CAPÍTULO 02
—No tengo a quién decírselo —exclamaba roncamente al ver de nuevo a Mónica—. Me muero de rabia en mi apartamento. Por eso he venido. No sé siquiera si he visto bien el camino. No sé siquiera cómo llegué.
Mónica había cambiado la chaqueta y la falda por unos pantalones negros y un suéter blanco de algodón de cuello de cisne. Perfilaba perfectamente su esbelta figura, Sus veinticuatro años maduros y suaves a la vez.
—Siéntate, Rock. ¿Quieres que empecemos desde el principio? Te veo excitado, raro. Tú siempre has sido muy sereno y estabas muy enamorado de Sarah.
—Estaba —gritó Rock, pero de pronto depuso su aire matón y se derrumbó en una butaca con el rostro entre las manos.
Mónica se inquietó.
Quedó un poco menguada.
Ver así a Rock, le indicaba que no era broma lo que ocurría.
—Rock..., ¿quieres calmarte?
—Soy un egoísta, lo reconozco —dijo Rock con voz hueca—. Muy egoísta. Nos conocimos desde que nacimos. Nuestros padres fueron muy amigos. Hemos crecido juntos. Siempre deseé ir contigo al Instituto. Pero cuando yo empezaba la carrera, tú andabas aún liada con el Bachillerato.
—Rock..., ¿por qué esas... evocaciones?
Rock necesitaba recordar el pasado. Fue dulce, suave, inefable... verdadero.
Después... ¡Bah! Después pensó que el presente era mejor, y por eso se sentía en aquel instante como un cadáver hablando.
—Rock...
—Incluso una vez —dijo Rock bajo, como retrocediendo el pasado y viviéndolo casi con la imaginación— te vi distinta. ¿Quieres creer que casi dejé a un lado nuestra fraternal amistad, para verte con ojos de extraño?
Lo recordaba. Sin duda mucho mejor que él.
Fue... lo peor que tuvo Rock para ella.
Rock podía evocarlo como un pasaje sin importancia. Para ella fue... lo más importante. Lo que pronunció un punto crucial en su vida.
Por eso le perdonaba. Porque Rock ni cuenta se dio del daño que le hacía.
—Rock, ¿por qué no te casas?
Rock sacudió la cabeza.
La echó hacia atrás y cerró los ojos con fiereza. Tenía un rictus amargo en la boca.
—Quieres que te lo cuente todo, ¿verdad?
—Has venido a eso, ¿no?
Rock se agitó.
Abrió los ojos y mudamente señaló un sillón junto a él.
—Siéntate, Mónica. Por favor... escúchame un momento. Si no hablo..., voy a llorar. ¿Te imaginaste alguna vez a tu amigo Rock llorando? ¿Verdad que no? —se exaltaba por momentos—. ¿Verdad que no, Mónica? Es ridículo, fuera de lugar. Inconcebible para mí. Pero... Yo la quería, Mónica. Estaba loco por ella. ¿Entiendes? Loco. Yo jamás pensé que pudiera enamorarme así. ¡Jamás! Pero me enamoré, y sufro. Nadie tiene idea de lo que sufro. Te parecerá tonto, ¿no?
Cruel le parecía.
Pero perdonable, porque Rock jamás supo que aquel beso... significó tanto para ella, como para Rock estaba significando en aquel momento lo que le hizo Sarah, lo cual aún ignoraba. Pero fuera lo que fuera... ella sufrió tanto como estaba sufriendo Rock, y por eso... lo comprendía mejor.
—No tenía adonde ir, Mónica. No tenía —se apaciguaba Rock de súbito, como si todo el peso de la vida, con sus amarguras y sus desengaños, y sin ninguna alegría o satisfacción, se le cayera encima—. Dick tiene demasiado trabajo. Adora a su mujer. Va a tener un hijo... ¿No entiendes? Cuando uno tiene sus propias satisfacciones, sus propios problemas... nunca acierta a comprender a los demás. Y en cuanto a Jane... Pobre, es la mejor cuñada del mundo, pero... tiene bastante con lo suyo, y todo lo mío la afecta.
—Hiciste bien viniendo a mí, Rock. Habla.
—¿No te sientas? Me parece que estoy solo en esta salita. Hasta la luz del día que se va, me da... ¿cómo te diré? Un poco de miedo. No es cursilería. Es... un dolor que me destroza. Yo nunca pensé... Oye. ¿Te lo dije ya?
—No me has dicho nada aún, Rock, pero conociéndote..., me da la sensación de que estás destrozado.
—Le he pegado a Don.
Mónica se sentó de golpe y se inclinó hacia la figura encorvada de Rock.
—¿A... Don? ¿A tu mejor amigo?
Rock pasó los dedos por el pelo.
Lo alisó maquinalmente. Era negro y lacio, y se le iba hacia la frente en sus sacudidas.
Los echó hacia atrás y los aplastó con los dedos separados como si así los dejara quietos en su cabeza.
Pero al sacudirla nuevamente, los cabellos casi le llegaron a los ojos.
—Le pegué, sí. Le pegué. Él no me pegó a mí.
—¿Cómo, Rock?
—¿No lo estás oyendo? —se exaltó de nuevo—. No me pegó. Se dejó pegar, y fue cuando comprendí que lo que decía era verdad. Yo te juro que no pensé espiar a Sarah. No, no. Creía en ella. Es como cuando crece un hijo y creces en él y piensas que es casi perfecto, y le admiras y le adoras. Pero un día te das cuenta de que el hijo te engaña, y odias a todo aquel que puede ver el engaño de tu hijo. Y condenas a todo el mundo, menos a tu hijo, que es el causante de las perturbaciones morales de los demás, incluyendo las tuyas.
—Rock.
—Así fue para mí lo que dijo Don. Un empresario de teatro siempre sabe cosas. Las buenas y las malas de todo el mundo. O, al menos de mucha gente. Don anda siempre metido por todas partes. Yo debía comprenderlo así, pero cuando Don me dijo que Sarah me engañaba sólo pude disparar mi puño y ponerle los ojos morados. Créeme, Mónica, créeme...
—Sí, Rock, pero aún no me concretaste por qué te peleaste con Don. Crecisteis juntos. Nacisteis en el mismo barrio. Jugasteis a los mismos juegos. Faltasteis a las clases del Instituto a la vez... Es tu mejor amigo, me consta.
—Por eso... me dolió más.
—¿Dolerte?
—Cuando fue a verme a la clínica. Hacía tiempo... bastante tiempo, sí, que me tropezaba con Don en todos los clubs. Iba a verme a la clínica y a veces a mi apartamento... Pero, si bien parecía deseoso de decirme algo importante, nunca se decidía. El otro día, sí. Fue a la clínica, y cuando no quedó ningún cliente, me lo dijo. Mi primera reacción fue golpearle. Le pegué en la cara. Fue horrible. Creo que me puse loco. Me entró no sé qué por el cuerpo. Tú sabes que yo soy pacífico. Tú me conoces bien.
Mónica estaba como sobrecogida.
Sabía cómo Rock amaba a Sarah Stark. Sabía que estaba disponiendo su apartamento para casarse con ella. Sabía que Sarah dejaría las tablas tan pronto se casara con Rock.
En una ciudad que no llega a cien mil habitantes ni con mucho todo el mundo se conoce. Rock era un buen médico. Con sus treinta y dos años... su carrera prometía mucho. Y Sarah era la primera actriz de un buen teatro. También era; pues, muy conocida.
—Empieza por el principio, Rock. ¿Quieres hacer el favor de serenarte?
Rock tenía los ojos brillantes.
Lágrimas.
Lágrimas, sí. En Rock era insólito aquello, pero para Mónica no lo era tanto, porque sabía cómo amaba Rock a Sarah Stark.
—Por favor, cálmate —susurró con ternura—. Cálmate Rock. Y, puesto que has venido a desahogar, cuéntamelo todo. Con calma, te pido, Rock. De esa forma te entenderé mejor.
Rock tenía apretado en la mano el vaso de whisky.
Apuró su contenido de un trago, y Mónica, con aquella suavidad suya que la caracterizaba, se lo quitó de la mano y lo posó en la mesa de centro.
—Ahora, Rock..., cuéntame.
Tim los miró un tanto sorprendido. Ni Jane ni Richard Lake acostumbraban a pasar por el apartamento de su señor.
—¿No está el doctor Lake?
Tim les franqueó la entrada.
—No ha vuelto aún de la clínica.
—Pero si son cerca de las diez.
—Sí —dijo Tim apacible—. Pero no ha venido aún.
—¿Tardará mucho?
—Pasen. Si quieren sentarse...
—Claro —dijo Jane—. Claro. Le esperaremos. ¿Acostumbra a venir muy tarde?
—A veces. Cuando va al teatro..., o come fuera. ¿Quieren pasar?
Richard y su esposa se miraron.
—¿Pasamos? —preguntó Richard—. ¿Esperaremos por él?
—Al menos durante una hora, sí, ¿no?
Tim los miraba sin parpadear. Pasaban cosas.
Nunca pasaba nada en la vida de Rock Lake. Enfermos, visitas al hospital donde operaba. Visitas a los clientes. Salidas con su prometida... A veces venían a casa. Los dos se reían mucho. Eran dos seres felices. ¡Muy felices! El señor estaba locamente enamorado de su novia. A él, particularmente, Sarah Stark le parecía muy actriz. Claro. Cosechaba éxitos todos los días en el teatro mayor. Pero eso no significaba que al lado del doctor siguiera siendo actriz...
Sin embargo, a él se lo parecía.
El tenía sus cincuenta años, y desde que el doctor Lake se instaló en la ciudad, estaba a su lado. Tenía, pues, motivos para conocerlo. Por eso se dio cuenta de que algo raro ocurría. De una semana a aquella parte, se pasaba los días como un tonto pasmado, y por las noches no se acostaba. Paseaba su alcoba de parte a parte incansablemente.
—Esperaremos —dijo Richard entrando en el saloncito y mirando en torno—. ¿No hace mucho calor aquí? Se conoce que el sol que lució durante todo el día entró en esta pieza —miró a Tim—. Usted cerró temprano las ventanas,
—Sí.
—Concentró el calor en esta pieza. Voy a abrir.
Abrió los ventanales de par en par.
Mil ruidos de la calle entraron en el saloncito. Los autos que cruzaban la ancha calle principal. Las gentes que pasaban. Incluso las luces multicolores de los comercios parecían bailar una danza diabólica ante el ventanal abierto, con sus continuos parpadeos.
—Cierra, Dick —dijo Jane cansada—. Me molesta tanto ruido —y mirando a Tim—: ¿Hace mucho que no ve a la señorita Sarah?
—Pues... —hizo que contaba—. Más de una semana. Nueve días concretamente.
—El señor... ¿pasa las noches fuera?
Tim no parpadeó.
Aunque las pasara, él no estaba dispuesto a decirlo. Ante todo y sobre todo, él era fiel a su amo. Pero sí comprendió que su intuición no le engañaba. Su intuición en cuanto a las cosas más íntimas del doctor Lake.
—No lo sé —dijo evasivo—. Yo suelo acostarme muy temprano.
—Ya. ¿No sabe dónde estará ahora?
—No, señora Lake. Nunca sé dónde está el doctor en sus horas libres. Cuando son las horas de trabajo, sí. Me lo dice antes de salir, por si hay algún aviso.
—Comprendo. Puede retirarse, Tim. Nosotros esperaremos aquí a que regrese el doctor.
—Como gusten.
Discretamente, Tim atravesó la estancia y se fue, cerrando la puerta tras de sí.
Richard se agitó en el butacón donde cayó sentado.
—Jane.
—¿Crees que... hacemos bien?
—¿Hacer qué?
—Estar aquí, caramba. Rock tiene su vida privada, ¿no?
—¿Y si nos necesita en esa vida privada, te vas a quedar egoístamente cruzado de brazos?
—No, eso no.
—Pues aguarda. Don me lo dijo bien claro. Sarah engaña a Rock.
—No es posible que haya sido tan estúpida.
—Hay mujeres así.
—¿Cómo?
—Richard, por favor, no te hagas el simple. Las hay de todos los tipos. La que es fiel a su marido por encima de todo... aunque el marido no lo sea para ella, o el novio, o el amante. Y las hay que les gustan todos. Y también las que por capricho o excesiva femineidad engañan a su mismo padre.
—¿En cuál incluyes a Sarah?
Jane se impacientó.
—No tenía motivos para incluirla en ningún grupo determinado. A mí, Sarah, me parece una gran actriz.
Ahora fue Richard el impaciente.
—¿Y qué tiene que ver la actriz con la mujer?
—¿No son la misma persona?
—Es que tú le das méritos, ¿no? Si es una buena actriz, ¿por qué ha de ser también infiel y descocada?
—Puede hacer teatro en la vida real.
Richard movió la cabeza denegando.
—No iba a ser tan tonta. Entre estar toda la vida entreteniendo y divirtiendo a los demás, a ser la señora del doctor Lake, la elección es obvia.
—Para ti.
—¿Cómo para mí?
—Porque eres un hombre pacífico y te gusta la vida de hogar, el amor a tu mujer —añadió con ternura— y la llegada de tus hijos. Pero hay otras personas que no piensan como tú.
—Claro —farfulló Richard—. Si todos pensaran y sintieran como yo, la vida sería de lo más simple del mundo. Ni emoción ni problemas.
—Richard.
—Perdona. Me estoy poniendo tonto. No sé cómo reaccionará Rock al vernos. Si él no ha querido decirnos nada, será porque no le interesa que lo sepamos. ¿Hacemos bien viniendo aquí a provocar una explicación que Rock no nos da espontáneamente?
—Estamos a su lado —adujo Jane—, le queremos mucho.
—¿Es eso suficiente? ¿No manifestaríamos mejor nuestro cariño, permaneciendo neutrales en casa?
Jane pensó que tal vez Richard tuviese razón. Lo miró pensativamente.
—Tú conoces mejor a tu hermano —dijo, siempre con el afán de ser humana y comprensiva—. ¿Crees de veras que puede molestarle nuestra intromisión.
—Lo estoy pensando en este instante. Ya que él está ausente, tenemos tiempo de reflexionar —y de súbito—: Oye..., estoy pensando... ¿Por qué no nos vamos a ver a Don?
—¿A Don?
—¿No te habló él?
—Aún no le había dicho nada a Rock.
—Ahora se lo habrá dicho —se puso en pie y fue hacia su esposa, levantándola con una mano—. Vamos, Jane. Don nos explicará.
—¿Y si no lo hace?
—Lo hará. Tiene ese deber.
Seguidamente pulsó un timbre, acudiendo Tim.
—Nos vamos, Tim.
—¿No esperan al señor?
—Dile que hemos estado aquí. Que nos extraña mucho que no haya ido por casa en toda la semana —y de súbito—: Tim, ¿tiene problemas el doctor Lake?
Tim no parpadeó.
—Lo ignoro, señor.
—Está bien —se impacientó Richard empujando suavemente a su esposa—. Hasta otro día, Tim.
Y seguidamente:
—Es posible que volvamos hoy por aquí, Tim. Dígaselo así al señor.
—Sí, señor.
Ya en la calle, en el interior del auto, Jane preguntó quedamente:
—¿De veras piensas volver?
—Según lo que nos diga Don.
—Hace sólo dos horas pensábamos ver a Rock. Ahora me parece que cometemos una imprudencia. ¿No sería mejor esperar?
—¿Esperar qué?
—Que él reaccione. Aun suponiendo que Don le haya dicho... ¿No estará desolado? ¿No será mejor que se apacigüe?
—¿Y con quién se desahogará?
—Tiene otros amigos.
Richard movió la cabeza denegando.
—No tan íntimos como para contarles ciertas cosas.
—Mónica.
—¿Mónica? Han perdido la confianza uno en el otro, Jane. ¿No te diste cuenta hace tiempo? Desde que Rock se hizo novio de Sarah... no les he visto hablar juntos nunca más. Mónica se retiró a su escuela y Rock se olvidó de su existencia.
—Hubo un tiempo que tú y yo pensamos...
Richard se mordió los labios.
—Mejor hubiera sido, Rock fue tonto... Tonto. Yo creo que Mónica lo amaba.
—No te precipites. Mónica nunca lo dijo ni lo demostró.
El auto que conducía Richard se detuvo ante el teatro.
—Aquí es donde podemos encontrar a Don a estas horas. Vamos, Jane.