gusto, señor.
Ralph alargó la mano.
Fue a asir el brazo de la enfermera.
—Oye, Dolly, ¿qué significa esto?
—¿Dolly?
—¿No es tu nombre?
—Me llamo Abbie Smith —dijo ella abriendo mucho los ojos.
Observó cómo él llevaba los dedos a la cabeza y alisaba nerviosamente su cabello.
—No entiendo nada, ¡nada! Es como para volverse loco.
En aquel momento apareció el operador y Abbie hizo un gesto significativo.
—Señor —dijo—, tengo que dejarle. Pero recuerde que me llamo Abbie Smith.
Se fue antes de que él pudiera reaccionar.
Se quedó plantado, erguido.
Hubiera dado algo por una copa.
Pero no.
Una copa jamás.
Había logrado superar aquello.
No volvería a beber una gota de alcohol en toda su vida.
Pero en aquel momento hubiera dado algo por poderse ir al bar del hospital y tomar hasta reventar.
Se mordió los labios.
¿Era un alucinado?
Se palpó. Era un ser humano y estaba vivo y, sin embargo, la había visto. Había visto a Dolly...
Quiso evocarla de nuevo.
No le fue posible.
Alguien pasaba y le daba un golpecito en la espalda.
—¿Qué haces por aquí, Ralph? ¿Tiene el enfermo problemas cardíacos?
Giró sobre sí.
Un médico vestido de verde, con media cara tapada, se disponía a entrar en el quirófano.
—Miraba.
El hombre vestido de verde hizo un gesto y luego siseó:
—Ya sabes cómo es de maniático el doctor Walter. Es el que va a operar... No admite demoras. Y yo creo que llego con dos minutos de retraso.
Se perdió en las interioridades del quirófano.
En alguna parte sonaba la voz por el micro.
Lo reclamaban a él.
«Doctor Walkers, doctor Walkers, pase por la sala B, piso segundo. Por favor, doctor Walkers...»
Sacudió la cabeza, reaccionando.
Como un autómata echó a andar y se perdió por los ascensores hacia las plantas bajas.
Ya pensaría en aquello.
No podía perturbarse por ello.
Lo aclararía Tal vez Elvis pudiera decirle dónde vivía Abbie Smith o Dolly Scott, que para el caso era igual...
Todos sus sentidos debían estar con el enfermo que luchaba con la muerte en la sala B. Un trasplante era lo mejor, pero tampoco la salud general del enfermo lo hubiera soportado, y además... faltaba el donante. Pero aunque existiese el donante, no podría practicarse el trasplante...
Dolly y Abbie... ¿Por qué?
¿Una jugada estúpida del destino?
¿Podían existir dos personas iguales?
No.
Tan iguales no podían existir y, sin embargo...
Pasó los dedos por el cabello.
Era un hombre no muy alto. Fuerte, de cabellos de un rubio oscuro. Los ojos pardos, la piel dorada...
Bajo su bata blanca aún parecía más firme, más austero.
Cruzó el pasillo de la segunda planta y se perdió en la sala B. El enfermo estaba en un colapso.
Se olvidó de Dolly y de Abbie y procedió a dar órdenes para evitar un fatal desenlace antes de tiempo.
* * *
Pocas veces iba por la cafetería.
Había subido a las dependencias próximas al quirófano más de seis veces en la mañana y siempre vio las puertas cerradas, lo cual indicaba que el doctor Walter aún no había llegado a la sutura, lo cual nunca hacía él, sino sus ayudantes.
Pensó una estupidez, pues él mismo consideró que lo era. Le hubiera gustado ser cirujano en vez de especialista en cardiología. Le hubiera gustado estar en el quirófano operando en aquel momento. Y él sabía que era una soberana tontería, porque a la hora de elegir su especialidad, eligió la que quiso. Nadie le obligó a nada. Realmente nadie le obligó jamás a nada determinado.
En aquel momento buscaba la cafetería para ver a Elvis.
No sabía qué cosa iba a preguntarle.
¿Qué sabía Elvis de su vida?
¿Elvis ni nadie?
Pero iba y sabía ya que pediría un té o un agua tónica.
Era lo que asombraba a todos. Que fuese abstemio absolutamente. Allí nadie era borracho, pero todos bebían algo. Un whisky, un brandy... una copa de vino... Él nunca bebía nada.
Era como si se le cerraran las puertas a ciertas cosas. Como si se las cerrase él mismo, y así era realmente.
Vio a Elvis ante una copa de licor al fondo de la cafetería.
Había montones de personas vestidas de blanco, lo cual indicaba que abundaban los destinados en el hospital. El personal de aquel más que nada.
—Ralph —llamó Elvis desde el otro extremo.
Él aún iba enfundado en su bata blanca. Avanzó presuroso,
—Pensé —mintió— que estabas operando.
—A las dos opero. Ahora lo está haciendo el doctor Walter. Un asunto renal.
—Ya.
—Yo opero a un desahuciado. No sabes lo que eso significa para mí. Es como si me. partieran algo en el cuerpo. No acabé de acostumbrarme nunca —le palmeó el hombro—. ¿Qué tomas?
—Lo de siempre.
—Tienes expresión desanimada. Toma unas gotas de alcohol, hombre. Eso reanima.
—Mi té de costumbre —dijo, impertérrito.
—No te veo, Ralph. No acabo de verte;.. Jamás tomas una gota de alcohol. Se diría que le tienes un miedo aterrador.
Ralph, a su pesar, se estremeció.
—¿Por qué iba a tenérselo?
—Eso digo yo. Llevas un año entre nosotros y jamás te vi tomar una copa de alcohol. Cada uno es cada uno, ¿no? Yo no es que tome mucho, pero., alguna vez...
El camarero acudió presuroso.
—¿Lo de siempre, doctor Walkers?
—Sí —dijo Ralph en forma algo ronca.
Porque en aquel instante se hubiera bebido en una fracción de segundo un whisky doble.
Pero no.
Sería como perder el sentido.
Como volver a empezar y eso no. ¡Jamás!
No podía ser tan débil...
—¿La has visto? —preguntó Elvis de súbito, como si aquello le obsesionara.
Ralph se hizo el desentendido.
—¿A., quién?
—A Abbie Smith.
—Ah..., sí, claro que sí. La vi por casualidad.
Mentía.
Él siempre soslayaba la verdad, pero mentir así..., por mentir, jamás. Y, sin embargo, estaba mintiendo.
—No me digas que no es la chica del cuadro.
—Se parece.
—¿Sólo eso?
—¡Bah! Yo creo que sí.
—Es idéntica —aseguró Elvis decidido—. Tan auténtica que yo, con ver el retrato del cuadro, la asocié inmediatamente a nuestra encargada del quirófano. ¿Has hablado con ella?
Volvió a mentir.
—Un saludo. Es de rigor, ya sabes.
—No sé. Tú dices que la mujer del retrato ha muerto.
—Por supuesto.
—¿Cuándo?
Ralph no necesitó hacer memoria.
Lo tenía bien presente.
Pero pareció dudar.
—Unos tres años.
—Pues tiene una doble.
¡Imposible!
Era la misma.
Él sabía que era la misma. Aunque no lo aceptara ante Elvis, sabía que lo era. Los mismos ojos, la misma expresión, la misma mirada... El mismo pelo. Idéntica boca..., idéntico cuerpo...
¿Por qué?
Dolly estaba muerta.
Él había recibido todos sus enseres.
Incluso la esquela.
Una vulgar esquela donde sólo se ponía su nombre, la hora en que había sido enterrada, el día, el mes.
Nada más.
Pero suficiente.
¿Resucitan los muertos?
No.
No cabía más que dos cosas.
O que Dolly tuviera una doble, como indicaba Elvis, cosa que le parecía imposible, o resucitaban los muertos o, lo que es peor, que Dolly no estuviera muerta.
Reclamaban al doctor Butler por el micro. De modo que Elvis se apresuró a palmear el hombro de su compañero y se alejó.
Pero antes dijo:
—¿Quién es la chica del cuadro?
Ralph se mordió los labios.
Otra mentira.
¿Qué más daba una más?
—Una conocida.
—Ah.
Y se alejó con la simple exclamación.
Ralph tomó su té y encendió un cigarrillo, luego salió de la cafetería saludando aquí y allí.