CAPÍTULO 04
Se sentía más sereno, sí, pero no atinó a meter el llavín en la cerradura. Por eso pulsó el timbre con fiereza. Como si la culpa de todo en aquel instante la tuviera la puerta, la llave y la cerradura, e incluso el timbre.
Tim abrió.
—Señor —dijo bajo—. Sus hermanos están aquí.
—¿Mis...?
Y se quedó mirando a su criado con expresión de estúpido.
—La señorita Jane y el señor Lake.
—Ah.
Y entró como un autómata.
¿Decirles?
¿No lo sabían ya por Don?
Cruzó el vestíbulo y en el final del pasillo vio la alta figura de su hermano Richard.
—Rock —dijo Richard, con naturalidad—, te estuvimos esperando. Ya estuvimos aquí otra vez. Nos hemos ido y no hace ni diez minutos que volvimos.
—Hola, Dick —fue el único saludo, pasando delante de él, hacia la salita—. Hola, Jane.
Los dos, marido y mujer, se le quedaron mirando con fijeza.
—Estuvimos con Don... —dijo Jane.
—Ah.
—Rock..., no debes tomarlo así.
¿Estaban locos?
¿Cómo querían que lo tomara?
¿Acaso ignoraban cuánto amaba él a Sarah?
La deseaba como un loco y la amaba, y Sarah con él se comportó siempre como una dama. Podía ser una furcia y lo era, ahora ya sabía que lo era, pero con él se comportó siempre como una dama respetable, pudorosa, sensible...
¿No era todo mentira?
Una vil mentira.
Y aún pretendía Jane que él lo tomara con filosofía.
No era por el desengaño sufrido. ¡Oh, no! Si pudiera aborrecerla. Pero la amaba, la amaba aún, la amaría toda la vida. Y la desearía siempre.
—Richard —dijo, doblegando la locura de su pensamiento—. Os agradezco vuestro interés.
—Don nos lo dijo antes que a ti —aún comentó Richard suavemente—. Es decir, se lo dijo a Jane. Y ésta fue quien le aconsejó que te lo hiciera saber a ti.
—Le he pegado, ¿me oyes? —se agitó—. Le he pegado.
—Hemos estado en su despacho del teatro —intervino Jane—. Primero vinimos aquí. No sabíamos aún si tú tenías conocimiento de ello. Pero como llevas más de una semana sin ir por casa...
Rock se desplomó en una butaca.
—Estoy cansado —dijo—. Tengo sueño. Creo que hace miles de horas que no dormí.
Los dos se acercaron a él y ambos le pusieron una mano en cada hombro, dejándolo en medio.
—Rock..., es mejor que lo hayas sabido ahora. Te pasará. Es doloroso, sí, pero debes estarle agradecido a Don.
—No os dijo que le pegué —preguntó, como si aquella idea le obsesionase.
—No. Don te aprecia demasiado. No nos habló de eso. Pero sí dijo que lo sabías.
—Ya.
—Nos parece imposible que tú..., tan de vuelta de todo..., te hayas dejado engañar. ¿Es que durante todo este tiempo no la has conocido?
Rock se levantó sacudiendo los hombros, como si la mano de su hermano y su cuñada le pesara en ellos.
—Cuando una mujer se empeña en engañar a un hombre, lo consigue siempre. Nadie más sutil que una mujer para hacerse amar y respetar —sonrió, con amargura—. Pero no importa. Ya no importa nada.
—Importas tú, Rock.
—Sí, Jane. Para vosotros importo yo. Y mirándolo bien, analizando a fondo la cuestión, he tenido mucha suerte. Pero no es eso. Ni me refiero a ti ni a mí cuan-
do digo que nada importa. ¿Qué puede importar ya?
—¿Y tu desesperación?
—Pasará —dijo él, con convicción—. Pasará.
Richard se acercó a él y lo asió por un brazo. Le hizo volverse. Era más alto que su hermano y lo dominaba con su estatura.
—La querías.
—¿Qué dices? —gritó, casi exasperado—. ¿La quería?
—Rock —saltó Jane.
—La quiero —dijo Rock, furioso—. La quiero. La pena es ésa. Que la quiero aún. Estaré de vuelta de todo. ¡De todo! Habré conocido a muchas mujeres. Las habré poseído y me habrá dado eso una experiencia inconmensurable. Pero, contra todo y contra todos, la sigo queriendo y deseando y...
Se apartó de ellos.
—Rock, es insensato.
—No temas —rió, como si mordiera—. No temas. Ya no es para mí más que una furcia, pero... tal vez necesito buscar a esa furcia, para mi desgracia.
—Oh, Rock, Rock —se agitó Jane, angustiada—. Eso no puede ser. No debe ser.
Ya lo sabía él. Pero... ¿por qué no?
No una esposa. Eso ya no iba a necesitarlo. Pero una mujer... como Sarah, para su escarnio y crueldad, ¿por qué no?
Encendió un cigarrillo y fumó aprisa.
Muy aprisa.
—Rock..., ¿por qué no haces un viaje? —propuso su hermano—. Desde que te estableciste en Newport-News no has hecho un viaje. Empréndelo ahora. Deja a Robert en tu lugar. Olvídate de todo. Te pasará.
—Me quedo aquí —gritó—. Aquí. No soy ningún cobarde para escapar.
—Para tu tranquilidad, Rock.
—No sigas, Jane. Me quedo.
—Y te verás con ella. La amas. No sólo la deseas, Rock. Empezarás con escarnio y terminarás... casándote con ella.
—Eso..., ¡nunca!
Y volvió a hundirse en la butaca.
Jane y Richard le contemplaban con amargura.
—¿Qué podemos hacer por ti, Rock?
—Dejadme.
—Estás excitado y loco. Loco, Rock.
—Te asombra, Richard. Suponte por un segundo...
—No te lo supongas —gritó Richard—. He corrido menos que tú. No he viajado apenas, salvo el viaje de fin de carrera. Trabajo en dos sitios a la vez... y no he tenido más novia que Jane, pero la conocí pronto. Ya sé que pude equivocarme. Pero tal vez no lo hice porque, antes que yo, Jane jamás pensó en otro hombre.
—Dejadme solo —suplicó, calmándose—. Perdóname, Richard. Sólo pretendía que te pusieras en mi lugar.
—Y me pongo. Pero no seguiría amando a la mujer que me engañaba. La odiaría.
—¿Qué sabes tú? Hay que pasar por ellas para comprender estas cosas.
Se sentó en el borde del lecho. Era tonto evocar aquello.
Pero... suponía como un placer morboso incontenible.
Era volver al pasado, casi vivirlo. ¿De qué iba a servir? Pero lo necesitaba.
Su diario. Cuánto tiempo sin tocarlo. Y por supuesto, salvo leerlo en aquel instante, no se le volvería a ocurrir la cursilería ni la ingenuidad de escribir de nuevo en él.
Lo abrió por el principio.
"Hoy he cumplido doce años. ¿Seré tonta? Estoy emocionada. He crecido tanto, que ya uso medias como las señoritas. Mamá se ríe de mí, pero en el fondo está muy emocionada. También Nancy, que es mayor que yo y ya tiene novio, me miraba con ilusión. Dicen que soy muy bella. ¡Bah! Eso no me inquieta demasiado. Pero sí me inquieta el hecho de ver a Rock... Ya tiene veinte años y cursa el segundo de medicina. Es todo un hombre. Le quiero tanto."
Cerró el diario con seco golpe.
¿Era demasiado ingenua en aquella época?
Lo era. Claro, ¿cómo no iba a serlo?
En aquel entonces, Rock aún la besaba cuando entraba en su casa. Le daba un beso en la mejilla, le soplaba el pelo, le palmeaba el hombro y aún decía, condescendiente y suave: "Mi ratita se está convirtiendo en una mujer".
Abrió el cuaderno de nuevo, como si ello le causara placer y dolor al mismo tiempo.
"Hoy he cumplido los diecisiete años."
Mamá me regaló un abrigo precioso y papá una sortija. Creo que es la primera sortija de brillantes que tengo. Es un solitario fenomenal. Y recibí al mismo tiempo, y esto sí que me ilusionó, un ramo de flores rojas. Me las envió Rock. Es la primera vez que me envía flores rojas como a una mujer. Rojo, pasión. Eso me dijo Nancy. Nancy ha descubierto mi secreto, pero Nancy me adora y es discreta y nunca lo dirá a nadie. Rock llegó cuando terminábamos de comer. Qué cosa, ¿verdad? No me dio un beso. Me apretó la mano y me dijo, muy emocionado: "Estás guapísima, ratita".
Me gusta que me llame ratita.
Volvió a cerrarlo.
Quedó ensimismada.
Inmediatamente después pasó un montón de páginas que no decían nada. Niñerías, ilusiones, ingenuidades. Y de repente se encontró con aquello...
"Rock termina el año próximo la carrera. Richard siempre dice que se retrasó un poco porque Rock es muy parrandero. Tiene novias en todas partes y amigas a montones. Viven en el chalecito paralelo al nuestro. Como quedaron muy pronto sin madre, mamá los atendió como a unos segundos hijos. Además, Marta, su hermana, sólo se deja guiar por mamá. Pero Marta se casa pronto con un diplomático destinado en Francia. Creo que una vez casados, se van. Pero Marta dice que no se casará hasta tanto no lo haga Richard con Jane. Dice Richard que se casará pronto."
Al entrar hoy en mi casa, de regreso de mi escuela, me topé con Rock que salía de su chalecito. Me miró. ¡Qué mirada la suya!
"No sé qué haces, Mónica. Cada día estás más guapa. ¿Cuántos años tienes?"
"Dieciocho", le dije yo.
Me miró con mayor detenimiento.
"Me marcho mañana de viaje de estudios —me dijo—. Oye, para celebrar mi despedida, ¿quieres salir conmigo esta tarde?"
Yo dije que sí.
A las siete estaba Rock a buscarme. No salía aún con chicos. En realidad estaba enamorada de Rock. No podía, pues, si era fiel a mí misma y a mis sentimientos, salir con otros muchachos. Tenía amigos. Pero sólo eso. Amigos que deseaban ser algo más, pero yo para ellos, según su expresión, era una cerradura.
Con Rock sí salía.
No sé adonde fuimos.
Me llevó al cine, después a pasear en su pequeño deportivo. Más tarde me dijo riendo: "¿A que no te atreves a venir conmigo a una sala de fiestas?" Yo fui. Lo estaba deseando.
Era muy bonita aquella sala. Se llamaba Molino. Nunca la olvidaré.
"¿Bailamos, Mónica?"
Yo lo estaba deseando.
Se nos pasó el tiempo. ¡Cuánto tiempo!
A mí me pareció cortísimo, la verdad. Rock me oprimía contra sí. Yo, con esa intuición que tenemos las mujeres, me di cuenta de que en aquella tarde, por lo que fuese, no era para Rock la amiguita del alma. La vecina, la muchachita a quien se le gastaban bromas.
Salimos muy tarde, y Rock, ya en el interior del auto, me dijo de sopetón:
"Me gustas mucho, Mónica. Cuando termine la carrera y me establezca, me caso contigo."
Sentí como si todo me diera vueltas.
Rock deslizó una mano del volante y oprimió mis dedos casi desmayados en el regazo.
"¿No querrás, Mónica?"
No sé qué dije. Creo que nada.
Pero él volvió a preguntar con ternura:
"¿No vas a querer?"
Entonces dije que sí, sí, sí. Tres veces sí. Rock me miró un poco asustado. Pero cuando nos despedimos junto a la cancela de mi casa, Rock, inesperadamente, me tomó en sus brazos y me besó en la boca.
¡El primer beso!
Y era de Rock.
No me dio dos docenas de besos, ni siquiera tres besos tan sólo. Me dio uno y nunca lo olvidaré. Pensé que el suelo se iba de mis pies. Que me estallaban las sienes y que mil cosas me entraban por todo el cuerpo.
Creo que en aquel instante hubiese seguido a Rock al fin del mundo, de la forma que él quisiera. Pero Rock me soltó, me miró a los ojos y me dijo suavemente.
"Cuando vuelva, hablaremos de nosotros dos."
Se fue Rock al día siguiente. Y no dormí nada y estuve en la ventana para verle marcharse. Pero Rock ni siquiera levantó los ojos hacia mi casa.
No me escribió. Regresó a principios de verano. Seré tonta. Si hasta me pareció que había crecido. Que tenía más barba y que París le había madurado considerablemente.
Cuando nos vimos, estaban todos delante. Pensé que no me besaba de aquel modo por eso. Pero nos vimos más tarde y empezó a contarme cosas de sus amigas, de sus novias, de sus aventuras.
Jamás volvió a mencionar aquel incidente. Y yo no sentí vergüenza por haberme dejado besar. Lo que sí sentí fue una pena hondísima.
Se casó Nancy y se vino a vivir a casa con su esposo. Eddy es una persona estupenda y ayuda a mi padre en los almacenes que aquél tiene en el muelle de Newport-News. Yo terminé la carrera y decidí vivir en la casita que el municipio puso a mi disposición. Fueron reñidas las oposiciones, pero yo necesitaba... quedarme en la ciudad. Y me quedé.
Veo poco a Rock. Viene por aquí... Hablamos. A mí me costó un disgusto dejar mi casa. Mis padres se oponían, pero Nancy y Eddy me ayudaron.
Ahora sé que Rock tiene novia formal. Una actriz... Se casará con ella. No ha vuelto por aquí desde hace un año, y si nos vemos, nos saludamos con mucho afecto, pero nada más.
Cierro mi diario.
Nunca más escribiré en él.
Tengo a mis niños, mi casita preciosa, mi labor diaria...
Cierro el cerebro y todos mis sentimientos como pecados.
Pero lo peor de todo es que sigo enamorada de Rock. Aun sabiendo que se va a casar..., para mí no existe más hombre que él.
No quiero ni que Nancy lo sospeche. Pero presiento... que Nancy nunca dejó de sospecharlo.