CAPÍTULO 03
Al cabo de un largo rato sin que Mónica interrumpiera su silencio, Rock exclamó con sordo acento:
—No debiera venir a molestarte. Las horas pasan, yo no he dicho nada y tú no comiste.
Mónica se dio cuenta de que no tenía apetito.
Con su solicitud habitual que jamás variaba en ella, inclinose hacia Rock.
—¿No pudo... equivocarse Don?
—Eso creí. En mi loco afán de creer en Sarah, eso me empeñé en pensar. No hice caso a Don. Le pegué. ¿Entiendes lo que significa para mí? Don es en mi afecto casi tanto como Richard. Me dolió y le golpeé. Don no respondió a mi ataque con furia.
—Rock...
—Ya sé, ya sé —se alteró—. No debiera hacerlo. Debí confirmar primero lo que me decía Don y si se engañaba o me engañaba a mí, volver a su lado y matarlo. Pero me enloquecí y no pensé en aquel instante confirmar nada. ¡Nada!
Llevó la mano al cabello por enésima vez.
Lo alisó sin conseguirlo porque no paraba con su cabeza.
—Pero luego... a sangre fría.
—¿Cómo lo sabes?
—Cualquier persona inteligente lo haría así, Rock. Aun estando tan enamorado como tú lo estás de Sarah.
—No podía concebir.
—¿Y ahora?
Rock se puso en pie.
Un reloj dio las diez de la noche.
—Mónica —dijo sin volverse, manteniéndose en pie, con las piernas algo abiertas y la cabeza erguida—. Te estoy dando la lata.
—¿No necesitas hablar? ¿Quién mejor que tu amiga para escucharte?
Se volvió en redondo.
—Amiga... Sí, Mónica. Amiga entrañable, a quien tuve abandonada tanto tiempo.
—También yo, Rock, si estuviera enamorada, tal vez no pudiera escucharte hoy, porque mi novio me estaría esperando.
—Así... lo disculpas tú todo.
—Mi afecto por ti... me inclina rotundamente a ello.
Rock cayó de nuevo en el butacón.
Quedose laso, como dormido, inmóvil, mirando al frente como si no viera nada.
—Marché a mi cuarto después de golpear a Don. Lo hice sin piedad, Mónica. Después me dolió cada bofetón que le di. Pero, entiende. Entiende, por favor. Le habría pegado a mi propio hermano.
Mónica entornó los párpados con sumo cuidado.
—Tanto la amabas, Rock.
—Tanto —casi gritó—. ¿Lo has dudado? Yo no soy de los ingenuos que van al matrimonio por seguir la corriente de los demás. A mí el matrimonio nunca me sedujo.
Mónica no parpadeó.
Pero, casi sin darse cuenta, evocó un pasaje de su vida cuando ella tenía dieciocho años y Rock veintiséis...
Sacudió la cabeza.
No podía dedicarse a sus evocaciones.
Después, después, cuando Rock se hubiera calmado y se fuera... tal vez ella pudiera pensar en mí misma. En aquel momento no. Tenía que pensar sólo en Rock.
—Sólo podría casarme muy enamorado, Mónica. ¿No me conoces tú?
Creyó conocerlo.
Nunca nada le reprobó. Pero... muchas veces a solas con su amargura y su ilusión frustrada pensó en Rock y en cómo era.
—Sigue, Rock.
—Empecé a pasear mi alcoba cuando sentía que Don se iba. Aún tuve valor para levantar el visillo y contemplar con placer morboso mi gran obra. Don caminaba tambaleante. Pensé si iría a denunciarme. Pero no.
—¿Has vuelto a ver a Don?
Rock se agitó en el butacón.
—No.
—¿Has comprobado... la infidelidad... de Sarah?
Rock apretó los puños.
—Don me dijo: "Puedes encontrarla a tu hora de consulta en cierto apartamento, lejos de la ciudad. A esa hora tú no puedes interrumpirla, y ella lo sabe. Se ve allí con uno".
—Rock..., ¿quién era él?
—¿Y qué importa eso? Un alemán —se alzó de hombros con fiereza—. ¿Qué importa la nacionalidad, el nombre, su cara, su fortuna? Nada.
—Comprendo. Sigue, Rock, si es que... puedes.
—Me quedé allí. Con los puños en la boca, el dolor de haber golpeado a mi mejor amigo y la rabia de mi duda. Porque existía la duda. No existió jamás, pero de pronto entraba en mí como una fuerza indestructible. No fui capaz de dominarme. No sé aún cómo pude trabajar al día siguiente. Seguramente que tenía la esperanza de que Don, en el fondo, no quisiera más que extorsionar mi vida.
—Don jamás haría eso contigo.
—Claro, claro —se desesperó—. Por eso la duda entró en mí. Estimaba demasiado a Don y sabía cuánto me apreciaba él, y además, Sarah era la primera actriz de su teatro. Aun con ser yo su prometido, él debía saber más cosas de ella que yo. Así empecé a pensar durante una noche entera. Al día siguiente, tras una lucha horrible, decidí trabajar como si nada. Hablar con Sarah por teléfono como hacía todas las mañanas a las doce. E incluso invitarla como siempre a tomar el aperitivo a las dos de la tarde. Todo lo hice así.
—¿Y después?
—Nos despedimos a las tres y media. La llevé a su hotel. Y le dije que tenía trabajo para todo el día y que sólo a la hora de la última función podría pasar por su camerino.
—Y el resultado...
—A las seis de la tarde me presenté en aquel apartamento.
—Rock.
—Lo vi. ¿Entiendes? Lo vi...
Y volvió a meter la cara entre las manos.
Tardó mucho en reaccionar.
Mónica no interrumpió su patético silencio.
Sabía a Rock muy enamorado, pero no tanto. Nunca pensó que Rock pudiese enamorarse así.
—¿No te ríes de mí? —preguntó con voz ahogada—. Di, Mónica, ¿no te ríes?
Los finos dedos de Mónica cayeron sobre la mano crispada que se apretaba desesperadamente en el brazo del sillón.
—No, Rock. Nunca podría reírme del dolor de otra persona, máxime siendo tú esa persona. Dime, Rock, enloquecido como supongo que estarías, ¿qué hiciste?
—Nada.
—¿Nada?
—Entré. Le dije a la portera que era el hermano de Sarah. Que necesitaba verla urgentemente. La portera dudó, pero luego se alzó de hombros y subió conmigo.
—Tenía... una llave.
—Lógico. Era el apartamento de un hombre soltero.
—¿Y después, Rock?
—Una vez dentro le dije a la portera que me dejara sólo. Le puse una espléndida propina en la mano. Se compra todo, Mónica —comentó con amargura—. Todo. Hasta la honra de una persona. Aquella mujer se fue y yo avancé por la casa. Era como especie de estudio. Creo que iba tan ciego que ni tiempo me dio a ver si se trataba de un escultor o de un pintor. ¡Qué más daba! El perfume de Sarah estaba allí. ¡Allí! Yo lo conocía bien —se echó a reír como si de súbito enloqueciera o se convirtiera en un histérico—. Se lo regalaba yo, imagínate. No cabía duda alguna. Sarah estaba allí. No me sintieron. Avancé. Faltaba poco para que Sarah se personase en el teatro. Tenía la función a las ocho menos cuarto y eran aproximadamente las siete y diez Tuve aún la serenidad de mirar el reloj. Sigilosamente, y no me explico quién me dio la serenidad suficiente para serenarme, visité estancia por estancia. Abrí al fin una puerta. Sarah estaba allí, con aquel hombre.
—Rock...
Se ponía él en pie.
No era capaz de estar parado.
—Rock...
—No me digas nada ahora. No trates de consolarme. Creo que enloquecí.
—No me digas que... cometiste un disparate.
—No. Es posible que la rabia, el dolor, la decepción, me dejaran inmóvil. Ella me miró. Lanzó un grito. Intentó correr hacia mí. Me pareció grotesco. Doloroso, pero grotesco. Entonces giré. Y como un autómata eché a andar. Creo que tarde un siglo en recorrer el pasillo hacia la puerta. Sentía su voz. Su voz ronca llamándome: "Rock, Rock, Rock, escucha, deja que te explique..."
—Rock —se angustió Mónica—. ¿No cabía... una explicación?
—¿Cómo?
—Podía ser su hermano, su...
—¿Padre?
—Rock.
—Donde ella estaba y de la forma que estaba, sólo podía ser su amante. ¿No lo entiendes aún?
—Sí, Rock. Creo entenderlo.
—Aquí me tienes —sonrió Rock como si su boca se partiera en dos—. Aquí como un pobre diablo desesperado. Yo había soñado, Mónica. ¿Nunca estuviste enamorada? Yo tardé, tardé siglos en enamorarme. Al menos eso pensé cuando conocí a Sarah. Me pareció que la vida había pasado para mí sin ningún aliciente, y que, una vez la conocí, la vida tenía todos. ¡Todos! Todos los alicientes. Por eso estoy deshecho, maltratado, absurdo. ¿No te parezco grotesco?
—No, Rock.
—Es que nunca estuviste enamorada, Mónica. Si lo hubieras estado..., te darías cuenta de que yo soy como un cadáver viviente.
Lo había estado.
Lo estaba.
Lo estaría toda su vida.
¿Tan poca memoria tenía Rock?
¿O qué fue para él aquello?
¿Acaso creía Rock que ella besaba a todos los hombres que conocía?
"Un día, cuando termine la carrera, me casaré contigo, Mónica. No voy a elegir otra mujer."
Y sin embargo..., cuando Rock volvió de aquel viaje de estudios... No el último, el que hizo al final de su carrera, de otro, de aquellos que hacía durante los veranos... Debió de ser el antepenúltimo. Un año después terminó la carrera.
—Mónica.
—Debes tener calma —dijo, sin responder—. Mucha calma, Rock. ¿No habrás vuelto a verla?
—No.
—Pero ella sigue en el teatro.
—Estará todo el verano y parte del invierno. Es lo que...
—Rock, debes ir a ver a Don. Pídele disculpas. Dile que... has comprobado la verdad de cuanto él te dijo. Dime, Rock, dime esto. Si estuvieras casado con ella y hubieras comprobado después su infidelidad..., y supieses que Don no lo ignoraba, ¿se lo hubieses perdonado?
—No —rotundo, casi enloquecido.
—Entonces ve a agradecerle a Don lo que te ha dicho. Y, por favor, cálmate. Ve serenándote. Conságrate a tu trabajo y ven por aquí siempre que quieras. Si mi compañía te sirve de consuelo, ven, Rock. Pero ahora —añadió sin transición— pasa a la cocina. Prepararé algo de comer para los dos.
Al cabo de dos horas, Rock se despedía de Mónica, diciendo con irreprimible desaliento:
—No debiera sentirme mejor, Mónica. Pero me siento, me siento...