CAPÍTULO 11

 

La enfermera, si bien conocía a Sarah, ignoraba la ruptura del doctor con ella.

Por eso la introdujo en la sala de espera, rogándole:

—Está con un cliente, señorita Stark. No tardara en salir. Después puedo avisar al doctor Lake.

—Gracias, lo espero aquí.

Salió la enfermera.

Sarah apretó los labios.

Aquella baza no se la perdía ella. Ni Tim sería capaz de ponerse en medio, ni nadie de este mundo. Ella ya conocía a Rock. Pudo hablarle la noche anterior, pero no le fallaría aquella mañana, porque ella tenía su equipaje en el auto, avisado Don de sus vacaciones, y el alemán no volvería por Newport-News, pasados dos meses por lo menos.

Todo estaba previsto.

Hasta la débil voluntad de Rock para ella.

Casi en seguida lo vio erguido en el umbral, con su bata blanca, las gafas de gruesa montura puestas, que sólo usaba para trabajar, y su aire desafiante.

Era todo pantalla.

Ella sabía el ascendiente que tenía sobre Rock, iba a aprovecharlo. Primero sería un viaje. Luego las relaciones amorosas más íntimas y después..., ¿por qué no? La boda. Ella sería, ante todo y sobre todo, la señora Lake. Se lo había propuesto, y nada de lo que ella se proponía, le resultaba inalcanzable.

—¿Qué deseas? ¿No te dijo Tim...?

—¿Y quién es Tim para decir, cariño? —susurró acercándose.

Rock extendió el brazo. Con la mente vio a Mónica.

Austera, sincera, verdadera, femenina..., y diciendo que le amaba.

Fue una revelación sorprendente, casi impresionante, conmovedora.

Conmovedora, sí.

¿Quién iba a pensarlo?

No pudo dormir en toda la noche.

Fue como si un terremoto cayera sobre su cama y estuviera toda la noche agitándola.

Y él dentro. Dentro del lecho como un pobre diablo temeroso ante dos paredes insoportables.

—Yo te comprendo, Rock querido —decía Sarah, entretanto Rock extendía la mano, poniéndola entre los dos—. Yo te entiendo perfectamente. Ayer no estabas... Lógico. No podías tú soportar aquello. Pero yo te digo...

—No me digas nada, Sarah.

—¿Eres tonto? Un viaje juntos. Después —sacudió la mano elegantemente—, ya se pensará...

Necesitaba distraerla, alejarla.

Se daba cuenta de que no era tanto su miedo a caer en la terrible tentación.

Por eso se sentía más sereno.

—De todos modos —dijo mansamente—, será mejor que lo pienses. ¿No te parece?

—¿Pensar, qué?

—No puedo salir de viaje en este momento.

—Oye, Rock, tú me has dicho que te ibas, y por ti pedí yo un permiso a Don.

—¿Le has dicho a Don que te venías... conmigo?

—¿Me crees tonta?

Rock consultó el reloj.

—No puedo entretenerme ahora —dijo cortante—. Dispongo de tres horas para hacer un montón de visitas que tengo anotadas.

Sarah se dio cuenta de que, por lo que fuese, Rock no era el mismo.

Y Rock aprovechó aquel instante para añadir:

—Iré a verte al camerino.

—¿No te he dicho que dispongo de un permiso de quince días?

—Entonces tal vez te llame por teléfono y te cite.

—Rock...

—De momento no puedo atenderte —empezaba a quitarse la bata con precipitación—. Te llamaré.

—Te amo, Rock. ¿Lo has dudado alguna vez?

¿Discutirlo? No pensaba hacerlo.

Claro que en el fondo aquel amor que ella confesaba, lo sentía él..., ¿de qué manera? Material e inconfesable, pero lo sentía aún. Sí, como el primer día. Ni siquiera la sorprendente declaración de Mónica lograba disipar aquella terrible intensidad.

—Te llamaré —decía como una salida.

Ya tenía la bata sobre el respaldo de la silla.

Apresuradamente asió el maletín y lo colocó bajo el brazo.

—Te llamaré.

—Rock.

No quería oírla.

No tenía ninguna visita que hacer aquella mañana. La noche anterior, pensando en marcharse, llamó a Robert, su ayudante, para que las atendiera.

Pero sí tenía algo que hacer. Algo que no podía dilatarse más.

Pasó ante Sarah evitando mirarla.

—Rock..., no tienes derecho a comportarte así conmigo. Yo sé...

Rock se volvió desde la puerta.

—¿Qué sabes tú? ¿Que te amaba? ¿Que era tu más fiel admirador? ¿Que estuve a punto de caer en una ratonera? Di. ¿Es eso lo que sabes? ¿Qué has hecho tú por ese amor? ¿Cuándo te falté yo al respeto? Así, no, Sarah. Así no te tomo. Me da vergüenza. ¿Has oído alguna vez semejante cosa de labios de un hombre? ¿Crees tú que es más digno caer en la tentación que evitarla? Muchos hombres presumen de hombres, y el hecho de poseer una mujer les llena de orgullo. Yo entiendo la dignidad masculina de otra manera. ¿Lo entiendes ahora? De otra manera.

 

Mónica vio llegar el "Land-Rover" en el momento que ella, esperando la hora de abrir la clase, tomaba el fresco tendida en una extensible en la terraza, con un cigarrillo entre los labios y el pensamiento lleno de cosas. Mil cosas todas relacionadas con el dueño del "Land-Rover".

No, no estaba arrepentida de haberlo dicho. Necesitaba decirlo.

Tomar a Rock así, era tanto para ella como si Rock se fuera de vacaciones con la teatrera.

Y ella era demasiado sensible para caer en tal vulgaridad. Los sentimientos, además, estaban muy encima de toda tentación física. Nacían dentro. Se alimentaban por dentro.

Lo vio subir de dos en dos las escaleras.

—Mónica...

—Hola..., Rock.

—No es una hora... para hacer visitas, ¿verdad?

Rock casi siempre vestía igual. Pantalón gris, polo blanco y chaqueta azul...

No era apolíneo. Ni un tipo soberbio. Viril, sí, pero vulgar en apariencia. Tenía los ojos negros, el cabello del mismo color, la piel pálida...

Ni siquiera era alto.

A Rock, además, había que quererlo de otro modo. El físico de Rock nunca diría gran cosa a una mujer. A Sarah, por ejemplo. Sarah era una caprichosa acaparadora de hombres. Rock no correspondía a aquel tipo de hombres que prefería Sarah, estaba bien segura.

La posición de Rock, sí. Para Sarah, sí, claro.

—Todas las horas son buenas —dijo ella un tanto cohibida por lo que había dicho la noche anterior, y que Rock no olvidaría fácilmente.

—¿Puedo sentarme, Mónica?

—Claro.

—¿Has almorzado?

—Naturalmente. Estoy esperando las cuatro para abrir la escuela.

—Mónica...

Lo tenía sentado ante ella.

Algo firme. Algo rígido. Mirándola con aquella serenidad suya que sólo se alteraba cuando hablaba de Sarah.

—Dime, Rock.

—Podemos... Podemos... Bueno, ahora resulta que me cuesta a mí decirlo.

—Rock —atajó Mónica con una personalidad que hubiera maravillado a Nancy—. No me confieses tu amor, porque me humillarías mucho.

Rock se sofocó.

—Eso, no —dijo de modo raro—. Contigo no vale una mentira así. No vengo a confesar nada. Es decir, confesar mi soledad y mi terror, sí. Contigo puedo hacerlo. La verdad es, Mónica, que yo nunca pensé que fueses así... así...

—¿Cómo?

—Como tú eres. Tan clara, tan precisa, tan sincera. Afrontando la realidad aun por encima de tu misma sensibilidad femenina.

—No me has entendido, Rock.

—Sí, sí, te entendí perfectamente. Tanto te entendí, que desde entonces, desde el momento que me lo has dicho..., me siento culpable. Como conmovido —pasó los dedos por el cabello—. No sé. Como si de repente estuviera perdido en un monte lleno de abetos inmensos y topara un claro. Un claro donde descansar. Donde cerrar los ojos y decir adiós a mi cansancio físico y moral. ¿Entiendes eso? No es fácil, pero creo que tú me entiendes.

—Rock —dijo Mónica atajándole con aquella personalidad que hubiera conmovido a Nancy—. No trates de dorar la píldora ni de hacer más penosa mi situación moral. He dicho lo que he dicho y lo sostengo. Pero, por favor, no te aterres a eso. Piensa que si has venido a decirme que no puedes luchar contra la tentación que sobre ti ejerce Sarah Stark y que deseas aferrarte a mí, inmediatamente de que caigas en esa tentación, siendo mi marido no te voy a disculpar.

Rock ya lo sabía.

La había entendido a la perfección.

Por eso inclinándose hacia ella, murmuró con deje raro:

—He venido a eso. Y sé que me dejarías. Y pedirías la anulación o la demostrarías. Sé todo eso, y, sin embargo, yo no vengo aquí a buscar a la mujer enamorada de mí. Vengo a buscar la ayuda de la amiga. Si cargas con todas esas lacras mías, morales..., creo que llegaré a poder decirte que correspondo a tu cariño.

—Si tú me quieres, Rock. Pero... yo no te quiero a ti como tú me quieres a mí. Yo no te quiero como a un hermano ni como a un primo. ¿Está bien claro, Rock? Y conste que me humillaría que trataras de halagarme. Sería lo que nunca podría disculpar en ti. Una mentira piadosa. Y te dije que las mujeres tenemos un sexto sentido para presentir el deseo, la admiración, la pasión y el amor de un hombre.

—Eres cruda, Mónica. Dura incluso. Para ti misma, para mí, para los sentimientos que pueden acercarnos uno a otro. Y, por favor, déjame decírtelo con claridad, con la misma que tú usas conmigo, que si bien es descarnada y cruel, es verdadera. Casémonos. Expongámonos a todo. Tú me das tu estimación y yo te doy mi respeto.

—Está bien —dijo Mónica con una serenidad que para sí quisiera Nancy—. Sea. Cuando tú digas. Cuando tú dispongas. Y seguiré haciendo mi escuela y tú seguirás ante el peligro que te acecha, salvándote sólo de esa terrible y censurable tentación. Ah, y si te parece, viviremos en esta casa.

—Iré a decírselo a Richard.

—Yo se lo diré a mis padres.

Así quedó decidido su destino.